Cómo Ser Un Pirata
Cómo Ser Un Pirata
Cómo Ser Un Pirata
Estimado lector…
Este documento llega a ti gracias al acto desinteresado y sin fines de
lucro de lectores como tú que trabajando arduamente, trascribieron,
tradujeron y maquetaron el libro que estás por leer.
No hacemos esto para obtener un beneficio monetario, sino para
contribuir con ustedes los fans, pues sabemos que adquirir estos
libros a veces resulta complicado. Así que, por ese motivo, queda
PROHIBIDA la venta y distribución de este material.
Cabe aclarar que las personas involucradas en este trabajo quedan
deslindadas de cualquier acción malintencionada que se llegue a
realizar con dicho material.
Los derechos de autor corresponden a Cressida Cowell y las
editoriales en las que labora.
Se te invita a que, de ser posible, apoyes su trabajo comprando
legalmente sus libros de manera física o digital; por ello al final del
documento te compartimos la información pertinente sobre cómo y
dónde poder adquirirlos.
Gracias por tu atención y disfruta la lectura.
2
El libro “Cómo ser un pirata” es traído a ti
por:
Dragones de Berk: Hogar de
Vikingos y Dragones
Visítanos en:
https://www.facebook.com/hogardevikingosydragones
3
4
5
Hipo Horrendo Abadejo III fue un héroe
enérgico, valiente y, a pesar de todo, listo.
Pero uno no llega a héroe así como así.
En esta aventura, Hipo nos habla de sus
comienzos, cuando todavía tenía mucho
que aprender sobre luchas a espada,
naufragios, «pirateos» y dragones
homicidas…
6
7
8
Índice
Mapa del Tesoro de Barbatorva el Cadavérico …………………………… 10
Nota de la adaptadora ……………………………………………………... 11
1. Lucha a Espada en el mar (sólo para principiantes) ……………...... 13
2. La pelea con el Descerebrado Perruno ……………………………… 21
3. Una posibilidad entre un millón …………………………………….. 31
4. ¿Pero qué ataúd es este? ……………………………………………… 33
5. NO ABRIR un ataúd que diga «NO ABRIR» en la tapa …………... 40
6. La historia de Alvin el Pobre-pero-Honrado-Granjero ……………. 49
7. Prácticas de Lucha a Espada ………………………………………... 56
8. Mientras tanto, en una caverna profunda ………………………….. 68
9. La lección de Grosería Avanzada …………………………………... 70
10. El peor día de Hipo, hasta ahora …………………………………... 76
11. El tesoro de Barbatorva el Cadavérico …………………………….. 88
12. Huida de la Isla de los Calaverones ……………………………….. 92
13. La discusión ……………………………………………………….. 104
14. El día cambia a peor ………………………………………………. 108
15. La batalla a bordo del Trece Afortunados ………………………….. 116
16. En el fondo del océano ……………………………………………. 122
17. ¿Podría este día ser peor? ………………………………………….. 125
18. La sorpresa final de Barbatorva el Cadavérico …………………... 141
19. El heredero de Barbatorva el Cadavérico ………………………… 150
Epílogo del autor …………………………………………………………. 162
9
10
Nota de la adaptadora
En el verano de 2002, un niño que escarbaba en la playa encontró una caja
que contenía los papeles que se transcriben a continuación.
Se trata del segundo volumen de las memorias perdidas de Hipo
Horrendo Abadejo Tercero, el famoso héroe vikingo que susurraba a los
dragones y dominaba la Lucha a Espada.
Los papeles cuentan la historia de cómo adquirió su famosa espada, el
primer encuentro con su encarnizado enemigo (el mayor y más peligroso
jefe de los proscritos) y el terrible secreto del tesoro de Barbatorva el
Cadavérico…
11
12
1. Lucha a Espada en el mar (solo para
principiantes)
Thor estaba seriamente enojado.
Había enviado una poderosa tormenta de verano para alborotar los mares
alrededor de la pequeña y desierta Isla Mema. Un viento huracanado
bufaba sobre el enloquecido océano. Furiosos truenos estallaban encima.
Los rayos caían en el agua como lanzas.
Solo un loco podría pensar que el tiempo era adecuado para un viaje
placentero.
Pero, por sorprendente que pueda parecer, había un barco que estaba
siendo sacudido violentamente de una a otra ola, con el hambriento océano
mordiendo sus costados, esperando volcarlo y tragar a las criaturas a bordo
y machacar sus huesos hasta convertirlos en arena.
El loco a cargo de ese barco era Bocón el Rudo. Bocón dirigía el
Programa de Entrenamiento Pirata en Isla Mema y este viaje de locos era,
en realidad, una de las lecciones de Bocón: Lucha a Espada en el mar (solo
para principiantes).
—¡VAMOS, PARTIDA DE MENTECATOS!—gritaba Bocón, un
lunático musculoso y peludo, de cerca de dos metros de alto, con una barba
como un hurón en pleno ataque y unos bíceps del tamaño de tu cabeza—.
PONEOS A ELLO, POR THOR. NO SEÁIS CALZONAZOS… HIPO,
ESTÁS REMANDO COMO UN CRÍO DE OCHO AÑOS… LA PARTE
GRUESA DEL REMO ENTRA EN EL AGUA… NO TENEMOS
TODO EL AÑO PARA HACERLO…—etcétera, etcétera.
Hipo Horrendo Abadejo Tercero apretó los dientes cuando una gran ola
llegó por un costado y le dio de lleno en la cara.
En realidad, Hipo es el héroe de esta historia, aunque nadie lo creería por
su aspecto. Era más bien pequeño y tenía una de esas caras que casi no
llegan a recordarse.
13
Había otros doce chicos luchando con los remos de ese barco, y
prácticamente cualquiera de ellos se parecía más a un héroe vikingo que
Hipo.
Verrugoso, por ejemplo, solo tenía once años, pero ya tenía una buena
cosecha de granos en ebullición y un problema de olor personal. Perruno
era capaz de remar con una sola mano con tanta fuerza como cualquiera,
mientras se hurgaba la nariz con la otra. Patán Mocoso era un líder natural.
Y Despistado tenía pelos en las orejas.
14
Hipo era en todo un término medio, esa clase de chico poco llamativo,
flaco, pecoso, fácil de pasar por alto en un grupo.
Bajo los bancos de los remeros se acurrucaban trece dragones, uno por
cada chico.
El dragón de Hipo era mucho, mucho menor que los otros. Se llamaba
Desdentado: era un dragón común de jardín, color verde esmeralda, con
enormes ojos y expresión malhumorada.
Estaba susurrando a Hipo en dragonés1.
—¡Estos l-l-locos vikingos! Desdentado t-t-tiene sal en las alas.
Desdentado se sienta en un gran charco frío. Desdentado tiene h-h-
hambre…D-D-DAME DE COMER—tiró de los pantalones de Hipo—.
Desdentado necesita c-c-comida, AHORA.
1
Dragonés era la lengua nativa de los dragones. Lo he traducido en beneficio de los lectores
cuyo dragonés esté un poco oxidado. Solo Hipo podía entender este lenguaje fascinante.
15
—Lo siento, Desdentado—Hipo se encogió al zambullirse
amenazadoramente el barco montado en otra monstruosa ola—, pero este
no es un buen momento…
16
—AHORA—gritó Bocón—, PROPONGO PRIMERO A PERRUNO
EL DESCEREBRADO. ¿QUIÉN VA A PELEAR CON ÉL?
Perruno el Descerebrado gruñó feliz ante la idea de derramar sangre.
Perruno era un chico atolondrado con nudillos peludos que prácticamente
rozaban el suelo cuando andaba, ojos pequeños y malignos y un gran anillo
en sus llameantes narices que le hacían parecer un erizado jabalí con mal
carácter.
17
—¿Quién peleará con Perruno?—repitió Bocón el Rudo.
Diez chicos levantaron las manos gritando
«Ohseñoryoseñorporfavorelíjameseñor», salvajemente excitados ante la idea de
ser reducidos a pulpa por el Descerebrado Perruno. Esto era predecible. Así
eran casi todos los gamberros.
Pero lo sorprendente era que Hipo también se pusiera de pie gritando:
«¡Yo, ¡Hipo Horrendo Abadejo Tercero, me propongo a mí mismo!».
Esto resultaba inaudito, porque aunque Hipo fuese el único hijo del jefe
Estoico el Inmenso, no tenía precisamente lo que suele llamarse «espíritu
deportivo». Era casi tan malo en Pelotazos, Bandidaje y todos los demás
juegos violentos vikingos como su mejor amigo Patapez.
Y Patapez era bisojo, cojeaba, tenía numerosas alergias y falta total de
coordinación.
—¿Qué te ha dado?—cuchicheó Patapez—. Siéntate, lunático… Te
asesinará…
18
—No te preocupes, Patapez—dijo Hipo—. Sé lo que estoy haciendo.
—Está bien, Hipo—rugió Bocón, sorprendido—. Ven acá, muchacho, y
muéstranos de qué estás hecho.
—Si ALGUNA VEZ voy a ser jefe de esta tribu—susurró Hipo a Patapez
mientras empezaba a quitarse la chaqueta y a coger su espada—, voy a tener
que ser héroe en algo…
—Fíate de mí—insistió Patapez—. ESTO NO ES LO TUYO… Buenas
ideas, sí. Hablar a los dragonés, sí. Pero un combate cuerpo a cuerpo con
un bruto como Perruno, NO, NO y NO.
Hipo le ignoró.
—Los Horrendos Abadejos siempre han tenido un don para la Lucha a
Espada. Yo lo llevo en la sangre… Fíjate en mi tatarabuelo Barbatorva el
Cadavérico. El mejor luchador a espada de TODOS LOS TIEMPOS…
—Sí, pero TÚ, ¿has manejado la espada alguna vez antes?—preguntó
Patapez.
—Bueno, no—admitió Hipo—, pero he leído libros sobre ello.
Conozco todos los movimientos… La Embestida Penetrante… La
Defensa Destructiva… El Cuerpo-a-Cuerpo de Barbatorva… y tengo
esta estupenda espada nueva…
La espada era, sin duda, excelente: una Puntaveloz Aterradora con
bandas rápidas y una empuñadura en forma de tiburón cabeza de
martillo.
—Además—prosiguió Hipo—, yo nunca voy a estar realmente en
peligro…
Los piratas en entrenamiento practicaban con fundas de madera en
sus espadas. «¡Blandengues!, en MIS TIEMPOS nosotros no hacíamos
eso», era la opinión de Bocón. Sin embargo, significaba que la tribu
gamberra terminaba con más piratas vivos al final del Programa.
Patapez suspiró:
19
—Está bien, loco. Si tienes que hacerlo… no lo pierdas de vista… mantén
la espada en alto todo el tiempo… y di una oración a Thor el Tonante,
porque vas a necesitar toda la ayuda que puedas recibir…
20
2. La pelea con el Descerebrado Perruno
Perruno, de pie en la cubierta, pateaba disfrutando de antemano.
—¡MÁTALE, PERRUNO!—gritaba Patán Mocoso, el amigo peleón de
Perruno.
Patán Mocoso aborrecía a Hipo.
—Le mataré—sonrió Perruno.
—Esto va a ser una masacre—silbó Babosa de Mar, el dragón de Perruno,
un groncle grande y feo con nariz de doguillo y mal genio—. Mi amo hará
trizas a Hipo y le arrojará a las gaviotas.
—N-n-no apuestes por ello—dijo Desdentado sin mucha convicción, y
dio un mordisco en la cola a Babosa de Mar antes de gatear para esconderse
bajo uno de los bancos de remeros.
Hipo tragó saliva con fuerza y avanzó hacia la voluminosa figura de
Perruno. Trató de recordar qué decía el Manual del Héroe acerca de pelear a
espada con un oponente mucho más grande que uno mismo… Algo sobre
agacharse y dejar que el enemigo se agotase por sí mismo, usando el peso
de su propio cuerpo contra él…
—¡N-n-no dejes que te c-c-coja!—advirtió Desdentado, apareciendo un
momento por debajo del banco y volviendo a esconderse después cuando
Babosa de Mar arremetió contra él con un rechinar de dientes afilados como
cuchillas.
Hipo dio un paso adelante ligero y calmoso, mirando directamente a
Perruno en sus pequeños y mezquinos ojos de cerdo.
Perruno le miró a su vez con sonrisa torcida y dirigió un enorme
golpetazo tembloroso a su cabeza.
Hipo se agachó.
—¡Bien, HIPO!—chilló Patapez—. ¡Esa es la manera de hacerlo!
21
22
Perruno parecía bastante sorprendido. Atacó a Hipo de nuevo, incluso
con más violencia.
Hipo volvió a agacharse.
Esta vez fue tan rápido, que Perruno se tambaleó y casi perdió pie.
—¡HI-PO! ¡HI-PO! ¡HI-PO!—gritaron casi todos los chicos. (Hipo era
popular ahora entre ellos porque un mes antes había matado, él solo, a un
dragón de mar que amenazaba a toda la tribu2.)
2
Ver ¿Cómo entrenar a tu dragón?, primer volumen de las memorias de Hipo.
23
Desdentado salió corriendo de debajo del banco y revoloteó durante un
par de segundos a tres centímetros de la cabeza de Hipo, chillando: «¡R-R-
RÍNDETE! ¡R-R-RÍNDETE! ¡R-R-RÍNDETE!» a pleno pulmón, antes de
volver zumbando a su refugio.
—No puedo rendirme—respondió Hipo indignado—. Se supone que soy
un héroe pirata. Los piratas no se rinden.
—¡Oh, qué bien!—dijo Perruno feliz antes de golpear alegremente a Hipo
en el casco unas cuantas veces con su espada. Hipo intentaba pararle, pero
siempre era demasiado lento para protegerse.
«Esto es vergonzoso», pensó Hipo cuando la espada de Perruno golpeó
su casco por tercera vez. «Es hora de ensayar algunos movimientos.»
Probó con la Defensa Destructiva. Se veía a sí mismo
con los ojos de la mente, elegante, con estilo. Pero cuando
su cerebro trató de decir a su brazo cómo actuar, su brazo
respondió de manera torpe y desmañada, y Perruno agarró
con fuerza la hermosa Puntaveloz y la tiró al océano por
encima de la borda.
Sonaron silbidos y abucheos de los vikingos que
observaban la pelea.
Patapez y Desdentado pusieron mala cara.
—D-D-Desdentado no puede mirar—murmuró el dragón con las alas
sobre los ojos—. R-R-RÍNDETE, estúpido humano.
—¿Qué vas a hacer, Hipo?—se burló Patán Mocoso—. ¿Pelearte con solo
tus manos? ¿O RENDIRTE?
—De eso nada—afirmó Hipo con tozudez.
Perruno se preparó para la caza con unas cuantas estocadas al vientre que
quitaban el aliento.
24
—Vamos, Hipo, en NOMBRE DE THOR—gritó Bocón exasperado—.
Estás peleando como un niño. No llegarás a ninguna parte tirado en el suelo
gruñendo. Muérdele en el tobillo o CUALQUIER COSA.
—Es un INÚTIL—canturreó Patán Mocoso alegremente—. Hipo el
Inútil, ¿no lo había dicho yo? Todo eso de matar al dragón el mes pasado
fue solo de chiripa. I-NÚ-TIL, I-NÚ-TIL, I-NÚ-TIL…
Los chicos son muy volubles. La popularidad de Hipo se desvaneció en
el acto y empezaron a cantar: «I-NÚ-TIL, I-NÚ-TIL, I-NÚ-TIL…»
Los dragones intervinieron apremiantes.
—¡Sácale los ojos!—chilló Uñas Brillantes.
—¡Arráncale las alas!—aulló Gusano de Fuego.
–R-r-ríndete—murmuró Desdentado.
Con un ronquido de satisfacción, Perruno echó a un lado su propia
espada y se agachó para terminar el asunto disfrutando de verdad, o sea, en
un combate mano a mano. Perruno era un artista a su manera. Le gustaba
sentir en sus manos desnudas la carne de la víctima, como a un escultor su
arcilla.
Perruno empezó por sentarse encima de Hipo, entre los vítores del resto
de los chicos. A continuación hizo crujir la cara de Hipo contra la cubierta
retorciéndole la oreja al mismo tiempo.
—¡Oh, dolientes vieiras!—dijo Patapez cerrando los ojos—. Yo no puedo
ver esto. ¡TODAVÍA PUEDES HACERLO, HIPO!—le animó—. ¡USA
CONTRA ÉL EL PESO DE SU PROPIO CUERPO!
—Solo dime cómo voy a hacer eso—preguntó Hipo desde una esquina
de su boca aplastada—con él sentado encima de mí.
Mientras todos se concentraban en observar esta masacre, Patán recogió
a escondidas la espada de Perruno y quitó la funda de madera.
25
—¡RÍNDETE! ¡RÍNDETE! ¡RÍNDETE!—gritaba Perruno saltando
alegremente arriba y abajo.
—No—dijo Hipo.
—Puede que el blandengue de Hipo vaya a empezar a llorar—canturreó
Patán Mocoso.
—I-NÚ-TIL, I-NÚ-TIL—cantaban a coro.
Desdentado salió de debajo del banco de Verrugoso. Miró a derecha e
izquierda en busca de Babosa de Mar.
Y allí, a solo unos centímetros, estaba el gigantesco trasero temblón de
Perruno. Era demasiado tentador. Desdentado abrió sus mandíbulas lo más
posible.
Como su nombre indica, Desdentado no tenía ni un solo colmillo. Pero
sus pequeñas y duras encías podían cortar la concha de una ostra y aplastar
las pinzas de un cangrejo…
Se adelantó y MORDIÓ tan fuerte como pudo aquel montón
bamboleante.
—¡AAAAAAAY!—aulló Perruno soltando a Hipo, que se quitó de en
medio lo más rápidamente posible.
Ahora Perruno estaba enfadado de verdad.
Agarró con fuerza su espada, sin darse cuenta o preocuparse de que ya
no tenía la funda, y se lanzó salvajemente sobre Hipo. Hipo se apartó del
camino, pero la punta afilada de la hoja le agujereó la camisa y le arrancó
un buen trozo de ella.
—Oh-oh—dijo Hipo al darse cuenta de repente del grave problema—.
Perruno, tu espada ha perdido su…
Pero Perruno no estaba escuchando. Dio un resoplido furioso y dirigió
una estocada a la cabeza de Hipo. Hipo se agachó y la hoja afilada fue a
26
hundirse en el mástil del barco, cortando de paso la parte de arriba de uno
de los cuernos del casco de Hipo.
27
—¡PARA!—le gritó Hipo desde detrás del mástil, mientras Perruno
tiraba furiosamente de su espada para arrancarla—. Tu espada ha perdido
la funda, si sigues vas a MATARME…
Pero Perruno estaba tan furibundo que no oía nada. Dio un fuerte tirón
con sus poderosos músculos y la espada se soltó tan de repente que el pobre
bruto cayó sentado pesadamente sobre su trasero, justo en aquella parte
sensible de donde Desdentado se había llevado un buen pedazo.
—¡AAAAAAAU!—chilló Perruno.
—¡JA, JA, JA, JA, JA!—se reían los chicos.
Perruno se puso de pie tambaleándose, tan rabioso como una ballena
arponeada, y se lanzó sobre Hipo entre bramidos de furia. Aunque Hipo se
las arregló para esquivarle de nuevo, esta vez resbaló durante el proceso.
Perruno le sujetó contra el suelo con una mano, y levantó la espada por
encima de su cabeza con la otra.
—¡NO LO HAGAS!—imploró Hipo desesperado, pero los ojos de
Perruno reflejaban los placeres de la batalla y comenzó a bajar la hoja hacia
el pecho de Hipo.
Y ese habría sido el fin de Hipo de no haber sucedido una coincidencia
extraordinariamente afortunada: en ese mismo momento el barco dio un
bandazo hacia arriba a lomos de una gigantesca ola, rodó por un segundo
en el borde y se zambulló histéricamente… directo a un gran objeto flotante
que agujereó el barco al instante.
—¡Abandonad el barco!—chilló Gusano de Fuego, y trece dragones se
levantaron en el aire como murciélagos gigantes. (Los dragones solo son
leales a sus amos hasta cierto punto.)
El barco se partió en el acto en dos pedazos, arrojando a los vikingos al
mar. Después se hundió, con un suspiro de alivio, hasta el fondo del océano
y en unos diez segundos quedó quieto allí.
Un minuto antes, Hipo estaba en los nada amorosos brazos de Perruno
el Descerebrado, y al siguiente estaba chapoteando como un perrito en un
28
agua tan fría que cortaba el aliento, entumecía los huesos y paralizaba el
corazón, dificultando hacerse preguntas como: «¿Qué demonios vamos a
hacer ahora?».
Algo aterrizó de golpe encima del casco de Hipo. Los ojos de Desdentado
se fijaron en él desde arriba.
—B-b-bonita pelea, amo—dijo—. Y ahora, ¿d-d-dónde está mi comida?
—Puede que no lo hayas notado—dijo Hipo tragando un buen sorbo de
agua de mar cuando el peso de Desdentado le empujaba bajo la superficie—
, pero estoy aquí en una especie de crisis. Ahora, levanta el vuelo, ¿quieres? y
mira qué le ha pasado a Patapez, que no sabe nadar.
Hipo sabía nadar, pero las olas eran tan enormes como montañas.
Realmente tenía que luchar por mantenerse a flote.
29
Desdentado volvió poco después y parecía ansioso.
—P-P-Patapez necesita tu ayuda, amo. G-g-gran problema, sígueme.
Y desapareció otra vez.
Hipo estaba pensando: «Bueno, no sé lo que en el Walhalla creen que
puedo hacer yo», cuando ocurrió un milagro.
30
3. Una posibilidad entre un millón
El objeto que había agujereado el barco, y con ello salvado a Hipo de la
muerte a manos de Perruno el Descerebrado, era una CAJA, grande y
pesada, de unos dos metros de largo por uno de ancho.
Ahora flotaba a no mucha distancia de donde estaba Hipo pedaleando en
el agua. Tenía un par de asas de hierro a los lados, muy adecuadas para
agarrarse a ellas.
Unos veinte minutos antes, algunos regocijados miembros de la tribu de
los cabezotas habían lanzado esta caja al mar en Isla Cabezón, que distaba
de allí un par de kilómetros. Los vientos la habían empujado a una
considerable distancia en ese breve tiempo.
Y las posibilidades de que esa extraña caja viajara todo ese trecho y luego,
en medio del enloquecido y solitario océano, agujerease el barco justo a
tiempo de salvar la vida de Hipo, debieron de haber sido de miles, no, de
millones a una.
Una persona imaginativa podría decir que era casi como si la caja
estuviera buscando a Hipo.
Pero nosotros no somos gente imaginativa, y eso sería ridículo.
En cuanto Hipo se agarró fuerte a una de las asas de hierro con un suspiro
de alivio, una ola gigantesca los levantó a él y a la caja, y después los dejó
caer solo a algunos metros de donde Desdentado estaba tratando de
impedir, por tercera vez, que Patapez se hundiese en el agua… y esa tercera
vez hubiera sido la última.
El dragón sujetaba con firmeza la espalda de la camisa de Patapez,
aleteaba furiosamente y su pequeña cara verde se había vuelto de un rojo
brillante por el esfuerzo.
Patapez tenía agarrado un trozo de remo roto que le ayudaba un poco a
mantenerse, pero no podía aguantar mucho más y se habría ahogado a no
ser por la súbita aparición de Hipo y la misteriosa caja.
31
Hubo una cierta calma en el mar por unos momentos, en los que Hipo y
Desdentado se las arreglaron para levantar al exhausto Patapez y ponerle
encima de la caja.
Y allí quedó despatarrado como una ansiosa araña, aterrorizado pero
vivo.
Cinco indescriptiblemente fríos minutos más tarde, fueron empujados
por la violencia del viento a las orillas de la Playa Larga. Es sorprendente,
pero los trece chicos y el mismo Bocón habían sobrevivido al naufragio.
Bocón no les dio precisamente un gran abrazo de bienvenida.
—Mmmm, buen trabajo, supongo—dijo a regañadientes, resoplando un
poco—. Aunque os tomasteis bastante tiempo. Ponte de pie, Patapez.
Llevamos un retraso horrible para la próxima lección.
Tan pronto como Patapez se desasió de la caja y se desplomó jadeante en
la playa, Bocón dejó de estar irritado.
Porque la caja no era una caja, después de todo.
Era un ataúd.
Un enorme ataúd flotante de dos metros por uno, con las siguientes
palabras grabadas en la tapa:
32
4. ¿Pero qué ataúd es este?
Todos los chicos se arremolinaron alrededor de la caja, olvidando, en su
curiosidad, que apenas acababan de escapar de morir ahogados.
—Es un ataúd, señor.
—Sí, ya lo veo, gracias, Verrugoso—espetó Bocón el Rudo—. La
pregunta es: ¿de quién?
La respuesta estaba escrita debajo de las palabras «No abrir este ataúd»,
en letras marcadas con algún tipo de daga y coloreadas con algo que podía
haber sido sangre.
MALDICIÓN AL QUE ESTORBE EL DESCANSO DE
BARBATORVA EL CADAVÉRICO, EL MÁS GRANDE PIRATA
QUE SEMBRÓ EL TERROR EN LAS ISLAS INTERIORES.
Hipo sintió que un escalofrío recorría su espalda, y supo de pronto que
algo realmente malo iba a suceder.
Barbatorva el Cadavérico había sido, precisamente, el tatarabuelo de
Hipo.
El tesoro perdido de Barbatorva el Cadavérico era una popular leyenda de los
gamberros peludos. Contaba cómo Barbatorva había ganado un glorioso
tesoro por medio de su brillante carrera en la piratería y en la Lucha a
Espada: un tesoro que incluía su famosa espada, Hojatormentosa. Pero
después de veinte gloriosos años, Barbatorva había desaparecido en una
misión misteriosa y ni él ni el tesoro habían sido vistos de nuevo.
Y ahora, como llovido del cielo, cien años más tarde, aparecía aquí en
las orillas de Isla Mema…
Era una pesadilla.
33
—¡OOOOHHH!—exclamó Verrugoso muy excitado—. ¿Cree que el
TESORO puede estar aquí dentro, señor? ¿Podemos abrirlo, señor? Por
favor, por favor, señor, ¿podemos abrirlo?
Todos los demás chicos se unieron al clamor… excepto Hipo.
Hipo sabía que Barbatorva había sido lo MÁXIMO en piratería, el más
CODICIOSO, el más ESPANTOSO, el más SANGRIENTO vikingo que
nunca surcó los mares del Norte.
Con tesoro o sin él, si un hombre como Barbatorva el Cadavérico te
estaba diciendo que no metieras las narices en su ataúd, la opinión personal
de Hipo era que debías escucharle.
Incluso si llevaba muerto cien años.
34
Especialmente si llevaba muerto cien años.
—Está bien—dijo Bocón, tan excitado como todos los demás—. Vamos
a tener que olvidarnos de la lección de Grosería Avanzada. Este es un
importante descubrimiento y yo creo que deberíamos llevarlo directamente
a Estoico el Inmenso y al Mogollón de Ancianos. Abrazo-de-Oso,
Filofirme, Verrugoso y Despistado: levantadlo y llevadlo a Ciudad
Gamberra…
Los chicos cargaron a hombros el ataúd.
—No os quedéis ahí temblando, perezosos—gritó Bocón—. Esto es
Entrenamiento Pirata, no un paseo por el campo con vuestra madre. EN
MARCHA, RAPIDO, un-dos, un-dos, un-dos…
Y echó a andar a paso ligero hacia Ciudad Gamberra.
Los chicos suspiraron y empezaron a dar tumbos detrás de él.
Patán Mocoso y Perruno el Descerebrado se acercaron a Hipo, que estaba
sentado en una roca tratando de recobrar el aliento y temblaba
violentamente.
—Una vergüenza que Perruno fuera interrumpido—le soltó Patán—justo
cuando las cosas se ponían interesantes, ¿no te parece, Perruno?
—Sí—sonrió el Descerebrado.
—Yo pienso—dijo a los chicos que quedaban Patán Mocoso,
meditativo—que Hipo tiene que ser el más patético espadachín que se haya
visto NUNCA, ¿no creéis? Quiero decir, y tienes que darte cuenta, Hipo,
que alguien que lucha como una abuelita con problemas de espalda,
NUNCA va a ser el jefe de esta tribu…
—Ah, y entonces, ¿quién va a ser él jefe de esta tribu si no es Hipo?—
preguntó Patapez todavía tirado en la arena, en el mismo sitio donde había
caído del ataúd—. Déjame pensar… ¿TÚ, supongo?
Patán Mocoso flexionó sus músculos haciendo que el esqueleto tatuado
en su bíceps derecho sonriera con aire satisfecho.
35
—YO SOY la elección obvia. Yo tengo sangre noble…—Patán era primo
de Hipo, hijo de Culón Tripagorda, el hermano más joven del jefe—,
carisma… buena presencia…—Patán se acarició los pelitos, más bien
desagradables, de su labio superior, que él trataba de hacer parecer un
bigote—. Y yo soy BRILLANTE absolutamente en todo…
Desgraciadamente, esto era verdad.
Patán Mocoso tenía dotes naturales en Violencia Insensata, era soberbio
en Grosería Avanzada y prácticamente en todo lo demás.
—… especialmente en la Lucha a Espada—dijo Patán sacando su espada
de la funda.
Los otros chicos se quedaron boquiabiertos.
—Guauuu—murmuró Puñoveloz—. La última súper espada de doble
filo extracortante. Con bordes curvados, con punta plateada… ¿Dónde te
has hecho con ESTO, Patán?
—Es Cortellameante—alardeó Patán blandiendo el arma alrededor para
que todos pudiesen verla bien—. Hace que esa
estúpida Punta-veloz Aterradora que Perruno te
ayudó a perder parezca poca cosa, ¿verdad, Hipo?
Déjame mostrarte cómo hay que utilizarla. Esto—se
mofó Patán, arremetiendo atléticamente—es una
Perfecta Advertencia…
Hipo se echó a un lado.
—Y esto es la Defensa Destructiva—Patán
Mocoso dio un alarido animal y bajó la espada sobre
su cabeza, deteniéndose justo antes de cortar a Hipo
en dos.
—Y esto—se burló Patán lanzando estocadas con mano experta de un
lado a otro y saltando después, de repente, con la espada a pocos
centímetros del corazón de Hipo—, esto es un Cuerpo-a-Cuerpo de
Barbatorva… Pero supongo que un perdedor como tú, que no puede
36
siquiera vencer a un niño de tres años en pañales, no habrá oído hablar de
movimientos como estos.
Hipo no dijo nada.
—ASÍ, querido primo—siguió mofándose Patán—es COMO SE
LUCHA A ESPADA—y volvió a poner a Cortellameante en la vaina, muy
complacido consigo mismo—. Soy un genio. Voy a ser el mejor jefe que
esta tribu ha tenido nunca.
—Solo es una lástima—dijo Patapez—que tu cerebro no sea tan grande
como uno de los agujeros de tus narices.
Patán pareció irritado por un momento al reírse todos los demás chicos.
Agarró a Hipo por el cogote y le levantó del suelo.
—Sorprendente cómo cayó la funda de madera de esa espada, ¿verdad?—
escupió en la cara de Hipo—. Tuviste suerte esta vez… pero la pregunta es:
¿puedes tener suerte TODO el tiempo? Piensa en ello, PERDEDOR.
Vamos, Perruno. Dejemos a las niñitas con sus dulces sueños.
Dejó caer a Hipo y al irse pisó fuerte y deliberadamente una de las manos
de Patapez.
—Ja, ja, ja—gruñía Perruno el Descerebrado.
Y los dos se alejaron.
—Si Patán es ALGUNA VEZ jefe de esta tribu, yo emigro—dijo Patapez
sacudiendo la mano.
—¿Estás bien, Patapez?—preguntó Hipo preocupado al mirar a Patapez,
todavía tendido de espaldas.
—Perfectamente—refunfuñó Patapez, y escupió un poco más de agua de
mar al toser—. Me gusta nadar por la mañana temprano. Y tú, ¿qué tal?
—Oh, en realidad no podría estar mejor—dijo Hipo tristemente. Se quitó
una bota y salieron un torrente de agua de mar y un par de peces pequeños—
. Mi primer día de Entrenamiento Pirata y ya he sido humillado como
37
patético espadachín y hecho papilla a golpes; también he naufragado y
escapado por los pelos de morir ahogado. Y ni siquiera son todavía las diez.
—Quizá fuera la ESPADA la que provocó el problema—sugirió
amablemente Patapez, no muy fiel a la verdad.
38
—De todas maneras, ahora tenemos que seguir a los otros. Estoy
tiritando y tengo la horrible sensación de que algún idiota va a sugerir
ABRIR ese ataúd en el que pone, con toda claridad, NO ABRIR. Sería la
cosa más estúpida e inconsciente que podrían hacer.
—¿Qué crees que puede haber dentro?—preguntó Patapez.
—No sé, pero un pirata como Barbatorva el Cadavérico no habrá
escondido el tesoro en él sin algún tipo de trampa. Solo tienes que leer lo
que dice en la tapa… Un hombre como él podría haber pensado en toda
CLASE de sorpresas desagradables.
Patapez suspiró y se puso de pie con esfuerzo. Los dos se dirigieron
lentamente hacia Ciudad Gamberra, Desdentado haciéndose arrastrar
sobre el casco de Hipo.
—No lo abrirán, ¿verdad?—se preocupó Patapez—. Seguro, SEGURO
que no pueden ser tan estúpidos.
39
5. NO ABRIR un ataúd que diga «NO ABRIR» en la
tapa
40
—Un interesante descubrimiento has hecho hoy, muchacho—afirmó
Estoico, y revolvió el pelo de su hijo con orgullo—. El tesoro perdido de
Barbatorva el Cadavérico, ¿eh?
—Sí, padre, pero…
—Estamos a punto de abrirlo—explicó Estoico.
41
que sembró el terror en las Islas Interiores». Según mi considerable
experiencia, es siempre una buena idea NO ABRIR un ataúd que dice «NO
ABRIR» en la tapa…
—Estoy de acuerdo—declaró Hipo nerviosamente—. Barbatorva el
Cadavérico era una pieza de cuidado. Cualquiera que abra ese ataúd puede
llevarse un buen susto.
—Tonterías—se burló Estoico el Inmenso—. Una advertencia como esa,
puesta para asustar a ladrones de tumbas, no va a detener a temibles
vikingos como nosotros. Nosotros, que nos reímos frente a la muerte y
escupimos en el ojo del Gran Tifón, ¿vamos a acobardarnos por una simple
maldición para asustar a niños y a viejos?
Se oyeron gritos de «¡No, claro que no!».
—¡Todos los que estén a favor de abrir la caja y ver si el tesoro perdido
de Barbatorva el Cadavérico está dentro, que digan «SÍ»!
—¡¡¡Sí!!!—gritaron todos los miembros de la tribu excepto Patapez, Viejo
Arrugado e Hipo.
—¡C-c-corre y salva tu vida!—gritó Desdentado y se escondió en la
camisa de Hipo. Patapez empezó a retroceder entre la gente.
—NO es buena idea, NO es buena idea, NO es buena idea—murmuraba
Hipo. Se fue apartando del ataúd cuando Estoico empezó a pelearse con los
cierres de hierro.
—NO es buena idea, NO es buena idea, NO es buena idea—repetía Hipo
cuando Estoico levantó despacio la chirriante tapa…
42
Estoico se apartó de un salto para evitar las salpicaduras de agua de mar
que goteaban por todos lados.
Todos los demás se esforzaban por no parecer nerviosos.
43
Estoico miraba fijamente dentro del ataúd.
Hubo una pequeña pausa.
—No era muy guapo, ¿eh?—murmuró Estoico el Inmenso, tratando de
aparentar que se reía de la Muerte en su cara.
—Oh, no sé, señor—dijo Bocón el Rudo, inclinándose para mirar bien—
. Yo creo que puede haber cierto parecido familiar.
—Ya sé lo que quieres decir—intervino Culón Tripagorda, y movió la
cabeza pensativo—. Tiene un aire con la tía abuela Muslosgordos.
Hipo se obligó a abrir los ojos. Si iba a ser pirata, tendría que ir
acostumbrándose a cosas como estas. Fue a mirar por encima del borde,
dentro del ataúd.
Allí, en un estado de deterioro entre verde y amarillo, yacía el cadáver de
Barbatorva el Cadavérico. En realidad no era tan malo. La cara estaba toda
fangosa y goteante, pero no había gusanos moviéndose por allí ni nada
desagradable. Bastante pacífico, la verdad, allí tan quieto…
Y entonces Hipo vio con toda certeza cómo uno de los dedos blancos
como papel se movía un poco.
Parpadeó y miró con intensidad.
Nada durante un segundo.
Y luego… ahí estaba otra vez, otro claro estremecimiento…
—¡El c-c-cadáver!—tartamudeó Hipo—, ¡se está moviendo!
—Tonterías, chico—le soltó Bocón el Rudo—. ¿Cómo va a moverse?
Está MUERTO, ¿no?—y dio un golpecito al cadáver con uno de sus gordos
dedos.
El cadáver de Barbatorva el Cadavérico se enderezó de repente,
empujado por alguna espantosa fuerza interior; sus ojos amarillos parecían
salirse de las órbitas y una horrible mueca se dibujaba en la verde cara
goteante.
44
—Aaaaaaarg—borboteó el cadáver de Barbatorva el Cadavérico,
directamente en la cara de Bocón el Rudo.
—¡AAAAAAAAAAAAAAARG!—aulló Bocón el Rudo, saltando
aproximadamente un metro en el aire, con las barbas y los pelos de punta
en todas las direcciones a causa del susto.
—¡AAAAAAAAAAAAAAARG!—chilló el resto de la tribu.
Porque aunque los gamberros alardean de reírse en la cara de la Muerte
y escupir en el ojo del Gran Tifón, tienen un miedo enfermizo a lo
SOBRENATURAL.
Estoico se escondió debajo de la mesa, con los brazos sobre la cabeza,
con la vaga esperanza de que si no podía verLO, AQUELLO no podía
verLE.
El agua de mar goteaba desde el ataúd. El cadáver de Barbatorva el
Cadavérico estaba haciendo desagradables ruidos apagados. Las venas
sobresalían en sus hinchados ojos amarillos, su boca gris temblaba
horriblemente.
Solo Viejo Arrugado conservaba la calma.
—Que no cunda el pánico—pidió Viejo Arrugado—, este NO es el
cadáver de Barbatorva el Cadavérico…
45
Hipo estaba helado de puro terror. Pero se fiaba de Viejo Arrugado y
abrió los ojos.
Nadie más se enteró de lo que pasaba. Todos estaban enloquecidos por
el pánico.
46
Mientras gritaba, dio un golpe fuerte en la espalda del cadáver-que-no-
era-un-cadáver. Más agua de mar chorreó por todos lados, escurriendo de
su nariz, orejas y boca.
No era el cadáver de Barbatorva el Cadavérico. Ahora que se había
recobrado de su acceso de tos, era claramente un hombre alto, bien
parecido, mucho más vivo, todavía un poco verde por los efectos del agua
de mar.
—¿Así…—preguntó Estoico desde debajo de la mesa—que
DEFINITIVAMENTE NO es el cadáver de Barbatorva el Cadavérico?
El cadáver-que-no-era-un-cadáver sacudió la cabeza.
—Oh, no—dijo con un hilo de voz—, definitivamente no. Era fácil
equivocarse, pero no, no soy yo.
Y salió del ataúd entre un torrente de agua de mar. Se quitó el casco y,
dadas las circunstancias, hizo una reverencia bastante graciosa.
—Mi nombre es Alvin. Alvin el… ah… Pobre-pero-Honrado-Granjero.
Alvin tenía ojos vivaces, inteligentes y risueños. Tenía un largo y elegante
bigote, un poco flácido por efecto del agua de mar. Sonreía con facilidad y
encanto (aunque una persona exigente podría pensar que tenía demasiados
dientes para sonreír así).
Alvin dio un paso adelante con desenvoltura y dio un golpecito en la
cabeza de Hipo.
—¿Y quién puedes ser TÚ, hijito?
—Hipo Horrendo Abadejo Tercero—tartamudeó Hipo.
—Yo te saludo—respondió Alvin el Pobre-pero-Honrado-Granjero. Se
detuvo para mirar bajo la mesa—. Por tu aire de natural autoridad, supongo
que tienes que ser el jefe de esta tribu.
—Estoico el Inmenso—contestó el mismo.
Alvin se llevó una mano a la frente.
47
—¿Estoico el Inmenso, el Terror de los Mares, el más alto gobernante de
los gamberros, Oye Su Nombre y Tiembla, eh, eh? Por una
EXTRAORDINARIA coincidencia, tú eres precisamente el hombre que yo
estaba buscando.
Estoico gateó para salir de debajo de la mesa, se puso de pie e hinchó el
pecho.
—Ese soy yo—se presentó Estoico el Inmenso, recobrando sus viejos
modales campechanos—. Y puedo preguntarte si no eres el cadáver de
Barbatorva el Cadavérico, en nombre de Odín, ¿qué estabas haciendo en su
ataúd?
—Una pregunta extraordinariamente brillante—contestó Alvin con
entusiasmo—… y ¿si pudiera sentarme en esa confortable silla? Ha sido un
largo día…
—Pues claro, pues claro—repuso Estoico sacudiendo el polvo de su
trono.
—… pero estaría encantado de contaros mi historia…
48
6. La historia de Alvin el Pobre-pero-Honrado-
Granjero
La tribu de los gamberros peludos estaba reunida al completo, todos en
silencio y con los ojos desorbitados, mientras Alvin, sentado en el trono de
Estoico, les contaba su historia.
—Me pusieron en el ataúd—empezó Alvin—unas gentes muy brutas que
no creían la historia que yo os voy a contar, sino que sospechaban que yo
era un vulgar ladrón. Me tiraron desde el puerto de su isla sin dejar de reír
todo el tiempo…
—Cabezas cuadradas—dijo Estoico bien informado—. ¿Les dirigía un
tipo alto, con un solo ojo, mal aliento, que responde al nombre de
Mogadón?
—Eso suena como una campana—admitió Alvin.
—Pero, en primer lugar, ¿cómo has tropezado con el ataúd?—preguntó
Estoico.
—Yo soy un pobre pero honrado granjero—prosiguió Alvin—, y hace
tiempo, en el País Apacible, muy, muy lejano, yo estaba cavando en el suelo
para… aah… plantar patatas, cuando tropecé con este ataúd que… aah…
simplemente se abrió en mis manos.
—¿Y cuándo abriste este ataúd que dice claramente en la tapa «NO
ABRIR», no había algo sorprendente?—preguntó Arrugado pensativo.
—Se podría decir que sí—admitió Alvin con una suave sonrisa que quizá
no llegaba a sus ojos—. Abrí el ataúd y eché mano, inocentemente, para
coger algo dentro… Entonces la tapa se cerró con la fuerza de unas
mandíbulas de tiburón y de un golpe me cortó la mano.
Alvin levantó su brazo derecho.
Allí donde debería haber estado su mano, había un gancho de hierro que
sobresalía de su manga.
49
Los gamberros quedaron horrorizados.
—Dios mío—suspiró Estoico—, BOBO ATRAPADO. Me disculpo por
mi bisabuelo. Tenía un desagradable sentido del humor.
—Sííí—dijo Alvin sonriendo feliz una vez más—, pero afortunadamente
nosotros, los Granjeros-Pobres-pero-Honrados, sabemos encajar una
broma… Y esto—señaló el gancho con un gesto—es muy útil para abrir
ostras… Ahora, volvamos a mi historia. La siguiente vez que abrí el ataúd
tuve cuidado, primero, de desmontar la trampa del bobo, pero no había
dentro ni rastro del tesoro, ni tampoco del cuerpo de Barbatorva el
Cadavérico… Lo que había era…
50
La tribu entera de los gamberros peludos se inclinó hacia delante
ávidamente, las bocas abiertas y los ojos como platos…
3
Ver el Mapa del Tesoro de Barbatorva el Cadavérico.
51
—Como veis—aclaró Alvin—, parece que solo el heredero de Barbatorva
el Cadavérico puede encontrar el tesoro… Y solo su bestia puede
husmearlo. Supongo que con «bestia» quiere decir «dragón».
Los dragones eran excelentes para husmear y encontrar tesoros. Un buen
dragón podía olfatear oro y metales preciosos incluso cuando estaban
enterrados a bastante profundidad bajo el suelo.
—Y posiblemente yo no podría encontrar ese tesoro—prosiguió Alvin—
, porque no se me dan bien los dragones. YO NO LES GUSTO, no sé por
qué. De todas maneras, me pregunto si alguno de vosotros tiene idea del
lugar al que alude el enigma. Por ejemplo, tú, Estoico, con tu rápido y
amable cerebro.
Estoico se esforzó por parecer inteligente:
—Ummm, es difícil decir…
Hipo miraba el mapa.
—¿Tú no crees que la Cabeza Muerta se puede referir a la Isla de los
Calaverones, padre?—sugirió Hipo—. Una cabeza muerta es una calavera,
después de todo…
—¡Pues claro!—tronó Estoico—. ¡La Isla de los Calaverones! ¡Ahí debe
de ser donde está!
La Isla de los Calaverones era una pequeña ínsula cerca de la costa oeste
de Isla Mema, con una forma que se asemejaba a una calavera y dos huesos
cruzados. Era la insignia que Barbatorva había adoptado para su bandera y
también para su casco.
—Así que esta isla de aquí es la de los Calaverones—masculló Alvin
alegremente, señalando el mapa—. ¿Y ahí es donde encontraremos el
tesoro?
Para sorpresa de Alvin, los gamberros empezaron a reírse.
—Oh, no hay que pensar siquiera en encontrar el tesoro si está en la Isla
de los Calaverones—dijo Estoico con humor—. Nadie ha vuelto nunca
52
VIVO de la Isla de los Calaverones. Hipo, tú eres el experto en dragones,
háblale a Alvin sobre los calaverones…
—El calaverón—comenzó Hipo, siempre encantado de responder a una
pregunta sobre Historia Natural—es una de las especies más raras y salvajes
del dragón no volador. A pesar de ser ciego y casi sordo, es uno de los
dragones predadores más temibles; caza en manadas, utilizando solo su
sentido del olfato altamente desarrollado…
—Bien, bien—interrumpió Estoico apresuradamente—, podemos
hacernos una idea…
—Tiene unas zarpas extra largas y superafiladas—continuó Hipo—, con
las que desarma a sus víctimas cortándoles el tendón de Aquiles en la parte
trasera de los tobillos, con lo que las incapacita para andar. Entonces se las
come vivas.
NO muy agradable.
—Aaahhh—dijo Alvin—, ya veo el problema. Pero estoy seguro de que
un hombre tan listo como tú, Estoico, será capaz de dirigir una expedición
a la Isla de los Calaverones para encontrar este tesoro, a pesar de todo.
—Una expedición a esa isla sería una total locura—sostuvo Viejo
Arrugado con firmeza.
—La espada de Barbatorva, la Puntaveloz, será parte del tesoro—
engatusó Alvin—. Y si consigues la espada, el nombre de los gamberros será
temido de nuevo en todo el mundo bárbaro…
Estoico se frotaba la barba pensativo.
—Y tú, Estoico—arrulló Alvin—, imagínate a ti mismo con diamantes
salpicando tu barba, un peto de oro, la flamante Puntaveloz en una mano,
brazaletes en tus hermosas muñecas. Puedo verte ya, Mogadón arrodillado
humildemente ante ti. ¡Qué visión serás!
Estoico contrajo su barriga y flexionó sus músculos. Secretamente,
siempre se imaginó con un par de pendientes en las orejas.
53
—¡LO HARÉ!—gritó—. ¡CAMARADAS GAMBERROS! ¡Yo os
conduciré hasta encontrar el tesoro de nuestros antepasados!
—¡Pero eso es una locura!—chilló Hipo—. ¡Cualquiera que ponga el pie
en esa isla será devorado en unos momentos! ¡Solo pensar en ello es un
suicidio!
Todos estaban vitoreando demasiado fuerte para escuchar a Hipo.
—La gloria y la riqueza serán nuestras—proclamó Estoico, golpeando la
espalda de Alvin con doloroso entusiasmo.
—Oh, ya está armada…—murmuró Hipo para sí mismo.
54
55
7. Prácticas de Lucha a Espada
En opinión de Hipo, todo iba mal desde el momento en que Alvin el Pobre-
pero-Honrado-Granjero había salido del ataúd. Desde luego, no era culpa
de Alvin. Era un compañero de lo más divertido y agradable.
Él hacía enrojecer a las mujeres alabando sus músculos y sus gruesas
trenzas rubias. Hacía reír a los hombres con desternillantes chistes sucios y
anécdotas de Mogadón el cabeza cuadrada. Hacía que los niños le adoraran
contándoles historias sobre las astucias y batallas de los héroes muertos en
tiempos remotos.
También a Hipo le gustaba.
Alvin encontró un día a Hipo practicando la Lucha a Espada desde hacía
dos horas.
Hipo estaba tratando de hacer el Cuerpo-a-Cuerpo de Barbatorva, pero
fallaba miserablemente cada vez. Estoico le había dado una nueva espada
para reemplazar a Puntaveloz; una espada impresionante, por lo larga y
pesada, llamada Puntaestirada.
—Te viene bien su LONGITUD, muchacho—había dicho Estoico—.
Compensara lo corto de tu brazo. Te da un mejor alcance.
56
Pero Hipo tenía dificultades para mantenerse en equilibrio, y cuando al
fin llegaba la estocada, tendía a caerse encima. Acababa de levantarse y
recogía ya cansado a Puntaestirada para otra embestida, cuando detrás de
él apareció de repente Alvin el Pobre-pero-Honrado-Granjero y dijo:
—Hipo, ¿verdad?
Hipo estaba tan sorprendido que casi se cayó otra vez. No se había dado
cuenta de que le estaban observando.
—Tú eres el heredero de Estoico el Inmenso, ¿no?—sonrió Alvin.
Hipo suspiró.
—Bueno, eso espero. Esa es la idea general, de todos modos. Pero a
menos que mejore en esto de la Lucha a Espada, nunca llegaré a ser
heredero de nadie. Soy MUY MALO con ello.
—No, no—comentó Alvin tranquilizador—. Tú tienes habilidad natural,
eso se ve. Solo necesitas un poco de entrenamiento, eso es todo. Déjame
enseñarte.
Alvin puso cuidadosamente su casco al lado de los helechos, para mayor
seguridad. Hipo observó fascinado cómo desenroscaba el gancho sujeto a
su brazo derecho. En su lugar fijó un mecanismo sujetaespadas. Luego
desenvainó la suya y mostró a Hipo cómo podía sujetarla en el mecanismo.
La apretó para que no pudiera caerse.
—Un pequeño artefacto que diseñé yo mismo—explicó Alvin—. Yo creo
que incluso peleo mejor ahora que antes del accidente.
Se retorció el bigote e hizo una demostración del Cuerpo-a-Cuerpo.
—¿Ves?, el peso debería cargarse sobre el pie izquierdo. Hipo le imitó con
todo cuidado… y cayó otra vez.
—¡BRAVO!—aplaudió Alvin con gran sorpresa de Hipo.
—Pero si he vuelto a caerme—dijo Hipo.
—¡Pero con qué ESTILO! Eso no puede enseñarse, está en la sangre.
57
Alvin reemplazo la espada por el gancho y recogió su casco. Hizo un
gesto de desagrado al ponérselo en la cabeza. Se lo quitó otra vez y miró
dentro.
—Parece haber una especie de barro aquí dentro, una especie de barro
muy MALOLIENTE…
—Me temo que está todo encima de su cabeza, señor—contestó Hipo.
58
Por fin, cuando recuperó el aliento, soltó:
—P-p-popó en su casco…
—¡DESDENTADO!—exclamó Hipo—. Eso es asqueroso y poco
amable. ¿Por qué has hecho popó en el casco del pobre Alvin?
—É-é-él es un hombre malo—replicó Desdentado.
—¿Quién, Alvin el Pobre-pero-Honrado-Granjero?—preguntó Hipo
sorprendido—. No tengas prejuicios, Desdentado. Que él no sea de estos
lugares no le convierte en un hombre malo…
—H-h-haz lo que quieras—Desdentado se encogió de hombros y
extendió sus alas en busca de pulgas de dragón-. Desdentado cree que él es
un p-p-proscrito.
Hipo se sobresaltó.
«Proscritos» eran vikingos tan malvados, tan terribles, furtivos y ladrones,
que habían sido expulsados de la sociedad regular vikinga, y habían
formado una tribu propia extraordinariamente feroz. Hasta se rumoreaba
que algunos proscritos se comían a sus enemigos.
59
—Oh, vamos—protestó Hipo—. Él, no tiene aspecto de proscrito.
—¿A-a-alguna vez has vista uno?
—Bueno, no—admitió Hipo—. Pero tú tampoco, y no tienes ni una
chispa de evidencia. Vamos a comer algo y olvidemos estas tonterías.
Esta conversación sembró una pequeña semilla de duda en la mente de
Hipo.
Ya se sentía algo preocupado porque sabía que él y todos los demás
muchachos iban a tener que unirse en esa misión suicida a la Isla de los
Calaverones, que se pondría en marcha tan pronto como Estoico y Alvin
hubieran trazado un plan para evitar el pequeño problema de ser comidos
vivos en el momento de desembarcar en la isla.
Y sabía que él, Hipo, como heredero de los gamberros peludos, había de
ser uno de los que encontrasen el tesoro. Así que cuando no estaba dedicado
a su manejo de la espada o a escuchar cómo le gritaba Bocón en el Programa
de Entrenamiento, se apresuraba a salir con Desdentado para practicar el
Olfateo de Tesoros.
La primera mañana fue típica. Patapez vino con su dragón Vacahorrible,
y los dos observaron atónitos y discretos cómo Hipo seguía un elaborado
plan para arrancar a Desdentado más allá de la puerta de la calle.
Primero, Hipo recorrió la casa gritando el nombre de Desdentado.
No hubo respuesta.
A continuación, Hipo robó una caballa de la despensa.
—Ooooh, Desdentado…—canturreó en voz alta, moviendo el pescado
por allí para despertar el interés de Desdentado—. He conseguido una
bonita pieza de caballa para ti.
Contestó una voz apagada, pero atenta:
60
—D-D-Desdentado enfermo. D-D-Desdentado no puede salir porque
está M-M-MUY MUY enfermo.
—Entonces tú no quieres esta caballa—cantó Hipo.
Otra pausa.
—C-c-caballa buena para el enfermo. Quiero caballa, pero NO SALIR.
Hipo había descubierto de dónde venía la voz. Miró fijamente a lo alto
de la chimenea y estaba Desdentado, colgando cabeza abajo en una nube
de humo.
—No, Desdentado—dijo Hipo con su voz más firme—. Tú tendrás la
caballa, pero tiene que salir. ESE ES el trato. Y tienes que PROMETER.
—Vale, pues—accedió Desdentado aleteando fuera de la chimenea—.
D-D-Desdentado promete.
Hipo sacó la caballa.
Al grito de «¡D-D-DESDENTADO MIDE SUS GARRAS!», el dragón
agarró el pescado, empujó a Hipo con fuerza en el pecho y desapareció a
toda velocidad hacia otra habitación, dejando a Hipo tirado en la chimenea
entre una nube de ceniza.
No tardó mucho Hipo en encontrarlo de nuevo.
Una reveladora ráfaga de humo gris azulado se elevaba desde el final de
la cama de Estoico. Hipo se acercó de puntillas y lo arrastró fuera de las
mantas.
Con aire ofendido, Desdentado se agarró con fuerza a uno de los palos
de la cama con sus poderosas mandíbulas.
Hipo le agarró de la cola y tiró.
—Vamos, Desdentado—dijo Hipo—. Es hora de practicar el
Olfateo…—hizo cosquillas al dragón debajo de un ala. Desdentado se
61
agitó un poco y la cara se le puso roja. Hipo le hizo cosquillas debajo de la
otra ala.
62
Desdentado le dejó hacer, entre risitas; hubo un breve forcejeo, en el que
Desdentado mordió a Hipo varias veces, hasta que por fin el chico lo tuvo
bajo control agarrándolo bajo un brazo y manteniéndole la boca cerrada
con el otro.
—Ahora—explicó Hipo—sabes que tenemos que practicar el Olfateo. Tú
quieres que seamos nosotros quienes encontremos el tesoro, ¿verdad?, y no
Gusano de Fuego o Babosa de Mar. Tú quieres que mostremos a todos lo
asombrosamente buen olfateador que es Desdentado, ¿No?
Desdentado solo asintió, porque Hipo le sujetaba todavía la boca cerrada.
—Bien—asintió Hipo—, entonces vamos a tener que practicar. ¿Prometes
que no me morderás ni me arañarás más?
En cuanto Hipo levantó sus dedos, Desdentado empezó a dejarse caer
cojeando.
—D-D-Desdentado tan a-a-débil… no puede olfatear si está tan d-d-
débil—murmuró patéticamente.
—ESTÁ BIEN, tendrás la otra mitad de la caballa si te COMPORTAS
DESDE AHORA.
—Vale—gruñó Desdentado sacudiendo las alas—. D-D-Desdentado es
tan buen olfateador que no necesita p-p-practicar, pero VALE.
Hipo y Patapez despegaron la desagradable masa del resto de la caballa
del fondo de la cama de Estoico –a Estoico NO iba a gustarle– y se la dieron
a Desdentado, además de una pequeña empanada de bacalao y tres o cuatro
ostras.
—No podrá volar de esta manera—dijo Patapez.
Se dirigieron a las colinas y ciénagas de Isla Mema, con Desdentado
lloriqueando todo el camino:
63
—L1-11-llévame, 11-11-llévame, me duelen las alas… ¿Cuándo 11-11-
llegamos?
Isla Mema era siempre un lugar de aspecto salvaje, pantanoso y sin
árboles, lleno de helechos y vacío de brezo. Y, por supuesto, llovía
prácticamente siempre, desde una ligera y persistente llovizna a un
chaparrón empapuzaste. (Hay veintiocho palabras que significan «lluvia»
en el lenguaje gamberro.)
Pero si a uno le gustan los paisajes desolados y dramáticos, Isla Mema
era atractiva a su manera, y eso se estaba estropeando ahora por los grandes
montones de barro que los gamberros estaban sacando de todas partes,
desde que se habían obsesionado con la caza del tesoro.
Así que con la dificultad de evitar los agujeros y andar entre los tejos y
helechos que les llegaban al pecho, los chicos tardaron casi una hora en
subir a las colinas para practicar. Y cuando alcanzaron el lugar,
Vacahorrible se había quedado profundamente dormido en el hombro de
Patapez y fue imposible despertarlo.
Hipo sacó un viejo brazalete de oro de su madre para que Desdentado lo
oliera.
—Este es el olor que tienes que buscar—ordenó.
—No, hay p-p-problema—dijo Desdentado—. Está c-c-chupado.
Después de dos calurosas horas de fatigarse corriendo detrás de
Desdentado y cavar donde él decía que había olido algo, los chicos
examinaron lo que habían encontrado:
1 nabo
3 conejos (no pudieron cazarlos)
1 pequeña cuchara rota
64
Hipo sacudió la cabeza tristemente.
—No parece muy bueno, ¿eh?
—¿Bueno? ¿BUENO?—exclamó una voz burlona detrás de él—. Es
patético, eso es lo que es.
Hipo se giró en redondo, y allí estaba Patán Mocoso, riéndose tan fuerte
que Perruno tuvo que sujetarle para no caer.
—¿Un VEGETAL y una PIEZA DE
CUBERTERÍA?—Patán se limpió las lágrimas
de los ojos—. Es algo tan rematadamente inútil…
Una vez que se hubo recobrado un poco, Patán
Mocoso preguntó, riendo con disimulo:
—¿Tú crees de verdad que esa microscópica
ameba—y señaló a Desdentado—va a conducirte
al TESORO? No puede ni husmear el camino
hasta su propio trasero.
Desdentado estaba erizado de furia.
—Pero si es solo un mestizo común o de jardín…—se mofó Patán.
—¡Desdentado-no-es-un-dragón-común-o-de-jardín!*—aulló el
dragón—. Desdentado. MUY RARA especie 11-11-llamada Soñador
Desdentado…
—Sin embargo, Gusano de Fuego es un monstruo de
pesadilla, un cazador pura sangreverde. Mira lo que un
VERDADERO dragón cazador puede encontrar si pone su
nariz encima…—Patán echó mano a una bolsa colgada
alrededor del pecho y sacó una gran placa de plata, una daga
con antiguas runas rodeando la empuñadura y un par de bonitos
collares de cuentas—. Y esto es solo el trabajo de una tarde.
*
En la traducción oficial en realidad dice «Desdentado-no-repite-no-un-dragón-común-o-de-
jardín», creemos que tiene un error, por eso lo cambiamos un poco. Pero puede que no sea
un error y en realidad sea su peculiar forma de hablar. 65
Gusano de Fuego ronroneó complacido y encogió sus bellos y brillantes
hombros color rojo sangre.
—Para la nariz de un aristócrata como yo—silbó—, la cosa era apestosa
como un abadejo de una semana.
—Naturalmente—dijo Desdentado—, si tienes una nariz del t-t-tamaño
de un elefante, cerrarla te facilita la vida.
Las narices de Gusano de Fuego se agitaron furiosamente.
—Yo tengo una nariz bellamente proporcionada—soltó.
—Ahora no, Gusano de Fuego—le reprendió Patán, que no entendía
dragonés pero sabía que estaban intercambiando insultos—, no dejes que
los paletos te irriten. Piensa solo en cuando lleguemos a la Isla de los
Calaverones y tú olfatees el tesoro y todos sepan que yo soy el verdadero
heredero de los gamberros peludos… Una idea agradable, ¿verdad, Inútil?
Patán se inclinó adelante y, con el borde de la placa que tenía en la mano,
empujó levemente a Hipo hacia atrás, hasta hacerle perder el equilibrio en
el barro.
66
—¡Ja, ja, ja, ja, ja!—bramaron Patán y Perruno mientras se alejaban.
Fue muy deprimente.
De todas maneras, desde que había llegado Alvin, Hipo no había dejado
de tener una cierta sensación dolorosa en el estómago y un hormigueo de
temor que le recorría la espalda.
No era solo pensar en la expedición a la Isla de los Calaverones (aunque
él ya tenía pesadillas en las que era rasgado en pedazos por criaturas
semejantes a panteras con dientes como cristales rotos). Era esa sensación
de que había algo maligno, algo PONZOÑOSO oculto en Isla Mema.
Y ese algo realmente terrible estaba a punto de suceder… en algún
momento, pronto…
67
8. Mientras tanto, en una caverna profunda
Mientras tanto, en una caverna profunda, en lo más hondo del subsuelo,
un pequeño nader mortífero lloraba llamando a su madre.
Había salido de su casa por los acogedores túneles del vivero de dragones
y se había perdido debajo, en el laberinto de las Cuevas de Calibán.
Poco a poco, mientras aleteaba enloquecido y se equivocaba una y otra
vez al bajar dando vueltas, los felices silbidos y chillidos de sus compañeros
dragones se fueron haciendo más y más débiles. Durante la última hora,
solo había oído los desdichados ecos de sus propios gritos al hundirse más
y más en la oscuridad.
Además, tuvo la mala suerte de topar con una caverna habitada por una
gigantesca criatura que estaba guardando algo precioso. Se trataba más bien
de una máquina de matar, grande y aterradora, que de un mero calaverón.
Tenía al menos cien años y vivir durante un siglo en tan tenebrosas
profundidades había hecho muy poco en favor de su alma y su cerebro. Era
solitario y amargado, y tenía nostalgia de la luz, pues nunca la había visto.
Pero, sobre todo, estaba permanentemente hambriento.
El pequeño nader llamó otra vez a gritos a su madre y se adelantó un
poco más.
Un tentáculo pegajoso y especialmente desagradable se cerró alrededor
del pequeño dragón y lo levantó en el aire.
La criatura hizo algo para matar al nader, algo de lo más repugnante, y
el pobre animalito dejó escapar un último grito de absoluto terror…
Y después todo fue silencio.
68
69
9. La lección de Grosería Avanzada
Este inquieto tiempo de espera y preparación terminó por fin unas dos
semanas más tarde.
Estaban a la mitad de una de las lecciones de Bocón sobre Grosería
Avanzada en el Gran Salón.
Patán Mocoso se encontraba frente al resto de la clase manteniendo una
batalla de groserías con Nuez de Toba junior. Nuez de Toba junior se estaba
esforzando. Era por naturaleza un buen chico, y los insultos no eran su
punto fuerte.
—Tú—decía Nuez de Toba junior, tratando de sonar despectivo—eres un
tío gordo… y quiero decir gordo, gordo de verdad… FANFARRÓN… y tu
abuela es… tu abuela es una… tu abuela es una… persona muy mala…
—¡Oh, vamos, Nuez de Toba, en nombre de Thor!—explotó Bocón el
Rudo furioso, tirándose de la barba—. Esto es solo un simple ejercicio, ¿no
puedes hacerlo mejor que ESO? La abuela de Patán es una vieja ostra
decrépita de barriga amarilla, la abuela de Patán es una vieja loca y
ladradora con cabeza de morsa…
—¿¿¿Quééé???—aulló Patán, tan concienciado de
la lección que no le importó a quién atacaba.
—No, no, Patán—gritó Bocón—, no de verdad, solo
estoy diciéndole a Nuez de Toba… se supone que
tenéis que pensar en algo súper RUIN, y luego escupir
las palabras… Hazle una demostración, Patán.
—Encantado—dijo Patán mirando de reojo. Se
inclinó adelante hasta que su nariz estuvo casi pegada
a la de Nuez de Toba. Le agarró por el cuello para dar
más énfasis a sus palabras. Sus pequeños ojos
maliciosos se estrecharon amenazadores, sus narices
temblaban furibundas.
70
—Tú—escupió con salvaje desprecio—eres una jibia cobarde y gallina…
—BRILLANTE, Patán, BRILLANTE—aplaudió Bocón.
—… con el corazón de una medusa, los sesos de plancton y el hedor de
un barril lleno de cabezas de caballa.
—Oh, BRAVO—tronó Bocón—, tú vas directamente al primer puesto de
la clase. A este paso, Patán, no tendrás problemas en ningún campo para
convertirte en pirata, que es más de lo que puedo decir del resto de
vosotros…
ETCÉTERA, ETCÉTERA, ETCÉTERA…
Hipo levantó los ojos al cielo y siguió mirando distraídamente los dibujos
de su libro de insultos.
Le interrumpió la llegada inesperada de Estoico el Inmenso y, detrás de
él, con sonrisa encantadora, Alvin el Pobre-pero-Honrado-Granjero.
—Mis disculpas por interrumpir tu lección, Bocón—sonrió Estoico.
—No hay de qué, no hay de qué—dijo Bocón.
—Pero traigo BUENAS NOTICIAS. ¡Estamos a punto de ponernos en
camino para nuestra gloriosa MISION A LA ISLA DE LOS
CALAVERONES!
Hubo un breve silencio, en el que Patapez se puso blanco como una
sábana e hizo algunos ruidos débiles a modo de gemidos.
Y luego, todos los demás empezaron a vitorear.
Hipo levantó la mano.
—¿Qué hay de los calaverones?
—Me alegra que preguntes eso—contestó Estoico el Inmenso con
entusiasmo—. Como todos nosotros sabemos—dio unos golpecitos
afectuosos a Hipo en la cabeza—, los calaverones son criaturas
terriblemente malvadas…
71
72
—Salvajes más allá de tus sueños más salvajes—murmuró Hipo.
—Pero—sonrió Estoico—no solo han perdido su habilidad para volar,
sino también su sentido de la VISTA. Es decir, que les guía hacia su presa
casi únicamente el sentido del olfato. Así que la teoría de Alvin es que si
nos BAÑAMOS con todo cuidado antes de ir (algo desacostumbrado, lo sé,
pero uno tiene que sufrir para ser rico), estaríamos perfectamente bien.
Patapez levantó la mano:
—¿Teoría? ¿Estaríamos? Lo que estás diciendo es que Alvin no SABE
realmente, y nosotros podemos encontrarnos tirados en el suelo mientras
una manada de reptiles hambrientos nos mascan lentamente hasta la
muerte.
Estoico asintió.
—En cuyo caso tú entrarás en el Walhalla como un héroe de la tribu. Y
puedo decir aquí—afirmó Estoico solemnemente—que a todo el que muera
en el cumplimiento de este deber le será impuesto un póstumo casco negro.
—Oh, yupi—musitó Hipo.
—¡MUERTE O GLORIA!—gritó Estoico el Inmenso haciendo el
complicado saludo gamberro, que consiste en un gesto que imita un corte
en la propia garganta mientras se suelta un pedo como el estampido de un
trueno.
73
—¡MUERTE O GLORIA!—exclamó Bocón el Rudo, y once de los
alumnos repitieron fanáticamente «¡MUERTE O GLORIA!» y
respondieron al saludo.
—OH, esto OTRA VEZ no—gruñeron para sí mismos Hipo y Patapez.
El plan de Estoico y Alvin era en realidad así de sencillo. Los gamberros
y los dragones tenían que bañarse cuidadosamente. Tenían que presentarse
al día siguiente en el Gran Salón, donde Alvin se aseguraría de que pasaban
lo que él llamaba «el test olfativo». Consistía en que Alvin, que era bueno
en esto, comprobaría si podía husmearles o no, y la expedición se pondría
en marcha.
Hipo cobró ánimos para hablar con su padre tarea nada fácil.
—Padre—dijo Hipo a Estoico después de haberse bañado a fondo él y
Desdentado.
—¿Hummm?—contestó Estoico distraído. Estaba absorto secando a su
propio dragón, Tritón, frente al fuego.
Tritón era un groncle verde cubierto de acné, del tamaño de un león
pequeño. Aborrecía el agua. Estoico había necesitado cuarenta minutos
para cazarlo y meterlo en la bañera. Ahora lanzó una furiosa embestida a
Estoico, agarrando su brazo izquierdo entre sus poderosas mandíbulas.
Estoico se reía feliz y le dio un buen golpe en la nariz con el cepillo.
—Vamos, vamos, Tritón—le regañó Estoico—, no seas gruñón.
—Yo estoy preocupado—continuó Hipo—, podemos equivocarnos al
meternos en esta empresa. ¿Tú crees de verdad que deberíamos buscar el
tesoro? Somos bastante felices y vivimos en paz sin todo ese dinero.
Estoico revolvió el pelo de Hipo afectuosamente.
—¿No lo ves?—preguntó Estoico excitado—. TÚ VAS a ser el que
encuentre este tesoro. Eso es lo que dice el enigma: solo el verdadero
heredero puede encontrarlo. Durante algún tiempo me ha inquietado que
Culón y Patán pudieran haber puesto sus ojos en tu trono. Cuando TÚ
74
encuentres el tesoro, eso les silenciará para siempre. Yo hago esto mucho
más por TI que por el oro y la gloria, aunque me veo ya con un par de
magníficos pendientes en las orejas, tengo que admitirlo…
—¿Pero y si YO NO encuentro el tesoro?
Pero Estoico no estaba escuchando. Había ido a prepararse para la
partida.
—¡Qué fastidio!—dijo Hipo.
75
10. El peor día en la vida de Hipo, hasta ahora
Al alba del día de la expedición, Hipo se puso a vestirse de muy mala gana.
Se ciñó la espada que su padre le había dado, esperando que no le estorbara
demasiado al andar. Se colgó una pala a la espalda, donde normalmente
podría haber llevado un arco y flechas. Estaba tan nervioso que no pudo
comer sus gachas de avena.
Finalmente se las arregló para sacar de la cama a Desdentado y
encaminarse hacia el Puerto Gamberro, donde todos se reunirían.
Acomodado en su hombro, Desdentado se frotaba malhumorado los ojos
con un ala, para despabilarse.
—Desdentado no Q-Q-QUIERE ir—se quejó—. Es e-e-estúpido. Es t-
t-tonto. Es p-p-peligroso.
Hipo estaba completamente de acuerdo, pero lo único que dijo fue:
—Tú estarás perfectamente. TÚ TIENES alas. Si uno de los calaverones
te ataca, echas a volar.
—Sí, pero a D-D-Desdentado no le gusta ver s-s-sangre…—lloriqueó—
. A ti te harán pedazos y Desdentado se pondrá enfermo…
—Todos tenemos nuestros problemas—soltó
Hipo malhumorado.
Patapez ya estaba en el puerto y parecía furioso.
Su dragón, Vacahorrible, estaba sentado a sus pies,
masticando tranquilamente.
Los demás chicos se arremolinaban por allí, con
sus dragones peleando entre ellos o aleteando por
encima de sus cabezas. Todos estaban muy
excitados, a pesar de la perspectiva de ser comidos
vivos.
76
—¿Quién creéis que ganaría si un calaverón se pone a luchar cuerpo a
cuerpo con Crocoraptor Sangriento?—vociferó Verrugoso.
—Oh, el calaverón ganaría SIEMPRE—contestó Despistado—. Eso ni
se pregunta. Mi padre dice que el calaverón es una de las criaturas más
malvadas del planeta. Solo tiene que sacar esa famosa garra extralarga y…
buenas noches, Crocoraptor…
77
Bocón sopló con fuerza en el silbato.
78
79
El Descerebrado Perruno tropezó «accidentalmente» con Hipo cuando
subían y le tiró al suelo del barco, donde Patán Mocoso le pisó.
—Torpe de mí—sonrió Patán, balanceando la espada con soltura—.
Buena suerte, Inútil.
El Trece Afortunados salió lentamente del puerto a través de una
amenazadora niebla espesa que se cernía sobre todas las Islas Interiores. Era
difícil ver nada a más de dos metros de distancia.
Después de tres o cuatro horas pudieron ver la Isla de los Calaverones
como una aparición fantasmal entre la bruma. Inmediatamente, los
pensamientos de Hipo, sin seguir un orden particular, fueron: «¡Volvamos
a casa! ¡Hay que dar la vuelta! ¡ABANDONAR EL BARCO!».
«No sudes», se dijo a sí mismo. «Los calaverones pueden oler el sudor».
Pero sentía que su temperatura aumentaba más y más, y junto con ella,
el mareo y el terror de ver la isla cada vez más cerca…
En realidad, incluso el más valiente y más parlanchín de los gamberros
quedó en silencio mientras cruzaban las aguas prohibidas durante cientos
de años para la tribu.
Porque la Isla de los Calaverones era un lugar siniestro.
Los negros acantilados en sus extrañas rocas semejantes a pilares y la
brillante tierra de un rojo sangre parecían susurrar la palabra «Muerte».
Por todas partes había torres desvencijadas de conchas de lapas colocadas
en montones peligrosamente elevados, como otras tantas esculturas
fantásticas… Al ser incapaces de volar o nadar, los calaverones estaban
aprisionados en la isla. Hacía largo tiempo que habían terminado con toda
clase de pequeños mamíferos, reptiles o pájaros que alguna vez vivieron en
estas tierras. Durante años habían tenido que mantenerse de moluscos,
especialmente lapa, muy abundante aquí.
No había signos de vida en ninguna parte. Nada de conejos, ratones o
cualquier otra criatura corriendo por las colinas. Ni pájaros trinando desde
80
lo alto de los acantilados. Ni tampoco había señales de calaverones. Sin
embargo, había, y era preocupante, enormes agujeros dispersos por todo el
paisaje.
81
Era el sonido de los calaverones afilándose las garras extralargas en una
roca en lo profundo de sus madrigueras. Era una práctica de la que Hipo
había oído. Pero en realidad nunca lo había escuchado antes en toda su
vida, y se llamaba «afilado del sueño».
Hipo respiró profundamente.
«Bien, al menos sabemos que están dormidos», se consoló.
Los gamberros tuvieron que remar las tres cuartas partes del camino
alrededor de la isla antes de encontrar un lugar donde los barcos pudieran
atracar. Era una bahía amplia y abierta, también con esa extraña arena color
rojo sangre.
Alvin se puso de pie para soltar un discurso.
En el barco, todos los dragones silbaban y gruñían amenazadores
mientras él hablaba.
—Yo quería desear a todos la mejor suerte vikinga—dijo con su sonrisa
dulzona y fácil—. Es para mí una gran, gran tristeza no poder unirme a
vosotros en esta parte de la misión. Nada me complacería más que arriesgar
mi vida en esta gloriosa empresa. Pero aun cuando me he lavado
cuidadosamente, temo que, al ser mi olor tan fuerte para los dragones,
pueda poner toda la operación en peligro. Yo me quedaré aquí y cuidaré de
los barcos.
—¡Y todo fue idea s-s-suya!—exclamó Desdentado muy ofendido al oído
de Hipo—. ¿V-v-ves lo que quiere decir Desdentado? Un proscrito Y
ADEMÁS un c-c-cobarde…
Estoico golpeo con simpatía la espalda de su amigo:
—Muy noble de tu parte, Alvin—murmuró en voz alta (era difícil no
cuchichear, aun cuando las criaturas no tuviesen orejas con las que oír)—.
Siento que tengas que perderte la diversión. Bien, buscad todos un
compañero, dispersaos por la isla y, si nadie encuentra nada, volveremos a
reunirnos aquí en una hora.
82
Gusano de Fuego se encontraba fuera de sí de excitación desde que
habían atracado. Estaba claro que había olido algo ya y se estaba muriendo
por seguirlo: agitaba la cola, lloriqueaba y babeaba por la impaciencia de
salir ya.
—Y ahora no NOS sigáis—sonrió Patán Mocoso señalando a Hipo
cuando él y Perruno se apresuraban detrás del dragón.
Hipo y Patapez se quedaron mirando a Desdentado, pero Desdentado no
parecía mostrar tanta alegría por la tarea que tenía delante. Se sentó con
toda calma en la arena, lamiéndose la cola con aire pensativo. El dragón de
Patapez, Vacahorrible, ya se había quedado dormido bajo un banco del
barco, así que no iba a ser de mucha ayuda.
—¿Puedes oler algo?—susurró Hipo esperanzado.
Desdentado olisqueó.
—PUAFFF—dijo con disgusto—. Lapas podridas y calaverones t-t-
tostados al sol… QUÉ ASCO. V-v-v-vámonos de aquí.
—No, no, no—murmuró Hipo—. Tesoro. Oro. Joyas. Cosas de esas—y
añadió con energía—: Estoy seguro de que un SOÑADOR
DESDENTADO como tú puede olfatear mejor que un simple monstruo de
pesadilla.
Desdentado se infló indignado al recordar la cara dura de esa criatura
llamada Gusano de Fuego. Olfateó un poco más.
—Desdentado ha notado un ligero f-f-frío—comentó con dignidad—,
pero eso no nos molesta a nosotros los aristócratas. P-P-PUEDE haber algo
que viene de allí arriba.
Y movió vagamente una zarpa hacia la izquierda.
Así que Hipo empuñó su espada demasiado grande, y se encaminaron
allá, sin dejar de echar un ojo alrededor por si alguno de los calaverones
podía estar despierto.
83
Cruzaron entre altos helechos que les llegaban a la cintura e interminables
brezos, más todavía de los que hubieran encontrado en su Isla Mema. Al
pasar junto a la GIGANTESCA huella de una pata en el barro, Hipo se
arrodilló para examinarla.
—Que Odín nos guarde—murmuró—. Esto significa que el calaverón es
unas DOS VECES más grande de lo que habíamos pensado.
—Entonces no hay que preguntarse si vencerá al Crocoraptor Sangriento
en un combate cuerpo a cuerpo—dijo Patapez, incapaz de parar de reír
histéricamente—. Oh, esta sí que es buena: encima de todo lo demás, me
estoy volviendo LOCO.
Eran tantas las cosas que ponían nervioso a Hipo, que le resultaba difícil
concentrarse en qué preocupación le preocupaba más. EL TENÍA que
encontrar el tesoro.
Ya era bastante malo ser el peor espadachín de TODOS los tiempos, pero
si no descubría ese tesoro que se suponía había de hallar el heredero,
entonces su padre iba a estar realmente defraudado. Hipo odiaba defraudar
a su padre, aun cuando tuviese mucha práctica en ello.
84
¿Y si PATÁN encontraba el tesoro? Solo el pensamiento hizo sentir
escalofríos a Hipo.
Miró dubitativamente a Desdentado, que estaba dando un paseo
encaramado a la pala de Hipo. No se había mostrado nada prometedor
cuando habían estado practicando en Isla Mema.
Pero Desdentado había triunfado en una crisis anterior. Cuando a Hipo
le había tragado un dragón de mar giganticus máximus, Desdentado había
volado hasta las narices del monstruo, haciéndole estornudar y salvando así
la vida de Hipo. Porque él tenía en lo más hondo secretos escondidos y
sorprendentes.
Quizá fuera también un oculto olfateador, como un oculto héroe. Quizá
HABÍA captado realmente un olorcillo de algo… Quizá…
Desdentado se hurgó la nariz pensativo, examinó el resultado pegado a
la zarpa, y lo tragó. De repente alzó el vuelo desde la pala y empezó a dirigir
la pequeña procesión de una forma preocupante, sin meta aparente. En un
punto les hizo girar en un círculo inútil. En otro, Hipo lo detuvo justo a
tiempo antes de que despertara a todos los calaverones al hacerse caca.
Finalmente se instaló en una praderita en lo alto de una pequeña colina. Se
sentó y se rascó la oreja.
—P-p-podría ser aquí—afirmó distraídamente.
El corazón de Hipo empezó a latir un poco más deprisa.
—¿Aquí?—preguntó.
Desdentado asintió con desenvoltura. Los chicos cogieron sus palas y
empezaron a cavar, ajenos a los calaverones de tan excitados que estaban.
Después de unos diez minutos cavando, chocaron con una capa de
conchas de lapa en el subsuelo.
—Freya nos guarde—rogó Patapez—. Estos calaverones comen un
montón de lapas. Apuesto a que toda la COLINA está hecha de lapas.
Apuesto a que toda la ISLA está hecha de lapas…
85
La pala de Hipo chocó con algo duro, grande y pesado justo debajo de la
superficie. Hipo contuvo la respiración. Dio otro golpe. Sí, definitivamente
era grande y pesado.
—Creo que he encontrado algo aquí—susurró.
Desdentado saltaba arriba y abajo muy excitado.
—T-T-TESORO, T-T-TESORO—canturreó—. ¡Tú vas a ser un
héroe! ¡Y Desdentado, el d-d-dragón del héroe! ¡Tú vas a ser…!
Hipo se agachó, agarró el borde del objeto duro y, haciendo fuerza con
las dos manos, lo sacó de la tierra…
La más gigantesca concha de lapa que nadie haya visto nunca.
Exactamente en el mismo momento en que Hipo se sentó mirando a la
concha, se oyó el sonido de un lejano silbido.
86
—¡Vaya, magnífico!—exclamó Hipo sarcástico—, eso impresionará a la
tribu. Todos son tan AMANTES DE LA NATURALEZA—se sentía muy
deprimido-—. Una lapa, por MUY grande que sea, es solo una lapa. No es
un TESORO, ¿verdad? Nunca oí una leyenda donde el héroe descubre un
nuevo tipo de molusco… Pero—continuó Hipo—sí oí que el
VERDADERO heredero de la tribu de los gamberros peludos encontraría
el tesoro. POR FAVOR, que no sea Patán.
Hipo repetía esto para sí mismo una y otra vez mientras avanzaban con
dificultad hacia el ruido continuado del silbato.
«Por favor, que no sea Patán. POR FAVOR, que no sea Patán, por favor,
por favor, POR FAVOR, que no Patán…».
87
11. El tesoro de Barbatorva el Cadavérico
Era Patán quien había encontrado el tesoro, por supuesto.
Allí estaba sacando pecho, con las aletas de la nariz temblorosas, y una gran
sonrisa en su oronda cara. Gusano de Fuego, su dragón, se había hinchado
casi dos veces su tamaño de puro orgullo.
Una muchedumbre de vikingos rodeaba a Patán Mocoso y le vitoreaba
con el hurra de los gamberros: «¡PA-TÁN, PA-TAN, PA-TAN, HU HU
HU!».
Patán sonrió todavía más cuando vio llegar a Hipo, que trataba de pasar
desapercibido (difícil cuando se va acompañado por un amigo que
transporta una lapa gigantesca).
—Mira lo que he encontrado, Hipo—dijo Patán arrastrando las palabras.
Patán había encontrado un gran cofre de madera, muy estropeado,
arañado y roído por todas partes por los calaverones. En grandes letras
doradas, tenía escritas las palabras:
88
Ahora Culón iba a empezar a sugerir que Patán era el verdadero heredero
de la tribu y entonces Estoico tendría que hacerle callar peleando con él, y
todo era culpa de Hipo.
––Pues claro que vamos a abrirlo AHORA. ¿Qué sentido tiene buscar un
tesoro si no puedes abrirlo cuando lo encuentras?
—Por favor—suplicó Hipo—, ¿tú no creerás que un viejo pirata tan
astuto como Barbatorva iba a dejar una caja por aquí sin colocar algún truco
en ella? Será una TRAMPA PARA BOBOS. Mira lo que pasó cuando
Alvin abrió el ataúd la primera vez –le cortó la mano–, y luego cuando lo
abrimos más tarde todos estábamos medio muertos de miedo…
89
—Esas fueron coincidencias, no TRAMPAS PARA BOBOS. Y yo no
voy a cargar con una caja pesada como esta todo el camino a casa, para
encontrarme con que solo está llena de piedras.
Los ojos de Estoico brillaban ya con una extraña luz de codicia que Hipo
nunca había visto antes.
—Bien dicho, jefe—afirmó Bocón el Rudo—. ¿Puedo hacerlo yo?—y
empuñó su hacha por encima de la cabeza, la bajó de golpe sobre las
cadenas atadas alrededor de la caja y las cortó en dos.
—Debería abrirla Patán, ya que él la ha encontrado—dijo Culón
Tripagorda.
Estoico suspiró:
—Está bien, que la abra.
Patán Mocoso se adelantó orgullosamente. Este era su gran momento.
Lanzó una mirada despectiva a Hipo.
«No es una buena idea, NO es una buena idea, NO ES UNA BUENA
IDEA», decían Hipo y Patapez para sus adentros mientras Patán adelantaba
sus musculosos brazos tatuados hacia la caja.
—No es una buena idea, N-N-N-NO buena idea, NO BUENA IDEA—
repetía Desdentado cerrando los ojos mientras Patán levantaba lentamente
la tapa…
90
91
12. Huida de la Isla de los Calaverones
El cofre no estaba lleno de piedras. Estaba lleno hasta el borde de un tesoro
espléndido. Cadenas de joyas, copas de oro, objetos de un brillo más
deslumbrante que cualquier cosa vista nunca por los gamberros.
—¿Se p-p-puede mirar ahora?—preguntó Desdentado, todavía con los
ojos tapados.
Hipo abrió los suyos y respondió inseguro:
—Creo que sí.
Había empuñado la espada cuando Patán abrió la caja y ahora miraba
atentamente dentro.
—Parece—dijo con recelo—que solo es una caja llena de tesoros.
—NATURALMENTE—afirmó Estoico—. ¿Qué te había dicho yo?
Nada de TRAMPAS PARA BOBOS. Tú tienes demasiada imaginación,
muchacho. Algunas veces hay que dejar las cosas en manos de la
experiencia de los que son mayores y mejores.
Patán Mocoso ya había echado mano dentro y sacado una espada
realmente magnífica, con la vaina ricamente decorada con dragones,
calaveras y las olas de un mar encrespado.
ESA era una espada forjada para el rey de los piratas. Produjo el suave
silbido de una serpiente cuando Patán la saco de la vaina, y cuando el sol
cayó sobre la hoja todavía brillante, podía verse lo afilada que era, incluso
después de todos aquellos años bajo tierra.
En la empuñadura había un furioso retrato de Thor el Tonante, con una
enredada barba de algas, y a lo largo de la hoja se dibujaba un rayo en zigzag
en una plata más ligera.
—Es Hojatormentosa…—murmuró Culón Tripagorda.
92
En efecto, era Hojatormentosa, la famosa espada de Barbatorva el
Cadavérico con la que este había dominado todas las Islas Interiores de
manera tan despiadada.
Mientras Patán la movía poco a poco de un lado a otro, parecía despedir
por sí misma una luz feroz y ávida.
Amablemente, Estoico dio un paso adelante, alargó la mano y tomó la
espada que sujetaba su sobrino.
—MÍA, como ya sabes—dijo Estoico con calma—. Hojatormentosa
pertenece al JEFE de los gamberros peludos, Y SOLO a él.
Había una mirada astuta y codiciosa en sus ojos cuando arrojo a un lado
su propia espada y agarró a Hojatormentosa.
Desdentado arrugó su morro y olfateó.
—¿Qué es ese o-o-olor?
—¿Qué olor?—preguntó Hipo.
—ESE olor—contestó Tritón arrugando la cara.
Hipo miró a Gusano de Fuego, el mejor olfateador de todos. El dragón,
todavía sobre el hombro de Patán, parecía tener en su piel color rojo fuego
una sombra de un verde pálido.
—¡Dolientes vieiras!—gritó Hipo—. ¡Los calaverones! ¡CERRAD LA
CAJA!—y él mismo se lanzó sobre la tapa tratando de cerrarla.
—El chico se ha vuelto loco—dijo Culón Tripagorda, e impidió que Hipo
cerrara la caja manteniéndola abierta con su macizo dedo índice.
—Loco de envidia—se burló Patán.
—¡CERRAD LA CAJA! ¡CERRAD LA CAJA! ¡CERRAD LA
CAJA!—gritaba Hipo revolviéndose en los brazos de Culón.
—Ahora, ahora, muchacho—intervino Estoico irritado, pero tratando de
apaciguar a su hijo—. Tú puedes encontrar un tesoro la PRÓXIMA vez,
93
estoy seguro. Estamos completamente a salvo. Los calaverones no pueden
vernos ni oírnos…
—¡Pero pueden OLERnos!—gritó Hipo—. BARBATORVA HA
PUESTO UN OLOR COMO TRAMPA DE BOBOS EN LA CAJA.
¡¡¡ESO DESPERTARÁ A LOS CALAVERONES!!!
—¿Qué quieres decir con olernos?—preguntó Estoico.
Olfateó un poco, a modo de prueba. Ahora el hedor era tan fuerte, que
hasta los humanos lo percibieron, Gusano de Fuego ya se había lanzado en
el brezo. Todos los gamberros empezaron a olfatear, y allí estaba, un
inconfundible tufo a pescado podrido y morsa largo tiempo muerta… con
quizá una pizca de carne de cangrejo vieja de un mes.
—PUAFFF—murmuraron los gamberros desviando su atención del
tesoro.
—¡CERRAD… LA… CAJA!—repitió Hipo con la cara roja de furia por
su estupidez. La luz se hizo en la estúpida expresión de Estoico el Inmenso.
—Ahhhh… Ya veo lo que quieres decir… CERRAD LA CAJA. ¡Rápido,
rápido!—por fin se daba cuenta de la urgencia de la situación y cerró la caja
sentándose encima de ella para asegurarse.
Pero eso no remedió nada.
94
El olor era más fuerte por momentos, una peste insoportablemente
repulsiva.
Si a los calaverones les llegaba solo una BOCANADA de ese olor, no
tardarían en despertar y… el pensamiento era demasiado terrible.
Y entonces Hipo se dio cuenta de que el inquietante rasgueo de las garras
afiladas en sueños había cesado… Y eso significaba… eso significaba…
—¡C-O-O-O-R-R-R-R-E-E-E-E-E-D-D-D-D-D-D!—gritó Hipo.
95
—DE NINGUNA MANERA—dijo Estoico, y en sus ojos todavía lucía
ese brillo que Hipo no había visto antes–. Piensa en el disgusto de Alvin.
Además, esta es mi oportunidad de GRANDEZA—resopló y chocó con
una gran torre de lapas mientras escapaba.
—Tú eres grande YA, padre—insistió Hipo—, no necesitas ese tesoro…
Pero Estoico no iba a dejarlo allí.
Cuando pasaban ante las madrigueras, Hipo empezó a oír horribles
resuellos ruidosos que venían del interior.
Corrió un poco más deprisa.
El corazón le golpeaba en el pecho y, aterrado, fue saltando entre los
brezos, chocó con los helechos y cayó de narices al suelo.
El olor era ahora tan fuerte que se había convertido en algo visible que
salía desde las abolladuras y agujeros que Bocón había hecho en la caja en
forma de espeso vapor amarillo verdoso.
Los acantilados de la playa estaban a la vista. Habían pasado la última
madriguera de calaverones. Quizá lo consiguieran después de todo.
Y entonces Hipo oyó un ruido que hizo dar un doble salto mortal a su
estómago. Ruido de animales como grandes dogos o leones corriendo tras
él, saltando entre el brezo.
—¡C-c-c-c-co-rre!—gritó Desdentado, que volaba un par de metros por
encima de la cabeza de Hipo.
Hipo, Patapez, Estoico y Bocón se estaban quedando atrás: Hipo y
Patapez porque no eran corredores rápidos, Estoico y Bocón porque les
estorbaba la caja con la que cargaban.
«Así que nos cogerán primero a nosotros», pensó Hipo.
Los calaverones estaban ahora tan cerca que podían oír los horribles
ruidos que hacían con las narices al respirar y moquear, y al entrechocar sus
dientes.
96
Hipo alcanzó la cima de las dunas y aterrizó de un enorme salto en la
arena de abajo. Cayó bien, pero dio un traspié con su demasiado larga
espada Puntaestirada. Rodó sobre la espalda y se encontró, asomando justo
por encima de él, al gigantesco calaverón babeante de garras afiladas. Su
gran cabeza estaba a solo unos centímetros de la cara de Hipo.
Era la cosa más espantosa que Hipo había visto nunca y le produciría
pesadillas hasta que fuese muy, muy viejo. Era una cara que no era una
cara, sin ojos ni orejas, solo esa inmensa nariz y esa boca babeante resaltada
por relucientes dientes plateados. Una saliva negra escurrió hasta la cara de
Hipo en un goteo desagradable. El calaverón le estaba sujetando allí abajo
con una pata llena garras y, mientras olfateaba el resto de su cuerpo en busca
del tendón de sus tobillos, el sol iluminaba esa zarpa ridículamente
aumentada…
Hipo quiso sacar su espada, pero Puntaestirada había caído fuera su
alcance. Abrió la boca para pedir ayuda, pero no salió ningún sonido.
—Ayudadme—pronunció sin sonido—. AYUDADME.
Alguien apareció sin saber de dónde, agarró al calaverón por la garganta
y lo mató con un golpe de su espada.
Era Estoico el Inmenso.
La extraña atracción que el tesoro ejercía sobre Estoico se había
esfumado en cuanto vio que la vida de su hijo corría peligro.
Dejó que Culón Tripagorda cargase con la caja hasta el barco. Estoico
sostenía a Hojatormentosa en la mano derecha y un hacha en la izquierda.
—¡MUÉVETE!—gritó Estoico el Inmenso.
Hipo se movió. Corrió por la arena a trompicones.
Podía oír más criaturas dando saltos detrás de él.
«No voy… a… llegar… a tiempo… a los barcos», pensó para sus
adentros.
97
—¡Métete bajo el á-á-árbol! ¡Métete bajo el árbol!—chilló Desdentado.
Hipo se arrastró debajo en el momento justo. Oyó las zarpas del
calaverón escarbando allí cuando acababa de arrastrar el tobillo por un
agujero en la arena bajo el árbol.
El calaverón era demasiado grande para seguirle, pero continuó
metiendo su repugnante nariz temblorosa por el resquicio y empezó a oler
la madera alrededor del agujero.
Hipo agarró un hueso que estaba en el suelo y lo empujó con fuerza por
una de las gigantescas ventanas de la nariz del monstruo.
El calaverón cayó hacia atrás con un aullido de dolor.
Se oyó un inquietante chasquido arriba cuando un calaverón aterrizó
encima del árbol… y luego otro… y otro…
Hipo oía horribles chirridos mientras ellos trataban de romper y apartar
la madera con los dientes.
Por encima de todo eso, Desdentado gritaba sin parar:
—¡S-s-socorro! ¡Socorro! ¡S-S-S-S-SOCORRO!
Hipo golpeó en otra nariz que apareció por el agujero.
A su alrededor, en los bordes del tronco del árbol, oía a aquellas criaturas
escarbando entre la arena. Solo era cuestión de tiempo antes de que una de
ellas se abriese paso…
A través de una grieta al nivel de sus ojos, Hipo pudo ver a su padre
dirigiéndose hacia él desde la playa. Su dragón no había desertado. El noble
Tritón estaba desgarrando temerariamente la espalda de un calaverón tres
veces más grande que él, que estaba a punto de alcanzar a Estoico.
98
La garra de un calaverón perforó el tronco del árbol tan cerca de Hipo
que rozó su pecho al entrar.
La cabeza y hombros del calaverón aparecieron por el agujero hecho por
la garra. Abrió tanto las mandíbulas que Hipo pudo ver hasta abajo su negra
garganta.
Hipo gritó y cayó de espaldas.
Justo cuando la criatura se adelantaba para matarle, una de las manos
peludas de Estoico agarró el tobillo de Hipo y tiró de él hacia el agujero que
acababa de hacer.
Estoico le arrastró afuera y le levantó en vilo.
—¡Levanta los brazos!—aulló Estoico.
Tritón, que revoloteaba por encima, sujetó los brazos de Hipo con sus
garras y lo alzó en el aire. Desdentado agarró una pierna, tratando de
ayudar.
Tritón desplegó sus grandes alas en toda su extensión.
Los calaverones fueron tras ellos cuando echaron a volar, pegando saltos
para morder a Hipo como perros tras un sabroso bocado. Tritón gruñía con
el esfuerzo de elevarse lo bastante para mantener a Hipo fuera del alcance
de sus mandíbulas.
De vez en cuando la tensión lo vencía y, con gran terror para Hipo,
descendía de pronto hacia la arena. Una de las veces se libró por los pelos,
apartando el cuerpo justo a tiempo cuando uno de los monstruos dio un
tremendo salto y casi le arrancó las piernas desde las rodillas.
Al llegar al mar, Tritón se encontraba agotado y los tobillos de Hipo
rozaban el agua.
Pero estaban a salvo.
Los calaverones no saben nadar y aborrecen el agua.
99
Unos cuantos movimientos más de las alas y Tritón dejó caer a Hipo en
la cubierta del Trece Afortunados. Después giró en redondo cansadamente y
voló de regreso para tratar de ayudar a su amo.
Estoico lo estaba haciendo sorprendentemente bien sin su ayuda,
teniendo en cuenta que estaba librando una batalla en solitario contra un
creciente número de calaverones. Normalmente, esto se habría resuelto con
un jefe muerto en unos diez segundos. Hay que recordar que Estoico tenía
cuarenta años y era muy, muy gordo.
Pero con Hojatormentosa en su mano, Estoico parecía haberse
transformado.
Era impresionante.
Lanzando el espeluznante grito gamberro, con los ojos enloquecidos por
el placer de la sangre, Estoico representó la Maniobra de Lucha contra
Números Superiores con éxito espectacular.
Es una técnica de lucha pirata altamente complicada, que solo los más
brillantes y hábiles espadachines pueden poner en práctica.
El pirata toma en su mano izquierda la superhacha de doble cabeza y la
hace girar alrededor de la suya en un círculo continuo que los enemigos son
incapaces de penetrar sin que sus cabezas sean cortadas. Al mismo tiempo,
con la mano derecha el pirata arremete con su espada contra el enemigo
fuera del círculo defensivo.
Como puedes imaginar si alguna vez has intentado frotarte la barriga con
una mano mientras te dabas palmaditas en la cabeza con la otra, esta técnica
de ataque y defensa simultánea solo puede ejecutarla el más brillante y
coordinado de los vikingos.
Calaverón tras calaverón fueron cayendo muertos alrededor de Estoico
mientras él avanzaba lentamente. Pero una continua oleada de criaturas se
había ido derramando sobre la playa y estaban cortando el camino hacia los
barcos. Parecía imposible que Estoico pudiera atravesar la masa que
100
formaban todos ellos, y Tritón, aunque volaba tan rápidamente como
podía, estaba aún demasiado lejos para servir de ayuda.
Y entonces, para total asombro de los gamberros que estaban
observando, su corpulento y algo viejo líder saltó sobre la espalda del
calaverón más cercano. La criatura se revolvió y sacudió enloquecida,
tratando de quitárselo de encima, pero Estoico se mantuvo firme,
agarrándose solo con sus poderosos muslos, de modo que pudiera seguir
moviéndose a derecha e izquierda despachando calaverones con la espada
y el hacha.
101
Se abrió paso entre el tropel cabalgando en la enloquecida bestia derecho
hacia el mar como si fuese a horcajadas de un viejo corcel. Cuando por fin
la criatura se libró de él en el agua poco profunda, Estoico convirtió la caída
en un panzazo hacia delante, paró un momento para guardar la espada y el
hacha y nadó como una furia hacia el barco.
102
volverse contra los miembros más débiles de su manada, y unas cuantas
criaturas quedaron hechas pedazos ante los ojos de Hipo.
Los gamberros vitoreaban y vitoreaban sin parar.
Estoico estaba muy complacido consigo mismo.
Agradeció el frenético aplauso, limpió la sangre de Hojatormentosa en su
camisa y besó la hoja limpia.
Y después echó atrás su cabeza peluda y RUGIÓ como un animal, y
parecía tan salvaje con la espada en la mano y la sangre en la camisa, que
Hipo apenas reconocía a su propio padre.
103
13. La discusión
El arañazo en el pecho de Hipo era en realidad más profundo de lo que, en
el terror del momento, él había creído. Le dejaría una cicatriz que quedaría
en su piel para el resto de su vida como recuerdo de una mañana pasada en
la Isla de los Calaverones.
Y su brazo derecho estaba dislocado por la tensión de colgar de las garras
de Tritón. Bocón volvió a ponerlo en su sitio (un proceso muy doloroso, ya
que Bocón no era el más dulce de los enfermeros) y rasgó una tira de su
camisa para hacer un cabestrillo para Hipo.
Antes de agarrar los remos otra vez, los gamberros se tomaron un par de
minutos para darse unos a otros golpes en la espalda y celebrarlo. Estaban
deseosos de dejar atrás la terrible Isla de los Calaverones. Hasta que no
tuvieron a la vista los familiares acantilados de Isla Mema, no se sintieron
lo bastante seguros como para soltar los remos y dejar que la corriente
arrastra durante un rato al Trece Afortunados mientras ellos investigaban su
presa.
Cuando Estoico levantó otra vez la tapa de la caja, el olor casi había
desaparecido. Pero debajo del tesoro había unos cuantos cristales de color
amarillo verdoso que parecían estar ligeramente humeantes y todavía
soltaban ese tufo huevos podridos. Eso era lo que Barbatorva había
utilizado como trampa de bobos en la caja (en cuanto entraron en contacto
con el aire soltaron el olor que había alertado a los calaverones).
Una defensa de su tesoro efectiva y mortal.
Y QUÉ tesoro… Alvin no pudo hablar al menos durante tres minutos. Se
quedó allí mirando con los ojos desorbitados, levantando un objeto tras otro
y acariciándolos, pasando las manos amorosamente por las monedas.
—Por supuesto, el diez por ciento de este tesoro será tuyo, Alvin—tronó
Estoico el Inmenso, encogiendo su barriga muy orgulloso de su propia
generosidad.
104
—Eres demasiado amable, querido Estoico—murmuró Alvin cuando
pudo decir algo al fin.
—Espera un minuto—interrumpió Culón Tripagorda—. En primer
lugar, yo quiero que se reconozca que PATÁN encontró este tesoro.
—Reconocido—dijo Estoico el Inmenso de mala gana.
Hipo sabía que debía sentirse agradecido por estar vivo, pero se sentía
indeciblemente miserable. Sabía lo que iba significar todo esto. Hipo, a
pesar de ser el hijo del jefe, no era el verdadero heredero para los gamberros
peludos. El verdadero heredero era Patán, que siempre había sido más
grande, más rápido y más brillante en todo que Hipo.
—En segundo lugar—continuó Culón—, como DECUBRIDOR DEL
TESORO, técnicamente ese tesoro pertenece a MI HIJO Patán, y yo no sé
si Patán está de acuerdo en dar algo de él a cualquier extraño…
—Definitivamente no está de acuerdo—sonrió Patán.
Estoico el Inmenso dejó caer de golpe la tapa de la caja del tesoro.
Levantó a Culón Tripagorda del suelo agarrándolo por la camisa, lo que no
era cualquier cosa teniendo en cuenta que Culón era aproximadamente de
la talla de una ballena asesina que no hubiese hecho mucho ejercicio
recientemente.
—¡YO SOY EL JEFE DE ESTA TRIBU!—rugió Estoico el Inmenso—.
¡YO ORDENÉ ESTA EXPEDICIÓN PARA ENCONTRAR EL
TESORO DE BARBATORVA EL CADAVÉRICO Y ESTE TESORO
ME PERTENECE A MÍ Y SOLO A MÍ!
Culón Tripagorda dio a Estoico un rápido codazo en el riñón, lo que hizo
que Estoico le soltara inmediatamente. Contestó a gritos en la cara de
Estoico:
—¡BUENO, QUIZÁ TÚ HAYAS SIDO JEFE DE ESTA TRIBU
DEMASIADO TIEMPO, HERMANO MAYOR! QUIZÁ ESTO SEA LA
SEÑAL DE LOS DIOSES DE QUE ES HORA DE RETIRARTE. ¿QUÉ
DECÍA ESA PROFECÍA ACERCA DEL HEREDERO QUE
105
ENCONTRABA EL TESORO? ¡¡¡SI MI HIJO ES EL HEREDERO,
QUIZÁ ESO ME HACE A MÍ JEFE DE LA TRIBU EN TU LUGAR!!!
—¡NO!—aulló Estoico dando un golpe con el pie—. ¡YO SOY EL JEFE!
—¡NO LO ERES!
—¡LO SOY!
Se habían agarrado uno a otro por los hombros y estaban llevando a cabo
una especie de prueba de resistencia, con los cuernos de sus cascos
enredados como una pareja de ciervos en celo.
—Suelta—ordenó Estoico con callado y
siniestro énfasis.
—No. Suelta TÚ—replicó Culón.
—No. Suelta TÚ.
—¡TÚ!
—¡TÚ!—etcétera, etcétera, etcétera.
Mientras todo esto ocurría, nadie notó que
Alvin hacía algo bastante extraño.
Cuando el Trece Afortunados navegaba a poca distancia de los acantilados
de Isla Mema, la mayor parte de los dragones habían volado de regreso a
Ciudad Gamberra, en busca de alimento y descanso. El único que se había
quedado en el Trece Afortunados era Desdentado. Desdentado, que era una
criatura perezosa, consideraba que eso era volar demasiado lejos. Y en el
camino había cazado un par de lindas y gordas caballas. Así que todavía
estaba en la cubierta y observaba la pelea con interés.
Por alguna extraña razón, Alvin levantó un pesado barril vacío y lo
colocó sobre el pequeño dragón atrapándolo debajo.
Después interrumpió la pelea entre Estoico y Culón.
—Vamos, vamos—dijo Alvin suavemente—, pequeñas almejas se ponen
de acuerdo en sus conchas. Este debería ser un momento ALEGRE, el
106
principio de una nueva era gloriosa para la tribu de los gamberros. Hay
mucho tesoro para todos vosotros. Yo propongo un brindis para celebrar el
encuentro del tesoro.
Los gamberros aplaudieron, con la esperanza de dejar atrás el difícil
momento. Bocón y Pedorro separaron a Estoico y Culón, porque si no,
estaban claramente dispuestos a quedarse allí todo el día. Algunos de los
otros guerreros gamberros sacaron vino de grosella negra para el brindis.
Estoico el Inmenso sacó a Hojatormentosa. Ya se había adornado con
algunos lujosos pendientes del cofre del tesoro.
—Tontos y HÉROES—gritó—. Nosotros, un pequeño grupo de
insuperables bárbaros, estamos a punto de convertirnos en el centro de un
nuevo imperio, un imperio comparable a Roma en sus días de gloria. Con
este tesoro—Estoico levantó su copa de vino de grosella negra, los ojos
brillantes—, los gamberros peludos se convertirán en INVENCI…
107
14. El día cambia a peor
Estoico nunca terminó la palabra «invencibles», porque a la mitad fue
agarrado por el cuello por un enorme individuo de mirada salvaje, y un
cuchillo no muy limpio se pegó a su garganta. Así que la palabra terminó
en algo así como «INVENCI-ag-ag-ag», mientras Estoico se asfixiaba y sus
ojos se desorbitaban.
Alrededor de los bancos de remos, cada uno de los gamberros a bordo
había sido agarrado por detrás y amenazado con un cuchillo en la garganta.
Los nervios de los gamberros estaban todavía hechos polvo después de la
huida de los calaverones. Y habían estado tan ocupados discutiendo, que
no habían notado que un pequeño barco lustroso se deslizaba furtivamente
entre la niebla y se colocaba a un costado del Trece Afortunados. Un barco
llamado Cabeza de Martillo, con una vela curvada como la aleta de un tiburón
y una calavera y huesos cruzados pintados en un lado. Un barco lleno hasta
los topes de PROSCRITOS.
No era una bonita tripulación a pesar de su peso, de su hermoso pelo rojo
y de sus espléndidas ropas y sus adornos de oro de todo tipo. Muchos tenían
cicatrices marcadas en la cara. A uno o dos les faltaba la nariz o una oreja.
La mayor parte se había limado los dientes con forma de pequeñas puntas
afiladas, como los dientes de un tiburón. Y hasta los de mejor aspecto
estaban desfigurados por oscuros tatuajes rojos hechos, según se decía, con
la sangre de sus enemigos. Hablaban unos con otros en la más difícil de las
lenguas vikingas, proscrités, que suena más bien como el ladrido de un perro.
Los proscritos habían trepado por un costado del barco y se habían
arrastrado por detrás de los gamberros cuando estaban admirando el tesoro.
Desdentado les había olfateado, por supuesto. Sabía que estaban llegando
y estaba enloquecido dentro del pesado barril, chillando hasta desgañitarse:
—¡PROSCRITOS! ¡C-C-CORRED SI QUERÉIS SALVAR LA
VIDA, ESTÚPIDOS H-H-HUMANOS!
108
Pero nadie le oía.
Considerándolo todo, este día se estaba convirtiendo en muy malo para
los gamberros. Los proscritos, como los calaverones, eran la clase de
criaturas con las que uno espera no toparse en su vida entera. Mucho menos
ver a LOS DOS tan de cerca en el espacio de una mañana.
Hipo no se dio cuenta de que eran proscritos. Pero sabía que eran un
problema serio.
Su corazón empezó a saltar en el pecho al mirar la terrible cara del
hombre que sujetaba a Estoico el Inmenso por la garganta. Los cuernos
curvados del casco eran como de un metro de altos. Cuando abrió la boca
gruñía como un perro.
Durante un minuto al menos, nadie dijo una palabra. Nadie se atrevía a
mover un músculo. No había ningún ruido, excepto ese terrible gruñido
perruno del proscrito que sujetaba a Estoico… y el sonido de Alvin
bebiendo.
109
No había ningún cuchillo en la garganta de Alvin.
Terminó con calma las últimas y deliciosas gotas de vino de grosella
negra. Dejó la copa tranquilamente.
110
—Tengo que admitir en este momento que he sido culpable de un
pequeño e inocente engaño—confesó Alvin—. Mi nombre no es Alvin el
Pobre-pero-Honrado-Granjero. Soy, en realidad, Alvin el Traicionero, gran
jefe de la tribu proscrita. No sé por qué, pero sentí que si te hubiera dicho
esto desde el principio, podrías no haberme dado una calurosa bienvenida.
—¿Un PROSCRITO?—jadearon los gamberros.
Alvin se reía.
—Así es, un proscrito. Nosotros, los proscritos, no siempre vamos por
ahí a cuatro patas vestidos con pieles de animales, ¿sabéis? Incluso nosotros
nos movemos con los tiempos—se acercó a Estoico y tomó a
Hojatormentosa de su mano.
—MÍA, creo—dijo Alvin.
111
Alvin desatornilló el gancho de su mano derecha, como Hipo le había a
visto hacer antes. Puso en su lugar su artefacto «sujeta-espadas», en el que
colocó cuidadosamente a Hojatormentosa. La colocó muy apretada, para
que estuviera completamente firme. Y mientras lo hacía, seguía hablando:
—Como ves, Estoico, nosotros los jefes bárbaros nos enfrentamos a un
nuevo cambio. Tenemos que luchar con las fuerzas crecientes de la
civilización, convirtiéndonos en MÁS VIOLENTOS y CRUELES que
nunca. TÚ, Estoico, te has vuelto BLANDO.
—¡NO!—protestó Estoico indignado.
—Barbatorva el Cadavérico se revolvería en su tumba si pudiese verte
ahora—siguió Alvin—. Vosotros, los gamberros, os habéis convertido en
AFICIONADOS chapuceros, todo ruido y espectáculo con ninguna
verdadera maldad. Yo he trabajado duro para ponernos al día a nosotros,
los proscritos. Exteriormente, tenemos ahora algunas de las ropas y
maneras de la civilización… Pero interiormente somos más duros y más
verdaderos proscritos de lo que lo hemos sido nunca. Somos
VERDADEROS PIRATAS PROFESIONALES, sin corazón, asesinos,
chupadores de sangre, mercaderes de esclavos…—Alvin hizo una pausa
para respirar—. Y hablando de ello—continuó después—, echa una última
mirada a tu poco atractiva pequeña isla...—hizo un gesto hacia los
familiares acantilados de Isla Mema—. Todos vosotros, gamberros, estáis a
punto de entrar en el comercio de esclavos, en el muy importante papel de
ESCLAVOS.
Los gamberros gruñeron. No había peor destino para un orgulloso e
independiente vikingo que ser vendido en esclavitud.
—Estoy seguro de que todos vosotros seréis unos excelentes esclavos—
dijo Alvin amablemente—, porque todos sois muy fuertes y, francamente,
ninguno demasiado brillante. Y yo aborrezco las amenazas, pero cualquiera
que ponga objeciones lo lamentará.
Un proscrito sin nariz dio un paso adelante y desenrolló un látigo feo y
negro que rodeaba su pecho y llevaba un mango en forma de serpiente.
112
Alvin dio unas palmadas y los proscritos empezaron a cargar a los
gamberros en la cubierta del Cabeza de Martillo.
113
—¡Ahí lo tienes!—exclamó Alvin—. Ningún cerdo se ha presentado
nunca VOLUNTARIO para ser cena. Y, pensando en voluntarios…—algo
le pareció divertido a Alvin y soltó una risita, encantado—. Yo mencioné
que no sería solo Estoico quien recibiría este… ehhh… honor, sino también
sus descendientes. Sé que ha habido algunas discusiones sobre esto
recientemente. La cuestión es—continuó Alvin luchando por mantenerse
serio— ¿QUIÉN es el heredero de Estoico el Inmenso? ¿Quiere levantar la
mano, por favor?
Por extraño que parezca, Patán no levantó la mano en ese momento.
Por el contrario, trató de esconderse detrás de Perruno el Descerebrado y
se quedó mirando fijamente sus sandalias color bronce como si no hubiese
oído la pregunta.
Hipo suspiró.
Se puso de pie en el banco para que todos pudieran verle.
—Yo—contestó Hipo—, yo soy el heredero de Estoico el Inmenso.
Estoico sonrió con orgullo.
Los proscritos empezaron a cuchichear como si dieran gran importancia
a lo que acababan de ver. Hipo no tenía que hablar proscrités para saber que
estaban diciendo cosas como: «¿¿¿Ese crío flacucho es el heredero de los
gamberros peludos???».
Dos gigantescos proscritos levantaron a Hipo del banco y le dejaron junto
a Estoico el Inmenso.
Alvin sostuvo en alto a Hojatormentosa. La espada solo era ahora una
extensión de su brazo, como el cuerno de un narval es la extensión de su
nariz.
—Parece como si siempre hubiese estado ahí, ¿verdad?—comentó Alvin.
La luz del día jugueteaba sobre la hoja dibujando rayos. Alvin pasó un
dedo por ella muy ligeramente, y aun así la sangre goteó al instante sobre la
cubierta.
114
—Bonita y afilada. Esto no durará más que un segundo—prometió Alvin
acercándose a Hipo.
115
15. La batalla a bordo del «Trece Afortunados»
Alvin avanzó hacia Hipo con Hojatormentosa levantada sobre su cabeza.
Hipo cerró los ojos, esperando el golpe.
Pero en ese momento, por fin Desdentado se las arregló para volcar el
barril bajo el que estaba atrapado.
Había estado empujando con todo el peso de su cuerpo en uno de los
lados durante los últimos cinco minutos. Al final dio un e-e-empujón
extrafuerte, el barril se volcó y rodó a gran velocidad por la cubierta, con
Desdentado dando volteretas dentro… y se deslizó directamente hasta las
piernas de Alvin el Traicionero… que perdió pie y cayó encima…
116
Estoico soltó el grito de guerra vikingo y, completamente desarmado, se
dejó caer sobre el enemigo. Hizo chocar las cabezas de dos proscritos, dio
una patada a otro en el riñón y, cuando este se dobló por el dolor, saltó por
encima de su espalda para enfrentarse a otra pareja de la oposición.
Sin embargo, desarmado como estaba, no todo habría ido bien para él si
Culón Tripagorda no hubiera venido en su ayuda. Los dos hermanos, que
habían estado peleando entre ellos cinco minutos antes, lucharon ahora
contra el enemigo espalda con espalda durante el resto de la batalla.
La Batalla a bordo del «Trece Afortunados» sería una leyenda que los
gamberros contarían a sus hijos y nietos durante muchos, muchos años. Las
hazañas militares de la tribu de los proscritos eran legendarias en el mundo
vikingo. Pero los gamberros estaban desesperados y furiosos. Se estaban
batiendo por su LIBERTAD, así que luchaban más salvajemente y más
ferozmente de como lo habían hecho nunca antes, y quizá así lo hiciesen
desde entonces.
4
La Estrella Negra era la medalla entregada a los guerreros gamberros por su valentía en
el campo de batalla.
117
sobre el enemigo gritando con furia y enarbolando la espada alrededor de
su cabeza como un loco.
118
Tenía que admitirse (de mala gana) que Patán peleaba con espectacular
brillantez y bravura. Su rápido puño hacía limpiamente cada uno de los
movimientos aprendidos, pasando con soltura de la Defensa Destructiva al
Cuerpo-a-Cuerpo de Barbatorva, al Golpe Final y a muchas, muchas más
de las sutiles técnicas de la Lucha a Espada. En el espacio de cinco minutos,
no menos de tres proscritos yacían muertos a su alrededor, todos mucho
más grandes y más pesados que él. Es un récord de un escolar que se
mantiene hasta el día de hoy.
Me gustaría decir que Hipo peleó espléndidamente de forma parecida.
Pero no puedo, porque no sería verdad. Hipo se había dislocado el brazo,
recuérdalo, y su espada, Puntaestirada, quedó en algún lugar de la playa en
119
la Isla de los Calaverones. Pero Hipo hacía lo que podía. Con su rápida
mano izquierda sacó una llave del bolsillo de Cuernos Rizados mientras
este peleaba con Bocón el Rudo. Usó la llave para abrir las cadenas de
cuatro o cinco gamberros que habían sido atados, preparados para la
esclavitud, y que se unieron entonces a la lucha.
Desdentado proporcionó una diversión extra cuando salió del barril,
mareado y confuso, y mordió la primera pierna peluda que vio. Y la pierna
era de un gordo proscrito, que en seguida dejó caer la llama que llevaba en
el barril abierto de vino de grosella negra.
Y solo Thor sabe lo que había EN ese vino de grosella negra, pero el barril
entero estalló en llamas.
El fuego quedó fuera de control.
La vela ardía furiosamente y un espeso humo negro se extendía por la
cubierta.
Todos empezaron a saltar fuera del Trece Afortunados para escapar de las
llamas.
Estoico se dejó caer de barriga en el mar y chapoteó hasta el Cabeza de
Martillo, donde la batalla campal continuó. Mientras trepaba por el costado
del Cabeza de Martillo, se volvió a su hijo y gritó: «¡Vamos, Hipo!».
—Tu p-p-padre tiene razón—jadeó Desdentado—, d-d-deberíamos ir.
Hipo dudó.
Patapez todavía estaba a bordo del Trece Afortunados.
Seguía en aquel trance de desquiciamiento y, espada en mano, iba detrás
de Alvin con la esperanza de matarle.
Alvin había vuelto atrás para ir a buscar el tesoro.
—¡PATAPEZ!—chilló Hipo desesperadamente—. ¡TENEMOS QUE
SALIR DEL BARCO!
Pero Patapez no podía oírle.
120
—¡PATAPEZ!—gritó Hipo, dudando algo más—. ¡SI NO NOS VAMOS
AHORA, PODRÍA SER DEMASIADO TARDE!
Era ya demasiado tarde.
Se oyó un poderoso «¡¡¡C-R-A-A-A-A-A-A-A-A-C!!!» arriba, y el mástil
ardiendo se estrelló en el mar.
Estoico observó con horror desde la cubierta del Cabeza de Martillo cómo
el Trece Afortunados se desplomaba sobre su parte posterior y atrapaba debajo
a Hipo, Patapez, Alvin y Desdentado.
Después se hundió ante sus ojos.
—¡HI-PO!—aulló Estoico desesperado.
Sabía que nunca volvería a ver a su hijo de nuevo.
Porque ¿quién podría salir vivo de esa situación?
121
16. En el fondo del océano
El primer pensamiento de Hipo fue que iba a ahogarse. Había girado y
girado dando una voltereta tras otra, bajando y bajando tan deprisa que
sentía que la cabeza le iba a estallar. Le invadió una extraña sensación de
calma, como si realmente no le importase ya, y entonces alguien le agarró
por los hombros y le arrastró tosiendo y escupiendo hasta la superficie del
agua, a una bolsa de aire detenida junto al barco que se hundía.
El Trece Afortunados se iba al fondo con tal rapidez que
las orejas de Hipo explotaban de nuevo, pero al menos
podía respirar.
—Mi turno de salvarTE la vida—jadeó Patapez.
—¡Oh, sí!—dijo Hipo con sarcasmo una vez recuperado
el aliento—, y supongo que la razón primera de que yo esté aquí no tiene
nada que ver contigo, ¿no? Si no hubieras ido corriendo detrás de Alvin,
ahora estaríamos bordo del otro barco... ¿No me oíste llamarte a gritos?
Patapez enrojeció.
—La verdad es que no podía oír nada—murmuró.
—Bonito momento para nosotros de descubrir que eras un desquiciado—
gruñó Hipo.
Patapez enrojeció más todavía.
—¿Tú crees que era eso?—preguntó tímidamente. En secreto, estaba
tremendamente orgulloso de tener esa violencia escondida en lo más
profundo de sí mismo.
122
—Sí, lo creo. De todos modos, mi vida no está exactamente SALVADA,
¿no? No es como si estuviéramos metidos en la cama en Ciudad Gamberra.
Porque ¿dónde estamos?
Por fin el barco paró su descenso y se acomodó suavemente en el fondo
del mar.
—En el f-f-fondo del océano—contestó Desdentado, que
pasaba flotando, encogido en un casco proscrito dado la vuelta,
como un águila malévola sentada en su nido, con ojos
relucientes como ascuas. (Uno de los rasgos más interesantes del
dragón común o de jardín es que sus ojos lucen en la oscuridad.)
—El barco volcó y parece que nosotros estamos atrapados debajo, en una
especie de bolsa de aire—explicó Patapez.
Hipo miró arriba fijamente, a lo largo del Trece Afortunados vuelto del
revés. Como es lógico, todos los bancos eran ahora el techo de lo que
parecía una sala larga bajo una bóveda de cañón, con el agua como suelo.
Sillas, remos y cojines flotaban por allí, pero hasta donde podía ver y oír,
no había ninguno más atrapado con ellos, ni furiosos proscritos ni amables
gamberros.
—Todos los demás deben de haber saltado a tiempo—dijo Patapez.
—Espera un momento—comentó Hipo—, alguien parece estar pegado
bajo el banco, allí...
Se zambulló bajo la superficie, produciendo con las sacudidas de sus
piernas una pequeña oleada que inundó a Patapez y Desdentado. Casi un
minuto y medio estuvo allí. Cuando al fin salió a la superficie, venía
sujetando a un Alvin el Traicionero flácido y verdoso.
123
—¿Para qué LE salvas?—se quejó Desdentado—. Es una r-r-rata.
Desdentado le mata, si quieres—se ofreció, y para animarse
tendió las garras hacia el inconsciente Alvin.
Al oír esas palabras, Alvin abrió los ojos. Su cara se arrugó y
lloró como un bebé:
—Mi tesoro, mi tesoro. Se ha ido, se ha ido...
—A nosotros no nos interesa tu tesoro—atajó Patapez fríamente—. ¿Qué
tienes que decir de hace media hora, cuando estabas a punto de convertir
en esclavos a todos los de la tribu gamberra? Por no mencionar lo de
comeros al pobre Hipo aquí, para empezar. Si no fuera por TU estúpido
tesoro, podríamos estar todos sentados en una de las clases de Bocón el
Rudo mirando por la ventana mientras él armaba ruido hablando de los
extranjeros peligrosos.
—Todavía podemos encontrarlo—afirmó Alvin apremiante, tratando de
mirar en el agua por debajo de él—. Está ahí abajo en alguna parte, el suelo
no está lejos de mí. AYUDADME todos y viviremos como reyes...
—Oh, cierra el pico, loco—le soltó Patapez.
—No tenemos tiempo—interrumpió Hipo—. Este es verdaderamente
nuestro día de suerte. Corregidme si me equivoco, pero yo creo que esta
bolsa de aire se está haciendo más pequeña.
Hipo tenía razón.
La bolsa de aire era cada vez más pequeña.
124
17. ¿Podría este día ser peor?
El «techo» estaba definitivamente más cerca de
sus cabezas que cinco minutos antes. Ahora solo
estaba a unos centímetros de los cuernos del
casco de Hipo.
Hubo un momento de silencio. Los ojos
enloquecidos de Alvin recobraron su habitual
mirada. Lo único que le interesaba más que el tesoro era preservar su propia
vida.
Hipo, para quien cada día era más bien una dura prueba, era, sin
embargo, bueno ante una crisis.
—BIEN—dijo—. Desdentado, quiero que salgas nadando de debajo de
este barco y veas si crees que estamos demasiado lejos para nadar hasta la
superficie. AHORA—añadió al ver que Desdentado parecía tomarse su
tiempo.
—Vale, vale—gruñó Desdentado—, no te q-q-quites los cuernos...
El pequeño dragón buceó bajo el agua y desapareció. Dejó a los vikingos
casi en total oscuridad, porque sin la agradable luz de sus brillantes ojos era
casi imposible ver. Había un silencio escalofriante, aparte del golpeteo del
agua contra los costados del barco y de un débil silbido que, pensaba Hipo,
era el sonido del aire al escapar de la bolsa, como una pelota desinflándose.
Y en efecto, cinco minutos más tarde la bolsa de aire se había reducido
tanto que la cabeza de Hipo estaba aplastada contra el «techo» de madera
del Trece Afortunados, y tuvo que quitarse el casco.
Alvin estaba aterrado.
—¿Dónde está el miserable reptil?—silbó, y luego se atragantó cuando el
agua le llenó la boca.
125
—Ese miserable reptil—le chilló Patapez, tan aterrorizado como él, pero
intentando no mostrarlo— está tratando de salvar tu miserable vida...
Cinco minutos más y tuvieron que torcer las cabezas de modo que sus
narices quedaran fuera del agua.
«Si Desdentado tarda un poco más», pensaba Hipo, «vamos a ahogarnos
aquí, en esta negrura…».
Dos luces temblaron en la oscuridad por debajo de él.
Era Desdentado, que llegaba hasta ellos en el momento preciso nadando
hacia arriba.
—Bueno—dijo Desdentado—. Superficie d-d-demasiado lejos para h-h-
humanos… pero hay una c-c-cueva… S-s-seguir a Desdentado…
—Tú agárrate a mí, Patapez, y patalea como loco—ordenó Hipo, porque,
claro, Patapez no sabía nadar.
Hipo tomó aire justo antes de que el mar se tragase los últimos restos de
aquella bolsa y se zambulló detrás de Desdentado.
Tuvo que nadar bajo el borde del barco, que estaba apoyado en unas
grandes rocas en el fondo. La oscuridad era total, y nadar así era muy
confuso. Un poco por encima de él podía ver que Desdentado nadaba hacia
un pequeño agujero en el acantilado, del que salía luz. Tratando de ignorar
la sensación de pánico de su aliento que se agotaba, y con el impedimento
de Patapez agarrado a una de sus piernas, nadó tan deprisa como pudo
hacia el agujero. Una vez dentro de él, se lanzó hacia arriba por un túnel y
126
salió a la superficie: se trataba de una enorme charca de agua ubicada al
fondo de una gigantesca caverna subterránea. Tomó aire jadeando.
Un segundo más tarde emergió Alvin, que quedó tendido en el agua junto
a Hipo y Patapez.
La caverna era enorme y sorprendentemente luminosa, considerando que
estaba tan lejos bajo el suelo. La tenebrosa luz verde parecía venir de los
electrosquiros, unas diminutas criaturas similares al dragón y que brillan
con fosforescencia. El agua escurría por las paredes y goteaba desde el
techo.
Hipo se encontraba tan aliviado de estar todavía vivo y rodeado de aire
de nuevo, que esta tumba en la caverna le pareció al principio como su
hogar. Duró un rato antes de que su asustado cerebro pudiera encarar el
hecho de que no estaban todavía a salvo.
—Bueno—dijo Patapez, que intentaba alejar el pánico y se
retorcía los pantalones y sacudía los brazos para secarse—.
¿Cómo vamos a salir de AQUÍ?
La caverna tenía algunas formaciones rocosas interesantes, si Hipo
hubiera estado de humor para admitirlo.
Formas misteriosas de dragones fosilizados estaban integradas en la
piedra. Algunas de ellas eran especies extinguidas muy poco corrientes. Sin
embargo, ni siquiera el descubrimiento de un esqueleto entero del Uñas
Excavadoras (tan raro que con frecuencia se había discutido su existencia)
consiguió excitar a Hipo como lo hubiera hecho en otras circunstancias.
Durante una hora y media estuvieron dando vueltas alrededor, en busca
de una salida, antes de darse cuenta de que no había ninguna. Se sentaron.
Sin su tribu alrededor y de cara a la muerte, Alvin parecía haber vuelto a
su vieja y complaciente manera de ser. Incluso se disculpó por meterlos en
este lío.
—Es que no puedo creerme esto—se lamentaba Patapez temblando con
violencia—. Es como una PESADILLA. Yo sigo pensando que estamos a
127
salvo, y entonces parece que NO, nos metemos en OTRA situación con
peligro de nuestras vidas todavía peor que la que acabamos de dejar.
—Bueno—admitió Hipo tratando de sacarle de su desesperación—, no
parece muy claro, pero estoy seguro de que algo se me ocurrirá para salir de
aquí…
Desdentado estaba olfateando en la parte trasera de la caverna y los
interrumpió con su llamada:
—¡Desdentado h-h-huele algún m-m-metal aquí arriba!
—Muy listo, Desdentado—dijo Hipo—, pero ahora ya ha pasado la caza
del tesoro.
—Lo que quiero decir—continuó Patapez— es que hoy nos ha faltado
poco para ser: 1. Hechos pedazos por calaverones. 2. Comidos por
proscritos caníbales. 3. Quemados hasta morir a bordo del barco. 4.
Ahogados en el fondo del océano… Y ahora estamos aquí, atrapados en
una caverna inaccesible frente a una MUERTE LENTA POR
INANICIÓN… Ha sido un día REALMENTE malo.
—N-n-nada de metal después de todo—disgustado, Desdentado volvió
a hablar desde el fondo—. Es solo una p-p-puerta…
—¿UNA PUERTA?—Alvin, Hipo y Patapez se levantaron de un salto y
fueron hacia Desdentado, sintiendo renacer la esperanza.
Tras raspar y sacudir todo el polvo y la tierra que la cubrían, descubrieron
que sí era una puerta. Parecía sorprendente que no se hubieran fijado en ella
antes.
—¿Es una salida?—jadeó Patapez.
—No necesariamente—contestó Hipo
lentamente.
Una puerta con una CALAVERA pintada.
Una puerta con algo escrito que era horriblemente familiar para Hipo.
128
Grandes letras garabateadas en la superficie de la madera, marcadas
probablemente con una espada.
«NO ABRIR ESTA PUERTA», decía, «A MENOS QUE SEAS EL
VERDADERO HEREDERO DE BARBATORVA EL CADAVÉRICO.
TE ASEGURO QUE ESTA VEZ LA MUERTE Y LA DESTRUCCIÓN
Y OTRAS COSAS VERDADERAMENTE HORRIBLES
SUCEDERÁN SI ABRES ESTA PUERTA. ESTA ES UNA
PROPIEDAD PIRATA, PERSONAL Y PRIVADA».
Hipo miró directamente a los ojos de Alvin, repentinamente brillantes.
Toda su simpatía había desaparecido de nuevo. Levantó su brazo, con
Hojatormentosa sujeta a él.
Alvin no necesitó decir nada.
Hipo sabía lo que quería.
—Ohhhhh, no—dijo Hipo, apartándose lentamente—. Yo no voy a abrir
esa puerta.
—Oh, pero eres tú—sonrió Alvin el Traicionero, y apoyó la punta de la
espada justo en el centro del pecho de Hipo.
—Pero yo no soy el heredero de Barbatorva el Cadavérico—protestó
Hipo—. Patán es el heredero. Él es quien encontró el tesoro, ¿no te acuerdas
del enigma?
—Ah, ¿pero era el verdadero tesoro el que encontró Patán?—preguntó
Alvin—. Quizá Barbatorva lo puso allí como un cebo, para hacer que la
gente pensara que había encontrado el verdadero tesoro, cuando siempre
había estado aquí. ¿Qué mejor lugar para esconderlo que una caverna solo
accesible por el agua? Y si ese no era el verdadero tesoro, eso significa que
Patán no es necesariamente el verdadero heredero de los gamberros
peludos.
—Bueno, después de todo es un alivio—afirmó Patapez tratando de
relajar la tensión.
129
—TÚ eres el verdadero heredero—continuó Alvin con calma—.Cuando
yo pregunté en el Trece Afortunados quién era el heredero de los gamberros
peludos ¿quién se levantó? TÚ. No Patán. Esto tiene que haber sido una
prueba colocada por Barbatorva el Cadavérico y ella misma señala el
destino. Solo ahora el enigma tiene sentido. Porque ¿de qué hemos
escapado, sino de una tumba bajo el agua? ¿Y QUÉ bestia ha olido esta
puerta? TU bestia.
—¿V-v-ves?—dijo Desdentado—. Desdentado es mejor olfateador que
Gusano de Fuego.
—Tú eres el verdadero heredero de los gamberros peludos, Hipo—
insistió Alvin—. Así que solo TÚ puedes abrir esta puerta y vivir.
130
que si abrimos esta puerta va a suceder algo REALMENTE
DESAGRADABLE, tan seguro como que los huevos de pescado son
huevos de pescado. Y las sorpresas son cada vez PEORES.
—Olvidé mencionar—añadió Alvin suavemente— que si no abres la
puerta vas a MORIR.
Presionó un poco más la espada hasta pinchar con ella la piel de Hipo,
justo a la altura del corazón.
—Vamos a hablar con claridad—dijo Hipo—. Si yo abro esta puerta,
¿NO me matarás a mí o a mis amigos?
—Lo prometo, palabra de un Traicionero.
—Palabra de un Traicionero…—gruñó Patapez—. Eso lo dice todo, en
realidad… Él nos matará en cuanto tenga el tesoro… si hay un tesoro detrás
de esa puerta…
—Pero, de otro modo, va a matarnos ahora—advirtió Hipo—. No tengo
mucho donde elegir.
Hipo se inclinó adelante mordiéndose los labios y deslizó hacia la
izquierda el pesado cerrojo de hierro. «NO es buena idea, NO es buena idea,
NO ES UNA BUENA IDEA», repetían Patapez y Desdentado para sí
mismos, con los ojos cerrados.
Leeeentamennnnnteeee, Hipo abrió la puerta…
131
Este tesoro era tan indescriptiblemente hermoso, que los atrajo hacia
dentro del lugar como un imán.
Todo estaba apilado en increíbles montañas gigantes. Montón tras
montón de monedas de oro con César acuñado en una cara y Neptuno en
132
la otra. Montón tras montón de rubíes gordos y rojos como vieiras y
esmeraldas verdes como ojos de sirena. Espléndidas copas de plata con
caballos de mar galopando delicadamente a su alrededor y collares de oro
tan rellenos como ostras y espadas tan afiladas como dientes de congrio con
tentáculos de pulpo alrededor de la empuñadura.
Era la clase de tesoro en la que te puedes perder y olvidarte de ti mismo,
de tu mente y del mundo entero.
—Oh, madre mía—jadeó Alvin el Traicionero, y dio un paso adelante—
. Madre mía, madre mía, madre mía…—y levantó la mano para agarrar
una copa, una maravillosa copa de oro, perfectamente redonda en la forma,
con delfines jugando alrededor del borde, tan bellamente cincelados que
parecía como si estuviesen vivos y saltando en un dorado mar en miniatura.
Desdentado, Hipo y Patapez se reunieron dónde estaban y empezaron a
retroceder lentamente hacia la puerta abierta mientras Alvin estaba tan
ensimismado.
Pero Alvin echó un vistazo con el rabillo del ojo y se lanzó a cerrar la
puerta con la punta de Hojatormentosa.
—Nadie abandona la caverna sin pedir permiso a Alvin—dijo.
—Vamos, Alvin—intervino Hipo, nervioso—. Recuerda tu promesa. Si
yo abría la puerta, dijiste que nos dejarías ir vivos a todos.
—Sí-í-í-í—contestó Alvin admirando la copa otra vez, y después volvió a
dejarla en el montón—. La cosa es que los proscritos no siempre cumplen
sus promesas a los demás. La culpa es de nuestra educación. En realidad,
mi madre nunca me amó, ¿sabes? Pero yo siempre cumplo las promesas que
me hago a MI MISMO. Y hace tiempo, cuando la tapa de aquel ataúd cayó
de golpe y me cortó la mano, me hice a mí mismo una solemne promesa.
Los amables ojos de Alvin se estrecharon y avanzó hacia Hipo como un
cangrejo depredador:
—No es que me disgustes tú personalmente, Hipo, pero yo me juré a mí
mismo—y aquí Alvin sonrió— que ENCONTRARÍA el precioso tesoro de
133
Barbatorva el Cadavérico y MATARÍA a su precioso heredero. Eso es
justo, ¿no? Un heredero a cambio de una mano.
Y lanzó una estocada a Hipo con Hojatormentosa.
Hipo se apartó del camino justo a tiempo. Saltó ágilmente sobre el más
cercano montón del tesoro y empezó a gatear por él.
—Y con la preciosa espada de Barbatorva, además—rió Alvin—. ¿No es
ARTÍSTICO el destino?
—¡DESDENTADOOO!—chilló Hipo—. ¡Consígueme una ESPADA!
Alvin subió tras él e hizo otra salvaje embestida a su cabeza.
Hipo se escondió detrás de una gran rueda de carro dorada.
—¡DESDENTADOOO!—gritaba Hipo—. ¡DATE PRISA!
—Vale, vale—murmuraba Desdentado, que había volado hasta un
montón de armas no muy lejano—. No pierdas el casco. D-D-Desdentado
lo hace lo MEJOR que puede.
Desdentado trató de levantar tres de las espadas, todas ellas tan grandes,
bellas y ostentosas como la misma Hojatormentosa. Pero todas eran
también demasiado pesadas.
134
Así que se volvió hacia algo más pequeño, un objeto poco distinguido
pero útil, quizá un poco oxidado en los bordes. Pudo levantarlo fácilmente
con ambas zarpas y voló con él a donde
Hipo estaba trepando. El chico estaba a
un cuarto de camino de una de las
colinas del tesoro y era perseguido de
cerca por Alvin, que veía lucecitas rojas
bailando ante sus ojos semicerrados y
sacudía la espada como si fuera un
mayal.
Desdentado dejó caer la espada
oxidada en las manos de Hipo, quien la
cogió justo a tiempo de parar un golpe
de Alvin, tan terrible que podía haberle separado la cabeza de los hombros
de un solo tajo.
Hipo cogió la espada con la mano izquierda, porque, como recordaréis,
tenía el brazo derecho dislocado y en cabestrillo.
«Esto no va a durar mucho», pensó para sus adentros. Se trataba de un
caso de hombre contra muchacho, y además Hipo no era exactamente el
más grande espadachín de las Islas Interiores, ni siquiera con su mano
derecha.
—Mantén la punta ARRIBA, Hipo—gritó
Patapez con desesperación, tratando de subir
gateando tras él para poder ayudarle—. No pierdas
de vista las espadas, un puño fuerte, recuerda tu
juego de piernas…
Alvin el Traicionero lanzó un golpe contra el
vientre de Hipo, y el mismo Hipo se sorprendió al
ver que su brazo izquierdo subía bruscamente y su
propia espada bloqueaba la de Alvin en el último
segundo.
135
Alvin estaba igualmente sorprendido. Enarboló su gran espada sobre su
perversa cabeza y la bajó hacia el cuello de Hipo, pero el brazo de Hipo se
levantó y paró el golpe a tiempo.
Asombrado, Alvin comenzó a asestar golpes rápidos, moviendo la
espada de un lado a otro, pero el brazo izquierdo de Hipo detenía cada
ataque como si tuviera vida propia.
—Bueno, doliente pez espada—exclamó Patapez—. Hipo es ZURDO.
136
Yo no quisiera que pensaras que Hipo estaría orgulloso de esta pelea al
recordarla AHORA. Porque Hipo llegó a ser un Maestro de la Espada, un
Genio del Arte, y esta pelea, en comparación con la extraordinaria técnica
con que él peleaba más tarde, fue un trabajo torpe, en su mayor parte golpes
defensivos.
137
Y aunque me gustaría decir que Alvin el Traicionero era un brillante
espadachín, la verdad es que era solo así así en ese arte, y prefería envenenar
la copa de su enemigo o darle un porrazo por detrás con una piedra, a pelear
con él cara a cara.
Pero, aun así, era mucho más viejo, más fuerte y más experimentado que
Hipo.
Y aunque puede no haber sido la mejor pelea de Hipo, sí fue seguramente
la que él recordaría con más asombro y orgullo. Porque era la primera vez
en su vida que Hipo comprobaba que era zurdo.
Imagina que has pasado la primera parte de tu vida tratando de andar
con las manos. Qué torpeza, siempre cayendo, siempre tropezando,
siempre el último en todo.
Imagina la alegría de descubrir que en realidad podías andar con los pies.
Algo así es lo que sintió Hipo al pelear con su mano izquierda por primera
vez. La sensación era tan estimulante que estaba empezando a disfrutar.
Hipo recibió la ayuda de Desdentado, que bajaba en picado y atacaba a
Alvin en la cabeza, haciéndole distraerse continuamente.
—Desleal—sonrió Alvin—. Nunca pensé que el heredero de Barbatorva
se rebajaría a DOS CONTRA UNO.
La excitación hizo que Hipo se confiara en exceso, así que dijo a voces a
su dragón:
—¡Déjamelo a mí, Desdentado!
—¿Dejártelo a ti?—gritó furioso Patapez—. ¿Qué quieres decir con
DEJÁRTELO A TI? ¡SIGUE, DESDENTADO, Y ES UNA ORDEN!
Esto es la VIDA REAL, Hipo, no una lección de Lucha a Espada en el
Mar, y tú necesitas toda la ayuda que puedas recibir…
En realidad, las prácticas de las lecciones de Lucha a Espada en el Mar
fueron una gran ayuda para Hipo.
138
El suelo movedizo y deslizante del montón del tesoro era bastante similar
al movimiento de la cubierta en el mar. Hipo guardaba el equilibrio más
fácilmente que Alvin, que continuamente se tambaleaba y perdía pie.
Sin embargo, pronto quedó claro que aunque Hipo estaba incluso
disfrutando, no estaba ganando la pelea, ni siquiera con la ayuda de
Desdentado. Con una feroz sonrisa en los labios, Alvin el Traicionero fue
arrinconando a Hipo, y sus ojos brillaban con esa luz roja al recuperar de
nuevo su vieja manera de ser.
—Vamos, Hipo—le engatusó—, no tengas miedo de tu viejo camarada
el Traicionero. Yo no tocaría un pelo (estocada) de tu cabeza (estocada).
—Escucha, Alvin—le urgió Hipo mientras paraba cada golpe—, estoy
seguro de que todos podemos salir sanos y salvos si tú te olvidas del tesoro...
—Oh, lo haré—prometió Alvin—, tan pronto como te mate, lo haré.
—Mira, Alvin—razonó Hipo—, nunca es demasiado tarde para cambiar.
Tú tienes todavía una oportunidad de vivir de manera diferente, hacer
amigos, fundar una familia…
—Calla—ordenó Alvin—. Me estás haciendo reír: ¿tú me das una
segunda oportunidad? ¡Eso es realmente divertido, ya lo creo! No eres más
que un niño peleando con un hombre adulto ¿y me estás dando a mí
segundas oportunidades? Es demasiado amable por tu parte—lanzó una
estocada particularmente violenta que Hipo paró con dificultad, y estuvo a
punto de perder el equilibrio al hacerlo.
—Es demasiado tarde para mí—rió Alvin—. Estoy podrido hasta la
médula. El tesoro me ha encontrado y me gusta que me encuentren—
levantó la espada por encima de su cabeza mientras Hipo se agarraba
desesperadamente a las resbaladizas monedas para mantenerse en pie—.
Pero aprecio tu preocupación—dijo Alvin bajando la espada con fuerza tan
salvaje que hubiera partido por la mitad a Hipo… si él no lo hubiera visto
venir y no hubiera saltado a un lado para apartarse del camino.
139
Así que el golpe, en lugar de partir a Hipo en dos pedazos, hizo perder
completamente el equilibrio a Alvin, que retrocedió hasta el montón del
tesoro que había atrás, uno en que no habían peleado antes…
… y el tesoro se irguió inesperadamente bajo él, como si estuviera vivo.
140
18. La sorpresa final de Barbatorva el
Cadavérico
El montón entero se encabritó y agitó; las copas, joyas, espadas y monedas
caían en cascada por los lados como lava fundida.
Y algo con la apariencia de una gran soga blanca salió del tesoro y buscó
su camino alrededor de la cintura de Alvin.
No era una soga.
Era un tentáculo blanco especialmente desagradable que parecía estar
hecho de un tembloroso pedazo de grasa. El tentáculo estaba dotado de
pequeñas hendiduras en cuyo exterior rezumaba un asqueroso cieno gris
blancuzco que olía indescriptiblemente mal.
Alvin gritó horrorizado cuando el tesoro se desmoronó por los lados para
abrir paso a la criatura que había estado durmiendo bajo tierra, una criatura
a la que ellos habían despertado con su pelea a espada.
Era la última sorpresa de Barbatorva el Cadavérico, su trampa de bobos
FINAL.
Él la había dejado allí para custodiar el tesoro: era un monstruo del que
Hipo había oído hablar en las leyendas, pero no había visto nunca antes, y
que sinceramente esperaba no tener que ver nunca más.
Era el mismo animal que había sorprendido el día anterior al pequeño
nader perdido, no sé si lo recuerdas, y era llamado el Monstruo
Estrangulador.
Un Estrangulador era un engendro gigantesco, emparentado
genéticamente con los dragones, pulpos y serpientes. Tenía diminutas alas
marchitas de dragón y diminutas patas lisiadas de dragón que eran
prácticamente inútiles, pues arrastraba su gran cuerpo por túneles
subterráneos como una serpiente, dejando un rastro de baba pegajosa.
141
Nunca había visto la luz del día y era de un color incierto. Obviamente,
sus tentáculos habían encontrado un camino hacia arriba a través de las
cuevas del Acantilado del Dragón Salvaje; por ello era transparente y, de
hecho, si se seguía su aparato digestivo con la mirada, se podían vislumbrar
las formas de los infortunados dragones que se había tragado. Algunos, ya
más abajo en la gran longitud del Estrangulador, yacían completamente
quietos. Otros, comidos más recientemente, estaban saltando por allí, y uno
estaba intentando volar, atrapado en la gran garganta del monstruo.
142
que se diseminaban como si tuviesen vidas independientes. El monstruo
tuvo que concentrarse mucho para hacer que el tentáculo que sujetaba a
Alvin se moviese lentamente hacia arriba, hasta su cabeza; así pudo echarle
un vistazo, inseguro de qué hacer con ese extraño animal
nuevo.
—¿Esss comida?—silbó la serpiente, pensativa.
Hipo estuvo a punto de gritar aliviado, porque la criatura
estaba hablando un dialecto de dragonés, una forma muy
antigua del mismo, pero dragonés al fin.
Y según la opinión de Hipo, si tú pudieras hablar con tu asesino tendrías
quizá una oportunidad.
Alvin luchaba salvajemente y golpeaba con Hojatormentosa el gran
tentáculo que le oprimía.
—Hazme cosquillas con tu pincho, ¿quieres?—dijo la criatura—. Luego
yo te haré cosquillas con el mío…
Y balanceó lánguidamente la punta de su cola ante la cara de Alvin.
Hipo había visto colas semejantes en animales mucho más pequeños.
Estaba llena hasta el extremo de un veneno color verde hierba, puro como
el cristal. Había un émbolo un poco más abajo; la punta solo tenía que
penetrar en su víctima, el émbolo se movía y buenas noches dulce mundo,
buenos días Walhalla.
«Oh, excelente», pensaba Hipo para sus adentros. «Un Monstruo
Estrangulador venenoso. Mi tipo favorito.»
Alvin se desmayó en cuanto se fijó en la cola mortal. Le asustaban las
agujas.
Así que el Estrangulador ni siquiera se molestó en inyectarle nada.
Solo se lo tragó entero, vivo, tal como estaba, con Hojatormentosa y
todo.
143
Con fascinante horror, Hipo observaba la silueta de Alvin, ahora ya
despierto, que forcejeaba al bajar por la garganta transparente del
Estrangulador.
«Vaya», pensó Hipo, «el comedor de carne humana es ahora comida. ¿No
es artístico el destino?».
Algunas veces es más difícil forzarse uno mismo a quedarse quieto que
salir corriendo, pero Hipo sabía que no tendría ninguna probabilidad de
escapar. Este animal era demasiado grande. Así que Hipo se quedó quieto,
helado, con la esperanza de que la vista de la criatura fuera escasa, como la
de otras bestias que viven únicamente bajo tierra.
Probablemente Hipo tenía razón, pero uno de esos tentáculos en
continuo movimiento fue a caer por accidente sobre él, y tan pronto como
entró en contacto con su cuerpo caliente, automáticamente se enroscó
alrededor de Hipo y le levantó en el aire.
—¡Un plan!—exclamó Patapez como loco desde abajo—. ¡Tú necesitas
un plan diabólico e ingenioso!
—Gracias, Patapez—respondió Hipo, y su mente daba vueltas como un
camarón en una red y trataba de ignorar la terrible presión alrededor de su
pecho—, ya me doy cuenta… ¡DESDENTADO! ¡Ven aquí arriba!
144
Delante de él había una monstruosidad de espada, pesadamente
alhajada. A pesar de ser casi tan grande como él, Patapez se las arregló para
levantarla del suelo. Con la cara color púrpura por el extraordinario
esfuerzo, la levantó alto, alto por encima de su cabeza, lista para pincharla
en la barriga de la criatura…
145
146
—¿Más comida?—se dijo pensativo.
—¡Comida NO!—gritó Hipo—. ¡Soy VENENOSO! ¡Muy, muy
VENENOSO!
—¿Venenosssso?—silbó la criatura—. Dice que esss venenosssso. Yo soy
venenosssso. ¿Vesss?
Y meneó amenazadoramente el émbolo mortal de su cola delante de
Hipo.
—No me gusssta la comida cuando habla...—lloriqueó la criatura para sí
misma—. Esss mala cuando habla… la mato rápidamente para que no me
engañe…
Apretó un poco más sus tentáculos en torno a Hipo para ahogarle.
—Todo esto es muy interesante—consiguió decir Hipo, con los ojos
desorbitados—. ¿Y cómo estás pensando en matarme, exactamente?
147
—Essso esss muy grosssero—silbó por fin bastante dolido—. ¿Qué esss essse
giganti maxi después de todo?
—Afloja tus tentáculos un poco y te lo contaré.
—Bueno, pero no me engañessss o me enfadaré.
Muy despacio, la criatura aflojó sus tentáculos y los dejó solo rodeando
el cuerpo del muchacho, pero sin apretar. Hipo respiró unas cuantas veces
aliviado.
—Un dragón de mar giganticus máximus—continuó Hipo— es una
gigantesca y aterradora máquina de matar, tan grande como una montaña.
—Yo sssoy grande—advirtió la criatura.
—Él tiene al menos tres formas de matar. Puede hacerte pedazos con sus
garras, masticarte con sus dientes o freírte hasta deshacerte con su fuego.
—Yo puedo hacer eso…—dijo la criatura con menos seguridad.
—No, tú no puedes—afirmó Hipo—. Tú no tienes garras, ni dientes, ni
fuego.
—Asssí que no tengo—prosiguió el Estrangulador, muy disgustado—.
Pero puedo essstrujarte hasssta la muerte…—y empezó otra vez a apretar
sus tentáculos alrededor de Hipo.
—¡Qué ANTICUADO!—chilló Hipo apresuradamente—. ¿Y qué hay
del VENENO? Ese es el método más moderno de matar. Un dragón de mar
giganticus máximus no tiene veneno…
—¿No tiene?—preguntó la criatura encantada.
—No, no tiene. Yo tengo curiosidad por ver cómo funciona uno de esos
nuevos venenos de fantasía.
—No essss una manera agradable de morir—advirtió el Estrangulador.
148
Apuntó con la afilada aguja de su cola directamente al corazón de Hipo.
De repente, Desdentado voló dentro del campo de visión del
Estrangulador. El monstruo perdió concentración por un segundo cuando
el pequeño dragón pasó zumbando arriba y abajo justo delante de sus ojos.
Cuando fue capaz de coordinar sus tentáculos lo bastante para asustar a
Desdentado y echarlo, el Estrangulador estaba muy, muy enfadado.
—¡Te dije que nada de trucossss!—silbó con veneno en la voz—. Esssto
ssse acabó…
Patapez despertó de su desmayo a tiempo de ver al Estrangulador
inyectar todo el veneno verde de su cola, suficiente para matar a la
población entera de Roma, en la carne bajo la camisa de Hipo.
149
19. El heredero de Barbatorva el Cadavérico
—Así que mientras esperamos a que ese veneno haga efecto—charloteó
Hipo—, ¿por qué no me cuentas cómo funciona?
150
El Estrangulador miró hacia abajo, hacia sí mismo. La
nube verde había ocupado ahora cada recodo y grieta de
su cuerpo, y finalmente se aproximaba a su diminuto
cerebro…
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAG!—chilló el
Estrangulador.
El sistema nervioso del Estrangulador simplemente explotó.
Todos sus circuitos eléctricos se encendieron como bombillas. Se agitó
como loco por allí, arrancando grandes trozos de roca de las paredes de la
cueva y haciendo volar el tesoro por el aire en todas direcciones.
Patapez se escondió debajo de una roca saliente para evitar los
golpes de los tentáculos serpenteantes. Desdentado se acurrucó en
un agujero del techo. Durante cerca de minuto y medio, el
Estrangulador se lanzó salvajemente contra las paredes de la
caverna, soltando un extraño aullido agonizante y primitivo.
Después, todos sus tentáculos quedaron rectos y tiesos y cayó al
suelo.
El Estrangulador se sacudió unas cuantas veces más en su agonía. Su cola
con la peligrosa punta azotó ferozmente por unos momentos. Y luego todo
fue silencio en la gran caverna. Las enormes nubes de polvo se disolvieron
poco a poco.
Patapez gateó fuera de su escondite.
Trepó por las fangosas rocas caídas, el fangoso tesoro y los
todavía más fangosos anillos del Estrangulador, en busca de Hipo.
Hipo estaba aturdido, pero vivo. Había sufrido una especie de
maremoto al ser lanzado de un lado a otro hasta castañetearle los
dientes. Pero los grandes anillos del tentáculo enrollado en su
cuerpo le habían servido de protección contra los golpes.
Sonrió satisfecho a Patapez y Desdentado.
151
—Era un monstruo ESTÚPIDO—afirmó.
—¿Cómo lo has HECHO?—preguntaba Patapez una y otra vez, sin salir
de su sorpresa, mientras él y Desdentado desenrollaban el tentáculo del
cuerpo de Hipo.
Por toda respuesta, Hipo se levantó la camisa y allí, alrededor de su
pecho, estaba la misma punta del tentáculo… y en su gelatinosa carne
transparente estaba la marca del pinchazo de una gigantesca aguja, con el
veneno verde claramente visible corriendo por debajo de la piel.
Lo que Hipo había hecho era poner su camisa encima del final del
tentáculo mientras Desdentado distraía a la criatura. El Estrangulador tenía
tan perdido el contacto sensitivo con los extremos de sus tentáculos, que no
se dio cuenta de que en realidad se inyectaba a SÍ MISMO el veneno bajo
la tela blanca de la camisa de Hipo.
—Ese plan particular—dijo por fin Patapez— requería una diabólica
cantidad de SUERTE.
—Ha sido suerte—opinó Hipo feliz—, pero estamos VIVOS, ¿no?
Patapez le sonrió a su vez y Desdentado dio tres volteretas en el aire y
soltó un cacareo de felicitación.
—Y esa pelea a espada, ¿de dónde vino ESO? Tú siempre has sido
horrible como espadachín.
—Manos cambiadas—explicó Hipo entre dientes, radiante, pero un poco
azorado.
—Un genio zurdo que con una sola mano derrotó a Alvin el Traicionero
y a un monstruo Estrangulador—se recreó Patapez—. Cuando volvamos a
casa y se lo contemos a todos, esto va a parecer tan BUENO, que no puedo
ESPERAR a ver la mirada de los ojos de Patán cuando los ponga en este
tesoro. A su lado, la caja que él encontró en la Isla de los Calaverones parece
una birria.
152
—Sííí—afirmó Hipo muy despacio—, pero todavía estamos atrapados en
una caverna inaccesible bajo tierra, ¿verdad? Tenernos que SALIR DE
AQUÍ primero.
La cara de Patapez se nubló.
—Es verdad—admitió—. Pero la criatura debía conocer algún camino
desde esta caverna hasta arriba, en las cuevas del Acantilado del Dragón
Salvaje... Lo digo por todos esos dragones en su aparato digestivo: tiene que
haber estado alimentándose del vivero de dragones durante años. Todo lo
que tenemos que hacer es atravesar las Cuevas de Calibán y…
—N-n-no—dijo Desdentado con firmeza—. D-D-Desdentado sabe.
Desdentado creció aquí. Allí dentro otras criaturas mucho más grandes y p-
p-peores que esta…
—Vale entonces—consintió Hipo—. Volveremos por el mismo camino
que vinimos. Esperemos que la puerta todavía se abra.
La puerta se abrió.
Mientras la estaban abriendo, Hipo se percató de que había un pedazo de
papel sujeto a ese lado de la puerta.
Era una carta.
Estaba escrita con los mismos garabatos que el enigma de Barbatorva, y
estaba dirigida al VERDADERO HEREDERO DE BARVATORVA EL
CADAVÉRICO.
Hipo arrancó la carta del clavo y la leyó.
153
154
155
—Quizá Barbatorva el Cadavérico no era tan malo, después de todo…—
dijo Hipo lentamente.
—Ahí lo tienes—afirmó Patapez, que estaba leyendo por encima del
hombro de Hipo—. Él dice que es TU tesoro, para hacer lo que quieras con
él.
Hipo suspiró.
Pensó en la codiciosa mirada en los ojos de Estoico cuando blandía
Hojatormentosa. Pensó en Culón Tripagorda y Estoico discutiendo sobre el
cofre del tesoro.
—Sí—dijo Hipo—, y YO SÉ qué hacer con él.
Cogió un trozo de carbón del suelo de la caverna, escribió algunas
palabras al final de la carta y volvió a clavarla en la puerta.
156
—TODAVÍA… NO… PREPARADO…—leyó Patapez.
Patapez se apresuró a seguir a Hipo, que ahora estaba buscando el
agujero de salida de la caverna al mar pensando intensamente.
—¿Qué quieres decir con todavía no preparado?
—Quiero decir que el tesoro se va a quedar aquí. Que este es nuestro
SECRETO y no se lo diremos a NADIE. Si salimos de aquí vivos, solo
diremos que el mar nos arrojó en la orilla unas playas más abajo, sin
mencionar la existencia de esta caverna, ni nada.
—Tú NO PUEDES HABLAR EN SERIO—le contestó Patapez—.
Nosotros seríamos HÉROES, y además, si no decimos a nadie lo que
ocurrió, todos ellos seguirán pensando que Patán Mocoso es el verdadero
heredero de los gamberros peludos.
Hipo se sentía desgraciado.
—Creo que eso es cierto. Pero si soy realmente el verdadero heredero,
tengo que hacer lo que creo correcto para la tribu, ¿no es así? Y en definitiva,
esto es lo correcto. Este tesoro es un mal asunto.
Hipo no cambiaría de opinión.
157
La solución es bastante sencilla, por si alguna vez te encuentras en una
situación delicada similar.
El aliento de un dragón, incluso cuando exhala, está compuesto casi
enteramente de oxígeno. Esto es lo que lo hace tan inflamable. Todo lo que
necesitaban hacer era elevarse hacia la superficie (despacio, para no chocar
en las curvas) con Desdentado nadando junto a ellos y de vez en cuando
resoplar en sus narices, cuando se quedasen sin aliento.
Un dragón nunca se queda sin aliento, porque justo debajo de los cuernos
tiene un juego de branquias funcionando. Tan pronto como entra en el mar,
puede cerrar sus pulmones y tomar su oxigeno del agua lo mismo que del
aire.
Hipo y Patapez lograron salir a la superficie después de unos diez
minutos. Había muchos escombros flotando alrededor, porque no estaban
lejos de donde el Trece Afortunados había hecho su viaje final al fondo del
océano. Cada uno de los chicos se agarró a la punta de un remo, y se
dirigieron hacia un rincón donde se veía una playa en la que caer.
Durante todo el camino a casa, Patapez trató de persuadir a Hipo para
que cambiara de opinión. Por fin, dijo exasperado:
—Con esa actitud, NUNCA vas a ser un héroe. ¿Cómo puedes estar sin
nadie que te vitoree, sin nadie que te aplauda?
—Está bien—suspiró Hipo—. Yo nunca seré un héroe. Todo lo que sé es
que se supone que voy a ser el futuro líder de esta tribu y quiero que haya
quedado una tribu que liderar. Y eso me parece más importante que ser un
héroe.
Fueron dando tumbos por el brezo hacia Cuidad Gamberra, que estaba
extrañamente silenciosa y desierta.
No se veía humo haciendo espirales desde los tejados, ni niños
peleándose en las calles, ni dragones luchando en la paja.
«Por favor, por favor, buen dios Odín», rezaba Hipo, «POR FAVOR, que
todos estén vivos».
158
Todos estaban vivos.
Milagrosamente, ninguno se había ahogado durante el hundimiento del
Trece Afortunados.
Los gamberros regresaron a Isla Mema en el sobrecargado Cabeza de
Martillo, con los proscritos atados como sus prisioneros.
Con su típica generosidad, dejaron libres a los proscritos.
Me temo que los proscritos no fueron tan agradecidos como deberían
haberlo sido, y esta no sería la última vez que los gamberros verían a tan
depravada gente. Sin embargo, por el momento regresaron a las Tierras
Proscritas humillados, desarmados y con hambre de revancha.
Por su parte, los gamberros no estaban en mucha mejor forma. Eran una
raza robusta y ahogarse era un riesgo profesional, pero la pérdida del único
hijo del jefe era un gran golpe, fuera el heredero o no.
Estoico estaba sentado hacía una hora a la orilla del mar. Tan pronto
como el tesoro de Patán desapareció bajo las olas, había perdido su magia
para él. Con los ojos de su mente seguía viendo a su hijo Hipo, de pie en la
cubierta del Trece Afortunados y diciendo: «YO SOY EL HEREDERO DE
ESTOICO EL INMENSO».
Se quitó sus pendientes de oro y los tiró al océano. Y luego se fue a casa
y se sentó frente a su altar al dios Odín.
Por eso fue que, cuando Patapez, Hipo y Desdentado llegaron dando
traspiés y cojeando a Ciudad Gamberra, todos estaban dentro de sus casas,
con los postigos echados, las puertas cerradas y los fuegos apagados.
Fue una casualidad que la ventana de madera estuviese entreabierta en
casa de Bocón el Rudo. Fue a cerrarla y reconoció a los dos chicos que,
embadurnados de barro, iban dando bandazos… Y entonces soltó un gran
bramido:
—¡¡¡Están VIVOS!!!
159
El grito fue de casa en casa como hogueras encendiéndose de una colina
a otra, y los gamberros peludos salieron de sus hogares como una
muchedumbre de jubilosos elefantes marinos, se abalanzaron sobre los tres
compañeros y los levantaron en sus hombros musculosos con grandes gritos
de felicidad:
—¡Están VIVOS! ¡Están VIVOS! ¡ESTÁN VIVOS! ¡ESTÁN VIVOS!
Patán Mocoso ya estaba furioso al comprobar que la gente estaba más
preocupada por llorar la muerte de Hipo y Patapez que por felicitarle a ÉL
por ser el héroe del momento en la Isla de los Calaverones. Imagina lo
enfadado que se pondría cuando salió corriendo de su casa ante la
conmoción y se encontró con que Bocón el Rudo y Pez Gordo le apartaban
a empujones del camino, y que una multitud que aplaudía y llevaba a
hombros a Hipo por la ciudad prácticamente le pisoteaba en el suelo.
Hipo, que una vez más, y eso era totalmente evidente, NI estaba muerto,
NI ahogado, NI fuera de su camino.
Los felices gamberros alcanzaron la puerta de la casa de su jefe y la
golpearon gritando:
—¡Abre, abre, están vivos, están vivos!
Estoico el Inmenso levantó su gran cabeza peluda como si estuviese
soñando, fue vacilante hasta la puerta y allí, en el umbral, estaba SU HIJO,
Hipo.
Estoico el Inmenso, el Terror de los Mares, el más alto jefe de los
gamberros peludos, Oye su Nombre y Tiembla, Ug, Ug, cogió a su hijo y le
abrazó mientras la muchedumbre vitoreaba y vitoreaba. Y así fue como
Desdentado encontró y perdió un maravilloso tesoro, todo ello en el espacio
de una tarde…
… Y como Hipo consiguió por fin una espada y aprendió a usarla…
… Y como Patapez descubrió que uno no tiene que ser siempre un héroe
para ser recibido como un héroe.
160
161
Epílogo del autor
Unos cuantos meses después, tuve un sueño.
Fue un sueño acerca de naufragios, quizá porque yo había tenido mucho
que ver con eso últimamente. El barco se llamaba Viaje Interminable y, justo
antes de desaparecer bajo las olas, el capitán de aspecto feroz y extraña
sonrisa lanzó la espada alto, muy alto en el aire. Dio vueltas y vueltas sobre
las olas, a través de la atmósfera y del espacio, las estrellas y el tiempo
infinito, donde, para mi sorpresa, mi mano izquierda saltó por iniciativa
propia y la cogió.
En cuanto desperté, me levanté y busqué esa espada tan poco motivadora
que Desdentado había cogido para mí en la caverna del tesoro, con la que
yo había peleado con Alvin el Traicionero. La miré por todas partes una y
otra vez, y estuve inspeccionando aquel objeto pequeño y soso durante
media hora. Y finalmente encontré que, a fuerza de retorcerlo, la
empuñadura acabó por caer, mostrando un pequeño hueco donde había un
trocito de papel enrollado. Un fragmento de papel en el que estaban escritas
las siguientes palabras:
162
163
Ahora soy un hombre viejo, de la misma edad que tenía Barbatorva el
Cadavérico cuando hizo que sus dragones nadaran hasta la caverna con el
tesoro. Desdentado, Patapez y yo hemos guardado el secreto de lo que
realmente sucedió en ese día terrible hace tantos años…
Pero como estoy escribiendo mis memorias, pienso que tengo que dejarlo
escrito, ya que es una parte importante de mi camino para convertirme en
héroe. Aun cuando sé que nunca podré mostrarlo a nadie de mi propio
tiempo.
Tan pronto como haya terminado de escribir estos papeles, los meteré en
una caja. Y tiraré la caja al mar.
Y la tiraré esperando, como Barbatorva el Cadavérico, que algún día
pueda ser encontrada por alguien que sea un mejor líder que yo.
Alguien que viva lejos, lejos en el futuro, en tiempos más civilizados que
los que yo he vivido, donde los hombres puedan poseer cosas bellas y
peligrosas y usarlas sabiamente.
164
¿Fue esto, seguro, lo último que Hipo pudo ver de ese
canalla perverso, Alvin el Traicionero?
Su siniestro gancho se hundió en el fondo del océano
en el naufragio del Trece Afortunados. Él mismo
fue visto por última vez en la garganta de un
monstruo Estrangulador en una inaccesible caverna,
a gran profundidad bajo el suelo.
Nadie podría salir vivo de esa situación.
¿O sí podría?
Espera atentamente el próximo volumen de las
memorias de Hipo…
165
166
Saga completa de Cómo Entrenar a tu
Dragón:
1. Cómo entrenar a tu dragón
2. Cómo ser un pirata
3. Cómo hablar dragonés
4. Cómo evitar la maldición de un dragón
5. Cómo detener una erupción de dragones
6. Manual de dragones mortíferos
7. Cómo sobrevivir a una tempestad de dragones
8. Cómo romper el corazón de un dragón
9. Cómo robar la espada de un dragón
10. Cómo aprovechar la joya de un dragón
11. Cómo traicionar a un héroe dragón
12. Cómo combatir la furia de un dragón
NOTA: En español sólo están disponibles del libro 1 al 8 (con
excepción del 6to, cuyos ejemplares en español están agotados).
El resto únicamente están en inglés.
¿Dónde conseguirlos?
Pueden encontrarlos todos en Amazon y BuscaLibre.
En México, también están disponibles en librerías Gandhi,
Péndulo y el Sótano. Pero solo los primeros cinco.
167
Dragones de Berk: Hogar de
Vikingos y Dragones, les
agradece su apoyo y desea que
hayan tenido una gozosa
lectura.
Visítanos en:
https://www.facebook.com/hogardevikingosydragones
168