MORALEJA
MORALEJA
MORALEJA
No había en el pueblo peor oficio que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra
cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a
escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio.
Al portero, le dijo:
Sin más, se dio vuelta y se fue. El portero sintió que el mundo se derrumbaba.
¿Qué hacer? Recordó que en el prostíbulo, cuando se rompía una silla o se
arruinaba una mesa, él lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que
ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. Pero sólo
contaba con unos clavos oxidados y una tenaza derruida. Usaría parte del dinero de
la indemnización para comprar una caja de herramientas completa.
Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al
pueblo más cercano a realizar la compra. Y emprendió la marcha. A su regreso, su
vecino llamó a su puerta:
Recordaba las palabras escuchadas: "No dispongo de cuatro días para compras". Si
esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas.
En el viaje siguiente arriesgó un poco más de dinero trayendo más herramientas
que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes.
La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una
vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que
necesitaban sus clientes. Alquiló un galpón para almacenar las herramientas y
algunas semanas después, con una vidriera, el galpón se transformó en la primera
ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no
viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el
tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos
días de marcha.
Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricarle las cabezas de los
martillos. Y luego, ¿por qué no?, las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y
luego fueron los clavos y los tornillos... En diez años, aquel hombre se transformó,
con su trabajo, en un millonario fabricante de herramientas.
Un día decidió donar una escuela a su pueblo. En ella, además de a leer y escribir,
se enseñarían las artes y oficios más prácticos de la época. En el acto de
inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo abrazó y
le dijo:
– Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su
firma en la primera hoja del libro de actas de esta nueva escuela.
– El honor sería para mí –dijo el hombre–. Nada me gustaría más que firmar allí,
pero yo no sé leer ni escribir; soy analfabeto.
– ¿Usted? –dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creer–. Usted construyó un imperio
industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera
sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?
– Yo se lo puedo contestar –respondió el hombre con calma–. Si yo hubiera sabido
leer y escribir... sería el portero del prostíbulo!
Siempre ten presente que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los
días se convierten en años... Pero lo importante no cambia; tu fuerza y tu
convicción no tienen edad. Tu espíritu es el plumero de cualquier telaraña.
Detrás de cada línea de llegada, hay una de partida. Detrás de cada logro,
hay otro desafío. Mientras estés vivo, siéntete vivo. Si extrañas lo que
hacías, vuelve a hacerlo. No vivas de fotos amarillas... Sigue aunque todos
esperen que abandones. No dejes que se oxide el hierro que hay en ti.
Haz que en vez de compasión, te tengan respeto. Cuando por los años no
puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas
caminar, usa el bastón. Pero nunca te detengas!!!
– "¡Debes estar loco!. ¿Cómo podrás llegar hasta aquel lugar? ¡Tú, una
simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar, y
cualquier tronco una barrera infranqueable".
– "Ni yo, con patas tan grandes, intentaría una empresa tan ambiciosa".
No hubo nada que decir, todos sabían lo que haría: se iría volando hasta la
gran montaña y realizaría un sueño: el sueño por el que había vivido, por el
que había muerto y por el que había vuelto a vivir.
Estamos en este mundo para realizar un sueño, nuestro sueño. Vivamos por él,
intentemos alcanzarlo, pongamos la vida en ello y, si nos damos cuenta que no
podemos, quizá necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio
radical en nuestras vidas. Y entonces, con otro aspecto, con otras posibilidades, lo
lograremos.
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VIRTUDES
- ¿Jugamos al escondite?
Nunca olvidaré las palabras que me envió mi padre en una tarjeta postal el año
pasado: "Aunque ganes la carrera de las ratas (la competencia), sigues siendo una
rata." O lo que escribío John Lennon antes de morir baleado en Dakota: "La vida es
lo que sucede mientras uno está haciendo otros planes."
Tú saldrás de aquí esta tarde con una sola cosa que nadie más tiene. Allí afuera
habrá centenares de personas con el mismo título que tú; habrá miles haciendo lo
que tú quisieras hacer para ganarte el sostén. Pero tú serás la única persona en la
vida que tenga la custodia total de tu vida.
La gente ya no habla mucho acerca del alma. Es tanto más fácil redactar un
informe que dar vida a un espíritu. Pero un informe es un consuelo frío en una
noche de invierno, o cuando estás triste, o quebrantado, o solo, o cuando recibes
los resultados de un examen y no son gran cosa.
Este es mi informe. Soy el padre de tres hijos. Nunca he querido que mi profesión
me impida ser una buen padre. Ya no me considero el centro del universo.
Participo. Escucho. Trato de sonreír.
Soy buen amigo de mi esposa. He intentado que mi matrimonio tenga sentido.
Participo. Escucho. Trato de sonreír.
Soy buen amigo de mis amigos, y ellos lo son conmigo. Sin ellos, no habría nada
que yo pudiera decirles hoy, porque yo sería una figura de cartón. Pero yo los
llamo por teléfono, y me reúno con ellos para almorzar. Participo. Escucho. Trato
de sonreír.
Sería pésimo, o al menos mediocre, en mi trabajo, si aquellas cosas no fueran
ciertas. Es imposible ser excelente en tu trabajo si tu trabajo es todo lo que eres.
De modo que esto es lo que quiero decirte: construye una vida. Una vida real, no
una búsqueda maníaca de la próxima promoción, de un mejor salario, una casa más
grande. ¿Crees que estas cosas te significarían tanto si un día tuvieras un
aneurisma, o te detectaran un nódulo en el seno?
Construye una vida en la que sientas el olor del agua salada tras una brisa sobre las
colinas de la costa, una vida en la que puedas detenerte y observar el vuelo de un
halcón sobre el agua o la manera en que un bebé frunce el entrecejo al concentrarse
para levantar una argolla con su pulgar y su dedo índice.
Construye una vida en la que no estés solo. Encuentra a las personas a quienes
amas y que te aman a tí. Y recuerda que el amor no es ocio, es trabajo. Cada vez
que mires tu diploma, recuerda que aún eres estudiante, aún estás aprendiendo a
atesorar de la mejor manera posible tu relación con los demás. Toma el teléfono.
Envía un e-mail. Escribe una carta. Dale un beso a tu madre. Abraza a tu padre.
Construye una vida generosa. Mira alrededor del vecindario donde te criaste;
observa una luna llena suspendida como plata en un cielo oscuro en una noche fría.
Y comprende que la vida es lo mejor que se puede tener y no debes restarle
importancia.
Ama tan profundamente sus bondades que quieras difundirla por todas partes.
Toma el dinero que gastarías en beber cerveza y dónalo a obras de caridad. Trabaja
en un comedor comunitario. Sé hermano mayor para una persona necesitada.
Todos ustedes quieren tener éxito. Pero si además de eso no hacen el bien,
entonces lograr el éxito no será suficiente.
Es tan fácil malgastar nuestras vidas: los días, las horas, los minutos.
Es tan fácil dar por hecho el color de las flores, el color de los ojos de nuestros
hijos, la manera en que la melodía de una sinfonía asciende y desciende . Es tan
fácil existir en lugar de vivir.
Yo aprendí a vivir hace muchos años. Algo realmente malo me sucedió, algo que
cambió mi vida de una manera que, si hubiera podido elegir, jamás hubiera
cambiado en lo más mínimo. Y lo que aprendí de ello fue algo que parece ser la
lección más difícil de todas: aprendí a amar el viaje, no el destino. Aprendí a
observar todo lo bueno en el mundo y a intentar devolverle algo porque creo en él
total y absolutamente. Y en parte traté de hacer eso contándoles lo que yo aprendí.
Contándoles esto:
Mira los lirios del campo. Observa la pelusa en la oreja de un bebé. Lee en el jardín
de tu casa con el sol en tu rostro. Aprende a ser feliz. Y piensa en la vida como una
enfermedad terminal porque si lo haces, la vivirás con gozo y pasión, como debe
ser vivida.
Tú puedes aprender todas estas cosas allí afuera si logras una vida real, una vida
plena; una vida profesional, sí, pero además otra vida, una vida de amor y de
sonrisas y un vínculo con otros seres humanos. Sólo mantén abiertos tus ojos y tus
oídos. Aquí pudieron aprender en el aula. Allí el aula está en todas partes. El
examen llega al final.
Ningún hombre jamás ha dicho en su lecho de muerte: "Ojalá hubiera pasado más
tiempo en la oficina."
Conocí a uno de mis mejores maestros en una playa hace unos 15 años. Era junio y
yo estaba escribiendo un cuento sobre cómo sobreviven los desamparados durante
los meses de invierno. Nos sentamos sobre los barandales de madera, balanceando
las piernas a un costado, y él me habló de su rutina, mendigando a lo largo de la
playa cuando ya se retiraron los turistas, durmiendo en alguna iglesia cuando la
temperatura bajaba a cero grados, ocultándose de la policía.
Pero me dijo que la mayor parte del tiempo se quedaba en la playa, mirando en
dirección al agua, tal como lo estábamos haciendo en aquel momento, aún cuando
hacía frío y tenía que usar como prendas de vestir los diarios después de haberlos
leído.
Y le pregunté por qué. ¿Por qué no se iba a alguno de los albergues? ¿Por qué no
se internaba en el hospital para intoxicados?
El sólo miró hacia el océano y dijo, "Mira el paisaje, jovencita. Mira el paisaje."
Y cada día, en alguna forma, trato de hacer lo que este hombre me dijo. Trato de
mirar el paisaje.
Y esta es la última cosa que tengo para decirles hoy, palabras de sabiduría de un
hombre que no tiene siquiera un peso en el bolsillo, ningún lado adonde ir, ningún
lugar donde estar.