Rostow Crecimientoeconomico

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LAS CINCO ETAPAS DE CRECIMIENTO.

W.W ROSTOW
CAP II
RESUMEN
Es posible identificar las sociedades, en sus dimensiones económicas, dentro de una de
estas cinco categorías: la sociedad tradicional, las condiciones previas para el impulso
inicial, el impulso inicial, la marcha hacia la madurez y la era del gran consumo en
masa.
La sociedad tradicional
Primero consideraremos la sociedad tradicional. Sociedad tradicional aquella cuya
estructura se desarrolla dentro de una serie limitada de funciones de producción,
basadas en la ciencia, la técnica y una actitud prenewtoniana en relación con el mundo
físico. Empleamos en este caso a Newton como un símbolo de esa fase de la historia en
que los hombres llegaron a creer que el mundo exterior estaba sometido a unas pocas
leyes conocibles, y que sistemáticamente era susceptible de una manipulación
productiva.
Sin embargo, este concepto de la sociedad tradicional no es, en modo alguno, estático;
y no elimina la posibilidad de incrementos en la producción. Puede ser ampliada la
superficie de tierra cultivable; pueden ser introducidas en el comercio, la industria y la
agricultura algunas innovaciones técnicas ad hoc, a menudo muy productivas; puede
aumentarse la productividad, por ejemplo, con el mejoramiento de obras de irrigación
o con el descubrimiento y difusión de un nuevo tipo de cultivo. Pero el hecho
fundamental relacionado con la sociedad tradicional era que existía un tope al nivel de
la producción obtenible per capita. Este límite provenía del hecho de que no eran
asequibles las posibilidades científicas y técnicas modernas o que no se podían aplicar
en forma regular y sistemática.
Tanto en el pasado remoto como en épocas recientes la historia de las sociedades
tradicionales fue así un relato de cambios incesantes. Por ejemplo, entre ellas y dentro
de ellas, fluctuaba la extensión y el volumen del comercio de acuerdo con el grado que
alcanzaran las turbulencias políticas y sociales, la eficacia del gobierno central o el
mantenimiento de los caminos. La población -y, dentro de ciertos límites, el nivel de
vida- aumentaba y disminuía no sólo con la sucesión de las cosechas, sino también con
la incidencia de las guerras y de las epidemias. Se desarrollaron diversos grados de
producción; pero, a semejanza de la agricultura, el nivel de la productividad estaba
limitado por lo inaccesible de la ciencia moderna, de sus aplicaciones y del marco
intelectual.
Hablando en términos generales, como consecuencia de la limitación de la
productividad, estas sociedades tenían que dedicar una gran parte de sus recursos a la
agricultura; y del sistema agrícola dimanaba una estructura jerárquica social, con un

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margen relativamente estrecho aunque existente para su movilidad vertical. Los nexos
fa- miliares y de clan desempeñaban un papel importante en la organización social.

El sistema de valores de estas sociedades estaba ligado, por lo general, a lo que


pudiera llamarse un fatalismo a largo plazo; es decir, el supuesto de que las
posibilidades abiertas para los nietos serían poco más o menos las mismas que había
tenido el abuelo. Mas este fatalismo a largo plazo de ningún modo excluía la opción a
corto plazo de que, dentro de un margen considerable, fuese posible y legítimo que
una persona luchara por mejorar su condición de vida. En las aldeas chinas, por
ejemplo, existía una lucha interminable por adquirir o retener las tierras, lo que hacía
que la tierra rara vez perteneciera a la misma familia durante más de un siglo.
Aunque en las sociedades tradicionales existía con frecuencia en una u otra forma- una
autoridad política central, que superaba a la de provincias relativamente
autosuficientes, el centro de gravedad del poder político se encontraba, en las
provincias, en manos de los que poseían o controlaban la tierra. El terrateniente
mantenía una influencia variable, aunque comúnmente profunda, sobre el gobierno
político central existente, apoyado por su séquito de servidores civiles y soldados,
imbuido de actitudes que trascendían la provincia y controlado por intereses que
también la sobrepasaban.
Así, pues, con la frase "sociedad tradicional" agrupamos históricamente a todo el
mundo prenewtoniano: las dinastías en China; la civilización del Mesoriente y el
Mediterráneo; el mundo de la Europa medieval. Y agregaremos a éstos las sociedades
posnewtonianas que, durante algún tiempo, permanecieron intactas y sin ser movidas
por la nueva capacidad humana de manejar regularmente su circunstancia para su
propio beneficio económico.
Incluir dentro de una sola categoría a tales sociedades infinitamente variadas y
mutables, basándonos en la limitada productividad de sus técnicas económicas es, en
verdad, decir bien poca cosa. Pero, después de todo, estamos simplemente
despejando el camino con el objeto de entrar de lleno en el tema de este libro, es
decir, el de las sociedades postradicionales, en las que se alteraron las diversas
características primordiales de toda sociedad tradicional de manera que les permitiera
un crecimiento regular: su política, su estructura social y, en cierto grado, sus valores,
así como su economía.

Condiciones previas para el impulso inicial


La segunda etapa de crecimiento abarca las sociedades que se hallan en proceso de
transición, es decir, el periodo en que se desarrollan las condiciones previas para el
impulso inicial; pues requiere tiempo transformar una sociedad tradicional de manera
que pueda explotar los frutos de la ciencia moderna, defenderse de los rendimientos
decrecientes y gozar de los beneficios y opciones debidos al progreso a ritmo de
interés compuesto.

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En un principio, las condiciones previas para el impulso inicial se desarrollaron,
claramente, en la Europa occidental de fines del siglo xvII y principios del xvIII, a
medida que las interioridades de la ciencia moderna comenzaban a traducirse en
nuevas funciones de producción, en la agricultura y en la industria, en un marco
dinámico que provenía de la expansión lateral de los mercados mundiales y de la
competencia internacional entre unos y otros. Pero toda la quietud anterior al
resquebrajamiento de la Edad Media fue apropiada a la creación de las condiciones
previas para el impulso inicial en Europa occidental. De todos los estados que la
componían, Inglaterra, favorecida por la geografía, los recursos naturales, las
posibilidades comerciales y la estructura política y social, fue la primera en desarrollar
plenamente tales condiciones previas para el impulso inicial.
Sin embargo, la historia moderna vio surgir en la forma más general esta etapa de las
condiciones previas como consecuencia de una intrusión externa de sociedades
adelantadas más que de manera endógena. Estas invasiones en sentido literal o
figurado- sacudieron la sociedad tradicional y comenzaron o aceleraron su
desintegración; pero pusieron también en marcha ideas y sentimientos que iniciaron el
proceso que construiría, partiendo de la antigua cultura, una nueva alternativa de la
sociedad tradicional.
No sólo se propagó la idea de que era posible el progreso económico, también que
éste era una condición necesaria para la consecución de otros objetivos igualmente
convenientes: la dignidad nacional, la ganancia personal, el bienestar general o un
medio mejor de vida para la juventud. La educación, al menos para algunos, se hace
más extensa y se adapta a las necesidades de la actividad económica moderna. Se
forman nuevos tipos de hombres de empresa en la economía privada, en el gobierno,
en ambos- dispuestos a movilizar ahorros y a correr riesgos en busca de utilidades o de
modernización. Aparecen bancos y otras instituciones para el manejo del capital.
Aumentan las inversiones, principalmente en el transporte, las comunicaciones y en las
materias primas de interés económico para otras naciones. Se expansiona el campo
acción del comercio interno y externo. Y surgen, aquí y campo allá, empresas
manufactureras modernas que utilizan los nuevos métodos. Pero toda esta actividad
camina a ritmo lento en una sociedad y una economía que se encuentran todavía
caracterizadas, principalmente, por métodos tradicionales de baja productividad, por
una estructura y valores sociales anticuados y por instituciones políticas de base
regional formadas a su tenor.
En muchos casos actuales, por ejemplo, persiste la sociedad tradicional al lado de las
actividades económicas modernas, guiada con fines económicos limitados por una
potencia colonial o semicolonial.
Aunque el periodo de transición entre la sociedad tradicional y el impulso inicial fue
testigo de grandes cambios en la propia economía y en el equilibrio de los valores
sociales, el rasgo decisivo fue por lo general de índole política. Desde un punto de vista
político, la construcción de un Estado nacional centralizado y efectivo -fundado en
coaliciones influidas por un nuevo nacionalismo opuesto a los intereses tradicionales
sobre tierras regionales, a la potencia colonial o a ambos- constituyó un aspecto

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decisivo del periodo de las condiciones previas; y, casi universalmente, fue condición
necesaria para el impulso inicial.
Existen muchas cosas más que es preciso decir acerca del periodo de las condiciones
previas, pero pensamos tratarlas en el capítulo I en el que se examina la anatomía de
la transición de una sociedad tradicional a una moderna.

El impulso inicial
Hemos llegado ahora a la gran línea divisoria en la vida de las sociedades modernas: la
tercera etapa, o sea, el impulso inicial. Esta fase es el intervalo en el que, por fin, se
superan todos los viejos obstáculos y resistencias contrarios a un crecimiento
permanente. Las fuerzas tendientes al progreso económico, que producían brotes e
inclusiones limitadas de actividad moderna, se expanden y llegan a dominar la
sociedad. El crecimiento llega a ser su condición normal. El interés compuesto se
transforma, por decirlo así, en parte integrante de sus hábitos y de su estructura
institucional.
En la Gran Bretaña y en aquellas partes del mundo bien dotadas por la naturaleza que
fueron pobladas, principalmente, por Inglaterra (los Estados Unidos, el Canadá, etc.), el
estímulo inmediato de la fase inicial fue esencialmente (aunque no en su totalidad) de
índole tecno- lógica. En el caso más general, el impulso inicial tuvo que esperar la
formación de capital social fijo y una oleada de desarrollo tecnológico en la agricultura
y la industria, así como la aparición en el poder público de un grupo preparado para
considerar la modernización de la economía como asunto trascendental y de gran
categoría política.
Durante el impulso inicial la tasa efectiva de ahorro e inversión puede aumentar, por
ejemplo, del 5% del ingreso nacional al 10% o más; aunque, cuando se necesitó una
fuerte inversión de capital social fijo para crear las condiciones técnicas previas al
impulso inicial la tasa de inversión en el periodo de condiciones previas pudo ser
mayor del 5% como, por ejemplo, en el Canadá antes del año de 1890 y en la Argentina
antes de 1914. En tales casos la importación de capital constituyó comúnmente una
gran proporción de la inversión total durante el periodo de las condiciones previas y,
algunas veces, aun en el curso del propio impulso inicial, como en Rusia y el Canadá en
la época de sus bonanzas ferroviarias anteriores a 1914.
Durante el impulso inicial nuevas industrias se expansionan con rapidez produciendo
utilidades, de las cuales una gran proporción se reinvierte en nuevas plantas; y estas
nuevas industrias estimulan, a su vez, a través de la necesidad cada día mayor de
obreros fabriles, de servicios en su ayuda y de más productos manufacturados, una
mayor expansión en zonas urbanas y en otras plantas industriales modernas. El
proceso total de expansión del sector moderno produce un incremento del ingreso de
los que realizan ahorros en gran proporción y los ponen a disposición de los
encargados de activar dicho sector. Se multiplica esta nueva clase de empresarios y
orienta las grandes corrientes de inversión hacia el sector privado. La economía hace

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uso de recursos naturales y métodos de producción que hasta entonces no habían sido
explotados.
En la agricultura y en la industria se difunden nuevas técnicas a medida que se
comercializa la agricultura y crece el número de agricultores preparados a adoptar los
nuevos métodos y los cambios profundos que ocasionan en el medio de vida. Los
cambios revolucionarios en la productividad agrícola constituyen una condición
fundamental para un exitoso impulso inicial, pues la modernización de una sociedad
aumenta, en forma radical, su lista de productos agrícolas. La estructura económica
básica y la estructura social y política de la sociedad se transforman en una o dos
décadas de tal manera que, en lo sucesivo, puede sostenerse con regularidad, un ritmo
fijo de crecimiento.
Como se indica en el capítulo IV podemos situar el impulso inicial de Inglaterra en las
dos décadas posteriores a 1783; el de Francia y los Estados Unidos a varios decenios
antes de 1860; el de Alemania, en el tercer cuarto del siglo xix; el de Japón en los
últimos veinticinco años del siglo xix; el de Rusia y el Canadá en el cuarto de siglo, poco
más o menos, anterior a 1914; en tanto que la India y China, en forma completamente
diferente, no lo han conseguido sino en 1950.

La marcha hacia la madurez


Después del impulso inicial sigue un largo intervalo de progreso sostenido aunque
fluctuante a medida que la economía, en crecimiento normal, pugna por hacer
extensiva la tecnología moderna al frente total de su actividad económica. De un 10 a
un 20% del ingreso nacional se invierte continuamente, lo que permite que la
producción sobrepase, por lo común, al aumento de la población. A medida que
mejora la técnica cambia incesantemente la estructura de la economía, se acelera el
desarrollo de nuevas industrias y se nivelan las más antiguas. La economía del país
encuentra su sitio dentro de la economía internacional: bienes que antaño se
importaban se producen ahora en el país; se crean nuevas necesidades de importación
y, con el fin de equipararlas, se fabrican nuevas mercancías para la exportación. De
acuerdo con las necesidades de la eficiente producción moderna la sociedad fija las
condiciones que desea, equilibrando los valores e instituciones nuevos con los más
antiguos o modificando éstos de tal manera que mantengan el proceso de crecimiento
y no que lo retarden.
Unos sesenta años después de comenzar el impulso inicial (digamos, unos cuarenta
años después del fin de esta etapa) se ha alcanzado generalmente lo que puede
denominarse madurez. La economía, con- centrada durante el impulso inicial
alrededor de un complejo industrial y tecnológico relativamente limitado, ha ampliado
su radio de acción hacia procedimientos más refinados y, desde el punto de vista
técnico y con frecuencia, más complicados; por ejemplo, puede haber un cambio de

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enfoque de las industrias del carbón, del hierro y de la ingenie ría pesada de la fase
ferroviaria a las industrias de herramientas, productos químicos y equipo eléctrico.
Esta, por ejemplo, fue la transición por la que pasaron Alemania, Inglaterra, Francia y
los Estados Unidos a fines del siglo xix, o poco tiempo después. Pero otros modelos
sectoriales se han seguido también entre el impulso inicial y la madurez, que se
analizan en el capítulo v.
En su aspecto formal podemos definir la madurez como la etapa en la cual la economía
demuestra su capacidad para desplazar las primeras industrias que propiciaron su
impulso inicial, y absorber y aplicar, efectivamente, sobre un amplísimo conjunto de
sus recursos-o a su totalidad-los frutos más adelantados de la tecnología considerada
entonces como moderna. En esta etapa la economía pone de manifiesto la adquisición
de la suficiente habilidad técnica y de empresa para fabricar aquello que necesite,
aunque no todo lo producible en el mercado mundial. Pudiera ser que carezcan (como,
por ejemplo, la Suecia y la Suiza contemporáneas) de las materias primas o de otras
condiciones de sustitución que se requieren para producir económicamente un tipo
dado de rendimiento, pero su dependencia es más bien asunto de selección
económica o de prioridad política que de necesidad técnica o institucional.
Desde un punto de vista histórico, parecen necesarios algo así como unos sesenta años
para encaminar a una sociedad desde el principio del impulso inicial hasta la madurez.
La explicación analítica de un intervalo de esa naturaleza puede apoyarse en la
poderosa aritmética del interés compuesto aplicada al monto de capital, en
combinación con las consecuencias, de mayor alcance, debidas al poder de una
sociedad de absorber la tecnología moderna de tres generaciones sucesivas que viven
bajo un régimen en el que el crecimiento constituye su estado normal. Pero es obvio
que no se justifica ningún dogmatismo acerca de la longitud exacta del intervalo que
transcurre desde el impulso inicial hasta la madurez.

La era del alto consumo en masa


Llegamos ahora a la era del gran consumo en masa, en la cual, a su debido tiempo, los
sectores principales se mueven hacia los bienes y servicios duraderos de consumo:
fase de la que los norteamericanos comienzan a salir, cuyas satisfacciones no
inequívocas empiezan a probar, con toda energía, Europa occidental y el Japón, y con
la que la sociedad soviética se encuentra empeñada en inquieto coqueteo.
A medida que las sociedades fueron alcanzando la madurez en el siglo xx sucedieron
dos cosas: el ingreso real per capita aumentó a tal punto que un gran número de
personas alcanzaron un nivel superior de consumo que sobrepasó a los productos
básicos: habitación, vestido y sustento, y cambió de tal modo la estructura de las
fuerzas del trabajo que incrementó la proporción de la población urbana en relación
con la población total y más tarde también la proporción de la población empleada en
oficinas o en labores fabriles calificadas -conocedora y ávida de adquirir los beneficios
de consumo de una economía madura.

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Como complemento de estos cambios económicos, la sociedad dejó de aceptar la
extensión adicional de la tecnología moderna considerándola como objetivo
supeditado. En esta etapa de la posmadurez, por ejemplo, las sociedades occidentales,
a través del proceso político, han optado por asignar grandes recursos para el
bienestar y la seguridad sociales. El surgimiento del Estado benefactor constituye la
manifestación de una sociedad que se desplaza más allá de la madurez técnica; pero es
también en esta etapa cuando los recursos tienden, cada vez más, a ser dirigidos hacia
la producción de bienes duraderos de con- sumo y a la difusión de servicios en gran
escala, siempre que predomine la soberanía de los consumidores. Gradualmente se
fue propagando el uso de la máquina de coser, de la bicicleta y, posteriormente, de los
diversos artefactos eléctricos para uso doméstico. No obstante, desde un punto de
vista histórico, el elemento decisivo ha sido la barata producción en masa del
automóvil con sus efectos completamente revolucionarios, tanto sociales como
económicos, sobre la vida y perspectivas de la sociedad.
El punto culminante para los Estados Unidos fue, tal vez, la implantación de la banda
sin fin de montaje por Henry Ford en los años de 1913 a 1914; pero fue en el decenio
de 1920 y, de nuevo, en la dé- cada de la posguerra, 1946 a 1956, cuando esta etapa
de crecimiento fue virtualmente obligada a llegar a su conclusión lógica. Europa
occidental y el Japón parecen haber entrado de lleno en esta fase en el decenio de
1950, como respuesta esencial a un impulso de sus economías totalmente inesperado
en los primeros años de la posguerra. En el aspecto técnico, la Unión Soviética se
encuentra preparada para esta etapa y tiene todos los visos de que sus ciudadanos la
esperan con ansiedad; pero si se llega a iniciar, los dirigentes comunistas tendrán que
encarar difíciles problemas sociales y políticos de adaptación.

Más allá del consumo


Es imposible predecir hasta qué grado pueda llegarse más allá, salvo quizá cuando
observamos el hecho de que en la última década los norteamericanos, por lo menos,
han procedido como si, tras un momento crítico, la utilidad marginal relativa
decreciente se hubiera fraguado en los bienes duraderos de consumo; y han optado,
de manera marginal, por familias más numerosas-actitud acorde con el modelo de la
dinámica de Buddenbrook. Se han comportado como si, por haber nacido bajo un
sistema que les proporcionó seguridad económica y alto consumo en masa,
concedieran valor inferior a la obtención de aumentos adicionales al ingreso real y
convencional, como opuesto a las ventajas y valores que representa una familia más
numerosa. Pero aun en esta aventura que se hace general es un poco prematuro crear,
fundándose en un solo caso, una nueva etapa de crecimiento basada en bebés, como
siguiente paso a la época de los bienes duraderos de con- sumo: como lo expresarían
los economistas, la elasticidad-ingreso de la demanda de bebés de sociedad a sociedad
puede variar considerablemente. Pero lo cierto es que las implicaciones del auge de la
natalidad junto con el déficit, no del todo inconexo, del capital social fijo dominarán

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probablemente la economía norteamericana durante la próxima década por encima de
la mayor difusión de los bienes duraderos de consumo.

He aquí, pues, en forma más impresionista que analítica, las etapas de crecimiento que
pueden destacarse una vez que una sociedad tradicional inicia su modernización: el
periodo de transición, en el cual se crean las condiciones previas para el impulso inicial,
en respuesta, generalmente, a la intrusión de una potencia extranjera, coincidiendo
con ciertas fuerzas nacionales que contribuyen a la modernización; el propio impulso
inicial; la marcha hacia la madurez que, por lo general, abarca aproximadamente la
vida de dos generaciones más; y luego, por último, si el aumento del ingreso ha
logrado igualar la difusión de la maestría técnica (lo que, como veremos, no es
necesario de inmediato), la desviación de la economía en plena madurez hacia el
abastecimiento de bienes y servicios duraderos de consumo (así como el Estado
benefactor) para su creciente población urbana-y, posteriormente, a la suburbana.
Queda, aparte de esto, el problema de si se producirá o no un estancamiento espiritual
secular y, si es así, cómo podrá defenderse el hombre de éste: tema que se considera
en el capítulo VI.
En los cuatro capítulos siguientes examinaremos con más detenimiento y vigor las
condiciones previas, el impulso inicial, la marcha hacia la madurez y los procesos que
han conducido hacia la época del alto consumo en masa. Pero, aun en esta
introducción, debemos darle claridad a una característica del sistema.

Una teoría dinámica de la producción


Estas etapas no son sólo descriptivas. No representan, simplemente, una forma de
generalizar ciertas observaciones de los hechos relacionados con la secuela del
desarrollo de las sociedades modernas. Poseen continuidad y lógica internas y tienen
un fundamento analítico, arraigado en una teoría dinámica de la producción.
La teoría clásica de la producción se formula de acuerdo con su puestos esencialmente
estáticos que se congelan -o permiten únicamente un solo cambio- en las variables
más adecuadas para el proceso del crecimiento económico. A medida que los
economistas modernos han tratado de fusionar la teoría clásica de la producción con el
análisis keynesiano del ingreso, han ido introduciendo las variables dinámicas:
población, tecnología, espíritu de empresa, etcétera. Pero se han inclinado por hacerlo
de manera tan rígida y general que sus modelos no pueden captar los fenómenos
esenciales del crecimiento tal como se le aparecen a un historiador de la economía.
Tenemos necesidad de una teoría dinámica de la producción que aísle no sólo la
distribución del ingreso entre el consumo, el ahorro y la inversión (y el equilibrio de la
producción entre consumidores y bienes de capital), sino que se concentre,
directamente y con algún detalle, en la composición de la inversión y en desarrollos

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propios de sectores particulares de la economía. El tema siguiente tiene por base dicha
teoría flexible y desintegrada de la producción.

Cuando se amplían los límites convencionales de la teoría de la producción es posible


definir las posiciones teóricas del equilibrio para la producción, la inversión y el
consumo como un todo y para cada sector de la economía.
Dentro del marco fijado por las fuerzas que determinan el nivel total de producción, en
el lado de la demanda, las posiciones sectoriales óptimas son establecidas por los
niveles de ingreso y población y por la naturaleza de los gustos; en el lado de la oferta,
por el estado de la tecnología y la calidad del espíritu de empresa, tal como ésta
determina la proporción de las innovaciones disponibles por la técnica y lucrativas en
potencia, que se encuentran realmente incorporadas a los bienes de capital.
En suma, se debe presentar una hipótesis empírica que es en extremo significativa:
que la desaceleración constituye la trayectoria normal 6ptima de un sector debido a la
variedad de factores que operan en ella, desde la oferta y la demanda.
Los equilibrios resultantes de la aplicación de estos criterios forman un conjunto de
trayectorias sectoriales, de las que, como primeros derivados, surge una serie de
modelos óptimos de inversión.
Naturalmente, los modelos históricos de inversión no fueron una réplica exacta de
estos ejemplares óptimos. Sufrieron una distorsión como consecuencia de las
imperfecciones en el proceso de la inversión privada, de las políticas seguidas por los
gobiernos y del impacto producido por las guerras. En forma transitoria, las guerras
alteraron las finalidades lucrativas de la inversión al crear demandas arbitrarias y
cambiar las condiciones de la oferta, destruyeron capital y, ocasional mente,
aceleraron el desarrollo de una nueva tecnología adecuada a la economía de par,
modificando la estructuración social y política por medios conducentes al crecimiento
de tiempos de paz. De estas desviaciones de los modelos óptimos, que ocurren en la
realidad, resulta la sucesión histórica de los ciclos económicos y de los periodos de
tendencias; y, conjuntamente con el impacto de las guerras, tales fluctuaciones
producen trayectorias históricas de crecimiento que difieren de las señaladas por los
modelos óptimos calculados con anterioridad.
Con todo, la historia económica de las sociedades en crecimiento ad quiere parte de su
forma imperfecta del esfuerzo que hacen tales o sociedades a fin de aproximarse a las
trayectorias sectoriales óptimas.
En cualquier periodo, la tasa de crecimiento de los sectores variará
considerablemente; y en las etapas iniciales de su evolución es posible aislar
empíricamente ciertos sectores principales, cuyo rápido ritmo de expansión
desempeña, directa e indirectamente, un papel fundamental en el mantenimiento del
impulso integral de la economía. Es conveniente, con ciertos propósitos, caracterizar a
una economía en términos de sus sectores principales; y cierta parte de la base técnica
de las etapas de crecimiento estriba en la sucesión cambiante de estos mismos

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sectores. Que en el principio de su vida los sectores tengan tendencia a una rápida fase
de crecimiento es, en esencia, lo que hace posible y útil considerar la historia
económica como una sucesión de etapas y no, simplemente, como un todo uniforme y
continuo, dentro del que la naturaleza jamás avanza a saltos.
Sin embargo, las etapas de crecimiento requieren igualmente que se tomen en cuenta
las elasticidades de la demanda y que se amplíe este conocido concepto, ya que estas
fases de rápido crecimiento en los sectores provienen de la discontinuidad de las
funciones de producción de las grandes elasticidades precio a elasticidades ingreso de
la de manda. Los sectores principales se determinan por el curso cambiante de la
tecnología y la cambiante disposición de los hombres de empresa para aceptar las
innovaciones disponibles y, en parte, por aquellos tipos de demanda que han dado
muestras de gran elasticidad en relación con el precio, el ingreso a con ambos.
Sin embargo, la demanda de recursos es resultado de las exigencias impuestas por las
decisiones sociales y por las políticas de los gobierno estén acordes o no con el sistema
democrático y no sólo por las apetencias y opciones particulares. Es necesario, por lo
tanto, observar las selecciones hechas por las sociedades al disponer de sus recursos
en condiciones que superen a los procedimientos convencionales del mercado. Es
preciso considerar las funciones de su bienestar, en el sentido más amplio, incluyendo
en ellas los procesos no económicos que las determinaron.
Por ejemplo, el curso que sigan los índices de natalidad representa una forma de
selección de bienestar realizada por las sociedades a medida que cambia el ingreso.
Las curvas en la gráfica del movimiento de población reflejan (además de los índices
cambiantes de mortalidad) la manera como se calculó el tamaño de la familia en las
distintas etapas. A partir del descenso normal (aunque no universal) de los índices de
natalidad, durante el impulso inicial o poco después, a medida que se afianza la
urbanización y el progreso se convierte en una posibilidad a la vista, al aumento
reciente, los norteamericanos (y otros pueblos de sociedades caracterizadas por su
alto consumo en masa) parecen buscar, dentro de familias más numerosas, otros
valores aparte de los que les puedan brindar la seguridad económica y un extenso
abastecimiento de servicios y bienes duraderos de consumo.
Existen, asimismo, otras decisiones que han ido adoptando las sociedades a medida
que las opciones que se les ofrecen han sido alteradas por el proceso evolutivo del
crecimiento económico. Estas amplias decisiones colectivas, determinadas por muchos
factores que están fuera del mercado-con profundas raíces en la historia, la cultura el
proceso activo de la política- han actuado a la recíproca con la dinámica de la demanda
de mercado, la tecnología y el espíritu de empresa, aceptando los riesgos para
determinar el contenido específico de las etapas de desarrollo en cada sociedad.
¿Cómo debería reaccionar la sociedad tradicional, por ejemplo, ante la intromisión de
una potencia más adelantada? ¿Con cohesión, prontitud y energía, como los
japoneses? Haciendo de la debilidad una virtud, a semejanza de los oprimidos

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irlandeses del siglo XVIII? ¿O alterando lentamente y de mala gana la sociedad
tradicional, como los chinos?
¿Cuándo se ha alcanzado el nivel de nación independiente moderna? ¿Cómo debe
disponerse de las energías nacionales? ¿Deben emplearse para la agresión exterior,
para corregir viejos errores o para explotar posibilidades recientemente creadas o
advertidas, con el fin de aumentar el poder nacional? ¿Para completar y perfeccionar
la victoria política del nuevo gobierno nacional sobre los viejos intereses regionales?
¿Para modernizar la economía?
Una vez que, con el impulso inicial, se pone en marcha el crecimiento, ¿hasta qué
punto deben reducirse las necesidades de difusión de la tecnología moderna y elevarse
hasta el máximo la tasa de des- arrollo por el deseo de incrementar el consumo per
capita y el bienestar?
¿Cuándo se ha logrado la madurez tecnológica y la nación tiene bajo su control un gran
aparato industrial moderno y diferenciado, ja qué fines debe destinarlo y en qué
proporciones? ¿Al aumento del seguro social, a través del Estado benefactor? ¿A
expandir el alto consumo en masa de servicios y bienes duraderos de consumo? ¿Al
crecimiento del nivel y el poderío de la nación en el escenario mundial? ¿O a aumentar
la ociosidad?
Entonces aparece el problema de lo que vendrá después, del cual la historia
únicamente nos ofrece fragmentos: ¿qué habrá de hacerse cuando pierda su atractivo
el incremento del propio ingreso real? ¿Au- mentar la natalidad, llegar al hastío,
descansar tres días cada fin de semana, ir a la luna o crear nuevos límites internos a la
ambición humana en sustitución de los imperativos de la escasez?
Por ello al estudiar los vastos contornos de cada una de las etapas de crecimiento no
examinamos simplemente la estructura sectorial de las economías, a medida que se
transformaron, ajustándose al crecimiento, y crecieron; estamos también analizando
una serie de opciones estratégicas adoptadas por varias sociedades en relación con la
forma de disponer de sus recursos, las cuales incluyen, y sobrepasan, las elasticidades-
ingreso y las elasticidades precio de la demanda.

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