Tres Clases de Cine

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I.

In girum imus nocte et consumimur igni

Antes del advenimiento de la modernidad fílmica, caracterizada por el tránsito de la


imagen-movimiento a la imagen-tiempo (o lo que es lo mismo, por el paso de la
representación del tiempo fragmentado a la presentación del tiempo en estado puro), era
un lugar común y necesario que, al finalizar el relato, se vieran impresas en la pantalla las
palabras “The End” (o “Fin” o “Fine”). No nos detendremos en las implicaciones que su
desaparición conlleva, al dejar de ofrecer la película como un objeto hermético, matizado
y clausurado sobre sí mismo, al abandonar el estatuto de la obra acabada. Este abandono
del “The End” no es un olvido mnemotécnico de la noción del fin, asaz afín a la cultura
de la narración y la imagen. Al contrario, creemos, y con los ejemplos aducidos
intentaremos mostrarlo, la modernidad fílmica no escamotea el Apocalipsis, sino que lo
lleva, paradójicamente, a su extinción. En los siguientes momentos, podremos seguir este
Acto Fundacional, loco gesto, que anula la noción de fin en la película para proponer una
lógica de la (com)unidad entre cine y vida, señera de la lógica de la separación en la que
se fundamenta el cine clásico, valga la redundancia, el cine separado de la vida.
El Gesto Ígneo: la forma abstracta y desnuda que caracteriza el tránsito a la modernidad,
el paso del Autor al Realizador (director de sí mismo), o del homo sapiens al homo sacer,
aparece, como instantes primigenios, en la pantalla en negro o en la pantalla en blanco,
como muy bien muestra Deleuze. Vaciado de la imagen que será, desde entonces, una
potencia del pensamiento en su estado de gravidez intrafílmica: el cine como herramienta
del pensar. Estos gestos se repiten en la obra de Robbe-Grillet, en la de Debord, en la de
Antonioni. Desde la pantalla monocromática, en la que no se ve nada representado,
germina el margen de indefinición que es un imperativo para la “realización”. Comienzo
de la religión mecánica de Bresson, de la expresión del “sexto sentido” (Cif. El filme de
Sobrevila de 1929 y su personaje Kamus).
Los siguientes ejemplos son momentos de un ritual de com-unidad entre el cine y la vida.
A razón epocal, los dos últimos son la repetición de los dos primeros. Éstos, del 66 y el
71, representan el instante de la creación. Los otros, del 2008, el de la re-creación o, en
términos de ritual, de actualización.

(continúa en Carretera asfaltada en dos direcciones, de Monte Hellman)

II. Carretera asfaltada en dos direcciones

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Ejemplo 1. En “Persona” (66), Bergman abre y cierra el filme con imágenes de un
proyector cinematográfico que empieza y deja de funcionar, respectivamente. Repetición
sui generis del gesto de Vertov en “El hombre de la cámara”, la película finaliza con la
imagen de una llama apagándose. Extinción material del cine, que no es sino luz o fuego
proyectados.
Ejemplo 2. Monte Hellman finiquita su genial “Carretera asfaltada en dos direcciones”
(71) con el gesto ígneo que aquí perseguimos. Si bien no es el primero en la historia del
cine (pues lo hallamos en “Fuego en Castilla” (58) de Val del Omar y frecuentemente en
el cine experimental), sí es el primero en una ficción. Ficción, por lo demás, que ya se
presentaba a sí misma de una forma crepuscular y posmoderna, como work in progress
y deriva continua, categorías típicas del cine moderno, junto al arrebato, el tiempo real
(o RealTime) y el espacio vacío.

2
III. Serbis

Ejemplos 3 y 4. En el 2008, dos ficciones materializan de nuevo el gesto ígneo de prender


fuego al negativo. Si bien de la primera, “Death Proof” de Tarantino, no poseemos la
prueba, creemos recordar que sí se lleva a cabo. Aunque, siendo justos, lo que Tarantino
propone es un meltin´ pot referencial y no un acto ritual. Así, en los créditos finales de
“Death Proof”, que terminan quemándose, se incluyen asimismo las letras “The End”
sobre el último plano congelado, de forma harto irónica. Por el contrario, lo de Brillante
Mendoza en “Serbis” sí es una actualización de la (com)unidad entre el cine y el más allá
del cine. No sólo por la ficción, que junto con “Goodbye Dragon Inn” de Tsai Ming-Liang
y “Fantasma” de Lisandro Alonso habrían de conformar todo un bloque temático sobre
el cine (el espacio material) como lugar de habitación y vivencia, haciendo descripción
efectiva del pensamiento de Godard (aunque, como es sabido, él no vive en el cine, sino
que es el cine quien vive en él), sino porque, como venimos apuntando, el fuego que llena
la pantalla señala un punto de reunión fuera del film. Aquí, este prorrumpe llevando la
escena y su diálogo a su distorsión y acabamiento, mostrando finalmente la pantalla negra,
la frente despejada. “By Brillante Mendoza” es el punto de reunión, el lugar, la cita, la
fecha y la hora.
Menos el de Tarantino, los otros tres ejemplos nos sirven para mostrar cómo un gesto no
propiamente cinematográfico (prender fuego a algo), tiene la función de romper los
goznes que unen una película al mundo como un ente separado, por representado o
reflejado. Con este fuego cálido, el filme se deshace en un vacío que es idéntico al vacío
interior de quien necesita de las historias, los mitos y los cuentos. Por ello, estos fuegos
no son sólo la celebración de la extinción, sino el rito de continuación resilente al que
llaman y somos llamados. Como en las tribus ancestrales, que se reunían en comunidad
alrededor del fuego, nosotros nos acercamos, solos y gélidos, a estas pequeñas hogueras
a calentarnos, a encontrar un espacio común. Acto de fe en la ficción, imbricación del
cine y la propia vida en unidad, por supuesto: Il faut continuer… Pero, sobre todo,
parafraseando a Scorsese hablando del cine italiano (mas aquí hablamos de todo el cine,
de Estados Unidos a Suecia a Filipinas), sobre todo, un acto de amor: pues, lo que
diferencia a la sociedad de la comunidad es que en la primera rige la ley, mientras que en
la segunda es el amor quien lo hace.

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