El Concepto Del Amor A Partir Del Fedro de Platón
El Concepto Del Amor A Partir Del Fedro de Platón
El Concepto Del Amor A Partir Del Fedro de Platón
Ciencia Unisalle
1-1-2007
Citación recomendada
Majé Orozco, Y. (2007). El concepto del amor a partir del Fedro de Platón. Retrieved from
https://ciencia.lasalle.edu.co/filosofia_letras/11
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EL CONCEPTO DEL AMOR
PRESENTADO POR
UNIVERSIDAD DE LA SALLE
FACULTAD LICENCIATURA EN FILOSOFÍA Y LETRAS
BOGOTÁ D.C.
DICIEMBRE DE 2007
EL CONCEPTO DEL AMOR
PRESENTADO POR
DIRECTOR DE MONOGRAFÍA
UNIVERSIDAD DE LA SALLE
BOGOTÁ D.C.
DICIEMBRE DE 2007
Agradecimientos
- Platón -
TABLA DE CONTENIDO
Página
INTRODUCCIÓN 7
Capítulo 1°
Capítulo 2°
2. ANÁLISIS AL SEGUNDO DISCURSO DEL FEDRO 34
2.1. La ironía como herramienta de provocación de ideas 35
2.2. Tendencia a la claridad retórica 38
2.3. Apología de la hipótesis de Lisias por parte de Sócrates
en virtud de la oratoria 41
Capítulo 3°
3. SENTIDO METAFÍSICO Y EPISTEMOLÓGICO DEL AMOR
EN EL FEDRO: TERCER DISCURSO 43
3.1. Acerca de la conversión de Sócrates 44
Página
Capítulo 4°
CONCLUSIONES 80
BIBLIOGRAFÍA 87
7
INTRODUCCIÓN
Por otra parte la retórica es sin lugar a dudas, un tema de vital importancia para
los griegos. La Atenas del siglo V a. de C. es una vitrina en donde se ofrecen
las ideas como mercancía para todos aquellos doctos y académicos de otros
lugares y que tuvieran acceso a la navegación. Según David J. Melling (1987),
la oratoria es considerada la mejor de las herramientas para dar a conocer las
ideas; y el mismo Platón reconocerá que es ella (la oratoria), uno de los
instrumentos de los que se vale el alma para alcanzar la belleza.
Es importante hacer un comentario acerca del estilo literario utilizado por Platón
como el eje donde se centran las ideas más significativas acerca del amor en el
diálogo el Fedro. Las analogías permiten al lector hacer una interpretación de lo
que un autor tiene como pensamiento acerca de un problema particular. Como
es ya común en Platón, hace gala de su figura literaria predilecta: el mito, y el
amor no podría quedarse sin un símil propio que lo acercara, por lo menos un
poco, al entendimiento humano. Franςois Châtelet (1967) en su libro El
pensamiento Platónico dice al respecto que el mito es el recurso propicio para
indicar lo que es la idea. En el caso de la inclinación del alma a lo bello, es
precisamente lo que queda expuesto en el mito del auriga y lo que nos sugiere
11
No es pertinente pretender hacer un estudio acerca del eros sin suponer que
problemas como el carácter y la templanza van a aparecer de manera natural.
Además, pensar en este tipo de ética adquiere un matiz particular cuando
reconocemos que toda acción y decisión tiene una tendencia hacia el bien.
Luego, abordar este tipo de textos, es abrir el panorama y suponer que
ineludiblemente nos preguntaremos por la eudaimonia, (felicidad) del hombre.
Por otra parte, un anexo acerca de las connotaciones políticas del pensamiento
de Platón en relación con el eros, aunque no estaría mal decir que son las
connotaciones eróticas en relación con la política y con la Polis. Este segundo
componente está basado en los libros I, IV y X de la República, y apoyado en la
Ética de Platón de Terence Irwin (2000).
Así pues, no queda más que agradecer a quienes han participado de manera
directa e indirecta en la elaboración de este trabajo, e invitar al lector no a que
encuentre destrezas particulares en la escritura de este texto, sino a que
reconozca en la obra de Platón, una fuente constante dónde beber las bases
primeras de cualquiera que sea el conocimiento y cualquiera que sea la
temática. No podría terminar de otra forma sino citando al mismo Platón, quien
pone en boca de Sócrates la siguiente dedicatoria:
Capítulo 1°
En esta primera parte quisiera hacer un análisis sobre el primer discurso del
diálogo el Fedro o del amor de Platón (1986: 309-324). La discusión principal
gira en torno a un escrito de Lisias leído por Fedro a Sócrates. Éste último
solicita insistentemente a Fedro que le haga conocer lo que ha escuchado de su
amigo Lisias acerca del tema que ahora llama su atención. Así pues,
encontraremos que este texto ofrecerá una serie de reflexiones acerca de los
elementos más importantes que se pueden evidenciar en el primer discurso del
diálogo y pretende, además, sugerir unos componentes que se involucran
directa o indirectamente en una eventual discusión acerca del amor desde una
perspectiva filosófica.
1
Personaje en cuyo nombre se ha escrito el diálogo. Es uno de los jóvenes discípulos de
Sócrates, con quien también comparte escena en el Banquete, y es probablemente esa la razón
por la cual el diálogo se ha escrito bajo su mismo nombre. De acuerdo con lo que plantea la
introducción al Fedro en la traducción de la editorial Gredos escrita por Lledó Íñigo, Fedro es
“hijo del ateniense Pítocles, amigo de Demóstenes y posteriormente de Esquines.” A propósito
de Fedro, Josef Pieper lo reconoce como un intelectual dotado en su época.
16
De acuerdo con lo propuesto por Strycker (1996: 9), desde una interpretación
aristotélica de Platón, la virtud es una equivalencia entre el conocimiento, la
ciencia y las acciones. Por ejemplo el hombre que es valiente, lo es en cuanto
conoce tanto lo que le asusta como lo que no le asusta y, por tanto es capaz de
dominar sus temores frente a eso que le genera desequilibrio. A propósito Iwrin,
en su libro La ética de Platón, afirma que “las observaciones de Platón sobre las
virtudes particulares no implica que la persona que carece de conocimiento
moral pueda tener estas virtudes” (Irwin, 2000: 384). Esta reafirmación nos
invita a ubicar, dentro de la jerarquía de importancia de los conceptos platónicos
tanto la virtud como el conocimiento. Sin embargo vale reconocer que, si bien
son conceptos importantes en el marco del sistema filosófico de Platón, también
es de suma importancia recordar que la acción virtuosa es de mayor
importancia que la definición que el hombre pueda dar de esa virtud. Así lo
afirma Irwin (2000: 69) cuando dice que, por ejemplo, en cuanto a la templanza,
la acción templada antecede a la definición de la persona templada. Como se
verá más adelante, el alma de acuerdo con lo planteado en el Fedro, tiene la
fortuna de ser el punto de encuentro tanto del uno como de otro.
19
Si bien es cierto que el tema del amor así propuesto parece atractivo para el
lector y de hecho lo involucra en una serie de caracteres y de redes simbólicas,
también podemos encontrar en él un cierto aire de ingenuidad, según lo que
propone Lledó Íñigo (1986: 296 [4]) quien afirma que la imposibilidad de
21
Aunque el tema que por antonomasia congrega los intereses de quienes leen el
libro I de la República es la justicia, no está de más darle créditos a la
posibilidad de encontrar en la primera sección de dicho libro algunas
consideraciones aclaratorias a propósito del carácter y la templanza. Vale la
pena resaltar en este propósito a Céfalo, padre de Polemarco. Éste último ha
invitado a Sócrates a quedarse en su casa dado que es imperativo que asista a
un festín que se ofrecerá en honor a la diosa Bendis (Ártemis: diosa de la caza
y de las cosechas). Al acceder a hospedarse en casa de Polemarco, Sócrates
se encuentra con el padre del anfitrión (Céfalo) quien lo reconoce de inmediato
y lo saluda, de tal suerte que se entabla una conversación acerca de lo que los
poetas llaman <el umbral de la vejez> (Platón, 1986: 59 [328e]), con el fin de
determinar si la vejez debe ser tenida como penosa o debe ser considerada de
otro modo. En nuestro propósito, la intención es relacionar la vejez con el
carácter y la templanza, de tal manera que nos ilustre acerca de la libertad
griega entendida como ser dueño de sí, y en última instancia nos aclare si es
cierto que quien no ama es más susceptible de ser libre que quien ama.
Por otra parte, Platón (1986: 319 [231d]) considera que de esta libertad están
privados también los enamorados pues su condición puede ser comparada solo
con enfermos quienes, impedidos de hacer uso de todas sus facultades, se ven
condenados a cometer errores y a ser llevados por quien esté a su cargo.
Sugerir favores o darle créditos a los que no aman definitivamente hace
tambalear cualquier posición al respecto del amor. Es una postura sugestiva e
indiscutiblemente atractiva pues utiliza una inigualable estrategia que busca en
última instancia cautivar al lector planteando una tesis desequilibrante. ¿Quién
más sino el amado debería recibir favores de quién lo ama? Pues diría Lisias
que es quien no ama quien debe recibirlos, quien debe ser reconocido. A esto
tenemos que añadir que Lisias arremete contra el amante, lo condena, busca
uno y otro argumentos redundando en los efectos entusiásticos como de bajo
carácter y por lo demás irracionalmente irresponsables. Sin embargo es nuestra
obligación reconocer que el eros propiamente platónico no es mencionado en el
sentido solamente peyorativo de lo irracional. Por ejemplo, Irwin (2000: 497)
habla sobre tres tipos de deseos que reconoce en el Banquete en que se puede
entender el eros: primero el deseo de lo hermoso por el aspecto del deseo
sexual de lo hermoso, el deseo del bien y la felicidad y el deseo de “dar a luz en
lo hermoso”. 2
2
Irwin cita lo dicho en La Ética de Platón tomándolo del Banquete (204d, 204e y 206b).
24
1997, 327: [153d]). Nótense aquí dos elementos de vital importancia que
indiscutiblemente atravesarán el diálogo en su totalidad. En primer lugar una
relación intrínseca entre el problema estético y la epistemología. Preguntar por
la hermosura física y junto a esta pregunta ubicar la inquietud acerca de la
filosofía, del saber, y de cómo va ella en general, nos hacen reflexionar acerca
de una intención por hacer equivalentes el saber y la belleza, como si tuvieran
el mismo nivel de importancia. En segundo lugar dedicar de inicio el Carmides a
resolver la pregunta por el hombre bello, y no poder evitar una descripción de
un hombre que particularmente lo sea desde su apariencia física, hacen que el
problema estético esté incluido de manera literal. Dediquémonos a aclarar en
primer lugar en qué consiste cada uno de los dos tipos de hermosura.
Sin embargo esa belleza de la que hablamos debe hacerse evidente, pues de
no ser así, no habría manera de hacer la afirmación “ese hombre es virtuoso”.
En este sentido habría que preguntarnos cuál es esa evidencia real en donde
notamos la virtud de los hombres. Pareciera además que no tendríamos más
camino que reconocer que en las acciones es donde se puede notar la virtud de
los hombres y de las mujeres.
La virtud debe ser entendida como un tipo particular de epistēmē aunque tiene
una distinción particular del resto del conocimiento. Ahora bien, una vez más
encontramos la relación que debe existir entre conocimiento y virtud, por lo que
la ética platónica no puede ser entendida de manera aislada de la
epistemología platónica. No podemos entender una felicidad en Platón
desprendida de la sophronisē (sabiduría); por tanto, hablar de la felicidad es
hablar de la virtud en cuanto le da unos beneficios al hombre que la tiene, y uno
de ellos, quizás el más importante será embellecer su alma. El hombre virtuoso
entonces, provocará para sí y para quienes convivan con él en la Polis una
serie de beneficios, de productos, en el sentido de una moral y ética teleológica.
“These, then, constitute its subject matter, but what is its product? If the demand
for a product is satisfied by showing how virtue is beneficial, and the benefit of
3
Este término es acuñado por Zeyl (1996: 153) en su ensayo Socratic Virtue and Happiness. La
intención es ofrecerle a la ética platónica un rasgo particular hacia el concepto de felicidad la
cual será retomada posteriormente por Aristóteles proponiendo una ética teleológica.
31
virtue is its contribution to happiness, it will follow that its product is such a
contribution” (Zeyl, 1996: 156) [Estos, entonces, constituyen el sujeto de su
interés, pero cuál es ese producto? Si la exigencia de un producto es satisfecha
por mostrar cómo es que la virtud es beneficiosa, y el beneficio de la virtud es
su contribución a la felicidad, entonces su producto es tal contribución.] Por
tanto, la felicidad es el producto de una vida en virtud; necesariamente ser
virtuoso redundará en la posibilidad de alcanzar la felicidad en tanto que ser
feliz constituye el fin último del ser justo.
No cabe duda que este personaje, quien crea y defiende la tesis del primer
discurso, encierra en sí una intención. ¿Quién es Lisias? Considerado sofista y
por ende, un mercader del conocimiento que busca hacer de la retórica su
mejor arma con el fin de persuadir a quienes lo escuchan. “Todo esto formulado
y hecho agradable mediante la fascinante magia verbal de la sofística” (Pieper,
1962: 33-34). Joven, de entusiasmo indiscutible y de una gran habilidad
oratoria. Íñigo dice que Lisias es un conocido <logó-grafo> que ha escrito su
perspectiva acerca del amor y cuyos contenidos llegan a oídos de Sócrates por
intermedio de Fedro. Este último cae absorto de admiración ante la fluidez de
su discurso, más asombrado por la forma del texto que por la esencia. De
hecho Sócrates reconoce que es muy hábil al expresarse, pues logra decir de
varias formas la misma idea sin la posibilidad del error retórico, aunque carente
de sustento, y esta es una característica propia de la sofística. La presencia de
Lisias el gran orador, y su habilidad para escribir, entre otros elementos, han
hecho que en varias ocasiones se intente replantear el tema del discurso y se
quiera proponer la retórica como tópico central. Lisias se encontraba en el
32
Sin embargo, es el mismo Strycker (1996: 11) quien podría justificar la actitud
de Lisias, a partir de un argumento que, por lo demás, puede parecer
controvertido. Él afirma que el hombre realmente virtuoso encuentra en el error
una manera voluntaria de ejercer su propia virtud. Dice: “The expert wrestler
falls when he so wishes himself, the competent physician can voluntarily harm
the health of his patient [...] and one of the characteristics of the just man will be
that, at times, he voluntarily commits an injustice” (Strycker, 1996: 11). [El
guerrero experto cae cuando lo desea, el competidor físico puede
voluntariamente herir a su rival […] y una de las características del hombre justo
será que a la vez, voluntariamente cometerá una injusticia]. Así pues, es muy
posible que en el pensamiento de Platón haya estado la idea afortunada para
Lisias de haber sido usado como el virtuoso, por medio de un discurso errado,
aunque retóricamente muy bien estructurado. Además Strycker (1996) también
reconoce que la virtud es lo más parecido a una competencia. Como el
matemático o el físico, así es el virtuoso. Tendrá que ejercitarse, tendrá que
33
Capítulo 2°
Los argumentos que Sócrates utilizó para hacer la crítica al discurso de Lisias,
están basados en los dos siguientes componentes: en primer lugar Platón, por
intermedio de Sócrates, nota que Lisias se encuentra escaso de perspectiva,
corto de fuentes y por ello, aunque le reconoce la habilidad para expresarse, no
lo considera ampliamente apto para hablar del tema del amor con autoridad. Así
lo menciona Íñigo en la introducción a la traducción de Gredos, quien afirma:
“La indefensión del discurso de Lisias, se debe quizás a que aquello que dice
del Amor no tiene el fundamento ni el saber que Sócrates requiere para que un
escrito pueda sostenerse por sí mismo” (Íñigo, 1986: 296). Por otra parte,
Pieper (1962: 34) reconoce que la preocupación de Lisias por crear un discurso
retóricamente bien estructurado, ha hecho que este se despreocupe de darle un
35
contenido fuerte y válido; se notó la preocupación del autor del discurso más
por la forma que por la esencia misma del problema. Veremos cómo en el
segundo discurso, que ahora nos ocupa, Sócrates muestra con maestría que la
preocupación por lo primero no debe necesariamente hacer perder el sentido de
lo segundo. Al respecto Sócrates menciona, refiriéndose al discurso de Lisias
que “es la disposición y no la invención la que hay que alabar; pero en aquellos
no tan obvios y que son, por eso, difíciles de inventar, no sólo hay que ensalzar
la disposición, sino también la invención.” (Platón, 1986: 325 [236ª]). Si
entendemos por disposición la “forma” y por invención la “esencia”,
entenderemos que es la forma lo que se le reconoce al discurso de Lisias, mas
no lo dicho en esencia. En segundo lugar, llama especialmente mi atención la
molestia que evidencia Sócrates al tachar de infantil el afán de Lisias por
mostrarse capacitado para decir una misma cosa de dos maneras distintas y
ambas igualmente válidas. Con este preámbulo indaguemos cuáles fueron los
móviles que motivaron, en el desarrollo del diálogo, a que Sócrates se
propusiera por sí mismo decir un discurso.
Ya nos ocuparemos del contenido del discurso mismo pero por lo pronto
obraremos en virtud de las razones que lo crearon. No obstante, Thomas
Szlezák (1997: 135-137) advierte acerca de la limitación que tiene Platón al
utilizar este procedimiento irónico en la exposición de sus ideas. De hecho
obraríamos mal si le reconociéramos a la ironía un papel más importante del
que realmente tiene. Ella no puede ser considerada un punto central, sino una
herramienta subsidiaria de la enseñanza del filósofo.
Con esta nota aclaratoria, hemos de admitir la hipótesis planteada que consiste
en que el enamorado está más enfermo que el no enamorado y frente a esto
Sócrates se dispone a defenderla como si fuera suya propia. Sin embargo,
39
Y una vez terminado ese descanso como intermezzo del discurso socrático,
toma un nuevo aire oratorio, aclara el recorrido llevado hasta el momento y
define lo que sigue a continuación, manteniendo esa claridad metódica que no
40
4
Con el fin de dar claridad a esta propuesta, vale la pena cfr. la página 331 del Fedro en el
numeral 238d-e. Es de reconocer en el planteamiento de esta sección del diálogo, la intención
de Platón por mantener una estructura metódica que no de pie a interpretaciones acerca de lo
que él está proponiendo. Es el afán constante que atraviesa el diálogo en lo referente a la
estructura retórica que busca ser tema protagónico en la propuesta del Fedro.
5
Ya en esta definición podemos advertir lo propuesto por Theodor Gomperz (2000 Pensadores
griegos, una historia de la filosofía de la antigüedad. P. 424) quien reconoce que de inicio no
puede ser subestimado el rol de lo corporal frente al amor psychē. No podemos suponer que
ese impulso que está fuera de lo racional sea de antemano un apetito emparentado con la
maldad, pues en la misma cita se reconoce que ese mismo “apetito sin control” es el encargado
de llevar al alma hacia lo bello. Más adelante nos podremos percatar de que es en el estado
supra celeste en donde se encuentra la forma original y base de lo Bello por cuanto esa
atracción irracional no podría ser tachada simplemente como mala.
41
Recién iniciado su discurso, Sócrates (1997: 328 [237b]) hace una descripción
de un joven adolescente, quien va a ser persuadido por un enamorado suyo
que intenta mostrarse como que no lo está, con el fin de sacar provecho de ese
aparente desinterés. Llama especialmente mi atención la descripción del
adolescente de quien se habla a manera hipotética, dado que inmediatamente
me hace recordar a Carmides en el momento en que es descrito por Critias.
Pareciera que de la ironía, pasara al disfrute del lobo que ama al cordero con la
única intención de obtener beneficios pasionales de su presa: “la amistad del
amante no brota del buen sentido, sino como las ganas de comer, del ansia de
saciarse: ‘Como a los lobos los corderos, así le gustan a los amantes los
mancebos’.” (Platón, 1997: 336 [241c-d]). No se trata de tomar la dulzura del
amante en el sentido que el eros pueda regalarle, ni mucho menos en la
epistemológica y metafísica oferta que el amor psychē promete al sabio y al
libre, sino en el único sentido de la passio erótica.
Así mismo, hemos de reconocer las grandes desventajas y daños que le trae al
amado una relación con quien está enamorado de él. Una magistral exposición
de dichos daños que trae esta relación resumido en cuatro focos de reflexión
que bien podrían funcionar como una analogía de lo que es el ser humano
mismo: 1°) respecto al divorcio que se da entre el amado y la sabiduría
provocado por el amante, pues lo prefiere ignorante, no sea que racionalmente
identifique su error y decida abandonarlo y no satisfacer sus complacencias. 2°)
Respecto al cuerpo, pues dedicarse a satisfacer los deleites del amante hace
que ese estado de inamovilidad traiga para su estado físico una debilidad
42
Capítulo 3°
6
De aquí en adelante vale aclarar que al referirnos a Eros, estamos haciendo alusión al dios
griego del amor y la pasión. Ahora bien, proponer constantemente una distinción del Eros con
eros nos invita a reflexionar la supremacía del uso del nombre de cualquiera que fuera la
divinidad. No podemos hablar del amor restringido a la atracción física y corporal con el mismo
nombre con el que evocamos el nombre del dios Eros.
44
Hubo, pues, una fuerza que perturbó a Sócrates (1997, 337-338: [242b-c])
mientras se encontraba pronunciando el discurso: el daimon socrático apela a la
verdad e invita al maestro a desenmascararse. Queda aquí resuelto el gesto del
cubrimiento de la cabeza de Sócrates una vez iniciado el segundo discurso: no
era reverencia, no era respeto por el arte de la oratoria; era vergüenza, era más
bien apariencia, un disfraz; estética disimulada en medio de la muestra teatral
que se venía dando. Esta razón por la cual se retracta Sócrates se nutre,
además, porque el maestro reconoce que tanto su discurso como el de Lisias
son resultado de la demagogia, de los mecanismos propios de la sofística. Pero
hay algo más: temor de que Eros tome represalias por la irreverencia de sus
palabras. No en vano Sócrates dice “por tanto, antes de que me sobrevenga
alguna desgracia por haber maldicho del Amor, le voy a ofrecer una palinodia, a
cara descubierta, y no tapado, como antes, por vergüenza.” (Platón, 1997: 339
[243b]).
45
vale la pena recordar que la manía en el Fedro de Platón, ofrece una forma
diferente de ser interpretada. No en vano se hace un extenso análisis acerca
de lo que significa la manía. Incluso Platón se atreve a hacer un estudio
detallado, proponiendo cuatro niveles de manía. Los tres primeros de un
trasfondo religioso y trascendente; el último se acercó al tema del diálogo en un
sentido no menos metafísico que los dos anteriores.
De esta tradición que busca reconocer que una demencia tal es dada por los
dioses para la mayor fortuna de los hombres, se tiene una taxonomía planteada
por Platón (1986: 341 [244b-d]) en cuatro niveles. A continuación una sucinta
presentación de esa jerarquización: 1°) la oiōnistikḗ, que era practicada por
gente muy sensata según el parecer de Sócrates y que se valían de indicios de
animales para el arte adivinatoria de los acontecimientos, 2°) la mantiquḗ, ha de
entenderse como aliento divino, que lleva a los hombres a volcarse en la
alabanzas, ofrendas y holocaustos a los dioses y genera la libertad y bendición
a los hombres que la “padecen”; 3°) la locura que viene de las Musas, quienes
inspiran a los verdaderos poetas; es una condición ineludible para la creación
de verdadera poesía.
especial: primero como un don de los dioses y segundo, como la pérdida del
autodominio. ¿No es precisamente el dominio-de-sí-mismo lo que sintetiza la
doctrina socrática cuando se trata de la templanza? ¿Cómo podemos entender
entonces que Platón esté interesado en demostrar que el descontrol tiene
bondades?
es, según el testimonio de los antiguos, la manía que la sensatez, pues una nos
la envían los dioses, y la otra es cosa de los hombres” (Platón, 1986: 342
[244d]). De acuerdo con su raíz etimológica, la palabra manía viene del griego
manikḗ, término que se le endilgaba al arte de adivinar y proyectarse hacia el
futuro y que buscaba en última instancia la despreocupación por los males
venideros; es en ese sentido en que se entiende la locura como manía, pues los
adivinos (seres escogidos e inspirados) abandonaban su estado natural y
decidían entrar en un delirio que les traía grandes fortunas y bondades. La
manía es pues, una inspiración de los dioses, y como don de las divinidades, ha
de ser naturalmente buena. Es esa misma locura, esa demencia la que llevaba
a los hombres en los momentos en que los pueblos eran invadidos por plagas
que amenazaban con exterminar los animales, los cultivos y a los hombres
mismos, a volcarse a los dioses y a terminar en oraciones de alabanza y de
súplica; ruegos que redundaban en la salud presente y futura, y en la
purificación durante ceremonias de iniciación que se brindaban como
holocausto y ofrenda. (Cfr. Platón, 341-342 [244c-e]).
Así las cosas, conviene hacerse “maniático” (Pieper, 1962: 90) en manos de lo
trascendente. Esto se hace valiéndose de la embriaguez humana que produce
el amar y que excita el interior del hombre. Y es precisamente que, pensando
en el psychē, debemos traer a colación el problema de la naturaleza del alma,
sus características y la descripción que, por lo demás, ofrecerá respuestas
metafísicas de lo que acontece en el interior del hombre. De tal suerte que el
alma es una fuerza que, así como un auriga lleva su yunta, ella lleva al hombre
a la remembranza de lo perfecto. Y en ese constante y agresivo acaecer de
jalonazos entre el obediente entendimiento y la delirante pasión, brota el amor.
52
Platón (1986: 346) advierte que es necesario que el hombre reconozca que hay
realidades que se escapan a su comprensión. Por ello es pertinente que tome
distancia cuando de verdades incomprensibles se trata. El athánaton, por
ejemplo, es una de esas realidades: lo que no muere, lo que no está
condicionado ni por el tiempo ni por el espacio, es una de esas circunstancias
que obliga al hombre a hacerse a un lado. “El nombre de inmortal no puede
razonarse con palabra alguna” (Platón, 1986. 346 [246c]). ¿Por qué lo inmortal
es incomprensible a la razón humana? Porque se encuentra fuera de su
experiencia. La razón por la cual proponía este ejercicio tiene un doble
movimiento: por una parte era una bendición que Dios presentara a los
hombres sencillos estos secretos tan grandes de forma tan espléndida; por otra
parte consideraba que, una vez dicha la parábola, era susceptible de ser
entendida por quien recibiera la iluminación divina: “Quien tenga oídos que
oiga”. Frente a este tema, Platón reconoce en el Timeo (Cfr. Platón, 1992: 199-
201 [49ª-50ª]) que el hombre padece de la imposibilidad de “nombrar”, de
aprehender en un ciento por ciento las “cualidades” de las cosas perceptibles,
pues su condición de cambio las hace incontrolables para el hombre. Si así
sucede con las cosas que se perciben por los sentidos, mucho más sucederá
con esas que se escapan de nuestro entendimiento.
Ese nacimiento de las alas, ese brotar de las alas provoca un ardor en el alma
que terminará, por una parte en el dilema planteado por Terence Irwin (2000),
quien estudia el aspecto indeseable de la justicia, y por otra parte en la
particular sensación que genera el enamoramiento. Ese enamoramiento
pasional hace que el hombre en su condición dialéctica de cuerpo y alma,
resuelva por entregarse como esclavo a los intereses del amante y en general,
decida abandonarse a la sin razón. Este estado de sin razón no es exactamente
la manía de la que anteriormente hablábamos, pues admitir tal cosa, sería
reconocer un cierto tinte romántico en Platón que, por lo que plantea, no es
propiamente su interés.
uso de la poesía, pero no por ellas mismas sino por la bondades que pueda
traer consigo la oratoria: el arte de la retórica. Guthrie (1994: 122) nos presenta
tres elementos más que pueden ser de gran ayuda para la comprensión de la
belleza del alma: la obediencia a la ley, la justicia y el autodominio. Indagar en
ellos es admitir que nos sumergimos en la ética, la política y la naturaleza del
alma.
Por otra parte, Michael Foucault (2000: 77) diría que el alma es el objeto de
preocupación del que el hombre debe tomar consciencia. Y esa preocupación
no puede ser estéril. Debe necesariamente redundar en el conocimiento del
alma misma, en la satisfacción de la inquietud de sí 7 . Dado que el “conócete a ti
mismo” y la inquietud de sí son realidades equivalentes de acuerdo con el
platonismo, la inquietud de sí se funda en el autoconocimiento. Esto es claro,
pero ¿cómo puede un alma conocerse a sí misma? La solución que se dé a
esta pregunta sería en definitiva el éxito de los hombres que logran equilibrar
las dos fuerzas internas. Preguntarse por cómo generar un conocimiento del
alma es preguntarse por cómo mantener equilibrados al corcel indómito y al
obediente; incluso sería preguntarse ¿cómo lograr que los dos corceles del que
se vale el auriga sean obedientes ambos?
7
Foucault (2000: 76) plantea este como la temática fundamental del diálogo Alcibíades. La
inquietud de sí es la pregunta nacida de la preocupación planteada por Alcibíades a Sócrates
quien se encuentra interesado en saber en qué consiste el buen gobierno y qué características
debe contar quien se dedique al gobierno del Estado. Ya veremos cómo Platón logra hacer de
un problema de carácter moral, la base para la consecución de una Polis como él la quería.
60
Sin embargo, queda una pregunta abierta que de no ser resuelta, dejaría una
gran laguna en la concepción platónica de la justicia: ¿en qué radica la
condición indeseable de la justicia para con la solicitud del filósofo como
gobernante? Definamos en primer lugar el doble movimiento que implica el arte
de gobernar. De un lado está el carácter administrativo que encierra en sí la
acción gubernamental; este papel es únicamente formal y procedimental, labor
que por lo demás no implica una confrontación con los intereses del filósofo.
Por otro lado está el carácter de aplicar las normas y las sanciones que le es
natural aplicar a quien se encuentre a cargo de una empresa, más aún si se
trata del gobierno de un Estado quien propende por hacer respetar el bien
común y restituir las consecuencias de las faltas cometidas. En este sentido,
Platón busca demostrar que los filósofos eligen gobernar porque lo consideran
justo y porque consideran que la acción justa forma parte de su felicidad,
mostrando así que no existe un conflicto entre el deber (el del filósofo de
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Aunque sabemos que no existe una distinción rigurosa entre las decisiones tomadas en el
Estado y el componente religioso de acuerdo con Guthrie (1994). No obstante lo más parecido a
lo trascendente y a la religión griega del siglo V a. de C. es precisamente las ideas puras de
Bondad, Belleza y Justicia.
61
Estos tres elementos de los que hemos hecho alusión adquieren un sentido real
siempre y cuando se propenda por la “organización” del alma. Tal es como lo
propone Guthrie (1994), cuando dice que “todas las analogías tienden a
demostrar que la realización correcta es la organización”, y en el caso del
Fedro, el mito del auriga se presenta como esa analogía que busca poner de
manifiesto la latente necesidad que tiene la razón de equilibrar las fuerzas
impetuosas del corcel obediente y del que no lo es. De tal modo que auriga
(sabiduría-sophía), corcel obediente (temperancia-sophrosӯne) y corcel
indómito (valentía-andreía) estarán en un estado tanto más perfecto, cuanta
más organización, equilibrio y orden exista entre los tres, en donde las partes,
por bien del perfecto estado de las cosas, quedan subordinadas al todo. En un
sentido político deberíamos decir que gobernante, obrero y militar, en un estado
debido de “organización”, conforman el estado ideal de Platón.
bases cognitivas; en este mundo, del cual el hombre considera puede ser
engañado, Platón reconoce un primer conocimiento, básico, dudoso y por lo
demás poco creíble: la doxa.
objeto puede ser de tal o cual color, tamaño y textura, para otra persona puede
ofrecer caracteres de información diferentes.
Pero no se hace un menosprecio del amor y del que ama por la significación
que podría tener acerca de lo carnal, hacia la pasión y atracción sensual, sino
hacia lo sensible del amor. Así es como hemos de considerar el primer y
segundo discurso: como una propedéutica al amor. Se trató de comenzar una
reflexión del amor partiendo de la sensación. Por supuesto que esta reflexión no
quedaría en deuda, sino que alcanzaría una importancia tal que redundaría en
la aclaración del concepto. El amor es, como ya se ha advertido anteriormente,
la inclinación del alma hacia lo que es Bello. Esa belleza se hace manifiesta por
lo menos de manera particular en las cosas o personas que gozan de esa
característica, como es el caso de Carmides o de alguna obra maestra del arte.
Pero además nos sugirió en su debido momento el uso de un vocabulario, de
66
un lenguaje específico y de unos códigos que desde luego fueron pensados con
el fin de provocar una temática que centrara la atención de los interlocutores
(Fedro, Sócrates y demás lectores). Que Platón hubiera puesto a Lisias en el
escenario de la discusión sobre el amor a iniciar diciendo una serie de ideas
para luego contra argumentarlas, en apariencia no tiene un sentido lógico. Es
necesario entenderlo como un reconocimiento del papel de lo sensible en el
discurso platónico pues, como se ha mencionado, podríamos caer en el
imaginario de pensar que todo lo que sea percepción y sensación debe ser
subestimado para poder entender a nuestro autor.
Pieper (1962: 38), sugiere que en este primer discurso se ha logrado hacer una
separación entre lo sensual y lo espiritual. Dice: “Estimo que no debería serme
denegado lo que solicito por el hecho accidental de no amarte”. De acuerdo con
Pieper esta separación logra plantear tres pasos a seguir en el enamoramiento
platónico que propone Lisias: 1) fijación de una meta: satisfacción de un instinto
en el drástico sentido de la palabra; 2) passio amoris: no como pasión, sino
como ser arrebatado, impactado, afectado en mi ser espiritual y corporal, la
pasión de la que habla Lisias no es exclusivamente erótica, sino impactante del
ser; y 3) objetividad casi técnica de la satisfacción de los instintos, y en ese
tecnicismo de la satisfacción de instintos radica la virtud. No se trata
instintivamente de la fijación de la meta inicial, sino de darle un sentido
epistemológico a los instintos; y frente a esta objetivación aparece la conmoción
del enamoramiento y la conmoción precisamente se puede considerar como la
puerta de entrada del erotismo. En apariencia, este erotismo, el amor eros va
en contra del orden, funciona a partir de la sin razón, de la locura, del delirio, la
enfermedad de amar. Piepper (1976: 38-39) diría: se trata de “la finalidad no
expresada, pero orientada inequívocamente al placer sensual, la
67
Capítulo 4°
Pretender formar un estado ideal ha hecho que Platón, desde los primeros
libros de la República, se ubique frente a dos discusiones que tampoco
nosotros podemos obviar: por una parte, como es del conocimiento de todos, el
tema de la justicia que parece ser se ha ganado el papel protagónico en las
intenciones del autor al escribir la República, y por otra parte, no menos
importante que la anterior, se plantea la discusión sobre la función ética de
quienes son considerados hombres justos. Así pues, definir el concepto justicia
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nos pone de cara a asumir una postura ética y una comprensión antropológica
del ciudadano.
variable. Así como cumplir la ley es necesario para poder hablar de una belleza
perfecta del alma, también la sociedad debe entrar en función de educar a los
jóvenes en beneficio de la importancia de la ley, además de acatar la ley con el
fin último de dar cumplimiento a la voluntad divina. De tal suerte que la ley, que
ha sido dada por los dioses tal como sucede con la manía, no puede ser
entendida como el límite de la libertad humana, sino como la tendencia a
alcanzarla cada vez con mayor cercanía; esto se da en cuanto que la ley busca
defender los derechos de la comunidad, a pesar de sacrificar los intereses del
individuo particular. Pues a quien duda de la justicia divina, le será reprochada
su estrecha visión, dado que no puede contemplar el plan general que tienen
los dioses para el hombre y su Estado.
Lo anterior se debe a que según la cultura griega, los cuerpos celestes son de
naturaleza divina pues su ubicación espacial hace que sean considerados
cercanos al mundo supra celeste, en donde se encuentran las Formas
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verdaderas de todo cuanto existe, y a donde tienen acceso directo los dioses.
Gomperz (2000: 515) nos dice que Platón reconocía y admiraba, por su
condición de filósofo, el dominio de las reglas, de la simetría, de la armonía, del
ritmo de las matemáticas y de la música, y sobre todo, de la astronomía.
Sin embargo, obedecer las leyes no es algo que vaya a dar beneficios única y
exclusivamente a los dioses. Hay una consecuencia natural, una utilidad, que
se da a partir de dicho acatamiento. Guthrie (1994) nos recuerda que en la
doctrina platónica, el concepto de “organización” se muestra como la finalidad
práctica de todo acatamiento. No estamos muy seguros de acuñar el término
ser “esclavos” de la ley, pues en beneficio del orden que genera todo proceso
de organización, la esclavitud debe ser traducida como el arte de servir en
virtud de un beneficio común. Recordemos que, según el análisis que se le ha
hecho ya al tercer discurso, la tranquilidad del alma se dará en los mortales una
vez se logre alcanzar un equilibrio que redunde en el control de las fuerzas
desenfrenadas del corcel indómito por parte del auriga, con la ayuda del buen y
manso corcel.
Sin embargo Vlastos (1995: 70) advierte que el concepto de justicia no debería
ser interpretado de la misma manera hoy a como lo interpretaban los griegos.
“But first I must try to establish that there is such a thing as a theory of justice in
that dialogue whose formal theme is dikaiosunē. As is well known, this words
not true equivalent of our “justice”.” (Vlastos, 1995: 70-71) [Pero lo primero que
debo tratar de establecer lo que aquí más que una cosa es una teoría de justicia
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Gomperz (1912) hace una afirmación que puede sintetizar de entrada este
componente que propone Platón: “La intención de los dioses persigue el
bienestar del todo, no de cada partícula y de cada pedazo; la parte existe para
el todo y no el todo para la parte” (Gomperz, 1912: 671).
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Nos compete en este pasaje, demostrar que las mismas características que
padece el Estado en su proceso de conformación las asume el alma. Es así
como, estando el todo por encima de las partes, la guerra y la lucha que existe
entre ciudades, entre aldeas, luego entre familias, e individuos, también se vive
en el interior del ser humano, en la intimidad de su alma.
Tomamos de nuevo el hilo que había conducido toda reflexión previa. El auriga
con su coche, queriendo contemplar la Formas verdaderas que se encuentran
en el estado supra celeste, lucha ya sea contra su propia torpeza, ya contra el
desenfreno del caballo petulante. El alma, “por la mezcla de estos sentimientos
encontrados, se aflige ante lo absurdo de lo que le pasa, y no sabiendo por
donde ir, se enfurece, y, así enfurecida, no puede dormir de noche ni parar de
día y corre deseosa a donde piensa que ha de ver al que lleva consigo la
belleza” (Platón, 1999: 356-357 [251e]); enfurecida como es la reacción del
guardián cuando observa un peligro que amenaza con acabar la paz del Estado
por él defendido.
Foucault (2000: 75), en el sentido político de Platón que se puede tomar de sus
lecciones propone indagar acerca de la inquietud de sí, y esto supone además
una reorganización ad intra tanto del alma como del estado, por medio de unas
técnicas que ayudan a llevar a hacer efectivo el “conócete a ti mismo”. Esa
reorganización es la que necesita la Polis en el sentido ideal que propone
Platón. Una organización que parta del principio de equilibrio el cual es
otorgado a partir de una insistencia en hacer lo que el deber ético y moral exige.
Gomperz (2000: 514-515) dice que el éxito de orden de la Polis platónica radica
en que cada integrante de la ciudad-estado cumpla su función de la mejor
manera (virtuosamente), de tal modo que ese comportamiento justo y moral,
garantizaría la justicia como forma de vida del Estado.
5. CONCLUSIONES
del camino que se seguirá en el transcurrir del tercer discurso. Por ello propone
la temática con una tendencia controvertida pero usando un lenguaje propio e
implementando categorías filosóficas. No podemos dejar pasar desapercibido el
hecho de que Lisias es considerado Sofista, y en su habilidad en el uso de las
palabras, quizás haya sido puesto a propósito como el creador del primer
discurso, razón por la cual hay motivos suficientes para rebatir sus
planteamientos acerca del amor eros, y razones igualmente válidas para dar
créditos a quienes asumen el arte de la oratoria como la médula del diálogo. No
es menester del autor en esos dos primeros discursos definir el tipo de amor en
cuanto si es eros o psychē, pero sí hace un primer reconocimiento del amor
desde la sensibilidad humana, desde el componente erótico, desde la passio;
quizás la más primaria de todas las interpretaciones que se pueden dar de él: el
amor desde lo entusiástico, desde el irresponsable capricho enamoradizo y
desde la irracionalidad del amante.
La clave para entender una conversión como la que vive Sócrates en el paso
del segundo al tercer discurso se encuentra en la comprensión que tengamos
del concepto manía. Es fuertemente criticada por Lisias en un primer lugar; la
ataca apelando al desenfreno delirante del enamorado quien, por estar
desconectado de su condición racional, producto del enamoramiento, cae en un
estado de irresponsable embriaguez. Es precisamente esa desconexión que
sufre el enamorado, la que lo hace reconocerse vulnerable, y encontrándose en
estado de irracionalidad, es decir de está-fuera-de-sí; esta condición es
reconocida por Platón como un don ofrecido por los dioses a los hombres
escogidos especial y dichosamente por ellos: los enamorados. La manía en su
cuarto nivel, no será más tenida en cuenta únicamente como caprichosa y
entusiasta, sino que conformará el estado de desprevenida disposición para
acatar la voluntad de los dioses manifiesta en las leyes que imponen a los
hombres, será entendía como el desapego de las condiciones externas a la
realidad humana que de hecho también coartan hacer uso eficiente de la razón.
Sin duda alguna que hay un elemento que debe ser considerado el vértice de
todos los intereses tanto epistemológicos como políticos. Es la dimensión
metafísica en Platón: el alma, la psychē, debe ser el culmen de toda
comprensión platónica. El mito del auriga así lo plantea: la pone a luchar en
contra del desenfreno del caballo indómito y en consecuencia, la hace
responsable ya del éxito, ya del fracaso del hombre, en la empresa de
conseguir la contemplación del Bien, la Justicia y la Belleza. Es el alma la
víctima del forcejeo continuo y casi eterno entre la yunta de caballos; es el alma
el héroe o la víctima, dependiendo el caso, frente a los alcances del Estado
ideal; ella es el caminante interesado en alcanzar las Formas puras del mundo
supra celeste; en este sentido hemos de advertir que no hay nadie más
“creyente” (por su idealismo) que Platón. El mundo ideal es la potencial morada
del alma, hacia él van dirigidos todos los esfuerzos que el alma lleve a cabo; el
fin incluso del Estado es alcanzar ese mismo mundo, conocerlo, dominarlo.
Quien así lo haga podrá ser el gobernante, y su obligación será guiar al resto, a
los artesanos para el alcance de esa plenitud que todo griego del siglo V a. de
C. esperada.
que puedan ser las otras almas para el conocimiento del alma misma, es más
importante conocer la naturaleza del alma a decir el pensamiento y el saber por
medio del acercamiento a los dioses y que en este camino se puede dar
garantía de la consecución de la sabiduría (sophronysē).
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La traducción que Foucault (2000: 78) hace del “conócete a ti mismo” en el Francés es gnothi
seauton. Esta expresión tendrá que verse necesariamente relacionada con epimelei heautou
que traduce “inquietud de sí”; cuando una de estas expresiones se hace manifiesta en el
platonismo exige la presencia de otra, de tal suerte que Foucault reconoce que entre ellas hay
un “entrelazamiento dinámico, y una atracción recíproca”.
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El sí mismo al ser visto como alma, reestructura todas las consideraciones que
se puedan hacer respecto a él. Todas las energías del hombre deben estar
encaminadas al conocimiento del alma y esto redundará ineludiblemente en
beneficio del Bien, de la Justicia y de la Belleza. El hombre que se conozca a sí
mismo, entendiendo esto como que conozca su alma y además conozca los
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límites que ella tiene, será necesariamente indultado y por lo tanto su camino al
éxito es indiscutible. El eros y el conocimiento de sí buscan en última instancia
la misma meta: la libertad del hombre, la posibilidad de hacerlo cercano a las
Formas puras y por tanto la salvación de la ignorancia que redundará en el
alcance de la sophronysē.
Por último, en las Leyes, siendo ya anciano, Platón propone una forma especial
de asumir su doctrina. Es el otoño de la vida y por tanto, la calidez y la
serenidad se juntan con la sabiduría para hablar. Igual que le sucedió a Céfalo,
padre de Polemarco, Platón ya no se siente subyugado por el amo salvaje de
las pasiones. Ahora con toda tranquilidad y fluidez advierte que la norma no es
el límite de la libertad: ella es la voluntad de los dioses. Contempla por
intermedio de la astronomía, ciencia obligada para todos los jóvenes de su
época, cómo los astros obedeciendo la ley, llevaban el ritmo de sus
movimientos. Ellos, que por estar cerca al estado supra celeste, son
considerados realidades divinas, son modelo para el comportamiento de los
hombres. En vísperas de su muerte Platón, ya no el discípulo sino el maestro,
reconoce pues que el amor hace parte de ese mismo orden, de esa
organización que los dioses regalan a los hombres haciendo uso de la locura,
del entusiasmo, del delirio divino.
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6. BIBLIOGRAFÍA