Fama Fraternitatis O Hermandad de La Muy
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Fama Fraternitatis O Hermandad de La Muy
Pero todo ello es considerado por la frivolidad del mundo como de escasa
utilidad. Las calumnias y las burlas no cesan de crecer. Los hombres de
ciencia se encue ntran imbuidos de una arrogancia y un orgullo tales que se
niegan a reunirse para hacer un cómputo de las innumerables revelaciones
con las que Dios ha gratificado los tiempos que vivimos mediante el libro de
la naturaleza o la regla de todas las artes. Cada grupo combate a los otros
antiguos dogmas, y, en vez de la luz clara y manifiesta, prefiere al Papa, a
Aristóteles, a Galeno y a todo lo que se parece a una colección de leyes e
instrucciones cuando, sin ninguna duda, estos mismos autores tendrían sumo
gusto en revisar sus conocimientos si vivieran. Sin embargo, nadie está a la
altura de tan elevadas palabras y el antiguo enemigo, pese a la fuerte
oposición de la verdad en teología, en física y en matemáticas, manifiesta
abundantemente su astucia y su rabia entorpeciendo una evolución tan
hermosa mediante el espíritu de fanáticos y vagabundos. Nuestro difunto
padre, Fr. C. R., espíritu religioso, elevado, altamente iluminado, alemán,
jefe y fundador de nuestra fraternidad, consagró esfuerzos intensos y
prolongados al proyecto de reforma universal. La miseria obligó a sus
padres, aún siendo nobles, a ponerlo en el convento a la edad de cuatro años.
Allí adquirió un conocimiento conveniente de dos lenguas: latín y griego.
También vio colmadas sus incesantes súplicas y plegarias en la flor de su
juventud: fue confiado a un hermano, P. a. l. que había hecho el voto de ir en
peregrinación al Santo Sepulcro. Aunque este hermano no viese Jerusalén
pues murió en Chipre, nuestro Fr. C. R. no retrocedió: por el contrario se
embarcó para Damcar con la intención de visitar Jerusalén partiendo de esta
ciudad.
Este rumor encendió el noble y elevado espíritu de Fr. C. R., que pensó
entonces menos en Jerusalén que en Damcar. No pudiendo contener sus
deseos se puso al servicio de señores árabes quienes, mediante una cierta
cantidad, deberían conducirlo a Damcar. Cuando llegó sólo tenia 16 años
aunque era un mozo fornido, de raza alemana. Si creemos su propio
testimonio, los sabios no lo acogieron como a un extranjero sino como a
alguien cuya llegada esperaban desde hacia mucho tiempo. Le llamaron por
su nombre y ante su sorpresa, constantemente renovada, le mostraron que
conocían numerosos secretos del convento donde había estado. En contacto
con ellos se perfeccionó en lengua árabe hasta el punto que pudo traducir en
buen latín al cabo de un año el libro M, que posteriormente conservó. Allí
adquirió sus conocimientos de física y de matemáticas por los que seria justo
que el mundo se felicitase si hubiera mas amor y la envidia fuera menos
grande. Tras una estancia de tres años tomó el camino de vuelta y, provisto
de buenos salvoconductos, franqueó el golfo arábigo, se detuvo en Egipto el
tiempo justo para perfeccionar sus observaciones de la flora y de las
criaturas, a continuación atravesó el Mediterráneo en todos los sentidos y,
finalmente, llegó a donde le habían indicado los árabes: a Fez. ¿No debemos
sentir vergüenza ante estos sabios que viven tan lejos de nosotros?
Desprecian los escritos difamatorios y su armonía es perfecta; más aún:
revelan y confían sus secretos graciosamente y con buena voluntad.
Los árabes y los africanos se reúnen cada año para examinar las diferentes
artes, para saber si se han hecho descubrimientos mejores y para averiguar
si las hipótesis han sido depreciadas por la experiencia. Los frutos que cada
año producen estas discusiones sirven al progreso de las matemáticas, de la
física y de la magia, que son las especialidades de la gente de Fez.
Bastaría que cualquiera examinase a todos los hombres de esta tierra sin
faltar uno, para encontrar que lo que está bien y lo que es cierto siempre se
encuentra en armonía consigo mismo mientras que, por el contrario, todo lo
que se aparta de ello, está manchado por una multitud de opiniones
erróneas.
Fama Fraternitatis
Capitulo 2
T ras permanecer dos años en Fez, Fr. C.R. partió para España
llevando numerosos objetos preciosos en su equipaje. Puesto que su
viaje le había sido tan provechoso, alimentaba la esperanza de que los
hombres de ciencia de Europa le acogerían con una profunda alegría y, a
partir de ahora, cimentarían todos sus estudios sobre tan seguras bases.
Discutió también con los sabios de España sobre las imperfecciones de
nuestras artes, sobre los remedios que había que poner a ello, sobre las
fuentes de las que se podían sacar signos seguros concernientes a los tiempos
venideros y sobre su necesaria concomitancia con los pasados, sobre los
caminos a seguir para corregir las imperfecciones de la Iglesia y de toda la
filosofía moral. Les enseñó plantas nuevas y frutos y animales nuevos que la
antigua filosofía no determina. Puso a su disposición una axiomática nueva
que permite resolver todos los problemas. Pero todo lo encontraron ridículo.
Como se trataba de asuntos desconocidos temieron que su gran reputación
quedara comprometida así como verse obligados a volver a comenzar sus
estudios y a confesar sus inveterados errores a los que estaban
acostumbrados y de los que sacaban beneficios suficientes; que reformaran
otros a quienes las inquietudes fueran provechosas.
Aunque cada puesto fue ocupado por un sucesor de valía, los hermanos
habían decidido ocultar el emplazamiento de su sepultura, lo que explica que
aun hoy ignoremos donde están enterrados algunos. Actitud con la que, en
honor de Dios, queremos testimoniar públicamente que, aunque podamos
imaginarnos la forma y constitución del mundo entero, ignoramos sin
embargo –y ésta es también la enseñanza secreta del Libro I., dónde la hemos
bebido– tanto el infortunio que nos amenaza como la hora de nuestra
muerte. Dios en su grandeza se los ha reservado para que estemos
constantemente preparados, cuestión que trataremos más explícitamente en
nuestra Confessio. En ella enunciaremos también los 37 motivos por los que
revelamos ahora nuestra fraternidad ofreciendo libre, espontánea y
graciosamente, misterios tan profundos y la promesa de más oro que el que
suministran las dos Indias al rey de España; pues Europa está preñada y va
a parir un robusto retoño al que sus padrinos cubrirán de oro. Tras la
muerte de O., el Fr. C. no interrumpió su actividad: tan pronto como pudo
convocó a los demás miembros y nos parece probable que su tumba fuera
construida en su época. Aunque los más jóvenes ignorábamos por completo
hasta entonces la fecha de la muerte de nuestro padre bienamado R. C. y sólo
supiéramos los nombres de los fundadores y de todos los que les sucedieron
hasta nosotros, guardábamos sin embargo en la memoria un misterio que
nos confió A., sucesor de D. y último representante de la segunda generación
que vivió con muchos de nosotros, en enigmáticos discursos sobre los 100
años.
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NOTAS
Jesús es mi todo.
1. El vacío no existe;
2. El yugo de la ley;
3. La libertad del Evangelio;
4. Intacta está la gloria del Señor.
Casi todos ellos fueron célebres y apreciados entre las antiguas generaciones por
su arte médico y pueden contribuir a acrecentar nuestro tesoro o, al menos, a que
lo comprendamos mejor. En cuanto al pequeño mundo lo encontramos conservado
en otro altar de talla pequeña, cuya belleza no puede ser imaginada por ningún
hombre razonable, y que no reproduciremos en tanto no se haya testimoniado
confianza a nuestra Fama. A continuación volvimos a poner la placa en su sitio, la
cubrimos con el altar y después cerramos la puerta y colocamos en ella todos
nuestros sellos, antes de descifrar algunas obras basándonos en las orientaciones
de nuestro tratado sobre los ciclos ( entre otras, en el libro M. hoh. que sirve como
tratado de economía doméstica y cuyo autor es el dulce M. P. ).