Argumento Cosmológico

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ARGUMENTO COSMOLÓGICO

 P1: Todo lo que comienza a existir tiene una


causa,
 P2: El universo comenzó a existir,
 C: Por lo tanto, el universo tiene una causa

“kalam” ¿Por qué existe algo en vez de nada? Esta pregunta no


puede responderse desde la ciencia pero, ¿puede hacerse desde la
filosofía?
El Dr. William Lane Craig cree que sí. CONCIENCIA AUTOR
Antonio Cruz 29 DE NOVIEMBRE DE 2014 23:12 h
La palabra árabe “kalam” significa “discurso” y se refiere a la
tradición islámica de buscar principios teológicos por medio de la
dialéctica. Adaptando dicho término a la mentalidad occidental,
quizás se podría decir que el “kalam”, entre otras cosas, es una
especie de teología natural que procura deducir la existencia de Dios
a partir del cosmos natural. El argumento cosmológico “kalam”
hunde sus raíces en las obras del teólogo bizantino cristiano, Juan
Filópono (490-566 d.C.), y en las del teólogo sunita, al-Ghazali
(1058-1111 d.C.).
Recientemente, el filósofo norteamericano y teólogo cristiano,
William Lane Craig, especializado en metafísica y filosofía de la
religión, ha realizado un importante trabajo al adecuar dicho
argumento antiguo a la filosofía contemporánea.1 Desgraciadamente
sus obras no han sido todavía traducidas al español, como muchas
otras de autores teístas que escriben en inglés. Sin embargo, Craig
ha hecho importantes contribuciones al tema de la racionalidad de la
existencia divina.
La cuestión fundamental que se plantea dicho argumento es: ¿por
qué existe algo en vez de nada? Es evidente que esta pregunta no
puede responderse desde la ciencia pero, ¿puede hacerse desde la
filosofía? El Dr. Craig cree que sí y para responderla emplea el
siguiente razonamiento. Su primera premisa afirma que “todo lo
que comienza a existir requiere una causa”.
La segunda premisa, confirma que “el universo comenzó a
existir”, mientras que la conclusión lógica es que “el universo
requiere una causa” para su existencia. Es cierto que en el universo
todo aquello que empieza a existir necesita alguna causa que lo haya
hecho.
Los niños requieren de sus progenitores; los leones sólo pueden ser
engendrados por otros leones; las bananas, naranjas o piñas
tropicales únicamente se producen por filiación vegetal a partir de
otras plantas de su misma especie; las rocas y cristales minerales han
sido el producto de una mineralización en condiciones ambientales
determinadas. Y así, llegaríamos a los planetas, estrellas, galaxias y
al propio universo completo.
Todo lo que comienza necesita una causa capaz de originarlo. Sin
embargo, Dios no entra en esta categoría. Suponiendo que existiera,
él sería por definición eterno ya que jamás habría empezado a existir
y, por supuesto, nunca morirá. Tal es la idea que intenta expresar el
salmista al decir: “desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Sal.
90:2). La pregunta acerca de quién creó a Dios es absurda porque si
es Dios, ya no puede haber sido creado. Pero, aparte del Ser
Supremo, nada que forme parte de este mundo se ha formado a
partir de la nada absoluta sin una causa productora.
No tenemos evidencia de que algo haya surgido alguna vez de la
nada.
Cualquier cosa que empiece a existir o haya tenido un principio es
porque “algo” tuvo que traerla a la existencia. Cuando se afirma que
el universo surgió de la nada, o de una singularidad espaciotemporal,
¿qué se quiere decir?
En cosmología, la nada original puede contener energía y partículas
cuánticas, sin embargo en la nada absoluta no hay energía, ni
materia, ni espacio, ni tiempo. Tal como decían los antiguos
filósofos griegos, “de la nada viene nada”. Pues bien, todo esto
significa que resulta más razonable pensar que las cosas requieren
unas causas concretas, que creer que algo que comience a existir no
requiere una causa. La segunda premisa del argumento “kalam”
acerca de que el universo comenzó a existir en un tiempo
determinado goza hoy de un apoyo científico mayoritario.
La teoría de Big Bang es generalmente aceptada porque se basa en
evidencias que pueden ser contrastadas en la naturaleza. Hacia ella
apuntan la teoría de la relatividad general de Einstein, la radiación
de microondas procedentes del cosmos, el corrimiento hacia el rojo
de la luz que nos llega de las galaxias que se alejan de la Tierra, las
predicciones radioactivas sobre la abundancia de elementos, la
coincidencia con el modelo de la abundancia del hidrógeno y el
helio, la segunda ley de la termodinámica en relación a la fusión
nuclear en el núcleo de las estrellas, etc.
De manera que la afirmación de que el cosmos empezó a existir es,
hoy por hoy, una premisa fundamental de la ciencia. El Big Bang
afirma que el espacio, la materia o la energía y el tiempo fueron
creados en un instante. Y esto significa que antes de dicho momento
no existía ninguna de tales realidades sino que comenzaron a existir.
Actualmente, gracias a los avances de la tecnología usada en física
cuántica, resulta posible crear materia en los laboratorios y
almacenarla en botellas magnéticas.
Tanto partículas subatómicas como sus correspondientes
antipartículas. Materia y antimateria como electrones y
antielectrones, pero también antiprotones y antineutrones. Cada tipo
de partícula material posee su antipartícula correspondiente. Esto ha
permitido elucubrar a quienes se empeñan en no aceptar la realidad
de un Creador sabio, que si hoy es posible para el hombre crear
materia de forma natural en el laboratorio, ¿por qué no pudo
originarse también así al principio, por medios exclusivamente
naturales y sin la intervención de ningún agente sobrenatural? Sin
embargo, la refutación de esta posibilidad viene de la mano de la
propia física cuántica.
Resulta que cuando la materia y la antimateria se hallan juntas, se
destruyen mutuamente liberando una enorme cantidad de energía. Se
trata de un fenómeno natural opuesto al de la creación de materia.
De modo que es como un pez que se muerde la cola. Cuando en el
laboratorio se concentra artificialmente la suficiente energía se
obtiene la misma cantidad de materia que de antimateria.
Pero si éstas entran en contacto, se eliminan recíprocamente en una
explosión que libera toda la energía que contienen. ¿Cómo pudo
entonces al principio crearse toda la materia del cosmos sin ser
contaminada y destruida por su correspondiente antimateria?
¿Dónde está hoy en el universo toda la antimateria que debió
originarse durante la creación? Si tal formación de materia ocurrió
sólo mediante procesos naturales, como algunos creen, ¿no se
debería hallar una proporción equilibrada al cincuenta por ciento de
materia y antimateria?
Sin embargo, las investigaciones cosmológicas muestran que la
cantidad máxima de antimateria existente en nuestra galaxia es
prácticamente despreciable. A pesar de los intentos de algunos
astrofísicos por dar solución a este dilema, lo cierto es que no se ha
propuesto ninguna explicación satisfactoria capaz de argumentar la
necesaria separación entre materia y antimateria. Se dice que aunque
en los laboratorios actuales se obtiene siempre materia y su
correspondiente antimateria simétrica, al principio pudo no ser así ya
que las condiciones de elevada temperatura que debieron imperar
entonces quizás hubieran permitido un ligero exceso de materia.
El famoso físico Paul Davies lo explica así: “a una temperatura de
mil millones de billones de grados, temperatura que únicamente se
podría haber alcanzado durante la primera millonésima de segundo,
por cada mil millones de antiprotones se habrían creado mil millones
de protones más uno. [...] Este exceso, aunque ínfimo, podría haber
sido crucialmente importante. [...] Estas partículas sobrantes (casi un
capricho de la naturaleza) se convirtieron en el material que, con el
tiempo, formaría todas las galaxias, todas las estrellas y los planetas
y, por supuesto, a nosotros mismos.”2 Pero, ¿no es esto también un
acto de fe que no se puede comprobar satisfactoriamente? La idea de
un universo simétrico en el que existiría la misma cantidad de
materia que de antimateria, fue abandonada ante la realidad de las
observaciones.
El cosmos actual es profundamente asimétrico y esto constituye un
serio inconveniente para explicar su origen mediante mecanismos
exclusivamente naturales. “Algo” o “alguien” tuvieron que
intervenir de manera inteligente al principio para separar la materia
de la antimateria. En realidad, se trata de un problema de creencia
personal: fe naturalista en los “mil millones de protones más uno”,
algo absolutamente indetectable, o fe en el Creador sobrenatural que
dijo: “sea la luz; y fue la luz”.
En el vacío cuántico pueden surgir partículas virtuales de materia
que subsisten durante un período muy breve de tiempo que suele ser
inversamente proporcional a su masa. Es decir, cuanta mayor masa
poseen, menos tiempo existen.
No obstante, el universo posee demasiada masa como para haber
durado los catorce mil millones de años que se le suponen, si
hubiera surgido como partícula virtual. Además, dicho vacío
cuántico es creado artificialmente por los científicos en los
laboratorios. Sin embargo, antes del Big Bang no había vacío
cuántico, ni científicos que crearan las condiciones adecuadas, sólo
la nada más absoluta.
La creación natural de materia a partir de energía, o del movimiento
de partículas subatómicas, que provoca hoy el ser humano por
medio de sofisticados aparatos, no es comparable a la creación
divina del universo a partir de la nada absoluta. Existe un abismo
entre ambas acciones. Donde no hay energía, ni movimiento, ni
espacio, ni materia preexistente, ni tiempo, ni nada de nada, no es
posible que surja algo de forma espontánea.
Cada acontecimiento debe tener una causa previa y no es posible
obviar que el universo tiene una causa. Desde el naturalismo
científico, que descarta cualquier agente sobrenatural, es imposible
comprender cómo la creación a partir de la nada pudo suceder de
manera natural. ¿Cuál pudo ser entonces la verdadera causa del
universo? Si el espacio se creó al principio, aquello que lo creó no
debía estar contenido en dicho espacio físico. Esto significa que lo
que causó el universo no podía ser una causa física porque todas las
causas físicas pertenecen al mismo universo y existen dentro del
espacio. Y lo mismo se puede argumentar desde la perspectiva del
tiempo. La causa del cosmos tampoco puede estar limitada por el
tiempo. Es decir, nunca comenzó a existir ya que necesariamente
tenía que ser eterna.
De la misma manera, si toda la materia del mundo surgió en el
primer momento, como afirma el Big Bang, lo que sea que causará
el comienzo del universo debió ser algo inmaterial puesto que nada
físico podía existir antes de dicho evento. ¿Existe alguna entidad que
responda a tales características? El Dr. Craig dice que el ser humano
suele estar familiarizado con dos realidades que pueden ser
consideradas como no espaciales, inmateriales e intemporales.
La primera viene constituida por ciertos objetos abstractos tales
como los números, los conjuntos y las relaciones matemáticas.
Mientras que la segunda es la mente humana. Ahora bien, es sabido
que los objetos abstractos son incapaces de causar efectos en la
naturaleza. Ni los números ni las relaciones entre ellos crean
realidades materiales partiendo de la nada. Por el contrario, somos
perfectamente conscientes de los efectos que pueden tener nuestras
mentes sobre el mundo que nos rodea. La mente humana puede
hacer que el brazo y la mano se extiendan para saludar a alguien,
que manos y pies se coordinen para conducir un automóvil o el
A380 de Emirates, que es actualmente el avión de pasajeros más
grande del mundo.
Por lo tanto, si se eliminan las matemáticas y su simbología
abstracta, nos queda la mente como posible causa del universo.
Cuando se anula lo que resulta imposible, aquello que queda -por
muy improbable que pueda parecer- tiene que ser la verdad. El
razonamiento lógico nos permite concluir que el universo físico tuvo
que ser originado por una mente sobrenatural poderosa y sabía que
no formaba parte de la naturaleza, ni estaba sometida al tiempo o al
espacio.
Por lo tanto, como únicamente Dios puede poseer semejantes
atributos, sólo él puede ser la verdadera causa del universo. Puede
que algunos creyentes piensen que para semejante camino no hacían
falta tantas alforjas y que esta misma conclusión ya la ofrece la
Biblia desde su primera página. Sí, es cierto. Pero una cosa es
deducir la necesidad de Dios desde la pura razón, y mediante los
medios que hoy nos brinda el conocimiento humano, y otra muy
distinta descubrirle desde la experiencia personal e íntima de la fe.
Una cosa no quita la otra.

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