La Isla Del Tesoro Capitulo 1. 5 Febrero
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alternativamente con la mirada, ora las rocas, ora la enseña de la posada.
—Bueno, dijo él, entonces este es el camarote que yo necesito. Hola, tú,
grumete, le gritó al hombre que rodaba la carretilla en que venía su gran
cofre de á bordo, trae acá esa maleta y súbela. Pienso fondear aquí un
poco. Y luego prosiguió:—Yo soy un hombre bastante llano; todo lo que yo
necesito es rom, huevos y tocino y aquella altura que se vé allí para estar á
la mira de las embarcaciones. ¿Quieren Vds. saber cómo han de
llamarme? llámenme Capitán. ¡Oh! ¡ya sé lo que van á pedirme! Al decir
esto arrojó tres ó cuatro monedas de oro en el umbral y añadió con un
tono de altivez y una mirada tan orgullosa como de un verdadero
Capitán:—¡Avisarme cuando se acabe eso!
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invariablemente si no se había visto algunos marineros atravesar por el
camino. Al principio nos pareció que la falta de camaradas que le hiciesen
compañía era lo que le obligaba á hacer esa constante pregunta; pero muy
luego vimos que lo que él procuraba más bien era evitarlos. Cuando algún
marinero se detenía en la posada, como lo hacían entonces y lo hacen aún
los que siguen el camino de la costa para Brístol, el Capitán lo examinaba
al través de las cortinas de la puerta, antes de entrar á la sala, y ya se
sabía que, cuando tal concurrente se presentaba, él permanecía
invariablemente mudo como una carpa.
Pero si bien es cierto que tal era mi terror á propósito del marino de
unapierna, también es verdad que, por lo que respecta al Capitán mismo,
le tenía yo mucho menos miedo que cualquiera de los que lo conocían.
Había algunas noches en que se permitía tomar mucho más rom del que
podía razonablemente tolerar su cabeza. Entonces se le veía sentarse y
entonar sus perversas y salvajes viejas cántigas marinas de que ya nadie
hacía caso. Pero á veces le ocurría pedir vasos para todos y forzaba á su