Epistemologia Social y Consenso en La Ci
Epistemologia Social y Consenso en La Ci
Epistemologia Social y Consenso en La Ci
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mentos escépticos que se originan en el carácter social del
conocimiento científico. La mayoría de estos argumentos
se originan en contextos de investigación sociológica y se
reducen a la fórmula “la verdad es lo que la comunidad
afirma que es la verdad”. En esta nueva y peligrosa forma
de escepticismo, las relaciones sociales desempeñan el papel
que los sentidos o la memoria cumplieron en la epistemo-
logía tradicional.
En primer lugar, tenemos que despejar una aparente in-
consistencia que surge de una doble afirmación: la primera
es que el conocimiento científico es posible solamente gra-
cias a la existencia de redes sociales complejas. La segunda
es el principio de individualismo (ontológico) de que so-
lamente los cerebros individuales pueden producir conoci-
miento.
Hasta ahora no conocemos otras mentes que las huma-
nas. No hay mentes colectivas. Este principio de indivi-
dualismo es ontológico, causal, pero no implica necesaria-
mente que la epistemología tenga que ser necesariamente
individualista.1 El conocimiento se produce en las men-
tes individuales, en los estados mentales portadores de con-
tenido, pero el contenido no es algo que necesariamente se
quede limitado a la frontera establecida por el individuo,
pues los estados mentales portan contenido en la medi-
da en que mantienen relaciones estables y robustas con el
1
Seguiremos aquí la línea de Philip Pettit, 1993, acerca de que es
posible una mezcla de individualismo ontológico acerca de la produc-
ción causal del conocimiento y una visión externalista e incluso holista
acerca de los contenidos mentales. Las instituciones y las colectividades
producen información, la almacenan, la transmiten; pero no la explotan
y por eso no producen conocimiento. Sólo las mentes son capaces de
considerar razones y sobrepesar evidencias y, por tanto, producir co-
nocimiento. Éste es el punto de mayor alcance del individualismo que
estamos considerando. Varias conversaciones con el profesor Eltzer y
con León Olivé me han permitido aclarar este punto. Solamente cuando
tenemos conciencia somos capaces de razonamiento reflexivo.
4
medio. El cerebro es un sistema que explota la informa-
ción que se produce tanto en las estructuras internas como
en las estructuras externas con las que interactúa. Clark y
Chalmers, 1998, han denominado la mente extendida a esta
concepción de la mente. El lenguaje público, la escritura,
los signos, las señas y los múltiples objetos cargados de
significados de los que nos rodeamos son instrumentos sin
los que los cerebros serían casi impotentes. Pensemos en un
matemático al que se le obligase a realizar todos los cálcu-
los mentalmente, sin la ayuda de los instrumentos de la
escritura numérica.2 Una parte de este mundo externo son
los estados mentales de otras personas. Usamos a los otros
como instrumentos de inferencia con la misma confianza
que tenemos en nuestras propias capacidades mentales.
La epistemología tradicional consideraba a las otras men-
tes como problema epistemológico solamente desde el pun-
to de vista del testimonio en tanto que fuente discutible de
conocimiento. Pero en la epistemología social, la división
social del trabajo es algo más que testimonio. Las otras
mentes son instrumentos genuinos externos de nuestros
sistemas cognitivos. El testimonio es relevante epistémica-
mente sólo en la medida en que aceptamos la información
de los otros, pero lo que estamos postulando es una capa-
cidad de “manipular” la mente de los otros para conseguir
información, del mismo modo que manipulamos la natu-
raleza para conseguir información a través de los sentidos
(Lipton, 1997). La fiabilidad del testimonio es sólo una par-
te de los lazos sociales que nos permiten emplear a otros
como instrumento informacional.
2
Tomaremos aquí la idea de la mente extendida solamente con
carácter heurístico y didáctico: no estamos afirmando que los objetos
externos, las mesas, los libros, los microscopios, formen parte de la
mente, sino la afirmación mucho más débil de que un funcionamiento
adecuado de ella exige la interacción continua con el medio.
5
Antes de seguir por este camino, un breve excursus: un
epistemólogo de orientación individualista todavía podría
contestarnos que el hecho de que necesitemos a los otros
es un hecho irrelevante para la epistemología, aunque pue-
da interesar a la psicología. Así, podría objetar que existe
una asimetría entre el conocimiento personal y las fuentes
sociales que hace que el carácter social sea algo externo a la
epistemología. Y podría aducir en su favor varias razones,
de las cuales las más relevantes me parecen las dos siguien-
tes: en primer lugar, los otros son agentes intencionales
que pueden engañarnos. A diferencia de las facultades per-
sonales, que son escrutables por la conciencia y el juicio,
los otros no; pueden engañarnos independientemente de
las relaciones causales que, por ejemplo, constituyen la fia-
bilidad de mis sentidos, mi memoria o mis capacidades de
inferencia. El individualista nos concedería que a lo más
que se puede llegar es a una inducción sobre la trayectoria
anterior de los otros, y basar el juicio en esa trayectoria. De
manera que el testimonio es solamente una fuente entre
otras. Repárese en que el propio Descartes es consciente
de esta asimetría cuando postula la necesidad de que exista
Dios como fuente garante del conocimiento, pues ocurre
que Dios podría engañarnos, de modo que, afirma Descar-
tes, sólo el creyente, que sabe por otras fuentes que Dios
no engaña, puede estar seguro de su conocimiento. Y el no
creyente jamás sabrá si Dios le engaña o no, puesto que se
supone que Dios es un agente intencional.3
En segundo lugar, puede añadir el epistemólogo indi-
vidualista, incluso suponiendo la fiabilidad absoluta de la
otra fuente, siempre permanecerá un déficit que proviene
del hecho de que el razonamiento del otro no es nuestro
3
Esta necesidad de una justificación ulterior ha sido cuidadosa-
mente considerada por Ernest Sosa para criticar el confiabilismo clási-
co y proponer una versión más fuerte que el propuesto por Nozick y
derivados. Véase Sosa, 1998.
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razonamiento: las razones por las que aceptamos la palabra
del otro no son las razones por las que el otro confía en
lo que dice. De forma que se produce una asimetría en la
justificación que exige que el otro nos dé, juntamente con
la información, las razones de su confianza. Pero entonces
todo consiste en una reducción de sus palabras a nuestra
propia capacidad de juzgar. Repárese en que ésta es la razón
por la que se exige en la ciencia la repetibilidad de los ex-
perimentos, lo que explica por qué la revolución científica
exigió el abandono de la autoridad como fuente social de
conocimiento a favor de una epistemología personal. De
modo que el epistemólogo individualista podrá acusarnos
de querer volver a estadios epistemológicos anteriores a la
modernidad.
Estas dos objeciones son serias y hay que reconocer
una dosis de razón. Mas podemos responder aduciendo por
nuestra parte que el epistemólogo individualista en realidad
se ha percatado muy poco de las capacidades individuales,
porque bien puede ocurrir que nuestras capacidades no
nos conviertan en la única autoridad epistemológica. Pen-
semos, por ejemplo, en el hecho puesto de manifiesto por
los psicólogos de que los sesgos en nuestro razonamiento,
de acuerdo con varios de ellos, son universales e inevitables.
Serían, en esta interpretación, ilusiones cognitivas al modo
de las ilusiones perceptivas. Pero las ilusiones perceptivas
son relevantes epistemológicamente porque nos muestran
la insuficiencia del percepto como fuente de información.
Cuando sufrimos una ilusión perceptiva necesitamos pre-
guntarle algo más a la naturaleza. Por ejemplo, en la ilu-
sión de Lyons, que nos muestra dos líneas como si fueran
desiguales al añadirles dos bordes diferentes, debemos re-
construir la figura para descubrir la igualdad de las líneas,
del mismo modo que al ir a comprar una camisa que com-
bine con la chaqueta le pedimos al vendedor que nos la
muestre en condiciones de luz natural para estar seguros
7
del color. Bien puede ocurrir que, si de hecho sufrimos
ilusiones cognitivas y éstas tienen la importancia que algu-
nos psicólogos sostienen,4 necesitemos el auxilio de otras
mentes para descubrir el error, y, en lo que a nosotros nos
importa, que abandonemos el injustificado reducto de la
primera persona como la única fuente de autoridad episté-
mica (lo que no significa el abandono de la primera persona
como fuente de autoridad epistémica).
Tomemos ahora un ejemplo que afecta a las objeciones
anteriores: necesito hacer un cálculo complejo, descubro
mis deficiencias y acepto la ayuda de un ordenador. Pon-
gamos por caso, la prueba del teorema de los cuatro colores,
ya que le exige un largo tiempo a un ordenador. El ordena-
dor me da un resultado determinado por sus capacidades
de procesamiento, que yo no conozco o no tengo por qué
conocer. Acepto el resultado y lo incorporo a mi teoría co-
mo una prueba definitiva del teorema; pero mi aceptación
del resultado no se limita a la mera aceptación de la pa-
labra del ordenador como testimonio. Es algo más fuerte:
estoy seguro, razonablemente, de que está bien construido
y realiza los cálculos adecuadamente y acepto su palabra
con más tranquilidad que si yo mismo hubiera realizado el
cálculo.
Hay una objeción de orden contrario que todavía tene-
mos que contestar:5 ¿por qué no abandonamos entonces el
individualismo?, ¿por qué no postulamos directamente que
las comunidades producen conocimiento? Hay una razón
poderosa: las comunidades producen información, pero no
conocimiento. El conocimiento es información más refle-
xión cuidadosa sobre la validez, y esta reflexión exige con-
4
Véanse Kahneman y Tversky (1996) y Piatelli-Palmarini (1994)
como defensas de la persistencia de las ilusiones cognitivas y de su
significado social y epistémico.
5
Esta objeción se debe a León Olivé, a quien de nuevo agradezco
las discusiones y clarificaciones de mi punto de vista.
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ciencia, la única capaz de conceder legitimidad a la acepta-
ción de la información. La conciencia activa los contenidos
y toma decisiones epistémicas en función de las relaciones
entre esos contenidos. En una comunidad puede producirse
argumentación, pero son al final las conciencias individua-
les las que resultan convencidas: la comunidad como tal no
sopesa las razones ni toma decisiones si no es por el medio
vicario del voto o de las autoridades que la representan. Las
comunidades se constituyen como una red de acciones co-
municativas entre mentes interdependientes. Pero sólo las
mentes individuales son capaces de interpretar, entender
y aceptar o rechazar las intenciones comunicativas de los
otros. Muchos animales tienen redes sociales; pero solamen-
te los humanos son capaces de acciones comunicativas: el
acto de la proferencia tiene la intención estratégica de ma-
nipular la mente ajena para que acepte lo que le decimos.
La mente consciente es, sin embargo, la única que permite
una aceptación legítima de conocimiento. Un doctor puede
manipular la mente de un paciente mediante hipnosis, pero
no habrá acción comunicativa: no existe la alternativa de
que el otro no acepte lo que le digamos.
Para concluir este punto: la epistemología social va más
allá del testimonio, pero se queda más acá de la mente
colectiva. Las redes sociales no sustituyen al cerebro.
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miento. Se ha propuesto como ejemplo el concepto de “lla-
no”: cuándo podemos decir de un paisaje o de un plano que
es llano, es algo que depende racionalmente del contexto en
el que estemos examinando el plano. En Castilla el paisaje
es generalmente llano, pero nunca aceptaría este criterio de
llanura para mi mesa de trabajo, y probablemente el criterio
que emplearía para mi mesa de trabajo no sería aceptable
para un diseñador de un espejo astronómico, pongamos por
caso. El escéptico, y especialmente el escéptico filosófico,
es alguien que nos desafía modificando el contexto en el
que hemos definido nuestro estándar de calidad epistémi-
ca. Pues bien, si aceptamos este carácter perspectivista o
contextualista de todo conocimiento, podemos introducir
de forma natural en la epistemología el carácter social co-
mo un juego de coordinación, en el que se establece un
contexto de calidad socialmente aceptable.
Nuestro argumento es que este contexto de calidad no
puede considerarse un resultado atomista en el sentido, por
ejemplo, de la media de calidad aceptable por los miembros
de una comunidad,6 sino que resulta de una dinámica es-
trictamente social en la comunidad. Es decir, a menos que
la comunidad de sujetos haya desarrollado una dinámica
adecuada, no se podrá establecer el consenso necesario pa-
ra este criterio. Antes de llevar más lejos este argumento
debemos reconsiderar un paso dentro del esquema natura-
lista epistemológico.
Nuestro conocimiento se compone de muchas verdades,
algunas interesantes y otras inútiles, al menos a primera
6
En el caso de las capacidades individuales, podemos considerar
el valor medio de una población como un índice de nuestra capacidad,
pero se trata en este caso del valor de una creencia que no habría sido
producida a menos que la comunidad tuviese ciertos lazos. Piénsese
en el caso de por qué aceptamos las noticias de la televisión como
verdaderas: no es nuestra confianza simple en el presentador, sino
algo más serio y problemático, como confiar en el sistema entero de
producción de informaciones.
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vista. En principio, podría saber el número de pelos que
tiene en la cabeza el portero de la selección de Francia;
pero, racionalmente, no creo que merezca mucho esfuerzo
emprender un programa de investigación para conocerlo.
Sabemos cosas o deseamos saberlas porque son un reservo-
rio potencial de satisfacción de deseos.
La mayor calidad epistémica está profundamente relacio-
nada con esta utilidad potencial de nuestro conocimiento.
Los controles de calidad son, en cierto modo, garantías que
nos damos a nosotros mismos para que en los momentos
adecuados nuestro conocimiento sea útil. Nos preocupa,
por ejemplo, que nuestro coche haya sido sometido a con-
troles de calidad estrictos en la fabricación de las piezas y
en el montaje, y estamos dispuestos a pagar un poco más
por eso. Lo hacemos porque no nos gustaría que el coche
fallase en los momentos más inoportunos, y el control de
calidad nos garantiza, dentro de lo humanamente posible,
que el coche va a durar lo suficiente. Un control de calidad
es así un medio por el que aumentamos la probabilidad de
vida útil o minimizamos la probabilidad de error del coche.
El control de calidad es una comprobación que hacemos
de las propiedades de algo de acuerdo con cierta escala
de medida. En un coche, examinamos la resistencia de las
piezas de acuerdo con escalas que pueden ser más o menos
exigentes, dependiendo de lo estrictos que queramos ser.
En el terreno epistémico, de forma análoga, el mayor o
menor rigor del control de calidad determina el contexto
epistémico en el que nos hemos situado. Supongamos que
vamos a comprar una camisa que haga juego con el traje
que debemos llevar en cierta ocasión. Seguramente en el
momento de la compra le exigiremos más a nuestros siste-
mas perceptivos y no nos fiaremos de la constancia de color
que tienen en situaciones normales, así que le pediremos
al dependiente que nos deje examinar la camisa a la luz
natural del sol para saber su color con mayor fiabilidad.
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Hemos actuado como escépticos parciales respecto a nues-
tros propios sentidos porque, como recordaba Sellars, ya
somos mayores y hemos aprendido que a veces las cosas no
son como parecen ser. En términos más precisos, significa
que hemos aceptado como relevantes las alternativas en las
que la camisa azul de hecho es de un verde pálido o de
un violeta. Un control de calidad más rígido es una expan-
sión de los mundos posibles que determinan la relevancia
de una alternativa incorporando posibilidades nuevas no
consideradas hasta ahora y dotándolas de una probabilidad
suficiente.
La utilidad, el rigor de los controles de calidad y los
contextos epistémicos están, de este modo, profundamente
relacionados. Y hay un sentido en el que racionalmente po-
demos considerar más o menos relevantes las alternativas
escépticas que nos modifican el contexto de conocimien-
to. Así, el escepticismo pirroniano contra las propiedades
secundarias estaba perfectamente justificado en el comien-
zo de la Edad Moderna puesto que el aristotelismo había
llenado la naturaleza de propiedades cualitativas que im-
pedían la matematización de la realidad. Pero no podemos
exigir impunemente un cambio de contexto de calidad sin
simultáneamente decir quién paga los costos del control de
calidad y con qué objeto debemos situarnos en otro contex-
to más riguroso. De modo inverso, el sujeto cognoscente
no es ni puede ser la única autoridad en la determinación
del contexto de calidad epistémica relevante, en un sentido
muy similar al modo en que el agente no puede ser con-
siderado la única autoridad en la determinación del valor
moral de una acción.
Desde este marco vamos a considerar ahora cómo el co-
nocimiento ha llegado a tener un carácter social que no se
puede reducir a la simple suma del conocimiento de los
sujetos individuales. La idea es que el contexto de calidad
epistémica que instauran las formas colectivas de conoci-
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miento no puede ser establecido por la acción cognitiva in-
dividual sin una clase de acción cognitiva colectiva añadida.
La utilidad de estas formas de conocimiento se extiende a
un dominio mucho más amplio que el de la mente indivi-
dual en las diversas alternativas que es capaz de imaginar
en su estado cognitivo actual. Este carácter extendido del
conocimiento, que se convierte así en un bien público, se
sostiene solamente en la medida en que el contexto episté-
mico es lo suficientemente riguroso y, consecuentemente,
los controles de calidad asociados. Del mismo modo que
ciertas virtudes como la justicia son virtudes esencialmen-
te sociales, el conocimiento considerado como bien público
tiene un carácter esencialmente social. Nuestro argumento
es que esta característica es contingente al conocimiento.
Ha adquirido este carácter en virtud de que ciertas comu-
nidades humanas han tenido una historia singular en esta
dirección y solamente en la medida en que se mantenga el
estatuto conseguido permanecerá esta característica.
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instituciones y normas de comportamiento epistémico que
consideramos el sustrato del método científico. En ciertas
épocas los gobernantes reunían a los sabios en ciertos luga-
res o “casas de la sabiduría” para tener disponible el mejor
conocimiento, los mejores cerebros y los mejores maestros.
Pero lo que ocurre con la ciencia es algo diferente. No es
simplemente un lugar donde se reúnen los sujetos que se
dedican a investigar.7 De modo similar a lo que ocurre con
otras instituciones sociales, la acumulación cuantitativa da
paso a cambios cualitativos. Así, en cierto momento se for-
man tradiciones disciplinarias, se establecen controles de
calidad aceptables, se formulan normas más o menos pre-
cisas de comportamiento en la investigación y se desarrolla
lo que llamamos método científico, que, en realidad, no es
más que un conjunto de normas de calidad que operan en
varios niveles, algunos cognitivos y otros sociales.
Cabe, pues, pensar en una historia similar a la hobbe-
siana respecto al origen de los contextos sociales de co-
nocimiento. Porque debemos diferenciar claramente entre
nuestro carácter social como personas o como especie, y el
carácter social del conocimiento. No en todas las épocas ha
tenido esta relevancia el carácter social. Durante muchos si-
glos el conocimiento ha permanecido en un estado artesanal
basado en las relaciones de aprendizaje maestro-alumno. El
maestro transmitía su saber y, en la medida de lo posible,
sus métodos y capacidades a sus alumnos directos, quie-
nes, en el mejor de los casos, creaban su propia escuela y
continuaban la tarea. El carácter social en este caso es evi-
dente, pero trivial y en buena parte fastidioso. Recordemos,
en este sentido, que la epistemología moderna, cartesiana,
7
Aunque en algunos momentos de su historia puede que no haya
sido más que esto; como la Royal Society, por ejemplo, que en sus
primeros momentos no es mucho más que un escaparate en el que
los investigadores exponen sus resultados, quizás motivados por cierto
afán de competencia respecto a otros investigadores.
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se fundó en buena medida para separar el argumento de
autoridad derivada del maestro de la autoridad epistémica
real que debía limitarse a las relaciones actuales entre la
creencia y la base de su justificación. Acudir a la autoridad
del maestro se convirtió en la Edad Moderna en paradigma
de error epistémico radical. En adelante se diferenciará en-
tre el origen del conocimiento, que bien puede estar en la
autoridad social de la relación maestro-alumno, y la justifi-
cación del conocimiento, que consiste en una relación entre
una creencia y sus posibles evidencias socavadoras, de cu-
ya fortaleza sólo la razón del individuo tiene la autoridad
legítima de juicio.
La ciencia contemporánea instaura una especie de pro-
ducción industrial que se separa del trabajo artesanal cogni-
tivo, para continuar con nuestra analogía, no sólo en cuan-
to a la especialización de cada individuo o grupo en un
dominio específico del conocimiento, sino más allá, en la
creación de una compleja red de actividades cognitivas in-
terdependientes, tanto en el nivel del contenido como en el
de la justificación. La autoridad individual no se elimina,
pero se convierte en insuficiente como autoridad epistémi-
ca. La novedad de la ciencia moderna está en que, por un
lado, multiplica las capacidades cognitivas del grupo por la
dedicación específica de todas las capacidades individuales
a tareas concretas, como ya señaló Adam Smith: la especia-
lización por sí misma aumenta la riqueza de las naciones,
pues hace que cada individuo se dedique específicamente
a aquello para lo que está mejor preparado; pero, por otro
lado, la novedad radica en que la red de actividades afecta
también a los contextos de relevancia epistémica. La cien-
cia moderna crea nuevos contextos y estándares de calidad
epistémica que exigen necesariamente la existencia de un
grupo. Y en este sentido se modifica la relación social tra-
dicional.
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En este contexto, tenemos ahora un problema de coordi-
nación de sujetos individuales, incluso en sus mejores dis-
posiciones epistémicas. Supongamos un problema práctico
como el de organizar la salida de un edificio en una amena-
za de incendio: si los individuos coordinan sus conductas,
conseguirán salir a tiempo; si no coordinan sus conduc-
tas, no conseguirán salir a tiempo. La propiedad de la ac-
ción reside en la capacidad de cooperación de cada uno
de los individuos, quienes tienen que ceder parte de su
autoridad en la acción para coordinarla con las acciones
de los otros. Y esta coordinación es independiente de si
la acción es realizada o no por sujetos racionales. Incluso
parece que no siempre es mejor ser perfectamente racio-
nal en ese contexto: si todos son máximamente racionales,
considerarán que lo más racional para ellos es adelantarse
a los demás y llegar antes a la puerta. Si esta conducta
es eficiente o no depende de cuestiones externas, como el
número de agentes que tomen esa decisión, la velocidad a
la que escapen y la capacidad de flujo de la salida. Si ésta
es pequeña para el número de personas que han decidido
escapar, las consecuencias son catastróficas.
Del mismo modo, en la ciencia se presentan problemas
similares de coordinación. Si los agentes coordinan sus tra-
bajos, llegan a resultados de una calidad epistémica acep-
table; si no coordinan sus trabajos, no llegan a esos mis-
mos resultados. Pero la coordinación no puede realizarse de
cualquier forma: cada uno debe ceder autoridad epistémica
a los otros agentes o, si se quiere, siguiendo el planteamien-
to que hemos realizado anteriormente, puede usarlos como
instrumento de su propio razonamiento, y, paralelamente,
el trabajo personal que se realiza para el bien común debe
cumplir los máximos estándares de calidad que uno sea
capaz de desarrollar. Pero los agentes no tienen por qué
coordinar sus conductas para buscar el desarrollo del cono-
cimiento, sino, por ejemplo, para ser ricos o para obtener
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prestigio y poder. Supongamos que el resultado fuese, no
obstante estos intereses espurios, un resultado verdadero:
¿podríamos afirmar en este caso que la comunidad conoce
que p? La intuición es que no, que la coordinación y el
mantenimiento de la coordinación deben haberse produ-
cido en virtud de la capacidad del sistema para preservar
ciertas capacidades epistémicas.
La historia hobbesiana tiene impacto epistémico sólo en
la medida en que el problema de la coordinación no sea un
problema trivial. Lewis, 1969, estipula que una norma es
una coordinación de expectativas entre individuos donde
cada uno espera de los otros que se comporten adecua-
damente respecto a la norma. En segundo lugar, la norma
debe suponer un máximo de utilidad. En tercer lugar, debe
haber un conocimiento compartido de que esta situación es
beneficiosa para todos. La cuestión es si la consecución de
estas condiciones es trivial en el sentido de que la dinámi-
ca de agentes individuales interactuando libremente sigue
una trayectoria convergente hacia esta solución indepen-
dientemente de cualesquiera condiciones. Pero el logro de
la coordinación no es trivial; necesitamos una explicación
de las condiciones de posibilidad de esta emergencia. Y no
lo es si ocurre que en la situación original los agentes se
encuentran sometidos a dilemas de racionalidad. Entiendo
aquí por situación original algo muy similar a lo que se
entiende en las teorías del contrato social: no necesaria-
mente una situación histórica sino una situación ideal en la
que suponemos a los agentes y en la que o bien no están
sometidos a constricciones o bien somos nosotros los que
imponemos las constricciones (caso de Rawls). Pues bien,
en esta situación original puede ocurrir que al agente to-
mado individualmente le sea más provechosa una situación
de no cooperación con otros.
Hay una historia muy divertida que cuenta A. Koestler
sobre Tycho Brahe y Kepler en The Sleepwalkers y que
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ejemplifica muy bien estos posibles dilemas de racionali-
dad: Tycho Brahe había contratado a Kepler para que éste
le resolviese matemáticamente el problema de la órbita de
Marte, un problema que Tycho Brahe sabía que desborda-
ba sus capacidades matemáticas. Tycho Brahe disponía de
todos los datos observacionales necesarios, que había ido
acumulando a través de una larga vida de observaciones;
por otra parte, para Tycho la solución del problema signi-
ficaría un apoyo importante a su teoría del sistema solar.
Para Kepler los datos observacionales de Tycho eran un re-
galo del cielo, pues eran lo que necesitaba para desarrollar
sus cálculos copernicanos que deberían probar la simetría
de los movimientos celestes. Parecería a primera vista que
el acuerdo era tan sencillo que una simple exposición de
los deseos personales debería llevar inmediatamente a un
intercambio de habilidades y resultados. Pero las cosas no
eran tan sencillas en la realidad. Para Tycho, la posesión
personal de los datos era todo su patrimonio personal, del
que dependían su prestigio y sus contratos. Sin ellos no
era más que un astrónomo entre otros. Además, su sis-
tema era profundamente inconsistente con el copernicano
y había razones astronómicas, filosóficas y religiosas pa-
ra defenderlo frente a él. Para Kepler, las cosas no eran
distintas: tenía un proyecto que desbordaba claramente lo
que Tycho le pedía; es más, de llevarse completamente a
cabo, el sistema de Tycho se mostraría inútil. Necesitaba,
además, muchos más datos que los de la órbita de Marte; en
realidad, necesitaba incluso para resolver el problema todo
tipo de datos para situar la órbita de la Tierra y establecer
el sistema de referencia desde el cual observar. El resul-
tado fueron dos años de tensiones insoportables entre dos
personalidades fuertes, una exigiendo resultados matemá-
ticos con los mínimos datos posibles, y la otra exigiendo
los datos necesarios. Según cuenta Koestler, lo que bien
puede ser leyenda, Kepler solamente pudo resolver su pro-
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blema cuando, en los primeros instantes de la muerte de
Tycho, se apropió de los manuscritos y los puso a salvo de
los discípulos y herederos de Tycho. Los otros discípulos
de Tycho, creyendo que lo valioso de su legado eran los
instrumentos, se apresuraron a robar la parte equivocada.
No tardaron en descubrir su error. Esta historia, sea o no
fiel a lo que realmente ocurrió, parece verosímil.
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institución intrínsecamente normativa como la ciencia. No
estamos planteando el tema general de cuál es el origen de
los valores (epistémicos), sino el de cuáles son las condicio-
nes por las que los sujetos individuales pueden prestarse
a colaborar en tareas epistémicas cuando podrían hacerlo
de manera individual. Y, sobre todo, cómo esta colabora-
ción no se reduce a una simple suma de las capacidades
individuales, sino que aumenta el contexto de calidad del
conocimiento; es decir, los sujetos colaboran porque esta
colaboración aumenta la calidad del conocimiento. En el
modelo de mercado, los agentes intentan maximizar sus
intereses personales que son epistémicos y no epistémicos,
es decir, buscan el aumento de conocimiento, pero tam-
bién ciertas formas de recompensa en forma de prestigio,
poder interno, riqueza, influencia social, etc. En el modelo
kantiano, los científicos se someten de una u otra forma a
un código de comportamiento que es un reflejo en el plano
social de las reglas metodológicas del método científico. El
modelo kantiano presupone un sujeto que ha internalizado
reglas que lo convierten en una especie de altruista epis-
témico. El modelo de mercado solamente supone agentes
epistémica y moralmente interesados, que no necesariamen-
te trabajan en pro de objetivos generales, sino tan sólo a
favor de los suyos propios. La cuestión es si el modelo de
mercado permite garantizar el cáracter de bien público del
conocimiento y si el modelo kantiano es compatible con
una forma naturalista de explicar la aparición de normas
socialmente aceptadas. Traducido a términos económicos,
se trata de si el modelo kantiano permite garantizar una
distribución social de esfuerzos que sea eficiente y si el
modelo económico permite garantizar una distribución de
esfuerzos que sea epistémicamente fiable.
Volvamos de nuevo al caso de Tycho Brahe y de Kepler.
El problema que plantea este episodio de interacción cog-
nitiva es que, desde el punto de vista económico, tanto el
20
caso en el que ninguno colabora como el caso en el que am-
bos colaboran constituyen igualmente equilibrios que han
de ser considerados eficientes. El modelo no nos explica
por qué debería ser elegida la cooperación en vez de la
explotación de uno por el otro. Y el problema del modelo
kantiano es que no explica por qué una vez que la norma
ha sido instaurada y que cada uno de ellos puede prede-
cir la conducta del otro, alguno de ellos no va a usar ese
conocimiento para defectar.
Podemos traducir esta tensión en constricciones que de-
be cumplir un proceso de aparición de normas epistémicas
que sea fiable y al mismo tiempo compatible con el natura-
lismo. La institución colectiva del conocimiento será fiable
si instaura normas de comportamiento cognitivo en los su-
jetos que establecen estándares de calidad epistémica más
rigurosos que los que existirían si estas normas no se cum-
pliesen. La institución será compatible con el naturalismo,
por otra parte, si el proceso de instauración y estabilización
de las normas no acude a instancias externas o superiores
que imponen las normas, pues entonces generaríamos un
recurso ad infinitum en la explicación de las normas.
1. Condición de automantenimiento
Un grupo de normas es automantenida si la dinámica de
los intereses de los agentes que pertenecen al colectivo de-
sarrolla mecanismos autónomos de mantenimiento. Uno de
estos mecanismos es la reciprocidad. Entendemos por re-
ciprocidad un sistema de juego limpio sostenido sobre las
expectativas de que el otro se comportará cooperativamente
en respuesta a nuestra acción cooperativa, y que se compor-
tará competitivamente en respuesta a nuestra acción com-
petitiva. Así, Tycho puede esperar de Kepler que ofrecerá
lo mejor de sí mismo en respuesta a su oferta de datos
empíricos; pero Kepler también puede esperar que Tycho
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gastará tiempo y recursos propios, incluso por encima de
sus intereses inmediatos, en vengarse si Kepler no responde
adecuadamente a las normas. Es posible que la ciencia mo-
derna haya sido posible por la aparición de un principio de
reciprocidad en el comportamiento, en el sentido de que se
haya normalizado la capacidad de ofrecer resultados a otros,
pero también una capacidad hipercrítica para no perdonar
los defectos cognitivos de los otros. Una distribución ade-
cuada de capacidades de generosidad carnapiana y crueldad
popperiana podría tener la fuerza de un posible mecanismo
automantenido. El miedo a la reacción pública sería, desde
este punto de vista, el principal mecanismo psicológico de
sostenimiento de las comunidades científicas.
La diferencia de la ciencia y las comunidades cognitivas
con otros sistemas sociales es que este mecanismo de pre-
mios y castigos debe ser interno, pues solamente los agentes
cognitivos implicados tienen la capacidad de juzgar cuándo
una conducta ha sido cooperativa y cuándo no lo ha sido.
Las comunidades científicas han desarrollado sus propios
sistemas de premios y castigos en forma de instituciones,
como el peer-review, exposiciones públicas en reuniones y
otros tantos sistemas conocidos por los investigadores. Este
sistema automantenido genera esta impresión de “repúbli-
ca autónoma de las ciencias” que ha sido reivindicada por
autores como Michel Polanyi y que ha sido criticada igual-
mente por autores como Feyerabend y algunos sociólogos
constructivistas.8
8
Una vez que adoptamos este criterio de automantenimiento, ob-
servamos algunos dilemas serios ante los que se encuentran las aproxi-
maciones constructivistas. Por una parte defienden que todo el cono-
cimiento es una construcción social determinada por los intereses de
la sociedad; por otra parte, los análisis etnometodológicos que aplican,
por ejemplo Latour y Woolgar, enfatizan los elementos endogámicos
y corporativistas del conocimiento. Ambas afirmaciones se encuentran
en tensión porque lo lógico es que induzcan una salida no cooperativa
entre las partes de la comunidad para beneficiarse de los intereses
22
La condición de automantenimiento ha sido argumenta-
da de manera muy convincente, desde mi punto de vista,
por Binmore en la discusión entre las formas de utilita-
rismo de Harsany versus el contrato social del Rawls de A
Theory of Justice. Es una condición naturalista que me pa-
rece necesaria para cualquier explicación de la aparición de
normas que, en algún sentido, “limpia” el campo de otras
posibles soluciones menos eficientes. En términos de teo-
ría de juegos, desarrolla la tesis de que TIT-FOR-TAT limpia
el juego de otras posibles estrategias menos eficientes. La
cuestión es si la reciprocidad es suficiente como explicación
del éxito epistémico de la cooperación, pues la reciproci-
dad es compatible, por ejemplo, con formas no eficientes
23
desde el punto de vista epistémico en el sentido que esta-
mos sosteniendo aquí. Si hay, por ejemplo, un tercer actor
como la sociedad que podría representar Fernando II, una
solución de este tipo es una coalición de Tycho y Kepler
para explotar a Fernando II.
24
ro la cuestión es si la astronomía ptolemaica mantiene su
utilidad, por ejemplo, cuando tenemos que construir un
péndulo de Foucault. Si el único objetivo es la utilidad pa-
rroquiana, no dudo que sería posible encontrar explicacio-
nes sofisticadas para que la astronomía ptolemaica sea útil
construyendo péndulos de Foucault; pero inmediatamen-
te podemos aducir otro contexto completamente diferente,
como es el de la observación de paralajes interestelares,
etc. Lo que nos importa, pues, es que nuestros produc-
tos intelectuales preserven su utilidad de manera máxima
en condiciones cambiantes de aplicación y contexto. Esta
preservación de la utilidad podemos considerarla un bien
público que excede la utilidad obtenida por cada uno de
los agentes implicados en el proceso.
Nos encontramos en este caso con un problema que po-
siblemente no puede ser resuelto solamente con un siste-
ma de premios y castigos recíprocos, porque tenemos que
explicar cómo ha sido posible un sistema cooperativo que
produce bienes cuyo valor es distinto de la recompensa que
recibe cada uno de los participantes, y que además depen-
de también del número de participantes en la cooperación.
Cualquier bien se convierte en un bien público simplemen-
te si no excluimos a nadie de su disfrute, haya o no haya
participado en su producción. De hecho, los bienes públi-
cos no necesitan tener ninguna propiedad extraña, basta
con que los gastos de exclusión sean mayores que la utili-
dad de disfrute del bien público. En el caso de la pintura,
por ejemplo, podemos considerarla como un bien público
si la mostramos en los museos, o como un bien privado si
entra en un sistema de mercado de coleccionistas. No es
imposible, al menos en teoría, imaginar mundos en los que
el conocimiento se convirtiese en un bien exclusivo del que
pudieran disfrutar sólo aquellos individuos o clubes que
cumplieran ciertas condiciones o pagasen el costo. Algunos
intentos de patentar resultados científicos parecen ir en esa
25
dirección; pero me parece que los costos de la exclusividad
son socialmente insoportables. Imaginemos que hacemos
exclusivo a nuestro grupo el disfrute de cierto teorema. A
causa de las interdependencias informacionales, tendríamos
que garantizar que nadie que no pertenezca al grupo pueda
acceder no solamente al teorema, sino a todas las premisas
y al conocimiento necesario para su descubrimiento, lo que
implicaría reformar por grados el sistema de enseñanza, etc.
Claramente, los costos crecerían de manera exponencial con
respecto a la utilidad de la exclusividad.
Reparemos, pues, en que podemos sostener cierto conse-
cuencialismo respecto al valor epistémico del conocimiento
y sostener al mismo tiempo serias dudas acerca de la posi-
bilidad de mantener este sistema simplemente con indivi-
duos interesados sólo en lo suyo. Independientemente de
que sean o no conscientes de ello, la producción colectiva
de conocimiento exige cierto número de altruistas coope-
radores. Los economistas han estudiado el problema de los
bienes públicos como un problema especial de dilemas de
racionalidad. A diferencia del caso de Tycho-Kepler, en
el que solamente necesitamos el acuerdo entre dos agen-
tes, los dilemas de bienes públicos implican la cooperación
colectiva de numerosos agentes. En el caso de la ciencia,
por ejemplo, nos encontramos con el problema histórico
de que la mejor física es tan buena como el peor de los
instrumentos matemáticos de los que depende. Newton no
pudo desarrollar la mecánica hasta que no se desprendió del
lastre de las matemáticas de la proporcionalidad, preana-
líticas, que le planteaban problemas prácticos dificilísimos
para resolver las curvas no construibles mediante métodos
de regla y compás. Y no necesitó colaborar con nadie por-
que él mismo fue el creador de los nuevos instrumentos;
aunque, realmente, como también él mismo lo reconoció, lo
hizo subido a los hombros de gigantes como Isaac Barrow
o Descartes y Galileo.
26
Muchos historiadores y sociólogos piensan que este tipo
de razonamientos pertenecen a la historia heroica y a los
cuentos de hadas. Pero el problema que proponemos es
realmente serio: con meros actores recíprocos no despega
un sistema de provisión de bienes públicos tan complejo
como el de la ciencia. El sistema de reciprocidad permi-
te explicar que, una vez que hemos alcanzado un sistema
de normas, éste tienda a autorreforzarse por varios meca-
nismos de expectativas sobre las reacciones de otros; pero
no explica por sí mismo una dinámica que tienda a incre-
mentar la colaboración. El sistema de reciprocidad se basa
en mecanismos internos cognitivos por los que los agentes
tienen expectativas acerca de cuál será la reacción de otros
a su propia conducta. Los mecanismos cognitivos pueden
variar, sin embargo, cuando cambiamos algunos paráme-
tros del contexto social. Los economistas especialistas en
teoría de juegos han desarrollado modelos matemáticos de
situaciones de dilema en los que cabe el surgimiento de
colaboración en grado creciente. Se trata de complementar
mecanismos evolutivos con mecanismos cognitivos.
Repárese en que, desde el punto de vista epistémico,
nos salimos ahora de una descripción internalista. Nos en-
contramos ahora con que la racionalidad cognitiva de los
agentes debe ser complementada con ciertas características
que surgen del contexto social, que son o pueden ser espe-
cialmente favorables para el aprendizaje de la cooperación.
Pero esta nueva condición no es ajena al fiabilismo. El fiabi-
lismo exige que ciertos procesos sean fiables, pero no exige
que los procesos sean necesariamente internos. Algunas ca-
racterísticas benevolentes del medio pueden ser necesarias.
Pensemos, por ejemplo, en una capacidad extraordinaria
como la constancia de color que tienen nuestros sistemas
visuales. Es una característica de gran sensibilidad y preci-
sión en contextos normales; pero bajo una iluminación de
sodio, la luz amarilla que habitualmente se emplea en el
27
alumbrado público, nuestros sistemas perceptivos confun-
den completamente los colores. Esto no nos hace ser es-
cépticos en circunstancias normales respecto a la fiabilidad
de nuestra vista. La condición evolutiva de que en ciertos
sistemas sociales es más probable el surgimiento de colabo-
ración no debe ser entendida, pues, como una explicación
milagrosa cuando faltan otras, sino como una tesis empíri-
ca del fiabilismo que debe ser comprobada empíricamente,
pero que tiene hasta el momento una aceptación bastante
generalizada entre los matemáticos de teoría de juegos. Se
trata de la condición que examinaremos a continuación.
28
miento de la reputación. La reputación es algo que modifica
la estrategia de juego. El agente ya no mira solamente la
utilidad de la acción inmediata, sino la utilidad respecto al
mantenimiento de la reputación. Es la razón por la que los
capos de la mafia están dispuestos a vengarse, no importa
el costo que tenga la venganza, incluida la propia vida. Una
amenaza es sumamente efectiva cuando, paradójicamente,
nunca se lleva a cabo; pero para eso es necesario que los
otros agentes sepan que el otro está dispuesto a pagar todos
los costos necesarios para que la venganza sea efectiva. Y
lo mismo ocurre con lo contrario, con la colaboración.
Ahora bien, la modificación de la utilidad estratégica de
las acciones es relativa a las capacidades de procesamiento
de relaciones sociales de cada uno de los agentes. Y nuestra
tesis es que con agentes limitados desde el punto de vista
cognitivo, la capacidad de establecimiento de relaciones so-
ciales estables probablemente tenga un límite superior y ha-
ya parámetros estables acerca del número de componentes
de un grupo en el que puede surgir y ser estable un sistema
de normas automantenido. En el caso de las comunidades
científicas, esta cuestión es sumamente importante, porque
el sistema es automantenido y autónomo. Si pensamos en
un estadio, por ejemplo, el número de personas que res-
petan ciertas reglas de comportamiento es ilimitadamente
alto; pero el sistema de autoridad es externo, quizás deter-
minado por la propia estructura arquitectónica del estadio,
y aun así, en casos de pánico colectivo, observamos cómo
el acuerdo social de las normas se pierde rápidamente.
En la ciencia tenemos dos procesos que se han producido
conjuntamente y que curiosamente abundan en la idea de
que los tamaños del grupo son relevantes para el surgimien-
to y mantenimiento de las normas. Por una parte, sabemos
que el número de científicos ha crecido de manera expo-
nencial desde que tenemos datos fidedignos cuantitativos.
Por otra parte, los mismos estudiosos, como Solla Price y
29
D. Crane, han detectado la relativa estabilidad del número
de participantes en lo que se han llamado “colegios invisi-
bles”, que es el grupo en el que los miembros se reconocen
como pares o reconocen autoridades mutuas, y en el que
se llevan a cabo las críticas que contribuyen al desarrollo.
Sorprendentemente, estos colegios tienen un número simi-
lar de individuos independientemente de la disciplina o la
especialidad.
Si ponemos en comunicación ambos datos, vemos que
presentan cierta forma de inconsistencia. Pero reparemos
en que simultáneamente la ciencia contemporánea ha su-
frido un no menor y espectacular proceso de subdivisión
en ultraespecialidades. Hay razones internas de especializa-
ción que explican esta división; pero también hay otras que
obedecen a esta relativa estabilidad de los grupos. Repárese
solamente, por citar un ejemplo más cercano a los filósofos,
en la lógica formal. Todavía en 1950 algunos filósofos po-
dían considerarse simultáneamente lógicos en general y fi-
lósofos en general. Carnap, por ejemplo. Si pensamos en la
situación actual de multiplicidad de especialidades lógicas,
observamos que ni siquiera los especialistas son capaces
de estar al tanto no ya de los desarrollos, sino siquiera de
las especialidades relevantes. Un especialista en recursión
probablemente podrá citar, pero no estar familiarizado con
los desarrollos en lógica borrosa o en lógicas de la creencia,
que, a su vez, pueden ser investigadas simultáneamente en
especialidades de tradiciones diferentes como la ingeniería
robótica, la inteligencia artificial y la lógica tradicional.
Ni siquiera los más ultrainternalistas defensores de la
autonomía de la ciencia dejarán de reconocer la existencia
de un elemento de contingencia en la deriva de las discipli-
nas. A pesar de que los constructivistas siempre pueden
encontrarle una explicación externalista, mi hipótesis es
que el mantenimiento de cierta constancia en el tamaño
de los grupos refleja el precio de la colaboración cognitiva.
30
La heterogeneidad en los grupos no es buena ni mala en sí
misma; sin embargo, unida a sistemas de colaboración ba-
sados en el control mutuo, permite estabilizar esos mismos
sistemas en agregados tan enormes como los que componen
el sistema de la ciencia contemporánea. El hecho de que las
comunidades científicas tiendan a mantener los lazos inter-
personales relativamente fuertes, debido a una constancia
en el número, hace que puedan sobrellevar los problemas
de “free-riders”, y a mantener altos los estándares de cali-
dad epistémica. El crecimiento masivo no ha impedido la
estabilización de comunidades, refutando a quienes predije-
ron el fin de los lazos comunitarios bajo el peso de la masa
(Ortega), la dinámica de las relaciones sociales (Marx), la
ubicuidad del poder (Foucault).
En la ciencia, además de los lazos internos, recordemos
la condición anterior, existe la interdependencia entre las
comunidades que refleja la interdependencia de los conte-
nidos en los que reside la preservación de la utilidad. Estas
relaciones intercomunitarias no implican que estemos pos-
tulando que los grupos se convierten en individuos, ponien-
do en grave riesgo el individualismo metodológico y con
ello el naturalismo. No es necesario: se pueden considerar
los grupos como filtros de intereses y niveles de exigen-
cia epistémica relativamente estables bajo el intercambio y
la renovación de sus componentes. Los científicos indivi-
duales compiten por conseguir las fuentes de información
más novedosas y relevantes, compiten por ser escuchados y
compiten porque sus ideas se acepten y difundan entre las
comunidades más exigentes. Y lo mismo que ocurre con los
investigadores en fase de producción madura, ocurre con
los investigadores en formación. Y los componentes de las
comunidades tienen interés en servir de filtro para escoger
a los mejores miembros y mantener su estatuto epistémico,
imponiendo formas de comportamiento y seleccionando a
31
quienes tienen la apariencia promisoria de cumplir las nor-
mas y estándares de calidad del grupo.
No es exclusiva de la ciencia esta doble dinámica. Marcel
Proust describe en A la búsqueda del tiempo perdido cómo
los círculos de la clase alta parisina estaban embarcados en
una dinámica similar para preservar la exquisitez (o cursile-
ría, depende de la perspectiva) de su círculo. La diferencia
entre la ciencia y un sistema de clubes como las tertu-
lias parisinas es la interdependencia cognitiva de todos los
clubes. No es la exquisitez cognitiva de un club lo que
importa, sino el que sus resultados sean útiles para el resto
de los clubes, sólo esta condición sostiene la estabilidad de
una comunidad. En otro caso se producen dinámicas de
tensión y división. De forma inversa, entre miembros de
distintas comunidades que comparten similares problemas
e intereses, que a veces son marginales en sus grupos, se
producen fenómenos de convergencia que conducen a nue-
vas comunidades. Ésta es la razón fundamental por la que
se producen especialidades a tanta velocidad.
Las especialidades no son solamente fruto de especiali-
zaciones de teorías generales que se aplican a campos dife-
rentes, ni de la subdivisión de dominios en subdominios,
sino también, y a veces es mucho más importante, son
fruto de la convergencia de campos alejados en esfuerzos
de conectar investigaciones. Piénsese en la reciente con-
vergencia de neurofisiólogos, psicólogos y matemáticos de
computación: la comunidad de intereses personales refleja
interdependencias cognitivas sobre las que descansa, al fin
y al cabo, el valor de la ciencia como empresa social que
paga el resto de la sociedad.
Nótese, para acabar, que esta condición de tamaño de
grupo y dinámica de comunidades, a diferencia de las dos
anteriores, es una condición empírica, puesto que deriva
de la comprobación de nuestras limitaciones como agentes
cognitivos capaces de cooperación en ciertas circunstancias.
32
Pero, por la misma razón, abre un campo de colaboración
entre la sociología, la psicología y la epistemología. La tesis
que sostenemos es que la dinámica evolutiva que conduce a
la cooperación es una dinámica que depende de la creación
de medios sociales suficientemente benévolos. Del mismo
modo que los psicólogos desarrollan teorías de cómo es po-
sible la racionalidad en condiciones de limitaciones cogniti-
vas, podemos plantearnos las condiciones de posibilidad de
la racionalidad colectiva sin presuponer situaciones ideales
de normas preexistentes.
33
si los equilibrios resultantes entre los intereses y capacida-
des de los agentes son suficientemente fiables respecto a
los retos escépticos relevantes. El fiabilismo no exige como
condición de conocimiento el saber que se sabe. Tampoco
se exige la completa intencionalidad del proceso; en otro
caso tendríamos que eliminar buena parte de nuestras capa-
cidades personales. Y lo que es más importante, tampoco se
exige ninguna necesidad lógica o histórica en el desarrollo
del conocimiento.
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Recibido: 18 de febrero de 1999
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SUMMARY
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