Literatura Mexicana Del Siglo XX
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A
unque todo canon es arbitrario, la historia de la lectura va
instalando una serie de obras y de autores que son imprescindibles
en el conocimiento de la literatura de un país. La historia de la
lectura, es claro, está mediada por los contextos educativos formales, que
finalmente legitiman y reproducen un canon. Pero hay un canon detrás
del canon, si nos referimos a un sinnúmero de obras de alto valor estético
que por diversos factores sociohistóricos no circulan en su tiempo; en el
caso de México, la obra de Sor Juana, por ejemplo, será reconocida como
fundamental hacia la mitad el siglo xx, tres siglos después de su aparición;
en Colombia, la obra del contemporáneo de Sor Juana, Francisco Álvarez,
hoy, en el siglo xxi, no hace parte del canon literario colombiano: no es leída.
En este número de la revista Literatura: teoría, historia, crítica presentamos
artículos sobre obras del otro canon, el que habita en la periferia y es objeto
de reflexión en las investigaciones. Con la excepción de los artículos sobre las
obras de Mariano Azuela y de Juan Rulfo, los artículos de este número nos
aproximan a autores cuyas obras forman parte de la latencia de la historia
literaria de México. Así, tenemos que el artículo “La poesía pictórica de
santos de autoras novohispánicas”, de Adriana Azucena Rodríguez, nos
aproxima a aquellos textos poéticos que, en la Nueva España, cultivan la
écfrasis: la traducción al lenguaje poético de las imágenes pictóricas de
santos, lo que permite comprender el acento descriptivo de la obra de las
poetas novohispanas referenciadas por la autora del artículo.
Por otro lado, el artículo titulado “Liberalismo, iluminismo y ro-
manticismo: el problema de la libertad en dos novelas de la República
Restaurada”, de Verónica Hernández Landa, nos ubica en dos narradores
que son representativos de la literatura del siglo xix; los cuentos de Riva
Palacio son ampliamente reconocidos, pero no tanto las novelas. El artículo
introduce la discusión sobre los dos momentos del liberalismo en el siglo
xix: el surgido de la Ilustración y el racionalismo que, paradójicamente,
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ISSN 0123-5931 (impreso) · 2256-5450 (en línea)
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resulta autoritario, y el del segundo liberalismo, vinculado con los idearios del
romanticismo, que propende a una mayor libertad y exaltación de la imagi-
nación; los periódicos y las revistas son los medios principales a través de los
cuales se promueven los idearios de unos y otros. Las novelas, como las aquí
analizadas, entronizan sobre todo, con la primera tendencia, al liberalismo
de la Ilustración. Son novelas escritas con propósitos ideológicos, tal como
lo señala la autora del artículo.
En el artículo “La Rumba de Ángel de Campo: la Ciudad de México del siglo
xix como imaginario sonoro”, de Carlos Pineda, se explica cómo la ciudad es
protagonista de la narrativa mexicana y a la vez es fotografía de la marginalidad
y la desigualdad social; homicidios, hurtos, alcoholismo, prostitución revisten
al centro de la ciudad y a sus periferias. El paradigma de esta novela sobre la
ciudad es Los de abajo. El foco de esta novela es la Revolución mexicana, de la
cual Bernardo Subercascaux reconstruye sus contextos políticos e históricos.
Los dos artículos se vinculan entre sí por el interés de sus autores al analizar
los imaginarios de la ciudad y de la vida política en la Revolución.
Con el artículo “El amante inaudito: duelo, melancolía y amor intransitivo en
el personaje Pedro Páramo”, se llama la atención sobre la novela que marcó un
antes y un después de la narrativa mexicana; se trata de la novela emblemática
de la transculturación: Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Esta vez el análisis se dirige
hacia la otra faz de uno de sus protagonistas: la del personaje con ilusiones
amorosas, entregado a la melancolía, resultado de la frustración sentimental.
Medir cuánto ha pesado en los escritores mexicanos y latinoamericanos la
novela de Rulfo y las novelas que se desprendieron del realismo mágico es un
asunto que sobreviene cuando estudiamos a los escritores posteriores.
El trabajo de renovación narrativa lo asumen también los escritores de
otros países que viven en México, como lo hicieran Lawrence y Lowry en su
momento. Felipe Adrián Ríos, en su artículo “El México abismal de Roberto
Bolaño”, interroga el carácter nacional de las literaturas y propone considerar la
neoidentidad mexicana en obras como Los detectives salvajes, 2666 o Amuleto,
del chileno Roberto Bolaño. En efecto, México es una presencia en la obra de
Bolaño, como lo es en los otros dos escritores nombrados, cuyos libros son
considerados mexicanos porque es México el que habla en ellos. Podemos
movernos en la Ciudad de México a través de las escenas angustiosas de Los
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1 Véase Aura.
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La poesía prehispánica
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Las recomendaciones que hacían los padres a sus hijos cuando los ofrecían
al Calmécac son muy significativas:
Toma cargo de la tinta negra y roja, del color de los libros, de las pinturas.
Colócate en la cercanía, en la proximidad de los prudentes y del sabio […]. He
aquí la voz completa, la palabra completa, la expresión de nosotros los viejos,
las viejas. (Citado en Segala 75)
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Los códices, los libros, la palabra escrita eran, pues, el equivalente semántico,
la traducción convenida, de los mecanismos pasados, presentes y futuros del
universo, tanto en el horizonte cósmico como en el de la ciudad, del capulli y
del hogar doméstico […]. Además la palabra tenía un pasado, una historia que
necesariamente coincidía con la de la ciudad, de la que era el rastro visible,
legitimador y paradigmático. (Segala 76)
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Nos atormentamos…
Nos atormentamos:
no es aquí nuestra casa de hombres…
allá donde están los sin cuerpo,
allá en su casa…
¡Sólo un breve tiempo
y se ha de poner tierra de por medio de aquí a allá!
Si bien hubo muchos otros poetas prehispánicos, que tanto Garibay como
León-Portilla, basados en las obras de los cronistas citados, referencian en sus
estudios, es Nezahualcóyotl el poeta mayor. Netzahualcóyotl nace en 1402, en
una familia de la nobleza. Esta caracterización nos podría servir para ubicar
a quienes gobernaban el territorio de Texcoco, colindante con Tenochtitlan.
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La obra de Bernal Díaz nos muestra que del mismo modo como los antiguos
nahuas luchaban entre sí por el poder, los soldados conquistadores venidos de
España viven en una cotidianidad de celadas y confrontaciones mutuas, movidos
por las riquezas encontradas en las tierras que llamarán la Nueva España. Dice
Bernal Díaz que él escribe en un lenguaje llano, evitando la retórica del latín,
porque su escritura busca decir la verdad de lo ocurrido. Entre sus verdades se
encuentran los homicidios y las traiciones, como los viviera también el poeta
Nezahualcóyotl entre los suyos.
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La escritora mexicana aporta una obra más amplia y más diversa que sus
contemporáneos; los poemas de amor son los primeros que en América aluden
al inconsciente, que permea los sentimientos contradictorios de los celos:
Dice Octavio Paz respecto a los poemas amorosos de Sor Juana que “el
conocimiento erótico que revelan […] es, tanto o más que el resultado de una
experiencia, un saber codificado por la tradición: una retórica, una casuística
y hasta una lógica”. Y añade que “justamente por esto puede hacerse un tra-
tado del amor con los poemas de Sor Juana: son conceptos y arquetipos, no
confesiones” (147). Diremos por nuestra cuenta que la labor del artista implica
los desdoblamientos intelectuales: dejar de ser quien es para ser otro, lo cual
converge en el juego dialógico de las ideas. Sor Juana sabía jugar con estos
desdoblamientos y con el lenguaje:
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analogía nuclear del poema está constituida por la estructura del universo y la
estructura del cuerpo humano: 1) la zona generable, “que va del diafragma a lo
bajo de las piernas, y en [la] cual tienen su sede los órganos de la generación y
el nutrimento”; 2) la zona de los espíritus vitales, “en la que se hallan el corazón
y los pulmones, los cuales en perfecta semejanza con la luna, el sol y los astros
participan al cuerpo su calor vital, la espiritualidad y el movimiento”; 3) la zona
de la cabeza, “que es simulacro del mundo intelectual y consta —a su vez— de
tres partes: ánima, entendimiento y divinidad” (239). Este modo de concebir el
mundo, explica Pascual Buxó, muestra simbólicamente un campo de creencias
que todavía en el siglo xvii conformaba “un telón de fondo” de las expresiones
artísticas y del pensamiento filosófico de la época, una de cuyas fuentes es la
obra de León Hebreo Diálogos de amor, del siglo xvi.
Sor Juana introduce la tradición emblemática de la cultura del Renacimiento
europeo en “Primero sueño”. Los emblemas “constituyen una clase de textos
sincréticos en los que, por un lado, la ‘figura’ (o cuerpo del emblema) y el ‘mote’
(ánima o sentencia lacónica, habitualmente en latín) discurren por medios
diferentes sobre una misma clase o jerarquía de conceptos” (Pascual Buxó, Las
figuraciones del sentido 245). Así, por ejemplo, uno de los emblemas o hipotextos
en el poema de Sor Juana es la empresa doce, explicada por Saavedra Fajardo:
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Verdad es que Clara tiene un cuerpo adorable: ágil, nervudo, como el de un gato
cuando se revuelca retozando; verdad es que su cutis es blanco, con reflejos de
plata dorada, como un tarro de leche expuesto a los rayos del sol; verdad es que
sus párpados napolitanos parecen tallados en la cáscara delicada de un durazno;
verdad es que sus labios son carnosos y parecen siempre recién mordidos, tan
colorados así están; pero, al fin y al cabo, muchos la han admirado sin amarla;
no tiene una celebridad de bastidores; en las tablas es una medianía; en las cenas
una mujer vulgar; habla poco, come poco; tiene —como diría Henri Heine— el
vino triste. (Gutiérrez Nájera 73)
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Dos escritores en el siglo xx, Julio Torri y Juan José Arreola, continuarán
con la poética del cuento, en la que el contraste entre la descripción narrativa y
los tonos discursivos del ensayo confunden o le ponen trampas al lector. Es una
constante en Gutiérrez Nájera la introducción de los nombres de autores europeos
en sus ficciones, muchas de las cuales (cuentos largos y novelas) se publican por
entregas en los periódicos; por la versatilidad de la escritura, al considerar diversos
destinatarios, acudió a los seudónimos: el Conde Job es el más recurrente.
Como escritor modernista Gutiérrez Nájera participó en la fundación
de las revistas literarias de finales del siglo xix, como los grandes hitos de la
literatura mexicana del siglo xx. En 1894, funda la Revista Azul, que circula
con el periódico El Partido Liberal los domingos; la revista abogó, afirman
Belem Clark y Fernando Curiel, “por una literatura mexicana producto no
ya del nacionalismo endogámico, sino de la heterogeneidad cosmopolita y
de la aceptación de todo aquello que significando belleza hubieran aportado
otros movimientos literarios” (21). En las polémicas de la época en torno a
los grupos de escritores y artistas, tan comunes en todos los países, pero tan
acentuadas en México, aparece en la palestra José Juan Tablada, que fundó la
Revista Moderna, en 1898, luego del cierre de la Revista Azul y del periódico
que la divulgaba. La Revista Moderna irá hasta el año 1911. En ella publicarán
los escritores del modernismo mexicano y de otros países, entre ellos Darío y
Lugones. Para entonces se fortalecía en Ciudad de México el proyecto literario,
filosófico y artístico del Ateneo de la Juventud, en el que hallaremos la figura
prominente de la literatura en la primera mitad del siglo xx: Alfonso Reyes.
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Reyes acude a Valéry para confirmar que “la poesía intenta crear un
lenguaje dentro del lenguaje” (74) y glosa a Poe y a Baudelaire para esbozar
cómo la poesía subyace en toda expresión literaria, si bien las funciones del
lenguaje se jerarquizan (hibridismo), sin perder la dominancia de la poesía,
según sean los géneros: la lírica, la novela, el cuento, el drama. La experiencia
literaria es la mejor entrada a quienes se inician en las prácticas literarias.
Es indudable que este libro tiene una presencia en los proyectos estéticos de
quienes constituirán el grupo Contemporáneos y, por supuesto, en el otro
poeta y gran ensayista del siglo xx mexicano: Octavio Paz.
El grupo Contemporáneos
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cielo y tierra, virtud y pecado, ángel y demonio luchan y nada importa que por
momentos venzan el cielo, la virtud y el ángel, si lo que mantiene el drama es
la duración del conflicto, el abrazo de los contrarios en el espíritu de Ramón
López Velarde. (Villaurrutia 647)
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Andrés Pérez, maderista (1911) y señala que la “cumbre del género” es la novela
Los de abajo (1915). En una perspectiva diacrónica, destaca a Francisco Monterde,
cuyas obras son contemporáneas de las de Azuela; asimismo, resalta las obras
de Martín Luis Guzmán, Rafael Felipe Muñoz y José Revueltas.
El luto humano (1943), de José Revueltas, novela con acentos líricos, consti-
tuye un puente hacia la narrativa que logra desprenderse del realismo social y
modernista, iniciado por Mariano Azuela en Los de abajo. Revueltas interpela el
trayecto de la vida política de México y sus revoluciones desde una perspectiva
simbólica. Siempre se reconoció como un escritor de izquierda. Fue un buscador
de proyectos estéticos que respondieran a sus propósitos políticos, sin caer en
el naturalismo. Cultivó la novela, el cuento, el teatro, el guion cinematográfico,
la crónica, el reportaje y, con intervalos, la poesía.
Los días terrenales (1949) y Los errores (1964) son dos novelas emblemáticas
en la relación literatura-política. Son novelas representativas de los dilemas
ideológicos de Revueltas; uno de estos está relacionado con el rol del artista y
el rol del militante. Al respecto, señala Marco Antonio Campos que “la crítica
más profunda a los comunistas mexicanos no la fundamentaron o retrataron
los escritores burgueses sino un ex miembro del pcm” (76). José Revueltas,
quien interrogó la orientación ortodoxa del partido, es el mejor ejemplo de
la autocrítica del militante, del orientador de las discusiones internas en aras
de la cohesión partidista; pero pudieron más las posiciones radicales de los
dirigentes que las intenciones heterodoxas de Revueltas.
Durante trece años, Revueltas persiste en los idearios políticos de izquierda.
Aunque sus posiciones democráticas lo conducen al aislamiento, se reintegra al
partido comunista en 1956 y reniega de Los días terrenales, novela que produjo
la desconfianza de los dirigentes del partido. Entonces escribe que
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Acabo de leer un libro de José Revueltas. No quiero decir cómo se llama. Para
algunos de los que aquí están, este apellido puede no tener significación. Para mí
la tiene y muy grande. Es el nombre de una dinastía del pensamiento americano,
es el nombre de una familia del pueblo que ha traducido en un alto lenguaje, en
la pintura, en la literatura y en la música las victoriosas luchas de un pueblo. Y
hoy, este nombre me trae, en las páginas de mi antiguo hermano en comunes
ideales y combates, la más dolorosa decepción. Las páginas de su último libro
no son suyas. Por las venas de aquel noble José Revueltas que conocí circula
una sangre que no conozco. En ella se estanca el veneno de una época pasada,
con un misticismo destructor que conduce a la nada y a la muerte. (Citado en
Campos 83)
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Con el título Los días terrenales Revueltas quiso nombrar su obra completa; este
título sintetiza, en efecto, los propósitos literarios relacionados con los contextos
culturales y políticos de México. Las novelas nos dicen: estos son los días que pasamos
por la tierra. Las voces de los narradores y la personificación de un espectador de
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los eventos narrados dejan ver la presencia del existencialismo de Camus. En Dios
en la tierra se representa el ámbito sórdido de las prostitutas, la ambivalencia de
la policía, de México y de Estados Unidos, las niñas limosneras, los campesinos
“compadres” matándose entre sí… Son las pinturas de Goya, proyectadas en las
novelas; en estos lienzos sobre la condición humana, hallamos siempre al único
ser no alienado: el protagonista/espectador en cuentos y novelas. Por eso, como
lectores, presenciamos en la obra de Revueltas el gran teatro del mundo.
2 En la presentación a la edición del 2010, la Fundación Juan Rulfo señala: “Los documentos
muestran que en 1956 Rulfo se encontraba trabajando en una historia sobre el mundo de
las peleas de gallos y lo urgían a terminar la misma para llevarla a la pantalla, aunque
solo en enero de 1959 procedería a registrar su ‘argumento para cine’, como fue designado
entonces. Rulfo no había avanzado a la velocidad que los productores de cine deseaban,
pero cuando su texto llegó finalmente a manos de ellos tuvo que pasar un lustro para la
realización de la película” (8).
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[…] El gallo de oro. Novela. 1959. No se publicó por haberse utilizado como
argumento para la película del mismo nombre.
El despojo. Novela corta. 1960. También fue convertida en película. […]
Un documento autobiográfico avisa:
Otra novela, El gallo de oro, escrita años más tarde, no fue publicada, pues
antes de que pasara a la imprenta un productor cinematográfico se interesó en
ella, desglosándola para adaptarla al cine. Dicha obra, al igual que las anteriores,
no estaba escrita con esa finalidad. En resumen, no regresó a mis manos sino
como script y ya no me fue fácil reconstruirla. (160)
3 Al respecto, José Carlos González Boixó atina en sus aproximaciones analíticas a la novela,
en su trabajo introductorio a la edición de la Fundación Juan Rulfo (2010).
4 El trabajo de Francoise Perus (2012) es, sin duda, el resultado de la investigación más puntual
respecto al análisis de los narradores de Rulfo y la inserción de sus voces en el monodiálogo,
ya insinuado por Carlos Pacheco en La comarca oral (1992).
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Como Juan Rulfo y Antonio Alatorre, Juan José Arreola es de origen jalis-
ciense. Los tres crecen juntos en su primera etapa de búsquedas estéticas; son
interlocutores en torno a las lecturas fundamentales de su tiempo y del pasado.
Arreola renunciará de manera temprana a la escuela para dedicarse a la lectura y
al trabajo con los libros. Como lo hiciera Borges, con cuyas poéticas se encuentra,
5 En el año 2015, escribí el prólogo de La comarca oral revisitada, de Carlos Pacheco, que a
la fecha (2016) está en la prensa universitaria; quiero de nuevo hacer un homenaje a este
investigador venezolano, cuya muerte inesperada, en Bogotá, impidió que tuviese en sus
manos un libro tan fundamental para la investigación sobre los autores de la transculturación
en la literatura de Latinoamérica.
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“Un pacto con el diablo” está basado en la obra de Stephen Vincent-Benet, The
Devil and Daniel Webster… Pienso que las influencias literarias, en esos mis
primeros textos, son muy claras. Para comenzar, en “Hizo el bien mientras vivió”,
se transparenta la influencia de uno de mis primeros grandes maestros, Georges
Duhamel. Por otra parte, el primer cuento, “El sueño de navidad”, padece la
influencia de Andreiev. En “El silencio de Dios” se nota levemente la influencia
de Rainer Maria Rilke: se desprende de Las historias del buen Dios. “Un pacto
con el diablo” también tiene el tono rilkeano. (Arreola 75)
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Dos géneros constituyen las rutas principales del proyecto literario de Carlos
Fuentes: la novela y el ensayo, si bien incursionó también en el cuento, la crónica
y el teatro. En la novela, son tres las obras decisivas para deconstruir su propuesta
estética: La muerte de Artemio Cruz (1962), Aura (1962) y Terra nostra (1975).
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del tiempo. Hacia el final de la novela, Felipe aparece entre las penumbras de
la habitación de Aura acostado con la anciana de 109 años de edad. Se trata
del retorno al vientre materno y la señal para una una lectura psiconanalítica:7
el problema de la otredad y de la búsqueda del origen, tópico desarrollado en
Terra nostra (1973).
Si Aura es la síntesis de los mundos imaginarios de Fuentes y de su proyecto
literario, Terra nostra es la expansión y concreción no solo de su proyecto sino
también del de sus lectores. En casi 800 páginas, ahora Fuentes se libera y deja
fluir sus mundos, a través de una escritura que demanda de sus destinatarios
conocimientos de la Enciclopedia universal. El pasado literario y contemporáneo,
cultural, artístico y político, se proyecta en esta summa y materialización de su
poética. Convergen aquí sus cuentos, sus piezas de teatro, sus novelas, crónicas
y ensayos; es como si la incompletitud de las obras hasta entonces escritas
pudiera superarse en la gran novela.
Como lo esboza Begoña Pulido, Terra nostra conduce a la inevitable pregunta
sobre qué papel ocupa la ficción en el conocimiento de la historia. Fuentes
mismo lo ha respondido en La gran novela latinoamericana (2011), al identificar
los valores estéticos de la novela emblemática de la Revolución mexicana: Los
de abajo, de Azuela. Así, nos dice que el autor, “levanta la pesada piedra de la
historia para ver qué hay allí abajo. Lo que encuentra es la historia de la Colonia
que nadie antes había realmente narrado imaginariamente” (111). Además, señala
que quien solo lee la corteza exterior de la novela, la fábula, los hechos contados,
sin sumergirse en la profundidad de su polivalencia semántica, es como si no
la hubiera leído. Es precisamente lo que Fuentes espera con Terra nostra: un
lector que trabaja, que sale y entra del texto, para confirmar, con las señales
discursivas, los correlatos históricos, filosóficos y literarios que constituyen su
polifonía. No hay mejor manera para comprender la historia de Occidente que
a través de las literaturas: este es el mensaje que se desprende de Terra nostra.
Begoña Pulido, a propósito de Terra nostra, parafrasea de manera atinada
el planteamiento de Fuentes, esbozado en los intersticios de sus novelas y sus
cuentos y explicitados en sus ensayos:
7 Véase Castellanos.
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para completar la realidad, para mirar en la cara oculta, en la otra mitad del
tiempo perdido. (33)
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