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República Bolivariana de Venezuela
Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior
UPEL - Extensión Ocumare del Tuy
1er Semestre de Educación Física
ENSAYO DE LA OBRA LITERARIA
“ELADIA DE DON JULIO GARMENDIA”
TUTOR(A): PARTICIPANTE:
Prof. María Romero V-19.028.811 Vásquez Enderson
Ocumare Del Tuy 18-03-2023
¡Me pesa! ¡Me pesa! Rezaba Eladia dándose golpecitos en el pecho. Pero Eladia ¿Tú no sabes decir otra cosa? Le dijo la señora de la casa. Y la verdad es que no, Eladia no sabía, o tal vez no sabía. De hecho hablaba muy poco, casi nunca lo hacía, cuando se le preguntaba algo era muy difícil hacerla hablar, puesto que las palabras no le salían, y no por falta de voz sino por su inquebrantable silencio. De las más profundas raíces de su raza se venía ese silencio, ese secreto, Eladia carecía de brillo, de chispa, de energía y de todo lo que una persona común normalmente aflora. Siempre mantuvo ese secreto y repetía lo mismo cuando postraba a rezas donde quiera que fuere. ¡Me pesa! ¡Me pesa! Siempre decía. La señora un día le dijo, pero Eladia ¿Qué tanto te pesa? ¿De qué te aquejas? ¿Acaso has hecho algo malo? ¿Qué es eso que tanto te preocupa? Llena de dudas. Pero Eladia solo callaba y no respondía. Un día la cocinera (una mujer totalmente opuesta a Eladia en lo que a personalidad respecta) le dijo, la señora es blanca y rica, no le pesa ningún problema, tu que eres negrita y no tienes ni donde caerte muerte ¿De qué te quejas? Pero Eladia a pesar de eso no se inmuta y le dice: “Porque mi mama me enseñó así” Eladia era de veinte pero aparentaba menos, era fea, era tosca, era negra, delgada y apenas con apariencia femenina en su silueta, solo resaltaba en Eladia su silencio sepulcral y ese profundo secreto que le acompañaba en sus rezos, Eladia tenía un prendedor de hojalata en el pecho, era dorado y resistía bastante bien los golpes que se daba Eladia al rezar, tenía forma de rama y dos palomas, había aguantado un sin número de golpes. Eladia siempre se limitó solo a hacer su trabajo, cuando le preguntaban su nombre siempre decía las mismas cuatro palabras, Eladia Linares, una servidora. Una vez la señora pensó que estaba embarazada y llamo a Eladia y la sometió a un interrogatorio, para Eladia que casi no hablaba fue muy difícil contestar, pero dijo que no, que solo había engordado un poco. A simple vista Eladia parecía una mujer aislada en la ciudad, sola en el mundo, nadie nunca la llamaba, nada de cartas, ni mensajes, nadie venía a buscarla, pero un hilo misterioso la unía a un campo perdido entre los cacaotales de Ocumare. Con ese mundo si se mantenía conectada a su modo, muy tarde aparecía un hombre con sombrero de cogollo que se postraba lejos en una esquina, era alguien de su mundo, Eladia apenas salía a la iglesia y nunca pedía permiso, una vez salió a visitar a unos conocidos, su vida transcurría así, en silencio y tranquila mientras envejecía lentamente. Un día se presentó arreglada con aretes y demás, y sin que la señora le preguntara le dijo, mañana me voy de madrugada en el camión, mi mama me llamó. Meses después se presentó con una bebe en sus brazos y preguntó si se podía quedar con ella, su rostro se iluminaba de alegría, Eladia sonreía y estaba feliz, nunca antes lo había estado. La señora le preguntó ¿Cómo llamas a tu hija? Eladia contestó, con la bebe apretujándola un poco decía, ¿Cómo te llamas tu mija? Y ella misma respondía. Eladia Linares, una servidora diga. A veces cogía a la bebe de la mano y le balanceaba un poco su bracito hacia el pecho y mirándola fijamente a los ojos le decía, ¡Me pesa! ¡Me pesa! Diga.