Costumbrismo, Modernismo y Criollismo en El Cuento Venezolano
Costumbrismo, Modernismo y Criollismo en El Cuento Venezolano
Costumbrismo, Modernismo y Criollismo en El Cuento Venezolano
-~ M. Picón Salas. Antología de costumbristas venezolanos del siglo XIX. Caracas. Biblio-
teca venezolana de cultura, 1940 (cito por la reedición de Monte Avila, 6’. Edición, Caracas,
1980, pág. 8).
J. R. Medina. Noventa años de literatura venezolana. Caracas. Monte Avila. 1993. pág.
139.
«El costumbrismo.., va a desaparecer casi por completo en el modemismo, quizá entre
otras cosas, por el auge del criollismo en eí cuento y la novela.» P. Diaz Seijas, «Hacia un con-
cepto del costumbrismo en Venezuela» (pág. 430), en Antología de Costumbristas venezolanos
del siglo XIX, op. cii., págs. 423-435.
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que algunos de los cuentos incluidos en ese volumen habían sido publicados
ya entre 1893 y 1894 en el Diario de Caracas lO.
Uslar Pietri ubica los inicios dentro del movimiento modernista, con
Manuel Diaz Rodríguez a la delantera, más otros nombres como los de Ale-
jandro Fernández García, Pedro Emilio Colí, Rufino Blanco Fombona y Luis
Manuel Urbaneja: «El verdadero período inicial del cuento venezolano lo
representa el grupo de escritores que, entre los años de 1895 y 1910, publica
en las páginas de las revistas El Cojo Ilustrado y Cosn’u5polis» W
12 («con Díaz Rodríguez se hace criatura perfecta de realidad literaria el cuento venezo-
lano», O. Meneses, Antología del cuento venezolano, Caracas, Ministerio de Educación, 1955,
pág. 17. «1-ternos colocado la zona aduanera del pasado en el hito ilustre que marca el hito de
Manuel Díaz Rodríguez. Con este escritor se incorpora a nuestra literatura el cuento, tal como
lo entendemos hoy, tal como lo entendía el genial compilador de «Las mil y una noches». Díaz
Rodríguez sabe qué es el cuento y maneja el instrumento con sabia magia. Otros de nuestros
ci,eni,~fl’ —ant erinresopo~teyioresaél— nr, f,,r,rror l-«1n3 ~ ~ o~U~
características del territorio literario en el cual se aventuraban», idem, pág. 12. Además, Mene-
ses considera a Calcaño más un «precursor» que un fundador), «Desde un punto de vista histó-
rico, tanto la novela como el cuento en Venezuela logran un estado de creación consciente con
los albores del siglo XX ( R. Di Prisco, Narrativa venezolana contemporánea. Madrid, Alianza.
1971, pág. 8) «Reducido a términos de fuerza creadora y originalidad, la lista de la prosa de fic-
ción modernista se reduce a un solo nombre Manuel Diaz Rodríguez» (idem, pág. 9).
13 M. Picón Salas. Formación y proceso de la literatura venezolana. Caracas. Edit. Cecilio
Acosta. 1940.
~ O. Larrazábal H., «Presencia modernista en los inicios de nuestra narrativa» en Anuario,
Canicas, UCV, instituto de Investigaciones Literarias, 1989 (págs. 23-31).
‘> Mariano Picón Salas, Op. cit,
6 Para un análisis de los inicios del costumbrismo, Vid. Alba Lía Barrios. Primer costum-
brismo venezolano. Caracas. La Casa de BelIo. 1994.
En primer lugar, ellos y todos los demás cuentistas del modernismo coin-
ciden en una nueva actitud hacia el hecho narrativo: dispuestos a transgredir
las «marcas» literarias de la tradición romántica, sobre todo de la tradición
romántica española, como afirman Sambrano Urdaneta y Miliani 20, encuen-
tran en el cuento una vía posible para fijar su «compromiso» con el contexto
histórico-estético en el que escriben. Buena parte de ellos son escritores «polí-
ticos» en el buen sentido del término, aunque unos más que otros y no siem-
pre en la misma línea. De modo que la orientación de los modernistas es una
postura ideológica que, sin salirse de la esencia del naturalismo-criollista,
intenta literaturizar las características de la sociedad venezolana de ese
momento.
Una somera revisión de los cuentos de los autores mencionados, escogidos
como referencias, no sólo habla de una temática realista común (algunos más
naturalistas o criollistas que otros, quizás), sino también de cuatro maneras
diferentes de postular la pertinencia estructural y formal del relato. Los cuen-
tos que a nuestro criterio podrían representar las lineas estéticas del modemis-
mo-criollismo venezolano, en cuanto que casi manifiestos estéticos, son: «El
diente roto» (1898>, de Pedro Emilio Colí, «El catire» (1913), de Rufino Blan-
co Fombona, «Ovejón» (1922), de Luis Manuel Urbaneja Achelpohí y «Las
ovejas y las rosas del Padre Serafín» (1922), de Manuel Díaz Rodríguez.
<~... cuando empecé a rezar me parecía que me levantaban por las gre-
- - - -ñas y que San Miguel sentía un dolor-tan grande como el ¡rilo. ~Ycómo
no, con aquella espada que le encajaban en el estómago! Se le compren-
día en los ojos que me estaba compadeciendo como yo lo compadecía a
él, mientras el diablo se gozaba con la maldad que le estaba haciendo y
le ponía eL pie sobre la cabeza...» 23~
Una vez que ha escuchado el relato, su amiga Severiana le hace ver el
equivoco que ha cometido, en cuanto que ha sido curada por el mismo diablo.
Higinia entra así en un terrible conflicto, pero más adelante una aparición del
hijo de Dios en un sueño suyo sirve para dar cierre al cuento, en tanto la
supuesta pecadora es perdonada definitivamente y curada.
Con eso se da paso a la tercera parte, «Cuento del espíritu santo», referido
a dos amantes (Angélica y Ben Alahmar), él adorador de Alá y ella del Dios
Católico. En diferentes situaciones, ambos deciden cambiarse de religión a la
hora de la muerte para encontrar al otro en el respectivo paraíso, pero igual-
mente toman diferentes caminos, hasta que son juntados definitivamente por
el espíritu santo.
Si queremos formular hipótesis acerca de los valores de este cuento, pode-
mos decir que la primera parte representa la tendencia del cosmopolitismo, la
segunda es obvia evidencia del criollismo, en tanto que la tercera parece
mucho más cercana al esteticismo. Pero las tres partes confluyen obviamente
en los ideales estéticos del modernismo. No en balde es la tercera parte la más
cercana a los cuentos de Manuel Díaz Rodríguez.
Sin embargo, será la vertiente netamente criollista la que definitivamente dé
relevancia a la cuentística de Pedro Emilio Colí, con el más universal y mejor
23 Cito aquí por la versión inserta en A. lisIar Pietri y J. Padrón, Antología del cuento
moderno venezolano, Caracas, Ministerio de Educación, 1940, pág. 49.
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logrado de sus cuentos: «El diente roto», muy a pesar de que Guillermo Mene-
ses no lo considere «el mejor cuento del autor» sino más bien un texto «dema-
siado sintético y despojado en exceso de literatura narrativa» ~. Es obvio, pri-
mero, que la materia narrativa es mucho más que evidente en ese cuento,
aunque se perciba poca acción (que es lo que suponemos desea afirmar Mene-
ses) y, segundo, que la síntesis no es un defecto del cuento sino una virtud y un
rasgo de los que mayores obstáculos ofrecen a un buen cuentista para su logro.
Justamente se trata del cuento más local y más universal de Colí no sólo por
la temática (un niño venezolano común y corriente a quien el azar de un golpe
de guijarro convierte en pensador mítico, mientras rasga el diente roto con su
lengua), sino también por el valor asignado a la brevedad y al lenguaje. No
habría mejor ejemplo para laverificación de lo que significa el logro de un ele-
vado nivel de intensidad, mediante un mínimo uso de palabras. Además, en este
texto resalta también la habilidad paródica del narrador que ya destacamos en
el cuento anterior y el desarrollo de una línea de humor que más adelante será
utilizada por otro cuentista venezolano muy importante, Don Julio Garmendia.
«El diente roto» es sin duda un cuento que viaja a contracorriente del
romanticismo, por lo que se inserta perfectamente en las propuestas renova-
doras y transgresoras del modemismo-criollista. No obstante, es lo más extre-
mo que podamos apreciar a la adjetivación redundante y a ese estilo tan parti-
cular con que se ha caracterizado a todo el movimiento modernista. Allí lo
importante no es sólo la conducta autóctona ni las peculiaridades del lenguaje
coloquial. Puede decirse que su recurrencia a la metáfora en el nivel micro es
mínimo, si no inexistente. Pero todo su contenido es una gran metáfora acer-
ca del modo como puede darse paso al surgimiento de un mito popular nacido
de la ingenuidad y de la técnica del rnmort Es eso lo que hace de Juan Peña (el
personaje central del cuento) un estereotipo literario y lo convierte en uno de
los personajes recurrentes en la literatura venezolana posterior.
El cuento responde entonces a una vertiente del modernismo que, partien-
do de un simple incidente local y un comportamiento colectivo típico de las
todavía nacientes sociedades latinoamericanas postcoloniales alude a un fenó-
meno de carácter universal: al considerársele un eterno pensador, Juan Peña es
convertido en sabio, ministro, diputado, académico, etc.). Lo que en «Tres divi-
nas personas» fueron después atisbos o tanteos (lo paródico, el humor, el len-
guaje directo, literal, la linealidad y nitidez de la historia) se había concretado
ya en «El diente roto», que a su vez no deja de contener un planteamiento ide-
ológico relevante, razón por la que también es notorio su tono expositivo.
La misma factura del cuento aquí escogido, «El catire», puede servir de
punto de partida para establecer una posibilidad de vinculación con la nove-
lística posterior de Rómulo Gallegos, en cuanto al valor atribuido al paisaje, y
Aparecerá después en París como Contes Americains (1903) y luego como Cuentos americanos
(Paris. G. Richards. 1913) y más adelante en Madrid (Dramas mínimos, 1920). Hay algunos
añadidos en las sucesivas ediciones. Vid. Bibliografía del cuento venezolano, Caracas, Univer-
sidad Central, 1975, págs. 34-38. Blanco Fombona es también autor de seis novelas, en las que
es notoria su adhesión al criollismo.
27 «Dedicatoria» en R. Blanco Fombona, Cuentos Amen canos, Paris, 1913.
con la cuentística de Arturo Uslar Pietri, en relación con el efecto que el medio
ejerce en la conformación psicológica de los personajes. Varios de sus cuentos
se caracterizan por la violencia feroz que ejercen algunos de los personajes.
Por ejemplo, en «El eterno femenino» un hijo asesina a su padre por vender la
muía de la que está enamorado y con la que al decir del narrador «mantenía
relaciones sexuales»; Casimiro Requena, personaje central de «El canalla San
Antonio» se ofrece sin mayores preámbulos para golpear y matar a alguien
que desde un periodiquillo local molestaba al sacerdote del pueblo, quien ape-
nas ha ordenado que se le dé «una buena paliza» al fablistán. En un acto de
proyección de conducta, Casimiro termina descabezando de un machetazo a
un San Antonio de la iglesia del pueblo por no haberle concedido el milagro
de devolverle a su burra extraviada. Como veremos luego, este juego recu-
rrente con la violencia, algunas veces determinada por el medio físico, alcan-
za su clímax en «El catire»
En el marco de un regionalismo-criollismo bastante «galleguiano», este
cuento ofrece al analista una superestructura narrativa en tres planos, corres-
pondientes a cada una de las partes en que está dividido el cuento:
Una primera parte correspondiente al escenario o marco en que se desa-
rrollará la historia: la selva, los pobladores, los medios de vida, con una pre-
dominancia de la materia descriptiva. En la segunda parte, también descripti-
va, el narrador traslada su objetivo hacia la presentación del personaje central,
que a su vez es el motivo fundamental del cuento, para pasar luego a un tercer
plano en el cual se desarrollarán las acciones que conducirán a un verdadero
conflicto narrativo: el ensañamiento del personaje central, apodado «el catire»
con un asno.
La organización del cuento busca un equilibrio entre la estructura global del
relato, el lenguaje utilizado, carente de la retórica estilística de otras tendencias,
y las acciones que permiten apreciarlo indudablemente como un texto narrati-
vo. La acción primordial de la historia constituye una auténtica exaltación de
cómo la hostilidad del medio puede influir en la motivación del odio. Se relata
el lado oscuro, pero muy real, de un joven de diecisiete años, de «una actividad
inextinguible», al decir del narrador. Su rutina de servicio es interrumpida por
la ocurrencia de un accidente con un asno, cuyas ancas estimulaba con cosqui-
llas, en la medida en que bajaba una cuesta. El narrador se detiene de modo
magistral en la exaltación de la crueldad que en este caso puede ser explicada
por el desarraigo del personaje, su conducta descentrada en un medio natural
que no era el suyo. El modo como el catire ha llegado a la hacienda a servir
como peón («entregado por los mismos padres... que no podían soportarlo: tan
maleante era y tan perturbador»), ya nos coloca, desde la segunda parte del
cuento, en el camino de lo que puede ocurrir después. La misma conducta com-
pulsiva de la rutina de trabajo abre para el lector la posibilidad de imaginar la
reacción posible ante el accidente con el asno. De inteligencia extrema pero
también de instintos casi animales, el catire no pierde detalle a la hora de pla-
nificar la venganza del medio agreste que lo explota y lo castiga.
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Un cuento como éste tiene que ser muy tomado en cuenta al momento de
hablar de las tendencias del cuento venezolano de inicios de siglo y su reper-
cusión en el desarrollo posterior de la cuentistica nacional. Su factura lingúis-
tica y la tensión que logra a través de la acción principal, motivada por una
introducción inicial en el paisaje, lo revelan como un texto verdaderamente
antológico. Modélico, principalmente en una tendencia que durante el período
de florecimiento de la vanguardia tendrá en Anuro lisiar Pietri su más digno
representante.
Hemos querido introducir este tercer autor y su cuento con unas líneas que
permiten ubicarlo de una vez como el gran teórico del modernismo criollista
en Venezuela, probablemente el único de los narradores de ese momento que
hace literatura a partir de la explicitación de una propuesta estética. Hecho que
pocos años después se repetirá en la defensa que de su modó de hacer litera-
tura hará José Rafael Pocaterra 29
Narrador y ensayista relevante, tanto de El Cojo Ilustrado como de Cos-
mdpolis, Gustavo Luis Carrera (1976) St) ha visto en el Urbaneja Achelpohí
cuentista el antecedente más importante de Rómulo Gallegos, muy a pesar
de que la difusión de sus cuentos se hizo principalmente a través de publi-
caciones periódicas. De comienzos de siglo, apenas si puede reseñarse la
edición del libro Los abuelos 31• La verdadera compilación de su obra narra-
tiva breve es de 1945 32• Es además autor de una de las novelas venezolanas
28 Este ensayo de Luis Manuel Urbaneja se publica originalmente en 1895, cito en este caso
de la versión recogida porO. Rodríguez Ortiz, Venezuela en seis ensayos. Caracas. Monte Avila.
1987, págs. 83-87.
29 Vid. «Prólogo del autor» en José Rafael Pocaterra, Cuentos grotescos, Madrid, Edime,
1955.
30 0. Luis Carrera, «Prólogo» en Luis Manuel Urbaneja A., Selección de cuentos, Caracas,
Monte Avila, 1976.
3’ Caracas. Imprenta El Cojo. 1909, 64 págs. (incluye tres cuentos: «Los abuelos», «La
bruja» y «Nubes de verano»).
32 L. M. Urbaneja Achelpohí. El criollismo en Venezuela, en cuentos y prédicas. Caracas.
Editorial Venezuela. 2 vols.
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más importantes de este siglo, En este país ?3~, el texto narrativo nacional que
de manera más fidedigna representa la estética del criollismo venezolano. En
ella se integran magistralmente la temática local, el léxico vernáculo del
país, los personajes criollos y el contexto político-social del momento histó-
rico en que se desarrolla (la Venezuela postcolonial y pre-petrolera), en una
estructura narrativa que no deja dudas sobre su factura abiertamente regio-
nalista.
Posiblemente sea Urbaneja el cuentista del modernismo-criollismo vene-
zolano por excelencia, y si no, por lo menos el más claro en sus propósitos,
razón para que José Fabbiani Ruiz lo considere el gran iniciador del cuento
venezolano ~4, hecho que vendría a ratificar un vinculo con los primeros cos-
tumbristas, como lo hemos planteado antes.
Su bien definida estética defensora de lo nacional, se debatió sin embargo,
en una dicotomía estilística que puede ser ubicada entre el criollismo y el
denominado realismo crítico, bastante apegado al naturalismo, pero con un
punto de partida fundamentalmente local: «El mirar los patrios asuntos aleja-
dos del arte, siendo productos nuestros, es un defecto de mera interpretación
debido a una ligera falta de sensibilidad al medio» W
Su cuento «Ovejón», publicado por primera vez en 1914, y el más cono-
cido del autor, es el ejemplo más claro de la fusión de esos elementos. Parte el
narrador de una sencilla y ejemplar escena en la que un mendigo enfermo de
una pierna es auxiliado y curado por un extraño, que finalmente resultará ser
el mítico bandido del pueblo conocido como «Ovejón». Ante la creación de un
conflicto de intereses surgido en la mente del mendigo al enterarse de que por
aquel bandido ofrecen una recompensa que le alcanzaría para sanar todos sus
males, el harapiento agradecido decide salvar el pellejo de la única persona
que alguna vez se había compadecido de él. El texto no deja de ser moralizante
pero no puede esperarse menos de un autor cercano al realismo critico. Y
mucho más que en eso, habría que detenerse tanto en el estilo global del texto,
escasamente retórico (sin exageraciones metafóricas), como en el modo de
conducir la anécdota.
Texto de ambiente absolutamente campesino, absolutamente «criollo», de
acuerdo al modo como su autor entendía su adhesión y defensa del criollismo 36,
~ L. M. Urbaneja A. En este país. Buenos Aires. Imp. José Tragant. 1916 (ganadora del
Primer Premio en el Concurso de Novelas Americanas, Buenos Aires, 1916). Reimpresa en
Venezuela en 1920, Caracas. Edit. Victoria. Hay edición reciente de Monte Avila Editores,
Caracas, 1987. lJrbaneja es además autor de otras dos novelas de carácter criollista: El tuerto
Miguel (Caracas. Tipografía Moderna. 1927) y La caza de las cuatro pencas (Caracas. Tipo-
grafía Americana. 1937).
~‘ Vid. Gustavo Luis Carrera, «Prólogo» en Luis Manuel Urbaneja, Selección de cuentos,
Caracas, Monte Avila, 1976, pág. 14.
~> L. M. Urbaneja A., «Sobre literatura nacional», en O. Rodríguez Ortiz. Op. cit., pág. 85.
36 «~ si cultivamos una literatura nacional acentuaremos nuestro carácter, teniendo siem-
pre fijos ante la masa común, usos, costumbres, modos de pensar y sentir» (L. M. Urbaneja A.,
~<Mássobre literatura nacional», reproducido en O. Rodríguez Ortiz, 1987, Op. tú., pág. 96).
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Ñ
Hay aquí una relación de parecido con la escena de «El catire», cuando el
protagonista asesta un golpe al asno, aunque guiado por razones muy diferen-
tes. Además, a diferencia de aquel cuento, en éste se aprecia una relación psi-
cológica como más cercana entre el impacto del paisaje sobre la conducta. El
comportamiento del catire guarda consonancia con la violencia del medio en
que se desenvuelve el personaje, el del mendigo, por el contrario, va a contra-
corriente en relación con la influencia del medio. En este último, parece haber
ejercido mucha mayor fuerza la conducta individual de Ovejón para con su
pierna, más aún que las insinuaciones de aquellos que hablan de la obtención
de la recompensa.
Muy a pesar de los deslices inevitables en que el cuento incurre en la
influencia del preciosismo y que en este caso es mínima, muy importante
resulta éste como producto final en el que acciones e incidencia psicológica de
los personajes logran cautivar a un lector Una virtud nada desdeñable tratán-
dose de un texto de literario cuyo efecto comunicativo no ha sido en lo más
mínimo perturbado por el paso del tiempo.
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«Los que profesan el criollismo cómico, los que pintan las aventuras
risibles del llanero en la capital o las malandanzas del patiquin, o señorito
de las ciudades, metido entre rústicos, o carecen del don de observación
genuino o no han visto nunca verdaderos campesinos venezolanos. (...)
Díaz Rodríguez, después de una larga familiaridad con el paisaje
criollo, lo comprende e interpreta con sensualidad intensa y profunda de
pintor enamorado.» (Jesús Semprum 37)
«De repente, sobre el coro, se alzó rasgando la sutil seda de aire esti-
val una voz airada y plañidera. . . .hacia el fin de una de las calles que van
a la plaza del pueblo, una vieja mulata canosa, con desgreñada cabeza de
Medusa, vociferaba.» («Las ovejas y las rosas...»).
Sin duda son fragmentos que contrastan con los momentos de tensión
logrados en ciertos pasajes, por ejemplo, los que el autor logra cuando se refie-
re a la necesidad de los pobladores de capturar al fugitivo del cuento, quien es
perseguido injustamente por un asesinato que no cometió, y los intentos del
padre Serafín por evitar el linchamiento. Pero la distancia mayor con el lector
se exacerba en un final extraño, inesperado por ilógico, por rebuscado, que sin
justificación convierte al padre Serafín en una especie de santo de las espinas,
luego que se frustra su propósito de salvar al fugitivo de las manos de la pobla-
da que desea hacer justicia. Es obvio que el verdadero final del cuento se logra
en el momento en que una de las mujeres (la «impura vieja desdentada» que
«hurgó con su machete la masa rojiza, mascullando») dirige un machetazo
hacia el cadáver del ajusticiado y le mutila el sexo. De allí en adelante, no
parece tener cabida la necesidad de convertir al padre Serafín en ese persona-
je que ante su fracaso como pastor de almas, decide internarse, perderse, para
ser encontrado tres días después en estado de locura («lo hallaron en devota
actitud al pie de un alto peñón que el Sebucán labra y pule con su perenne beso
cristalino»).
Con sobrada razón sostuvo Jesús Semprum que los cuentos de Diaz Rodrí-
guez «carecen por lo común de intriga amena, a lo cual se debe por lo menos
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en parte su escasa popularidad» Pero más que «intriga amena» lo que pare-
‘~.
Conclusiones
Hemos intentado una muy sucinta revisión de algunos aspectos del cuen-
to modernista criollista venezolano. El análisis realizado nos permite ratificar
que no debe hablarse de un corte radical, de una ruptura, entre lo que se deno-
minó el costumbrismo y la narrativa venezolana del lapso modernista. Cuen-
tos específicos de cuatro autores venezolanos, han servido de muestra para
ratificar la prolongación y reformulación de un proceso en el que fue (y con-
tinúa siendo) difícil obviar las constantes relaciones que la narrativa venezo-
lana ha integrado en las nociones de costumbrismo, regionalismo, nativismo,
criollismo y, ahora, neo-criollismo. Todas al mismo tiempo imbricadas en la
predominancia que en nuestro medio ha tenido el cuento realista-naturalista,
fenómeno perceptible en buena parte de la narrativa venezolana del siglo XX.
Más de rupturas, en el tiempo de los ordenadores podríamos hablar mejor
de un «reseteo» que intenta acoplar los intereses nativistas o costumbristas a
los nuevos formatos estéticos que van surgiendo: se trata de un reajuste del
proceso: primero llamado costumbrismo, después criollismo, en otros casos
«mundonovismo», el afán por insistir en lo criollo o lo nacional y convertirlo
en marco referencial de la literatura persiste, no desaparece, sólo que va ajus-
tandose al devenir e implicándose con los formatos del poema, la novela y el
cuento. Como en todos los aspectos relacionados con la vida y la cultura
humanas, estos procesos sencillamente implican nuevos modos de interpretar
y dar forma a la realidad; lo existente no desaparece sino que adquiere nuevas
estructuras.
En concreto, el modernismo venezolano habría estado profundamente
imbricado con el criollismo y éste a su vez con el regionalismo y costumbris-
mo: todos integrados en torno a la necesidad de identificación del espacio
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