Por Consiguiente, Conviene Que Haya Uno Que Mande o Reine.: Tema 7 La Construcción de Las Monarquías Medievales
Por Consiguiente, Conviene Que Haya Uno Que Mande o Reine.: Tema 7 La Construcción de Las Monarquías Medievales
Por Consiguiente, Conviene Que Haya Uno Que Mande o Reine.: Tema 7 La Construcción de Las Monarquías Medievales
Tema 7
Por consiguiente, conviene que haya uno que
mande o reine. La construcción de las monarquías
medievales
1. El primero
2. La persona
El rey era alguien que mandaba y que siempre quería mandar más. Este
mandar más, sin embargo, tenía sus requisitos. En primer lugar, el rey
tenía que ser legítimo: esto quería decir: que por sus venas debía fluir una
sangre particular: el rey debía descender de reyes. La realeza, por lo tanto,
se heredaba (dinastía). Pero la sangre no era suficiente: el rey debía ser
consagrado y coronado en una ceremonia particular; aunque esta
ceremonia fue perdiendo su importancia a medida que se fortalecía el
derecho hereditario.
En segundo lugar, el rey debía ser virtuoso. Esto quiere decir que al rey se
le exigían toda una serie de virtudes para ejercer su ministerio: debía ser
justo, fuerte, prudente, valiente, discreto … (De ahí los calificativos propios
de tantos reyes medievales: Hermoso, Fuerte, Atrevido, Bueno). Desde el
siglo XIII no se concibió que el rey no fuera letrado (sabio), que hubiera
recibido una instrucción en los diversos saberes profanos: un rey sin letras
no era otra cosa que un burro coronado. Gracias a estas diferentes virtudes
el monarca estaba en condiciones de procurar el bienestar, imponer la
justicia, asegurar la paz, castigar a los malhechores y proteger a los
necesitados. Evidentemente, la Iglesia le encomendó la protección de los
religiosos y sus bienes y les requirió una obediencia filial a sus directrices
tanto temporales como espirituales.
Este ser majestuoso, por último, requería además ciertos distintivos, que
solo a él correspondían: unos ropajes de ciertos colores, y fabricados de
ciertos materiales (seda). La majestad también requería ciertas insignias,
esto es, objetos que a menudo tuvieron la propiedad de asentar de manera
definitiva la legitimidad del monarca: la corona, la espada, la esfera, la
lanza y el cetro. Estas insignias se guardaban en lo que era el tesoro. Hasta
el siglo XV las mismas tuvieron gran importancia y jugaron un destacado
papel político: Bernard Guenée ha escrito: el poder de un príncipe estaba
unido de alguna forma a la propia existencia de tales insignias. Su poderío
aparecía a la vista de todos tanto más grande cuanto más rico fuesen los
objetos.
3. Los medios
La persona del soberano era importante, pero el mandar más que pretendía
también requería unos medios. Sin estos medios, la construcción de los
estados monárquicos no hubiera sido posible. Y los reyes dedicaron todos
sus esfuerzos a crear estos medios: la historia política de Occidente fue en
buena medida la historia de crear estos medios con el fin de imponer la
soberanía que reclamaban los monarcas.
Los medios
En primer lugar, los medios materiales, esto es, aquellos medios que debían
permitir al rey ejercer las facultades propias de su soberanía: administrar la
justicia, ejercer la violencia y recaudar impuestos. La construcción de las
soberanías de los estados requería de unas instituciones (administración),
un aparato estatal: unas instituciones que se encargaran de registrar,
expedir y sellar los documentos reales (cancillería), unas instituciones que
se encargaran de la administración de la justicia (tribunales); unas
instituciones que se encargarán de la administración de lo que llegaría a ser
desde el siglo XIV una fiscalidad estatal: Bernard Guenée escribe: En el
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siglo XIII, los príncipes faltos de recursos tenían varias posibilidades. Podían
imponer una talla a los hombres de sus dominios; pedir una ayuda a sus
vasallos jugando con los casos previstos en la costumbre feudal; anunciar
su partida a la cruzada y obtener así la aquiescencia del papado para
imponer sobre el clero un diezmo o una décima; negociar con sus ciudades
la concesión de subsidios a cambio de concesiones más o menos ilusorias.
Como todos esos arbitrios parciales eran insuficientes, intentaron pronto
obtener más, pidiendo a todos sus súbditos que consintiesen en ayudarle. Y
así nació, antes o después el moderno impuesto directo que todos los
Estados de Occidente conocieron de una u otra forma, a finales del siglo XV.
Esta fiscalidad permitió sostener los gastos cada vez más exorbitados de las
guerras: unos costes que se explican por la necesidad de contratar un
número creciente de mercenarios y por los costes de unas tecnologías de
guerra cada vez más desarrolladas (artillería). En los siglo XIV y XV las
grandes guerras entre los reinos (la Guerra de los Cien Años, por ejemplo)
no solo trajeron consigo un enorme número de victimas sino también una
inversión sin precedentes de recursos materiales.
En segundo lugar, los medios humanos. El rey necesitaba con gentes que le
permitieran mantener en marcha su administración. Todo rey tenía que
contar con un conjunto de oficiales, una burocracia, en definitiva: hombres
a los que remuneraba y que, a cambio, debían ejercer de manera leal sus
ministerios y defender siempre las aspiraciones del rey. El rey los reclutaba,
en un principio entre la clerecía y la pequeña nobleza. A menudo, recurría a
judíos. Pero, a partir del siglo XIII los reclutaría de manera masiva entre
hijos de burgueses y entre aquellos hombres bien entrenados e instruidos,
salidos de las facultades de derecho de forma masiva desde el siglo XIII.
Unos hombres con unas habilidades muy necesarias para mantener en
marcha la administración: el dominio de las letras y de los números, el
dominio de las leyes…
Las doctrinas
El aristotelismo
Un aristotélico
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Las implicaciones
El diálogo
Este principio, que iba más allá de la obligación de prestar consejo por parte
del vasallo, se institucionalizó en las asambleas representativas
estamentales, un elemento clave en la génesis de los estados modernos.
Como ha dicho Bernard Guenée, estos estados nacieron cuando se
institucionalizó el diálogo entre el rey y la comunidad del reino a través de
las asambleas representativas.
Estas asambleas reunían a los grandes de la tierra, tanto los nobles como
los prelados de la Iglesia. Lo característico, sin embargo, fue la convocatoria
de otros colectivos y, de manera decisiva, la de los burgueses,
generalmente los burgueses de las ciudades que eran señorío del monarca.
Fue en estas asambleas que las ciudades lograron participar en la política
del reino y su peso político fue en aumento en la medida que contribuían de
manera cada vez más destacada a los impuestos votados en las asambleas.
Estas asambleas, por lo tanto, no fueron nunca instituciones en las que los
intereses de todo el pueblo de una tierra estaban presentes. Los intereses
(privilegios) que se defendieron en estas instituciones (sobre todo frente a
cualquier cuestionamiento real) fueron siempre los intereses ciertos
estados, concretamente los intereses de la nobleza, sobre todo de la alta
nobleza (barones), los intereses de los prelados (obispos y abades) y los
intereses de los oligárcas de las ciudades reales. Hay que a tener en cuenta
esta realidad, por mucho que los estados pretendieran hablar en nombre del
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5. El mal gobierno
El buen gobierno como enseñaban tanto Tomás de Aquino como los demás
maestros era aquel gobierno que anteponía el bien común (la utilidad
común) al bien privado. El mal gobierno, por lo tanto, era aquel gobierno
que anteponía el bien privado al bien del conjunto de los miembros de una
comunidad política. Para designar este mal gobierno y para designar al mal
gobernante se recurrió a dos términos de origen griego: la tiranía y el
tirano. Ya en el siglo XII se desarrollaron toda una serie de reflexiones que
oponía la figura del rey a la figura del tirano.
El tirano
En este tratado Girolamo Savonarola nos explica que en las cosas humanas
es necesario el gobierno y también cuál se dice buen y cuál mal gobierno.
Savonarola explica que la razón de ser del gobierno es el cuidado del bien
común, consistente en que los hombres puedan vivir juntos pacíficamente
practicando las virtudes y acceder así más fácilmente a la felicidad eterna;
de aquí que pueda definirse a un buen gobierno como aquél que, con la ma-
yor diligencia posible, busca conservar y aumentar el bien común, condu-
ciendo a los hombres a las virtudes y al vivir recto, y en particular al culto
divino; y es un mal gobierno el que descuida el bien común y atiende a su
bien particular, no preocupándose de la virtud de los hombres, ni de su vida
moral más que en la medida en que le es útil a su bien particular: y tal go-
bierno se denomina 'tiránico'.
placeres como medicina para sus aflicciones: por eso mismo, pocas veces o
casi nunca se encuentra un tirano no entregado a la lujuria y a las
delectaciones carnales … bajo el tirano no existe cosa estable, porque todo
se rige según su voluntad, la cual no sigue el dictado de la razón, sino de
sus pasiones. Por lo que todo ciudadano bajo él vive expuesto a su
soberbia, toda propiedad peligra por su avaricia, toda castidad y honra
femenina vive pendiente de su lujuria. No le faltan desde luego rufianes y
alcahuetas que de un modo u otro conducen a las mujeres e hijas de los
ciudadanos al mortal sacrificio: y en especial en los grandes convites
palaciegos, en donde suele haber pasajes secretos hacia los aposentos; allí
se conduce a las mujeres sin que se percaten, de modo que, una vez
dentro, se ven sin remedio cogidas en su lazo. Y esto por no hablar de la
sodomía, a la cual muchos tiranos son hasta tal punto propensos, que no
existe joven algo agraciado en la ciudad que se pueda sentir a salvo.
Los remedios
Pero, ¿qué se puede hacer cuando no ha sido posible evitar la tiranía? Todos
los maestros enseñan que hay que castigar a tirano. Pero, ¿en qué consiste
este castigo? Muchos enseñan que hay que resistir (ius resistendi), llegando
incluso a defender el tiranicidio, la muerte violenta del mal gobernante.
Pero, la mayoría (entre ellos Tomás de Aquino) no llega a este extremo y se
contenta con proclamar la necesidad de deponer el tirano: el desorden que
podía conllevar el tiranicidio les resulta menos soportable que el mal
gobierno. Tomás de Aquino en su tratado sobre la monarquía considera:
Realmente, si el tirano no comete excesos, es preferible soportar
temporalmente una tiranía moderada que oponerse a ella, porque tal
oposición puede implicar peligros mucho mayores que la misma tiranía.
Por lo tanto, ¿qué quedaba? Más allá del recurso a Dios, como propone
Tomás de Aquino: él puede realmente convertir el cruel corazón del tirano
en mansedumbre. Quedaba, la apelación a la conciencia del rey, mejor
dicho, la educación del príncipe. Todo un género literario, los espejos de
príncipes, tratados nunca demasiado extensos, tenían la función de instruir
al joven príncipe en el arte de gobernar y de inculcarle tanto lo que eran los
principios del buen gobierno como lo que se ha llamado un horror al mal
gobierno. Desde el siglo XII hasta el siglo XVI, estos espejos de príncipe
repetían una y otra vez la necesidad de alejarse de la tentación de la
tiranía: la de considerar sólo el bien privado.
Lecturas para profundizar en el tema de la sesión: Bernard Guenée, Occidente durante los
siglos XIV y XV. Los estados, Barcelona: Labor 1985; Joseph R. Strayer, Sobre los orígenes
medievales del estado moderno, Barcelona: Ariel, 1986; Pietro e Ambrogio Lorenzetti,
edición de Chiara Frugoni, Florencia: Scala Group, 2002; Patrick Boucheron, “La fresque de
Bon Gouvernement d’Ambrogio Lorenzetti”, Annales. Histoire, Sciences Sociales, 60/6
(2005), 1137-1199; Quentin Skinner, El artista y la filosofía política. El buen gobierno de
Ambrogio Lorenzetti, Madrid: Trotta, 2009