693 Fragmento1

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Lao Tse

Tao Te Ching

Traducción del chino clásico,


presentación y notas de
Gabriel García-Noblejas Sánchez-Cendal

ALIANZA EDITORIAL
Título original:

Primera edición: 2007


Tercera edición, con nueva traducción: 2017
Cuarta edición: 2022

Diseño de cubierta: Elsa Suárez Girard / www.elsasuarez.com

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido


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PAPEL DE FIBRA
CERTIFICADA

© de la traducción del chino clásico, presentación y notas: Gabriel García-


Noblejas Sánchez-Cendal, 2017
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2007, 2022
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid
www.alianzaeditorial.es
ISBN: 978-84-1362-889-9
Depósito legal: M. 11.108-2022
Printed in Spain

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Nota del editor

¿Por qué el Tao Te Chingg o Libro del Camino, un clá-


sico de la sabiduría china recopilado hace más de
dos mil años, sigue vigente y suscitando un con-
tinuado interés hoy en día en la sociedad occi-
dental? ¿Qué nos atrae irresistiblemente de estos
poemas elusivos, paradójicos, que, una vez leídos,
dejan en nosotros la impresión efímera de una
flor, pero el duradero recuerdo de su fragancia?
La sabiduría ancestral del Tao Te Ching salta a la
vista y vale, sin duda, para todo tiempo y lugar.
No en balde proviene de una época en que, como
muchos siglos más tarde diría Hobbes con acierto,
la vida era «solitaria, pobre, desagradable, corta y
brutal».
Para ella y para su consuelo –como tantas otras
filosofías y, no hace falta decirlo, religiones– se de-
sarrolló el Tao, un sistema de pensamiento o, más
bien, una forma de concebir el mundo y de estar
en él. Bajo la percepción de una perversión, de
una corrupción de la esencia del ser humano pro-
piciada por una sociedad en la que habían prolife-
rado el ansia de poder y la codicia, la desigualdad,
7
una excesiva complicación de la existencia, una in-
telectualización que se revelaba inane, el Tao pre-
conizaba un regreso a la elementalidad, a la senci-
llez, al vacío, al equilibrio de lo complementario, al
desapego, a la quietud como «señora de la acción».
Transcurridos más de veinte siglos desde en-
tonces, el panorama es muy diferente en la forma,
pero en esencia no muy distinto. Es por eso que
hoy en día las palabras de este libro caen en las so-
ciedades occidentales como lluvia en terreno se-
diento. El ruido, la velocidad y la prisa, el exceso
sin sentido de estímulos, de llamadas de atención,
de objetos de consumo y de deseo, la incertidum-
bre, la agudización de la soledad existencial son
–conscientemente o no– nuestra rutina cotidiana.
Nuestra energía se agota sin saber bien cómo ni
en qué y queda en nosotros un poso de insatisfac-
ción, de desconcierto, de vacío –paradójicamente–
por atestamiento.
Es así explicable que el Tao –una guía, una for-
ma de vida o actitud–, con su llamada al vacia-
miento, al desapego, a la no competencia, al equi-
librio, a la confianza y a la entrega a sus preceptos,
se nos ofrezca como un anhelado espacio donde
descansar, donde poder diluir y empezar a dejar
de lado la dinámica infernal que nos tiene presos.
Hay capítulos o poemas en él que parecen escritos
hoy mismo.
Impelidos constantemente a hacer, a reaccio-
nar, el Tao nos dice «no hacer», «confiar». Una
8
confianza que es compromiso y entrega –porque
el Tao orienta, pero exige asimismo la práctica:
«el viaje que dura diez mil leguas empieza por un
paso...»–, pero “trabajar” en el Tao, en sus pre-
ceptos, es también descansar en el Tao.
En esta nueva y espléndida versión de Gabriel
García-Noblejas, el lector descubrirá un lenguaje
particular, plagado de conceptos complementa-
rios y paradojas chocantes a veces a primera vis-
ta, pero tanto más luminosos cuanto más familia-
res. Pocos elementos ilustran esta idea mejor que
el agua («el agua, sí, está cerca del Tao», podemos
leer en un poema) y el concepto de «blando» que
a menudo viene asociado con ella. Como opuesto
y complementario de lo «duro» –que remite a lo
viejo, a lo fosilizado, a lo próximo a la muerte, a
la debilidad que le transmite su propia dureza–,
lo «blando» es un concepto que se asocia a lo re-
cién nacido, sea animal –un bebé o una cría– o
vegetal –un brote tierno–, a lo natural, a lo ele-
mental –al «pedazo sin tallar»–, y por ello más
puro por más lejano de lo maleado, de lo distor-
sionado, de lo corrompido por la sociedad y el
intelecto. El Tao no es conocimiento alambica-
do, sino intuición, comunión con la energía uni-
versal. Y pocas materializaciones de lo blando
–hoy diríamos también flexible, incluso resilien-
te– como el agua, el agua elemental y protei-
ca  que fluye, que reposa casi meditando en un
lago, que encuentra su camino sin esfuerzo, que
9
toma la forma de aquello que la contiene, que
desgasta la piedra hasta romperla, o como el bro-
te tierno que el huracán no arranca o ese propio
brote que, desapegado, baja flotando y balan-
ceándose, dejándose llevar por las aguas vivas.
Pero es hora de callar. «Mucho hablar, mucho
empobrece», se puede leer más adelante. Mejor
abrir este libro por cualquier página y procurar,
con el espíritu abierto, no-leerlo y dejarse impreg-
nar por su poderosa serenidad.

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Presentación

El camino que se puede caminar no es el camino


eterno. El nombre con que se puede dar nombre
no es el nombre eterno. El mejor ebanista no ta-
lla. Y gobernar un gran país es como asar un pe-
queño pez. Así nos habla el presente libro des-
de  que fuera puesto por escrito en China hace
unos dos mil trescientos años. Y así nos sigue
interpelando hoy con sus ochenta y un poemas
que, nadie lo duda ya, constituyen una de las
grandes obras de la humanidad y la fundación de
una de las principales escuelas de pensamiento
de la Historia, el taoísmo, que ha perdurado hasta
la actualidad.
El Tao Te Ching rebosa poesía y sabiduría. Y
también misterio. El libro se expresa con versos
misteriosos y paradójicos, porque busca describir
algo borroso y nítido a la vez, inabarcable por la
mente humana, visible e invisible a un tiempo,
inesperado en su forma de ser y actuar, humilde
y grandioso, diminuto e infinito; algo de don-
de  nace todo, que a todo da la vida y a donde
todo retorna; algo que ordena todo lo existente;
11
algo que no se puede nombrar ni describir ente-
ramente con las palabras, pero que se puede ver
con la fe (poema 41), sentir y vivir. Porque si bien
no se puede hablar del Tao y quedar satisfecho de
las explicaciones, sí se puede vivir en él, vivir según
él, ser su seguidor, es decir, obedecer al Tao.
El presente libro es algo así como un poliedro
formado por ochenta y un poemas, que son como
ochenta y una ventanas por las que contempla-
mos aspectos diversos del Tao; es una descripción
del Tao que, por ser fragmentaria, el lector ha-
brá  de ir recomponiendo mentalmente poema
a poema. Cada texto aporta algo de luz sobre el
más profundo centro del poliedro, el Tao, que
siempre queda en la brillante penumbra y, para-
dójicamente, a la luz y a la vista de todos. Porque
el Tao está lejos y está cerca, está ahí, a tu derecha
y a tu izquierda, lector. Lo vemos, pero nunca lo
suficiente; lo oímos, pero no del todo; nos servi-
mos de él, pero nunca lo agotamos, dice el poe-
ma 35. El Tao es abstracto y es concreto, por lo
tanto no hay mejor modo de hablar de él que con
conceptos que la mente reflexiva pueda conce-
bir y con imágenes que la mente sensitiva pueda
percibir, es decir, con poemas. Imágenes bifron-
tes, conceptos palpables.
No obstante, para ver, hay que empezar por no
ver: hay que empezar por no ver con nues-
tros ojos de siempre sino, cegados estos, con unos
ojos nuevos, es decir, hay que desprenderse de
12
los conceptos que el hombre ha creado para el
hombre y sobre los que ha construido su humano
mundo. Hay que “deseducarse”, es decir, apartar-
se de todo aquello que sea producto del intelecto
humano, esfuerzo de la mente, obra de la ciencia;
hay que evitar todo aquello que lleve la huella
del hombre, a saber, del conocimiento, de la téc-
nica, de la industria, de la organización social he-
cha por el hombre, e incluso de la inteligencia.
Vaciar la mente es el primer paso para poder
ver el Tao, para poder conocerlo o, mejor dicho,
reconocerlo, pues el Tao siempre ha estado a
nuestro lado. Nuestros poemas recurren a la vía
de la paradoja –principalmente– para llegar a tal
cuestionamiento y a tal eliminación de los con-
ceptos comúnmente admitidos, vía que nos mue-
ve a que nosotros mismos alcemos la máscara a
dichos conceptos y los descubramos dudosos, in-
ciertos, inestables o, simplemente, erróneos. De
ahí que la propuesta taoísta comience por verlo
todo desde un nuevo ángulo vacío que permite
ser llenado por una visión verdadera. Porque lo
incompleto está completo, lo escaso está repleto y
lo torcido está recto. Sólo así se dan las condicio-
nes para poder llegar a ver el Tao. Rechaza la sa-
biduría (al uso), desecha el conocimiento (al uso)
y quizá veas el Tao.
Además del Tao, el presente libro nos habla
extensamente de un segundo elemento impor-
tante, la Virtud. Tan importante es que está reco-
13
gido en el título chino del libro, , que sig-
nifica «Libro del camino y la virtud». La Virtud
es tan brumosa como el Tao: ayuda al Tao, va a
su zaga, aprende de él, coopera con él en sus
movimientos y actuaciones benéficas, generati-
vas, universales y particulares, abarcando ambos
en su cooperación infinita lo inabarcable (el uni-
verso) y lo abarcable (el corazón de todo ser hu-
mano).
El tercer elemento que nuestros poemas des-
criben con detalle, además del Tao y la Virtud, es
el maestro. El maestro es el hombre que vive
en el Tao, que está en el Tao y que, en consecuen-
cia, «ve claro», ve mejor que quien no está en el
Tao. Es aquel que, primero, conoce el Tao y que,
segundo y en consecuencia, vive una vida de li-
bre obediencia al Tao. Es aquel que actúa entre
los hombres como el Tao en el universo: enseña
sin hablar, actúa no actuando, no se adueña de
aquello que fabrica, no se apega a nada, todo lo
da y, porque todo lo da, es infinitamente rico.
El maestro es, además, aquel a quien se le pue-
de conceder el gobierno de la sociedad, aquel que
sí merece gobernar el mundo (no como los go-
bernantes de entonces, a quienes considera el au-
tor un «hatajo de ladrones»), aquel que sí sabrá
gobernar, mas no por la fuerza ni la ley, no por las
penas de muerte y los castigos, no por la guerra
de conquista, sino por la humildad y la sencillez,
por ponerse siempre por debajo. Ser maestro: ser
14
agua. Gobernar: servir al súbdito, ser súbdito del
súbdito, dirigirlo no dirigiéndolo.
También la figura de Lao Tse está poco clara.
Tanto es así que su nombre no es siquiera un
nombre, sino un apodo que significa «el anciano
maestro». Nada sabemos aún a ciencia cierta so-
bre él. El gran historiador Sima Qian (siglo I antes
de Cristo) nos relata que fue un archivero impe-
rial de la dinastía Zhou experto en rituales hacia
el siglo V antes de Cristo (contemporáneo de Pla-
tón, por lo tanto), pero no hay más prueba de
ello que sus palabras, aunque tampoco debería
ser necesario contar con más pruebas de su exis-
tencia para creer al gran historiador. Sea como
fuere, lo más verosímil es que haya ocurrido con
nuestro libro lo mismo que con casi todas las
grandes obras chinas de la Antigüedad: que fuera
escrito por varios autores anónimos y que algún
editor, seguramente hacia principios del siglo III
antes de Cristo, al compilarlo, lo atribuyera a una
figura taoísta legendaria, el maestro Lao Tse; tal
es la tesis que han defendido muy convincente-
mente sinólogos como Gu Jiegang y D. C. Lau en
décadas muy diferentes. Así pues, su gestación
escrita bien pudo durar un siglo hasta que queda-
ra fijado y unificado, hacia el siglo III antes de
Cristo, tal como lo traducimos aquí1.

1
Nuestra edición original es: , ,
, , 1984.

15
Pero poco importa, en verdad, el asunto de la
autoría frente al valor de la sabiduría espiritual y
ética que nos regalan estos hermosos y profundos
poemas que no han perdido un ápice de actuali-
dad en sus más de dos mil trescientos años de
existencia. Hallará el lector en ellos toda una filo-
sofía que, como toda buena filosofía, es teológica,
y que incluye también elementos propios de la
Física, la Metafísica, la Ontología, la Ética, la Polí-
tica, la Retórica, la Teoría del Conocimiento, la
Psicología y la Ecología, al menos. Pero no sere-
mos nosotros los que cometamos el grosero error
de intentar analizar y explicar, aquí y ahora, la
sabiduría del Tao, pues nadie lo hará nunca me-
jor que el propio Lao Tse.
Sin embargo, sí será útil explicar, en un par de
pinceladas, cómo era la China en que se formó el
presente libro, pues, de lo contrario, difícil le será
al lector entender algunas alusiones que hallará
en él. China era entonces un reino cuyo rey go-
bernaba nominalmente sobre muchos territorios
y ciudades amuralladas de diverso tamaño que,
de facto, se habían desgajado e independizado y
no dejaban de atacarse entre sí en cientos de ba-
tallas fratricidas. El mundo era un caos, todo era
guerra y los gobernantes de cada reino o Estado
batallaban para hacerse más y más poderosos
queriendo ser el rey de la dinastía, señor de todo
el territorio. De ahí que muchos versos aludan a
querer «gobernar todos los reinos», lograr ser «la
16
cabeza del mundo», apoderarse «de todos los de-
más» o «del mundo entero». De ahí también que
traten el tema de cómo hay que gobernar un rei-
no. La política y el gobierno fueron temas que de-
batieron y analizaron a fondo los grandes pensa-
dores de la China antigua, como, por ejemplo,
Confucio, Han Fei o el maestro Mo2. Nuestro li-
bro participó en tal diálogo.
Y también será útil explicar un puñado de me-
táforas de difícil comprensión. «El valle» es un
lugar que recibe, que acoge generosamente lo
que baja a él, que se pone por debajo de todo y
por ello es muy rico, porque todo lo acepta como
viene, especialmente las aguas, que a su vez son
humildes y dan vida; «la madre» es aquello que
engendra y da a luz, que es capaz de crear y de
formar, que está entre el Tao y el mundo, que da
vida y origina; y, sobre todo, «el pedazo sin ta-
llar», que alude a un pedazo de madera o piedra,
es decir, a algo que se halla en su estado total-
mente natural, no tocado aún por la mano del
hombre, en su estado prístino y puro, no estro-
peado por el artificio humano. De ahí que se des-
precie todo aquello que es un producto de la cul-
tura, como la educación, frente a todo aquello
que es un producto directo de la naturaleza, que
se estima.

2
Proporcionamos lecturas recomendadas de dichos filóso-
fos en la página 119.

17
El Tao Te Ching es uno de los dos textos funda-
cionales del taoísmo. El otro es el genial Libro del
maestro Chuang Tse, en prosa. Aunque ambos,
como decíamos, no habrían sido escritos antes
del siglo IV-III antes de Cristo, la filosofía a que
dieron cuerpo sí que era muy anterior. El taoísmo
–y quizá entonces sí que existió un hombre al
que se llamó «anciano maestro» de verdad– de-
bió germinar hacia el siglo VI antes de Cristo y
desde entonces ha existido sin interrupción, aun-
que con notables cambios en su largo camino.
El primer hito debemos situarlo hacia el siglo
III antes de Cristo, cuando quedaron fijados por
escrito los dos textos fundacionales ya citados. Un
siglo después aproximadamente, en los inicios de
la duradera dinastía Han, el taoísmo comenzó a
mezclar la política con la espiritualidad en una
nueva amalgama basada en dos pilares: la des-
cripción del gobernante modelo como gobernan-
te taoísta y la explicación de diversas prácticas es-
pirituales que conducían a la pureza del alma y
la longevidad del cuerpo. A finales de la dinas-
tía Han, esto es, hacia el siglo II después de Cristo,
nació el llamado «taoísmo religioso», en virtud
del cual el autor de nuestro libro fue divinizado,
así como otros maestros taoístas del pasado, y la
fe se llenó de nuevos dioses, nuevos textos, nue-
vos ritos, nuevos monasterios y una nueva es-
tructura eclesial bien definida. Unos dos siglos
después, hacia el siglo IV, cobró vitalidad en su
18
seno una corriente centrada en la búsqueda de
la inmortalidad por tres vías diferentes, a saber, la
alimentación estrictamente natural, a base de
plantas y minerales de los montes; los ejercicios
físicos, concretamente los ejercicios respiratorios,
los corporales y los sexuales (la sexualidad enten-
dida como gimnasia, no como amorosa entrega a
otro); y la pureza espiritual, basada en el desape-
go por todo lo material y social, como la fama, el
dinero o el poder; dicha corriente engendró her-
mosos textos, como El maestro que abrazó el pedazo
sin tallar, de Ge Hong (283-343).
Para no extendernos más, terminaremos este
escueto repaso de la evolución del taoísmo recor-
dando que, a partir de entonces, se fueron multi-
plicando tanto sus textos sagrados, hasta llegar a
los mil cuatrocientos libros (que se editaron y fi-
jaron en el año 1445), como sus ramas. Hoy día,
un país –la República Popular de China– donde
no existe libertad religiosa real, sino sólo nomi-
nal, cuenta con dos ramas principales: la del clero
hereditario y la de los monjes y monjas que viven
en monasterios; cuya presencia en el mundo lai-
co se reduce a la realización de rituales puntuales
a petición de personas, familias o comunidades.
El taoísmo, dada la gran estima que ha conce-
dido al mundo de la naturaleza y al ser humano
en su dimensión tanto espiritual como física des-
de sus inicios, ha influido poderosamente, de un
modo más o menos directo, como no cesan de re-
19
cordarnos J. Needham y sus colaboradores en los
muchos volúmenes de Science and Civilization in
China, en el nacimiento y el desarrollo de nu-
merosas ciencias en China, como, por ejemplo, la
farmacología, la mineralogía, la biología, la mine-
ría, la botánica, la agricultura y las artes marciales
y gimnásticas, como el kungfu, el qigong o el taichí.í
La semilla de todo este variado desarrollo de
ciencias y creencias no está sino en el libro que el
lector tiene en sus manos, cuya gestación y es-
critura corrió paralela a la de las grandes obras
y  enseñanzas de Platón y Aristóteles en Gre-
cia, del Buda histórico en el norte de la actual In-
dia y de numerosos libros del Antiguo Testamen-
to en el antiguo Israel, sin olvidar, dada la esencia
poética del presente libro, otros textos poéticos
coetáneos y tan cruciales en el desarrollo de la ci-
vilización europea como lo ha sido el Tao Te Ching
en la asiática: el Libro de los Salmos y (quizá) los
Libros de Job y del Eclesiastés, así como las trage-
dias de Esquilo y Sófocles.

Agradecimientos

A Javier Setó, por habernos propuesto la traduc-


ción de este clásico, que nunca nos habríamos
atrevido a traducir sin su amable insistencia, y
por sus muchas sugerencias, que han mejorado la
presente traducción.
20

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