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Tan solo habían pasado dos días desde que la noticia sacudió mi vida como
si se tratase de un felpudo.
Apenas unas horas en las que sentía que todo mi mundo había saltado por
los aires como si hubiese sido objeto de un atentado.
Sí, las náuseas no me faltaban, fuera por eso o fuera por lo que yo llevaba
en el interior de mi vientre: el fruto de mi amor hacia Dante. Cielos, estaba
embarazada, esperaba un hijo… Y no podía sentirme más confundida.
Yo, tan joven como era, y sin haberlo previsto, iba a ser madre. No puedo
negarlo, no puedo ser cínica como lo era el desgraciado de Piero, no puedo
decir que en esos momentos aquel embarazo me hiciera ilusión, sino más
bien que me provocaba miedo, por no hablar directamente de pánico.
Supongo que en el fondo debe ser normal, ya que se trataba del miedo a lo
desconocido.
Otra cosa que me echaba mucho para atrás era traer un hijo al mundo yo
sola. Vale, vale, también he de matizar eso: yo nunca estaría sola, puesto
que tenía una familia que me respaldaría.
Por lo que me dejó escrito el día en el que desapareció, sí que debía hacerlo,
salvo que las suyas solo fueran palabras de esas que se lleva el viento. Sin
embargo, yo quería pensar que no era así.
Ojalá pudiera contactar con él, ojalá pudiera decirle que teníamos, a esas
alturas, mucho más en común de lo que podía imaginar. La vida, qué duda
cabía, acababa de tenderme una trampa, una vez más.
¿Qué era aquello que provocaba que cada vez que quisiera olvidarme de él
volviera a verme más atrapada en su recuerdo? Joder, no era justo. Si no
podía estar con Dante, si no estábamos destinados a vivir nuestro amor, al
menos tenía derecho a olvidarlo.
—Hija, dime la verdad, ¿has recibido noticias de Dante? ¿Te has enterado
de algo malo? Estoy súper orgullosa de que el otro día me lo contaras todo
y, pese a ello, ahora te noto distante, como si estuvieras a años luz de mí.
—No seas niña. Me refería a que no se lo diría a tus padres ni a los míos,
pero a Piero, ¿cómo no se lo iba a contar a Piero? Él puede ayudarnos—
Trató de llevarme a su terreno.
—Antes me tiro a la vía del tren que aceptar la ayuda de Piero, ¿me has
escuchado?
—Sí que me acuerdo, que cada una sería la madrina del primer hijo de la
otra, pero Heba, es que yo no sé si voy a…
—Pues lo veo claro: estás tratando de desviar el tema, ¿qué viene a ser eso
de que tú no sabes? No me digas que estás pensando en abortar porque esa
palabra no entra ni en tu vocabulario ni en el mío, y lo sabes—me recordó.
—Tampoco entran otras cosas como follarse a todo lo que se menee yendo
de Erasmus, emborracharse o fumar porros, así que no me hagas hablar—le
advertí mientras Piero hizo sonar el claxon de nuevo, y yo… Yo ya no pude
más y le hice un saludito con el dedo corazón de mi mano derecha.
—Espera, espera, ¿le has hecho una peineta a mi novio? Es que no me lo
puedo creer—Volteó la cabeza.
—¿No dicen que le hizo una Shakira a Piqué hace poco? ¿Y qué? ¿Se ha
hundido el mundo por eso? Pues tira ya.
—¡Sí que puede ser! —le chillé yo mientras el otro ponía su puñetera cara
de no haber roto un plato, esa que solía lucir delante de su novia cuando la
realidad es que estaba hecho de la piel del diablo.
—Estás de diez semanas ya, Neila, ¿no sospechaste nada? A veces pasa, no
creas que eres un bicho raro por ello—me contó.
—Nada de nada. Si hasta he tenido reglas, un tanto cortas, pero reglas,
¿cómo puede ser?
—¿Se puede saber quién te ha dado a ti vela en este entierro? —le pregunté
yo sin dar crédito porque se tomaba la cuestión como si fuese suya.
—Bueno, veo que tienes todavía que tomar una decisión al respecto, pero
mientras, si te parece, vamos a echar un vistazo y escuchar el latido del
corazón, ¿estás de acuerdo?
Si llego a decir que no, Heba me mata allí mismo. Además, que yo sí que
deseaba saber si el feto estaba bien, por lo que me tumbé y, tremendamente
nerviosa, esperé a que la gine me hablase.
—Aquí está y puedo oír el latido alto y claro. Míralo, ¿no quieres mirar? —
me preguntó.
Finalmente miré y los vellos se me pusieron de punta, ya que esa cosita tan
chiquitita no había pedido venir al mundo, sino que fuimos nosotros
quienes, de un modo inconsciente, provocamos su llegada.
Un día después yo seguía igual o peor. Desde que había escuchado latir el
corazoncito de mi niño, como que me sentía incapaz de arrancarlo de mis
entrañas.
Supongo que sentía lástima por esa vida que iba a nacer y que formaba
parte de mí, pero es que también me asaltaba la idea de que quizás nunca
más volviese a ver a Dante y, tomando esa decisión, acabase de un plumazo
con lo único que ya me quedaba de él.
Y es que ya digo que las náuseas me estaban matando. Digamos que lo que
me sucedió el día de Nochevieja fue como el pistoletazo de salida para que
yo me enterase de que estaba embarazada. Y lo cierto es que me estaba
enterando, desde luego que me estaba esterando.
—Pues te tienes que poner buena, Neila, que al final te irás y no habrás
jugado conmigo y con mi coche de policía nuevo—me indicaba Jesús, que
ese estaba inmerso en su mundo infantil.
Por la tarde, Heba vino a recogerme y lo hizo con Piero, para no variar. A
mí, si de por sí tenía el estómago bien revuelto, se me revolvía mucho más
aún cuando veía a ese tipo.
—Un momento, por favor, que creo que se me han caído las gafas de sol al
bajarme del coche—nos indicó ella cuando ambas nos subimos, después de
que llegara hasta el portal de mi casa para llamar al telefonillo.
Sin más, pizpireta como ella sola, la pitufa salió corriendo en busca de las
gafas, momento que él aprovechó para volverse y, con infinita mala leche,
me habló.
—Así que embarazada de Dante, que te ha dado la patada que te mereces,
yo es que me parto, hay que ser ilusa, ¿qué esperabas? ¿Que un tipo así se
quedase a tu lado jurándote amor eterno? Hay que ser inútil para dejarse
hacer un bombo, ahora te jodes y te lo comes tú—me soltó señalándome
con el dedo.
—Eres un mierda y un asqueroso, Piero. Te juro por este hijo que llevo en
mi vientre que te voy a quitar de en medio. Tú no le vas a joder la vida a
Heba porque yo no te lo pienso consentir.
—Te vas a tragar una a una todas tus palabras, Piero, algún día lo harás y no
creas que falta ni mucho. Un cerdo como tú tiene los días contados al lado
de alguien como ella. Heba es una especie de ángel que tú no te mereces
porque eres el mismísimo demonio—le espeté.
Mi madre estaba con la mosca detrás de la oreja por completo, ya que las
pastillas todavía no me habían hecho efecto.
Total, que empecé a irme por la patilla pensando en que igual tuvieran razón
los que apuntaban a que en algunos casos las náuseas duraban todo el
embarazo. Yo me moría solo de pensarlo y más que en casa de mis padres
no hacía más que disimular al respecto, desarrollando múltiples técnicas
para vomitar en silencio.
El problema era que esa tarde salía la cabalgata de los Reyes Magos, que
para eso era 5 de enero, y mi hermano Jesús moría porque fuera a verla con
él y con mis padres, así como con nuestra abuela.
Yo hice lo posible y lo imposible por ponerme mona y por lucir mi mejor
cara. Ya, que igual estaba actuando de un modo muy cobarde, ¿y quién lo
hace de un modo perfecto después de recibir una noticia como la que yo
había recibido? Pues no es fácil, las cosas como son.
—De eso nada, Jesusito, que no se puede ser un agonías. Los caramelos hay
que repartirlos entre todos los niños, así que coges los que puedas y punto—
le contestó nuestra abuela.
—Claro que sí, para eso tengo yo los riñones, nieto, para agacharme mucho
a coger caramelos. Como una alcayata me quedaría, a ver quién iba a
ayudar luego a tu madre a hacer la comida, con lo bien que coméis aquí
todos, que todavía no se la ha puesto en la mesa y ya estáis rebañando el
plato—le decía ella.
—Mamá, ¿tú ya lo sabes? —le pregunté sin apenas poder mirarla a la cara.
En mi casa nos habían educado bajo un estricto código de moral que yo en
la calle no seguía, pero allí me daba mucha vergüenza confesarlo.
—Pues sí que las cosas se han complicado, hija. Ya te dije que todo parecía
como una peli de suspense, ¿no? Y ahora ya no te digo nada.
—Mamá, ¿qué clase de pregunta es esa? Pues claro que lo quiero, lo quiero
mucho, pero eso no quita para que piense que me va a partir la vida por la
mitad, ¿tú sabes la edad que tengo yo?
Mi madre me tuvo a mí muy joven, así que esa no era excusa para ella.
Ahora bien, ella ya estaba casada con mi padre y sus circunstancias fueron
muy distintas.
Sin tan siquiera ser consciente de ello, ya estaba asintiendo. Mi madre era
como un remanso de paz en el que yo siempre podía cobijarme y sus
tranquilizadoras palabras hicieron que todo fluyera. De repente, me sentí
más tranquila, tanto que incluso pude salir con ella a ver esa cabalgata de
los Reyes Magos a los que volví a pedirles que desplegaran algo de su
magia para llevarme hasta Dante.
Capítulo 5
Mi madre habló con mi padre esa noche, justo después de poner los regalos
de Reyes bajo el árbol, cuando ya todos estaban dormidos.
Yo me sentía fatal porque los oía discutir como pocas veces lo habían
hecho. Es más, diría como nunca lo habían hecho, al menos que yo me
hubiese enterado.
No voy a decir que la relación de mis padres fuera perfecta, porque perfecta
no hay ninguna, pero sí que era lo más parecido a la perfección que yo
conocía.
En mi casa, las broncas apenas duraban los cinco minutos que mi padre
tardaba en buscar a mi madre para pedirle disculpas, tuviera él la culpa de
lo sucedido o no, siempre había funcionado igual. Después, ella se hacía la
digna por espacio de cinco minutos más, y asunto concluido. Salvo esa
noche.
La discusión duraba ya en torno a media hora cuando yo me levanté.
También Ismael, mi hermano mayor, lo hizo, preguntándoles a mis padres
qué sucedía.
—No, por ahí no, cariño. Ya es hora de que te des cuenta de que los chicos
se hacen mayores y comienzan a ser hombres. Y Neila es una mujer—le
aclaró mi madre.
—Han sido esos estudios tuyos los que te han abierto la mente demasiado—
refunfuñaba él.
—¿Y qué si han sido mis estudios? Los tiempos han cambiado, amor, y
nosotros tenemos que adecuarnos a esos tiempos. No es ninguna tragedia
que la familia crezca sin que la niña esté casada, no lo es—argumentaba
ella.
—Si no es ya que no esté casada, es que encima no sabe ni dónde está ese
canalla que la ha embarazado, engañándola para ello. Porque a la niña nos
la han engañado, Neila no es así y lo sabes. Ha sido ese energúmeno, ese
italiano que no es un hombre ni es nada, esa sabandija que…
—Pues nada, yerno, porque tus hijos saben ya todos más que Briján, ¿tú qué
te has creído? —le indicó mi abuelita que venía hacia el salón abotonándose
su bata de guatiné, esa gordita y confortable que yo le conocía de toda la
vida.
Sí, debió obrarse un milagro de esos que vienen de manos de los Reyes
Magos, porque lo dijo de un modo que causó tanto la risa de mi madre y de
mi abuela, como de mi hermano Ismael y la mía.
—Que tenía derecho a vivir su vida como le viniera en gana y a cometer sus
propios errores, pues claro que sí, yerno—volvió a aclararle mi abuela, que
estaba de lo más guerrera—, ¿o es que acaso tú no te has equivocado
nunca? ¿Tengo que recordarte cuando montaste a mi hija en tu moto nueva
sin el consentimiento nuestro y os caísteis? Su padre se subió por las
paredes cuando se enteró, ¿y qué? Yo entendí que erais jóvenes y que
montaríais en moto y haríais todo lo que os diera la gana, como si os
queríais ir a la mismísima Luna, si es que con eso eráis felices—le indicó
ella.
—Total, que soy un carca y que tengo que reírle la gracia a mi hija. Es un
embarazo, suegra, un embarazo no es un paseo en moto, ¿acaso no llevo
razón? —esgrimió sus argumentos él.
—Neila, ¿así que voy a ser tío? ¿Cuándo me lo pensabas contar? Hermana,
qué flipe—me preguntó Ismael mientras yo asentía con la cabeza.
—Está bien, está bien. La cosa ya está hecha y no tiene remedio, me habéis
colado el gol, pero Neila no volverá a Roma—sentenció.
—Papá, pero eso no puede ser. No, no quiero volver a discutir contigo.
Cursar mi último año en Roma es mi sueño, no me lo puedes arrebatar, así
como así—me quejé.
—Mamá, nadie dice que la vida a partir de ahora vaya a ser fácil para mí.
No sé lo que me deparará el futuro, pero sí que de momento lo tengo un
tanto complicado. Cuanto antes asuma que la responsabilidad es mía, mejor.
Además, que yo quiero volver a Italia, ya sabes la razón…
—Está bien, está bien. Haced las cosas como os dé la gana. Eso sí, cuando
os salgan mal, a mí no me digáis ni pío, que yo ya os lo advertí—nos
advirtió mi padre mientras se iba directo hacia su dormitorio.
El niño moría de la ilusión mientras los iba desenvolviendo uno a uno y yo,
al tiempo que le ofrecía la mejor de las sonrisas, disfrutaba del olor del
roscón casero de Reyes que cada año preparaba mi abuela, con la ayuda de
mi madre.
Miré a través de la mesa de la cocina y comprobé la suerte que tenía al vivir
en ese tipo de familia. Las dos se habían levantado muy temprano para dejar
preparada la mesa del desayuno, donde ya lucían esos dos suculentos
roscones: uno relleno de nata y otro de trufa.
Mis padres, todo hay que decirlo, se pasaban el año ahorrando para los
regalos de ese día. Éramos tantos que desde enero hasta diciembre ponían
una hucha que nos permitiera desenvolver los regalos con la misma ilusión
de cuando éramos niños.
—Mira, Neila, ¡me han traído de todo! Esta es una comisaría de policía a la
que llegará mi coche. Y este es un rancho, y…
En cuanto a mí, abrí varios de los paquetes que me habían dejado los de
Oriente, encontrando un cuello de pelo para los abrigos, unos pendientes, un
anorak y, como colofón, un móvil que me hizo tremenda ilusión, puesto que
no esperaba que mis padres se gastaran tanto.
—Mamá, esto no teníais que haberlo hecho—Me fui para ella a darle un
tremendo beso.
—Ha sido cosa de tu padre. Ya sabes, que dice que el tuyo está hecho polvo
y que cualquier día te quedas incomunicada allí en Roma, hija.
—Papá, ¿por qué le dices eso a la hermana? ¿Te pasa algo con ella? —le
preguntó Jesús, a quien no se le escapaba ni una, mientras el resto de mis
hermanos se lo pasaban pipa desenvolviendo sus regalos.
Después del almuerzo, tras la sobremesa, vino Heba a casa, quien también
me tenía un detallito de Reyes, lo mismo que yo a ella, igual que todos los
años.
—Ya, eso es verdad. Oye, no sabes lo que me ilusiona que ya hables con
tanta naturalidad del tema. Se trata de mi ahijado y pienso cuidarlo
mogollón. Me alegro de que ya todos lo sepan en tu casa.
—Oye, ¿y de tus estudios qué saben? ¿Les has dicho la verdad? Mira que
las mentiras no llevan a ninguna parte.
Piero hablaba con mi padre mientras yo lo hacía con ella. Ese momento no
llegaría porque yo no lo pensaba permitir, así que no había nada que
discutir. Ya me encargaría de desenmascararlo.
En ese momento le hizo un gesto como para que viera que me lo estaba
enseñando y él levantó el pulgar. A mí me mataba porque me daba la
impresión de que mi amiga necesitaba su aprobación para todo lo que hacía,
de manera que traté de cambiar el tema.
—Muy mono, sí—murmuré.
—Venga ya, es una virguería no digas que no—me animó a que siguiera
diciéndole cosas, algo que no hice porque adiviné el símbolo de un regalo
que contenía en sí una amenaza: las esposas venían a representar las que él
le había colocado a Heba desde que la conoció.
Fabio era muy artista y suponía que se trataría de un dibujo suyo o algo así.
Lo imaginaba por la forma del paquete y porque, lo que quisiera que fuera,
parecía estar enmarcado. Probablemente, Dulceida le hubiese ayudado con
lo de enmarcarlo porque, lo que tocaba su madre, esa me hubiera
enmarcado mejor un pequeño cañón para liarse a cañonazos conmigo.
—Desde luego que no, no puede ser más lindo. Ay, que me lo como por los
pies, si es una foto de él y mía que nos tomó Dulceida encima de su cama.
Estábamos haciendo el tonto y la mujer pasó por allí, él le pidió que nos la
tomase. Y mira, la han sacado en papel y la han enmarcado. Qué detalle,
también se lo agradeceré a ella. ¡me encanta! —Se la enseñé y, de pronto,
ella me la arrebató de las manos.
—¿Qué pasa, cariño? ¿Te duele algo? ¿A qué viene esa cara? ¿Tú estás
bien?
—Jo, pitufa, me estás acojonando viva. Pues veo a un niño muy guapo y a
una canguro preciosa—bromeé.
—Arriba, en la estantería, Neila, detrás del tren que está medio caído.
Fabio tenía trenes por todas partes. La foto estaba tomada desde abajo y se
veía también una alta estantería de su dormitorio sobre la que había uno de
ellos que, en ese momento, ciertamente, se había caído de lado. Tras él,
como escondido, o directamente escondido, había un marco con una foto en
la que Fabio aparecía con un chaval al lado, que lo portaba de lo más
cariñoso y que no era otro que… Que no era otro que Dante.
Sí, debía serlo porque yo estaba obsesionada con que los Reyes Magos me
trajesen una pista de Dante, pero aquella era surrealista. No podía ser, solo
que miraba a Heba y me parecía demasiado real para que fuese un sueño.
—Pitufa, dime que esto no está sucediendo, te lo pido por favor, te lo pido
por lo que más quieras—La cogí de las manos.
El vuelo me sentó regular. Aunque las náuseas iban a mejor, volar no era lo
que mejor me venía, y llegué a lo justo al baño del aeropuerto para echar la
pota.
Igual también tuvo que ver con el hecho de que en ese vuelo de vuelta no
solo estuviera Heba, sino el simpático de Piero, que no paró de hacer
bromas sobre mi estado, más gracioso él.
Heba es que estaba como ida y le reía todas las gracias. Y eso que mi amiga
veía a las claras que maldita las que a mí me hacía.
Cuando por fin llegamos a casa, ya estaban allí tanto Paula como Tamara.
—Ey, ey, ¿cómo han ido esas vacaciones? Neila, tú traes muy mala cara, no
me digas que ahora eres tú quien viene griposa perdida—me preguntó Paula
sin atreverse a acercarse.
—Tranquila, que lo que ella tiene no se contagia—bromeó la pitufa.
En ese momento, las otras dos me miraban de lo más intrigadas, sin poder
disimular los nervios por saber lo que fuera que me traía entre manos.
—¿Te has quedado embarazada de Dante? ¿Y eso cómo ha sido? Pero ¿lo
piensas tener? ¿Con lo joven que eres? —Paula me preguntaba de una
forma precipitada, sin ton ni son, no dejando que le respondiera siquiera.
—Sí, sí que lo va a tener, no la mareéis que le vienen las náuseas. Y otra
cosa, que tiene pistas de Dante—añadió Heba.
Las chicas decidieron pedir pizza para que se lo contara todo. Por un
momento, vi un gesto por parte de la pitufa como de que le daba mucha
lástima irse. Incluso miró por la ventana a Piero. Yo sabía que su corazón
estaba dividido y que no era capaz de quedarse, así que la animé.
—Pues claro, nosotras también seremos titas de ese niño, la vamos a cuidar
—añadió Tamara, haciéndole un gesto para que se largase.
Una vez que se hubo ido, y pizza en mano, se lo conté todo. Enseguida me
lamenté porque entendí que me había pasado con la cena y la eché, aunque
las chicas estuvieron de lo más cariñosas y no me dejaron en ningún
momento a solas.
—Yo no puedo más con tantas intrigas. Menos mal que Hugo tiene una vida
muy normalita, porque a mí me llega a tocar vivir lo que a ti y te aseguro
que palmo—me comentó.
—Yo palmar no, pero ya hubiese movido el culo y formado una zapatiesta
en esa casa para enterarme de qué tiene que ver Dante con ese niño, ¿no
estás nerviosa? —me preguntó Tamara.
—Estoy como un flan, niña, pero si algo tengo claro es que debo actuar con
cautela. Ahora no puedo levantar sospechas. Si en esa casa puedo tirar de
un cabo para dar con Dante, precipitarme solo rompería la cuerda y me
volvería a dejar sin ninguna pista.
—Sí que lo es, mi niña, sí que lo es, pero ahora tengo que actuar con pies de
plomo. La vida me está dando una segunda oportunidad y esta vez no
quiero cagarla—le expliqué.
—Oye, ¿y tú qué crees que pensará Dante si das con él? Lo digo por lo del
embarazo, que eso seguro que no lo espera—Me puso todavía más nerviosa
Tamara.
—Vamos por partes, ¿eh? Los problemas de uno en uno. Además, que lo
mismo da saltos de alegría el muchacho, no vayas tú tan lejos—le contestó
Paula.
Capítulo 8
—¿De veras lo vas a tener, Neila? Oye, que yo no te digo nada, ¿eh? A mí
me parece de lo más valiente, aunque tampoco me hubiese atrevido a
criticarte si hubieras decidido lo contrario. Solo que hay que tenerlos muy
bien puestos para ser madre soltera.
—Ya, ya sé lo que estarás pensando. Supongo que a los chicos esas cosas os
vienen demasiado grandes, que a partir de ahora estaré oficialmente fuera
del mercado, pero eso me da igual—le confesé mientras me tomaba un café
con él.
—Es cierto que no lo has dicho, pero igual sí que lo has pensado. Yo he
escuchado mil veces eso de las mujeres “con mochila” y mira tú por dónde,
ahora me ha tocado a mí, solo que me importa un pimiento lo que piensen
algunos como tú.
—Oye, oye, un momentito, ¿no te parece que estás siendo injusta conmigo?
Yo en ningún momento he dicho que no estaría con una chica que tuviera un
hijo, ahí te has colado por completo. Es más, te aseguro que, si tú quieres
algo en algún momento conmigo, yo estaría loco con esa criatura—Me
sonrió.
—Qué plan de padre el tuyo. Anda, será mejor que arregles tus propios
asuntos, que todavía tienes que madurar tú mucho para eso—Volteé los
ojos.
—Si lo dices por la coca, deberías saber que estoy tratando de controlarme.
De veras, no me mires así que va en serio, Neila.
—Me fío yo menos de ti. Yo, hasta que no me vengas con una prueba
médica de que estás limpio en la mano, no me fío de ti ni un pelo—le
comenté.
—Ahora eres tú quien tiene que parar el carro porque yo no he dicho eso,
tontuelo. Solo que ve dejando el vicio o, al final, será el vicio el que te deje
a ti, te dejará como un mojón.
Se notaba que el problema que tuviese esa mujer iba a más, porque al
principio yo apenas había notado lo de su adicción, y ahora resultaba que
iba todo el día colocada. Pues nada.
Era más exagerada que el cine. El crío siempre estaba divinamente, quien se
empeñaba en hacer ver que estaba enfermo era ella, que tenía una
enfermedad, pero en la cabeza.
—¡¡¡Neila, ya estás aquí!! —Se tiró a mis brazos y por poco nos caemos los
dos de espaldas, de la mucha fuerza que empleó.
—Sí, cariño, claro que estoy aquí. Qué alegría verte, mi niño, ¿ese es tu tren
nuevo? ¿Te lo ha traído la Befana?
—Sí, ¿no es una pasada? Se mueve solo y mamá dice que, en las vías, hace
mucho ruido, ¿y qué? A mí me gusta verlo en marcha, ¿sabes? Cuando sea
mayor me montaré en uno de estos y me iré muy lejos de esta casa.
Sus palabras me entristecieron porque ningún crío que viva feliz con sus
padres diría algo así. Obviamente, Fabio no era feliz en aquella casa, ¿quién
podría serlo?
—Oye, ¿se acordaron los Reyes Magos de dejarme algo en tu casa como me
dijiste? —me preguntó.
—Claro que sí, mi amor, con una carta y todo, porque eres un niño muy
bueno.
—¿Una carta en italiano? ¿Los Reyes Magos saben hablar italiano? —Al
crío no se le iba ni una, era un lince.
—Ellos hablan todos los idiomas, cariño, porque son magos.
—Ala, qué chulos, yo también quiero hablar todos los idiomas cuando sea
mayor—Se rascó la cabeza mientras abría el regalo y la carta, infantil y
cortita, que yo había escrito para él.
—¡Es el del Mundial! ¡Como el que tenían los niños en el parque! —me
chilló mientras me comía a besos.
—No lo tengo porque mamá no quiere que los tenga. Un día partí un jarrón
con uno, antes de entrar tú a trabajar aquí, y me los tiró todos—me indicó y
casi pone un puchero.
—Es una foto, sí—me contestó mirando para otro lado, como queriendo
que dejase el tema.
—Ya lo veo, qué guapo estás, más chiquitito y muy bien acompañado,
¿quién es él? —le pregunté señalando con mi dedo a Dante.
—No es nadie, Neila, déjala en su sitio—me pidió, sin mirarme a los ojos.
—Sí, sí que te perdono. Mira, Neila, sí que es alguien, solo que yo no puedo
hablar de él. Mamá dice que me pasarán cosas malas si hablo de él y de los
demás—me susurró en el oído y casi me da un yuyu o algo del miedo que
me entró.
—¿Quiénes son los demás, cariño? —le pregunté con el corazón a mil, por
los nervios.
Nos fuimos al parque y allí a Fabio se le olvidaron todos los males. Yo cada
vez entendía menos las cosas, ¿por qué no podía hablar de su padre ni de su
hermana? ¿Por qué demonios? ¿Y quién era Dante en sus vidas? ¿Por qué
sostenía a Fabio de un modo tan amoroso en una foto que el niño quería
conservar en su dormitorio, aun escondida detrás de un tren?
Me estaba volviendo loca con tantas preguntas esa tarde cuando, camino de
la casa, ocurrió algo que me esclareció bastante de mis dudas, y es que
pasamos delante de una iglesia y, de ella, salió Sabina, la madre de Fabio,
vestida de riguroso luto. A su lado, un sacerdote la animaba a seguir
adelante con su vida apoyándose en la fe cristiana.
No obstante, no me fui para mi casa, sino que esperé detrás de unos árboles
a que Sabina terminara de hablar con el sacerdote y entonces entré en la
iglesia.
—¿La has visto? Si es que está que da pena—le decía la una a la otra.
—Sí que la he visto, sí. A mí me da mucha lástima, la verdad, creo que hoy
es el aniversario de la muerte, ¿no?
—Sí, qué horror. Mira, cambiemos de tema, que yo me pongo fatal con
estas cosas, ¿eh? —le decía la una a la otra.
Capítulo 9
Imposible que me fuese a casa sin más información porque hasta entonces
no me daría un infarto, de modo que esperé a que saliera Dulceida esa
noche de la casa.
—Por Dios bendito, Neila, ¿Qué haces aquí? Casi me matas del susto.
Además, que va a empezar a llover y bastante, ¿no has visto el pronóstico
del tiempo?
—Sí, han dicho que lloverá telita, aunque no hay chaparrón que me pare a
mí esta noche. Dulceida, tú lo sabes todo, tienes que contármelo—me limité
a decirle.
—Por favor, te lo pido por favor, me juego mucho, ¿quién murió en ese
accidente? Aunque ya me lo estoy imaginando.
—Dios mío, ahora me cuadran muchas cosas. Ese hombre siempre ausente
y la niña, tan pequeña, fuera de casa, ¿qué ocurrió, Dulceida?
—La señora nunca estuvo muy bien de la cabeza, eso también te lo digo. A
sus hijos los asfixiaba con sus imposiciones, no los dejaba vivir. Por eso el
mayor se fue. Ella lo había tenido jovencísima, fue un desliz, apenas era una
niña. El padre de la criatura debió dejarla tirada y ella se pensó que nunca
prosperaría socialmente, que se quedaría para vestir santos, poco más o
menos—me confesó.
De pronto lo vi todo claro; he ahí el motivo por el que Dante escondía esa
tristeza tras sus preciosos ojos, el motivo que lo atormentaba, pero ¿por qué
se había marchado? ¿Tenía que poner tierra de por medio? Tanta
información junta me taladraba el cerebro.
—Así que Dante. Dulceida, yo conozco a ese chaval más de lo que crees,
solo que no sabía que tuviera nada que ver con esta familia. Te prometo que
no lo he sabido hasta hoy—Las lágrimas se escaparon de mis ojos.
—Sí que lo estoy, además de que estoy embarazada de él—le respondí con
contundencia.
En ese momento se cambiaron las tornas y fue ella la que estuvo a punto de
caerse de culo.
—¡Alabado sea Dios! —me contestó dando varios pasos hacia atrás.
—Dulceida, por favor, necesito saber más cosas, ¿qué ocurrió el día del
accidente? ¿Sabina se siente culpable? Cuéntamelo, por favor.
—Yo de eso no puedo darte datos. Estaba griposa y en cama, en mi casa.
Solo sé que, al volver, la casa ya era un infierno.
—Dios mío, qué horror. Y Dante, ¿tú tienes idea de dónde puede estar ese
chico? —le pregunté.
—No, me han dado una pista de que puede estar en Florencia, ¿tienes idea
de lo que puede hacer allí?
—Yo me entiendo. Y una cosa más te digo, cariño: tienes que guardarme el
secreto de mi embarazo. Por si no te has dado cuenta, Sabina es la abuela de
mi hijo. Madre mía, no podía tener peor abuela el pobre—suspiré.
—Pues sí que tienes razón. Vaya plan, ¿y tú cómo conociste a Dante? Esto
es increíble.
—Él corría por la calle y mis ojos… Mis ojos corrieron detrás de él, solo
que yo entonces era una boba y una insensible, así que lo perdí. Ahora tú
tienes que ayudarme a encontrarlo, además de que Fabio no está bien y su
hermano debe saberlo. No me cuadra que lo haya dejado tirado de este
modo. NO, aunque su madre se lo ordenara.
Llegué aterida de frio a casa de Carlo. Igual que pasaba con su mansión de
Milán, aquel sitio era como un museo, de un lujo y una ostentación como
pocos.
Me abrió el mayordomo, como en las películas, era para flipar. Ese hombre
fue a buscar a Carlo, quien bajó sin dilación.
A ver, estaba contenta, eso tengo que matizarlo porque igual ha sonado
fatal. Me daba muchísima penita por Fabio, ya que acababa de enterarme de
que en su casa había un drama peor que en la peli de “Los otros”, la de
Nicole Kidman, pero lo cierto es que por fin tenía una pista sólida de cuál
podía ser el paradero de Dante.
Curioso que yo, hasta ese día, no supiera ni el apellido del padre de mi hijo.
De haberlo sabido, de haber salido en conversación, obvio que lo hubiera
relacionado con Sabina, la bruja del cuento. Pero es que él apenas hablaba
de su vida y a mí… A mí lo que menos me interesaron fueron sus apellidos,
yo solo quería pasarlo bien con él en aquellos días.
—¿Ves? Nada más que tengo virtudes —me aseguró, por lo ordenado que
era, mientras me daba algo de ropa deportiva que me quedaría enorme, pero
que al menos estaría sequita.
—Sí, sí, eres un ramillete de virtudes. Trae anda. Y ya te puedes dar la
vuelta, que me voy a cambiar—le exigí.
—Ya voy, ya voy. Además, qué te crees, jamás osaría hacer nada que tú no
desearas tanto como yo. Tú no lo sabes, pequeñaja, pero te respeto
demasiado—Me dio un beso en la cara, que yo tenía helada por la mucha
lluvia recibida, y se dio la vuelta.
Mientras tomaba esa sopita, que como dijo Carlo entraba sola, le conté mis
muchos avances y él se quedó con la boca abierta.
—La madre que me parió, así que por eso lo de la foto. Dante es hermano
de Fabio. Yo voy a tener que hacer palomitas, porque esto es de telenovela
—me decía él.
—De telenovela de esas con las que te hartas de llorar, porque en esa casa
hay más muertos que en la guerra. A mí se me pone todita la carne de
gallina de pensarlo—le confesé.
—Y yo, ¿cómo te pagaré todo lo que estás haciendo por mí? —le pregunté
antes de irme, de lo más agradecida.
—Obvio que no. Por cierto, se te está poniendo mala cara, te llevo ya a
casa.
Demasiado, sí, porque el día había sido de aúpa y porque tanta emoción era
normal que me pasara alguna factura.
Al rato salí del baño, después de haber echado hasta la primera papilla, y
Carlo me dio un abrazo.
—Ya ves. Llévame ya a casa antes de que se repita la función, que tengo
muy mal cuerpo, porfi—le pedí.
—¿Mal cuerpo tú? Lo que necesitas son gafas. Si yo te dijera lo que pienso
de tu cuerpo, no te subirías al coche conmigo—Rio.
Capítulo 11
Normal, el día anterior había pillado una mojada sensacional, ¿qué quería?
Pues nada, que me tocaba pasar lo que quiera que aquello fuese.
Por suerte, las náuseas sí que habían vuelto a mejorar, porque en tal
situación solo me hubiese faltado tener un montón de ellas. No, por favor.
—No, Piero, que está malita de verdad, ¿no lo ves? Seguro que tiene placas
en la garganta, le pasa desde niña. Yo recuerdo tardes enteras jugando en su
casa y la pobrecita que no podía abrir el pico, de lo mucho que le dolía al
hablar y al tragar—le explicaba mi amiga y el otro se relamía de gusto.
—¿Neila sin poder hablar? Pues estaría que reventaba, ¿no? —le
preguntaba con sorna.
—Ya, ya, no empecéis, ¿eh? Que me pongo muy triste cuando veo que no
os lleváis bien, ¿por qué no firmáis la paz y os dais un abrazo? —nos
preguntó ella mientras los dos negábamos con la cabeza.
—Neila, es cierto que tienes mucha fiebre, ¿has cogido frío en las últimas
horas? —me preguntó.
—Sí, pillé anoche una buena mojada, ¿le han dicho ya que estoy
embarazada? —le pregunté con preocupación.
Pasadas las horas iniciales en las que dudé sobre qué hacer con ese
embarazo, ya tenía clarísimo que quería que mi bebé naciera y, obviamente,
que lo hiciese sano y fuerte. Ya comenzaba a quererlo, a quererlo mucho. Y
moría porque llegase el momento en el que su padre supiera de su
existencia, ¿de veras reaccionaría bien?
—Sí, sí, claro. Le vendrá bien tener alguna cara amiga con ella.
Quien sí que puso la cara, pero hasta los pies, fue su señor novio. Ese cada
vez se cubría más de gloria.
—Es un amor, es que no quiere ni que me dé el viento, ¿te has dado cuenta?
—me preguntó.
—Ay, más boba tú. Si yo sé que muy pronto os llevareis sensacional, solo
que sois dos cabezotas y ninguno de los dos quiere dar su brazo a torcer.
Oye, ¿sabes una cosa? Ya estoy mirando modelitos para el día del bautizo.
Madre mía, qué emoción, es que lo pienso y me muero. Mira, he visto unos
zapatos altísimos que son una cucada, en plateados. Tú tranquila, ¿eh? Que
sabes que yo controlo y que, por muy altos que sean, al bebé no lo dejo caer
por nada del mundo, antes muerta. Y también había pensado…
Al día siguiente por la tarde me dieron el alta. Por fin podía irme, con
apenas ya unas décimas de fiebre, aunque un tanto alicaída, como era
lógico.
A la hora de subirme el ánimo, nada como la visita que me hizo Carlo, con
una sonrisa de oreja a oreja.
—Sí, tengo un frío que me muero. Hoy soy yo quien se ha mojado, ¿cómo
es que no tenéis garaje? —me preguntó.
—Pijo de mierda, ¿has venido hasta aquí para criticarnos? —Reí, aunque
apenas sin fuerzas. Me dolía todo.
—Sí, para eso. Aunque también te digo que ya sabemos dónde está tu
escurridizo Dante—afirmó mientras hacía una graciosa mueca.
—Qué más quisiera yo. Escucha con esas orejas tan bonitas y tan bien
puestas que Dios te ha dado—se sentó a mi lado y llevó sendos mechones
de mi pelo detrás de mis orejas, no podía tener más arte—. Tu Dante está en
la zona de la Toscana, concretamente en la región de Chianti—me indicó y
yo le di un enorme abrazo.
—La más barata del todo es dejando que yo te lleve en coche, además de
que es la única que pienso admitir, así que tú verás. Y recuerda que me
debes una y…
—¿Y no te parece que eso lo puedo decidir yo? Seré rico, pero no inútil,
¿estamos? —Rio.
—Está bien, está bien, ¿nos podemos ir ahora mismo? En diez minutos
podría tenerlo todo listo—le propuse.
—A ti el coco es que no te marcha demasiado bien. Te han dado el alta
porque solo te han revisado ese cuerpazo de diosa que tienes, pero, si te
hubieran mirado el coco, estarías en salud mental. No saldremos hasta que
no estés bien, ¿me has oído? Y eso no es negociable.
—Dos días mínimo: antes no nos iremos ni te irás sola, porque de hacerlo
así te prometo que te vas sin la dirección de Dante—me advirtió.
—Ya, porque tú lo digas. Pues que sepas que va muy en serio. Y ahora, me
voy para que puedas descansar—Se levantó, me dio un beso y giró sobre
sus talones.
De nuevo logré conciliar el sueño y entonces Dante apareció junto a mí, con
su sonrisa perlada. El corazón me latía fuerte en la cama, como preludio de
un encuentro que no tardaría en producirse.
Después de una serie de semanas que no habían sido nada fáciles, creía
merecer una recompensa y su nombre no era otro que el de Dante.
Solo basta con transitar por la carretera panorámica 222 que da acceso al
valle para saber que el lugar al que llegarás será uno de esos que jamás
olvidarás, que se quedará grabado en tu mente.
Por cierto, que su proximidad a Florencia constituía un aliciente añadido,
pues siempre fue uno de mis destinos soñados, si bien comprendía de sobra
que ese día no era momento para visitas.
Mi mente estaba ya con Dante cuando el valle apareció, magnífico, ante mí.
En concreto, los viñedos del abuelo de Dante estaban en las cercanías de
uno de los pueblitos con más encanto de la zona, Greve in Chianti, una
maravilla, como pudimos comprobar a su paso.
Me deleitaba en esa idea mientras mis ojos se abrían a más no poder ante la
entusiasta visión de la campiña toscana, esa que aparecía ante nosotros
sublime y hermosa, con unos paisajes naturales incomparables que hacían
de ella un lugar único.
Greve, como otros pueblitos de la zona, eran famosos no solo por sus
magníficos vinos, que servían para marinar muchos de los suculentos platos
italianos, sino también por la magia que destilaban junto con esos vinos.
No en vano, el valle del que os hablo es uno de esos que no podéis dejar de
visitar, más si sois amantes de Italia, y que dejan un increíble número de
escenas de postal para los visitantes.
A esa innegable belleza natural, y por si le faltaba poco, había que unir un
sin par número de edificios, monumentos y elementos arquitectónicos que
recordaban tiempos antiguos y que añadían una mayor solera a un lugar que
podía calificarse de cuento.
Nada más llegar, encontré allí a varios trabajadores, todos los cuales me
miraron con descarada curiosidad al bajar del coche. A continuación, se
bajó Carlo y pensaron que era mi pareja, por lo que se comportaron con
algo más de recato y disimulo.
—Sí, está allí—le contestaron, señalando a una parte de los viñedos que no
andaba demasiado lejos y, entre las cuales, divisé una figura.
—Ya tienes ahí eso que tanto querías, yo me fumo un cigarrillo, compruebo
que todo va bien y, si es así, me marcho—me indicó.
Le di un gran abrazo y me dijo que estaría todavía algunas horas por allí, de
turismo, por si necesitaba algo. Pero que en ese momento también debía
alejarse de la escena que Dante y yo estábamos a punto de vivir.
Una naturaleza idílica dominada por el símbolo del Gallo Nero (el Gallo
Negro), nombre recibido por el vino del lugar y auténtico icono de la
campiña toscana.
Yo, lo pensé tan solo en unos segundos, podría enamorarme de un lugar así.
Lo supe mientras iba avanzando por aquellos viñedos y el sol acariciaba mi
rostro.
Según caminaba hacia Dante, experimentaba la agradable sensación como
de haber entrado en otro mundo, de tal suerte que las lluvias recibidas en los
últimos días en Roma se convirtieron en sol en una Toscana que me dio la
bienvenida con su mejor y más colorida cara.
Así fue como yo lo percibí. Bajo aquellos rayos, el gris romano de los
últimos días, en el que recibí noticias de lo más perturbadoras, dio lugar a
un guiño colorido con matices olfativos afrutados procedentes del selecto
vino de la zona.
Su imagen era muy distinta a la del Dante relaciones públicas y modelo, que
era mucho más sofisticada. Aquel era un Dante más natural e incluso me
atrevería a decir que más sosegado y en paz.
Traté de hablarle, sin contar con que mi voz podría llegar a quebrarse, como
ocurrió. No obstante, él me intuyó, dándose la vuelta con curiosidad.
Cada vez que uno de los dos trataba de decir algo, las lágrimas se lo
impedían. Sí, también Dante lloraba con efusividad en mis brazos, lo mismo
que yo en los suyos.
Eran tantas las cosas que teníamos por contarnos, que verdaderamente yo
no sabía por dónde empezar. Emociones contenidas que de pronto salían de
golpe y a dúo, y que iban de los brazos del uno a los del otro.
—Es una historia muy larga, ¿por qué te fuiste, Dante? ¿Por qué te fuiste?
—le pregunté yo.
—Yo fui una idiota, Dante, una verdadera idiota. Y cuando quise darme
cuenta, cuando supe que lo tuyo con tu jefa no fue nada y que me defendiste
delante de todos, que defendiste lo que sentías por mí, corrí a buscarte, solo
que tú acababas de mandarme un mensaje en el que no me explicabas nada,
y luego me bloqueaste, y después debiste cambiar de número—suspiré,
llorando nuevamente.
—Y tanto que Dios tuyo, no sabes lo que me has hecho sufrir por salir
pitando sin darme explicaciones, ¿a quién se le ocurre?
—Te prometo que no podía saber que te importase. No me lanzaste ningún
mensaje en ese sentido, sabes que no lo hiciste.
—Ya lo sé, ya lo sé, no me lo repitas. Pero ¿de veras tenías que marcharte
por eso? ¿De veras? —le pregunté mirándolo fijamente.
—¿Cómo has dicho? Repite eso, por favor, que creo que mi mente me ha
jugado una mala pasada.
—¿En la casa? Me extraña mucho que mi madre tenga una foto mía todavía
puesta, no cuando renegó de mí para los restos—murmuró con pena.
—Ya, lo que sucede es que el niño la tenía en una estantería, escondida tras
un tren.
—Está loca, ya lo estaba y ahora lo está más. Joder, joder, ¿hasta dónde
llegará? Siempre nos hizo la vida imposible, siempre. Todo lo teníamos que
hacer a sus espaldas, mi padre no era así: él luchaba todo el día contra ella.
—Sé que no era tu padre biológico. No se lo tengas en cuenta, es solo que
Dulceida me lo contó todo. Yo se lo rogué al descubrir las mentiras que
soltaba tu madre por la boca.
—Ya, supongo que lo pasaría muy mal, no debe ser nada fácil verse en una
situación así. Ella se quedó embarazada sin pretenderlo y…
—Dime que es mío, por favor, dime que es mío—me suplicó, haciéndome
la chica más feliz del mundo.
—Pues claro que es tuyo, mi amor. Si no, ¿para qué habría venido a
buscarte, aparte de para conocer uno de los lugares más maravillosos del
mundo?
—Dios mío, yo había soñado con esto, yo había soñado con esto—le
confesaba emocionada.
—Y yo había soñado con que todo terminase bien y con poder ir a buscarte
algún día, aunque no tenía certeza de ello ni mucho menos de que pudiera
conseguirte.
—¿Tú en qué mundo vives? ¿No sabes leer entre líneas? Yo solo me estaba
haciendo la dura—Reí.
—No me calientes el pico, que también podría decirte yo dos cositas sobre
el pastel que me encontré aquella noche en tu piso—Reí.
—Así es. Él también me aceptó como su verdadero nieto, igual que su hijo
actuó como mi padre, por eso me refiero a ellos así. El hombre sabía que yo
tendría problemas con mi madre y que podría necesitar ayuda.
—Qué bueno. Oye, ¿y tú para qué necesitas tanto dinero? —He ahí la
cuestión principal, la que tanto me hacía pensar.
—Para poder plantarle cara legal a mi madre por la custodia de Fabio, por
eso—me confesó y la sonrisa se dibujó en mi rostro.
—Me muero por librar al niño de las garras de mi madre. Ella siempre se
excusó en sus problemas mentales, pero es mala y nunca ha querido nuestra
felicidad. Jamás nos dejaba hacer nada y mi padre tuvo una discusión muy
grande con ella el día que murió, antes de coger el coche. Él, por su cuenta
y riesgo, apuntó a Sabina a clases de ballet, que era el sueño de mi hermana,
y ella se opuso. Decía que la niña podía lesionarse y que también querría ir
a actuar fuera cuando tuviera más edad. Todo lo que suponía que ella
perdiera el control sobre nosotros la sacaba de quicio. Mi padre pasó de sus
palabras y, antes de salir, se encontró con que ella se había puesto delante
del coche, dándole un susto de muerte. Yo ya no vivía allí, pero resultó que
él me llamó porque sabía cómo se pondría mi madre, para que le ayudase.
Yo mismo la aparté para que él pudiera sacar el coche mientras Sabina
gritaba y lloraba. Fue la última vez que los vi, mi padre debía ir desquiciado
y se saltó un stop. Fin de la historia.
—Ni media palabra. Solo lo sabe Dulceida y sus labios están sellados.
Dante saboreó esa información mientras un detalle que hasta entonces había
pasado desapercibido para mí se me vino a la mente. El día que pusimos la
decoración de Navidad, Fabio sacó cinco renos, cinco, y me dijo que los dos
más pequeños tenían su nombre y el de su hermanita. Los otros dos eran sus
padres y al último… Al último lo tenía yo delante, solo que él no tenía
cuernos.
Capítulo 14
A Dante solo le faltaban unos días para terminar con todas las cuestiones
que le habían llevado hasta allí. Yo, oficialmente, tenía la baja del médico
desde hacía unos días por lo de mi ingreso, lo que supuso la coartada
perfecta para que pudiera quedarme con él sin que Sabina sospechara lo que
se estaba cociendo a su alrededor.
Él iba como loco y, de hecho, al salir, les comentó a los trabajadores que iba
a ser padre, sin contener su alegría.
Las casas de la zona, igual que el resto de los elementos que componían el
entorno, gozaban de un encanto especial.
—Debe ser el lugar más bonito del mundo—le indiqué mientras recorría su
amplia cocina, esa que contaba con una confortable chimenea, posando la
yema de mis dedos por cada uno de los elementos que exhibía.
—No sabes cuánto me alegra que te guste ¿sabes que más de una vez me he
imaginado viviendo aquí? —me confesó mientras me cogía por detrás, al
mismo tiempo que ambos mirábamos hacia el exterior por su amplio
ventanal.
—¿No te lo estás inventando? —le pregunté.
—¿Y cómo podría inventarme algo así? ¿No te parece un lugar sensacional
para vivir? Aunque supongo que tendremos mucho que hablar. Tú no eres
de Italia y tu familia no está aquí. Ahora no es lo que yo piense, es lo que
pensemos ambos. De repente, siento que tengo una familia—reflexionó.
—¿Y cómo te hace sentir eso? —le pregunté mientras me daba la vuelta y
le miraba a los ojos.
Era como el mejor de los finales de cuento, un final que, eso sí, todavía
estaba en abierto porque teníamos por delante una batalla que sería, cuando
menos, cruel.
Sí, nada de aquello tenía que ver con el plan alocado que me llevó a Roma.
Es más, era la antítesis de ese plan alocado, ¿y qué? Yo amaba con locura a
Dante y a nuestro bebé. Y, en cuanto a Fabio, ya no era solo ese crío al que
adoraba, sino que también era el hermano de Dante.
Muchas veces había pensado yo que ojalá pudiera hacer algo para librar a
ese crío del yugo de su madre y, de pronto, la vida me lo había puesto en
bandeja.
Pensaba luchar con uñas y dientes y formar mi propia familia con Dante.
Muchos pensarían que era demasiado joven para eso y quizás lo fuese, ¿y
qué? Justo esa juventud me daba una tremenda fortaleza para querer
comerme el mundo, a bocados grandes, y junto a Dante.
Había imaginado mil veces cómo sería ese reencuentro y puedo afirmar que
la realidad superó cada una de mis expectativas. Como dos tontos, no nos
podíamos separar el uno del otro y fuimos a caer sobre el sofá, entre risas.
No nos apetecía salir, por más que el tiempo no estuviera revuelto como lo
estaba en Roma en las últimas horas. Lo que nos apetecía era quedarnos
acurrucados, aparte de que yo también debía cuidarme por lo de la mojada
que pillé.
Sin embargo, la pude saborear enseguida, puesto que me dijo que yo seguía
oficialmente convaleciente y que él se encargaría de cocinar.
—Me alegra, aunque para buena estás tú, preciosa. Por cierto, que sepas que
yo no intentaré nada hasta que tú me digas.
—Muy bonito. Entonces qué, ¿tendré que buscarme a otro italiano más
fogoso y a ti dejarte únicamente de cocinero? —le propuse.
Muchas noches, muchas, había soñado con que Dante estaba a mi lado y se
metía debajo de mis sábanas para hacerme esas cosas que solo él sabía
hacerme.
Nunca mejor dicho, dado que como a un caramelo me degustó él, de arriba
abajo, para terminar centrándose en ese clítoris que, con solo comenzar a
darle toquecitos con la punta de su lengua, ya conseguía echarme a arder.
Fue esa misma lengua la que quiso saborear el elixir que mi cuerpo
emanaba cuando mi liberación llegó, quedando dispuesta para él, mirándolo
bobalicona, deseando que entrase en mí más que ninguna otra cosa en el
mundo.
No se lo pedía con palabras, si bien eran mis ojos los que se lo dejaban
claro. También Dante me dejaba claro que iría con más tacto del habitual,
por lo que comenzó introduciendo en mí un dedo y, tras observar mi gesto
de satisfacción y cero dolor, siguió sucesivamente hasta que tuve varios de
ellos en mí, a los que aprisionaba al tratar de cerrarme cada vez más para él.
Con decidida sonrisa los sacó y fue entonces cuando se dispuso a entrar en
mí con su pene. Si algo me había dejado claro era que nada en el mundo
podría perdonarse menos que hacerme daño dada mi situación, de manera
que siguió con pies de plomo.
—Por supuesto que sí. Si tengo que pararte en algún momento, ya lo haré.
Pero mientras, dale, que tengo ganas de marcha.
La sonrisa se dibujó en su rostro mientras su erecto pene fue el encargado
de demostrarme cuántas ganas de marcha tenía él también. En ese momento
volvió a salir el Dante seductor por el que yo suspiraba, ese capaz de
hacerme llegar al clímax tantas veces como se propusiera.
Aquella noche y en aquella cama, comenzaba una nueva era para nosotros.
Una era en la que, de ser uno y uno, pasábamos a ser dos… Dos y pico, que
el tercero venía en camino. Y el cuarto… El cuarto aguardaba a ser
rescatado.
Capítulo 16
Me moví lentamente, puesto que temía que el hacerlo un poco más rápido
llamara a unas náuseas que, gracias a las pastillas, ya sí que parecían
espaciarse cada vez más.
Pensé que Dante estaría dormido, aunque nada más lejos de la realidad.
—¿Se puede saber qué haces ahí parado, mirándome? —le pregunté
mientras recibía por su parte el primer beso de la mañana, un beso que, en
la Toscana, como que adquiría un sabor especial.
—Miro a la mujer más bonita del mundo y trato de asimilar que soy el tipo
con más suerte del planeta, ¿qué crees que será? —me preguntó poniendo la
mano sobre mi vientre.
—Un bebé, por lo que sé hasta ahora, un bebé. Y ya te advierto: vienen sin
libro de instrucciones, lloran a todas las horas, gastan pañales a cascoporro
y no les duelen prendas de chafarles planes a los padres con vomitonas
inesperadas, males de garganta y rabietas varias, ¿estás preparado para eso?
—le pregunté con sonrisa maléfica.
—Sí, y mira que, dicho así y de buena mañana, más de uno habría salido
corriendo—me advirtió risueño.
—Pues eso es lo que hay. Yo es que ahora los despertares los tengo mucho
más chungos, también te lo advierto. Resulta que he de tomar descafeinado
por lo del embarazo y como que eso a mí no me hace ningún efecto.
—Vaya por Dios, y yo que quería prepararte el mejor desayuno del mundo
—Me besó de nuevo.
—¿Me has visto a mí pinta de rosa o algo? Sé que soy la caña, pero también
puedo darte un pinchazo con una espina, que ya te he dicho que no ando de
buen talante nada más despertar.
—¿Y ahora? ¿Se te ha perdido algo o no? Mi abuelo creó este rinconcito
para desayunar con mi abuela y decía que no había un lugar mejor en el
mundo para empezar el día.
—Ay, por favor, qué cosa más bonita—Me salió solo, junto con una
luminosa sonrisa.
El rincón sí que era una cucada total y sobre él podía verse todavía un
rótulo artesanal, decorado por su abuelo, en el que se leía “El rincón de
Beatrice”.
Me pareció un detalle tan bonito que casi estuve a punto de dejar derramar
un buen puñado de lágrimas. Dante detectó lo vidrioso de mis ojos y me
besó.
—Ya, ya, doy fe. Oye, qué solecito más bueno, ¿no? —Me puse la mano de
visera porque ya lo tenía encima de mí.
—No, no, a mí no me dejas aquí por muy bonita que sea la casa. Yo me voy
contigo, que no tengo tanto tiempo para disfrutar de la Toscana y muero por
hacerlo, ¿sabes?
—¿No puedo tomar un poco de vino? Madre mía, tú estás tarado. Vamos a
ver, italiano de mis amores, no puedo coger una tajada como un piano,
obvio. Pero tomar una copita de vino, ¿eso dónde está escrito?
—De eso nada. Un día de estos me enfadaré de verdad contigo para que
vayamos haciendo las prácticas—le sugerí.
—No, no, créeme que no es necesario, bombón. Venga, venga, que te traigo
el desayuno.
Capítulo 17
Seguía sin poder imaginar un lugar mejor para el reencuentro con Dante que
aquel.
—En que me siento como una de las protagonistas de esas pelis que los
italianos rodáis aquí, en estos parajes, solo que a mí me falta la pamela—
Reí.
—Por mí, sí, sin duda. Este lugar es mágico, yo quiero volver aquí muchas
veces.
—Genial, porque yo soy mago y pienso hacer que eso sea así, te lo prometo
—Me guiñó el ojo.
Esos viñedos que se alzaban ante nosotros, por otra parte, constituían
nuestra salvación. Me refiero a que se trataban de una fuente de ingresos
importante, y que también fue inesperada para Dante.
Dicen que después de la tempestad viene la calma y esa era la sensación que
yo tenía, aunque no sería calma precisamente la que nos proporcionara
Sabina cuando se enterara de nuestros planes.
De veras que, por mucho mal que esa mujer me hubiera hecho, yo no
pretendía hacerle daño. Y su hijo mucho menos. Aquella batalla no era por
ella, sino por Fabio, quien tenía derecho a crecer en un entorno sano y libre,
ya que, de seguir allí, al niño se le iría la cabeza también, que para eso
contaba con una madre perturbada y maléfica.
Una estampa cien por cien familiar y vivida en la Toscana que nada tenía
que ver con la fiesta y el desenfreno que yo busqué en Roma al comienzo
del curso.
—Pero no hoy. Hoy es perfecto, ¿y sabes por qué? Porque estoy en el mejor
sitio del mundo y con la chica más preciosa que jamás he conocido, por eso.
Ah, y con un proyecto de vida que me hace enormemente feliz. Mira,
puedes esperarme allí, en aquel banquito, ¿tiene o no tiene encanto? —me
señaló a uno que había en uno de los laterales de esos idílicos viñedos que
iban cambiando de tonalidad conforme la brisa los acariciaba.
Me declaraba fan de aquel lugar y más cuando descubrí las preciosas fotos
que allí podían tomarse. Sin más, comencé a posar para llevarme algunos
selfis que enviarles a las chicas, y también a mi madre, quien estaba
siguiendo toda la historia como si se tratase de un culebrón, al otro lado del
teléfono.
En una calle de esas de cuento, una que vale más por lo que callan sus
adoquines que por lo que contarían en el caso de poder hablar, se encuentra
ese precioso restaurante en el que nos trataron con mimo.
—Te vas a quedar con los ojos en blanco, te lo aseguro, porque aquí
fusionan como auténticos maestros la comida tradicional italiana con las
nuevas tendencias en cocina. De veras que este sitio tiene algo que
engancha, no querrás comer en otro—me indicó mientras yo comenzaba a
echarle un vistazo a la carta.
—Madre mía, qué bien suena todo. No me será fácil elegir—le comenté
mientras releía la elaborada carta de arriba abajo.
—Tómatelo como una amenaza, sí, porque en cierto modo lo es. Preciosa,
¿tú eres consciente de lo guapísima que estás desde que te has quedado
embarazada? —me preguntó mirándome fijamente.
Si él hubiera sabido que lo veía tan atractivo que todavía cuando me miraba
de esa forma me intimidaba, se habría partido de la risa. Atractivo era hasta
decir basta.
—Así que muy bonito. Ahora estoy guapa por mi embarazo. Y entonces,
¿antes cómo estaba? —le pregunté para que no tuviese más remedio que
seguir diciéndome cositas.
—¿Mi vida? Eso sí que suena muy bien. He de reconocer que estás ganando
puntos, todos los puntos que perdiste cuando te marchaste sin dejar rastro.
Es que desapareciste del mapa, condenado. Vaya susto, un poco más y me
sale el niño por la boca. Nunca más, no se te ocurra hacer una cosa así
nunca más en tu vida, ¿me has oído?
—También Dulceida hace su vida más bonita. El niño tiene esa suerte. Y de
ti no se ha olvidado en absoluto, ya te digo que tiene vuestra foto a buen
recaudo—Lo cogí de la mano.
Lo que no nos costó digerir fue aquella comida que coronamos con una
tarta de queso deliciosa. La compartimos porque ya no nos entraba nada
más y después nos fuimos a reposar la comida a la casa. No se nos ocurrió
ningún plan mejor que ese tan apacible y que tan felices nos hacía.
Capítulo 19
De haber podido elegir, aquel habría sido sin duda el lugar escogido por mí
para cargar pilas. No era el caso, así que el lunes estaríamos en Roma y
aquellos días quedarían en nuestro recuerdo.
Vivirlos con Dante y hacerlo sacándole el jugo a cada uno de los segundos
era mi obligación, de modo que disfruté muchísimo de aquella ensalada que
preparamos juntos para cenar.
Obvio que, después del homenaje que nos dimos al mediodía, no era plan
de volvernos a poner hasta las cejas, de modo que nos encargamos de esa
ensalada al mismo tiempo que Dante encendía la chimenea.
Hubiera podido quedarme a vivir en aquel sitio con los ojos cerrados.
Incluso sentía que, al haber sido el escenario de nuestro encuentro, yo me
sentiría unida a él de por vida.
Dante le dio un toque especial a la ensalada con unos frutos secos que
trituraba y con los que la aderezaba, y nos sentamos a comerla, del modo
más informal del mundo, en la mullida alfombra que había delante del sofá.
—Oficialmente estará más complicado que les deje a las chicas colgado el
piso a estas alturas del partido. Además de que la pitufa está en la misma
tesitura y no lo ha hecho. Pero claro, en la práctica, a ellas les importa un
bledo dónde y con quién duerma yo—le aseguré.
—Eso suena genial. Cuenta con que yo pagaré tu parte del piso, no quiero
que andes con estrecheces, y menos ahora.
—Mira por dónde ahora resulta que me he echado un novio rico. No,
hombre, eso no puede ser, que yo todavía tengo dos manitas para trabajar.
—Ya, pero igual no has contado con el pequeño detalle de que el trabajo en
casa de mi madre no te durará demasiado, ¿no?
—Mira, en eso no había caído, no—Me tapé la cara con un cojín, que
enseguida él retiró, y nos echamos a reír ruidosamente.
Ya se vería todo, porque dormir con él sí que dormiría, eso también lo tenía
yo claro. Dante igualmente era adictivo para mí y yo no me imaginaba las
noches sin él, menos aún embarazada como estaba.
En realidad, no sabría muy bien cómo definirlo, solo que tenía la sensación
de que mientras los tres—nosotros dos con nuestro bebé—,
permaneciéramos juntos, todos nos iría fenomenal. Por esa razón, no quería
ni pensar en que las cosas se torcieran en ningún momento, porque esa idea
me robaba la tranquilidad que por fin comenzaba a saborear.
Tras la ensalada, Dante me ofreció postre, algo que rehusé porque estaba
hasta la bandera.
Dante no era un moñas para nada, solo que pese a que tenía unos rasgos
varoniles muy marcados no solo en el físico, sino también en su forma de
ser, igualmente contaba con un lado sensible que me llevaba al máximo de
la ensoñación. Jamás podría ver eso como un defecto, y menos cuando me
ponía como una moto solo con mirarme, solo con ponerme un dedo encima,
aun sin necesidad de hacerlo con intenciones sexuales.
El tiempo, ese tiempo que durante las semanas que estuve buscando a Dante
pareció ralentizarse al máximo, se había activado de pronto, corriendo que
se las pelaba.
Las horas juntos pasaban demasiado rápido, aunque esa rapidez no impedía
que las degustáramos al máximo, como hicimos esa noche en la que ambos,
sin darnos cuenta, terminamos dormidos abrazados y sobre la alfombra, sin
ni siquiera irnos a la cama.
Cómo se saborean las cosas cuando sientes que no tienes más ocupación
que esa: que la de saborearlas. El gusto que me estaban dejando aquellos
días en el paladar era de lo más dulce y dormí saboreando la miel de esa
dulzura que ya creía haberme ganado.
Capítulo 20
—Ojalá, porque lo vamos a conseguir, de eso estoy segura. Otra cosa es que
vaya a ser rápido, eso lo dudo un poco más.
—¡Caray! —me reí y provoqué también su risa, al notar que mis ganas
habían provocado que me mordiese más fuerte de la cuenta.
—Eres única, preciosa. Hasta con los ojos en blanco te querría yo, no te
quepa duda—me decía él, sin parar de darle al asunto.
—Sigue así, sigue así, por lo que más quieras—le decía yo notando que no
tardaría en volver a pasarme, pues había activado el “modo orgasmo” y este
parecía tener ganas de seguir funcionando.
Su cara, esa cara pícara cada vez que veía que me iba a suceder, me
encantaba. Era una cara de esas que te comerías enterita y no, no lo hice,
aunque mis labios sí dieron buena cuenta de los suyos mientras él
aumentaba de intensidad.
Para cuando vine a correrme por última vez, antes de que Dante se
desparramase en mí, ya notaba que la vida se me iba en ello, que el sexo
con él era sublime y que se convertiría en otra de mis adicciones.
—Qué listo eres tú, ¿no? Pues me temo que el pobre siente algo más que
amistad por mí, aunque ya le he dejado claro que no tiene nada que hacer,
que mi corazón está ocupado, ¿mejor así?
—Mucho mejor—me confirmó—. Eso sí, lo que me cuentas le da mayor
valía a su gesto, eso también es verdad.
—Pues sí, verdad, verdadera. Es un amor de chico, tengo que estarle muy
agradecida. Se lo estaré siempre.
—¿Y ella no abre los ojos? Por lo que sé, el tipo se ha cubierto de gloria
desde el primer momento.
—Hablando de contar todo. Que sepas que la pitufa será la madrina del
bebé, eso no se discute—le comenté.
—Por supuesto que no, no osaría yo discutir ninguna decisión que haya
tomado su madre—me aseguró.
Con Dante todo era diversión, así que en menos de lo que canta un gallo, y
nunca mejor dicho, ya estábamos allí, disfrutando de sus impresionantes
calles, cogidos de la mano.
—Sí que lo noto. Verás, conozco Florencia muy bien, he venido muchas
veces y, aun así, reconozco que siempre, en cada visita, descubro algún
nuevo rincón que me deja patidifuso. Es demasiado bonita, le pasa como a
ti—Me besó.
—Qué bobo eres, pues claro que no. Yo lo soy mucho más, eso es evidente
—me mofé de él mientras que seguíamos paseando y apenas podía cerrar la
boca por las muchas maravillas que tan emblemática ciudad nos ofrecía.
Sabedora de que es imposible ver todo lo que la ciudad tiene para enseñar al
visitante en un día, tenía la certeza de que ya volveríamos por allí, si bien en
ningún caso quería perderme todo lo que pudiera llevarme impregnado en
las retinas desde aquella primera visita.
—Hola, Heba, ¿cómo estás? Yo aquí flipando con tu amiga, loco con la
noticia de que voy a ser padre—le indicó él enseguida.
—Anda qué guay, cuánto me alegro de que estés así de contento. Y suerte
que has tenido, si llegas a renegar de mi ahijado, no tienes Italia para correr,
que lo sepas—le advirtió.
—No pinta nada bien, no—me dio la razón Dante en cuanto la llamada
terminó—. Yo te ayudaré con esto, te lo prometo.
Capítulo 22
Pues bien, tuvo toda la suerte del mundo porque el hombre lo tenía todavía
sin alquilar, además de que le alegró mucho saber que Dante sería quien
volviese a vivir allí.
—Ya, ya, pobre mártir. No, hombre, no, yo te hubiera permitido que
hicieras de okupa en mi dormitorio. Total, ya sabes que la pitufa nunca
duerme allí. Me alegro por ti, eso sí, que lo de no saber ni dónde vive uno
debe ser el lío del monte Pío, como decimos los españoles—Reí.
—Vaya frase más graciosa. De sorpresa del todo tampoco me cogería,
porque ya me estoy acostumbrando a que mi vida sea muy azarosa, aunque
volver a mi antiguo piso me reconforta. Además, que yo lo dejé todo
amueblado y a mi gusto, menuda pasta le metí. Y tuve que abandonarlo de
la noche a la mañana, me dio mucha penita, la verdad. El hombre no se
portó mal y me dio una compensación económica que cubría en parte la
inversión. Aun así, me dio mucho coraje, porque yo lo tenía todo a mi gusto
y, de momento, puede valernos muy bien, ¿no? —me preguntó.
Poco a poco, se iba abriendo cada vez más conmigo respecto a ese tema,
comentándome cómo había sido su vida familiar. A mí, que procedía de una
familia en la que todos hacíamos piña, me daba una penita increíble
escuchar que hablase en esos términos.
Dante, qué duda cabe, andaba algo traumatizado por la huella que su madre
había dejado en su familia. A mí no es que me extrañara ya que, de haber
sido yo quien sufriese el maltrato por parte de esa mujer desde pequeña,
probablemente estaría peor que él, mucho peor. Bastante fuerte era y
bastante bien que lo llevaba.
El fin de semana, con ese beso, llegaba a su final. Nos habría encantado
poder estirarlo algo más, pero no nos fue en absoluto posible. Tocaba volver
a casa y darnos de bruces con la realidad.
En cualquier caso, no era ningún problema hacerlo. Obviamente, los
problemas son mucho menores si tienes con quien compartirlos. Dante y yo
habíamos encontrado en el otro un gran apoyo a la hora de afrontarlos y, por
si eso fuera poco, compartíamos un precioso proyecto de vida juntos en
compañía de la personita que ya se estaba formando en mi interior, a quien
había de sumarle a Fabio.
—A mí es que los malos de esas pelis a veces me dan risa, así que no te
creas que me voy a ir por la patilla solo porque a tu madre se le meta en el
moño hacernos la vida imposible. Yo no me voy a dejar amilanar ni por ella
ni por nadie, pero todavía mucho menos por ella. Será por la simpatía que le
tengo, la quiero yo más a mi Sabina—me burlé.
—¿Mi madre deja que la llames Sabina? Esa sí que es una novedad—
observó.
—Podía haberlo intentado, solo que hasta ese día no le habría yo enseñado
lo bien que se me da hacer peinetas—le aseguré.
Capítulo 23
—Neila me ha dicho lo mucho que has hecho por dar con mi paradero, te
estoy súper agradecido. Aquí tienes un amigo para lo que te haga falta, ¿ok?
—Oye, Heba, ¿puedes darte un poco de prisa? Tengo varios recados que
hacer—le dijo con tono más que serio, tratando así de que saliera corriendo
tras él, como si mi amiga fuese su perrito faldero.
—Vaya, parece que tengo que pedirte disculpas a ti por haber heredado, es
de risa la cosa—le indicó él.
—Exacto, solo que la mayoría tenemos que sudar la gota gorda para no
tener ni la cuarta parte de lo que a otros les cae directamente del cielo—
añadió el muy capullo.
Mandaba narices que hubiera que soportarle solo porque fuera el novio de
Heba, pero no era plan de enfrentarse abiertamente con él y terminar por
perderla a ella, ya que cuanto más lejos estuviese de nuestra influencia,
mucho peor le iría a la pobre.
—¡Te como esa cara! Y hablando de comer, vámonos ya, que hoy estoy que
muerdo, no puedo tener más hambre—le comenté.
—Venga, que te invito a esa pizzería que te gusta tanto, vámonos—Me dio
la mano y echamos a andar.
Una vez en la terraza, porque el sol volvía a lucir en Roma y daba gusto
sentarse allí, me contó.
—Qué bien, ¿es mayor? Supongo que llevará toda la vida haciéndolo, ¿no?
—No, no creas, apenas tendrás unos años más que yo y, sin embargo, me
han dado las mejores referencias de ella. Mira, es esta—me dijo mientras
buscaba su despacho de abogados en Internet, en el que salía su foto como
socia fundadora.
—No, no, si yo no digo nada. Solo, eso sí, que debes haberte buscado la
abogada más guapa de toda Roma, pero que te repito que sigo sin decir
nada.
—Ven aquí, boba, ¿no pensarás ni por un solo momento que te cambiaría
por ninguna otra? Oye, que yo me considero de lo más afortunado por
tenerte en mi vida, te garantizo que no estoy por la labor de hacer el tonto.
Además, que a mí esos juegos no me van, ¿te queda claro? —me preguntó
con sumo cariño mientras me besaba las manos.
—Más te vale, porque me acabo de dar cuenta de que igual estoy un poco
más sensible de lo que creía—le confesé.
—¿Un poco? Pues entonces todo está controlado. Venga, vamos ya a pedir,
que con el estómago lleno se piensa todo mucho mejor.
Capítulo 24
Dulceida fue quien me abrió la puerta, cosa que agradecí, ya que ver de
golpe a Sabina, con su cara de haber ingerido una ingente cantidad de
pepinillos avinagrados, como que me daría la tarde, a decir verdad.
Ella me miró como diciéndome que vaya un plan había en la casa. No hacía
falta que me indicase nada más, si eso me lo podía yo imaginar. De menuda
leche debía estar Sabina, sabiéndose en parte descubierta por lo que yo vi, y
más todavía por lo que oí, en la puerta de la iglesia.
Seguro que era consciente de que había hecho mis indagaciones y ya estaba
al corriente de sus mentiras, algo que trataría de hacerme pagar caro.
—¡Neila! ¡Ya estás aquí! ¡Ya has venido a jugar conmigo! —me chilló
mientras yo lo acariciaba, amorosa.
—Ya era hora de que te dejases caer por esta casa, Neila—me cortó el
punto. Bueno, en realidad, casi me corta hasta la digestión, porque tenía la
mirada como ida.
Sabina no daba pie con bola, a esa mujer se le estaba yendo la cabeza. Sus
maldades, por lo que me comentó Dante, fueron infinitas, y eso le terminó
por pasar factura.
—Me molesta todo de ti y lo sabes. Por alguna extraña razón, eso sí, te has
metido a mi hijo en el bolsillo, pero si te has pensado que me vas a robar su
cariño, estás lista. Mis hijos son míos, míos, ¿me has comprendido? Y yo
por mis hijos mato.
Lo malo era que parecía decirlo en serio, porque los ojos los dejó en blanco
y yo casi cojo el wáter a lo justo. Esa mujer estaba perdiendo el norte y era
capaz de buscarnos un disgusto gordo en cualquier momento.
Obvio que ella, sabiendo que yo era una estudiante Erasmus y que, a su
entender, me marcharía en unos meses, no me habló de la gran mentira que
había orquestado ni se disculpó por haberla hecho valer.
—No sé a lo que te refieres, ¿me lo puedes decir tú, cariño? —le pregunté.
—A que no es verdad que Sabina esté en ese colegio tan raro que mamá
dice, a que ella no va a volver nunca, porque está en el cielo, lo mismo que
papá. Es que, si ya lo sabes, es más fácil, porque lo podemos hablar. Mamá
no me deja que lo hable, pero si me dices que lo sabes, entonces yo no te
estoy contando nada que no sepas—argumentó el niño. Ese, a su corta edad,
también reflexionaba de un modo que me hizo pensar que serviría para
abogado en el futuro.
—Si que lo sé, mi niño, sí que lo sé. Pero no te preocupes, ¿eh? Porque te
guardaré el secreto.
—Vale, si tú me guardas el secreto a mí, yo te lo guardaré a ti—me indicó
de inmediato.
No podía ser. Dulceida no habría ido cotorreando por ahí en relación con la
conversación que mantuvimos, yo estaba segura de que no. Y menos con
Fabio, ¿qué sentido tendría eso?
—¿Por qué lo dices, Fabio? ¿Por qué dices que yo tengo un secreto? —
indagué.
—No, cariño. Si eres tan listo como para darte cuenta de que yo lo conocía
solo por cómo miré su foto, también tienes que serlo para saber que, si él no
viene a verte, tiene razones poderosas para hacerlo. Eso, sin embargo, no
quiere decir que se haya olvidado de ti. Es más, Fabio, puedo prometerte
que tu hermano piensa en ti todos los días y a todas las horas—le confesé.
—Eso es tan verdad como que es de día ahora mismo y como que nos lo
vamos a pasar sensacional jugando con el balón, cariño mío—le comenté.
—Sí, cariño mío. Te prometo que yo se lo voy a decir. Ahora bien, Fabio, tú
me tienes que prometer que no le dirás a mamá nada de esto. No puedes
decirle ni una sola palabra o todos saldremos mal parados y a mi me echará
de la casa, ¿lo has comprendido?
Igual que nos pasaba a todos, ella estaba hasta el gorro de Sabina y desde
mi vuelta nos hicimos amigas, por lo que supe que era de confianza.
—Me dijiste que te avisara cuando Sabina tuviese planes. Pues bien, sé que
tiene una reunión importante el viernes por la tarde para algo relacionado
con la herencia de su marido, esa que está todavía por terminar de resolver.
Se llevará a cabo aquí en la casa, de modo que no se moverá en toda la tarde
probablemente.
Si algo le importaba a Sabina en el mundo era la pasta. Así que esa reunión,
previsiblemente, se alargaría bastante.
La cuestión era la siguiente: yo debía tener la certeza de que ella no saldría
a la calle, para que no nos descubriera en ningún momento. A Fabio no me
atrevía a llevármelo lejos, porque cualquier cosa que nos pasara fuera de las
inmediaciones del parque y que llegase a sus oídos motivaría mi despido.
Hay caras que no se olvidan en la vida. Y yo, por muchos años que llegue a
vivir, no podré olvidar jamás la que puso Fabio al ver a su hermano, al que
no esperaba. También la cara de Dante bien valía cualquier posible
problema que aquello pudiera ocasionarnos.
—Dante, ¡estás aquí, estás aquí! —lloraba el niño a mares, sin poder
contener la mucha emoción que le producía verlo.
—¡Campeón! ¡Estás enorme! ¡De verdad que lo estás! —le decía él.
—Sí, Fabio ha crecido, pero es que tú llevas mucho sin venir—le recriminó,
aunque con tono cariñoso, hablando de él en tercera persona, como otras
veces.
—Entre mamá y tú, sé que ella está enfadada contigo, pero ahora estás aquí,
Neila te ha traído. Ella es muy buena—Seguía llorando él.
Eran mis chicos, y era la primera vez que los veía juntos. Al observarlo al
lado de Fabio, todavía tuve mayor certeza de que Dante sería un gran padre
para nuestro hijo.
—Pero bueno, enano, ¿he venido hasta aquí para que me quieras robar la
novia? —le preguntó Dante, quien irradiaba felicidad por los cuatro
costados.
—No, he dicho si tuviera unos cuantos años más, pero no los tiene. ¿Sabes
que Neila me regaló un balón chulísimo? Lo tiene en su bolsa de deporte,
hemos pensado en todo—le indicó.
—Ya lo veo, ya, ¿y te gustaría jugar esta tarde al fútbol con tu hermano
mayor? Como hacíamos antes, ¿te acuerdas? —le preguntó.
—Mamá no está bien, Fabio, ¿tú lo sabes? —le comentó Dante con sumo
cariño.
—Si lo sé, porque si estuviera bien no estaría perdiendo a todos sus hijos.
Tú te has ido, Sabina también, ella al cielo, por cierto. Y yo… Yo estoy
harto de mamá—le confesó.
Era increíblemente despierto y la forma tan natural que tenía de contar todas
las cosas, incluida la muerte de su hermana, no dejaba indiferente a nadie.
—Pero es que a mí me falta mucho para ser mayor y que se arregle, ¿eso no
lo comprendes? —le preguntó él con desesperación.
—No tendrás que esperar a ser mayor para eso, te lo prometo. Solo debes
tener un poco de paciencia, hermanito.
—¿Vivir contigo? ¿Me lo dices de veras o es para que me calle ya? —le
preguntó nervioso, dando saltitos, como si se hiciera pis.
—Sí, cariño. Tú sabes que papá te quería con locura, ¿no? —le preguntó
mientras lo ahuecaba en su pecho.
—Qué más quisiera yo, pequeñín. No, esa decisión la tomará un juez, que
es la persona encargada de decidir esas cosas. Para eso, se celebrará una
cosa que se llama un juicio, donde cada parte dirá lo que quiere, y el juez
decidirá—le expliqué.
—Sí, Fabio puede hablar con los psicólogos del juzgado para decirles con
quién quiere vivir y la razón por la que quiere vivir con esa persona, cariño
—le explicó Dante—. Tú tienes que contarles la verdad de cómo son las
cosas, solo eso. No es difícil, es muy fácil, tú te explicas como un libro
abierto, hermanito. También el juez querrá oírte y se lo tienes que decir
igual, explicándoselo con tranquilidad—le informó Dante.
—Me explico bien porque ya voy a cumplir seis años, por eso. Los cumplo
en unos días, ¿ya viviré entonces contigo, Dante?
—No, unos días es muy poco, Fabio. Falta más para eso. Pero mientras nos
tienes que guardar el secreto a Neila y a mí. Eso lo sabes, ¿a que sí?
—Claro que lo sé, yo no diré nada, aunque me torturen—nos aseguró en
plan chulito y nos hartamos de reír.
—Pero bueno, ¿dónde has aprendido tú eso? Muy listillo te veo yo, ¿eh?
—Lo escuché en una peli, Dante, en una muy guay. Bueno, ¿al menos
podrás venir a mi cumpleaños? ¿Eso sí?
—No, cariño, no podré ir. Mamá no debe saber nada de que nos vemos
hasta que llegue el juicio, ¿lo entiendes? —le preguntó él porque era de
suma importancia que así fuera.
—No puedo, cariño. Cuando esto pase, podremos celebrar todos tus
cumples juntos los cuatro—le soltó él sin darse cuenta de que el niño no
sabía la noticia.
—¿Los cuatro? Somos Neila, tú y yo, ¿no sabes contar? —le dijo él
señalándole tres con los deditos.
—No, Fabio, no hay que casarse para tener un bebé. Basta con que dos
personas se quieran, basta con eso—le explicó con paciencia Dante.
—Voy a tener un, un… Espera, ¿qué es el bebé? ¿Mi primo? —preguntaba
él, ingenuo.
—No, hay tíos que no son mayores, como tú. De todos modos, para ti será
como si fuera tu hermanito, ¿no crees? —le preguntó Dante y él asentía.
A partir de ahí, nos restaba hacer que pasara el resto de la tarde lo más feliz
posible. Y para ello nos hartamos de jugar con él, tanto al fútbol como al
escondite, así como a todo lo que al crío se le ocurría.
—Pues sí, lo que faltaba, pero puede ser, ¿qué te crees? —Le hacía
cosquillas yo.
Como el niño que era, a Fabio le encantaba un juego. Nos costó muchísimo
que se despidiera de su hermano.
—¿Cuándo volveré a verte? ¿Mañana? —le preguntó abrazándolo muy
fuerte.
—Mañana no puede ser, cariño. Quizás la semana que viene, intentaré verte
un día para darte tu regalo de cumpleaños, ¿vale?
Por fin salimos andando. Dante se quedó en el parque para evitar cualquier
incómodo encuentro callejero con un vecino, por ejemplo.
—¿Se puede saber qué horas de volver son estas? Ya estaba por llamar a la
policía—se quejó la muy amargada.
Y que le quedara a ella muy claro también que eso tenía los días contados.
Sabina contaba con un historial psicológico terrorífico que bien podía
hacerle ver al juez que no estaba capacitada para cuidar de su hijo.
Capítulo 26
—De eso nada, monada, que tú ves negocio en todo y hoy por hoy todavía
la pagamos Heba y yo. Por cierto, ¿hace cuánto que no la veis? —les
pregunté.
—Yo igual, en clase estaba ida total. Y ahora lleva dos días faltando. Le
escribo y me dice que anda un poco constipada, pero no me fío mucho—les
confesé.
—Está bien, está bien, aunque debes saber que cuando yo me preocupo, él
también se preocupa. O ella, que no sabemos.
—¡Estate quieta! —me chilló con unos nervios que crispó los míos.
No pude estar más certera, ya que enseguida me di cuenta de que así era.
Heba tenía todo el cuello lleno de marcas de dedos, como si se lo hubiesen
apretado con ganas, por lo que se llevó la mano a él.
—Lo siento—murmuré.
—¡Te lo has cargado y era un regalo de Reyes de mis hermanas! —Se echó
a llorar.
—Niña, ese tío te ha cogido por el cuello a propósito, no lo niegues, ¿en qué
coño estaba pensando? —le preguntó Tamara sin filtros, como era ella.
—Que no, de veras que no. Piero me adora, él jamás me haría daño, ¿eso no
podéis entenderlo? Cielos, qué manía le tenéis, todos estáis en contra del
pobre. A mí me tenéis más harta, ¿sabéis lo que os digo? Que si vais a
seguir echándole la culpa de todo ni me habléis, que paséis de mi culo…
—Cariño, no es eso. Entiende que nos preocupamos por ti. No es fácil salir
de donde tú estás metida y lo entendemos. Es solo que somos tus amigas y
que estamos aquí para lo que te haga falta—le recordé.
—Neila, tú deberías fijarte en tus problemas antes de hablar así de los que
supuestamente tenemos las demás, ¿no te parece? —me preguntó con
retintín.
—Pues mira, resulta que me acabo de perder un poco. Lo siento mucho,
¿me puedes aclarar a qué te refieres?
Me sentí dolida, aunque sabía muy bien que eran su rabia y su frustración
las que hablaban en su nombre. La pitufa nunca se hubiera dirigido a mí en
esos términos, no de haber estado centrada, y no como estaba.
—Heba, yo… Yo no quería hacerte daño, solo recordarte que tus amigas
estamos aquí, solo eso.
Partidas también se quedaron nuestras caras. Era obvio que Heba tenía un
problema y también lo era que no pensaba reconocerlo.
Al menos no de momento.
Capítulo 27
—¡No puedes ser más grande ya! ¡Qué campeón estás hecho! ¡Felicidades,
mi niño! —lo felicité mientras lo besaba y le daba su regalo, para que lo
pusiera en el salón junto con el de los demás.
—Espero que hayas sido consciente de la edad que tiene a la hora de traerle
un regalo—me dijo—. Lo digo porque hay juguetes con piezas pequeñas y
demás que Fabio podría tragarse.
Si por ella fuera, el niño aún llevaría pañales. Su afán controlador la llevaba
a sobreprotegerlo de la forma más insana del mundo, cuando en realidad al
peque lo único que le hacía daño era su actitud.
—No se preocupe, señora de la Rosa, lo he tenido en cuenta—le indiqué
mientras el niño me chillaba desde el salón que fuera a ver lo bonita que
sería su fiesta.
Entré y lo que vi haría llorar hasta a las piedras, como se dice vulgarmente.
Lo que debería ser una alegre fiesta de cumpleaños en la que los niños
corrieran a su antojo por la casa, con las risas y los gritos como hilo
musical, se reducía a una mísera reunión de Fabio con dos críos más, que
apenas se atrevían a moverse de sus sillas, y que degustaban en silencio la
merienda.
Sabina entró en el salón para darme órdenes precisas, unas órdenes que la
definían perfectamente como madre.
Los niños me ayudaron a colocar los globos, con los que comenzaron a
jugar, y Dulceida hizo lo propio con la piñata, que colocamos en el techo
entre las dos.
—¿Y eso? Mira que me meo solo de pensarlo, ¿se puede saber qué has
hecho?
Desde que era casi una niña, yo había hecho de todo para ganarme unas
pelillas, así que estaba acostumbrada a actuar en fiestas infantiles como
animadora, de modo que haría que se lo pasaran genial.
Después sacamos la tarta, cuya velita con su número sopló el crío de lo más
contento, antes de partir la piñata y abrir los regalos.
Yo le había regalado uno de sus deseados trenes, uno muy original que me
encontré en un mercado artesanal y que era una virguería, el cual hizo las
delicias del niño.
—Me han encantado todos los regalos, aunque el mejor de todos será ver
mañana a mi hermano—me confesaba cuando ya fui a salir de la casa,
momento en el que su madre seguía en el otro mundo, muerta del sueño.
—Nada de nada—Se tapó la boca con una manita mientras que con la otra
me decía adiós.
Por lo que me comentó Dulceida, el niño se lo había pasado como nunca. A
mí me había costado muy poco esfuerzo hacerlo feliz, porque él venía con
esa capacidad dentro: la de ser feliz con muy poco.
Sí señor. Cuando una se acuesta con algo en la cabeza, pues como que suele
ocurrir.
—Pequeñaja. ¿se puede saber qué traes entre manos? No paras de hablar de
chocolate—Dio él la luz mientas me preguntaba.
—¿Yo hablar de chocolate? —Me froté los ojos. Ay, Dios, pues será porque
esta tarde vi uno que tenía una pinta de miedo. Así, rellenito de fresa, con
cada onza abultadita. Qué cosa más rica, madre—Debieron hacerme lo ojos
chiribitas.
—Sí, de ese justo estabas hablando, ¿y no lo compraste? —Me abrazó.
—Además, así vería yo moverse ese culito tan precioso que Dios te ha dado
—le comenté mientras él salía desnudo de la cama, pues así dormíamos
cada noche después de hacer el amor.
Se levantó y fue a buscar su ropa interior, dejando ante mí ese culo que de
veras parecía haber salido del cincel y el martillo de un escultor. Sabina,
otra cosa no sabría hacer bien, pero niños bonitos, eso ni digamos.
—Te he traído esta tableta, y todas estas más—Me dio una bolsa con varias
cuando llegó, y yo es que me partí.
—Todo el que encontré en la tienda, ¿te durará para los antojos del
embarazo al completo? —me preguntó, muerto de risa.
—Pues mira que lo dudo, ¿eh? Y no porque no haya chocolate para parar el
tren, que lo hay, sino porque los antojos no son siempre de lo mismo, ¿no te
lo he contado? Eso va variando.
—Venga ya, ¿sí? Pues nada, que no se diga que yo no lo intenté. Oye, ¿y no
pueden ser de día? ¿Tampoco se escoge la hora? Eso te lo digo porque
siempre facilita algo las cosas, pero que es un decir, ¿eh? Tú pide por esa
boquita que tu italiano te trae lo que tú quieras.
Ese viernes, obvio, nos despertamos con sueño, aunque también con la
mejor de las sensaciones.
Por otra parte, yo debí despertarme también con algún kilo de más, como
corroboraban los envoltorios de chocolate que se dejaban ver alrededor de
la cama.
Ya quedaba mucho menos para que el gris mundo en el que ella había
encerrado a Fabio se tiñera de todos los colores del arcoíris, que siempre
luce radiante tras la tempestad, cuando por fin llega la calma.
Capítulo 29
—No lo veo, Neila, no lo veo, ¿dónde está Dante? —me preguntaba, con la
emoción contenida en el rostro.
—Ya lo sé, cariño, ya lo sé. Y sé también que tuviste una bonita fiesta en
casa, ¿no es así? —le preguntó mientras lo besaba.
—Sí, gracias a Neila. La fiesta que mamá preparó no era una fiesta ni era
nada. Pero luego llegó Neila y no veas la que organizó, nos lo pasamos
genial.
Se suponía que la fiesta fue un regalo para él. Sin embargo, el verdadero
regalo me lo hacía Fabio a mí, al decir que se lo pasó así de bien.
—Es el maquinista para el tren que ayer te regaló Neila, ¿no te fijaste en
que no llevaba?
—Anda, qué chulo. Sí que me fijé, pero creí que era un tren mágico que iba
sin maquinista y sin nada. Yo no sé si el tren de Harry Potter lleva
maquinista, solo sé que nunca lo he visto—Trató de hacer memoria,
achinando los ojos.
—Pues aquí está. Y ahora me lo tienes que contar todo sobre tu fiesta de
cumple. Venga, empieza—lo animó a que hablase.
En ciertos momentos, hasta pensé en hablar con sus padres, si bien luego
entendí que eso solo serviría para que me odiase. Piero no se daría por
vencido tan fácil y se plantaría allí donde ella estuviese para tratar de
recuperarla, de modo que tenía que abrirle los ojos para que se diera cuenta
por sí misma y le cerrase la puerta de forma definitiva.
Pensaba en ello mientras que Fabio me chillaba para que los mirase jugar.
Ciertamente, daba gusto verlos juntos.
—A Neila no, que tiene dentro al hermanito—me defendía él, que no podía
ser más lindo.
Por mucho que en realidad fuera su sobrino, él seguía viendo a nuestro bebé
como si fuera un hermanito más, le era mucho más sencillo así.
—Es como una carta en la que yo, a través de mi abogada, le pido al juez lo
que quiero. Y lo que quiero es que tú vivas conmigo—le recordó, sacando
su sonrisa.
—Bastante pronto, solo que tiene otro buen puñado de cartas, eso sí. De
manera que habrá que esperar un poco más para el juicio.
—¿Cuánto? Yo ya me quiero ir a vivir contigo, Dante, ya me quiero ir.
—Lo esperarás porque no te quedará otra, enano, por eso. Venga, termina
de merendar y jugaremos otro poco.
Un par de semanas más tarde, el momento en el que nos viéramos las caras
con Sabina se acercaba cada vez más.
Mientras, el destino quiso que tuviéramos una nueva y amarga cita, no con
ella, sino con la pitufa. Heba no me había vuelto a dirigir la palabra y, sin
embargo, aquel día me llamó.
—Cariño, ¿cómo estás? ¿Te pasa algo? —le pregunté yo porque no las tenía
todas conmigo, siempre pensaba que en algún momento sucedería algo y mi
amiga necesitaría mi ayuda.
—Claro, claro.
—Un accidente de circulación. Sabes que siempre está de allá para acá.
Bueno, estaba, me temo que ya no se va a ningún sitio más.
Todos nuestros compañeros fueron llegando para estar con él. A quien
echaba de menos, eso sí, era a la pitufa, que todavía no se dejaba ver por allí
y eso me ponía nerviosa.
En un momento dado, la vi llegar, con gafas oscuras y rictus más que serio
también. Obvio que no íbamos a un tablao flamenco a bailar sevillanas y
que mi amiga no tenía por qué venir tocando las castañuelas, pero yo la
conocía y ella no era así: le pasaba algo más que la muerte del padre de
Carlo.
—Ya lo sé. Y mira que lo siento por lo del crío, ¿eh? Lo siento muchísimo,
no te he preguntado en esos días cómo va el embarazo—Me tocó la barriga,
aunque la noté muy compungida.
—Va bien, genial, cómo quieres que vaya, con la madraza todoterreno que
tiene—le dije, presumiendo de mí misma, y sacando su sonrisa.
Heba esbozó una sonrisa o, mejor dicho, hizo por esbozarla, aunque ni le
salía. Después, se acercó a Carlo, a darle el pésame y algo de ánimo.
—No está bien, Dante, Heba no está nada bien. Y yo no estoy haciendo
nada al respecto, me comen los nervios—le indiqué.
—No, tiene que caer por su propio peso o no servirá nada. Lo que sí podrías
traerme, si no te importa, es un poco de agua.
Heba no lo vio llegar, por lo que seguía hablando con Carlo, cuando él se
acercó hasta ellos.
—Heba, ¿te falta mucho o piensas quedarte al lado de este todo el día? —
Miró a Carlo con verdadero odio.
—¿Qué coño te pasa a ti, tío? ¿Tú crees que esa es manera de hablarle a tu
novia? —le reprochó nuestro amigo.
—Mira, mierda, no creas que voy a respetar lo que te ha pasado y por eso
no te tocaré la cara. Sigue así y te la parto, so pijo—le amenazó.
—¡Me las pagarás, hijo de puta! ¡Me las pagarás! —chillaba él.
—Me las pagarás tú a mí si a mi hijo le sucede algo, reza porque no sea así
o no tendrás agujero en el que meterte, te doy mi palabra—le advirtió
mientras veía cómo la sangre salía a chorros de la asquerosa nariz del
mierda aquel.
Ese día, yo estaba en la casa cuando sucedió algo inesperado. Por suerte, me
encontraba fenomenal, lo cual no evitó que sufriera un pequeño accidente
doméstico.
Resulta que Fabio acababa de enchufar su tren eléctrico y vimos que no iba.
Sin más, me fui directa a comprobar si el cable estaba bien y, aunque sí que
lo estaba, la que andaba fatal era la conexión eléctrica de la pared, haciendo
que sufriera una descarga que provocó los gritos del niño.
Con todo y con eso, caí sin conocimiento al suelo, cuando por fin Dulceida
tuvo la lucidez de apagar el cuadro general de luces de la casa. Obviamente,
aunque Sabina fuera una desquiciada, sintió miedo, por lo que no tardó en
llamar a un médico que acudió de urgencia a la casa.
Yo lo que sentía era una extrema debilidad y me costaba hablar, por lo que
apenas podía comunicarme con el hombre.
—Lo que quiere decirle Neila, doctor, es que está embarazada—le comentó
Dulceida y Sabina la miró como si le hubiese dicho que la casa acabaran de
invadirla unos extraterrestres.
Claro que sí, ella lo sabría porque yo la habría llamado para tomarnos un
cafelito y comentárselo. Y ya de paso, como que le habría dicho que el niño
era su nieto, para que la fiesta hubiera sido completa.
—Pues lo está, señora—asintió ella mientras yo soportaba su mirada de
asco.
Cielos, otra vez a observación, aunque por mi niño lo que hiciese falta. Por
fortuna, la insensible de Sabina no se ofreció a acompañarme ni mucho
menos. Lo digo porque, de hacerlo, se habría encontrado en el hospital con
Dante, a quien avisé y quien llegó incluso antes que la ambulancia.
Enseguida me vine arriba y nos confirmaron que el bebé estaba como una
rosa.
—Cariño, tú pide por esa boquita, que yo los antojos te los quito de dos en
dos, ¿qué quieres comer hoy? —me preguntó en cuanto llegamos.
—A ti, yo te voy a comer a ti, que no puedes ser más bonito. Tú tranquilo,
que yo lata con los antojos te pienso dar mucha más. Me van a durar hasta
cuando deje de estar embarazada, fíjate, hasta cuando ya tengamos aquí a
nuestro bebé.
—Ven aquí, pera mía, que te voy a quitar yo a ti hasta el verdor—le indiqué,
con ganas de él. Cómo me había puesto a mí la descarga, estaba desatada.
Capítulo 32
Tenía toda la mala leche del mundo reconcentrada para ella sola. Cuando
entré por las puertas de su casa, ya me estaba esperando.
Casi sin mediar palabra, solo haciéndome un gesto con la cara, me indicó
que la acompañase al salón.
—Una cosa que quería hablar yo contigo, Neila, ¿qué es eso de que estás
embarazada? —me preguntó.
—No creo que tenga mucha explicación, señora de la Rosa, lo estoy y ya.
Pero vamos, que gracias por preguntarme cómo sigo de lo del calambrazo.
Espero que ya hayan revisado los enchufes de la casa, le aseguro que yo no
toco uno más ni con un palo.
—Ya está todo revisado, sí. Y bueno, al verte aquí he supuesto que ya estás
bien, digo yo que tampoco hay más misterio en el asunto. Sin embargo, lo
de tu embarazo me tiene a mí mosqueada, ¿se puede saber por qué no me
has informado de una circunstancia tan particular? Digo yo que tengo
derecho a saberlo, me parece.
—Hombre, faltaría más. Natural que ese embarazo solo te añade a ti, ni que
fuera nada mío—rio maliciosa—, pero vaya, que aun así me tendrías que
haber informado.
No saben las personas, a veces, lo necias que sus palabras pueden llegar a
sonar. Si ella supiera, si por un momento pudiera tener constancia de que
era la abuela de ese niño, tendría que comerse sus palabras una a una.
—Pues lo siento entonces, pero como ve, el tema ya está finiquitado. Usted
ya lo sabe y todos tan contentos, ¿se le ofrece alguna cosa más o puedo ya ir
a ver a Fabio? —le pregunté.
—Vete ya, sí, quítate de mi vista. De veras que no sé para qué intento hablar
contigo cuando está claro que no hablamos el mismo idioma—me
recriminó.
—Parece que no y mire que yo me esfuerzo con el italiano, lo que son las
cosas—añadí antes de salir en dirección al dormitorio del niño.
—¿Qué no se contempla? Mire, igual es cosa mía, que debo andar un tanto
espesa hoy, pero creo que no termino de pillar lo que quiere decirme.
—Me refiero a que no se contempla que una mujer que no está casada se
quede embarazada y…
—¿Y usted no conoce a ninguna a la que le haya pasado? —le pregunté con
kilos de guasa acumulados. Lo que había que oír, y en nuestra época, era
como un chiste, como un verdadero chiste.
—Obvio que sí las conozco, otra cosa es que las quiera en mi casa, ¿tienes
novio al menos? —me preguntó.
—Sí, señora, tengo novio, no se preocupe por eso, ¿alguna cosa más? —le
pregunté porque parecía misión imposible lo de zafarse de ella.
—Pues sí, quería preguntarte si no será un perroflauta de esos o un chico de
moral distraída, capaz de que te juntes con uno de esos y me traigas hasta
piojos a esta casa.
—No, no, qué va, qué va. Le encantaría mi novio, estoy segura de que un
día coincidiremos y me dará la razón en que vale un potosí. No se preocupe
por nada—Me reí para mis adentros mientras se lo decía.
—No estoy yo tan segura, ¿eh? No lo estoy. Todavía me tengo que pensar si
te quedas en esta casa o no, que lo sepas.
—Yo creo que mejor me quedo, ¿no? —Le vacilé porque sabía que me
quedaba sí o sí. De haber tenido una manera de largarme, ya lo habría
hecho. No la tenía, la experiencia le decía que nadie podía soportarla y que
lo mejor que podía hacer era meterse la lengua en el culo y aguantarse.
Me quedé helada, la muy capulla era capaz de crear una marca como Mr.
Wonderful, pero al contario, ella en plan negativa. Lo mismo era prima
hermana de alguno de la familia Adams o algo parecido.
Recuerdo que escuché llamar a la puerta y algo me dijo que era esa persona,
por lo que miré por la ventana para corroborar mi teoría, que resultó ser
cierta.
Luego se dio cuenta de que podía ser algo grave, a juzgar por la cara que
puso, y finalmente entró y abrió el sobre que el hombre le había entregado,
certificado y abultado, a la antigua usanza.
De forma instintiva, le tapé los oídos a Fabio, ya que supuse que los gritos
se escucharían hasta en su dormitorio.
El niño, sin saber lo que ocurriría, pensó que era un juego y se echó a reír,
con esa risilla tan suya, franca y natural. A continuación, no me equivoqué,
se escucharon unos gritos que le asustaron.
Bajé las escaleras con él de puntillas. Yo solo deseaba que nos hiciéramos
transparentes porque tenía la sensación de que si nos veía cualquier cosa
podía pasar.
Dulceida me miraba de reojo. Ella también era nuestra cómplice, así que
sabía perfectamente de qué iba el tema.
—Señora, ¿qué le pasa? ¿Le puedo servir una infusión calmante? Sospecho
que le vendría de maravilla—le ofreció.
—¡Hijo mío! ¡Estás aquí! —Se fue hacia él y lo apretó contra ella, tan
fuerte que le estaba haciendo daño.
—Sí, mamá, ¿dónde quieres que esté? Voy al parque con Neila, luego te
veo, ¿vale? —Trató de zafarse, algo que le resultó un tanto complicado.
—Hijo, ¿es que no me estás oyendo? Puedes decir lo que quieras, puedes
chillar, desahogarte y decirme que es un mal hijo, lo que tú quieras. Te doy
permiso—Volvió ella a la carga.
—¿Y vosotras? ¿No vais a decir nada en mi favor? —Nos miró a las dos.
Vaya, ese día sí que necesitaba nuestro apoyo, qué casualidad.
Bien nos hicimos las tontas. Miré al crío y ya iba hacia la puerta riéndose.
Donde las dan, las toman. Y él estaba demasiado harto de ella como para
pararse a compadecerla.
Se lo había buscado ella solita. Esa mujer no le había dado al crío cariño,
solo martirio. Y había llegado el momento de que las cosas cambiaran.
Él: “Ahora tenemos que ser más cautos que nunca. Dile a Fabio que no
podré volver a verlo hasta la celebración del juicio, que lo quiero con todo
mi corazón. Y quédate con que ese corazón está lleno de amor también para
ti”.
Él: “No me digas que será tu siguiente antojo, porque entonces ya puedo
darme por perdido”.
Yo: “Oye, hablando de eso, muy bien estás durmiendo tú, ¿no? Hace
muchas noches que no tengo ninguno”.
—La señora, que se ha reunido con varios abogados. En el salón hay más
gente que en un convite de boda. Está como loca, no para de chillar y
maldecir, no te lo puedes imaginar. Ojalá que ese juicio se celebre pronto
porque no tengo ni idea de cómo voy a poder soportarla.
—No sabes las cosas que está soltando por la boca. Te prometo que yo
sabía que era mala, pero es una auténtica bruja, mucho peor de lo que podía
imaginar. Es horrorosa.
—Dulceida, ¿tú te has parado a pensar que no sabemos lo que sucederá con
tu puesto de trabajo si ella pierde la custodia del niño? —le pregunté con
pesadumbre.
—Di mejor cuando pierda la custodia del niño, porque el hecho de dejarlo
en el aire a mí me hiela la sangre. Dante tiene que ir a por todas, sacar la
artillería pesada contra su madre porque ella no será misericorde con él, va
a ser una guerra encarnizada, una verdadera masacre.
—Vale, pues eso, aunque ahora que lo pienso, igual acabo de tener una idea
estupenda—Le hice saber.
—¿Qué idea? A ver si me puedes dar una buena noticia, mujer, que una está
aquí que no sabe lo que hará con su vida.
—¡Alabado sea Dios! Ojalá que eso que me dices sea así, nada me haría
más feliz que trabajar con vosotros—Me dio ella un beso y un abrazo.
No era fácil pasar por lo que estábamos pasando. Mi vida, sin ir más lejos,
estaba sufriendo un giro de ciento ochenta grados que marearía al más
pintado, si bien la ilusión me impulsaba a seguir adelante.
Mi bonito proyecto con Dante, nuestra familia.... Todo tenía que salir bien,
ya que habíamos estado en la cuerda floja y no por ello dejamos de luchar.
Salíamos por la puerta cuando me tuve que volver en seco, girando sobre
mis talones.
—No sé a lo que se refiere, de veras que no lo sé, todo esto debe tratarse de
un error—le comenté.
—Un error fue el traerte a esta casa, en eso estoy de acuerdo. Sé muy bien
que le regalaste a Fabio un balón que llevas y traes en tu bolsa de deporte
todos los días. Me percaté y él me lo ha corroborado, no ha podido
mentirme. Mi hijo me lo cuenta todo, ¿sabes?
—Sí, sí, claro—le contesté como si tuviese toda la razón del mundo y volví
a girar sobre mis talones en dirección a la calle.
—¿Y ya está? ¿No vas a decir nada más? ¿Te conformas con eso? —me
preguntó, cabreadísima como un mico.
—Le has dado fuerte y flojo. Ella quería pelea y tú la has evitado, qué lista
eres, Neila—Me cogió de la mano.
—Tú sí que eres listo, ratón. Venga, vamos a jugar con ese balón, mi niño.
Todo menos dejar que esa bruja nos amargase. Eso nunca, jamás.
Capítulo 35
Era el día y los nervios nos estaban comiendo. Dante daba vueltas de un
lado a otro en el interior de su piso, sin poder parar quieto.
—Son tantas las cosas que tengo que decir, que temo quedarme en blanco
cuando esté en el estrado, te prometo que lo temo—se lamentaba.
—Ya lo sé, porque estás muy nervioso, pero piensa que todo va a salir bien.
Giulia es una gran profesional, si consentí que te quedaras con la abogada
más guapa de toda Roma es porque soy consciente de lo buena que es—
bromeé.
—Qué cosas dices. Nadie en Roma es ni la mitad de guapa que tú.
Ayúdame a recordar todo lo que tengo que decir—me pidió.
—No, no, me niego. Ahora, ¿sabes lo que haremos tú y yo? Vamos a bailar
—le propuse y me miró como si estuviera loca.
—Claro que no, te lo mando yo, que es mucho peor. Soy la madre de tu hijo
así que, si sabes lo que te conviene, te pondrás a bailar conmigo ahora
mismo—Lo cogí de las manos.
Nunca lo había notado tan agobiado como esa mañana, de modo que puse
toda la carne en el asador para sacarle unas risas que lo relajasen un poco.
Le cantaba con gracia por Camilo, poniendo énfasis cada vez que
pronunciaba lo de “pegao de ti”, sacando su risa.
Cuando quise darme cuenta, ya estábamos así, tan pegaos que acabamos en
la cama, dando rienda suelta a nuestra pasión.
Lo que ya me pareció menos dulce fue el gesto que exhibió Sabina cuando
nos vio aparecer, juntos y de la mano, por el juzgado.
—¿Tú? Miserable, ¿tú eres quien está detrás de todo esto? ¿Tú has
envenenado a mi hijo contra mí para que me quite a su hermano? —Yo creí
que me levantaba la mano y todo, que trataría de darme allí la del pulpo,
cosa que no pensaba permitirle. Y mucho menos Dante.
—Mamá, cuidadito con lo que dices, que ella no ha sabido nada de esto
hasta hace muy poco. Todo ha sido fruto de una increíble casualidad.
—Sí que los tengo, mamá. Y veo a la mujer que quiero, a quien por cierto
me costó mucho seducir. Lo digo para que revises tus teorías, que ya huelen
a rancias. Y ahora, si nos disculpas, no voy a seguir dándote unas
explicaciones que ni siquiera mereces.
El zasca que le dio Dante no fue ni medio normal, de modo que ella se
quedó momentáneamente callada.
—¿Por qué quieres quitarme a tu hermano? ¿No te vale con quedarte con
esta zorra y con el hijo que lleva dentro? —le preguntó unos minutos
después con toda la maldad, esa que era tan suya.
El juicio dio comienzo y fueron muchas las pruebas que Giulia pudo
presentar.
De entre todas las pruebas que Giulia haría valer, había una con un peso
específico determinante y que no era otra que el informe psicosocial que le
realizaron a Fabio los psicólogos del juzgado.
Sabina se creía muy lista y quiso preparar al niño para la prueba, arrimando
el ascua a su sardina. No contaba con que esas cosas se detectan, igual que
su maldad, y menos con que Fabio tenía las ideas muy claras al respecto.
Por suerte, la prueba se realizó sin su madre delante, por lo que el niño pudo
explayarse sin que le resultara excesivamente violento, como era nuestro
deseo.
El psicólogo que acudió para defender dicho informe lo tuvo muy claro
desde el principio.
—¡Eso es mentira! ¡Yo solo quiero lo mejor para mi hijo! Siempre he sido
una buena madre tanto para Fabio como para Dante y para Sabina, mi otra
hija menor, que está en un internado—soltó ella por la boca, histérica y
poniéndose de pie de golpe.
—Mi madre está como una chota, se lo ha terminado creyendo, qué locura
—se lamentaba él.
Volvimos a entrar en la sala y era hora de que testificara Dante. Por Dios
que lo hizo con una elegancia y un aplomo que lo dejaron retratado a los
ojos de todos.
Esa noche no nos podíamos dormir, sintiendo nuestro sueño más cerca que
nunca. Fabio debería comparecer ante el juez al día siguiente porque este
así lo había pedido. Giulia no contaba del todo con ello dada la corta edad
del niño, si bien fue su madurez la que le llevó a decidir que merecía la
pena poder escucharlo.
Cruzábamos los dedos para que todo fuese bien. Ojalá que ocurriese así
porque nos jugábamos mucho. La estabilidad mental de Dante estaba en
juego y, por ende, también nuestra felicidad. Y no digamos ya la de Fabio.
Capítulo 37
—¡Será una broma! ¡Esa furcia no es nadie para quitarme a mi hijo! ¡No lo
es! —chilló ella.
Conforme ella lo hizo, cogida del brazo de uno de sus abogados que le
recordaba que de otro modo podría acusarla de desacato y hasta acabar
enchironada, yo me levanté y también salí de la sala. Lo tenía muy claro:
quería estar presente porque no me fiaba de ella y me daba mucho miedo
que hiciera una locura.
Fabio nos miró a ambas al salir. Él estaba fuera con un becario del despacho
de abogados de su madre, que se ofreció a acompañarlo, ambos jugando a
las cartas. El niño soltó las suyas y yo le hice una señal con el dedo pulgar
levantado, que él respondió con una sonrisa.
—Han sido ellos, Fabio. Son malos y te han puesto en mi contra, hijo. Son
muy malos—le decía ella mientras el niño hacía caso omiso a sus palabras.
Traté de hacerlo así, si bien eso la enfureció todavía mucho más. Ella
reivindicaba su derecho al pataleo, su derecho a decirle al crío cuantas
barbaridades le salieran la boca.
—¿Qué miras? También te maldigo. A partir de hoy quiero que seas tan
desgraciado como yo lo soy por tu culpa—le soltó ella tal barbaridad
perdiendo también las formas con él.
—Guardia, haga el favor de detener a esta mujer ahora mismo—le pidió él.
Capítulo 38
Era jueves y contábamos con el más fantástico de los fines de semana por
delante. Dante llegó un rato después con las cosas del crío mientras que yo
lo esperaba en un bar, tomando un refresco con Fabio, quien charlaba por
los codos.
Preguntaba sin cesar porque el pobre había vivido en una especie de cárcel
y comenzaba a saborear las mieles de la libertad. Dante entró de puntillas y
le hizo cosquillas por detrás. Él se volvió con rapidez, sabiendo que había
sido su hermano, en cuyos brazos se echó.
—¡Dante! ¡Dante! ¡Ya estás aquí! Oye, ¿y el resto de mis cosas? —le
preguntó.
—Yo no tengo nada mejor que hacer, Neila—me soltó una de las suyas.
Almorzar con Fabio, sin tener que mirar el reloj y permitiéndole que pidiese
lo que le viniese en gana, fue un regalo fantástico. El niño derrochaba
felicidad y así lo hacía ver en todo momento.
Tras el postre, se volvió a hablar con otros críos que había en una mesa
contigua, cuyos padres lo invitaron a sentarse con ellos un ratito.
—¿Puedo? —nos preguntó con la ilusión de hacer amiguitos.
Fabio tenía alas, solo que habían tratado de cortárselas tantas veces que
optó por guardarlas. Era momento de aprender a volar, de que aquel pajarito
descubriera que era libre y que podía llevar la misma vida que cualquier
otro crío de su edad.
Una vez que estuvimos solos en la mesa le pregunté qué ocurriría con su
madre.
Al rato salimos de allí con Fabio. Los padres de los otros críos nos dieron su
teléfono por si queríamos llamarlos algún día para que jugaran, cosa que les
agradecimos.
A partir de ahí, nos pasamos toda la tarde de compras. Era cierto que a
Fabio le hacía falta ropa cómoda y moderna, como la de cualquier otro crío,
y no una que pareciera que había salido de una novela de época.
—Me parece la mejor idea del mundo, ¡la mejor de todas! —chillaba él.
A todo esto, yo ya solo aparecía por mi otro piso, por el de las chicas, en
ocasiones contadas. Eso sí, les seguía pagando mi parte para no
perjudicarlas. La que sí había vuelto a ocupar nuestro dormitorio era la
pitufa, quien poco a poco se iba restableciendo de lo sucedido con Piero, a
quien desterró definitivamente de su vida.
Una idea me asaltó la cabeza en ese momento, una idea loca e inesperada de
esas que suelen ser las mejores del mundo, como todo lo que no se planea.
—Nos llevamos también a la pitufa para que vea a los suyos. Ahora mismo
se lo digo, salimos a primera hora de la mañana. Prepara el equipaje, venga,
no te hagas el sueco—le pedí.
Tuvimos la suerte de poder coger los asientos juntos, por lo que nos lo
pasamos de miedo durante el viaje, de cháchara y bromas todo el tiempo.
Heba no parecía tan mal como las últimas veces que nos habíamos visto y, a
lo largo del viaje, el nombre de Carlo salió un par de veces, algo que no se
me pasó por alto.
Una vez en el aeropuerto, la cogí del brazo para cotillear con ella a placer.
—Ya, lo que pasa es que Carlo tampoco está para lanzar cohetes el
muchacho, con eso de la muerte de su padre. Y yo había pensado que igual
os unís en la adversidad. Oye, no me mires así, que eso pasa a veces, y no
solo en las pelis—le comenté.
—Me lo paso bien con él, eso sí. Oye, ya no se mete, ¿lo sabes? Y dice que
tú tuviste mucho que ver en eso, tontuela.
—¿Yo? Pero si apenas le dije nada de ese tema. Bueno, que pasaba de su
culo, poco más—Reí recordándolo.
—¿Con una chica normal? Venga ya, yo no soy normal, soy sumamente
extraordinaria—le vacilé.
—De eso nada, la extraordinaria de verdad soy yo, que he resurgido de mis
jodidas cenizas y con más fuerza que nunca—me vaciló más.
—Así que tú eres el famoso Dante, ¿eres consciente de que has puesto mi
familia patas arriba? Soy muy joven para convertirme en abuela—Le
sonrió.
—Y muy guapa, y muy guapa también. Ignoraba que hubiese abuelas así—
le contestó él en un castellano bastante decente, por eso de que años atrás
estudió en España.
También Fabio sabía chapurrearlo algo por mí, ya que durante aquellos
meses le enseñé a manejarse en lo básico, hablándole en mi idioma. En ese
momento nos venía sensacional, la verdad.
—Italiano tenías que ser, Dante. Mira, hijo, te voy a decir una cosa: puede
que conmigo te funcione ese acento tuyo, pero con mi marido ya lo dudo un
poco más—Se dobló ella en dos de la risa mientras salía andando de su
brazo.
Por esa razón, cuando Jesús llegó al mediodía y vio allí sentado a Fabio,
casi llora de la emoción.
—Claro que sí. Ahora mismo me lo llevo a jugar a la calle—Lo cogió Jesús
de la mano para llevárselo.
—Ahora mismo te lavas las manos y le dices a él que se las lave también,
que es hora de comer—le ordenó mi madre.
—Vale, vale, tampoco hay que ponerse así—Rio Jesús y sacó la risa de
Fabio, quien parecía encantado en mi casa.
—Papá, no seas antiguo. Como lo hacen los hombres y también las mujeres,
venga ya. No vayas a querer quitarlo del mapa como al último. Nadie más
lo ha vuelto a ver por la ciudad y hay quien dice que fuiste tú quien lo
liquidaste—me inventé sobre la marcha para ver la cara de Dante.
—¿Y para qué? ¿Para no dar la cara? —le preguntó mi padre, poniendo cara
de loco y siguiéndome el rollo.
Nos apetecía tener una noche para nosotros, solo que Heba no nos estorbaba
para nada. La idea era tomar una copa (en mi caso un refresco, qué se le iba
a hacer), y disfrutar un poco de la noche.
—Madre mía, que mañana vamos a saber si tendré un ahijado o una ahijada.
Esta noche me fumo yo un porrito a su salud—La pitufa lo dijo con mucha
seguridad.
—Esta noche no tienes tú valor de tal cosa, que te sienta fatal, y luego soy
yo quien te aguanta, guapita de cara—le advertí.
—No siempre, el otro día me fumé uno con Carlo y me sentó genial, ¿qué te
crees?
—Mira, mira, a ver si le voy a tener que leer la cartilla a Carlito al final,
¿eh? —le advertí de nuevo.
—Mira que eres lacia. Oye, que solo nos fumamos un porrito. El muchacho
ha dejado lo otro, y un porrito le vino de muerte. Y a mí no te digo—me
explicó, tratando de que no me enfadase, sin éxito.
—Al muchacho ya le diré yo dos cosas bien dichas. Jolines con Carlo.
—Oye, Heba, ¿y ese tal Carlo quién es? ¿Piero ya ha pasado a la historia?
—le preguntó Lourdes.
—Ese ha pasado a la historia, sí. Y si fuera por mí, habría pasado hasta a
mejor vida—le contesté yo por ella.
—Mi chica, que viene de lo más guerrera—presumió Dante, quien les había
caído fenomenal a todas. Aparte de que me miraban con cara de pensar que
tenía yo más suerte que un quebrado, por lo guapo que era.
—Que no, hombre, que no. Que a mí eso no me importa—le aseguró ella.
—Madre mía. Meteos ahora un poquito con Neila, que este, aquí donde lo
veis, también acaba de heredar. Y nada menos que viñedos y en La Toscana,
¿no es de película? —Sonrió maliciosa.
—Sí que lo es. Oye, Dante, ¿tú no tendrás por ahí algún hermano a quien yo
le pueda gustar? —Lourdes estaba ya un tanto achispadilla.
—Sí, lo que pasa es que tiene seis años, no sé cómo lo verás tú—Rio él.
—Mira por dónde, papá. Ahora puedes charlar un ratito con Dante si
quieres, que yo estoy que me caigo de sueño—le sugerí.
No, era más gracioso todavía. Mi padre, tras darle la charla, lo había
enviado a dormir al sofá, no dejándolo entrar en mi habitación, ¿era
cachondo el tema o no era cachondo? Ni que pudiera dejarme embarazada
—Reía yo para mis adentros.
Sí, mi abuela había estado en Fátima y su llegada, tras pasarse toda la noche
en un autobús, estaba prevista para la hora del desayuno, por lo que la
esperamos todos en la mesa.
—Última vez que voy, que digo yo que si la virgen me compadece por la
artrosis que tengo, la próxima vez lo mismo viene ella a verme a mí—rajaba
mientras entraba por la puerta.
—Pues no lo sé, porque entre que parece que tienes un polvorón en la boca,
y que yo traigo los oídos taponados, esto puede durar todo el día.
—Ellos son mi novio y su hermanito, abuela, que ahora también vive con
nosotros.
—¡Arsa! Cariño, estos italianos sí que saben cómo enredar a las jovencitas,
pero vamos que supongo que tú se lo cobras en carne—me soltó.
—Qué cosa más bonita eres tú, ¿no? Como hables igual que tu hermano, las
chavalas se darán cachetadas por hacerse tu novia.
Mi casa era una de esas en las que sabían acoger, y el niño lo notaba. Él
nunca había tenido la suerte de vivir en un entorno así y no podía mostrarse
más entusiasmado.
—¿Sí? Pues ahora por listo que eres, el cafelito, y bien cargado, se lo daré a
él. Se va a subir por las paredes y tú te vas a cagar—lo amenacé.
—En un ratito voy a la ginecóloga para que me diga el sexo del bebé,
¿quién se apunta? —les pregunté.
—Ups—murmuró mi novio.
—Cielo santo, qué aprieto. Dante tiene que venir, ¿va? Y pueden venir dos
personas más, solo que la pitufa es una de ellas, que para eso me ha
conseguido la cita, ¿qué hacemos?
—Vale, vale, yo me muero por ir, así que no pienso decir que no. Qué
emoción, cielo santo.
Mi padre también me miraba emocionado. Por mucha coraza que llevara
puesta, el corazón lo tenía enorme. Y lleno de amor para regalarle a su
nieto.
Capítulo 42
En fin, que los nervios me comían tumbada en esa camilla y con Dante de la
mano. La emoción de mi madre también era cosa fina, lo mismo que la de
Heba, que ya volvía a ser la persona que siempre fue y esa hermana para
mí.
—Pues sí, parece que hoy habrá suerte, porque esta señorita se ha puesto en
posición y, sin rubor alguno, se deja ver—nos confirmó la ginecóloga.
—¿Esta señorita? ¿Entonces el bebé es una niña? —le preguntó Dante con
lágrimas en los ojos.
—Exacto, una chiquitina que estoy segura de que llegará dando lata a
mansalva, como todos los críos, ¿es o no es? —le preguntó a mi madre, que
buena experiencia tenía.
—Es, es… Claro que es. Dios mío, una nieta, como otra Neila, pero en
pequeñita. Es como volver a empezar—le contestó ella de lo más
emocionada.
—Una niña, vamos a tener una niña—Arranqué por fin a decir mientras él
me abrazaba y me cubría la frente de besos.
—Sí, muy contenta, una niña. Ay, madre mía, una niña—Por cierto que
miraba a mi madre, pero también miraba a Heba, y comenzamos a llorar
como tres bobas, contagiándonos las unas a las otras.
Dante nos miraba sin poder contener tampoco unas transparentes y sinceras
lágrimas que no paraban de rodar de sus ojos en dirección a sus mejillas. De
lo más emocionado, mi novio me apretaba fuerte contra sí, llevándome a su
pecho, ese lugar en el que parecía que se mitigaban todos los males.
Qué tontería, natural que quisiera protegerme, como haría yo con aquella
criatura que ya tenía forma en mi interior y a la que quería más que a mi
vida ya en esos momentos.
—Dante, ¿te gustaría que se llamase Alma? —le pregunté sin pensarlo. Fue
como una revelación, porque yo nada había pensado sobre el nombre. Solo
que se me vino a la cabeza y ya.
—Pues se llamará Alma, lo he visto, he visto que su alma es muy bonita, así
que es el mejor nombre para ella—argumenté.
—Hombre, normal, ¿tú sabes el caché que les da a ellos que nosotras
volemos en sus aviones? Hombre, por Dios, yo me encargo de buscaros los
billetes cuando llegue el momento—le aseguró.
—Ay, hija, a mí me hace una ilusión que no veas. Eso sí, habrá que
convencer a tu padre, que sabes que los viajes le cuestan un poco, está
demasiado…
—Pues claro que tengo razón. Y otra cosa te voy a decir: ya puede ese
hombre menear el culo para ver a su nieta porque mamá, yo supongo que
vosotros ya imagináis que…
—Sí, hija, ahora que has vuelto con Dante, nos imaginamos que os quedáis
a vivir en Italia, es lo normal. Sabemos que él tiene allí sus viñedos—Me lo
puso ella fácil, no tuve ni que explicárselo yo.
Los niños estaban locos por ir al cine. Matizo, Jesús estaba loco por ir al
cine y convenció a Fabio para que también nos diera la brasa al respecto.
—¿Y qué? ¿Os gustó? ¿La visteis en 3D? —Hacía él su habitual batería de
preguntas, dado que mi hermano pequeño era purito nervio.
—Sí, cielo, nos encantó. Pero dura tres horas y algo, ¿tú lo sabes?
—Eso da igual—añadía Fabio encogiéndose de hombros—. Así podemos
comer palomitas y chuches, ¿puedo comer chuches? —nos preguntó él con
esa carita de bueno.
Nada más que por eso los llevamos al cine, ¿cómo no íbamos a llevarlos?
Cualquier cosa habríamos dado por verlos felices.
Varios selfis nos tomamos los cuatro con las gafas 3D puestas, con un
aspecto de lo más particular y gracioso.
La peli, todo hay que decirlo, vista en 3D es una gran experiencia. Además,
en aquellos momentos cobraba para nosotros un sentido especial, ya que la
pareja protagonista había creado su propia familia, lo mismo que estábamos
haciendo Dante y yo, por lo que nos sentimos de lo más identificados.
Tras salir del cine, nos los llevamos a casa. Ni Dante ni yo habíamos
comido demasiado porque teníamos mesa reservada para ir a cenar en uno
de mis restaurantes favoritos, pues también queríamos disfrutar de algo de
tiempo para nosotros.
Cuando llegamos, mi abuela Carmelita, que tenía unas manos de oro y no
solo para la cocina, estaba haciendo punto de cruz. Su sonrisa la delató.
—Ay, abuelita, que me has hecho llorar, que tú no sabes lo sensible que
estoy—Le di un buen puñado de besos.
—No tienes que llorar por eso, mi niña. Ya sabes que yo le iré haciendo
muchas cositas. Mira las que tengo para ella, espera—Se levantó de su
mecedora, esa que tanto le gustaba y que mis padres le tenían instalada en el
salón, y fue a por una cucada de cajita de la que sacó varios pares de
patucos y algunos jerséis, todos de variados colores, con el denominador
común de que estaban tejidos en tonos pastel.
—Qué cosas más bonitas, abuela, qué cosas más bonitas. Mamá, ven, ¿has
visto esto? —le preguntaba yo y ella, que tenía puesto el mandil porque ya
estaba liada con la cena para tantas personas, salió enseguida.
—Sí, mi vida. Con menudo cariño ha ido tejiéndolas tu abuela—me
confirmó.
Dante estaba encantado con todo lo que vivíamos y así me lo hizo saber
nada más salir para cenar.
—Es guay mi familia, sí. Nosotros tendremos una igual, porque ya vamos
por dos niños, a lo tonto—Reí.
—Puede ser, puede ser. Y todo por tu culpa. Yo solo fui a Roma a hacer un
Erasmus y mira, al final no paras de hacerme niños—Le di con el bolso,
causando sus carcajadas.
—¡Por eso mismo! —añadió él—. Y otra cosa, ¡porque esa sonrisa tan
preciosa que veo esta noche no desaparezca jamás de tu cara!
Nada más despertarme, por cierto, sola porque Dante seguía en el sofá, se
me vino a la nariz aquel dulce y exquisito olor a tarta de manzana recién
salida del horno.
Mi abuelita era única, así que de un salto me fui para la cocina con la
intención de agradecérselo.
—Es que sé lo mucho que te gusta, hija, lo sé. Venga, siéntate, que
enseguida se enfría y te pongo una buena porción. Y Dante, ¿dónde está ese
muchacho? —me preguntó.
—Ya te lo imaginas, papá lo sigue teniendo desterrado en el sofá, no sea
que me toque o algo, abuelita—Me eché a reír.
—Tu padre tiene cosas de bombero torero, hija, qué cosas las de tu padre.
Anda, ve a despertarlo, que vamos a desayunar.
Todos nos reunimos en torno a la gran mesa. La cocina era muy grande,
acorde a lo que una familia así de numerosa necesitaba. Bueno, en realidad
todo el piso lo era, por lo que nos permitía vivir muy cómodamente pese a
ser tantos.
Años atrás vivimos en un piso bastante más pequeño y las cosas allí se
complicaron. Cuando mi abuela pudo recuperar un dinero que había puesto
a plazo fijo tras enviudar, para que le rentara algo, se lo entregó a mis
padres, que así pudieron comprar uno mucho más grande.
Fabio, que dormía en la misma cama con Jesús, se despertó todavía medio
alelado.
—Es tarta de manzana, cariño, ¿te gusta? —Lo cogió y lo sentó en sus
rodillas.
—No lo sé, nunca la he probado. Ya sabes que mamá no quería que tomara
nada con azúcar.
Mi abuela se quedó como si hubiera visto entrar un muerto por la puerta,
inmóvil.
—¿Eso qué es? —le respondió él con otra pregunta, pese a que a su
hermano le tradujo la pregunta.
—No, no lo es—le respondió Dante por él—. Es que nuestra madre es muy
especial para muchas cosas, Carmelita. Supongo que ya estará al tanto.
—Algo me han contado, sí. Lo que hay que oír. Mira, Fabio, el primer trozo
de tarta de manzana será para ti. La he hecho yo y está muy rica, pero que
muy rica. El azúcar, como todo, solo es malo en la vida si se toma en
exceso, ¿tú me has comprendido?
Era muy avispado y lo pillaba todo bastante bien, así que asintió con la
cabeza y más cuando vio que era cierto, que el primer trozo de tarta, que no
se lo saltaba un galgo, iba directo para él.
—¡Qué buena, abuelita! —La paladeaba como el manjar que era, solo que
para él además era algo inaudito.
—Me alegro, cariño, ¿os dejan meterla en el avión, Neila? Porque os hago
otra y os la lleváis, ¿eh?
—Ya iremos a verte, mamá dice que iremos a verte—le consolaba Jesús
mientras mi padre la miraba de reojo.
—Iremos, por supuesto que iremos. Ni se te ocurra decir nada, que tenemos
que comprarle la cuna a tu nieta, ¿me estás oyendo? Pues eso, que no digas
ni mu—le advirtió.
Mi madre lo entendía a la perfección y ya sabía yo que en breve estarían
ellos por allí. Menudas ganas de enseñarles Roma y todo lo que les diese
tiempo a ver.
—Eso espero, suegra, de veras que espero verte muy pronto por allí—Le
dio Dante un beso.
—¿Y a mí también querrás verme, chaval? —le preguntó mi padre con tono
rudo.
—También, también, así tenga que dormir en el sofá, aunque sea mi casa.
Era una pena que hubiese acabado así, pero lo que no podía consentirse era
que nos hiciese la vida imposible a todos, así que era el mal menor. Con ella
lejos, estábamos mucho más tranquilos y felices.
Capítulo 45
Amanecer en Roma, los tres juntos, era de lo mejor que podía pasarme en la
vida. Solo una cosita podía yo que objetar, ¿tenía que ser tan temprano?
De toda la vida de Dios, madrugar me había costado la misma vida, así que
me fui desperezando lentamente, y fue entonces cuando caí en la cuenta de
que Dante no estaba en la cama.
—Mira quién fue hablar, ¿cómo se han despertado hoy mis niñas? —me
preguntó mientras ponía la mano en mi vientre.
Para entonces, Alma ya comenzaba a moverse y a Dante le encantaba
sentirla. En ese instante, como si quisiera contestarle, dio una pequeña
patada que iluminó su sonrisa.
—¿Tú qué crees? Pues claro que la he notado, yo las noto más que nadie,
no seas patán—Le saqué la lengua.
—¿Y eso quién lo dice? Yo te saco la lengua todo lo que me dé la gana, ¿me
has escuchado? —le pregunté mientras él salía detrás de mí.
—Es muy temprano, ¿no puedo quedarme un poquito más? —le preguntaba
a su hermano.
Lo miré con deseo y entonces fui consciente de que era lunes por la mañana
y de que las cosas no funcionan como una quiere exactamente, así que
enseguida caí en que tenía que desayunar, vestirme e irme a clase.
Habíamos quedado en que ella vendría por las tardes a estudiar conmigo y
así nos motivaríamos las dos, con el aliciente añadido de que podríamos
merendar y pasar tiempo juntas.
Fabio salió con su uniforme, dispuesto para irse al cole, un ratito después.
Yo ya estaba preparada.
—¿Me estás pidiendo algo? —le pregunté con la mayor de las sonrisas.
—Te lo estoy dejando caer, preciosa, para que te hagas a la idea. El día que
te lo pida, ese día te enterarás—Me dio un pícaro pellizco en el culo que me
puso en órbita.
Dijera ella lo que dijese, se notaba que había feeling entre ellos. Llegué
hasta ambos, que no paraban de bromear y que ni siquiera se percataron de
que me acercaba.
—Míralos, qué dos, ¿para mí no hay café? —les pregunté por si colaba.
—Y mira que esta baila hasta con la música de la alarma del móvil y, sin
embargo, de siempre le han aburrido los musicales. Lo siento, chaval—Me
encogí de hombros.
—Oye, ¿y por qué no le das las entradas a Neila? A ella sí que le encantan
los musicales, lo flipará yendo con Dante. A él no sé si le gustan, pero con
que le gusten a ella es suficiente, él lo hará y punto, está en modo novio y
padrazo 3.0—le soltó ella.
—Ah, pues vale. Te las paso ahora mismo al correo, niña—Le pareció
genial.
—Al niño me lo quedo yo. Y este que se venga un ratito a la casa conmigo
y con él. No se diga más. Pediremos pizzas y veremos películas en plan
cómodo—me propuso Heba.
—Una pitufina sexy, eso es lo que soy—Presumió ella, que llevaba tacones
hasta a clase.
Capítulo 46
—Esa era se acabó. Ahora comienza la era Dante y es muy importante que
te cuides, por lo del embarazo, ¿estamos? —me preguntó él.
Le hice caso y me sentí de lo más mimada, puesto que hasta acercó mi silla
a la mesa. Era un amor mi chico.
A continuación, sirvió una deliciosa sopa, que me supo a gloria, porque el
tiempo volvía a estar frio y lluvioso, por lo que una buena sopita me caería
genial.
Pese a todo, pese a que sus esfuerzos eran increíbles por hacerme sentir
bien, noté que había algo que no me había dicho, probablemente algo
incómodo.
—Antes, pues no lo sé. A ver, déjame que lo piense: vale, ya. Antes eras un
italiano chulillo, de esos que nos advierten que existen antes de que
vengamos de Erasmus. Una especie peligrosa cuyos ejemplares, si dejas que
se te acerquen demasiado, pueden causarte efectos secundarios como estos
—Miré mi barriguita y él se reía sin parar.
—Va, va. No era tan chulillo, venga ya, ¿y qué hay de ti? ¿Acaso no eras
chulilla? —me preguntó sin dejar de acariciar mi mano.
—¿Yo? Más que un ocho, como decimos en mi tierra. Por cierto, que esta
tarde he hablado con mis padres y te envían saludos. Los dos te los envían,
que lo sepas—le recalqué.
—Fabio nos lo pondrá fácil, por eso no te preocupes, aunque a veces pienso
que te he metido en una movida que no te compete, ¿no?
—Tú estás muy tonto esta noche, pero que muy tonto. Fabio es parte de ti y
yo llevo en mi interior otra parte, también de ti. Somos familia, ahora todos
lo somos, y ya has visto cómo se toman los míos esas cosas. —le recordé.
Por suerte, ya hace mucho tiempo que las embarazadas dejaron de utilizar
ropa holgada, como si la tripita fuera algo que tenían que esconder.
—Mira quién fue a hablar, ¿no serás tú el italiano más guapo de todos? —le
pregunté yo mientras lo llevaba hacia mí.
—Sí, cariño, ella está deseando venir al mundo para jugar al balón contigo,
eso lo presiento yo—le indiqué.
—Que a las mujeres les van los uniformes, ¿tú no lo sabes? —le contestó el
mico, que sabía tela de las marineras.
—Pues nada, que como la cosa siga así, hay boda a la vista—se burló ella y
Dante la miró, para después mirarme a mí.
—¡Ni idea de lo que está hablando! —Yo era inocente y lo hice valer.
—Ah, vale, si lo digo por Paula. Madre mía, esos van rapiditos también
como vosotros. Bueno, no, lo vuestro ya es de traca—Miraba ella la escena,
con Fabio y Alma en camino.
—Pues a mí no me gustaría ser padre demasiado mayor, yo quiero disfrutar
de mis hijos—añadió Carlo.
—Pero si todavía eres muy joven para eso, ¿a quién vas a engañar para tal
cosa? —se mofaba ella.
—Eso es, bonita, tú no te cortes, y a las demás que nos zurzan si tenemos
hijos, ¿no? —Ladeé la cabeza.
Todo lo que salía del ricachón de Carlo era de lo más selecto, de modo que
me quedé maravillada con las entradas de palco que nos dio.
—Sí que lo es, ¿estás contenta? —me preguntó Dante mientras me cogía las
manos.
—Claro que lo estoy. Por lo visto este musical lleva años dando vueltas por
Italia, es buenísimo.
—Madre mía, tiene una pareja súper mayor—Le llamó la atención a Dante
y no era para menos. Ese tipo le doblaba la edad y no era precisamente
agraciado.
—No me jodas. Ya decía yo que tenía alguna pega la rubia esa—me burlé
—. Muy guapa, sí, pero está tarada.
—Ya, que le pega otro bombero como ese que decíais antes, ¿no? —me
preguntó él con retintín.
Mientras nos lo presentaba, me quedé en shock. Pues nada, que tanto decir
que a ella le pegaba uno de esos bomberos y ahí lo tenía, con su manguera
preparada. Menuda casualidad más divertida.
—Sí, solo pido que la sonrisa que luces esta noche no se te borre nunca de
la cara. Te quiero, Neila, te quiero tanto—Me besó.
—¡Yo sí que te quiero a ti, italiano! ¡Yo sí que te quiero! Y verás cómo te lo
voy a demostrar en cuanto lleguemos a casa. Te vas a cagar, yo estoy cada
vez más revolucionada, el embarazo me está causando un furor uterino que
vaya. Madre mía…
Me lo comía vivo allí mismo, en medio del pub. Quería alargar el rato que
permaneciéramos en la calle, si bien también el cuerpo me pedía dar rienda
suelta a eso que hacíamos cada noche, aunque esa de un modo más libre y
salvaje, al estar solos.
Por el camino nos encontramos con las chicas. Tamara iba acompañada de
dos maromos. Ella en su línea, se los comía de dos en dos, como los niños a
los Danoninos. Y Paula iba feliz, del brazo de su Hugo, que la hacía reír a
carcajadas.
Roma, por fin, nos estaba mostrando su cara más amable. Puede, no voy yo
a negarlo, que no fuese la cara que hubiéramos pensado a priori, ¿y qué? Lo
imprevisto es lo que, a menudo, nos hace felices.
Las chicas nos gritaron a nuestro paso y, en el colmo del cachondeo, todos
acabamos cantando a pleno pulmón el “Bella Ciao”, que tan famoso hizo
“La casa de papel”, poniendo especial énfasis en el “Che bel fior” (qué
hermosa flor). Eso me parecía a mí Roma en aquellos días: una hermosa
flor que nos regalaría lo mejor de sí esa próxima primavera.
Capítulo 49
—Cielos, ¿qué hora es? —me preguntó Dante cuando por fin abrimos los
ojos.
—Pues no tengo ni idea, aunque cabe la posibilidad de que sea hora de que
la pitufa nos mate. Yo muy pronto te echo la culpa a ti, y le digo que has
estado haciéndome guarrerías contra mi voluntad durante toda la noche—
me carcajeé.
—Claro que sí, y ella se lo va a creer, ¿a quién vas a engañar tú? Si tu amiga
sabe que estás…
—Más caliente que el pico de una plancha, sí que tienes razón. Lo sabe, la
jodida lo sabe. Debe estar relatando, qué cara tenemos.
Cogí mi móvil para ver si nos había escrito algún WhatsApp y no, como
que desde la noche anterior no tenía nada de ella. Pues nada, paciencia que
le había echado al asunto y otra gorda que le debía.
Insistí en ir con Dante. Miré hacia fuera y, aunque el móvil me indicaba que
apenas teníamos cinco grados de temperatura, el sol estaba fuera, por lo que
sería agradable ir a recoger al niño.
Todavía más extraño, así que entré y miré habitación por habitación, con
nulos resultados. Tampoco Paula ni Tamara estaban, lo que era de suponer,
puesto que se habrían quedado a dormir con los chicos.
Eché una visual y lo que observé me causó todavía más desazón. Los platos
del picoteo de la noche anterior seguían en el salón. Vale, igual los dejó de
momento, pero ¿salir ella por la mañana y dejar el salón así? Heba era más
organizada que eso, no me cuadraba en absoluto.
—No se los ha podido tragar la tierra, alguien tiene que saber algo—me dijo
y entonces los dos pensamos en Carlo, algo que yo solté enseguida en alto.
—Carlo, ¿están Heba y Fabio contigo? Dime que sí, por favor—le rogué.
—¿Conmigo? No, lo siento, no están conmigo. Claro que no, yo los dejé
anoche en la casa, estoy en la mía, ¿dónde estás tú y a qué vienen esos
nervios, Neila?
—¿Cómo dices? ¿Estás segura de eso? Neila, por el amor del cielo, espero
que no estés pensando que yo les hice algo malo. Yo salí de allí en torno a
las dos de la madrugada. El niño ya dormía desde hacía mucho rato. Y Heba
y yo… Joder, ya sabes, Heba y yo nos estuvimos besando en el sofá y tal.
—Carlo, tío, ¿no viste nada raro al salir de allí? ¿Nada que te escamara?
¿Heba recibió alguna llamada? ¿Esperaba a alguien más?
—No, tío, qué va. Nada raro, si hubiera visto algo no me habría movido de
allí, te lo prometo—le contestó él.
—Ya lo sé, Carlo, te conozco y sé que no lo habrías hecho. Estamos que nos
va a dar algo—le confesé.
—Tirad para la comisaría más cercana. Os veo allí en nada, ¿vale? Me voy
vistiendo.
¿Otra mala noticia? ¿Y ahora qué? ¿Qué tenía que ver Sabina con lo
sucedido? Pues igual nada y era otra desgracia que se nos acumulaba a la
primera, sin anestesia. Joder, joder.
—Dígame, por favor, ¿qué ha ocurrido con mi madre? —le preguntó él con
un nudo en la garganta, pues también comenzaba a estar desbordado.
—Me temo mucho que la señora de la Rosa se escapó anoche. Quisimos dar
con usted, pero ha habido un error con su teléfono y no hemos podido
localizarlo hasta ahora, que lo han subsanado por parte del juzgado.
—Mi madre debió tratar de recuperar a Fabio, para lo que vendría a las
inmediaciones de nuestra casa. Seguro que fue eso. Me la imagino espiando
y siguiéndonos hasta que llegamos al piso para dejárselo a Heba. Ella es
muy obsesiva y meticulosa, por lo que vería la forma de asegurarse de que
no había nadie más aparte de Heba, antes de entrar a por el niño—
conjeturó.
—¿Y Heba? ¿Dónde deja todo esto a Heba? ¿También quería llevársela a
ella?
—Me imagino que Heba se metería por medio y ella se la llevaría también,
con la intención de que no hablase o algo. No sé qué decirte, mi madre no
está bien del coco y no podemos pensar en que habrá actuado de una
manera lógica. Estoy tan confundido como tú—Me miró con profunda
tristeza.
Lo que le contamos lo cambiaba todo, esa era lógico, de modo que la orden
de busca contra ella se puso en marcha con la máxima de las celeridades y
las diligencias.
Carlo estaba tremendamente consternado, por la parte que a él le tocaba. La
policía no paraba de hacerle preguntas relacionadas con su salida de la casa,
si bien él no vio ni oyó nada que le resultase sospechoso.
Su casa seguía cerrada a cal y canto, por allí no había vuelto. Llamamos a
Dulceida también, por si esa trastornada pudiera haberse puesto en contacto
con alguno de sus antiguos trabajadores, con nulos resultados.
Sí que estaba como una chota, sí. Y el miedo nos invadía pensando que las
cosas pudieran ir demasiado lejos.
Por lo que nos decía la policía, lo peor era que esa mujer sentía que ya no le
quedaba nada por perder en la vida, lo que podría llevarla a una escalada de
violencia que acabara con Fabio y con Heba en la portada de las noticias.
Mi madre me llamó en esos momentos y tuve que contarle lo que estaba
sucediendo. Ella, que pretendía preguntar cómo estábamos, se unió a
nuestro dolor.
—Cariño, sé que tú no eres tan creyente como yo, pero reza, Neila. Y dile a
Dante que rece también, eso no os hará mal. Ahora mismo le diré a tu
abuela que encienda una vela de las suyas en la cocina, sabes que siempre
lo hace cuando quiere pedir algo con fervor.
Me agarré a todo, igual que Dante. Si arriba había un Dios, él tendría que
saber que a Fabio le quedaba mucha vida por delante. Y a Heba también.
Recé como no lo había hecho nunca. Recé porque Sabina nos los devolviera
sanos y salvos, sin hacerles ningún daño. Fabio era su hijo, ¿querría ella
hacérselo?
Capítulo 51
La noche llegó sin que ninguna pista nos fuera revelada. Roma se
revolucionó al conocer la noticia de la desaparición de Fabio y de Heba a
manos de Sabina. Los medios no hablaban de otra cosa, por lo que la noticia
corrió como la pólvora.
No hace falta decir que los padres de la pitufa volarían a Roma en el primer
vuelo de la mañana. También los míos los acompañarían, para darles apoyo
y ánimo, lo mismo que a nosotros.
Ambas familias estaban destrozadas. Siempre soñé con que mis padres
vieran Roma y, de pronto, aterrizarían en aquella legendaria ciudad en las
peores condiciones del mundo, con una trágica noticia de fondo que todos
ignorábamos hasta dónde nos llevaría.
Esa noche, el frío lo paralizó todo. Hablo del frío que envuelve al miedo, de
ese frío que te paraliza y que te congela todo salvo el corazón, porque ese
querrías que dejase de doler y no lo logras.
Por la noche, qué remedio, nos refugiamos en nuestra casa. Nada podíamos
hacer buscando por las calles, ya que hablamos de una ciudad inmensa,
sería como buscar una aguja en un pajar. Además, que Sabina podía
habérselos llevado fuera de Roma, por ejemplo, en coche. Ya la creíamos
capaz de cualquier cosa, puesto que la fuga que protagonizó y el posterior
secuestro de Heba y de Fabio la retrataban como una mujer de recursos.
Dante trataba de no demostrarme lo mal que estaba, de hacerme ver que sus
nervios eran de acero para que yo no sufriera, pero a mí no podía
engañarme.
Nadie podía entenderlo como yo. Si Sabina hacía alguna locura, él podría
perder a su hermano, mientras que yo… Yo podría perder también a mi
hermana, ya que no es necesario compartir sangre para que entre dos
personas se creen lazos de hermandad.
—Estás en tu casa. Por supuesto que no—le dijo Dante que se sentara.
Yo intuía que Carlo se sentía culpable y eso era algo que no podía soportar.
De ninguna manera podía él sospechar que Heba y Fabio estaban en peligro
cuando se marchó a su casa. Mi amigo era un tío legal que estaba sufriendo
un nuevo varapalo en su vida.
—Gracias, Carlo, eres un amigo. Ojalá ese dinero sirviera de algo. Parece
que no es así, la policía nos ha pedido que no movamos un dedo, porque de
otro modo podríamos interferir en la investigación.
—Así que nos ha tocado bailar con la más fea, solo podemos esperar, ¿no?
—Sí, y mira que estas chicas son bonitas, ¿no? —le preguntó mi chico y yo
le sonreí.
Bonito era él, que tenía el alma desgarrada y, a pesar de todo, no dejaba de
dedicarme una sonrisa.
No era justo, todo aquello debía terminar y nosotros volver a nuestra vida
normal. A Fabio lo íbamos a mimar y a cuidar en un ambiente de libertad y
sin miedos. Esa sería la última vez que Sabina pudiera inmiscuirse en su
educación, evitando que el niño fuera feliz. Me juré que, en cuanto
apareciese, me dejaría la piel en ello: en apartarla definitivamente de Fabio,
para quien era nefasta. A cualquiera la llaman madre.
Capítulo 52
Carlo terminó por irse la noche anterior, para dejarnos que descansáramos y
cargáramos pilas, si bien eso apenas nos fue posible.
—Ahora tienes que cuidarte más que nunca, cariño. Yo puedo ir a por ellos,
de verdad. Quédate descansando un poco.
—Mi amor, Margarita y Aurelio son como mis segundos padres. En su casa
siempre se me ha tratado como a una hija más y tengo que ir a recibirlos, tú
mejor que nadie comprendes por lo que están pasando—Le hice ver yo.
—Les prometo que, si hubiera algo que estuviera en mi mano para mitigar
su dolor, lo haría—les dijo.
—No puede parar de llorar, hija. Lleva así desde que le dimos la noticia, ¿es
cierto que la policía no sabe nada o solo lo publican para no darle pistas a
esa mujer?
—No sabe nada, mamá. Ten presente que ella está muy perturbada y que,
por tanto, su actuación es impredecible.
Por desgracia, nada nuevo pudo decirles, y de allí nos fuimos de vuelta a
casa. Como suele ocurrir en estos casos, las especulaciones se dispararon.
Lo mismo era gente morbosa, con ganas de hacernos sufrir, que personas
fantasiosas o bien podían ser otras que de ver creyeran haberlos visto. El
caso es que la policía comenzó a recibir decenas y decenas de llamadas de
personas que aseguraban tener una pista sobre su paradero.
Para más inri, eso no hacía más que ralentizar la investigación, ya que
ninguna pista los llevaba a nada, si bien, al menos todas las que pudieran
resultar medianamente fiables habían de ser investigadas.
De la comisaría nos fuimos para nuestra casa, ¿qué otra cosa podríamos
hacer? La nuestra no era una casa grande, pero podríamos organizarnos para
estar todos allí. Margarita y Aurelio insistían en que no querían molestar,
que ellos se iban a un hotel, algo que yo no podía permitir.
—De ninguna manera. Ojalá supiéramos el tiempo que va a durar esto, pero
no es así, de modo que nos quedamos todos juntos. Siempre hemos sido
familia y lo seguiremos siendo, no se diga más.
Había que pensar con frialdad. No sabíamos cuánto duraría esa situación,
como les dije a los padres de Heba, así que tendríamos que soportarla como
pudiéramos.
—Cariño, nosotros nos encargaremos de hacer algo de compra. Vámonos—
le indicó mi madre a mi padre.
—No, hija. Vosotros tenéis que quedaros aquí por si hay alguna novedad, lo
mismo que Margarita y Aurelio. Tu padre y yo necesitamos sentirnos útiles,
vamos a la compra y haremos un caldito.
—Ya lo sé, cariño, pero tienes que comer algo. Ahora más que nunca, tienes
que estar fuerte, debes estarlo por Heba, ¿vale?
Mi padre, entonces, me hizo un gesto para que lo dejase hablar con Dante,
cosa que hice, yendo a la cocina a ayudar a mi madre.
—Mamá, haz el favor de dejar de picar cebolla, que no veas las ganitas de
llorar que me están entrando—le dije mientras trataba de contener las
lágrimas.
Un tercer día sin ningún tipo de noticia era más de lo que pudiéramos
soportar.
Los nervios los teníamos totalmente crispados, si bien la que peor lo estaba
llevando era Margarita, que seguía sin poder contener las lágrimas ni de día
ni de noche.
—Heba, cariño mío. Hay que ver el susto que nos has dado. Tu padre estaba
a punto de salir a buscarte, ¿por qué haces estas cosas? Niña, que luego soy
yo quien tiene que soportarlo, que tú coges el pescante con Neila y te quitas
de en medio, pero a mí me cae todo en lo alto, el hombre se disgusta
mucho.
Nos quedamos todos a cuadros. En situaciones límite, es muy cierto que las
cabezas pueden no dar más de sí, y eso era lo que le estaba sucediendo a
ella.
Carlo se dejaba caer por la casa de tanto en cuanto, porque tampoco sabía lo
que hacer con su vida. En su mirada detectaba yo, de sobra, que Heba
comenzaba a gustarle y no poco, lo mismo que le pasó antes conmigo.
En tales circunstancias, conoció a sus padres, con los que charló bastante. Y
hasta era habitual encontrarlo abrazado a Margarita, una estampa que la
pitufa no se hubiera creído de habérsela contado.
Por teléfono, en ningún momento nos dijo que hubieran aparecido con vida
y, a pesar de ello, todos albergamos esperanzas.
—Dante, me temo que de nuevo tenemos malas noticias para ti, hijo—Le
puso la mano en el hombro.
Dante le sostuvo la mirada, conteniendo el llanto.
—¿Varios días? ¿Cómo puede ser? Y entonces, ¿qué pasa con el secuestro,
comisario? ¿Cómo es posible? No entiendo nada—le comentó Dante.
—Comisario, hay alguien que nos la tenía jurada a todos. Se trata del
exnovio de mi amiga Heba, un maltratador del que tratamos de separarla
hasta que lo conseguimos. En particular, a mí me odiaba muchísimo, si bien
ninguno de sus amigos éramos santo de su devoción—le conté.
Hay días que las personas no deberíamos tener que vivir. Ese era uno de
ellos para nosotros. Y en particular para Dante quien, a la enorme
preocupación que traíamos entre manos, hubo de unir la pérdida definitiva
de su madre.
Aun así, todos entendimos el mal trago que para él suponía el hecho de
tener que ir a reconocer su cadáver al depósito.
Todos lo mirábamos con pena, lo que hacía que él se sintiera observado. Era
inevitable, tampoco venía aquello en el guion de una película que por
momentos nos parecía más perturbadora.
Además, que si era Piero quien los tenía, si ese energúmeno se los había
llevado, la cosa podía pintar incluso peor todavía, dado que no hablábamos
de la madre de uno de los secuestrados, sino de un exnovio sediento de
venganza que debía estar al acecho hasta que asestó el golpe.
Tenía que ser él, ¿quién iba a ser si no? No, no era probable que nos
hubiésemos equivocado, más cuando la última vez que nos vimos juró que
todos nosotros se las pagaríamos.
No fue un momento fácil, desde luego que no lo fue. Fue más bien un
momento de esos amargos en los que comprendes que una cabeza mal
amueblada puede llevar a problemas de enormes dimensiones. Sabina nunca
fue una persona equilibrada, si bien terminó siendo un parásito que solo
servía para hacerle daño a su familia.
—Yo también lo siento, pero en el fondo sé que ahora es cuando Fabio está
totalmente libre, ella ya no podrá hacerle más daño.
Mis padres estaban volcados con ellos y con Dante, lo mismo que yo. En el
fondo me sentía desbordada y rezaba porque aquella situación no se
prolongase más tiempo, dado que no podría soportarla. O, al menos, eso
pensaba a priori.
—Los indicios de que ha sido esta persona son más que razonables. En su
casa no está, los vecinos dicen que hace varios días que no se deja ver por
allí, y está todo recogido.
—¿Y qué harías tú si fuera Neila? Dime lo que harías tú, porque yo me
estoy volviendo loco.
El día amaneció sin mejores noticias. Durante toda la noche estuvimos con
el teléfono pegado a la oreja por si acaso, aunque en vano.
Cada vez que se acercaba a Dante en plan paternal, mi chico le ofrecía una
sonrisa. Estaba demostrando ser muy fuerte, además de agradecido. Tiempo
después de aquello, recuerdo que un día me confesó que en esa horrenda
adversidad encontró algo que le ayudó a sobrellevarla: el calor de los míos.
No fue hasta el mediodía cuando el teléfono sonó y entonces, por fin,
llegaron las ansiadas noticias.
—Tenemos una pista de que pueden estar en Nápoles. Hasta allí se desplazó
ese tipo cuando se marchó de Roma unos días. Nos hemos percatado de que
trató de no dejar rastro en esa ciudad, pagando en metálico y demás, si bien
una pequeña multa de aparcamiento lo ha delatado. Además, hemos podido
saber que cuenta allí con un amigo de juventud que podría haberle dejado
una de las casas de su familia, pues se trata de una persona adinerada. Ello
explicaría que no haya tenido que arrendar vivienda alguna, evitando
también dejar rastro a través de un contrato. El rastreo telefónico demuestra
que ha estado en contacto con esta persona en las últimas semanas. La
policía de Nápoles ya está al tanto de nuestras sospechas y yendo para la
casa. Nosotros también nos desplazaremos hasta allí—nos comentó el
comisario.
Nos desplazamos todos, pues nosotros también fuimos, para lo que cogimos
uno de esos taxis de siete plazas que nos permitió viajar juntos. La policía
nos aconsejó que mejor nos quedáramos en casa, pero en tales
circunstancias, lo haría Rita “la cantaora”. Ya estábamos nosotros en
Nápoles.
—Niega tajantemente tener nada que ver con el secuestro, si bien hemos
encontrado indicios suficientes en su coche para determinar que ha sido él
—nos explicó el comisario.
—No, por favor, tiene que decírmelo, tiene que decírmelo, se lo ruego.
Yo quería robar con los ojos, encontrar cualquier detalle que pudiera ser
revelador, aun a sabiendas de que, si la policía no vio nada, no sería fácil
que lo viera yo.
—Es pequeño y está debajo de una ventana, significa agujero, Heba nos
está queriendo decir algo—le indiqué.
—Yo diría que es la voz de Fabio, sí, ¡Fabio está gritando! —chillé.
—Dios mío, Dante, ¿lo has escuchado? Están muy cerca, están muy cerca.
Gritamos llamando a todos los demás para que nos ayudaran a dar con ellos.
Era un agujero inmundo, sin más. Allí los tenía el muy malnacido. Dante no
acató las indicaciones del comisario, sino que empezó a bajar él mismo por
las escaleras, a toda velocidad.
—¡Dante, Dante! ¡Es Heba! ¡Yo creo que está muy malita, sangra mucho!
—le explicó Fabio mientras se le abrazaba.
Nunca olvidaré la cara de Margarita y Aurelio cuando la vieron salir con ese
aspecto, sin saber si su hija viviría. Yo también me eché a llorar, sabiendo
que aquello tendría mucho que ver con proteger al niño, lo que no tardó en
corroborar el pequeñajo.
—No nos hagas esto, cariño. No, ahora no. Ya sabes que Alma necesita a su
madrina. Eres su madrina, y también el hada madrina de Fabio. Tú has
salvado a nuestro niño, tú lo has salvado—le recordaba yo mientras se la
llevaban.
Capítulo 56
Heba no despertó hasta una semana después. Para cuando vino a hacerlo,
los nervios de sus padres y los nuestros ya estaban al límite.
Mis padres habían vuelto a España. No les quedaba más remedio, ya que
debían atender sus obligaciones, tanto profesionales como familiares.
—No sé cuándo tienes pensado volver a este mundo, hija de la gran china.
Pero es que te lo vas a perder todo. Nos tienes con el alma en vilo, y no solo
a tus padres y a nosotros, sino también a Carlo. Sí, sí, no te hagas la tonta, el
chaval está que no caga contigo, no para de venir por aquí. No sé qué le
habrás hecho para que me olvide así de pronto, brujilla, porque yo soy
inolvidable.
—¡Llama a un médico, por favor! —le pedí mientras veía cómo ella trataba
de apretarme la mano.
—Mira, cariño, vienen a rescatarte de dos en dos. Vas a ser como Tamara,
¿eh? Te veo en un minuto—le dije soltando su mano ante la indicación de
ellos de que me debía marchar.
Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida, qué duda cabe.
Aurelio llegó también y dejé que entraran ellos dos. Después me dijeron
que lo hiciera yo, quedándome unos minutos a solas con ella.
—Ya lo sabía yo, brujilla, que tú no te ibas a ninguna parte sin mí. Te has
hecho de rogar, ¿eh? Pues nada, ya estás aquí. Y una cosa te voy a decir,
aunque supongo que me has estado oyendo todos estos días, igual que a él:
de Carlo no te vas a librar, no pienso dejar que lo hagas. Le gustas mucho y
él también te gusta a ti, de modo que no pienso escuchar ninguna de tus
excusas, ¿estamos o no estamos?
—¿Qué estás hablando de excusas? Dile que venga, que estoy deseando
verlo—me pidió y entonces supe que estaba bien. Sí, mi amiga estaba bien.
Por lo que le había oído a Piero, él llevaba días espiándola. Aquella noche,
nos vio entrar con el niño y salir solos, por lo que supuso que se quedaba
con ella. Para él fue genial, porque mataría dos pájaros de un tiro. Al tío se
le había ido la cabeza por completo y planeaba quitarlos de en medio.
Luego llegó Carlo y la cosa se le complicó, si bien se puso más loco de
celos todavía. Cuando por fin lo vio marcharse, pensó que las cosas no
quedarían así y fue a por todas. Lo que hizo fue llamar a su puerta varias
veces, tras las cuales se escondía. Heba pensó que era un crío haciendo una
travesura y salió al rellano de la escalera, para vestirlo de limpio, dejándole
vía libre al otro, que la cogió y luego entró a por el niño también.
—Ya estoy bien, cariño, ¿qué te creías? Nadie puede conmigo, y eso que me
dieron un buen golpe en la cocorota, pero mírame, ¿no estoy estupenda? —
le preguntó ella.
—No te molaría tanto si te doliera el coco como a mí. Aun así, míranos, ¿no
formamos un gran equipo? —Hizo ella que chocaran los cinco.
—Sí que lo formamos, sí, ¡eres la mejor! Dijiste que no me pasaría nada, y
no me pasó—le recordó él.
—Pues claro que no. Mira, ¿hacemos un trato? Como yo voy a ser la
madrina de Alma, también puedo ser como tu madrina a partir de hoy, ¿te
gustaría? —le ofreció.
No voy a deciros lo mucho que nos costó terminarlo tanto a Heba como a
mí, ¿y qué? Lo importante es que lo conseguimos.
Para entonces, a Alma ya le faltaba muy poquito para nacer y yo estaba con
una panzota impresionante.
Fue sumamente emocionante. Mi amor hacia Dante no había hecho más que
crecer, y a Heba se la veía genial con Carlo. Obvio que ambas nos
quedábamos en Italia, un lugar que no solo nos enamoró, sino en el que
encontramos a nuestros enamorados.
La sorpresa llegó días después. Nada teníamos proyectado respecto a
nuestras vidas, si bien un viaje a los viñedos de la Toscana lo cambió todo.
Aun así, yo no estaba dispuesta a vivir a la sopa boba, como suele decirse,
sino que moría por conseguir esa plaza de profesora con la que siempre
soñé.
Dante debió pensar lo mismo, puesto que en aquel momento nos miramos y
debimos pensar que no había ninguna razón para no hacerlo así. Nosotros
mismos habíamos hablado tiempo atrás de lo bien que se podría vivir allí.
Entre viñedos, en un entorno rural y con la Toscana de fondo. Vivir allí
sería de película, por lo que enseguida nos pusimos manos a la obra,
decorando la casa a nuestro gusto.
Era pensar por pensar, ya que nada de eso importaba de verdad. Lo que sí
importaba era que llegase sana y salva a este mundo, en el que la estábamos
esperando con los brazos abiertos.
Por su actuación con Fabio, ya sabía yo que no podía haber elegido mejor
padre para mi hija. Bueno, ya me entendéis, que yo no lo elegí con esa idea,
aunque sí tuve muy buen ojo cuando me fijé en él aquel día, cuando pasó
corriendo a mi lado.
Durante toda mi vida, por muchos años que viviese, recordaría ese
momento en el que los ojos del uno se posaron en los del otro, en los que
todo comenzó y en los que la vida nos cambió para siempre.
Epílogo
3 años después
—Cariño, deberías ver esto. Ya están aquí, recién salidas del horno, como
las galletas esas que tanto les gusta a los niños que hornees.
—Tienes que mirarlas, tienes que mirarlas—me decía Fabio en relación con
las listas. Mi niño, ese otro eje sobre el que pivotaba mi vida, tenía razón,
para no variar. Conforme pasaba el tiempo, se iba convirtiendo en un “chico
mayor”, como él decía, y cada vez más inteligente.
Al contrario que Fabio, que seguía siendo un pedacito de pan de bueno que
era, Alba era un bichito, pero bichito, bichito. Más traviesa no la había, a su
padre y a mí la vida nos la tenía patas arriba, pero tampoco la había más
bonita ni más pizpireta, por lo que todas sus travesuras terminaban pasando
por debajo de la puerta.
—¿Y qué? Tú das la talla como la primera, ¿no es eso mismo lo que me
dices a mí cuando a veces me entran los miedos?
—Casarte con él, ¡que ya es hora! —me recordó también Fabio, que le
hacía cosquillas a Alma, pero igualmente estaba a todas.
Las cosas como son, Carlo no tenía que trabajar si no quería, así que se
había tomado un año sabático tras terminar la carrera, de modo que venían
sin fecha de vuelta. Una vez en la Toscana, les gustó tanto la experiencia
que un buen día nos dijeron que se habían comprado una casita para poder
venir a vernos más a menudo.
Lo que comenzó poco menos que como una anécdota, terminó con ellos allí
largas temporadas, hasta que se quedaron a vivir, como quien no quiere la
cosa.
A Carlo le vino sensacional, porque de ese modo dejó atrás muchos malos
recuerdos y a nosotras… A nosotras el volver a estar juntas nos supuso un
increíble regalo.
—¡He aprobado, Neila! ¡He aprobado! —me chilló—. ¿Y tú? Venga, dime
ya que sí, que me va a dar algo.
—¿Cómo puede ser? ¿Es que no tienes sangre en las venas? ¿O acaso es
que estás cagada de miedo? ¡Míralo ya! —me chilló.
—Míralo ya, que me muero porque la plaza sea tuya y haber ganado mi
premio; por fin te casarás conmigo, preciosa.
—Pues lo miro yo, ¡APROBADA! —chilló el crío y entonces yo, que miré
de golpe y vi que tenía razón, di otra sarta de gritos de tal calibre que Alba
comenzó a aplaudir. Mi niña era más bonita que un sueño… Y un sueño era
lo que yo estaba viviendo.
—¡Se casan, Alba! ¡Se casan! —exclamaba también Fabio, dando vueltas
con la niña en brazos detrás de nosotros.
Por fin, por fin era profesora. Lo había logrado, lo mismo que la pitufa y, a
ese éxito profesional, tenía que sumar el mayor de mis éxitos: el familiar.
Sí, había conseguido tener una familia que todavía no era tan grande y
probablemente no lo fuera nunca como la de mis padres, pero igual de
bonita.
Por cierto, que durante el día nos echaba una mano Dulceida, quien se
instaló allí con nosotros desde que nació Alma, después de que le
hiciéramos una oferta de trabajo, para alegría de Fabio, que la adoraba.
Me fui hacia ellos y les pregunté que de qué iba aquello. Todos le
guardaban el secreto y entonces fue cuando Dante se abrió paso entre los
trabajadores y sus familias, cogiéndome en brazos y haciéndome la
declaración de amor más bonita que jamás hubiera esperado.
—Preciosa, hoy iba a ser un día bonito, pero pensé que era mejor
convertirlo en un día único, como única eres tú. Hace muy poquito no te
conocía, y fíjate que entonces tampoco creía demasiado en el amor. Un
buen día, porque a ti te gusta porfiar, apareciste en mi vida, que ya sabes
que era un tanto gris por aquel entonces. No fue fácil, pasamos por un
momento crítico, por un momento en el que pensé que todo había sido un
sueño, y nuestras vidas se separaron. La oscuridad me invadió en ese
momento, consumiéndome. Fue entonces cuando vine aquí, a la Toscana,
con sus colores cambiantes, maravillosa… Pero me faltabas tú, porque solo
tú podías teñir de color mis días. Y una mañana, estando entre vides,
llegaste tú, sin hacer ruido. No venías con las manos vacías, me traías el
mejor de los regalos: la noticia de que sería padre, y el color se metió en mí.
Después, me ayudaste a recuperar al otro tesoro de mi existencia, ya
teníamos dos. En nuestra vida sí que es oro todo lo que reluce, y hablando
de oro, acepta este anillo y dime que te casarás conmigo, porque podrás
encontrar a alguien mejor, no te digo yo que no, pero a nadie que te quiera
más”.
Esa fue su declaración de amor, tras lo cual le prometí que sí, que me
casaría con él, pero que antes debía situarme en la vida. Quedamos en
hacerlo en cuanto yo ocupara mi plaza, porque quería tenerlo todo arreglado
antes de dar el paso más importante junto con el hombre al que amaba.
Por fin había llegado el momento; nada me faltaba. Y, sobre todo, tenía unas
imponentes ganas de comenzar a preparar esa boda.
Ella también tenía pendiente pasar por el altar con Carlo, así como tener
niños, solo que ellos la vida la vivían con más tranquilidad que Dante y yo,
que solíamos degustarla a grandes bocados.