Revolución y Amortización

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Capítulo segundo

REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN

I. Conquista y propiedad de la tierra

La conquista de México-Tenochtitlán, además de la superioridad


militar, aprovechó las concepciones míticas de los indígenas y, en
el caso de México, el problema existente con los tlaxcaltecas, anti-
guos enemigos de los aztecas o mexicas. Se dio inicio a un proceso
de descomposición de la cultura indígena, empezando con la pér-
dida de las élites sociales. Los conquistadores celebraron una serie
de alianzas con los líderes indígenas, que fueron los primeros en
ser evangelizados, con la consiguiente incorporación de éstos a la
cultura occidental.
Para el siglo XVIII las familias pertenecientes a la nobleza
indígena habían descendido social y económicamente, en par-
te por la pérdida de sus tributarios, que pasaron a tributar de
acuerdo con la administración de los encomenderos.62 Lo prime-
ro que sufrieron los aztecas fue la deformación de sus costum-
bres, que fueron mal interpretadas por los conquistadores, como
el creer que el cacique63 era un señor feudal; así, se le impuso
características ajenas al mismo. Se le dio el cargo de cacique a

62 Gibson, Charles, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), trad. de


Julieta Campos, Siglo XXI, México, 1967, p. 196.
63 Término tomado por los españoles del lenguaje de los nativos de la His-
paniola, que calificaba al jefe tribal local. Este término fue aplicado en México
hasta llegar a convertirse en sinónimo de señor feudal. Véase Aguirre Beltrán,
Gonzalo, Formas de gobierno indígena, Instituto Nacional Indigenista, México,
1981, p. 33.
27

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28 OSCAR CRUZ BARNEY

los antiguos tecuhtlis, o en el caso de Tenochtitlan, al cihuacóatl. En


ocasiones, en razón del desconocimiento, se les otorgó el cargo a
viejos funcionarios de más bajo rango.64
Por otra parte, el cargo dejó de ser el resultado de una elec-
ción para convertirse en hereditario, lo que transformó al anti-
guo tecuhtli en señor, con el consiguiente problema de legitimidad.
En un principio se les otorgaron una serie de funciones guberna-
tivas, judiciales, fiscales, etcétera. Los principales de los diversos
barrios que dependían de la cabecera auxiliaban a los caciques.
Hacia mediados del siglo XVI, se ordenó que los señores indíge-
nas fueran llamados principales y que en los pueblos de indios estos
principales tuvieran funciones de caciques.65
Además, el régimen municipal europeo se introdujo en los
pueblos indígenas; los gobernadores y los alcaldes66 asumieron
las funciones gubernativas y judiciales; a los caciques únicamente
se les dejó las funciones de recaudación de tributos y la gestión
de todo lo relativo al servicio personal.67 El cargo de gobernador
empezó a diferenciarse del de tlatoani, por lo que los dos cargos lo
desempeñaban distintas personas.68 El cacique estaba sujeto a la

64
Solórzano y Pereira, Juan de, Política indiana, Compañía Ibero-Americana
de Publicaciones, Madrid, 1930, t. I, libro II, capítulo XXVII, núm. 1.
Encinas, Diego de, Cedulario indiano, ed. facsimilar de la única de 1596,
65

Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1945, t. IV, fol. 291.


66
En 1601 fueron nombrados cinco alcaldes en México: “Martín Suárez
Cozcacuauh, de San Juan, que era fiscal; Miguel Sánchez Hueton, de San Juan,
que era regidor; don Bartolomé Francisco Xochiquen, de San Pablo, que fue
alcalde por segunda vez; don Miguel Sánchez, de Atzacualco, que fue alcalde
por sexta vez; y Gabriel Suárez, de Santa María, que fue alcalde por segunda
vez”. Véase Chimalpáhin, Domingo de, Diario, paleografía y traducción Rafael
de Tena, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2001, Colec-
ción “Cien de México”, p. 81, ver asimismo la p. 207.
67
Zavala, Silvio y Miranda, José, “Instituciones indígenas en la colonia”,
Métodos y resultados de la política indigenista en México, Instituto Nacional Indigenis-
ta, México, 1954, p. 60.
Gibson, Charles, op. cit., p. 171. Las actividades de dichos gobernadores
68

y principales pueden verse claramente en Chimalpáhin, Domingo de, Diario,

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 29

autoridad española regional, al corregidor o al alcalde mayor. En


sus inicios, dependía del encomendero.
Los pueblos de indios estaban obligados a sostener a su señor
entregándole anualmente una determinada cantidad de pesos, la
siembra de maíz, algodón, etcétera, y el servicio personal en su
casa. Además, el señor podía utilizar el don castellano y era con-
siderado hijodalgo, con derecho a montar a caballo, usar armas
y, finalmente, tener la condición de nobleza. Este ennoblecimien-
to del cacique trajo consigo un fortalecimiento de los antiguos
nobles o piles.
Por otra parte, las costumbres indígenas se mezclaron con las
españolas, como es el caso del cabildo indígena y el cabildo de
españoles, aunque las costumbres indígenas poco a poco fueron
desapareciendo, o bien, surgieron nuevas costumbres indígenas
alrededor del derecho escrito, ya sea conforme a él, suplemen-
tándolo o incluso contradiciéndolo.69
La Corona de Castilla, antes que eliminar el derecho indíge-
na precortesiano, buscó su incorporación al nuevo sistema jurídi-
co implantado, aprobando y confirmando la vigencia de las cos-
tumbres que fueran compatibles con los intereses de la Corona y
del cristianismo. En la Recopilación de Leyes de los Reynos de las
Indias de 1680, publicada en 1681, se estableció que:

...las leyes y buenas coftumbres, que antiguamente tenias los


Indios para fu buen govierno y policia, y fus ufos y coftumbres
obfervadas y guardadas defpués que fon chriftianos) y que no fe
encuentran con nueftra Sagrada Religión, ni con las leyes de efte
libro, y las que han hecho y ordenado de nuevo fe guarden y exe-
cuten, y fiendo neceffario, por la prefente las aprobamos y con-
firmamos, con tanto, que Nos podamos añadir lo que fuéremos
fervido, y nos pareciere que conviene al fervicio de Dios nueftro
Señor, y al nueftro, y á la confervacion y policia Chriftiana de los

paleografía y traducción de Rafael de Tena, México, Consejo Nacional para la


Cultura y las Artes, 2001, colección “Cien de México”.
69 Zavala, Silvio y José Miranda, op. cit., p. 62.

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30 OSCAR CRUZ BARNEY

naturales de aquellas Provincias, no perjudicando á lo que tienen


hecho, ni á las buenas y juftas coftumbres y Eftados fuyos.70

Ello no impidió que los indígenas abandonaran sus costum-


bres, si así lo decidían, en beneficio del nuevo sistema.71 Así, por
ejemplo, entre los indígenas se escogían los jueces pedáneos, regi-
dores, alguaciles, escribanos y otros ministros de justicia, quienes
podían administrar la justicia de acuerdo con sus costumbres y
dirimir los pleitos de menor cuantía en sus pueblos.72
La evangelización indígena iba a la par del proceso de culturi-
zación, ardua tarea efectuada en la mayor parte de la propia len-
gua de los indios.73 Los caciques fueron los primeros en ser evan-
gelizados y en aprender el castellano por el ejemplo que darían a
los demás indígenas, política que dio magnificos resultados.74
El 6 de enero de 1536 se inauguró en México el colegio fran-
ciscano de Santiago Tlaltelolco, fundado en el arrabal de ese
mismo nombre el día de la Santa Cruz, ceremonia que fue pre-
sidida por el primer virrey de la Nueva España, don Antonio de
Mendoza y bajo la dirección de fray Juan de Zumárraga. Se en-
señaba lectura, escritura, música, latín, retórica, lógica, filosofía
y medicina indígena. El más famoso latinista egresado del colegio
fue Antonio Valeriano, a quien se comparó con Cicerón, alumno
de fray Bernardino de Sahagún.75

70 Paredes, Julián de, Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, 1681, Fac-
similar, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1973, lib. II, tít.I, L.IIII (Real
cédula del 6 de agosto de 1555).
71 Margadant, Guillermo Floris, Introducción a la historia del derecho mexicano,
10a. ed., México, Esfinge, 1993, p. 36.
72 Solórzano y Pereira, Juan de, op. cit., t. I, libro II, capítulo XXVII, núm.
12. La cédula se puede ver en Encinas, Diego de, Cedulario indiano, t. IV, fol. 274.
73 Vázquez, Josefina Zoraida, La imagen del indio en el español del siglo XVI,
Xalapa, Biblioteca Universidad Veracruzana, 1991, p. 92.
74 Solórzano y Pereira, Juan de, op. cit., t. I, libro II, capítulo XXVI, núms.
19-20 y libro II, capítulo XXVII, núm. 29.
75 Ricard, Robert, La conquista espiritual de México, trad. de Ángel María Ga-
ribay, Jus-Polis, México, 1947, pp. 123, 124 y 392-402.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 31

La propiedad de la tierra podía corresponder no sólo a los


particulares, sino también a las comunidades y corporaciones.

a) Propiedad privada. El nacimiento del derecho de propiedad


sobre tierras a título particular se manifestó en las capitulaciones,
instrucciones y ordenanzas sobre descubrimientos, conquistas y
poblaciones. Por merced del rey y por el repartimiento gratuito
de la tierra se perfilaba la propiedad particular en los primeros
mementos del siglo XVI. Una vez que el particular cumplía con
ciertas condiciones, como edificar dentro de los cinco años si-
guientes en el solar que le fue concedido, o bien que se trabajara
la tierra, o que se comprometiera a no donar sus bienes a la Igle-
sia. Además, era necesario respetar el derecho a las minas de la
Corona y no afectar los intereses existentes de las comunidades
indígenas.76

En la Nueva España el repartimiento lo hizo también la Real


Audiencia desde 1531 y el virrey desde 1535 con la necesaria
confirmación real.77 La tierra se convirtió en la manera de pagar
el esfuerzo del conquistador, si bien la Corona repartió tierra rea-
lenga a todo particular que la pidiera con voluntad de coloniza-
ción, fuera criollo, mestizo o recién llegado a las Indias.78
Si bien las tierras se entregaban en forma gratuita en un ini-
cio, cada vez fue más frecuente que la Corona las vendiera o
bien, tras la reforma agraria de 1591, se obtenía dinero de la
composición de los títulos de propiedad que tuvieran defectos,
mediante el pago de una multa o aportación económica.79 Esta
composición de 1691 buscaba la corrección de las irregularida-
des verificadas en la posesión de la tierra y obtener recursos para
la Corona, exigiendo a los poseedores la exhibición de sus títulos

76
Margadant, Guillermo Floris, Introducción..., cit., p. 89.
77
Solano, Francisco de, Cedulario de tierras. Compilación de legislación agraria
colonial (1497-1820), México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
1984, p. 28.
78 Ibidem, p. 21.
79 Ibidem, pp. 18 y 42.

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a solicitud de la autoridad.80 La composición se repitió en 1631,


1635, 1640 y 1643 con el fin de recabar fondos.81
El primero de julio de 1692 se creó la Superintendencia del Be-
neficio y Composición de Tierras o Juzgado de Tierras, encargado de los
negocios de este rubro, de la corrección de los problemas de pro-
piedad, composición y venta.82 Además, la superintendencia es-
taba encargada de recaudar lo que a la Real Hacienda debían los
propietarios rurales.
El superintendente estaba facultado para nombrar subdele-
gados, que conocerían en el ámbito de su jurisdicción las causas
sobre composiciones, los cuales actuarían como jueces de tierras.
En 1715 se establecieron con claridad las funciones del juzgado:
recaudar todo lo que se debiera de compras de villas, lugares,
jurisdicciones, dehesa, bosques, plantíos, alcabalas, pechos y de-
rechos que tocaran a la Real Hacienda.
Además, debía llevar la dirección de las tierras, sitios, aguas y
lo demás perteneciente al Real Patrimonio y que se poseyera sin
título y justa causa. Se encargaba también de la venta de baldíos.
En 1736 se dieron instrucciones generales a los jueces de la com-
posición de tierras, y se inició la composición de tierras de indios
y de la Iglesia.83
El 15 de octubre de 1754 se produjo una nueva reforma
agraria que se encargó de la revisión de los títulos de propiedad
posteriores a 1700 y admitió la prescripción de las cultivadas an-
tes de ese año.84
En Indias se intentó evitar el desarrollo del latifundio. Sin
embargo, éste se produjo por distintas vías, una de las cuales fue

80 Recopilación de Leyes de los reinos de las Indias (en adelante, Rec. Ind.), lib. IV,
tít. XII, ley 14.
Solano, Francisco de, Cedulario..., cit., p. 50.
81
82 Ibidem, p. 61.
Ibidem, p. 68.
83

Pérez y López, Antonio Xavier, Teatro de la Legislación Universal de España


84

e Indias, Madrid, Imprenta de Antonio Espinoza, 1791-1798, XXVIII, t. V,


pp. 217-225.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 33

el mayorazgo, que consistía en una institución del derecho castella-


no regulada por las Leyes de Toro de 1505.
Ésta consistía en “el derecho de suceder en los bienes dejados
por el fundador con la condición de que se conserven íntegros per-
petuamente en su familia para que los lleve y posea el primogénito
más próximo por orden sucesivo”.85 Con él, los bienes salían del
comercio y se perpetuaban dentro de un patrimonio familiar.
b) La propiedad comunal de ciudades, villas y lugares. Junto con
la formación de la propiedad particular, nació la propiedad de las
ciudades y villas a las que se les adjudicaban solares de propios y
tierras, junta con una declaración de aprovechamiento comunal
de montes, pastos y aguas.
c) La propiedad corporativa: propiedad de la Iglesia y prime-
ros intentos de desamortización. Desde los inicios de la expansión
española en Indias, la administración quiso evitar que se repitie-
ran algunas de las situaciones sociales y económicas propias de la
Península en cuanto a la tenencia de la tierra, además de intentar
fortalecer la capacidad fiscal del Estado. Se pretendió impedir las
grandes concentraciones de tierras en manos de la Iglesia, por
lo que desde las primeras mercedes de tierras se condicionaba al
beneficiario a no vender a hospital, iglesia, monasterio o perso-
na eclesiástica. Pese a los esfuerzos estatales, la acumulación se
produjo, lo que dio lugar, en la segunda mitad del siglo XVIII, a
procesos de desamortización de bienes.

En el trazado cuadriculado de los núcleos urbanos de recien-


te creación se destinaban espacios a los templos y conventos de
las órdenes mendicantes franciscana, dominica, de Nuestra Se-
ñora de la Merced y de los agustinos, y el centro se reservaba a
la catedral o iglesia mayor. El modo de vida austero propio de las
órdenes mendicantes, con escasas propiedades para su sosteni-
miento, se mantuvo durante una parte del siglo XVI, que fue de
evangelización en manos del clero regular.
85 Véase la cita que se hace en Bartolomé Clavero, Luis de Molina, Mayo-
razgo. Propiedad feudal en Castilla 1369-1836, 2a. ed., Madrid, Siglo XXI, 1989,
p. 211.

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Con el clero secular se inició una serie de donaciones de las


tierras que los indios destinaban a sus sacerdotes y temples, que
pasaron a manos de las iglesias para su sostenimiento. Además,
a pesar de las precauciones tomadas por el Estado en materia de
ventas y donaciones de tierras a las iglesias por los particulares,
con el tiempo y desde la segunda mitad del siglo XVI, se abrió
la posibilidad de que iglesias y monasterios poseyeran tierras ce-
didas o vendidas por los particulares, no realengas, las cuales al
momento de entrar en el dominio eclesiástico dejaban de con-
tribuir fiscalmente al Estado, es decir, caían en manos muertas.
Esta situación obligó en 1576 a repetir la prohibición a los
particulares de donar o vender sus tierras a la Iglesia y se orde-
nó el levantamiento de un censo, que se llevó a cabo en 1577 y
1579. La propiedad rural de la Iglesia y de los eclesiásticos en
lo individual aumentó de manera considerable, más aun con la
presencia de la Compañía de Jesús, que dio a sus propiedades un
intenso aprovechamiento agrícola y asistencial. De todos modos,
las prohibiciones a los seglares de que vendieran sus tierras al
clero se sucedían.
En el siglo XVII las órdenes y las congregaciones estaban en
posesión de grandes extensiones rurales que, al estar exentas del
pago de impuestos, dañaban al Estado y también al clero dioce-
sano que dejaba de percibir los diezmos. Con la creación de la
Superintendencia del Beneficio y Composición de Tierras, en 1692, se in-
tentó corregir esta situación, por lo que la composición alcanzó
las tierras de los eclesiásticos. Gracias a ello, la Iglesia pagó las
cantidades que en los casos de ocupación irregular correspondía
y el Estado logró por primera vez realizar una cuantificación de
los bienes rústicos de ésta.
En 1735 se puso fin a la situación de privilegio de la Iglesia
frente al Estado en materia de impuestos, ya que mediante un
concordato suscrito entre la Santa Sede y el Estado se reconocía
que habrían de pagar impuestos todas las propiedades nuevas que
fueran incorporadas al patrimonio de las instituciones eclesiás-
ticas.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 35

Se pensaba que las tierras en poder de la Iglesia, de los muni-


cipios o de otras “manos muertas” rendían poco, que quedaban
al margen del libre comercio y que se sustraían, por el carácter
privilegiado de sus propietarios, a todo tipo de tributación en fa-
vor de la Hacienda Real.86
El primero de los grandes actos de desamortización se pro-
dujo en 1762 con la expulsión de la “Compañía de Jesús” de las
posesiones españolas, lo que tuvo como consecuencia un recorte
muy importante de la actividad económica y productiva en el
mundo rural. La desamortización continuó a principios del siglo
XIX; en 1804 se creó la Junta de Consolidación para la venta de fon-
dos rústicos y urbanos que sostenían algunas asociaciones piado-
sas. Con esto se suscitaron una serie de cambios que propiciaron,
en un momento dado, los inicios del movimiento insurgente.87

II. Los bienes de las comunidades indígenas

Las tierras indígenas se incorporaron a las estructuras españolas con


criterios y medidas agrarias diferentes de las prehispánicas, con re-
conocimiento de la propiedad de los indios sobre sus tierras y con
variación en la distribución de acuerdo con el grado de desarrollo
cultural de las poblaciones indígenas.
Las autoridades virreinales se encargaron de reorganizar la
situación de las diferentes etnias. Las concentraron en unidades
urbanas a partir del año 1500 y les otorgaron nuevas tierras; ade-
más, promovieron la colonización dirigida, de lo que se deriva-
ron títulos de propiedad que debían protegerse en contra de los
posibles abusos. Muchas de estas poblaciones nuevas se situaron
cerca de los asentamientos originales; otras fueron de nueva crea-
ción mediante el traslado de grades grupos de pobladores a otros
lugares, otorgándoles espacios comunales, tierras para el cacique

86 Tomás y Valiente, Francisco, El marco político de la desamortización en España,


Barcelona, Ariel, 1971, p. 15.
87 Solano, Francisco de, Cedulario..., cit., pp. 90-96.

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36 OSCAR CRUZ BARNEY

y para los particulares. Estos pueblos de indios fueron modelos


aplicados uniformemente con las diferentes etnias y con resulta-
dos diferentes.88
Se buscó que el indígena fuera un campesino capaz y auto-
suficiente, a fin de abastecer los núcleos urbanos y las zonas de
explotación minera. Alrededor de los pueblos indios se extendie-
ron las propiedades ganaderas, de hacienda y los latifundios. Los
asentamientos así organizados por los españoles facilitaban no
sólo contar con la mano de obra necesaria, sino también la evan-
gelización y el control fiscal.
Mediante la Real Cédula del 10 de junio de 1540 nació la
política de las reducciones de indios de manera sistemática con
un programa urbanizador, que hizo que la colonización se rea-
lizara en y desde las ciudades. En 1548 se ordenó al virrey de
Nueva España que procediera a reunir en pueblos grandes a los
indios de Yucatán y Cozumel, política que se extendió a todo el
territorio novohispano en 1549 mediante la Real Cédula del 9 de
octubre de 1549 a la Audiencia de la Nueva España ordenando sean hechos
pueblos de indios, con autoridades municipales elegidas entre el vecindario.89
Esta disposición se repitió en la instrucción dada por el monarca
al virrey Luis de Velasco en 1550 y se insistió en ello en 1560 y
1578.
Como incentivos para el traslado, al indígena se le ofrecían
tierras nuevas y más extensas, con mayores recursos. Los misio-
neros se encargaron de convencer al cacique y a la nobleza in-
dígena con el ofrecimiento a él y a la comunidad de ventajas
económicas y sociales. El misionero tuvo que enfrentarse además
con el encomendero, pues buena parte de esa población indígena
dispersa ya estaba encomendada.
El trazo de los pueblos de indios se hacía de acuerdo con la
misma estructura urbana que los pueblos de españoles: la cuadrí-
cula del terreno. Las poblaciones variaban de 300 a 400 vecinos

Ibidem,
88 pp. 76 y 77.
89
Documento núm. 49 en Solano, Francisco de, Cedulario…, cit., y en Enci-
nas, Diego de, op. cit., fol. 272.

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sobre un espacio de 500 varas medidas desde el centro del pue-


blo a los cuatro vientos, que serían las tierras para vivir y sem-
brar, denominado fundo legal a partir del siglo XVIII, guardando
además una distancia mínima de mil varas entre un fundo y un
asentamiento de españoles.90 En 1687 se aumentó el fundo legal
a 600 varas, pero medidas desde la última casa, además de que
se aumentó la distancia mínima entre un asentamiento de indios
y de españoles a 1,100 varas. Esto se modificó en 1695 a causa
de los ganaderos españoles, quienes lograron que la medición se
hiciera de nuevo desde el centro del pueblo de indios.91 Los terre-
nos situados después del fundo legal eran los comunales, y detrás
de ellos el límite de las 1,100 varas.
Por su parte, la propiedad privada indígena subsistió y la Co-
rona la protegió al prohibir, en 1503, que se vendiera a cambio
de cuentas de vidrio y cosas semejantes de poco valor, sino a pre-
cios justos. Los caciques cometieron fraudes sin cesar mediante la
venta de tierra comunal, lo que volvió rígidos los procedimientos
de venta de tierras de indios en 1571, ya que se exigió autoriza-
ción para ello. En ventas menores de 30 pesos de oro bastaba
la autorización del juez ordinario; en las mayores debía hacerse
mediante almoneda pública.92
Es importante señalar que los bienes de la comunidad no po-
dían enajenarse, y en 1781 la Corona aclaró que los indios tenían
solamente el dominio útil respecto de ellas y extendió la prohibi-
ción a los de particulares. Podían testar disponiendo de sus bienes
por esa vía, pero a falta de herederos, debían sucederla al pueblo
de indios, nunca a españoles.
A los caciques los consideraron equivalentes jerárquicos de
los hidalgos españoles, por lo que se les concedió cierto número
de tierras en cada pueblo de indios, más la mano de obra respec-
tiva. Estas diferencias trajeron consigo multitud de pleitos entre

90
1000 varas equivalen a 838 metros.
91
Solano, Francisco de, Cedulario…, cit., pp. 84 y 85.
Rec. Ind., lib. VI, tít. I, ley XXVII.
92

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38 OSCAR CRUZ BARNEY

los macehuales y sus caciques por la posesión de tierras comu-


nales.93
Los lugares donde se fundaren los pueblos de indios debían
tener comodidad de aguas; tierras y montes; entradas y salidas;
labranzas, y un ejido de una legua de largo a fin de que los indios
pudiesen tener sus ganados sin que se revolviesen con otros de
los españoles.94
Es decir, cada pueblo de indios tendría, y efectivamente tuvo,
dos tipos de tierras: las tierras comunales compuestas por las
aguas, tierras y montes, entradas, salidas y labranzas, y las ejidales
compuestas por un ejido de una legua de largo para el ganado.
En la Recopilación de leyes de los Reinos de las Indias de
1680 se establecería que uno de los oidores de la real audiencia
correspondiente tenía que salir a visitar la tierra de su distrito y
las ciudades y pueblos de él, para informarse de la calidad de la
tierra, número de pobladores y posibles medios para mejorar su
sustento. Era necesario procurar que los indios tuvieran bienes
de la comunidad, así como de que plantaran árboles.95
Además, los indios reducidos a los pueblos mantendrían sus
tierras y propiedades privadas que dejaren fuera de las tierras de
la nueva población.96 En cada pueblo de indios habría un alcalde
indígena y si el número de casas era mayor de 80, habría dos al-
caldes y dos regidores también indios.97
Se dispuso además que la venta, beneficio y composición de
tierras debía de hacerse de manera tal que a los indios se les
debía dejar “con sobra” todas las que les pertenecieren, así en
lo particular como por comunidades. Las aguas y riegos, y las
tierras en donde hubiesen hecho acequias o cualquier otro bene-
ficio, debían reservarse en primer lugar a los indios y por ningún

93
Solano, Francisco de, Cedulario..., cit., pp. 89 y 90.
Rec.
94 Ind., lib.VI, tít. III, ley VIII.
Rec. Ind., lib. II, tít. XXXI, ley LX.
95

Rec. Ind., lib.VI, tít.III, ley IX, .


96

Rec. Ind., lib.VI tít.III, ley XV.


97

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 39

caso se podían vender o enajenar.98 En las composiciones de tie-


rras las comunidades indígenas debían ser preferidas.99
Mediante Reales Cédulas del 4 de junio de 1687 y 12 de junio
de 1695, se estableció que a los pueblos de indios de la Nueva
España debía dárseles todas las varas de tierra que fueran nece-
sarias para que los indios vivan y siembren sin escasez ni limita-
ción.100
Todos los bienes de las comunidades indígenas que “el cuer-
po y colección de Indios de cada Pueblo tuviere” debían entrar
en las Cajas de Comunidad para que de allí se gastara lo preciso en
beneficio común y se atendiera a su conservación y aumento.101
La plata que resultara de los bienes, censos y rentas de la comu-
nidad solamente podía gastarse en lo que se dirigiera al descanso
y alivio de los indios, en su provecho y utilidad.102
Las cortes de Cádiz expidieron el 9 de noviembre de 1812
el decreto CCVII, Abolición de las mitas. Otras medidas a favor de los
Indios,103 por el que se ordenó la repartición de tierras a los indios
casados o mayores de 25 años fuera de la patria potestad. Las tie-
rras se tomarían de las inmediatas a los pueblos que no fueran de
dominio particular o comunitario. Si las tierras comunales eran
muy cuantiosas con respecto a la población del pueblo a que per-
tenecían, se repartiría cuando más hasta la mitad de dichas tie-
rras, debiendo tener conocimiento de dichos repartimientos las
diputaciones provinciales.

Rec.
98 Ind., lib. IV, tít. XII, ley XVIII.
Rec.
99 Ind., lib. IV, tít. XII, ley XIX.
100 Bentura Beleña, Eusebio, Recopilación Sumaria de todos los autos acordados de
la Real Audiencia y Sala del Crimen de esta Nueva España, México, impreso por Felipe
de Zúñiga y Ontiveros, 1797, disposición 382 del tercer foliaje, t. I.
101 Rec. Ind., lib.VI, tít. IV, ley II.
102 Rec. Ind., lib.VI, tít. IV, ley XIIII.
103 Decreto CCVII, Abolición de las mitas. Otras medidas a favor de los Indios, en
Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales y Extraordina-
rias, reimpresa de Orden del Gobierno, Sevilla, Imprenta Mayor de la Ciudad,
1820, t. 3, pp. 161 y 162.

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40 OSCAR CRUZ BARNEY

III. El siglo XIX, las Leyes de Reforma


y la idea de la codificación

Con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano


de 1789,104 frente a la concepción jurídica del antiguo régimen,
existen sólo dos valores político-constitucionales: el individuo y la ley
como expresión de la soberanía de la nación.
A partir del siglo XVIII se va a considerar, cada vez con
mayor fuerza, que la ley es la única fuente legítima del derecho,
única capaz de expresar la voluntad general y que por ello se im-
pone por encima de cualquier otra forma de producción jurídica,
debilitando a las demás: “el viejo pluralismo jurídico, que tenía a
sus espaldas, aunque con varias vicisitudes, más de dos mil años
de vida, se sofoca en un rígido monismo.”105
En este sentido, la división de poderes será el cimiento para
asignar la producción jurídica al Poder Legislativo, que se identi-
fica como titular de la soberanía popular. Así, la voluntad general
será expresada a través de la representación y ésta se expresa a
través de la ley, “fundamento material de su lugar en la jerarquía
normativa”.106 La codificación sostiene la idea de superar el par-
ticularismo jurídico y afirma la autoridad del Estado.107
El código deberá ordenar y orientar la libertad e igualdad
de los individuos exigida por el derecho natural. En México, la

104 Sobre los antecedentes de la Declaración véase Gazzaniga, Jean Louis,


“La dimension historique des libertés et droits foundamentaux” en Cabrillac,
Remy, Frison-Roche, Marie-Anne y Revet, Thierry (coords.), Libertés et droits
fondamentaux, 8a. ed., París, Dalloz, 2002, pp. 16-23. Para la evolución de los de-
rechos del hombre resulta de interés la obra de Dufour, Alfred, Droits de l’homme
droit naturel et histoire, París, Presses Universitaires de France, 1991.
105 Grossi, Paolo, Mitología jurídica de la modernidad, trad. Manuel Martínez
Neira, Madrid, Trotta, 2003, p. 75.
106 Cabo Martín, Carlos de, Sobre el concepto de ley, Madrid, Trotta, 2000, p. 20.
107 Dickmann, Renzo, “Codificazione e processo legislativo”, en Costanzo,
Pasquale (coord.), Codificazione del diritto e ordinamento costituzionale, Napoli, Facoltá
di Giurisprudenza della Universitá di Camerino, 1999, p. 61.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 41

codificación significó la creación de una igualdad formal de la


sociedad, sin poder borrar una desigualdad material existente.108
Ya en la Constitución de Apatzingán de 1814,109 se estable-
ció, entre otros puntos, que la felicidad del pueblo consiste en el
goce de la igualdad, la seguridad, la propiedad y la libertad. El
Acta Constitutiva y de Reformas del 21 de mayo de 1847 con-
tiene, entre otras, la idea de que para asegurar los derechos del
hombre, reconocidos por la Constitución, una ley habría de fijar
las garantías de libertad, seguridad, propiedad e igualdad de que
gozaban todos los habitantes de la República, así como los me-
dios para hacerlas efectivas.
En medio del proceso y esfuerzos codificadores, se producen
los ajustes que llevarán a la expedición de las Leyes de Reforma.
El ideal de la igualdad jurídica debía de pasar por la igualdad en
las formas de propiedad de la tierra. Aquí las corporaciones civiles
y religiosas habrían de sufrir las consecuencias de estos cambios.
Se considera que la Guerra de Tres Años es continuación
de la de Ayutla, y se caracterizó, como la anterior, por un levan-
tamiento popular que se enfrentó al ejército profesional. El mo-
vimiento de Ayutla estaba dirigido por los moderados que trata-
ban de alcanzar la reforma persuasiva y paulatinamente; el de la
Guerra de los Tres Años fue encabezado por los puros que van a
consumar la renovación. En este sentido, los moderados, que ha-
bían cumplido ya su destino histórico, se retiraban del escenario
político ante el fracaso de su intento conciliatorio; así quedaban
frente a frente los liberales y los conservadores, con ideas defini-
das y en principio irreconciliables.
La administración de Félix Zuloaga se formó con elementos
conservadores y su primera acción fue declarar insubsistentes las
disposiciones reformistas. El 20 de diciembre de 1858 se reveló

En este sentido Tau Anzoategui, Víctor, La codificación en la Argentina, 1810-


108

1870. Mentalidad social e ideas jurídicas, 2a. ed., Buenos Aires, Librería-Editorial
Emilio J. Perrot, 2008, p. 18.
109
México ha tenido los siguientes textos constituciones: 1812, 1814, 1824,
1835, 1836, 1843, 1847, 1853, 1857, 1858, 1865 y 1917.

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42 OSCAR CRUZ BARNEY

en Ayotla el general conservador Miguel Echeagaray, encargado


de atacar a Veracruz. Él reprobó tanto la Constitución de 1857
como el programa del gobierno de México y proclamó la reu-
nión de una asamblea constituyente. La guarnición de la capital
secundó el plan y Zuloaga renunció. En su lugar designó al gene-
ral Manuel Robles Pezuela.
El 1o. de enero de 1859 se aprobaron las bases conforme a
las cuales se propondría a los contendientes que se sometieran a
la voluntad de la nación y fue organizado el gobierno provisio-
nal. Se designó a Miramón presidente de la República. El 3 de
enero se aprobó la convocatoria de elección del Constituyente,
facultado para adoptar la Constitución que estimase conveniente
entre las que habían regido anteriormente y hacer en ella las re-
formas consideradas oportunas o bien para expedir una nueva.
Desde luego, se presuponía que la solución debía ser aceptada
por los liberales y conservadores, representados unos por Juárez
y otros por Miramón.
Por su parte, Benito Juárez desconoció lo actuado en la capi-
tal y el ejército conservador se sometió a Miramón, quien restitu-
yó en la presidencia a Zuloaga y fue designado por éste su susti-
tuto. Benito Juárez estableció el gobierno constitucional fuera de
la capital, en la ciudad de Guanajuato.110 Estaba integrado por
Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Manuel Ruiz y León Guz-
mán. De allí se trasladó a Guadalajara, posteriormente a Colima
y finalmente embarcó en Manzanillo el 11 de abril de 1858, en
compañía de sus ministros, para arribar el 4 de mayo a Veracruz,
donde fue recibido por el gobernador Gutiérrez Zamora; así, el
gobierno constitucional se instaló en el puerto.
En el seno del grupo liberal que rodeaba a Juárez se presen-
taron diferencias en cuanto al camino por seguir: por una par-
te Miguel Lerdo de Tejada, secundado por Gutiérrez Zamora y
por Manuel Romero Rubio, representante de González Ortega,
exigía la expedición inmediata de la legislación reformista, par-
110 García Granados, Ricardo, La Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma en
México. Estudio histórico-sociológico, México, Tipografía Económica, 1906, p. 57.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 43

ticularmente la que se relacionaba con la nacionalización de los


bienes del clero; por la otra, Melchor Ocampo opinaba que la ex-
pedición de dichas disposiciones convertiría la lucha en guerra re-
ligiosa, por lo que opinaba debía aplazarse hasta haber asegurado
el triunfo. En esos momentos arribó a Veracruz Santos Degollado,
procedente del frente de combate a favor de la reforma. Fue él
quien hizo que Juárez decidiera expedir, el 7 de julio de 1859, el
“Manifiesto del gobierno constitucional a la nación”, en donde se
expresaba el programa de reforma.111 En el Manifiesto se decidió,
a fin de terminar con los elementos que servían de apoyo al clero,
que a su vez estaban del lado del bando conservador lo siguiente:
1. Adoptar como regla general invariable la más perfecta inde-
pendencia entre los negocios del Estado y los puramente ecle-
siásticos.
2. Suprimir todas las corporaciones de regulares del sexo mas-
culino, sin excepción alguna, secularizándose los sacerdotes que
actualmente hay en ellas.
3. Extinguir igualmente las cofradías, archicofradías, herman-
dades, y en general todas las corporaciones o congregaciones que
existen de esa naturaleza.
4. Cerrar los noviciados en los conventos de monjas, conser-
vándose las que actualmente existen en ellos con los capitales o
dotes que cada una haya introducido, y con la asignación de lo
necesario para el servicio del culto en sus respectivos templos.
5. Declarar que han sido y son propiedad de la Nación todos
los bienes que hoy administra el clero secular y regular, con di-
versos títulos, así como el excedente que tengan los conventos
de monjas, deduciendo el monto de sus dotes, y enajenar dichos
bienes, admitiendo en pago de una parte de su valor, títulos de la
deuda pública y de capitalización de empleos.
6. Declarar, por último, que la remuneración que dan los fie-
les a los sacerdotes, así por la administración de los sacramentos,
como por todos los demás servicios eclesiásticos, y cuyo producto

111
El texto del Manifiesto en Tena Ramírez, Felipe, “Manifiesto del gobier-
no constitucional a la nación del 7 de julio de 1859”, Leyes fundamentales de Méxi-
co. 1808-1989, 15a. ed., México, Porrúa, 1989, pp. 634-637.

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44 OSCAR CRUZ BARNEY

anual, bien distribuido, basta para atender ampliamente al sos-


tenimiento del culto y de sus ministros, es objeto de convenios
libres entre unos y otros, sin que para nada intervenga en ellos
la autoridad civil. “Tales son en resumen, las ideas de la actual
administración sobre la marcha que conviene seguir, para afirmar
el orden y la paz en la república...”112

El 22 de diciembre de 1869 el general González Ortega de-


rrotó al general Miramón en San Miguel Calpulalpan y el 1o. de
enero de 1861 llegó a la Ciudad de México. El 11 de enero entró
en la capital el presidente Benito Juárez, dando fin a la Guerra de
los Tres Años. El 11 de julio se declaró presidente constitucional
de la República a Benito Juárez.113
Entre la legislación expedida en Veracruz por Juárez de
acuerdo con el Manifiesto figuran diversas disposiciones relativas
a la cuestión religiosa, conocidas con el nombre de Leyes de Re-
forma, a las que se suman disposiciones de 1855 y 1856 relativas
a la desamortización y completadas con otras dos leyes expedidas
más adelante en la Ciudad de México y que fueron la Ley de se-
cularización de hospitales y establecimientos de beneficencia del
2 de febrero de 1861, y la Ley sobre extinción de comunidades
religiosas del 26 de febrero de 1863.
A partir de la consumación de la Independencia se expidie-
ron una serie de medidas de carácter agrario referentes a colo-
nización, repartos de tierras, desamortización, nacionalización y
explotación de terrenos. Se buscaba con ellas resolver el proble-
ma agrario, consistente en la insuficiencia de tierras y la deficien-
te distribución de la población en el territorio nacional.114 Entre
ellas destacan las siguientes:115
112
Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales..., cit., p. 636.
Ibidem,
113 pp. 630-634.
Mendieta y Núñez, Lucio, El problema agrario de México desde su origen hasta
114

la época actual, México, 1923, p. 69.


Sobre este tema véase Medina Cervantes, José Ramón, Derecho agrario,
115

México, Harla, 1987. De su obra tomamos, en parte, la lista de las disposiciones


agrarias aquí mencionadas.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 45

1. Decreto de 14 de octubre de 1823 sobre la formación de la pro-


vincia del Istmo de Tehuantepec. Mediante este decreto se creó la
provincia del Istmo, con base en los terrenos baldíos de la zona,
tanto para efectos de colonización como para efectos agrícolas,
al igual que el financiamiento mediante la venta de los predios.116
Se creó un distribuidor de tierras, quien, con el auxilio de dos
ingenieros, debía levantar un plano exacto de la provincia antes
de repartir y titular los lotes. El resultado de esta ley fue la entre-
ga de la tercera parte de los baldíos a los campesinos, y el resto a
militares y propietarios nacionales y extranjeros.117
2. Ley general de colonización del 18 de agosto de 1824. Esta ley
buscaba impulsar la colonización, tanto de nacionales como de
extranjeros, de los terrenos nacionales.118
3. Ley de colonización del 1o. de abril de 1830. Esta ley fue obra
de Anastasio Bustamante; se trataban aspectos de defensa terri-
torial, industrialización y colonización de puntos deshabitados
del país.119
4. Decreto del 27 de noviembre de 1846 que crea la Dirección General
de Colonización. Durante el gobierno de José Mariano Salas, como
presidente interino de la República, se dictó un extenso regla-
mento sobre colonización, en el que se contempla la mencionada
Dirección, dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores
e Interiores. La Dirección estaba encargada de levantar los pla-
nos de los terrenos de la República que pudieran colonizarse, así
como de recabar los datos que obraban en los archivos de las cla-
ses de terreno y de su productividad, aguas, montes y minerales,
salinas y clima. Los terrenos que no estuvieran en propiedad de
particulares, sociedades o corporaciones estaban contemplados
por el artículo 8o. del Reglamento de Terrenos Baldíos.
116
Mendieta y Núñez, Lucio, El problema agrario..., cit., pp. 70 y 71.
117
Lemus García, Raúl, Derecho agrario mexicano (sinopsis histórica), 3a. ed., Li-
musa, México, 1978, p. 177.
118
“Ley general de colonización del 18 de agosto de 1824”, en Orozco,
Wistano Luis, Legislación y jurisprudencia sobre terrenos baldíos, México, Imprenta de
El Tiempo, 1895, pp. 214-219.
Mendieta y Núñez, Lucio, El problema agrario..., cit., p. 71.
119

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46 OSCAR CRUZ BARNEY

La Federación se reservaba para sí las minas descubiertas y


por descubrir en los terrenos baldíos que no estuvieren poseídos
al momento de su enajenación. Los terrenos motivo de la coloni-
zación serían vendidos a los colonos mexicanos o extranjeros con
múltiples facilidades de pago. Las condiciones de venta también
se fijaban en el reglamento. De los terrenos, una sexta parte que-
daba a disposición del Ministerio de la Guerra para premios de
militares y capitalización de sueldos.120
5. Ley de colonización del 16 de febrero de 1854. Obra de Antonio
López de Santa Anna, se trataba de una ley de gran trascenden-
cia, en la que se otorga por primera vez competencia en materia
de colonización al Ministerio de Fomento, Colonización, Indus-
tria y Comercio, con la idea de incentivar y traer inmigrantes
procedentes de Europa que fueran católicos, apostólicos y roma-
nos, de buenas costumbres y con una profesión útil a la agricul-
tura, a las industrias, a las artes o al comercio. A los inmigrantes
se les financiaba el traslado, la alimentación, la compra de instru-
mentos de trabajo y la exención de derechos, con la obligación de
reintegrar esas sumas en el lapso de dos años, contados a partir
de su llegada. Además se considerarían ciudadanos mexicanos.121
6. Decreto del 11 de enero de 1847 por el que se autoriza al gobierno
para proporcionarse hasta quince millones de pesos, con hipoteca ó venta de
los bienes de manos muertas. Éste fue expedido para que el gobierno
mexicano pudiera hacerse de recursos en la guerra contra Esta-
dos Unidos de América, mediante la desamortización y venta de
bienes hasta un monto de 15 millones de pesos.122

El texto se encuentra, parcialmente, en “Decreto del 27 de noviembre


120

de 1846 que crea la Dirección General de Colonización”, en Orozco, Wistano


Luis, Legislación..., cit., pp. 219-233.
121
“Ley de colonización de 16 de febrero de 1854”, en Orozco, Wistano
Luis, Legislación..., cit., pp. 233-238.
122
“Decreto de 11 de enero de 1847 por el que se autoriza al gobierno para
proporcionarse hasta quince millones de pesos, con hipoteca ó venta de los bienes
de manos muertas”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexi-
cana o Colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de
la república. Edición Oficial, Imprenta del Comercio, 1876, t. 5, núm. 2944. Su
Reglamento en las pp. 248-252.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 47

7. Decreto del 31 de marzo de 1856 por el que se manda intervenir los


bienes eclesiásticos de la diócesis de Puebla. A partir de la expedición
de la Ley Juárez, del 23 de noviembre de 1855, se inició a la
revuelta de los zacapoaxtlas, el 12 de diciembre de ese mismo
año, al grito de “religión y fueros”. Esta revuelta fue alentada
por el obispo de la diócesis de Puebla, lo que motivó la expedi-
ción del decreto del 31 de marzo, en el que se autorizaba a los
gobernadores de Puebla, Veracruz y al jefe político de Tlaxcala
la intervención de los bienes eclesiásticos de la diócesis de Puebla
para resarcir los daños de la guerra mediante indemnizaciones
en favor de la nación.123

1. La Ley de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas


de las Corporaciones Civiles y Religiosas, del 25 de junio
de 1856, y su Reglamento, del 30 de julio de 1856.124

Sin duda la medida más trascendente para el tema que nos


ocupa es la Ley de desamortización de Fincas Rústicas y Urba-
nas de las Corporaciones Civiles y Religiosas, del 25 de junio de
1856 y su Reglamento, del 30 de julio de 1856. Mediante estos
ordenamientos se buscó poner en circulación la gran cantidad
de bienes que estaba concentrada en manos de organizaciones
religiosas y civiles,125 para lo cual dispuso:

123
“Decreto del 31 de marzo de 1856 por el que se manda intervenir los
bienes eclesiásticos de la diócesis de Puebla”, en Dublán, Manuel y Lozano,
José María, Legislación mexicana..., t. 8, núm. 4672.
124
“Ley de desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas de las Corpora-
ciones Civiles y Religiosas, del 25 de junio de 1856, y su Reglamento, del 30 de
julio de 1856”, en Labastida, Luis G., Colección de leyes, decretos, reglamentos, circu-
lares, órdenes y acuerdos relativos a la desamortización de los bienes de corporaciones civiles y
religiosas y a la nacionalizacion de los que administraron las últimas, México, Tipografía
de la Oficina Impresora de Estampillas, 1893, pp. 3-6 y 9-13. También en Fabi-
la, Manuel, Cinco siglos de legislación agraria en México (1493-1940), México, Banco
Nacional de Crédito Agrícola, 1941, pp.103-108.
Caso, Ángel, Derecho agrario. Historia, derecho positivo, antología, México, Po-
125

rrúa, 1950, p. 103.

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48 OSCAR CRUZ BARNEY

a) Que todas las fincas rústicas y urbanas administradas, propie-


dad, o ambas, de las corporaciones civiles o eclesiásticas se adju-
dicarían en propiedad a los que las tuvieran arrendadas, por el
valor correspondiente a la renta que en ese momento pagaban,
calculada como rédito a 6% mensual. La misma adjudicación se
haría a los que tenían las mencionadas fincas rústicas o urbanas
a censo enfitéutico, capitalizando a 6% el canon pagado para de-
terminar su valor. Bajo el nombre de corporaciones se compren-
dieron todas las comunidades religiosas de ambos sexos, cofra-
días y archicofradías, congregaciones, hermandades, parroquias,
ayuntamientos, colegios y en general todo establecimiento o fun-
dación que tenga el carácter de duración perpetua o indefinida.
b) Las fincas que al momento de la publicación de la ley no es-
tuvieren arrendadas se adjudicarían al mejor postor, en almoneda
celebrada ante la primera autoridad política del partido.
c) Quedaban exceptuados de la enajenación los edificios des-
tinados de manera inmediata y directa al servicio u objeto del
instituto de esas corporaciones, aun cuando estuviera arrendada
alguna parte no separada de ellos, como los conventos. Se ex-
ceptuaba también una casa que estuviera unida a los edificios y
se hallará habitada por razón de oficio de quienes atendieran el
objeto de la institución, como las casas de párrocos y capellanes
de religiosas.
d) Las adjudicaciones y remates debían hacerse dentro de los
tres meses siguientes contados a partir de la publicación de la ley.
Mediante circular de 7 de julio de 1856 se excitó a las corporacio-
nes para que procurasen la ejecución efectiva de esta ley.

Mediante circular del 7 de julio de 1856 se excitó a las cor-


poraciones para que procuraran la ejecución efectiva de esta Ley.
La Constitución de 1857, en su artículo 27, establecía que la pro-
piedad de las personas no podía ser ocupada sin su consentimien-
to, sino por causa de utilidad pública y previa indemnización. Se
determinaban además los requisitos para la expropiación y la au-
toridad responsable de llevarla a cabo. Se negaba, además, la ca-
pacidad legal de las corporaciones civiles o eclesiásticas para ad-
quirir bienes raíces, excepto para los objetivos de la institución.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 49

Ninguna corporación civil o eclesiástica, cualquiera que sea su


carácter, denominación u objeto, tendrá capacidad legal para ad-
quirir en propiedad o administrar por sí bienes raices, con la úni-
ca excepción de los edificios destinados inmediata y directamente
al servicio u objeto de la institución.

La Ley de Desamortización no dejó exentos de manera ex-


plícita los bienes de las comunidades indígenas del país, cosa que
sí sucedía con los de los ejidos, además de que dejaba abierta la
puerta para que funcionara el denuncio sobre esos bienes. En
el Reglamento de la Ley del 30 de julio de 1856, no se aclaraba
nada al respecto, por lo que se recurrió a una amañada inter-
pretación por la que los bienes de las comunidades indígenas se
comprendían en los objetivos de desamortización de la Ley y se
privaba a las comunidades de tales terrenos, con lo que, de hecho
y de derecho, eran inexistentes y, por tanto, carentes personali-
dad jurídica.126
Cabe destacar que en 1858 Félix Zuloaga dio marcha atrás a
esta Ley y a su Reglamento del 30 de julio de 1856.127 Mediante
decreto, se declararon nulas las disposiciones citadas y, en con-
secuencia, igualmente nulas y de ningún valor las enajenaciones
de los bienes que se hubieren hecho en ejecución de la citada
ley y reglamento, quedando las mencionadas corporaciones “en
el pleno dominio y posesión” de dichos bienes, como lo estaban
antes de la expedición de la Ley.128 Le correspondía entonces al

126
Lemus García, Raúl, Derecho agrario..., cit., p. 209.
127
Su texto en “Reglamento del 30 de julio de 1856”, en Labastida, Luis
G., Colección de leyes, decretos, reglamentos, circulares, órdenes y acuerdos relativos a la
desamortización de los bienes de corporaciones civiles y religiosas y a la nacionalización de
los que administraron las últimas, México, Tipografía de la Oficina Impresora de
Estampillas, 1893, pp. 3-6 y 9-13. Véase Cruz Barney, Oscar, La República Cen-
tral de Félix Zuloaga y el Estatuto Orgánico Provisional de la República de 1858, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2009.
128 “Decreto por la Secretaria de Hacienda del 28 de enero de 1858, de-
clarando nulas las disposiciones contenidas en la ley de 25 de Junio de 1856, y
su reglamento de 30 de Julio del mismo año, sobre enagenacion de los bienes
eclesiásticos”, artículo 1o., en Arrillaga, Basilio José, Recopilación de leyes, decretos,

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50 OSCAR CRUZ BARNEY

Consejo de Gobierno consultar todas las disposiciones que esti-


mara necesarias, relativas a la devolución de las alcabalas, ena-
jenaciones de bienes pertenecientes a las corporaciones civiles,
determinaciones generales acerca de arrendamientos, y demás
puntos conexos.
El 1o. de marzo siguiente, Zuloaga expidió el “Reglamen-
to de la ley de 28 de enero de 1858, en la parte relativa a ena-
genaciones de bienes raices pertenecientes á corporaciones
eclesiásticas”.129 Las disposiciones de Zuloaga multiplicaron los
problemas para los poseedores de aquellas propiedades que ha-
bían pertenecido a la Iglesia en términos de su devolución y pos-
terior recuperación ante el triunfo liberal.130
Otras disposiciones se dictaron en los meses y años subse-
cuentes. Así, la Circular sobre fincas de corporaciones del 9 de octubre de
1856. Nulidad de las ventas hechas por las mismas contra la ley que se
dirigía a proteger a los campesinos e indígenas en sus predios,
con la facilitación de la titulación de éstos, tanto en los requisitos
como en la exención de gravámenes. También la Ley de Nacio-
nalización de los Bienes Eclesiásticos del 12 de julio de 1859,131
en cuyos considerandos se afirmaba que puesto que el motivo
principal de la guerra promovida y sostenida por el clero era con-
seguir sustraerse de la dependencia a la autoridad civil, resulta-

bandos, reglamentos, circulares y providencias de los supremos poderes y otras autoridades de la


República Mexicana, México, Imprenta de A. Boix, a cargo de M. Zornoza, 1864.
129
“Reglamento de la ley de 28 de enero de 1858, en la parte relativa a
enagenaciones de bienes raices pertenecientes á corporaciones eclesiásticas”,
en Arrillaga, Basilio José, Recopilación de leyes, decretos, bandos, reglamentos, circulares y
providencias de los supremos poderes y otras autoridades de la República Mexicana, México,
Imprenta de A. Boix, a cargo de M. Zornoza, 1864, pp. 46-53.
130
Sobre el tema véase el artículo en Knowlton, Robert J., “La Iglesia
Mexicana y la Reforma: respuesta y resultados”, Historia Mexicana, México,
El Colegio de México, abril-junio, 1969, vol. XVIII, núm. 4, pp. 532
y 533. Del mismo autor Knowlton, Robert J., Los bienes del clero y la Reforma
mexicana, 1856-1910, trad. de Juan José Utrilla, México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 1985.
131
“Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos del 12 de julio de
1859”, en Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales..., cit., pp. 638-667.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 51

ba necesario ejecutar todas las medidas necesarias para salvar


la situación y la sociedad, por lo que se decretó, entre otras, las
siguientes medidas que afectaban la materia agraria:
a) Entraban en el dominio de la nación todos los bienes que
el clero secular y regular administraba con diversos títulos.
b) Se suprimieron en toda la república las órdenes de religio-
sos regulares existentes, así como las archicofradías, cofra-
días, congregaciones o hermandades anexas a las comu-
nidades religiosas, catedrales, parroquias o cualesquiera
otras iglesias; asimismo se prohibió la fundación de nuevos.

2. Las disposiciones sobre terrenos de comunidad


en el segundo imperio

El Segundo Imperio Mexicano fue muy activo en sus accio-


nes para intentar resolver el problema existente con las comu-
nidades indígenas. El 26 de junio de 1866 se expidió por el em-
perador Maximiliano de Habsburgo la Ley sobre Terrenos de
Comunidad y de Repartimiento, con la que se cedía la propiedad
de los terrenos de comunidad y de repartimiento a los naturales
y vecinos de los pueblos a que dichas tierras pertenecían. Para
ellos, los terrenos se dividirían en fracciones que serían adjudi-
cadas a los vecinos, prefiriéndose a los pobres sobre los ricos.132
Meses después, se expide la Ley agraria del Imperio que con-
cede fundo legal y ejido a los pueblos que carezcan, del 16 de
septiembre de 1866. Como su nombre lo indica, mediante esta
ley se establecieron los requisitos que debían cumplir los pueblos
para obtener fundo legal y ejido. La solicitud debía presentarse
ante los subprefectos, y los terrenos así concedidos serían fraccio-
nados y distribuidos entre los vecinos.133
Mientras tanto, el gobierno republicano expedía la “Ley de
22 de julio de 1863 sobre ocupación y enajenación de terrenos
132
Su texto se encuentra en Fabila, Manuel, Cinco siglos..., cit., pp. 149-153.
Ibidem,
133 pp. 153-155.

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52 OSCAR CRUZ BARNEY

baldíos”. La Ley define los terrenos baldíos como los que no hu-
bieran sido destinados a un uso público por la autoridad facul-
tada para ello, ni cedidos por ella a título oneroso a individuo o
corporación autorizada para adquirirlos. Todo habitante de la
República tenía derecho a denunciar hasta 2 500 hectáreas.
Además, se estableció la prohibición de ejercer el denuncio
por los naturales de las naciones limítrofes con México. La ven-
ta se hacía por conducto del Ministerio de Fomento.134 Señala
Wistano Luis Orozco que con esta Ley la tierra no fue mejor
repartida, sino que por el contrario los grandes propietarios rea-
firmaron su poder.135
Caído el Imperio, el 31 de mayo de 1875 se expide una ley en
materia de colonización que autorizó al Ejecutivo Federal para
que determinara y arreglara todo lo relativo a la colonización a
través de contratos celebrados con empresas particulares. Para
la labor de colonización se acudiría a la inmigración de familias
extranjeras, familias indígenas que se establecieran en colonias
de extranjeros y familias mexicanas con asiento en colonias fron-
terizas.136
Años después, se expide el Decreto del 15 de diciembre de 1883
sobre colonización y compañías deslindadoras por el que se estableció,
en su artículo primero, que el Ejecutivo “mandará deslindar, me-
dir y fraccionar terrenos baldíos o de propiedad nacional que
hubiere en la República, nombrando al efecto las comisiones de
ingenieros que considere necesarias...”. Los lotes no podrían ser
en ningún caso mayores de 2 500 hectáreas, que serían asignadas
a mexicanos o extranjeros mayores de edad y con capacidad para
contratar. La tarea colonizadora quedaba a cargo de las compa-
ñías deslindadoras.137

Ibidem,
134 pp. 131-135.
135
Orozco, Wistano Luis, Los negocios sobre terrenos baldíos. Resoluciones judiciales, y
estudios del lic. Wistano Luis Orozco, en el caso especial de Agustín R. Ortíz contra los Mocte-
zuma, San Luis Potosí, Tipografía de M. Esquivel y Comp., 1902, p. 11.
136 Su texto se halla en Orozco, Wistano Luis, Legislación..., cit., t. 2, pp. 802-
806.
137 El texto se enciuentra en Fabila, Manuel, Cinco siglos..., cit., pp. 183-189.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 53

Finalmente, podemos señalar la Ley sobre ocupación y ena-


jenación de terrenos baldíos del 25 de marzo de 1894. Según
Medina Cervantes, esta ley es un refinamiento de las prácticas
y experiencias de la Ley de Baldíos de 1863.138 Clasifica los te-
rrenos propiedad de la nación en baldíos, demasías, excedencias y
nacionales.139 Esta clasificación se redujo solo a baldíos en 1902.
La legislación del régimen de Díaz fue modificada en varias oca-
siones para autorizar al Poder Ejecutivo federal a ceder en forma
gratuita terrenos baldíos o nacionales a los campesinos pobres
que los tuvieran en su posesión; con ello se pretendía disminuir
la presencia y poder de las compañías deslindadoras.

IV. La Revolución Mexicana de 1910


y la propiedad comunitaria

En materia de propiedad agraria, los diferentes movimientos re-


volucionarios presentaron diversas propuestas y programas con-
tenidos en los planes que prepararon. En el Plan de San Luis se
señalaba el hecho de que en abuso de la Ley de Terrenos Baldíos
los pequeños propietarios fueron despojados de sus terrenos, por
lo que los asuntos se someterían a revisión para indemnizar y res-
tituir los predios a sus antiguos propietarios.
En el Plan de Ayala se trataba el tema de la restitución y do-
tación, en su caso de los terrenos, montes y aguas, a los habitan-
tes y pueblos, siempre que estos comprobaran su calidad de pro-
pietarios con los títulos correspondientes. Así, la declaración 6a.
señalaba que “los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado
los hacendados, científicos o caciques á la sombra de la tiranía y
de la justicia venal entrarán en posesión de estos bienes inmue-
bles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus Títulos
correspondientes de esas propiedades…”.

138
Medina Cervantes, José Ramón, Derecho Agrario..., cit., p. 106.
139
El texto se reproduce en Fabila, Manuel, Cinco siglos..., cit., pp. 189-205.

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54 OSCAR CRUZ BARNEY

Asimismo, la declaración 7a. establecía que:

…la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos, no


són mas dueños que del terreno que pisan, sufriendo los horrores
de la miseria sin poder mejorar su condición social ni poder de-
dicarse á la industria o á la agricultura por estar monopolizados
en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas; por esta causa
se expropiarán previa indemnización de la tercera parte de esos
monopolios á los poderosos propietarios de ellos, á fin de que los
pueblos y ciudadanos de México, obtengan egidos, colonias, fun-
dos legales para pueblos ó campos de sembradura ó de labor y se
mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de
los mexicanos.

Finalmente se destacaba que:

los hacendados, científicos, ó caciques que se opongan directa ó


indirectamente al presente Plan, se nacionalizarán sus bienes y
las dos terceras partes que á ellos les correspondan, se destinarán
para indemnizaciones de guerra, pensiones de viudas y huérfanos
de las víctimas que sucumban en la lucha del presente Plan.

Curiosamente, se propone tomar como ejemplo la legislación


desamortizadora del siglo XIX.
En el Plan de Guadalupe no hubo ningún planteamiento de
corte agrario. Con el Plan de Veracruz o Decreto declarando subsis-
tente el Plan de Guadalupe de 26 de marzo de 1913 y lo adiciona con lo que
la Revolución promete para su triunfo se propuso la restitución de las
tierras a los pueblos que fueron privados de éstas, la disolución de
los latifundios y la formación de la pequeña propiedad mediante
leyes agrarias.140

Ibidem,
140 pp. 254-258.

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REVOLUCIÓN Y DESAMORTIZACIÓN 55

El Decreto del 6 de enero de 1915, declarando nulas todas


las enajenaciones de tierras, aguas y montes pertenecientes
a los pueblos, otorgadas en contravención a lo dispuesto
en la Ley del 25 de junio de 1856

Debido a la concentración de la tierra en manos de compa-


ñías deslindadoras, los latifundios creados mediante la interpre-
tación de la Ley del 25 de junio de 1856, con la que se terminó
con la propiedad de las comunidades indígenas o de repartimien-
to, Venustiano Carranza buscó resolver el problema mediante la
devolución de los bienes a los pueblos.141
En los considerandos del decreto se señala que una de las
causas más generales del malestar y descontento de las pobla-
ciones agrícolas de México ha sido el despojo de los terrenos de
propiedad comunal o de repartimiento que les fueron concedidos
por el gobierno virreinal como medio para asegurar la existencia
de la “clase indígena”, y que a pretexto de cumplir con la Ley del
25 de junio de 1856 y demás disposiciones que ordenaron el frac-
cionamiento y reducción a propiedad privada de aquellas tierras
entre los vecinos del pueblo al que pertenecían, quedaron éstas
en poder de unos cuantos especuladores.
Lo anterior provocó que los pueblos indígenas, privados de
las tierras, aguas y montes que el gobierno virreinal les concedió,
y las congregaciones y comunidades, privados de sus terrenos, no
han tenido otro recurso para sobrevivir que “alquilar a vil pre-
cio” su trabajo a los terratenientes.
De ahí que como un acto de elemental justicia era palpable
la necesidad de devolver a los pueblos los terrenos de que habían
sido despojados, habiendo estado imposibilitados para defender
sus derechos por falta de personalidad jurídica.
Posteriormente, mediante la Ley Agraria del 24 de mayo de
1915, expedida por el general Francisco Villa y dividida en 20

141 Ibidem, pp. 270-274. Véase también Mendieta y Núñez, Lucio, El problema
agrario..., cit., pp. 104-108.

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56 OSCAR CRUZ BARNEY

artículos, se recomendaba reducir las extensiones de tierras de


propiedad agraria a límites justos y, a la vez, distribuir de manera
equitativa las excedencias entre quienes carecieran de terrenos,
a través de la expedición, por parte de los estados, de las leyes
agrarias correspondientes, en las que se fijarían las extensiones
máximas a que debía quedar sujeta la gran propiedad agraria.142
Declaraba de utilidad pública el fraccionamiento de las grandes
propiedades territoriales en la extensión que como máximo seña-
laran los estados.143
Finalmente, debemos destacar la Ley Agraria de la Soberana
Convención Revolucionaria con la que se aceptaba el plantea-
miento agrario del Plan de Ayala y rechazaba el monopolio de
la tierra por latifundistas. Se insistía en la necesaria acción resti-
tutoria de terrenos, montes y aguas a las comunidades e indivi-
duos, sujeta a que poseyeran los títulos de propiedad con fechas
anteriores a 1856.144
En la Constitución de 1917 quedó plasmada la política agra-
ria en el arículo 27, cuyo texto original estuvo vigente durante
cerca de 18 años, coexistiendo, con igual rango, con la Ley del 6
de enero de 1915.
La fracción VI del artículo 27 constitucional señaló:

los condueñazgos, rancherías, pueblos, congregaciones, tribus y


demás corporaciones de población que de hecho o por derecho
guarden el estado comunal, tendrán capacidad para disfrutar en
común las tierras, bosques y aguas que les pertenezcan o que se
les haya restituido o restituyeren conforme a la ley de 6 de enero
de 1915.

Se modificó por primera vez primera el 10 de enero de 1934.

142
Medina Cervantes, José Ramón, Derecho Agrario..., cit., p. 137.
143
Lemus García, Raúl, Derecho agrario..., cit., p. 261.
Medina Cervantes, José Ramón, Derecho Agrario..., cit., p. 139.
144

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