Reseña Historia de La Sexualidad IV

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Historia de la sexualidad iv

Treinta y cuatro años tuvieron que pasar antes de que el cuarto volumen
de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault viese la luz. Fue en 2018
cuando la editorial Gallimard publicó finalmente el manuscrito, hasta ahora
inédito, titulado Les aveux de la chair (Las confesiones de la carne).1 Antes se
publicaron: La volonté de savoir (La voluntad de saber), primer volumen, en
1976, y los tomos ii y iii, es decir, L’usage des plaisirs (El uso de los placeres)
y Le souci de soi (La inquietud de sí), ambos en 1984, poco antes de la desa-
parición del autor.
Cabe recordar que el vasto proyecto de la Historia de la sexualidad se
enmarca en la búsqueda por describir una genealogía del sujeto de deseo
occidental o, mejor dicho, del sujeto deseante. En efecto, La voluntad de saber
develó a la sexualidad como un dispositivo histórico-discursivo, dispositi-
vo que engendró criaturas como la “homosexualidad” y demás categorías
sexuales identitarias que aún arrastramos en el siglo xxi; también formuló
por vez primera conceptos que dieron frutos en múltiples áreas y campos
del conocimiento, tales como biopolítica, gubernamentalidad, tecnologías del yo,
tecnologías disciplinarias o biopoder, por mencionar algunas.
El uso de los placeres, por su parte, expone la forma en que el pensamiento
filosófico y el discurso médico de la Grecia clásica formularon una práctica
particular del(os) placer(es) —khrêsis aphrodision— estructurada fundamen-
talmente en torno a cuatro ejes: la relación con el cuerpo, la relación entre
cónyuges, la relación con hombres jóvenes y la relación con la verdad. En
tercer lugar, La inquietud de sí analiza los textos griegos y latinos de prin-
cipios de la era cristiana en torno al concepto de epiméléia heautoû (o ética del

Debate Feminista 58 (2019), pp. 166-173


issn: 0188-9478, Año 30, vol. 59 / enero-junio de 2020/

http://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2019.58.08
© 2019 Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones y Estudios de
Género. Este es un artículo Open Access bajo la licencia CC BY-NC-ND (http://creativecommons.
org/licenses/by-nc-nd/4.0/).
1
Cabe mencionar que la obra se planeó como un conjunto de seis partes, a saber: 1) La volonté
de savoir, 2) La chair et le corps, 3) La croisade des enfants, 4) La femme, la mère et l’hystérique, 5) Les pervers
y 6) Population et races.

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Reseña

cuidado de sí) para continuar con el estudio sobre una hermenéutica del
sujeto.
La proeza editorial que representa Les aveux de la chair, bajo el cuidado de
Frédéric Gros, es por demás una tarea compleja de hermenéutica sobre los
manuscritos del pensador francés, celosamente resguardados en un archivo.2
El resultado lo constituyen tres capítulos y cuatro anexos. El primer capítulo
se titula “La formación de una nueva experiencia”; el segundo, “Ser virgen”
y, el último, “Estar casado”. Si se quisiera identificar un objetivo central del
volumen, podría apuntarse al análisis, a partir de los textos de los padres
de la Iglesia cristiana primitiva, de la sedimentación de las técnicas y meca-
nismos que hicieron de “la carne” un modo de subjetivación y un conjunto
de preceptos de ética sexual.
Textos como De bono conjugali y De continentia de San Agustín, El Pe-
dagogo y Les Stromates de Clemente de Alejandría, el De Carne Christi y el
De Pudicitia de Tertuliano, entre otros, sirven a Foucault para decorticar la
coexistencia de un régimen sexual y una moralidad conyugal particulares:
aquellos de las comunidades cristianas en los albores de nuestra era. Las
fronteras entre tal régimen y tal moralidad delimitan un territorio tan lábil
como el de las prácticas cotidianas.
Cuesta imaginar a los padres de la Iglesia —obispos, prelados y jerar-
cas— discutiendo a detalle qué orificios del cuerpo —tanto masculino como
femenino— podían —y debían— utilizarse para los placeres de la carne, o
definir el número de veces que podía practicarse un acto sexual antes de ser
catalogado como un “exceso”, así como describir los efectos de tal uso, las
cláusulas y las excepciones. Vasta pero necesaria tarea —al menos desde su
perspectiva— la de construir un dogma que normara las conductas de los
siglos por venir; no obstante, una paradoja parece sobrevolar tan laboriosa
empresa: años de redacción —de los santos padres— consagrados a instan-
tes de placer —de sus fieles cristianos— tan efímeros como repetitivos, tan
constantes; esos que vuelven una y otra vez porque los cuerpos los padecen,
en el sentido más estoico del vocablo.
La reinterpretación que realizan los padres de la Iglesia de los textos
griegos —tanto estoicos como epicúreos— hunde sus raíces en una empresa

2
El archivo Foucault está ubicado en el lado naf 28730 de la Biblioteca Nacional de Francia, en
París, y resguarda alrededor de cien cajas con más de 4,000 hojas de manuscritos del autor.

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cultural de largo alcance; su análisis muestra que la ética sexual cristiana,


su régimen sexual y su moral conyugal no fueron invenciones inéditas ni
adaptaciones de los preceptos hebraicos y griegos a una nueva corriente
religiosa, sino que la concreción de tal régimen es el resultado de siglos de
hibridación cultural, religiosa y filosófica; pensar las rupturas históricas y
los umbrales discursivos que les dieron paso es concebir la Historia —en
singular y con mayúscula— como una reducción ficticia que oculta más de
lo que muestra.
Dos nuevas prácticas van a configurar el rostro del cristianismo en los
primeros siglos de su existencia: la disciplina penitencial y el ascetismo
monástico. Tales elementos, que Foucault denomina tecnologías del individuo,
permitieron la práctica de un ejercicio sobre sí mismo, un estudio o análisis
de sí, en resumen, prácticas de subjetivación. Foucault identifica cómo la
ética de la “carne” ensambla tales prácticas para dar nacimiento a una nue-
va experiencia, de tal forma que la “carne” aparece precisamente como un
“modo de subjetivación”.
La recodificación de los preceptos griegos clásicos llevada a cabo por los
cristianos de los primeros siglos muestra un proceso cultural heterogéneo. Un
ejemplo del mismo es la apropiación de la dirección de la conciencia estoica,
que era pensada por tal escuela clásica como la práctica continua para lograr
un ejercicio soberano de la voluntad sobre uno mismo, cuyo fin era devenir
amo de sí; la dirección de la conciencia cristiana, por el contrario —nos dice
Foucault—, apunta a lograr la renuncia de la voluntad, lo que deriva en la
paradoja de “desear lograr no desear”, es decir, buscar que el deseo propio
se extinga para dar paso al deseo del otro, que en último término será el dios
cristiano a través de sus sacerdotes.
Las prácticas gnósticas y helenísticas retomaron y reformularon la
práctica de “decir la verdad sobre uno mismo”, y la heredaron a su vez a
las prácticas científico-gestoras del siglo xx, donde el médico, el psicólogo,
el psiquiatra y el juez pedirán al individuo que hable sobre sí, que diga la
verdad sobre sí, para entonces sentenciarlo, diagnosticarlo, curarlo o incluso
salvarlo.
Este cuarto volumen va más allá en el tiempo que el primero, en cuanto
a la exposición del mecanismo de la confesión, pues si La voluntad de saber
logró desnudarla como un complejo dispositivo de “verdad sobre uno mis-
mo” —fundamento de la sexualidad moderna en el que la “salida del clóset”
es solo la punta del iceberg—, Las confesiones de la carne escarba en esa parte

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Reseña

del pasado cristiano que proponía catafixiar la salud del alma a cambio de
la verdad de uno mismo; decir la verdad sobre sí no solo limpiaba el pecado,
sino que aseguraba la salvación eterna.
El análisis del principio de dirección cobra importancia en el marco de
los trabajos foucaultianos sobre la gubernamentalidad (uno de los temas
que más interesaron al pensador francés), bien ilustrada en la “dirección de
conciencia” practicada por grupos monacales y anacoretas incluso desde
antes de la era cristiana. La obediencia a un guía espiritual y el abandono
del alma a los preceptos de este último fue un pilar fundamental de la moral
cristiana; en el fondo, la reflexión sobre el sometimiento a la autoridad y el
juego de “anulación-substitución” de la voluntad propia y la ajena forman
parte de este abanico temático.
Como en la mayoría de sus obras, Foucault indaga cual arqueólogo en
las venas de un poder que circula no hacia el centro, sino hacia los márgenes
—geográficos, históricos, culturales— de nuestras prácticas, desnudando así
rizomas de sentidos múltiples, ambiguos y multifacéticos. En este volumen
se expone la relación de la obediencia y la dirección de conciencia con el na-
cimiento de un nuevo sujeto deseante occidental, relación enmarcada en un
continuum greco-latino-cristiano, y a la vez impregnada por la recodificación
de las prácticas sexoafectivas. Ambas dimensiones van a compenetrarse de
tal forma que distinguir sus cauces, sus dendritas y conexiones, será una
labor compleja.
Una paradoja adicional que descubre Foucault en los textos de los pa-
dres cristianos se halla en que, al exigir a los fieles un examen de sí mismos
—mediante ejercicios de mortificación del cuerpo y del alma—, se demanda
a la par la supresión de la voluntad propia: al construir la interioridad de
uno mismo se logra suprimir la voluntad propia.
Las confesiones de la carne desmiente que la transformación de este conti-
nuum haya significado una ruptura histórica entre dos regímenes sexuales
completamente distintos; por el contrario, Foucault muestra cómo las mismas
preocupaciones de los griegos clásicos (adulterio, fornicación, corrupción de
menores) agobian a los padres cristianos. En este sentido puede afirmarse
que, tanto los cristianos primitivos como los pueblos griegos, compartían
el mismo núcleo de sistema de moral sexual. Lo que diferenciará la moral
sexual del cristianismo será el andamiaje de mecanismos y herramientas
discursivas que colocará la salvación como horizonte teleológico de toda
práctica sexual.

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Entre otros puntos a destacar acerca de este cambio histórico se encuentra


el desarrollo de una mistificación de la virginidad en el cristianismo primitivo,
una mística que irá de la mano de una reflexión constante sobre la disciplina
corporal y volitiva. Es así como la pureza de la virginidad cristiana de los
primeros siglos residirá no en la decisión de subordinar los deseos de la
carne a una voluntad religiosa-espiritual, sino en la muerte absoluta del(os)
deseo(s) a la que dio paso la misma renuncia a la carne. En este sentido, la
virginidad se constituyó como una tecnología del cristianismo, una tecnología
disciplinaria del cuerpo y del espíritu; la virginidad será el culmen de todas
las virtudes no porque rechace la corporalidad, sino porque a través de ella
se manifiesta el trabajo continuo del alma sobre sí misma. La herencia del
askésis griego es aquí indudable.
La práctica de la continencia era ya un precepto común de las escuelas
helenísticas. Lo que la diferenciará de la vertiente cristiana de la virginidad
será el paso de una concepción negativa a una inversión positiva de la vir-
ginidad como umbral que da acceso a la salvación, y por tanto —apunta el
pensador francés— el acceso a la inscripción en la metahistoria cristiana de
la vida eterna. El resultado no será menor: la transformación de la relación
con uno mismo, con el cuerpo y sus prácticas sexuales, que tendrá como fin
hacer de la propia conducta sexual un objeto de examen y guía. La pastoral
cristiana asentaba así sus bases.
Este viraje es clave para Foucault, ya que marca una pauta muy distinta
en comparación con la era clásica —griega principalmente—;3 la virginidad
aparece entonces como una “tecnología de sí” que servirá de puente entre
ambas tradiciones, un puente que abrirá las puertas al proceso de subje-
tivación histórico occidental, en sus diversas modalidades de la relación
del sujeto consigo mismo. En efecto, la virginidad emerge en los textos del
cristianismo primitivo, estudiados por Foucault, a través de distintas moda-
lidades, a saber, como una tecnología del yo, como dominio de conocimiento
interno, como plataforma de sometimiento (hacia las nuevas normas de la
moral sexual naciente) y de poder (de uno sobre sí mismo y del otro sobre
uno a partir de la guía de las conductas).

3
Sin que ello signifique que los griegos no otorgaran un valor positivo a las prácticas sexua-
les; tampoco se afirma que los cristianos hayan otorgado un sentido moralmente “positivo” a las
prácticas sexuales, sino que la importancia que los cristianos otorgaron a la conducta sexual no se
había dado entre los griegos.

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Reseña

Lo que halla Foucault en la revisión de textos monásticos de la era


cristiana primigenia es un conjunto de tecnologías que ayudarán a sostener
la ética sexual cristiana los siguientes 15 siglos. En este conjunto ocupan
un lugar primordial los siguientes elementos: un proceso de subjetivación
permanente, una producción indefinida de la verdad sobre uno mismo y la
creación de relaciones de dependencia con los otros (comunidad religiosa,
familia, clan, etcétera).
Punto fundamental de la reflexión de los padres del cristianismo es
la diferencia entre hombres y mujeres. Los manuscritos foucaultianos pu-
blicados recientemente muestran que, aunque no aparece con frecuencia
en la mayoría de sus obras conocidas, este tema interesó bastante al fran-
cés.4 No se explicaría quizás este tema clave sin analizar la desigualdad
biológico-fisiológica que legitimó la sumisión femenina tanto en el espacio
doméstico como en el ámbito de decisiones del imperio romano-cristiano. Si
bien tal desigualdad existió también en otras culturas antiguas, los matices
culturales de tal sumisión son importantes. En los textos de los padres de
la Iglesia aparece ya la discusión sobre la supuesta “complementariedad”
entre hombres y mujeres, no solo en referencia a la capacidad reproductiva,
sino también a la división sexual del trabajo. La conjunción de las reglas
de la moral cristiana primitiva con una ideología patriarcal de raíces semí-
ticas no hizo sino coagular un régimen en que la jerarquía “natural” entre
hombres y mujeres se justificaba a partir de preceptos bíblicos. Para los
padres de la Iglesia, la jerarquía se legitimaba desde preceptos dogmáticos
e institucionales.
En la economía de los placeres, el matrimonio aparece como premio de
consolación para quienes no lograron la perfección de la virginidad, y en esta
administración de los deseos, el matrimonio los limita hacia una persona: el
esposo o la esposa. Es la apropiación mutua de los cuerpos la que dará pie a
la lista de “deberes conyugales”, vinculados jurídicamente, bajo los cuales
un cuerpo —del que se es propietario— no podía ser “negado” al otro —ya
fuera el esposo o la esposa—, no porque el placer de uno estuviese sometido
al del otro, sino porque el contrato que la Iglesia misma establecía, legitimaba

4
En 2018, la editorial Gallimard y la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (ehess)
publicaron otros manuscritos inéditos de Foucault, uno bajo el título de La sexualité (Curso im-
partido en la Universidad Clermont-Ferrand en 1964) y otro, de Le Discours de la sexualité (Curso
impartido en la Universidad de Vincennes en 1969).

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ese derecho —con Dios por testigo—, a tal grado que una de las pocas cau-
sales de divorcio en la historia del cristianismo era la nula “consumación”
del “acto conyugal”.
Quizás una de las sorpresas de Las confesiones de la carne sea el análisis
que encuentra el francés en el De bono conjugali de San Agustín respecto a
la relación entre matrimonio y amistad (amicitia). Esta innovadora forma de
leer al padre de la Iglesia revela un argumento interesante de la comunidad
cristiana primitiva, que buscaba legitimar la diferencia sexual desde el su-
puesto teleológico de su naturaleza social. En efecto, es como parte de la
societas, como unidad social, que la unión entre dos individuos cobra sentido:
al matrimonio le serían consustanciales los fines procreativos y, no obstante,
tendría también fines de creación de comunidad y lazos de amistad.
El desplazamiento de prioridades, de la progenie a la comunidad (societas)
es una aportación de gran relevancia, pues revela que uno de los padres de
la Iglesia más prominentes no solo relativiza la descendencia respecto del
lazo conyugal, sino además que este es concebido como una unión que for-
talece y da forma a la sociedad como conjunto. Cabe suponer que, para los
defensores a ultranza de la progenie como fin primordial del matrimonio,
tal matiz en los textos de los padres de la Iglesia no sea muy bienvenido.
Si bien la teoría de la libido vendrá catorce siglos más tarde, San Agustín
desarrolla ya en el siglo iv d.C. una economía de la concupiscencia, donde
la libido es ya objeto de análisis en tanto que es el centro de una economía
del deseo; se trata de la misma libido que el padre de la Iglesia piensa como
movimiento, energía, fuerza y como aquello que da forma y está presente
en todos los actos sexuales. Por otra parte, el genio de Agustín rebasa los
dogmas cristianos y reivindica el debate filosófico sobre la voluntad y el
cuerpo. El placer emanado por la libido obliga al propio sujeto a cuestionarse
no ya únicamente sobre la relación entre su voluntad y su deseo, sino sobre
“la parte involuntaria de su voluntad”, en palabras del francés.
Es el principio de imputabilidad de la culpa el que yuxtapondrá al sujeto
de deseo con el sujeto de derecho —culpa como pecado y culpa como deli-
to—, el binomio “sujeto de derecho/sujeto concupiscente” presidirá desde
entonces el proceso de codificación de las prácticas sexuales por parte del
cristianismo.
El análisis de San Agustín va más allá. Según Foucault, la importancia de
la caída de Adán y Eva, es decir, del pecado original que los expulsó del paraíso,
reside en la “libidinización del acto sexual”, dilema teológico-dogmático que

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Reseña

el cristianismo primitivo debía dilucidar de una vez por todas para hacer
frente a los postulados heréticos de las sectas. Será precisamente en el terreno
teológico-dogmático donde los resultados del debate sobre la libido como
naturaleza particular —natura sui juris, cuyo estatuto ontológico quedaría
“fuera del sujeto”— tendrán consecuencias en la pastoral de la Iglesia en
los siglos venideros, y a su vez, sobre las formas y los mecanismos en que la
dirección espiritual gestionará y administrará el principio de imputabilidad
del deseo frente a los actos sexuales. Tal impronta resistirá reformas y con-
trarreformas, se camuflará en tratados científicos y, sobre todo, coagulará en
códigos penales y civiles en las sociedades regidas por el derecho occidental.
Finalmente, resta decir que el éxito del cuarto volumen de la Historia de
la Sexualidad no reside en sí mismo, sino en el horizonte del pensamiento
occidental en que se enmarca, pieza adicional del trabajo foucaultiano, suma
a un rompecabezas que no deja de asombrar, gracias al contenido inédito
que devela y a la metodología implementada por un autor sui generis que
desafió los moldes de la academia occidental.

Referencias
Foucault, Michel. (2018). Les aveux de la chair. Histoire de la sexualité iv. París: Gallimard.

Víctor Hugo Ramírez García


Instituto de Estudios Políticos (Sciences Po), París, Francia
Correo electrónico: [email protected];
https://orcid.org/0000-0002-5168-687X

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