Antologia

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UNIVERSIDAD AUTONOMA DEQUERETARO

ESCUELA BACHILLERES UAQ

PLANTEL SAN JUAN DEL RIO

Materia: Lectura y redacción

Profesora: Karla Pedraza Solorio

Tema: Textos argumentativos.

Propósito; En diferentes ensayos identificar las partes de este ,su estructura,


tipos de argumentos, tesis, su fin, etc.

Integrantes del equipo:

 Melanie López Gerardo


 Citlalli Onofre Cruz
 Lizeth Pérez González

 Nicolas Tadeo Sanches Hernández

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El enigma de la muerte

La muerte es el tema filosófico por excelencia, porque en la “vivencia de la muerte”


tiene lugar una mirada sobre la existencia toda, una búsqueda del último porqué
de la vida, lo que se ha dado en llamar el destino del hombre. Cicerón en sus
Tusculanas había dicho que la filosofía no es más que un reflexionar sobre la
muerte. Reflexión que, además de esclarecerla, pretende enseñar a morir para
con ello aprender a vivir, como apostilló Michel de Montaigne en su ensayo sobre
la muerte (Libro I, Ensayo XIX: Qué filosofar es aprender a morir, pp. 83 y ss.).

Ahora bien, si hay que aprender a morir es porque hay falsas formas de morir. Y
éstas se deben a las falsas formas de vivir, sin autenticidad ni autonomía, sin
tomar conciencia ni responsabilidad del quehacer cotidiano y dejando elegir a los
demás por uno mismo. También, porque un morir no aprendido significa renunciar
a pensar sobre aquello que le confiere dignidad al hombre. Por eso, vale
preguntar: qué significa la muerte para el hombre. Y lo primero que salta a la vista
con la muerte de una persona es que el individuo se halla desamparado, arrojado
a su insignificante singularidad, expuesto a la soledad y aislamiento. Por ello,
puede decirse que solamente el hombre muere, solamente él tiene conciencia del
tiempo, del valor de su existencia individual y de la angustia frente al final total.

Hans Urs von Balthasar dividió la reflexión sobre la muerte en tres periodos: el
mítico-mágico de las fábulas y religiones, el teórico-científico de la medicina y el
existencial de la filosófica. Según él, desde la filosofía existencial vale preguntar
qué significa morir, cuando con Epicuro puede decirse que no hay una experiencia
de la muerte o, en todo caso, que ésta no es comunicable por el moribundo a
nadie más. Hay evidentemente un aspecto fisiológico del morir, como del vivir, que
puede describirse copiosamente o reducirse a decir que hubo un paro de las
funciones metabólicas, respiratorias, cardiacas o cerebrales. Pero al hablar de la
muerte humana no se está simplemente refiriendo a lo que ocurre biológicamente,
porque en el vivir humano no se trata de manifestar ciertos signos vitales, sino de
vivir bien o vivir con bienestar y dignidad. Por ello es posible mantener con vida el

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cuerpo de manera artificial y afirmar con verdad que la persona ha muerto, porque
lo que constituye la vida del ser humano no son los procesos biológicos, sino
aquello que los desborda. Por lo mismo, la discusión sobre la eutanasia no es un
asunto médico o biológico, sino netamente filosófico.

Eutanasia, la buena muerte

La filosofía de la muerte engloba hoy en día las reflexiones sobre la eutanasia o


buena muerte: ¿qué se entiende por buen morir en la actualidad?

Primero: en la actualidad tiene lugar un incremento de los años de vida


acompañado de una declinación de la calidad de vida. En las sociedades
avanzadas las personas mueren cada vez menos de manera repentina o
incontrolada y cada vez con mayor edad. Y aunque esta situación es deseable, el
envejecimiento de la población lleva consigo efectos negativos, como el ser
afectado de enfermedades como la demencia o artrosis.

Por ello, segundo, es necesaria la práctica de la eutanasia apegada a la voluntad


de cada ser humano para garantizar que la vida tendrá un valor humano deseable
y no se convertirá en un fardo inaguantable. Ésta solamente puede ser practicada
con apego al cumplimiento de un documento redactado por adelantado, que
comúnmente recibe el nombre de voluntad anticipada, con el que se expresa la
voluntad de no alargar la vida sin calidad humana y de no ser objeto de abuso de
la medicina paternalista y lucrativa.

Si bien la eutanasia, a la que hago aquí referencia, hace honor a su nombre


siempre y cuando se realice en cumplimiento de esta voluntad anticipada, el
documento mismo presenta problemas de tipo práctico y teórico. Los problemas
del primer tipo se refieren, por ejemplo, a la redacción misma del documento
(entre más pormenorizada la redacción, más difícil es que las situaciones se
presenten de la manera prevista; y entre más general, menos aplicable al caso
particular, y no es posible prever todas las circunstancias posibles), a la
designación de un representante legal (si se cuentan o no con parientes o amigos

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en el momento y lugar preciso), a si el enfermo mantuvo su decisión expresada en
el documento hasta el último instante de su vida; se refieren también a los
conflictos en la relación médico/paciente, a si las voluntades anticipadas del
enfermo liberan o no de responsabilidad al médico, a si el médico tiene el deber de
tomar en cuenta sólo la voluntad del paciente o tiene derecho a actuar según sus
propias convicciones, a si todo lo técnicamente posible es éticamente correcto y,
por ello, si en todo momento el paciente es eso y no más, alguien desposeído de
su autonomía (o capacidad de elegir) desde el momento en que ingresa a una
institución médica, donde se ejerce la llamada medicina paternalista que asume el
valor absoluto del conocimiento médico y la ignorancia supina del enfermo. Y, por
último, tampoco se puede soslayar los costos de las prácticas terapéuticas y las
limitaciones económicas de la medicina pública.

Por el lado de las dificultades teóricas están problemas como la discusión sobre
los presupuestos asumidos en la práctica de la eutanasia, como la disponibilidad
de la vida, el dilema entre el valor de la vida y el de la libertad personal, el conflicto
entre los valores personales y los intereses sociales (incluso dentro de una
sociedad liberal), y, finalmente, el concepto mismo de persona.

Además de esto, en la discusión teórica sobre la eutanasia aparecen confrontadas


dos visiones éticas distintas: por un lado, la de una ética de principios o
convicciones y, por otro lado, la de una ética de responsabilidad o
consecuencias. Si no se distinguen ambas posturas entonces se desemboca en
aporías insuperables.

Comúnmente se define la eutanasia como la conducta (activa o pasiva) de un


médico para provocar la muerte de un enfermo, llevada a cabo por solicitud del
enfermo, que padece una enfermedad mortal e incurable que le provoca un
sufrimiento insoportable. Existen otras prácticas eutanásicas como el suicidio
asistido o incluso la llamada eutanasia involuntaria-directa (que no es otra cosa
que asesinato). En todo caso, con la eutanasia se quiere evitar mantener con vida,
por largo tiempo, a pacientes sufrientes que no desean luchar contra la muerte

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porque es seguro que nunca recobrarán la salud. En pocos países (como
Holanda, Bélgica, Suiza y Canadá) se acepta el suicidio asistido, mientras que la
eutanasia (voluntaria, pasiva e indirecta) es la más aceptada actualmente en el
mundo, incluso por la Iglesia católica (v., documento de la conferencia
episcopal “Sembradores de esperanza …”), quien recomienda atender la solicitud
del enfermo, en caso de encontrarse en una situación crítica e irrecuperable, para
que no se le mantenga con vida a través de tratamientos desproporcionados o
extraordinarios (si bien prohíbe la eutanasia activa, voluntaria, directa).

El problema de la eutanasia, en general, refiere a la disponibilidad de la vida. Y, en


particular, a un tipo de eutanasia catalogada como voluntaria, activa y
directa (donde el enfermo desea morir y el médico actúa directamente para lograr
ese objetivo). En ambos casos (general y particular) está en juego el problema
moral de matar o dejar morir a una persona. Desde una ética de principios o
convicciones, toda eutanasia es reprobable debido al valor absoluto de la vida: se
argumenta que el fin nunca justifica los medios, o sea, que resguardar la dignidad
de la persona no justifica mermar o acabar con la vida. Si siempre se ha
concedido a la vida humana un lugar especial entre los valores y derechos
humanos, ya que sin ella no es posible disfrutar de ningún otro bien, entonces las
instituciones de salud y la sociedad en su conjunto no deben más que procurar la
vida y nunca ofrecer la alternativa de elegir la muerte. Pero desde la ética de la
responsabilidad sí es posible hacer diferencias y deslindar responsabilidades,
porque ningún valor es absoluto, y si bien hay un derecho a vivir, no hay un deber
de vivir. Por ello, es necesario conceder la elección de la muerte cuando la vida no
tiene valor humano y no está acompañada de dignidad.

Normalmente se distingue entre la eutanasia voluntaria e involuntaria, pasiva y


activa, directa e indirecta, sea que la deseé el enfermo o no, que la intervención
del médico cause de alguna manera la muerte o que éste tenga o no la intención
de ello. Se considera que, en el caso de la eutanasia pasiva e indirecta, donde,
por ejemplo, se desconecta al paciente del respirador (y la muerte sobreviene al
enfermo), el problema moral no es tan grave como cuando el médico actúa

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directamente, a petición del enfermo, provocando la muerte. Entonces, la
eutanasia voluntaria y directa es primordialmente la que está sujeta a discusión.
Sin embargo, propongo que la diferencia entre ambas no es suficiente y, por tanto,
la responsabilidad moral es la misma en ambos casos.

Mi argumentación discurre desde el enfoque de la ética de la responsabilidad para


hacer ver que la diferencia entre la eutanasia pasiva y activa no tiene relevancia
moral. Primero, porque el valor moral de una acción no puede establecerse
independientemente de sus consecuencias. Y, segundo, porque no tiene sentido
actuar con buenas intenciones sin asumir la responsabilidad de las
consecuencias. Para hacer ver esto hay que tomar en cuenta tres elementos
relevantes para toda acción moral, a saber: la modalidad (o modo de provocar la
muerte; sería el caso de la eutanasia activa o pasiva: suministrando un veneno o
desconectando al enfermo de la máquina respiratoria), la intencionalidad (el deseo
de mitigar el dolor con morfina o el deseo de dar muerte a una persona
suministrando veneno) y la causalidad (directa o indirecta: el veneno
causa directamente la muerte y la morfina mitiga el dolor y luego causa la muerte).

La intuición moral del sentido común declara que “matar es malo” y “dejar morir,
bueno (o menos malo)”, lo que revela que el problema consiste en la imputabilidad
de la responsabilidad: en la eutanasia directa se cree que hay responsabilidad,
mientras que en la indirecta no, porque la intención es mitigar el dolor o
sufrimiento. Sin embargo, la doctora H. Kuhse (Eutanasia, 1995) sostiene que
“provocar la muerte no es distinto a no evitar una muerte previsible”, y considera
inadmisible la distinción entre eutanasia activa y pasiva debido a los denominados
actos de doble efecto. Los actos de doble efecto son aquellos con dos efectos
distintos (y con certeza conocidos), pero donde solamente uno de ellos es
deseado. Un caso de acción de doble efecto sería precisamente suministrar una
dosis de morfina para mitigar el dolor pero que tiene también como efecto la
muerte del enfermo, o desconectar a un enfermo de la máquina respiratoria
para evitar prolongar el sufrimiento, lo que tiene también como consecuencia la
muerte. En ambos casos —se dice— se tiene una intención distinta a provocar la

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muerte. La doctora H. Kuhse se pregunta: ¿tiene sentido sentirse exculpado por
no desear la muerte de un enfermo sufriente al desconectarlo del respirador o
inyectarle morfina, pero con conocimiento cierto de que eso le provocará
irremediablemente la muerte? ¿Cuál es la diferencia con inyectarle un veneno,
cuando en ambos casos se sabe con certeza cuál será el desenlace? ¿Se puede
con sentido no-desear y no-responsabilizase de un efecto a sabiendas que éste se
producirá con seguridad?

Como respuesta, los defensores de la eutanasia pasiva-indirecta aminoran la


culpa del médico poniendo tres condiciones a las acciones de doble efecto:
primero, que el efecto deseado (i.e., mitigar el dolor con morfina) sea bueno en sí
mismo y no por otro motivo (por la muerte que conlleva); segundo, que no se
obtenga lo bueno (i.e., mitigar el dolor) por lo malo (matando al enfermo); tercero,
que el efecto deseado (mitigar el dolor) sea por lo menos proporcional al
indeseado (dolor/muerte). Sin embargo, esta última condición no se cumple:
la muerte por suministro de morfina supera el efecto deseado de mitigar el dolor.

Se puede continuar alegando a favor de la diferencia moral que en las acciones


de doble efecto siempre se puede diferenciar entre condiciones necesarias y
suficientes: desconectar al enfermo no es condición suficiente de la muerte, como
sí lo es suministrar un veneno. Sin embargo, ¡esto es falso!, porque la distinción
entre condiciones necesarias y suficientes no es relevante, ya que ambas son
causas de la muerte, simplemente una (el veneno) es más rápida en el tiempo que
la segunda (desconectar al enfermo).

Conclusión: si es verdad que no se puede justificar una acción


independientemente de sus consecuencias y circunstancias, entonces la distinción
entre eutanasia activa y pasiva carece de relevancia ética. Porque quien tenga la
intención de no matar al enfermo al desconectarlo del respirador, o no sabe lo que
hace o no desea aceptar las consecuencias de sus actos. Como no es posible
tener una intención (i.e., buena) distinta de las consecuencias previstas
(i.e., malas), entonces el médico es responsable de sus actos en ambos casos.

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Para finalizar, permítanme recordar las palabras de la filósofa española Adela
Cortina, quien ha propuesto que, si bien la eutanasia activa no puede ser
entendida como un bien en sí mismo, sí puede considerarse como una práctica
recomendable cuando la vida tiene un valor inferior a la muerte. En ese caso, se
considera la eutanasia como una excepción a la regla que dice: provocar la
muerte de una persona es algo inaceptable (Garibay, 2020)

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La pobreza crónica en América Latina y el Caribe»

La crisis económica que atravesaron algunos países de Europa a finales de la


década pasada fue la consecuencia de graves problemas en el ámbito financiero,
inmobiliario y de producción. En España, por ejemplo, se trató de una situación
comparable a los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, con un altísimo
número de personas desempleadas, y un gobierno que no estaba en condiciones
de combatir estos problemas. Sin embargo, según un reciente informe del Banco
Mundial, varios países en América Latina y el Caribe siguen inmersos en una
realidad alarmante, con un alto nivel de pobreza en las zonas rurales.

En los últimos años se han llevado a cabo todo tipo de estudios internacionales
dedicados a analizar la pobreza crónica y sus efectos. Al margen de variables
estadísticas, no cabe duda que su mayor problema es la desesperanza que
provoca en las personas afectadas, quienes se ven obligadas a subsistir con ella.
Este componente tiene una capacidad de transmisión intergeneracional,
incrementando en intensidad de acuerdo a las dificultades e impedimentos que se
presentan en el ámbito de la salud y educación.

Los niños y niñas que crecen en este contexto, donde hay una carencia de
recursos materiales y emocionales, encuentran serias dificultades para prosperar
en el futuro. Sus familias enfrentan todo tipo de limitaciones y obstáculos,
quedando privadas de sus derechos básicos e interfiriendo con su desarrollo físico
e intelectual.

Las causas de la pobreza a nivel individual están relacionadas a las aptitudes y


oportunidades que tiene determinado individuo para garantizar sus necesidades
fundamentales. Pensando en esto, los gobiernos deben promover que se
implementen trabajos dignos con remuneraciones adecuadas, así las personas
afectadas por la pobreza podrán cubrir aspectos como la alimentación, el
alojamiento, la educación y la salud.

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Por otro lado, cuando se habla de la pobreza como problema generalizado dentro
de un país, existen variables mucho más complejas. Las nuevas tecnologías y su
implementación en la sociedad son una parte esencial en este aspecto, pues
favorecen la producción de artículos de consumo y uso cotidiano de una manera
más rápida y eficiente. Aquí también se encuentran los avances científicos en el
ámbito de la medicina, que permiten ofrecer una mejor calidad de vida a los
grupos menos favorecidos, ya sea mediante el desarrollo de vitaminas o
alternativas nutricionales.

Es importante que en América Latina y el Caribe se dediquen esfuerzos y recursos


a combatir la desigualdad, más allá de interpretar cifras sobre los niveles de
pobreza y concentrarse en el debate público al respecto. El crecimiento económico
debe estar acompañado de políticas enfocadas a una justicia social, donde todas
las personas puedas acceder a las necesidades básicas y tengan la oportunidad
de salir adelante. (Injoque, 2017)

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El grafiti es un arte

La palabra grafiti proviene del italiano grafito o de expresión artística. El grafiti es


una de las expresiones de arte urbano más populares y características de la
actualidad, este se realiza en paredes o muros de la calle (Diccionario de arte,
2015). Ferrell J. (1996) menciona que esta práctica se caracteriza por romper las
reglas estéticas, puede tener diferentes objetivos en lo que respecta a la razón de
su realización, mientras algunos son meramente artísticos, otros son
formulaciones políticas, de protesta o simples mensajes sin mayores pretensiones.
Estas tendencias dejan claro el desarrollo de nuevas formas de arte y cambios en
la sociedad, por ello es importante saber reconocerlo y apreciarlo.  El propósito
que se persigue al elaborar este ensayo es exponer argumentos y
contraargumentos que permitan identificar que el grafiti es un arte, por ello se
expondrán los siguientes puntos: el grafiti, ¿arte o delito?, la aceptación de esta
expresión artística en la sociedad y la relación existente entre el grafiti y el
crecimiento de la violencia. La tesis que se pretende probar es el hecho de que el
grafiti es un arte.
     
Algunos autores están convencidos de que el grafiti es un arte, en opinión de
Andrés Cuanás (s.f., p. #2), director editorial de NeoStuff, “el grafiti es un arte que
puede embellecer el entorno y al mismo tiempo se puede plasmar el punto de vista
de alguien.” El mismo autor establece que existen muchos tipos de grafitis que
cuentan con un alto grado de complejidad y plasman algo que en realidad se
puede apreciar.

Por su parte, existen opiniones que consideran que esta forma de arte debe ser
tipificada como delito. Alfonso Martínez Alcázar (2006), diputado panista, añadió
que la expresión denominada grafiti no debe ser considerado arte cuando aquellos
jóvenes –artistas o no- reincidan en prácticas vandálicas o a los que afecten el
patrimonio de particulares, así como el que afecte los monumentos y edificios
públicos.

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En lo que respecta a la aceptación de tal arte en la sociedad, Gonzo (2015, párr.
#5), conocido como el mejor grafitero de Houston, menciona que “el grafiti es un
arte que se ha hecho menos, dado que es callejero y se le ha atribuido de forma
errónea un carácter de ilegalidad.”  Mencionó que en los Estados Unidos de
América se abrió el primer museo acerca del grafiti y arte callejero, hecho que es
un gran avance, ya que permite que más personas puedan cambiar su mentalidad
y concepto del mismo.

No obstante, Leandri (2012, p. #3) opina que “el grafiti es el grado cero de
violencia, el más pequeño vandalismo posible”, y que pretender aceptar el grafiti
sin su esencia de ilegalidad es no entender una de sus causas básicas de
producción.
El siguiente punto a tratar es la relación existente entre el grafiti y el crecimiento de
la violencia. En el 2005, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, aseguró que
cuando se logra una recomposición social en un barrio, delegación, colonia o
municipio, disminuyen los índices de violencia y de intranquilidad. Tal es el
ejemplo del barrio de Palmitas en Pachuca, el cual contaba con un alto grado de
inseguridad que ha ido en descenso por el macro mural realizado en dicha zona
(Noticiero Televisa,2015).
Mientras tanto, otros aseguran que este tipo de arte ocasiona miedo en los
residentes. Según encuestas realizadas por la Secretaría de Turismo en México
en el 2014, el grafiti disminuye la sensación de seguridad de los ciudadanos,
además de ocasionar que las propiedades se desvaloricen y se reduzca el
crecimiento del turismo.
El tema que se aborda en este ensayo cobra particular importancia en función del
número creciente de personas que practican esta forma de expresión. Con base
en los argumentos y contraargumentos expuestos es posible corroborar la tesis de
que el grafiti es un arte. Actualmente organizaciones como Graffity Artpro (2014,
párr. #4) han venido informando sobre el impacto que está generando esta
corriente artística en la sociedad. En resumen, el grafiti por naturaleza un arte, un
fenómeno simultáneo de creación y destrucción. ( Zavala Villafuerte & Ledon

Hurtado, 2015)

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Bibliografía
Zavala Villafuerte, A., & Ledon Hurtado, C. (18 de Noviembre de 2015). Porafolio.
Obtenido de Portafolio: https://portafolioevap.weebly.com/ensayos/el-grafiti-
es-un-arte
Garibay, G. J. (25 de Febrero de 2020). revistas.juridicas.unam.mx. Obtenido de
revistas.juridicas.unam.mx:
https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/hechos-y-derechos/article/
view/14389/15551
Injoque, J. (19 de julio de 2017). ensayoscortos.com. Obtenido de
ensayoscortos.com: https://ensayoscortos.com/ensayo-sobre-pobreza/

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