Conociendo Egipto - Efcl
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Conociendo Egipto
Para realizar esta lectura y las actividades, te recomiendo buscar un lugar tranquilo.
Maestra (o), en la siguiente ficha se presentan tres actividades, puedes elegir cuál o cuáles
aplicar.
Con sólo leer el título, ¿de qué crees que trata la lectura?
Imagina, ¿a dónde te gustaría viajar?
Observa las siguientes fotografías, te imaginas ¿cómo sería viajar a ese lugar o viajar en
camello?
Cuando salí del baño ya estaban formados los de la tarde. Corrí con todas mis fuerzas
porque mi mamá iba a regañarme si llegaba después de las tres. Afuera vi a Julieta. Estaba
parada junto a un coche blanco con rayas negras a los costados. No sé qué tipo de coche
era. No me sé los nombres de los carros. Adentro había un señor como de 20 años. Le tocaba
la mano a Julieta y ella se reía a carcajadas. Cuando me vio se dejó de reír. Se me quedó
viendo. Yo hice como que no los veía. Me agarré de las dos correas de mi mochila como si
fuera a caerme si me soltaba y clavé la vista en mis pies como si con eso pudiera hacer que
fueran más de prisa.
Al día siguiente seguimos con las presentaciones. Teníamos que presentarnos en cada
materia y eran diez. Antes del receso tuvimos español. El maestro nos enseñó los libros que
había en el librero del salón. Nos dijo que había cuentos y novelas que podían interesarnos,
así dijo él, interesarnos. Yo los únicos libros que había leído eran los de español: Lecturas.
Cada año en la primaria nos daban uno. A mí me alegraba recibir los libros nuevos, sobre
todo ese. Lo leía en una tarde y me la pasaba releyéndolo todo el año hasta que llegaba el
siguiente. También había leído el Declamador sin maestro y el Libro de oro del declamador
universal que estaba en el librero de la casa. Mi papá dice que si nos aprendemos poemas
de memoria, la memoria se ejercita y se vuelve cada vez más fácil aprender. Yo me sé de
memoria el Brindis del bohemio, Los motivos del lobo, las Rimas y Leyendas de Gustavo
Adolfo Bécquer... y así.
Esa mañana decidí que en lugar de salir al recreo me quedaría revisando los libros del
librero. Encontré uno que se llamaba Un yanqui en la corte del Rey Arturo, en el que un
hombre se pelea, recibe un golpe en la cabeza, se desmaya y despierta en medio de los
caballeros de la mesa redonda. Lo estaba leyendo cuando Julieta entró al salón. Levanté la
vista y luego la volví a clavar en el libro, pero ya sin leer. Sentí cómo se me fue acercando y
se sentó a un lado de mí.
- ¿No vas a salir?
-No.
-Ayer te fuiste bien tarde.
-Ajá.
- ¿Le contaste a alguien que me viste?
-No
- ¿Quieres?
Por fin levanté los ojos y sentí que se me hacía agua la boca cuando vi la bolsa de mangos
con chile. Negué con la cabeza, porque si hubiera hablado se me hubiera escurrido la saliva.
Sí quería, pero mi mamá me ha enseñado que no debo aceptar nada de extraños porque,
una de dos: te ofrecen para no ser groseros, pero en realidad no quieren darte, o porque
tienen alguna intención oculta y en ninguno de los dos casos es bueno aceptar.
-Ándale -insistió Julieta, y se llevó ella misma un pedazo grande de mango a la boca y yo ya
no pude resistirme.
Mientras comíamos me contó que al muchacho del coche lo conoció en la alberca del hotel
en el que trabajaba su mamá, que primero platicaron y que luego él le invitó una
hamburguesa y un refresco de esos carísimos que venden en el hotel, así dijo ella: carísimos.
También me contó que era millonario y que le había dicho que, si ella quería, él podía
regalarle por sus quince años un viaje a cualquier lugar del mundo; que por eso había ido
por ella ayer , pero ella no se fue con él, porque su mamá le había organizado una fiesta con
todos sus primos para el jueves y ella no quería perderse el festejo y los regalos; que no lo
dejó llevarla a su casa porque si su mamá la veía la iba a regañar porque no debía socializar
con los huéspedes, así dijo, socializar con los huéspedes, y a lo mejor hasta sin fiesta se
quedaba; pero seguro el viernes se iría de viaje a Egipto y conocería las pirámides. Yo sólo
la escuchaba y pensaba que me estaba mintiendo.
-Mira, chiquita -me dijo cuándo nos terminamos el mango-, me tienes que prometer que
no le vas a decir a nadie que me viste ayer, ni aunque te pregunten. Diego no quiere que
todo el mundo se entere de que anda regalando viajes, si la gente se da cuenta de que es
tan rico lo podrían hasta secuestrar. ¿Sí me entiendes?
Ahí está la intención oculta, pensé. Pero ya me había comido todo el mango y no me quedó
de otra que prometerle que no se lo diría a nadie.
-Pero a nadie -insistió.
-A nadie le confirmé.
- ¿Qué se muera tu mamá?
Me quedé callada.
-Me tienes que decir: "que se muera mi mamá si se lo cuento a alguien". Ándale, así yo
sabré que no se lo contarás a nadie para que tu mamá no se muera.
Sentí mucho miedo. Me imaginé a mi mamá perdiéndose en el mar como le pasó a mi tío
Fernando. Me limpié los dedos en la falda y me arrepentí muchísimo de haber aceptado el
mango.
-No tienes que preocuparte. Si no se lo dices a nadie tu mamá estará a salvo.
Tuve muchas ganas de llorar, más que el primer día de clases, todavía más que el primer día
de clases de la primaria cuando busqué a mi tía por la ventana y ya no estaba. Me quise
levantar para ir al baño, pero Julieta me agarró de la muñeca.
-Promételo por la vida de tu mamá.
[…]
Todo el día le estuvimos cantando las mañanitas a Julieta. A cada maestro, después del pase
de lista, alguien le decía que Julieta cumplía años y empezaba el canto, después del canto,
los aplausos, las porras y hasta vals tarareado para que Julieta lo bailara con el maestro; en
fin, todo lo que se pudiera hacer para demorar el inicio de la clase. Me parecía que nunca
iba sonar el timbre. Cuando por fin salimos Julieta se acercó a despedirse.
- ¿Vas a volver a perder el año?
Julieta se río muy fuerte y yo me arrepentí de haberle preguntado.
-No, tonta, sólo me voy el fin de semana. Mañana salgo de la casa como si viniera a la
escuela, pero en lugar de libros voy a llenar la mochila con ropa. Diego va a pasar a
recogerme, nos vamos directo al aeropuerto, llegamos a Egipto, paseamos en camello, nos
tomamos fotos en las pirámides y nos regresamos. El lunes vuelvo a clases.
Pero no regresó. El martes tampoco, ni ningún otro día de la semana. Yo busqué Egipto en
internet y pensé que era lógico que no volviera porque era un lugar muy, muy lejano. Más
lejano que Camelot. A la semana siguiente fue su mamá. Llegó al salón acompañado por el
director de la escuela. El director nos preguntó si sabíamos algo de Julieta, si la habíamos
visto, si nos había contado algo que pudiera ser relevante para encontrarla. Así dijo:
relevante. Yo me mantuve fiel a mi promesa y no dije nada.
Empezaron las habladurías, así dice mi mamá: habladurías. Todo lo que Julieta había
contado ahora lo usaban en su contra. Lo primero que dijeron fue que seguro se había ido
con el novio, que las morras con padres divorciados eran unas loquillas, que seguro nomás
iba a la alberca del hotel de lujo a ver si pescaba algo. Luego las habladurías terminaron y
ya casi nadie se acordaba de Julieta; yo sí, porque cuando terminé el libro del yanqui, había
encontrado otro sobre un joven egipcio que después de la muerte de su amada se convierte
en mago. Entendí por qué a Julieta le gustaban los camellos y las pirámides.
Ya habían pasado los festejos por la Independencia y la Revolución cuando el director nos
dio la triste noticia, así dijo él: triste noticia. Fue un lunes, eso es seguro, porque estábamos
en el homenaje; después de las efemérides el director se acercó al micrófono y nos dijo que
una de nuestras compañeras había fallecido a causa del crimen organizado, se llamaba
Julieta Alvarado y había estado un tiempo muy corto con nosotros, seguro alguno todavía
la recordaba. Él aprovechaba la ocasión para exhortarnos, así dijo: exhortarnos, a
mantenernos en el camino del bien y evitar las malas compañías. Se escuchó un murmullo
que recorrió toda la cancha, de seguro la mayoría se preguntaba quién era Julieta Alvarado.
Los del salón se miraron unos a otros. Yo bajé los ojos porque no quería que nadie me
mirara. Guardamos un minuto de silencio y rompimos filas.
En el salón se armó un alboroto inmenso, alguien había buscado en su teléfono lo que le
había pasado, yo no quise ver la fotografía. Busqué en el estante una de las aventuras del
mago Taita y pensé que Julieta, como Hank, se había desmayado con el primer golpe y había
despertado en el antiguo Egipto, justo a tiempo para ver la inauguración de las pirámides y
que seguro estaría paseando a las orillas del río Nilo.
García Cuevas Iris, Dos maneras de viajar a Egipto. En Barrera Ave, Ruta 70, (pp. 49-60) Ciudad de México.
Selector.
Es momento de poner volar tu imaginación y realizar un texto con un final alterno para
Julieta Alvarado, te puedes ayudar de estas preguntas:
¿Julieta sí llegó a Egipto? ¿Qué lugares conoció? ¿Recorrió el lugar en camello?
¿Tomo fotos? ¿Llevo recuerdos para sus compañeros de clase? ¿Qué sucedió al
regresar a su casa, a la escuela?...