La Evaluación en Los Centros Educativos PDF
La Evaluación en Los Centros Educativos PDF
La Evaluación en Los Centros Educativos PDF
145-178
1. INTRODUCCIÓN
El presente trabajo puede ser considerado como una continuación del que hemos
presentado en el IV Seminario de nuestra Asociación con el título «Modelos de Inves-
tigación sobre las Organizaciones Educativas». En el mismo manteníamos que los cen-
tros educativos deben ser concebidos fundamentalmente como organizaciones sociales
y como tales pueden ser analizados y evaluados siguiendo las teorías y enfoques meto-
dológicos que habitualmente se aplican a este tipo de organizaciones. Presentabamos,
además, una propuesta a modo de resumen en la cual clasificabamos los principales
modelos de evaluación que desde la perspectiva organizacional se postulaban como
más apropiados o de mayor aplicación para las instituciones educativas.
Aunque diversos aspectos de este estudio fueron posteriormente desarrollados y
matizados en otros trabajos posteriores (De Miguel 1989b, 1994, 1995, 1997), el conte-
nido esencial del mismo puede ser considerado como vigente por lo que, en esta oca-
sión, nos ha parecido oportuno efectuar una revisión sobre el tema y analizar qué ha
sucedido durante estos diez años en relación con la evaluación de los centros educati-
vos, en qué situación se encuentra actualmente la metodología al respecto y cuáles son
las principales alternativas que cabe plantear para un futuro inmediato. Estas son las
cuestiones esenciales que abordamos en la ponencia que hoy presentamos, cuyo con-
tenido vamos a estructurar en tres apartados.
En el primero efectuamos un balance sobre la literatura pertinente relacionada con
el tema —a modo de informe sobre el «estado de la cuestión»— que nos sitúe ante la
problemática que ha rodeado la evaluación de los centros escolares durante la última
146 Mario de Miguel Díaz
Una aproximación a los principales problemas que han sido objeto de debate
durante los últimos años en relación con la metodología sobre la evaluación de los cen-
tros escolares podría sintetizarse en estos apartados:
La evaluación de los centros educativos. Una aproximación a un enfoque sistémico. 147
A pesar de la falta de consenso respecto a los criterios para estimar la calidad de los
centros escolares, durante estos últimos diez años hemos observado un aumento con-
siderable del número de trabajos y estudios relativos a la evaluación de las institucio-
148 Mario de Miguel Díaz
nes educativas, así como de estudios metaanalíticos sobre los modelos utilizados (Bar-
tolomé y otros, 1991). Sin duda, el desarrollo democrático, cada vez más acusado en
nuestra sociedad, está generando una toma de conciencia colectiva sobre la necesidad
de controlar las políticas públicas, entre ellas las relativas a los servicios y programas
sociales y educativos.
Ahora bien, teniendo en cuenta que existen tres sistemas a través de los cuales se
lleva a cabo el control social de las políticas públicas —el estado, la sociedad civil y el
mercado (Wolfe, 1989)—, es lógico que se den acusadas diferencias entre los plantea-
mientos y modelos evaluativos utilizados ya que parten de supuestos radicalmente
distintos: el poder, el status y el dinero (House 1993). La manifestación de estas dife-
rencias queda patente en lo que Clark (1983) denomina «el triángulo de la tensión entre
la autoridad estatal, la oligarquía académica y las leyes del mercado» que no sólo se
manifiesta en los sistemas de planificación y gestión de los centros escolares sino tam-
bién en los objetivos y procedimientos evaluativos.
Administración
Profesorado Clientes/Mercado
u
c
ac
nósti
ió
n
Diag
Desarrollo
154 Mario de Miguel Díaz
Como se refleja en el diagrama, todo proceso de mejora exige una planificación pre-
via y esta, a su vez, reclama un proceso de valoración de la realidad de la escuela; es
decir, determinar « su línea base». Ahora bien, esta fase diagnostica conlleva un pro-
ceso de valoración tanto de los procesos como de los resultados. Por ello, el conoci-
miento del nivel de eficacia de una escuela y de los factores que condicionan su
funcionamiento constituye uno de los objetivos ineludibles a tener en cuenta en todo
programa de mejora. Excluir durante el proceso de diagnóstico la dimensión de la efi-
cacia de la institución constituye una anomalía que no se puede justificar ni desde el
punto de vista teórico ni desde el técnico.
De ahí que la tendencia actual —tanto se utilice una teoría basada sobre calidad
total o sobre la reingeniería de las escuelas (Davies y West-Burnham 1997)— se orien-
te a integrar de forma comprensiva ambas orientaciones —eficacia y mejora— ya que
los fines que persiguen en modo alguno son excluyentes. Cada vez existe mayor
número de investigadores (Reynolds y Stoll, 1996) que consideran que no es bueno
plantear la evaluación de las escuelas fomentando una perspectiva dicotómica como si
se tratara de dos tipos de conocimientos diferentes. Al contrario, ambas finalidades se
necesitan e implican mutuamente, a la vez que reclaman con urgencia su fusión. En
este sentido cabe señalar que durante los últimos años se han llevado a cabo diversos
proyectos (Stoll y al. 1996) que tratan de poner de relieve la «convergencia» o «siner-
gia» que existe entre estos dos paradigmas para abordar y resolver los problemas de
nuestras instituciones.
Otra de las antinomias, que últimamente se ha vuelto a suscitar en relación con los
fines de las escuelas, se plantea al considerar si estas se deben orientar hacia la exce-
lencia académica o, por el contrario, su calidad debe estimarse partiendo del modo de
llevar a cabo los procesos. Así, mientras algunos consideran como centros excelentes
aquellos que están acreditados en función de la calidad de los medios y dotaciones de
que disponen, otros opinan que los resultados de una institución dependen funda-
mentalmente de la eficiencia con que las escuelas gestionan sus propios recursos. Esta
polémica entre excelencia y eficiencia, aunque no es nueva, ha sido alimentada últi-
mamente desde dos vertientes.
De una parte, del debate al que hemos asistido durante los últimos años en rela-
ción al tema de la productividad —que ya hemos comentado— parece deducirse
que el problema de la calidad de un centro no radica en la cantidad de recursos que
dispone una institución sino en cómo actuar para que estos sean más efectivos, tal
como pone de manifiesto el movimiento de las escuelas aceleradas (Levin 1996).
Una conclusión similar se desprende de las revisiones metaanalíticas cualitativas
realizadas en torno a los efectos de las escuelas ya que concluyen afirmando que las
condiciones del aula tienen mayor impacto sobre la mejora del rendimiento de los
alumnos que los factores relativos a la escuela en tanto que organización (Scheerens
y Bosker 1997).
La evaluación de los centros educativos. Una aproximación a un enfoque sistémico. 155
A la vista de estas opciones, y otras que se pueden plantear en relación con los fines
de las escuelas, fácilmente se deduce la complicación que encierra determinar cuáles
son los propósitos que deben orientar los procesos de evaluación de los centros edu-
cativos. Las instituciones escolares son organizaciones sobre las que confluyen audien-
cias muy diversas con puntos de vista e intereses, en ocasiones, enfrentados. Es lógico,
por tanto, que estas audiencias entiendan estos fines desde distintas perspectivas y, en
consecuencia, formulen propuestas que pueden parecer contrapuestas en relación con
los propósitos que deben orientar la evaluación de las instituciones educativas.
Generalmente se suelen clasificar los distintos modelos evaluativos en dos grupos
alternativos según que su finalidad se oriente hacia la rendición de cuentas (accoun-
tability) o hacia la mejora del programa y la organización que lo imparte (improve-
ment). En el primer caso se considera prioritario que las instituciones den cuenta
socialmente tanto de su eficiencia en la utilización de los recursos como de su eficacia
en el logro de los objetivos pertinentes. En el segundo, se entiende que la finalidad
más importante de todo proceso evaluativo es incidir sobre la toma de decisiones que
optimicen el funcionamiento de la propia institución como estrategia para mejorar
sus resultados.
Del análisis de la literatura se deduce que estos dos tipos de propósitos han sido
considerados como opuestos. Los diseños orientados hacia la rendición de cuentas se
han centrado fundamentalmente en la evaluación de resultados medibles a través de
metodologías cuantitativas y han sido defendidos especialmente por audiencias exter-
158 Mario de Miguel Díaz
Una vez que hemos justificado los propósitos que orientan los procesos de evalua-
ción de las instituciones educativas y hemos señalado algunos de los requisitos nece-
sarios para que estos procesos incidan en la transformación de las escuelas, considero
importante abordar uno de los aspectos que me preocupa especialmente y al que no se
le suele dar demasiada importancia en la bibliografía especializada: el marco o funda-
mento teórico en el que se debe situar la evaluación de los centros escolares conside-
rados como organizaciones sociales que diseñan y aplican programas y servicios
educativos.
Todos los que nos dedicamos a la metodología empírica somos conscientes de que
cada enfoque evaluativo exige un marco teórico apropiado que justifique nuestro tra-
bajo en tanto que actividad cientifica orientada a la obtención de conocimientos. No
debemos olvidar que la investigación evaluativa es ante todo «investigación» lo cual
implica —de algun modo— una «explicación científica».
Ahora bien, los modelos utilizados para la explicación científica han cambiado
mucho durante los últimos años. De una parte, en todos los campos del saber se pro-
pugna como paradigma epistemológico el realismo científico tratando así de evitar
tanto el positivismo como el relativismo. Ello implica que el trabajo del investigador,
incluso el del científico experimental, se oriente a crear «contextos» donde determina-
dos «mecanismos» se manifiestan con cierta «regularidad.» La regularidad —entendi-
da a modo de cuasi-ley— constituye el marco en el que se mueve el conocimiento
científico en la actualidad (Pawson y Tilley, 1997).
Este es igualmente el marco epistemológico en el que se mueven de las ciencias
sociales en general y las teorías sobre el cambio en los sistemas sociales en particular.
De ahí que exista un número considerable de tentativas para efectuar el salto de la
«explicación científica realista» a la «explicación social realista» con el fin de hallar una
justificación epistemológica a la investigación social.
La evaluación de los programas sociales constituye un ejemplo paradigmático de
este enfoque ya que permite estimar la efectividad que tienen determinadas teorías
para promover cambios sociales. El marco conceptual del que se parte es el mismo que
se utiliza en la explicación científica realista: los resultados que se obtienen con los
programas sociales dependen de la aplicación de ideas y procedimientos (mecanis-
mos) a grupos de sujetos en condiciones específicas (contextos). Ello implica que, al
160 Mario de Miguel Díaz
A la hora de plantear los objetivos que deben dirigir un proceso evaluativo sobre
los centros escolares podemos igualmente utilizar como referencia los tres componen-
tes básicos que habitualmente intervienen en todo proceso de rendición de cuentas
sobre programas y servicios sociales; es decir, la eficacia, la eficiencia y la efectividad.
Tal como se refleja en el modelo adjunto propuesto en un trabajo reciente (Martin y
Kettner 1996), la representación del significado de estos tres conceptos se podría esta-
blecer en estos términos:
ción. Frecuentemente se alude a factores relativos al input y los procesos sin tener en
cuenta que el factor más importante son los aprendizajes (conocimientos, actitudes,
destrezas, valores, etc…) que se pretende que adquieran los alumnos a corto y largo
plazo. Como ya hemos dicho, los centros escolares formulan estas metas en términos
de los objetivos educativos —prescriptivos y discrecionales— con los que tratan de dar
respuesta a las necesidades reales y potenciales de la diversidad presente en un termi-
nado contexto social.
El análisis es muy sencillo. Ante una realidad concreta la administración y el cen-
tro dan una respuesta educativa formulando una serie de objetivos o metas a alcanzar
que se plasman en una serie de proyectos curriculares y la asignación de unos recur-
sos. La primera tarea a la hora de evaluar un centro es comprobar en que medida estas
metas asumen la doble perspectiva —normativa y discrecional— de la que venimos
hablando y si los objetivos propuestos son factibles y operativos. Evaluaremos si son
factibles en función de los medios y recursos disponibles y comprobaremos su opera-
tivización analizando si están identificados de forma clara y precisa y se especifican los
indicadores a utilizar para su medición.
Este tipo de evaluación inicial sobre las metas de los centros actualmente no existe.
Los proyectos educativos y curriculares son considerados en los centros como «pape-
les de trámite» que nadie valora ni considera criterio de referencia para la evaluación.
Ni los centros negocian con la administración la calidad de los proyectos en función de
los recursos de los que disponen ni la administración supervisa adecuadamente estos
proyectos a fin de que respondan a las necesidades del contexto. Los representantes de
los usuarios/clientes no intervienen en este proceso. De ahí que la mayor parte de las
veces los objetivos de estos proyectos se formulan de forma retórica y con un lengua-
je impreciso por lo que no sirven como criterio de referencia para la evaluación.
Esta ambigüedad en el proceso de elaboración de objetivos resulta políticamente
útil tanto a la administración como al profesorado ya que permite llegar a compromi-
sos sobre la base de intereses divergentes que no llegan a explicitarse (Ballart 1992) al
tiempo que les deja las manos libres para posteriormente culpabilizar del fracaso al
otro. Desde nuestro punto de vista existe un error de partida que debemos reconducir
ya que si inicialmente no hay claridad y consenso entre las partes en relación con las
metas a lograr y la forma de evaluarlas todos los demás aspectos a considerar en una
evaluación pierden coherencia. Se necesita concretar previamente la calidad de los pro-
ductos (aprendizajes) que queremos alcanzar.
Así pues, la finalidad de esta evaluación inicial se orientará a estimar la calidad de los
objetivos que se propone alcanzar un centro en cada uno de sus niveles o ciclos educati-
vos. Ahora bien, esto no será posible sino se especifican previamente los aprendizajes
concretos que acreditan que un alumno ha alcanzado un nivel formativo determinado y
los indicadores a través de los cuales podemos comprobar la calidad de esa formación.
La evaluación, por tanto, consistirá esencialmente en un proceso para comprobar si los
objetivos cumplen con los requisitos y criterios de calidad que debe garantizar toda ins-
titución (quality control). La falta de diálogo entre la administración e instituciones cons-
tituye la principal dificultad para llevar a cabo esta evaluación previa.
166 Mario de Miguel Díaz
Una vez establecidos los objetivos educativos a alcanzar, los centros escolares tie-
nen que asumir la función de diseñar y aplicar programas educativos para alcanzar
estos objetivos. Tal como se expresa en la normativa vigente «la principal finalidad de
los centros escolares es la enseñanza para el aprendizaje de los alumnos». La calidad
de una institución estará, por tanto, en función del tipo de programas de enseñanza
que diseña y la forma de gestionar los procesos y recursos que emplea para llevarlos a
cabo.
Los centros escolares constituyen organizaciones que gestionan y ofrecen «servi-
cios de enseñanzas» que pueden tener mayor o menor calidad. Como ya hemos dicho
anteriormente, partiendo de los objetivos establecidos cada institución planifica su
oferta educativa tanto en relación a los contenidos a trasmitir como a las estrategias a
utilizar en los procesos. De ahí que todos los elementos que intervienen en la organi-
zación y funcionamiento de un centro cobran sentido en la medida que contribuyen
a que las enseñanzas impartidas sean más efectivas. La calidad en la gestión de los
procesos constituye, por tanto, un condicionante clave para obtener aprendizajes de
mayor calidad.
De ahí que el segundo objetivo de la evaluación de los centros se deba orientar a
estimar la calidad de los proceso de gestión (quality management) que realiza el cen-
tro y que, a título de aproximación, podemos agrupar en las siguientes tareas:
a) en la elaboración del proyecto educativo, los proyectos curriculares de ciclo y/o
nivel y el resto de programas y servicios que ofrece el centro.
b) en la adecuación de las estructuras organizativas y los sistemas de gestión y coor-
dinación dentro de la institución para que la implementación de los proyectos, pro-
gramas y servicios elaborados se lleve a cabo tal como estaba prevista.
c) en la eficiencia con que el centro gestiona los recursos —humanos, materiales y
técnicos— disponibles y los utiliza en el desarrollo de las enseñanzas.
Aunque inicialmente todos podemos asumir este esquema, las divergencias pue-
den surgir cuando se plantea si estas evaluaciones se deben efectuar por agentes inter-
nos o externos a la propia institución. El carácter contextual que debe tener toda
evaluación de servicios sociales hace que nos inclinemos a favor de la evaluación inter-
na lo que significa que consideremos que la responsabiidad en la iniciativa y la ejecu-
ción de la tarea evaluadora debe recaer sobre la propia institución. Tal como ya hemos
avanzado consideramos que, sólo en la medida que las instituciones educativas se con-
sideren organizaciones que necesitan aprender, cobra sentido la utilidad de la estrate-
gia evaluativa como herramienta para la mejora. La evaluación externa, especialmente
cuando no es reclamada desde la institución, adquiere un significado de auditoría.
El discurso que hemos avanzado hemos ido exponiendo algunos de los condicio-
nantes en los que se enmarca actualmente la evaluación de los centros educativos.
Consecuentemente el modelo evaluativo a proponer debe tener en cuenta ciertos
requisitos y supuestos que consideramos fundamentales:
170 Mario de Miguel Díaz
1.— Los centros escolares son organizaciones sociales que están llamadas inequí-
vocamente a mejorar con el fin de ofrecer servicios de calidad a la comunidad. Inde-
pendientemente del concepto de escuela que se mantenga, todos podemos coincidir en
que prestar un buen servicio a la sociedad constituye el objetivo prioritario y perma-
nente de todas las políticas públicas relativas a la educación.
2.— El concepto de mejora aplicado a las instituciones educativas debe entenderse
como un proceso y como tal, aunque puede ser sometido a cierta planificación, no pue-
de ser explicado utilizando exclusivamente modelos racionales como si se tratara de
un fenómeno lineal. El desarrollo de una institución exige una planificación pero no
cabe esperar que toda planificación genere las mejoras previstas.
3.— El requisito fundamental para que un plan de mejora sea efectivo es que la ins-
titución tome conciencia corporativamente de que constituye una «organización de
aprendizaje» y establecer un proceso constante de revisión que facilite su desarrollo.
La planificación del desarrollo de la escuela constituye el camino apropiado para intro-
ducir cambios dentro de la organización.
4.— El proceso del desarrollo institucional debe conceptualizarse de una forma
cíclica: la toma de conciencia sobre la realidad de una institución debe llevarnos a ela-
borar planes estratégicos que una vez implementados en las instituciones deberán ser
evaluados con el fin de valorar los resultados y reiniciar nuevos proyectos. La secuen-
cia, por tanto, en la que debemos situar la mejora de las instituciones se establece en
estos términos: diagnóstico, planificación, desarrollo y evaluación.
5.— La evaluación constituye la herramienta que dinamiza el proceso de mejora ya
que tanto es necesaria en la etapa previa en el momento de efectuar un diagnóstico
sobre la institución como en la fase final para comprobar los resultados. No obstante,
dado el carácter cíclico de todo proceso de desarrollo, no procede considerar las dos
finalidades clásicas de la evaluación —accountability e improvement— como funcio-
nes contrapuestas ya que no sólo son compatibles sino claramente complementarias.
6.— Las instituciones educativas tienen que tomar conciencia que constituyen orga-
nizaciones sociales que tienen que facilitar servicios educativos adaptados a las nece-
sidades de un contexto. Por ello tienen que cambiar la oferta indiscriminada por
programas elaborados en base a objetivos comunes y discrecionales que respondan a
las necesidades de un alumno heterogéneo, y negociar con la administración con el fin
de establecer de mútuo acuerdo los niveles que deberá alcanzar un sujeto al finalizar
cada etapa o ciclo educativo.
7.— La autonomía en la gestión constituye el principio fundamental que posibilita
que las instituciones elaboren y desarrollen programas adaptados al contexto y utili-
cen eficientemente los recursos. En la medida que tal autonomía no existe, no se pue-
de responsabilizar únicamente a las instituciones del funcionamiento de los centros.
Por ello, parece urgente establecer un nuevo marco legal que canalice las relaciones
entre la administración y los centros educativos.
8.— La elaboración de modelos sobre las evaluación de centros debe efectuar des-
de un enfoque sistémico que integre todas las dimensiones que definen la calidad de
los programas sociales así como las perspectivas de análisis características de las tres
La evaluación de los centros educativos. Una aproximación a un enfoque sistémico. 171
audiencias que tienen una mayor implicación sobre la actividad de las escuelas: la
administración, el profesorado y los alumnos.
9.—Ante las dificultades y limitaciones que presentan los modelos evaluativos
estructurados con un enfoque economicista y sociológico sobre función de las escue-
las, procede avanzar en el diseño de modelos recursivos que, fundamentados sobre un
paradigma mediacional-educativo de los procesos de escolarización, se puedan for-
malizar a efectos de su posterior verificación.
10.— Finalmente, conviene insistir en que los modelos y diseños evaluativos sobre
las instituciones educativas, en tanto que persiguen finalidades que no son incompati-
bles, tienen que asumir e integrar como marco de referencia para recoger y analizar la
información necesaria para la evaluación la utilización de los dos paradigmas meto-
dológicos —cuantitativo y cualitativo— que hasta la fecha se vienen empleando de
forma excluyente.
De esta secuencia de condiciones o requisitos a tener en cuenta a la hora de esta-
blecer un modelo de evaluación de los centros educativos se puede concluir dos obser-
vaciones muy importantes. De una parte, cada institución tiene que tomar conciencia
que tiene que desarrollarse y que la evaluación constituye la herramienta clave para
incidir sobre la mejora. De otra, dada la pluralidad de perspectivas de análisis, todos
los procedimientos metodológicos que existen para evaluar los centros escolares
––acreditación, auditorías, autoestudios, indicadores, etc… que ya hemos analizado en
otras ocasiones (De Miguel, Mora y Rodríguez 1991, De Miguel 1997)— son inicial-
mente adecuados siempre que, en cada caso, se utilice aquél que más se ajusta al obje-
tivo que pretende alcanzar en cada caso.
Nuestra propuesta es que todas las audiencias pueden y deben intervenir en la eva-
luación de los centros. Ahora bien, si el objetivo es promover la mejora, la institución
escolar es la que debe asumir la responsabilidad de organizar y controlar el proceso.
En este caso, el procedimiento más apropiado para realizar una evaluación orientada
hacia la mejora es el que se conoce como «evaluación institucional». Ésta es la conclu-
sión a la que llegan actualmente la mayor parte de los autores que se ocupan del tema
(Nevo 1995, Stoll y Fink 1996).
Inicialmente los centros educativos tienen que tomar conciencia de que necesitan
mejorar y que la evaluación constituye la estrategia que les puede ayudar en este pro-
ceso. Asumido este principio, las instituciones deben clarificar qué pretenden alcanzar
a través de la evaluación y cómo van a llevar a cabo este proceso. Una vez que han
decidido el alcance de la estrategia a implantar deberán proceder a preparar los recur-
sos materiales y humanos necesarios para su realización así como las guías necesarias
para orientar el proceso. Especialmente deberán decidir el personal interno y externo
a la institución que tendrá a su cargo el proceso evaluativo, así como el nombramien-
to de las personas que tendrán a su cargo la dirección del proceso (Comité de Evalua-
ción del centro).
nes y valoraciones que hayan sido contrastadas (evidencias). Los aspectos fundamen-
tales del autoestudio deben plasmarse en un documento —Autoinforme— que, una
vez que haya sido validado, constituye el punto de partida para todo plan de mejora
y, por tanto, un requisito imprescindible en este proceso.
cadencia de esta espiral no tiene por que ser siempre uniforme. Aunque en nuestro dis-
curso hayamos descrito la evaluación institucional como una estrategia que engloba a
todo el centro educativo eso no significa que la unidad de análisis objeto de revisión
tenga que ser toda la institución. Se puede utilizar esta misma estrategia evaluativa
sobre distintos aspectos de las instituciones siempre que esten configurados en térmi-
nos de programas de intervención.
De ahí que podemos utilizar esta metodología para evaluar cada uno de los niveles
o ciclos de enseñanza que imparte un centro escolar —educación infantil, educación
primaria, educación secundaria, bachillerato, etc…— dado que cada uno de ellos pue-
de y debe constituirse como una unidad de análisis de forma independiente aunque
––lógicamente— existan factores organizativos comunes entre ellos. Cuando se pro-
cede de esta forma, la evaluación o revisión de la calidad en sus tres dimensiones
(quality control, quality management y quality assurance) toma como punto de refe-
rencia las metas que la propia institución se propone alcanzar para cada uno de estos
niveles y ciclos de enseñanza.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Al margen del discurso efectuado, quisiera resaltar que en la elaboración del presen-
te trabajo he tenido en cuenta tres criterios que me parecen básicos respecto a la evalua-
ción de las instituciones educativas, y que considero procedente plantear a los miembros
de una comunidad de especialistas en metodología de la investigación educativa para
que entre todos reflexionemos sobre el tema. Estos criterios son los siguientes:
1.— En primer lugar, si asumimos una aproximación pluralista a los fenómenos
educativos fácilmente se intuye que las actitudes dogmáticas y exclusivistas no coope-
ran al progreso de la ciencia. Los resultados de investigaciones recientes nos hacen ver
que no se pueden plantear los fines de las escuelas de forma dicotómica ni tampoco
concebir los procesos de escolarización de forma lineal a modo de una función de pro-
ducción. Entre las múltiples opciones posibles, consideramos que el marco adecuado
para el análisis de los centros escolares es el de organizaciones sociales que gestionan
una determinada oferta educativa.
2.— Desde esta perspectiva entendemos que los modelos a utilizar para evaluar la
calidad de las instituciones educativas, al igual que sucede con otros programas y servi-
cios sociales, deben plantear los objetivos y criterios de la evaluación de forma compren-
siva y considerar cada uno de los diversos procedimientos evaluativos como una
herramienta metodológica con sus ventajas e inconvenientes. Por ello es muy importante
captar la finalidad del trabajo evaluativo a realizar en cada caso con el fin de seleccionar
el modelo y el procedimiento apropiado. Si aceptamos los parámetros de la epistemolo-
gía postmodernista, el apriorismo metodológico revela una actitud poco científica.
3.— Finalmente entendemos que, al margen de la teorías más o menos convincentes
en relación con el funcionamiento de las escuelas, los procesos evaluativos a realizar
deben dar testimonio de que es posible la integración de planteamientos que abordan
la realidad de los centros educativos con enfoques divergentes (eficacia/mejora), fina-
La evaluación de los centros educativos. Una aproximación a un enfoque sistémico. 175
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Sammons, P. y al. (1995). Key characteristics of effective shools. A review of school effective-
ness research. London, OFSTED.
San Fabian, J. (1996). «¿Pueden aprender las escuelas? La autoevaluación al servicio
del aprendizaje organizacional». En Investigación en la Escuela, 39, 41-51.
Scheerens, J. (1992). Effective schooling, researcha, theory and practice. London, Cassell.
Scheerens, J. (1996). «¿Puede la base del conocimiento de la eficacia docente guiar la
dirección de los centros?». En Villa, J.: La dirección participativa y evaluación de centros.
Bilbao, El Mensajero, pp. 779-805.
Scheerens, J. y Bosker, R. (1997). The Foundations of Educational Effectiveness. Oxford,
Pergamon.
Secada, W. (ed.). (1989). Equity in Education. Philadelphia, Falmer.
Slavin, R. (1996). Success for all. Lisse, Swets and Zeitlinger.
Stoll, L. y Fink, D. (1996). Changing our Schools. Buckinghan, Open University Press.
Stoll, L. y al. (1996). «Merging school effectiveness and school improvement: practical
examples». En Reynolds, D. y al. Making Good Schools. London, Routledge.
Stufflebeam, D. (1994). «Recommendations for improving evaluations in U.S. public
school». Studies in Educational Evaluation, 20 (1) 3-21.
Termes, R. (ed.) (1996). Libro Blanco sobre la Economía Española. Madrid, Instituto Supe-
rior de Estudios Empresariales.
Valli, L. Cooper, D. y Frankes, L. (1997). «Professional Development Schools and
Equity: A Critical Analysis of Rhetoric and Research». Review of Research in Educa-
tion, 22, 251-304.
Vroejenstinjn, T. (1994). Improvement and Accountability: navigating between Scylla and
Charybdis. London, Jessica Kingsley.
Vught, F. (1995). Management for quality. Paris, OCDE.
Vught, F. y Westerheijden, D. (1995). Evaluation institutionnelle et gestion de la qualité.
Géneve, Programme C.R.E.
Wang, M., Haertel, G. y Walberg, H. (1993). Toward a knowledge base for school lear-
ning. Review of Educational Research, 63, 249-294.
Webster, W., Mendro, R. y Almaguer, T. (1994). «Effectiveness Indices: A «value added»
approach to measuring school effect». Studies in Educational Evaluation, 20, 113-145.
Westerheijden, D. (1996). Use of Quality Assessment in Dutch Universities. En Maas-
sen, P. y Van Vught, F. (eds.). Inside Academia. New challenges for the academic profes-
sion. Enschede, CHEPS.
Wilson, W. (1994). «Crisis and challenge: Race and the new urban poverty». University
of Chicago Record, 29 (2), 2-7.
Wolfe, A. (1989). Whose Keeper? Social science and moral obligation. Berkeley, University
of California Press.
Zeichner, K. (1991). «Contradictions and tensions in the professionalization of teaching
and the democretization of schools». Teachers College Record, 92, 363-379.