CAPITULO Cantar A Cafayate

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“Cantar a Cafayate”.

Lo calchaquí, paisaje y región en los 70s

Irene López
ICSOH- CONICET-UNSa

Andrea Villagrán
ICSOH-CONICET-UNSa

Por todo esto les canto


con las manos abiertas,
para que con sus lágrimas
el rocío amase el barro de las tinajas
y el dolor de las bagualas;
para que toda la miel, que encierran sus racimos,
llegue hasta las bodegas de mi sangre
llenándome de paisajes y de sombra nueva.

“Canto a las viñas cafayateñas”, José Ríos

Deja que beba en tu vino


la savia cafayateña

“La arenosa”, Manuel J. Castilla/ Gustavo


Leguizamón

I.
Ubicada en el Valle Calchaquí, Cafayate constituye actualmente un centro de
producción vitivinícola y un polo de atracción turística. Entre las cualidades que se atribuyen a
este espacio se despliegan una serie de elementos asociados al paisaje, cerros, montañas,
quebradas; a las bondades del clima y la intensidad del sol; a la calidad de los vinos; a la
elaboración de artesanías y a la creación poética y musical. Ese repertorio de elementos
convergen en la configuración de los Valles Calchaquíes como una región unificada por
atributos naturales y culturales.
Cada año, esta localidad salteña del norte de Argentina, es escenario de uno de los
espectáculos de música folklórica de mayor trascendencia en la provincia. Dicho evento,
conocido como “Serenata a Cafayate”, tuvo su primera edición los primeros días de febrero del
año 1974 y, desde entonces, fue convocando cada vez mayor cantidad de público a la par de su
creciente posicionamiento como centro turístico y a la cristalización de una forma de concebir y
caracterizar el espacio calchaquí.
Sin embargo, si bien es posible delimitar una región de acuerdo a criterios geográficos y
políticos, en ningún caso ésta puede ser asumida como un dato. En tal sentido, acordamos con

1
aquellas propuestas que invitan a su problematización,1 prestando atención a los procesos
históricos de constitución y nominación que involucran tanto prácticas sociales como
formulaciones discursivas cambiantes y contingentes. Visto así, la delimitación de la región, y la
concomitante atribución de rasgos definitorios y constitutivos, responden tanto a ciertas
empresas intelectuales y culturales como a intereses políticos y económicos que requieren ser
analizados.
El recorrido que proponemos en estas páginas apunta a indagar la construcción de ese
espacio como región cultural y los sentidos implicados en su configuración en torno al paisaje,
el vino, la poesía y el folklore. Recuperamos para ello la propuesta de P. Descola (2001) quien
advierte la necesidad de considerar el modo en que se construyen socialmente las concepciones
de la naturaleza en relación a determinaciones histórico-culturales. Esto, necesariamente, nos
exige establecer líneas transversales de lectura entre diversos registros y discursos que permitan
abordar tal proceso de larga construcción, partiendo de que en esta creación se recuperan
elementos ya disponibles que - desde fines del siglo XIX y a través de las producciones de los
precursores de los estudios folklóricos- se van sedimentando en ciertas imágenes sobre los
Valles Calchaquíes en una clave de correspondencia entre unidad natural, cultural e histórica.
A la vez, como producto de trabajos previos (Villagrán y López, 2015a, 2015b y 2016),
y en el marco de investigaciones en curso,2 tenemos en cuenta la emergencia de la Serenata a
Cafayate, tanto en esa configuración de una región cultural como también su ubicación en
procesos más amplios de transformación social y económica que se están produciendo en los
Valles Calchaquíes durante los años 70. Precisamente, en un contexto de transformaciones,
reclamos sociales y conflictividad (Villagrán y López, 2015b y 2016) que emergen de
reestructuraciones del sistema productivo y de la redefinición de los vínculos entre patrones y
peones y en las formas de acceso a la tierra, resulta ineludible preguntarse por el modo singular
de delimitar y caracterizar esta región, tensionando las representaciones que sustentan una idea
de naturaleza en tanto que “paisaje” y el tono celebratorio presente en la Serenata, con el
complejo escenario social de los valles en los años 70.
Continuando esa línea de indagaciones, y retomando el sentido de “regalo”y “agasajo”
hacia el pueblo de Cafayate con el que sus primeros gestores enunciaron el propósito de la
Serenata (Villagrán y López, 2015a), acá abordamos el análisis de una serie de publicaciones
tituladas Cuadernos de Serenata que fueron realizadas en el marco de ese evento entre 1974 y
1980, periodo en el cual el mismo fue organizado y auspiciado por Bodegas Etchart, quedando
luego bajo la órbita de la gestión municipal. Esta convergencia entre sectores empresariales
vinculados a la producción vitivinícola y a la promoción de eventos culturales, junto al
desarrollo del turismo y folklore, torna altamente significativo ese período inicial, de gestación
del evento, en la medida en que da cuenta de una confluencia de diversos agentes, prácticas e
intereses puestos en juego en la configuración de esa región cultural. La palabra poética y el
canto convocado en dichas publicaciones, constituyen un corpus de análisis cuyo interés reside
en su doble dimensión de registro y obra paradigmática a partir de la cual leer y reconstruir el

1
Ver Kaliman 1993, 1999 y 2003; Pantaleón, 2009; Villagrán, 2013.
2
Proyecto CIUNSa 2211 y CIUNSa 2440, como también en el marco de la investigación que cada una de las autoras
lleva adelante en CONICET.
2
proceso de producción del espacio calchaquí y de la región desde un repertorio de imágenes,
atributos y valoraciones.
De acuerdo a ello, es posible visibilizar y contrastar diversas operaciones y dimensiones
implicadas en la configuración de la región. Desde lo discursivo, que muestra una región
cantada y celebrada, como también desde las relaciones sociales y de producción que conforman
una región vivida, construida en el marco de jerarquías, asimetrías y diferenciales de poder
históricas. La contrastación de esas dimensiones, en sus tensiones e intersecciones, no persigue
el propósito de mostrar una relación dicotómica sino, muy al contrario, avizorar la complejidad
que las delimitaciones fijas y estáticas conllevan, intentando hacer visibles mediante este
análisis las diversas y contingentes demarcaciones en que se mueven esas construcciones del
espacio y su paisajización.
Para el análisis que realizamos partimos de considerar que la Serenata se presenta como
un rito de institución o consagración (Bourdieu, 1993), tomando una clave de lectura que
enfatiza sobre el poder creador -performativo- que tienen los eventos rituales, su tendencia a
consagrar y legitimar -o a reconocer como legítimo o natural- un límite arbitrario. Institución
que consiste, así, en asignar propiedades de carácter social que aparecen como propiedades de
carácter natural. Sugerimos que en esa interrelación, este evento se instituirá como
representativo de la región que consagra, es decir, la serenata se inserta en el mapa nacional de
los festivales de folklore como exponente y representativo de un lugar particular, de ese espacio
regional y, a la vez, tal evento es sustantivo para la configuración y reconocimiento de ese
espacio como una región.

II. Lo calchaquí y la región cultural

La configuración simbólica del espacio calchaquí como una región unificada por
atributos “naturales” y “culturales” va teniendo lugar en el marco de un largo proceso, como
antes señalamos, con significativos momentos entre fines del siglo XIX y la primera mitad del
XX, donde se postulan distintos discursos y fórmulas que ofrecen argumentos para explicar el
“modo de ser local”. Una de ellas es la asociación entre esa geografía-ambiente natural y sus
habitantes y la transferencia y extensión de atributos de uno sobre el otro. Entre esas
explicaciones que se ensayan nos detendremos particularmente sobre dos que consideramos
fundamentales, puesto que identificamos allí postulados y elementos que cobran centralidad en
la imagen de la región Calchaquí que se consagra a través de la Serenata en los años 70s. En esa
operación creadora, -por el efecto de unificación que la sanción de su existencia genera-, se
recuperan discursos e imaginarios ya circulantes que podemos vincular a las producciones de
dos destacadas figuras de los estudios folklóricos, a J.B Ambrosetti y a A.R. Cortazar.
Al igual que el papel central que juegan los viajes y los relatos de viaje realizados entre
fines del siglo XVIII y fines del XIX, -ofreciendo los elementos en base a los cuales irán
forjándose los primeros discursos nacionales e imaginarios acerca de la nación (Cicerchia,
2005)- , los relatos de los folklorólogos que recorren los Valles Calchaquíes realizan un aporte
significativo para la constitución de tal espacio como una región cultural, creando un repertorio
de imágenes y elementos sustantivos para su unificación.
En los trabajos de J.B Ambrosetti de 1895 y 1896, pueden advertirse un conjunto de
3
rasgos que se identifican y destacan como intrínsecos a ese espacio, que por entonces ya se
define como “región calchaquí”. La denominación, viene dada por la relación que se establece
entre los habitantes de ese Valle y su pasado. Ambrosetti sostiene que “La población actual de
los valles pertenece en su mayor parte a los restos de aquella raza de valientes”, de allí que este
precursor de los estudios folklóricos aspire a dilucidar los “puntos obscuros del folklore
calchaquí” buscando “dar cuenta” del pasado de esos “indomables indios que supieron luchar
con rara energía contra el invasor español” (1895:41). Continúa en la descripción, y sostiene:
“La región calchaquí, como medio, no puede ser más apta para la lucha por la vida, ingrata
como es, con montañas áridas, desoladas, en las que solo se eleva magestuoso el espinudo
cardón…”(1895:42). Añade a ello que, para sobrellevar la vida, la lucha por el agua es
permanente, y que los calchaquíes deben disputar su alimento a la naturaleza inclemente con
sacrificios múltiples...forzados a trepar cerros, a bordear precipicios, siempre pobres y esclavos
de una vida de labor sin descanso…”. Todo lo cual le permite concluir que “por tanto han
debido ser un pueblo viril y rudo”(1895:42).
En esta primera estampa que ofrece, quien luego será reconocido como el padre de la
ciencia folklórica, explica el modo de ser de este pueblo por las características de su geografía,
por una naturaleza hostil que los acecha y se les impone. Así concebida, esa naturaleza
amenazante, impredecible y también ingobernable, no puede más que constituirse en receptora
de atributos negativos, a los que Ambrosetti describe como: “clima parco en lluvias” donde la
“aridez es desesperante”, con “nevadas horribles que se desencadenan en las alturas”,
“precipicios cuya profundidad espanta” y “montañas abruptas que oprimen el pecho”. Así,
dadas las características del entorno ambiental, “perseguidos sin cesar por la adversidad de esa
naturaleza tan indomable como ellos” (1895:42), los calchaquíes habrían forjado su fortaleza y
valentía, y un inigualable temple guerrero.
Esos distintos elementos mencionados: montañas, clima, vegetación, fauna y ríos, se
integran en un concepto de naturaleza que ocupa un destacado lugar en los relatos sobre el Valle
que elabora Ambrosetti. Su modo, que abunda en descripciones minuciosas y de fuerte apego a
la observación directa, donde predomina el detalle perceptible visualmente -que incluso se
afirma en imágenes o dibujos en algunos casos para ganar verosimilitud-, responde a un estilo
que había predominado en la literatura de viajes y en el tipo de información que construye el
viajero quien, asimismo, se dejaba cautivar por la imponencia o majestuosidad de valles o
quebradas “que ofrecen un espectáculo variado”. En esas narrativas, si bien el imperativo de
rigor científico, y las bases positivistas, fundamentan la empresa de ampliación del horizonte de
lo conocido por la vía de la exploración, observación y registro directo, se cuelan también las
sensaciones, impresiones y pasiones de los expedicionarios, a la vez que se juegan sus
expectativas, compromisos y posicionamientos respecto a los proyectos, debates y dilemas de
época. En el contexto del Centenario de la independencia, en la búsqueda de las “raíces
profundas” y "auténticas", como principios para refundar la Nación, se redescubre el espacio
interior. Las provincias se constituyen en sitios de resguardo del “pasado vivo”. Los debates en
torno al gaucho y al indio, al origen hispano e indígena, y las fórmulas de mestizaje racial y
cultural ocupan el centro de la escena en la redefinición de los sentidos aglutinantes del “ser
nacional” y sus referencias culturales. Los "precursores" de los estudios propiamente

4
antropológicos, los naturalistas y folkloristas, exhuman restos del “pasado muerto” y descubren
los “pasados vivos”, desempeñando un significativo papel en esas discusiones.
Frente a ello, distintos autores han señalado el efecto de “desindianización” de los
Valles que provoca la perspectiva de Ambrosetti, al postular cierta desaparición de los Diaguitas
y estableciendo diferencias entre los indios que habitaron esas tierras en el pasado y la
población con la que se encuentra en sus expediciones.
También embebido de las preocupaciones de su tiempo, Ambrosetti exalta las riquezas
que la región que visita ofrece para el progreso económico de la Nación. Sostiene que “La
provincia de Salta es una de las más vastas y ricas que posee la república”, ya que en ella “todos
los climas se encuentran” y “todos los productos se desarrollan”. Entre el variopinto mapa de
regiones que identifica, en el marco de la conferencia titulada “La Industria vinícola de Salta” se
refiere especialmente a “la interesante región de la vid” o la “región del vino”, en cuyo centro se
encuentra Cafayate que, “situado en un ensanchamiento de ese histórico Valle, casi al pie de los
cerros y frente a él la reunión de los más importantes ríos, Santa María y Calchaquí, es el
departamento más rico y productivo que tiene la provincia” (Ambrosetti 1896:5). Cafayate es
además identificada como el centro de los Valles Calchaquíes, señalando que por el norte se
extienden poblaciones como: San Carlos, Molinos, Seclantas, Cachi, Payogasta, la Poma etc,
mientras por el sur abarca a la región del mismo nombre de las provincias de Tucumán y
Catamarca.
Este territorio recóndito es destacado como fuente de riqueza, pues Cafayate se
reconoce como una ciudad con una “culta sociedad” en la que se destaca a su “población
laboriosa y trabajadora”, la que “se ocupa casi de modo exclusivo de la plantación y cultivo de
la viña y de la fabricación de su tan renombrado vino” (1896:5). “La tierra a primera vista
presenta el aspecto más desolador: es una mezcla de arena y ripio, producto de la
descomposición de los cerros próximos, muy suelta y que nada produce sin agua”, pero también
agrega que en ese suelo hay gran masa de sustancias nutritivas que pueden aprovecharse de
disponerse del “precioso elemento” (1896:5).
La ”laboriosidad” de su gente y su carácter “industrioso” quedan de manifiesto en el
registro detenido de “los primitivos procedimientos” que han sabido transmitirse y conservarse -
para la poda o irrigación-, y el conjunto de tareas y actividades involucradas en el cultivo y
cosecha de la uva y en el proceso de fabricación del vino -incluyendo el trabajo artesanal que
involucra la manufactura de las diversas piezas que componen el instrumental para cada etapa
del proceso: el “trasiego”, “la pisada”, “extracción del mosto”, fermentación, confiriéndose así
a los habitantes de ese valle un lugar fundamental en la apertura hacia el futuro y el porvenir de
la región. Esas consideraciones fundan la valoración de Ambrosetti quien, vislumbra la gran
potencialidad de la vitivinicultura, de realizarse adecuaciones técnicas tendientes a modernizar
antiguos sistemas de cultivo y los procedimientos de elaboración -mediante la intervención de
especialistas y asesores- para un mejor y mayor aprovechamiento de los recursos allí
disponibles. Ese desarrollo también sería posible de efectuarse las inversiones necesarias en
caminos y comunicaciones para favorecer la comercialización.
Respecto a la evaluaciones y diagnósticos que elabora Ambrosetti es particularmente
significativo el lugar en donde se ubica a los sujetos respecto a la naturaleza, y el poder que se

5
les adjudica para intervenir sobre ésta para satisfacer necesidades. A través de la canalización
del agua y haciendo uso del sistema de riego por inundación se garantiza el riego mediante el
cual la aridez se fertiliza, y la producción de las vides es posibles. Esta capacidad
transformadora, que cobra la forma de conocimientos y habilidades, permite sobrepasar la
adversidad y la carencia.
Otro de los referentes, A.R. Cortazar, cuyas producciones sobre los Valles Calchaquíes
inician alrededor de los años 40s, también atribuye entidad a esa región en virtud de una
combinación única de atributos y cualidades, propios de un modo de ser definido por ese medio
natural. En “El Carnaval en el folklore Calchaquí” postula que “en el genio de toda esa gente
influía barbaridad la aspereza de sus eminentes serranías, y todos eran igualmente guerreros”
(1949:84). Aunque tanto la lengua cacana como la índole guerrera de ese pueblo habrían
desaparecido con el tiempo, fruto de la mestización, se advierte que sobreviven allí distintas
supervivencias de los diaguitas, que fundan un modo de vida y temple “cerril”. Frente a éste se
encuentra el folklorólogo en sus travesías por esas tierras, cuando recorre lugares previamente
visitados por Ambrosetti, como es el caso de la Hacienda de Molinos.
Sostiene Cortazar que, luego de la tremenda guerra entre nativos y españoles que se
prolongó hasta mediados del siglo XVII,una vez vencido el Cacique Juan Calchaquí y su gente,
pudieron tener lugar las encomiendas y se desarrolló la misión evangelizadora.. Posteriormente,
pasada la agitación que produjo la”invasión de Varela” en 1869, la vida en el Valle recobró la
calma: “Después de ese inusitado estremecimiento del ánimo colectivo, tornó la vida su ritmo
habitual. Vida sosegada, pero laboriosa” (1949: 94).
Desde la perspectiva de Cortazar, a partir de allí se desarrolla una vida en “armonía”
que tenía su expresión en las fincas y su mundo, unidad que constituye “el punto de apoyo
imprescindible para sugerir la realidad de la vida en el valle durante el último siglo” (1949:95).
Pese a que éstas “mantenían vívida la imagen del encomendero” y conformaban “un
conglomerado” donde perduraban intactos los modos “tradicionales” de relacionamiento,
presentaban mayor sensibilidad a los cambios sociales y económicos que “la existencia cerril y
primitiva que sigue impertérrita en su sencillez y en su penuria (1949:103).
La vida en el “aislamiento” de los cerros constituye para Cortazar la supervivencia de
un tiempo largo y profundo, fuera de la historia y al margen de las transformaciones sociales:

El tiempo, representado en el perfil de los cerros, inmutables como esfinges, desecha lo


fugaz y afianza lo eterno (...) La persistencia con que estas gentes se aferran a sus
modos de vidas tradicionales, no significa impotencia y derrota. Parece más bien
equilibrada adecuación de sus condiciones a su ambiente. Lograda esa armonía, se
tiende a mantenerla sin término...de allí que las características arcaicas subsistan hasta
la época actual (1949:104).

Esta fórmula explicativa del modo en que el pasado y el presente se funden, como en un
continuum ininterrumpido, introduce una dimensión de temporalidad conformada en torno a lo
cíclico de los procesos de la naturaleza, las estaciones del año y sus variaciones climáticas pero
también de los momentos de fertilidad y maduración en los animales y las plantas. Circularidad
ésta a la que se ata la reproducción de la vida y que sugiere que “el tiempo se ha detenido”.

6
Esa “armonía” conquistada permite una existencia frugal, con goces escasos [...]
perpetua estrechez, acosada por la tierra árida y los corazones yermos” (1949: 104). “La ley del
aislamiento, del silencio impera para el hombre”, donde el clima y la altura inciden sobre su
ánimo, tornándolos “replegados”, “lentos” y “supersticiosos”. Esas adjetivaciones mediante las
cuales Cortazar va prefigurando y definiendo el modo de ser propio del hombre vallisto, se
desprenden de una teoría explicativa de lo cultural y social a través de “lo natural”:

El medio determina modos de vida y acaso reacciones del temperamento, pero el


hombre a su turno presta al paisaje las modalidades de su alma, animiza los cerros, las
lagunas, las piedras, y por fin eleva la naturaleza hasta una divina jerarquía (1949:81).

Desde esta perspectiva, el modo de ser vallisto es producto de las restricciones del
ambiente cerril y se expresa en la mimética interrelación con la naturaleza, donde “los ranchos
se confunden con “el paisaje”, “de piedra, de barro, de paja, tal como el cerro mismo”
(1949:107). La humanidad se integra y desdibuja, en íntima y “promiscua” reciprocidad y
hermandad con la naturaleza -de la que toman todo lo imprescindible para la vida-, el “catre de
tiento” y el “cuero de oveja” para dormir, la infusión de yuyos para beber, el “poncho” y “el
puyo” de lana para abrigarse del frío, “las ramas de churqui espinudo” para cerrar los corrales.
La naturaleza así entendida cobra el sentido de medio de vida, que provee y ofrece lo
imprescindible. Mediante una fotográfica descripción, Cortazar retrata escenas de la vida diaria,
de las labores y faenas, el pastoreo de las majadas, el cultivo del suelo áspero, el hilado y tejido
de la lana, el curtido del cuero, entre tantas otras que le permiten sostener que: “esa vida tiene
que vencer el tiránico imperio de los trabajos de campo. La exigencia de “aprovechar el turno de
agua, el tiempo apropiado para la siembra, el viento favorable en la trilla, la parición del ganado
o la madurez de los frutos” (1949: 109). Esa tiranía explicaría el “temperamento apático y
replegado”, “ensimismado”, “impasible” y “adusto”, propios de la “resguardada serenidad” del
“hombre vallisto”.
Este conjunto de atributos que Cortazar adjudica al hombre vallisto como resultante de
la “adecuación” a la adversidad de la “vida cerril”, se extiende más allá del registro propiamente
folklórico y conforma el núcleo de las clasificaciones sociales y las tipologías regionales,
fundan ciertos estereotipos sobre la población de los valles y van a desplazarse por
representaciones que definen a la gente de esas tierras como “mansos”, “sumisos” e
“indolentes”. Estas construcciones de sentido contrastan y se tensionan con aquellas que -como
en los relatos de Ambrosetti- le confieren a la población un indiscutible carácter guerrero y
laborioso. Estas tensiones entre dos modos de definir a los habitantes y al modo de ser vallisto,
también se manifiestan respecto a las cualidades y atributos de esa región natural, que en las
primeras imágenes - y registros- es valorada como fuente de riquezas y recursos, dadas las
bondades de su suelo, pero también por la aridez y hostilidad de su clima. En el discurso
fundacional y de promoción de la Serenata, estos campos de fuerza opuestos se matizan cuando
ganan centralidad ciertos componentes simbólicos de carácter mágico o sobrenatural, donde “el
paisaje” deviene espacio encantado por la presencia de seres mitológicos –los duendes- y con
los efectos, siempre beneficiosos y mágicos, del vino –que brinda alegría y cura de amores. Esta
visión encantada habilita una redefinición de la naturaleza, de los elementos y propiedades que
7
la definen y junto a ello de los vínculos posibles con lo humano y las fuerzas y potencias
sobrenaturales.
Como puede advertirse, el proceso de transformación de la naturaleza en paisaje se
despliega mediante distintas operaciones de construcción de sentido, en las que se ven
implicados actores diversos. Entre estas, la experiencia del viaje -y su registro en los relatos-
son operaciones fundamentales, así como el fenómeno del turismo que habilita el encuentro
entre los sujetos foráneos -principalmente procedentes de los centro urbanos y ciudades- y los
lugares distantes y desconocidos, con espacios rurales. Ese encuentro, que motiva el
desplazamiento del visitante a través de extendidas distancias, supone un extrañamiento y
separación frente a la naturaleza para que las formas posibles de interacción se reduzcan a una
actitud contemplativa asociada al placer y fundada en una valoración estética de la naturaleza
como belleza. La construcción del territorio como paisaje media su transformación en un objeto
amable, en fuente y expresión de gozo. Así, sostiene Masotta, “el paisaje es concebido como un
conjunto armónico de elementos de la naturaleza” (2007:10).
Esta clave de valoración como belleza, junto a los encantos y atractivos conferidos al
paisaje, que predominarán en los años 60s y 70s en el modo de referirse a la región calchaquí,
invisibiliza/oblitera el carácter social de esa naturaleza -su aprovechamiento en tanto medio de
vida- omitiéndose así la dimensión conflictiva que supone toda distribución y los mecanismos
de acceso a ésta, y los derechos y nociones de propiedad que lo regulan. En el momento que esa
tierra se consagra como paisaje y objeto de admiración, contemplación y disfrute del
viajero/turista/foráneo, a nivel local están teniendo lugar profundas re-estructuraciones en las
fincas vitivinícolas, en la forma de organizar el trabajo y las relaciones de producción dentro de
la principal actividad económica. Junto a ello se incrementan las restricciones para el acceso a la
tierra, las familias de peones -que bajo la forma de trabajo residencial- vivían en las fincas son
impulsados a “salir” y a “relocalizarse”, re-definiéndose así los engranajes centrales de un
“sistema tradicional” en cuyo núcleo se encuentra la configuración de poder patrón-peón,
aspectos que analizamos en profundidad en trabajos previos (Villagrán 2012, 2013 y Villagrán y
López 2015a y 2016). Asimismo, los peones se encuentran organizados y sindicalizados como
trabajadores, participan de movilizaciones y realizan denuncias en los medios de comunicación,
al punto que en 1972 protagonizan medidas de protesta que alcanzaron trascendencia nacional
bajo la denominación “animananzo”.
De allí la relevancia de considerar la emergencia de un evento de carácter festivo, la
Serenata a Cafayate, en su vinculación con el proceso de paisajización y en el contexto de las
profundas transformaciones sociales que se están llevando a cabo en los Valles en un clima de
cierto malestar. En la Serenata, el discurso en torno al vino, el folklore y la tradición se
conjugan para configurar la imagen del Valle como un oasis idílico en el corazón de un árido
clima, un lugar para el romanticismo, la distracción y el disfrute. Construcción que al mismo
tiempo colabora en la proyección de una imagen de sociedad armónica y equilibrada, donde
cada quien se asumiría pasivamente y con resignación en el lugar que le toca ocupar, como
trabajador-peón, o como propietario-patrón.

III. Cantar a las “mágicas sugestiones” de los Valles

8
Todo lo reseñado en el anterior apartado permite articular esas matrices de sentido con
el surgimiento de la Serenata a Cafayate y, especialmente, con un conjunto de publicaciones que
se realizaron a partir de concursos poéticos convocados y auspiciados por Bodegas Etchart y por
la Fundación Carmen Rosa Ulivarri de Etchart -en 1979 y 1980.3 El sello distintivo de ese
auspicio se concretó no sólo en la organización de estos concursos sino también en la edición de
las obras premiadas que se difundieron bajo el título de Cuadernos de Serenata.
Si bien en ese período estas acciones de promoción del canto y la poesía formaban parte
de la totalidad de la Serenata a Cafayate, las convocatorias, premiación, edición y publicación
de los cuadernos constituyen un tipo de circulación restringida, por vías diferentes a las del
festival en un escenario público que apelaba a la participación “de todo el pueblo como
protagonista”.4 La presentación de los Cuadernos de Serenata no se realizaba en escenario
público, sino en cenas organizadas por el bodeguero Arnaldo Etchart de las que participaban
invitados especiales.5 De modo que definía un tipo de circuito ilustrado, legitimado en el marco
de la institución literaria, en el que los premios operaban en un doble sentido: por un lado,
posibilitando el reconocimiento y consagración de los poetas; por otro, y simultáneamente,
construyendo un aura de prestigio en torno a quienes convocaban y premiaban. A través de la
actuación de algunos nombres y figuras ya consagradas en el ámbito literario provincial y
nacional, como M. Castilla, C. Perdiguero, W. Adet, esta iniciativa inviste de reconocimiento y
prestigio a la Serenata y a sus organizadores.
En un contexto celebratorio y de agasajo, que es como concibieron la Serenata sus
gestores, “Cantar a Cafayate” a través de la poesía integra un conjunto de acciones orientadas a
rendir homenaje, ofrecer un “regalo” al pueblo y propiciar alabanzas. En trabajos previos
(Villagrán y López, 2015a) interpretamos este evento -y, en ese marco, a estas convocatorias- en
una dinámica de “dones” y “contra-dones”6entre patrones de fincas y peones rurales y en
vinculación con una festividad agrícola que le precede, la Vendimia, cuyo sentido primigenio
consistía en agradecer la fertilización de la tierra y celebrar la cosecha de los frutos para la
elaboración de vino. Las fechas de estas celebraciones también coinciden con las festividades
del carnaval. Asimismo, otras prácticas previas se encuentran re-articuladas en la celebración de
la Serenata, como las guitarreadas en veladas y asados en las salas de las fincas entre un grupo
selecto de invitados, y la práctica de la serenata nocturna como canto de cortejo amoroso.
Los ejes temáticos propuestos en cada una de las convocatorias tuvieron un tono
laudatorio: cantar a la región, al paisaje, a la naturaleza, a las viñas, al vino, a la música y las
coplas. Los prólogos de cada cuaderno, a cargo de César Fermín Perdiguero, muestran los
objetivos de esta iniciativa en la que “los poetas de la región fueron invitados a cantarle a las
3
El rol de Arnaldo Etchart en la gestación de este evento, en un contexto de transformaciones productivas y
económicas, de reconversión de los mecanismos tradicionales de relacionamiento social y de producción vitivinícola,
fue trabajado en Villagrán y López 2015a.
4
El discurso de los gestores de este evento enfatizaba su condición de “regalo para el pueblo” (Ceballos 2010). Esto
fue trabajado en Villagrán y López 2015a.
5
El Cuaderno de Serenata Nº 1 se presentó en el marco de la 3º Serenata, en 1977, en una cena ofrecida por Arnaldo
Etchart.
6
Integrada en una densa red de intercambios económicos y extra-ecónomicos en donde circulaban bienes de distinta
naturaleza regulados por derechos y obligaciones recíprocas entre las partes.
9
mágicas sugestiones de este entrañable universo vallisto”,7 asociando el certamen con una
práctica medieval y caballeresca–las justas poéticas, donde “se alzan las voces de los
triunfadores de la justa”.
De ese modo, el concurso actúa en forma análoga a la práctica cortesana en la que se
funda el evento: una serenata como canto nocturno de cortejo hacia una mujer, ahora extendido
hacia Cafayate (Villagrán y López, 2015a). La selección de los temas da cuenta de una
gradación que partiendo del canto a la naturaleza y el paisaje de Cafayate,8 prosigue con la
alabanza a las viñas y la producción de vino, incorpora luego la labor artesanal de la alfarería
con el tema “Coplas de las tinajas” y culmina con la “Cantata Cafayateña”, una obra poético-
musical en la cual se invitó a participar a reconocidos músicos y poetas.9
En su conjunto, estas publicaciones son una muestra de la construcción de la naturaleza
como paisaje, ofreciendo una serie de elementos que funcionan como diacríticos y contribuyen
en la institución y legitimación de la región en clave de paisaje, vino, música y folklore, junto a
nociones en torno a lo mágico.10 R. Kaliman distingue los rasgos y motivos recurrentes que se
asocian al espacio calchaquí en las letras del folklore moderno, organizándolos según tres
criterios interrelacionados: la perspectiva urbana, el discurso turístico y la industria vitivinícola
(2003: 449-451). La contemplación de ciertos elementos de la naturaleza, especialmente el
cielo, el sol y la luna, van a constituirse como fuente principal de rasgos diferenciadores del
espacio calchaquí -a propósito, recordemos que la práctica de las serenatas se realizaba a la luz
de la luna, en tiempos previos a la instalación de la luz eléctrica. Claramente, estos atributos del
paisaje son los que se explotan en los discursos de promoción turística, ya presentes en un
número especial sobre los Valles Calchaquíes de la Guía Turística Argentina de 1973, allí se
sostenía que “A lo largo de toda su extensión los “valles” van conformando un conjunto de
regiones, donde la inagotable imaginación creadora se ha volcado con una vitalidad y esplendor
digno de todo regocijo.Ha ensamblado, con una desconcertante sutileza estética, sobrecogedores
paisajes. En su atravesamiento todo es sugestión y misterio”.
En esa línea, los poemas que integran los Cuadernos de Serenata dan forma a una

7
En ese tono, las poesías seleccionadas en Cuadernos de Serenata 1 llevan como título “canto”, “serenata”,
“canción”.
8
El primer concurso tuvo como eje “Canto a Cafayate” y en él actuaron como jurados Walter Adet, Raúl Aráoz
Anzoátegui y Carola Briones. Se presentaron cuarenta y nueve poemas, de los cuales resultaron premiados “Canto a
Cafayate” de Jorge Díaz Bavio con el 1º premio, “Serenata a Cafayate” de Benjamín Toro el 2º, y “Cafayate” de
Mario Ernesto Villada con una mención especial. La edición del primer cuaderno de Serenata se concretó en 1977 y,
además de las obras premiadas, se publicaron otras seleccionadas por Manuel J. Castilla.
9
Fue una “convocatoria por invitación” a músicos y poetas de reconocida trayectoria en diversos estilos: participaron
H. Stamponi y H. Ferrer, Homero y Virgilio Expósito, H. Lima Quintana y Eladia Blázquez, Dino Saluzzi y C. H.
Aparicio, J. J. Botelli y J. Ríos, G. Leguizamón y M. J. Castilla, L. Nievas y A. Petrocelli, Hilda Herrera y A. Nella
Castro. La zamba “Amores de la vendimia” de Leguizamón y Castilla fue la composición que obtuvo el primer
premio. Las partituras fueron editadas por Editorial Lagos y en 1981 el sello Philips editó un LP con las canciones
interpretadas por distintos grupos y solistas, como Los cantores del Alba, Los Tucu tucu, César Isella, Los cantores
de Quilla Huasi, Raúl Lavié, Eduardo Madeo, Zamba Quipildor, Fernando Chalabe, Ángela Irene, Cantoral, Eduardo
Falú y Los Arroyeños.
10
Como manifiesta la crónica realizada por E. Ceballos, con la Serenata “se abría la puerta de la total alegría, para
que pasen los duendes, los grillos, las guitarras, el canto por el escenario "Payo Solá", en homenaje al bandoneonista,
churo carpero de Salta. Se encendía la noche de canciones hasta que sorprendía la madrugada con un chorro de luz
clara.” (2010: 26)
10
construcción imaginaria e idealizada del espacio calchaquí desde el tópico del locus amoenus.11
“Serenata a Cafayate” (José Ríos) condensa toda una serie de elementos recurrentes para la
caracterización del espacio -tierra blanca, sol blanco, arena blanca, noches blancas, celeste cielo,
estrellas luminosas, luna, río calchaquí y médanos-, la mención de los animales característicos
de la zona -quirquinchos, vicuñas, cóndores- y de los frutos de la tierra –racimos, siembras,
pimientos. El espacio queda también delimitado en su asociación a un pasado fuera de la
historia –sordos antigales, viejos habitantes-, a la música –cantos, bagualas doloridas, quenas- a
lo mágico –coquena- y, desde luego, al vino. Estos mismos elementos se reiteran en “Coplas” de
Julio César Ulivarri - “cuando a tu valle regreso/ atávico Cafayate… (Luna, arena, noche, viña,/
no me quiten esta niña!)”- y en “Cafayate amor” de Hugo Guantay – “Este es mi pueblo de
viñedos/(…)/ donde vive el sol, / el amor, el vino…/ y los duendes asombrados de la siesta”. El
espacio se construye también en analogía con la música –“Cafayate es la guitarra/ donde el
viento canta lejos/ el cancionero vallisto/ que le sube desde el pueblo” (Ariel Petrocelli,
“Serenata a Cafayate”)-e inclusive como un paraíso terrenal – “El que nace en Cafayate/ sin
morir conoce el cielo/ que conoce aquí en la tierra/ donde Dios dejó el aliento” (Ariel Petrocelli,
“Serenata a Cafayate”). En esa conjunción de elementos destacados, “Canción para Cafayate y
un tiempo de Vendimia” de Sergio Rodríguez, construye como destinatario al turista, al
visitante, al que designa como un “viajero memorable”: “Si quieres conocer esa comarca/donde
el cielo es azul y más profundo,/donde el sol y la luna todo abarcan/ y descubres umbrales de
otro mundo/ Levántate viajero memorable/ busca en tu norte la celeste huella/ y asómate a la luz
de Cafayate/ para beberte la primera estrella.” La apelación a un destinatario construido como
viajero, aunque no se reitera en otros poemas, no deja de ser significativa porque permite
contraponer una mirada y una percepción diferenciada entre el sujeto que contempla y el sujeto
que habita los espacios, además de ofrecer ese espacio y la experiencia del viaje como objetos
de consumo cultural.
La construcción de la naturaleza como paisaje parte desde una mirada asombrada ante la
inmensidad de la geografía natural y sus formas. Esto puede leerse en el poema de J. Díaz
Bavio, donde el enunciador construye su canto de alabanza partiendo de una imagen mental:
“Te pienso, Cafayate, entre racimos/ voy por tus mujeres y tus vinos/ a tierra promisoria”. Y ese
pensar-imaginar el espacio se remonta a su génesis:

Aquí Dios hizo almácigo y semilla,


tentó su mano grave y fue tu arcilla
moldeando su escultura.
La Sierra del Cajón
y el Pico Colorado,
tomaron la estatura
del paisaje en embrión.
(Acaso emocionado,
Abrió a la luz tu libre maravilla).

11
Con esa denominación se reconoce un antiguo tópico literario que representa un lugar ameno, feliz, armónico, el
edén o una “edad de oro” (Marchese y Forradellas, 2007: 249).
11
Esta imagen se reitera en “Canto a las viñas cafayateñas” de José Ríos, poema
merecedor del 1º premio en la segunda convocatoria:

Dios estuvo aquí


Cuando plantaron la primer semilla,
o el gajo padre;
cuando sus tallos se abrieron sobre los arenales;
cuando el valle sintió,
desde el lecho de sus aguas enterradas,
que nacía el fruto más antiguo
de la tierra.

De esa manera, ya en su génesis este espacio ha sido consagrado por la mano de Dios
que hizo posible no sólo la majestuosidad del paisaje, sino por añadidura, del vino, como puede
leerse en “Cafayate Amor”, de Hugo Guantay -“quiero cantarte, tierra mía, /en cada uno de tus
milagros. /En el milagro del pan. /En el divino milagro del vino. (…) ¡Oh, Dios, qué grande fue
tu mano/ en esta tierra!”- o en “Serenata a Cafayate”, de Ariel Petrocelli – “En su tierra
Cafayate/ guardó la luz de las uvas/ para entregársela al vino/ que nos trepa y nos alumbra”.
A partir de ese relato de génesis se configura otra de las representaciones más
emblemáticas de este espacio, centrada en la asociación entre tierra-mujer-viña:

Los medanales dieron paso a las simientes bíblicas;


crecieron los pámpanos en la mica salitrosa
y el hermoso sol del valle calchaquí
se hundió hasta las raíces de las parras
para que en cada verano
sus senos se llenaran de luz y de dulzura.
(José Ríos, “Canto a las viñas cafayateñas”)

Esta construcción también se presenta en otro poema de José Ríos, “Serenata a


Cafayate”, donde los racimos de vid se describen como los “primeros senos de la tierra”. Esta
imagen se halla en sintonía con el tema convocante para el concurso llevado a cabo en tercera
edición de la Serenata a Cafayate en 1977, cuya publicación constituye, en palabras de C.
Perdiguero, “el zumo de una nueva vendimia. La flor de otra siembra de poesía derramada bajo
los altos cielos calchaquíes, sobre el entrañable, mágico continente de la heredad cafayateña.”12
La imagen de la tierra y lo femenino como fertilidad y nutrición se enlaza con otra
construcción del espacio: la de “tierra promisoria”, que enfatiza su riqueza y su potencialidad
productiva. Esta representación podría tener un punto de conexión con la perspectiva ofrecida
por J. B. Ambrosetti sobre la posibilidad de “progreso” de la región. La diferencia radica, sin
embargo, en que en estas construcciones poéticas del espacio se ha desdibujado la labor
humana.
La vinculación entre elementos del mundo natural, productos de la industria humana y

12
El primer premio de esta convocatoria fue para “Canto a las viñas cafayateñas” de José Ríos. Actuaron
como jurados del certamen Juan José Coll, Antonio Nella Castro y Walter Adet.
12
fluidos corporales -savia/vino/sangre- configura otro motivo recurrente que es el de la
consustanciación del sujeto con la tierra a través de la bebida. Una construcción paradigmática
del mismo se encuentra en “La arenosa” (cueca, 1963), compuesta por G. Leguizamón y M.
Castilla, cuyos versos -“Deja que beba en el vino/ la savia cafayateña”- dan cuenta de esa
asociación ubicando el acto de beber en un contexto ritual y sagrado:

Hasta tu boca subirá la lenta


prosapia añeja de los medanales
Y beberás con credo mitológico
La sangre de los dioses inmortales.
(Sergio Rodríguez, “Canción para Cafayate y un tiempo de Vendimia”)

Además de acto ritual de consustanciación con la tierra, beber vino de Cafayate es beber
su paisaje, como sugieren estos versos de José Ríos: “para que toda la miel, que encierran sus
racimos, / llegue hasta las bodegas de mi sangre/ llenándome de paisajes y de sombra nueva.”
(José Ríos, “Canto a las Viñas cafayateñas”).
Se unen a esta construcción en torno al vino elementos provenientes de una dimensión
mágica y misteriosa -“duendes del vino”; “duendes asombrados de la siesta” (A. Petrocelli ); “el
divino milagro del vino” (Guantay)-, en torno a su elaboración y a su consumo, enfatizando su
efecto catártico -“el que bebe de su vino/ gana sueño y pierde penas” (Leguizamón y Castilla,
“La arenosa”). Estas imágenes inauguran un modo de representar al vino como creación y no
como producción, donde lo mágico desplaza la laboriosidad del peón, borrando el trabajo, el
gran esfuerzo humano que implica su elaboración y el conocimiento y saber específico que
requiere. El vino “se hace solo”, tiene poder de autocreación y opera a la manera de la misma
naturaleza, auto-gestándose. Una representación cristalizada de tal concepción se desarrolla en
el poema “Nacimiento del Vino” de Jaime Dávalos, incluido en el poemario El nombrador
(1957).
El libreto del Museo de la Vid y el Vino en Cafayate13 se apoya en estas
representaciones del vino auto-gestándose y, de ese modo, invisibiliza el trabajo humano que
interviene para transformar la uva en vino, proceso que requiere de cuidados y tareas singulares,
omitiendo así también cualquier mención a las condiciones en que se realiza ese trabajo rural
(Villagrán, 2013). De tal modo, la construcción del espacio como paisaje establece una
distinción fundamental entre quienes viven, trabajan y padecen la adversidad de vivir en ese
entorno y aquellos que, desde un distanciamiento, tienen la posibilidad de contemplar ese
espacio y el poder para definirlo. Así, las relaciones de trabajo quedan invisibilizadas en tanto
esa percepción de la naturaleza es “un deleite del que no ha sudado ni se ha roto las manos para
construir ese espacio” perpetuando un orden de jerarquías establecidas (Díaz Pas, 2015: 38).14
Acorde con esta perspectiva, los sujetos que habitan ese espacio no son retratados en la
cotidianeidad de sus labores sino a partir del énfasis en una serie de atributos “esenciales”,

13
Inaugurado en Marzo de 2011 en el predio conocido como “Bodega encantada”.
14
Desde esa perspectiva Díaz Pas sostiene que la consolidación del paisaje como tópico de la literatura salteña
“constituye una elaboración política neutralizante” realizada desde una perspectiva elitista (2015: 38). Reproducción
autorizada.
13
subrayando su carácter pasivo, sedentario, calmo, amable y hospitalario:

En tu gente sencilla y sedentaria.


Por toda una modestia hospitalaria
que ofreces al viajero
que llega hasta tu suelo,
el canto es tu homenaje
de un pueblo guitarrero.
Desde el chango al abuelo,
creciendo en el paisaje,
la tierra en la vendimia necesaria.
(Jorge Díaz Bavio, “Canto a Cafayate”)

En esta forma de caracterizar y concebir a los habitantes del Valle reconocemos


aquellos atributos consignados por A. R. Cortazar y su necesaria articulación con la
construcción de una vida en “armonía”. En la misma línea, la preservación y prolongación de
esos rasgos a través de generaciones -“del chango al abuelo”- sitúa a los sujetos en una
temporalidad reiterada en hábitos y costumbres que vienen desde un tiempo largo y profundo. A
la vez, también como parte de en un pasado remoto y una dimensión fuera de la historia se
ubican todas las referencias a lo indígena, anclado en un tiempo y una historia detenida. La
resistencia calchaquí queda reducida a imágenes remotas de “indios y españoles aterrados”, de
un “antiguo paisanaje”, a vestigios materiales de “tesoros enterrados” (J. Díaz Bavio, “Canto a
Cafayate”) o como una presencia fantasmal y latente: “vuelven viejos acentos calchaquíes/ y las
huellas del indio/ muy desde atrás del tiempo/ y percibo que surgen/ de cada antigua piedra su
misterio/ y su presencia fuerte” (Ana María Ramos, “Serenata a Cafayate”). Esa presencia
asume en algunos poemas la marca de una deuda: “Destapo tu pasado/ y encuentro que hace
falta/ volver hacia la historia./ Al indio maltratado. (...) Por eso canto fuerte tu bonanza/ tu
corazón en frutos, la templanza/ del hombre primitivo/ que guarda tu paisaje.” (J. Díaz Bavio,
“Canto a Cafayate”). Establecer distancia y generar exclusiones son las operaciones puestas en
juego en esta construcción de un otro al que se niega contemporaneidad, reproduciendo una
situación de colonialidad.
Como venimos mostrando, en los poemas reunidos en los Cuadernos de Serenata las
relaciones de trabajo están ausentes, los sujetos son caracterizados desde su pasividad y
mansedumbre, siguiendo una forma de vida en armonía con su entorno y con sus lugares
sociales, y la resistencia calchaquí quedó anclada en un pasado remoto. Por ello es significativo
el tema convocante de la publicación de 1979, “Coplas de las tinajas”, que habilita un recorrido
que introduce la “cuestión popular”, tanto por el formato de la copla como por el canto en torno
de un objeto artesanal para conservar el vino. En el prólogo, C. Perdiguero expresa que esta
convocatoria rinde homenaje a un reconocido alfarero de Cafayate, Lelio Cristófani.15 De esta

15
Además de ser un conocido artesano, Lelio Cristófani tenía una bodega artesanal –Bodega Esteco- que aún
continúa la producción de vinos en manos de otro propietario. Según apunta el diario La Gaceta, las tinajas de Lelio
Cristófani, alcanzaron popularidad y se hicieron célebres al ser fotografiados por Aldo Sessa, quien incluyó esas
imágenes en el libro "Argentina, un país de maravilla", que hizo editar el prestigioso fotógrafo. Asimismo, el músico
Eduardo Falú y el letrista Alberico Mansilla le dedicaron a Víctor Cristófani (hijo de Lelio) la zamba "Quisiera ser
14
manera, se incorpora un elemento más que es paradigmático para la configuración de la región
calchaquí, las artesanías, a la vez que ciertas prácticas, sujetos y objetos se valoran y construyen
como “lo popular”. A diferencia de las publicaciones anteriores, todas las obras que integran
este cuaderno siguen la estructura de la copla tradicional de cuatro versos octosilábicos y, en
conjunción con ese formato, el tono es coloquial y picaresco. El primer premio en esa
convocatoria lo obtuvo Carlos Hugo Aparicio,16 en ese momento una voz nueva y singular en la
escena literaria de Salta. Sus coplas inician con un homenaje al alfarero, y quien enuncia es la
tinaja: “Don Lelio me hizo en la horma/ de la arcilla de su abrazo/ por eso de cualquier forma/
doy a luz en cada vaso.”
“Amores de la vendimia” (G. Leguizamón/ M. Castilla), obra premiada en la
convocatoria de la Cantata Cafayateña, ofrece también una construcción de lo popular a través
las figuras de los “vendimiadores”, ubicándolos en un entorno festivo y propicio para una
relación amorosa. La zamba construye un clima de complicidad mediante la enunciación en 1º
persona plural, desde la cual el enamorado se dirige a su amada: “Iremos/ a la Vendimia de
abril,/vos con tu pelo moreno/ bailándolo al cielo, Rosa Mamaní”. Este tipo de nominación
singular con nombre y apellido constituye una peculiaridad presente en las letras del cancionero
compuesto por M. Castilla, recurso mediante el cual se enaltece a la persona en su cotidianeidad
e individualidad y, simultáneamente, a las comunidades de las que forman parte.17 En esta
canción esa comunidad queda localizada en el vocativo “calchaqueñita”. Si bien se muestra la
cotidianeidad y la laboriosidad -“seremos cosechadores amor”, “tus manos que vendimiaban”-,
estas construcciones se enuncian desde una mirada que idealiza, situando a los sujetos en un
entorno idílico y mágico, construyendo por tanto también el sentido de vida en armonía.
La Cantata Cafayateña reafirma y reproduce todos los sentidos aquí apuntados en torno
al espacio calchaquí y sus habitantes. “Padre vino” (Eleodoro Horacio Aguirre/ Hugo Alarcón)
cierra un círculo que aúna elementos divergentes en torno a Cafayate y la Serenata: la arenga
“Alegrate Cafayate”, con la cual César Perdiguero daba inicio al espectáculo cada noche del
evento; la fiesta del carnaval; y una fuerte impronta religiosa que, aunque ya señalada en varios

alfarero". (“La Gaceta”, 14 de Noviembre de 2005, entrevista de Osvaldo Ripoll a Ana de Cristófani).
16
C. H. Aparicio nació en La Quiaca, provincia de Jujuy, en 1935 y murió en Salta en 2015. Su familia migró a la
ciudad de Salta buscando mejores oportunidades laborales. Formó parte de la generación del 60 de la literatura en
Salta, junto a otros poetas como Walter Adet, M. A. Pérez, Holver Martínez Borelli, Jacobo Regen, Hugo Ovalle,
Santiago Sylvester, Benjamín Toro, Leopoldo Castilla. En 1965 publica su primer libro de poesías Pedro Orilla, en
1968 El grillo ciudadano y en 1980 Andamios; en 1974 publica Los bultos y en 1982 Sombra del fondo, ambos de
narrativa. Su primera novela, Trenes del sur, premiada en 1968 fue recién publicada en 1988 (Moyano, 2011). L.
Gómez (2007) sostiene que la generación de poetas del ‘60 en Salta se define en el marco de una “tradición de la
ruptura” con grupos anteriores, concretamente el de la generación del ’40 y el movimiento La Carpa. La posición
misma de C. H. Aparicio frente a esas poéticas es de distanciamiento, puesto que en sus palabras “La poesía de la
generación del ‘40 salteña era una poesía celebratoria, que cantaba a la naturaleza y al hombre en el paisaje”
(Aparicio, cit. en Gómez 2007: 206). Como puede observarse, la retórica que predomina en las convocatorias y,
consecuentemente, en los poemas publicados en los Cuadernos de Serenata, se mantiene en una línea celebratoria y
paisajista, contrapuesta a las tendencias de renovación y ruptura, de temática urbana y problemáticas sociales de los
años 60 y 70. La crítica literaria ha destacado, precisamente, a C. H. Aparicio como uno de los escritores que instala
la textualización de los márgenes urbanos, la orilla, sus problemáticas, prácticas y lenguajes, en la literatura salteña
(ver Palermo, 2000; Poderti, 1991).
17
La configuración de los sujetos como héroes populares constituye un tipo de modelización en la que se destaca M.
Castilla, cuya maestría en este tipo de retratos fue paradigmática. Sobre este punto ver Kaliman (2003) y López
(2010 y 2017).
15
poemas, en esta canción se encuentra potenciada al punto que incluye un recitado con la
estructura de la oración cristiana por excelencia, el “Padre Nuestro”- “Padre vino que estás en
las uvas/ santificado sea tu nombre/ en el bíblico nombre de Cafayate. / Hágase la voluntad de
tus vendimias/ así en la tierra como en el cielo/ para que canten los ángeles/ y se alegren los
hombres.” La música, como otro elemento constitutivo de este espacio, es también un producto
transmutado por el ritual: “Padre vino que estás en las uvas/ por tu mosto nació la canción”.
Viñas, vino, música, magia, paisaje: en esa red de sentidos queda cifrada la representación
simbólica de Cafayate.

IV. A modo de cierre

En el orden de los sentidos y de los imaginarios, “la Serenata”, consagra la construcción


del espacio calchaquí como región unificada por ciertos atributos “naturales” y “culturales” y
consolida los imaginarios en torno a éste y a los habitantes del mismo como sujetos
prototípicos. Como hemos señalado, esta configuración es resultado de un proceso de larga
duración en el cual las construcciones en torno al Valle Calchaquí, en las voces de los
precursores de los estudios sobre folklore y en las de los poetas convocados a cantar a Cafayate,
cristalizan determinadas imágenes y se potencian específicos sentidos -a través de la recurrencia
al paisaje y sus atributos, al producto agrícola del lugar, el vino, a la condición y cualidades los
sujetos que habitan ese espacio y ciertas prácticas musicales y artesanales-.
Así, en su carácter de evento extraordinario y rito de institución, la Serenata sanciona un
modo de definir y significar la región en relación al paisaje, y a la vez, indirectamente, da cuenta
de las transformaciones que están sucediendo en el vínculo con la naturaleza y las formas de
valorarla. Las reestructuraciones económicas que se ensayan en el Valle en los 70s, incrementan
las restricciones en el acceso a la “tierra”, limitándose la posibilidad de su aprovechamiento
como medio de vida - para los antiguos pobladores del lugar, campesinos y pastores-, mientras
en su dimensión de “paisaje” ésta se ofrece como objeto de disfrute y contemplación fácilmente
al alcance del foráneo. El paisaje ocupa el lugar de una naturaleza pacificada, tamizada por un
filtro de valoración que exalta su poder para cautivar o seducir la mirada del visitante.
Operación de construcción donde los atributos amenazantes de esa naturaleza van siendo
matizados y resignificados, como parte un necesario trabajo de “domesticación”. Esto es
indicativo de que los límites impuestos por la naturaleza ya no significan un obstáculo, ésta
ahora “vencida” y doblegada está librada al imperio de la voluntad y codicia humana. Así, la
nominación como paisaje paradójicamente habilita una apropiación que es tanto simbólica como
material. Esta última es la que tiene lugar con la multiplicación de las superficies cultivadas con
vid y la incorporación de innovaciones técnicas para incrementar los volúmenes de producción,
entre ellas la mecanización de algunas de las tareas. Con esa “modernización” ciertos
conocimientos tradicionales, artesanales son reemplazados por nuevos saberes técnicos, de
especialistas que asesoran para incrementar los niveles de calidad de los vinos. A otro nivel esto
mismo impacta conllevando la pérdida de funcionalidad de ciertos objetos utilitarios que eran
fundamentales para algunas actividades, entre ellos los canastos de simbol - para recolectar
uvas-, o las tinajas de barro -para fermentar el mosto-, los que van siendo paulatinamente
16
transformados en bienes de cambio, adquiriendo pronto el estatuto de souvenirs y artesanías
típicas para los foráneos.
Tal como señalamos, asimismo, la visión idealizada y encantada del espacio oblitera
posibilidad alguna de que éste se asuma en términos sociales e históricos, pues inherente a la
paisajización es la deshistorización de la naturaleza, fórmula en donde la armonía se presenta
como resultado de una mutua impregnación entre humanidad y naturaleza, de la mímesis entre
una y otra, de un tipo de relación esencializada, fuera de los cambios históricos. Es por tanto que
en esta imagen paisajizada el sustrato rebelde, indómito y guerrero de los pobladores de ese
espacio, de los indios descendientes de calchaquí, que había sido destacado en algunas
producciones folklóricas como atributo específico, queda subsumido, resaltándose en cambio el
carácter manso, indolente y pasivo que definiría la naturaleza propia del ser “vallista”.
Habitantes a quienes además se promocionan como humildes y hospitalarios. Así se observa que
mientras se redefinen los términos y modalidades de acceso a la tierra, y su propiedad se
concentra, también se reconfiguran las relaciones sociales y sus campos de fuerza; basta
recordar que el sistema de patronazgo está siendo desarticulado y desplazado como medio
exclusivo de acceso a tierra, casa y trabajo.
En el doble proceso que la paisajización de la naturaleza involucra, su contraparte es la
folklorización de los sujetos, subsumidos en el paisaje y definidos por atributos esenciales. El
halo mágico con que se inviste al vino oculta la labor humana que lo hace posible, a los
trabajadores que lo elaboran y sus condiciones de vida,18 todo ello desde la presentación de una
suerte de generación espontánea donde el vino es una savia que “brota” de la tierra. En ese
contexto, la Serenata ocupa un lugar central como celebración de la fecundidad del paisaje, de
su magia y encanto -ensamblando en un imaginario mítico paisaje/ cultura/ vino/ turismo-,
instituye un modo de ver y así la paisajización funciona como un dispositivo perceptual que
habilita una relación con la naturaleza reducida a la contemplación y degustación, bajo ciertos
conceptos de disfrute y placer.
Simultáneamente, la folklorización de los sujetos y de prácticas culturales particulares,
opera también en el sentido de una “apropiación” por parte del ámbito letrado -de las voces
autorizadas del mundo musical y artístico- que clasifican, definen y señalan qué es lo “popular”.
Agentes que seleccionan y distinguen los temas, objetos y sujetos que componen ese recorte del
universo cultural, instituyendo nuevas jerarquías y reafirmando algunas preexistentes. En ese
sentido, en trabajos previos (Villagrán y López, 2015a) hemos observado que en la Serenata se
resignifican y articulan bajo la forma de espectáculo público un conjunto de prácticas y
“costumbres” que tenían lugar en espacios privados e íntimos. Tanto la “guitarreada”, habitual
de los aficionados a la música folklórica y de los patrones que en sus señoriales casonas solían
homenajear a invitados y amigos con extendidas veladas; como la romántica “tradición” de

18
Por el contrario, una composición contemporánea a las que acá analizamos, “Fuego en Animaná”, de César Isella y
Armando Tejada Gómez, registra el conflicto desatado en 1972 entre la finca y bodega Animaná y los trabajadores
rurales vitivinícolas que reclamaban salarios adeudados. La canción, interpretada por Isella y Los Trovadores en el
LP A José Pedroni editado en 1972, da cuenta de un escenario social muy diferente al promovido por la Serenata,
ofreciendo asimismo una construcción identitaria que impugna la mansedumbre y la pasividad de los habitantes del
Valle Calchaquí. Por su orientación estética y política esta composición forma parte de la nueva canción
latinoamericana y el movimiento del Nuevo Cancionero en Argentina. Ver Villagrán y López 2016.
17
ofrecer el canto por distintas casas -serenatas bajo un balcón-, y la celebración del fin de la
cosecha en la fincas -instancia en la que los patrones agasajaban a sus cosecheros-, se proyectan
desde entonces como “regalo” a todo el pueblo, como agasajo y espectáculo.
En esas resignificaciones y apropiaciones el lugar de la escritura es central puesto que
implica la inscripción en un registro “erudito”, a través de la publicación de los Cuadernos de
Serenata y la edición de la Cantata Cafayateña, de un repertorio de imágenes, atributos y
sentidos que son fundamentales tanto para la configuración de la región cultural como para la
producción de “lo popular”, para instituir un sujeto popular en cierta clave específica. Estas
sanciones implican tensiones y jerarquías que se expresan en la circulación de productos por
espacios diferenciados: un circuito restringido (canciones, poesías, arte, “vino fino”) y el otro
destinado al “pueblo” como “regalo” y como espectáculo de carácter público.
La reafirmación de esas jerarquías en el orden de la cultura “culta” y lo popular,
transcurre a la par de la consagración de bodegueros y finqueros como figuras públicas y
referentes culturales que construyen esa posición desde la inversión en “bienes” que aportan
prestigio, reconocimiento y distinción.19 El nuevo rol que asumen los “empresarios”
vitivinícolas –principalmente Arnaldo Etchart pero no de modo exclusivo-es sustantivo en la
gestación, promoción y difusión a través de fundaciones, concursos, publicaciones, de prácticas
culturales, tanto las llamadas “cultas” –poesía, música, pintura- como “populares” –concursos
de comidas regionales, venta de artesanías, etc.-. En la asociación entre estos actores,
intelectuales y artistas se gestan representaciones sobre el “pueblo” y lo popular que arraigan en
un concepto singular de región. En ese proceso Cafayate se irá posicionando como un “centro”,
no sólo destacado por la producción de vinos sino principalmente por la concentración de otro
tipo de bienes, mediante la construcción idílica del espacio calchaquí y la consolidación de
imaginarios en torno a éste y de los sujetos prototípicos, “los vallistas”. A la región primero
contorneada por la elaboración de un producto agrícola se le sobrepone la región cultural que
ofrece bienes inmateriales: poesías, canciones y un espectáculo aunado al paisaje y a su halo
mágico como marca de localidad.

19
Desde esa “inversión” A. Etchart va diseñando una carrera política y proyectándose como “benefactor”
del pueblo de Cafayate. En 1991 integrará como candidato a vice-gobernador la fórmula que lidera
Roberto Romero para el partido justicialista.
18
Bibliografía

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provincia de Salta. Contribución al estudio del folklore calchaquí”. En Annales de la Sociedad
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Geográfico Argentino, Tomo 17 (645-662). Buenos Aires
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Discografía
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Partituras
Cantata Cafayateña. Cuadernos de Serenata Nº 5. (1980). Fundación Carmen Rosa Ulivarri de
Etchart. Ed. Lagos.

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