Resumen Unidad 3 Profunda
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La Neuropsicosis de Defensa
ABREACCIÓN: Descarga emocional, por medio de la cual un individuo se libera del afecto ligado
al recuerdo de un acontecimiento traumático, lo que evita que éste se convierta en patógeno o siga
siéndolo
Cuando no se produce esa reacción de obra o de palabra, el recuerdo del hecho conserva en
principio su tinte afectivo. La abreacción no es el único modo de tramitación que dispone el
mecanismo psíquico normal.
Casos en los que el trauma no ha sido abreaccionado:
- Casos en que los enfermos no han reaccionado frente a traumas psíquicos porque la naturaleza
misma del trauma excluía una reacción o porque circunstancias sociales lo imposibilitaron, o porque
se trataba de cosas que el enfermo quería olvidar y por eso adrede las reprimió. A esas cosas
penosas se las halla luego en la hipnosis como base de fenómenos histéricos.
- En la hipnosis, uno halla como ocasionamiento de síntomas histéricos también representaciones
que, sin ser significativas en sí mismas, deben su conservación a la circunstancia de haberse
generado en afectos graves y paralizantes, como el terror, o directamente en estados psíquicos
anormales, como el estado crepuscular semihipnótico del soñar despierto, los estados de
autohipnosis y fenómenos similares. Aquí fue la naturaleza de esos estados lo que imposibilitó
reaccionar frente a lo que sucedía.
Ambos grupos de condiciones tienen en común que los traumas psíquicos no tramitados por
vía de reacción no lo son tampoco mediante procesamiento asociativo. En el primer grupo es el
designio del enfermo el que quiere olvidar las vivencias penosas y excluirlas en lo posible de la
asociación; en el segundo, ese procesamiento asociativo no se produce por falta de un vasto enlace
asociativo entre el estado de conciencia normal y el patológico en que se generaron aquellas
representaciones.
El hecho de que el recuerdo del trauma psíquico eficiente no se halla, en la memoria normal
del enfermo, sino en la memoria del hipnotizado. Pues bien; mientras más nos
ocupábamos de estos fenómenos, más seguro se volvía nuestro convencimiento de que aquella
escisión de la conciencia, tan llamativa como double conscience en los casos clásicos consabidos,
existe de manera rudimentaria en toda histeria; entonces, la inclinación a disociar y, con ello, al
surgimiento de estados anormales de conciencia, que resumiremos bajo el nombre de «hipnoides»,
seria el fenómeno básico de esta neurosis
«Base y condición de la histeria es la existencia de estados hipnoides». Estos últimos, a pesar de su
diversidad, coinciden entre sí y con la hipnosis en un punto: las representaciones que
en ellos afloran son muy intensas, pero tienen bloqueado el comercio asociativo con el restante
contenido de la conciencía.
Si tales estados hipnoides existen antes que se contraiga la enfermedad manifiesta, ofrecen
el terreno sobre el cual el afecte instalará al recuerdo patógeno junto con los fenómenos somáticos
que son su consecuencia. Este comportamiento corresponde a la histeria de predisposición. Pero de
nuestras observaciones se sigue que un trauma grave (como el de la neurosis traumática), una
sofocación trabajosa (p. ej., del afecto sexual), pueden producir una escisión de grupos de
representaciones aun en quienes ese fenómeno no preexistía, y este sería el mecanismo de la histeria
adquirida psíquicamente.
Respecto de los ataques histéricos podemos repetir casi
las mismas aseveraciones que hemos formulado para los síntomas histéricos permanentes.
que en la secuencia de un ataque completo
permite discernir cuatro fases:
1) la epileptoide;
2) la de los grandes movimientos;
3) la de las attitudes passionnelles (la fase alucinatoria), y
4) la del delirio terminal.
Psicoterapia de la Histeria
Los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar cuando se
conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al
mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso de la
manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto.
Cuando intenté aplicar a una serie mayor de enfermos el método de Breuer para la curación
de síntomas histéricos por vía de busca y abreacción en la hipnosis, tropecé con dos dificultades,
persiguiendo las cuales di en modificar tanto la técnica como la concepción.
1) No eran hipnotizables todas las personas que mostraban síntomas inequívocamente histéricos y
en las cuales, con toda probabilidad, reinaba el mismo mecanismo psíquico.
2) Debí tomar posición frente al problema de saber qué, en verdad, caracterizaba a la histeria v la
deslindaba de las otras neurosis.
Frente al segundo problema, no me quedaba otro camino, pues, que escoger para el método
catártico aquellos casos que era posible diagnosticar provisionalmente como de histeria porque
presentaban unos pocos o muchos de los estigmas o síntomas característicos de ella. Y luego me
sucedía a menudo obtener pobrísimos resultados terapéuticos a pesar de ese diagnóstico de histeria,
pues ni siquiera el análisis sacaba a la luz nada sustantivo. Otras veces intenté tratar con el
método de Breuer unas neurosis que nadie habría juzgado como histeria, y descubrí que de esta
manera era posible influirlas y aun solucionarlas.
Hasta donde se podía hablar de una causación por la cual las neurosis fueran adquiridas, la
etiología debía buscarse en factores sexuales. A ello se enhebró el hallazgo de que, universalmente,
factores sexuales diferentes producían cuadros también diversos de contracción de neurosis.
La neurastenia respondía en verdad a un monótono cuadro clínico en el que, como los
análisis lo demostraban, no desempeñaba ningún papel un «mecanismo psíquico»
La neurosis obsesiva, la neurosis de las auténticas representaciones obsesivas, en la que se
pudieron discernir un complejo mecanismo psíquico, una etiología semejante a la histérica y una
vasta posibilidad de reducirla mediante psicoterapia.
La neurosis de angustia sobreviene por la acumulación de una
tensión psíquica que es, por su parte, de origen sexual; tampoco esta neurosis tiene un mecanismo
psíquico, pero influye sobre la vida psíquica de una manera bien regular, de suerte que «expectativa
angustiada», fobias, hiperestesia hacia dolores, etc., se cuentan entre sus exteriorizaciones
regulares. Es cierto que esta neurosis de angustia, como yo la entiendo, se superpone parcialmente
con la neurosis que bajo el nombre de «hipocondría»
Las más de las veces cabe designar «mixtas» a las neurosis corrientes; es cierto que de la
neurastenia y la neurosis de angustia se pueden hallar sin dificultad formas puras,sobre todo en
jóvenes. Los casos puros de histeria y de neurosis obsesiva son raros; de ordinario estas dos
neurosis se combinan con una neurosis de angustia. El hecho de que unas neurosis mixtas se
presenten con tanta frecuencia se debe a la frecuencia con que se contaminan sus factores
etiológicos.
El método catártico es harto capaz de eliminar cualquier síntoma histérico, mientras que,
como fácilmente se averigua, es por completo impotente frente a los fenómenos de la neurastenia y
sólo rara vez, y por unos rodeos, influye sobre las consecuencias psíquicas de la neurosis de
angustia. Hay una segunda barrera para la eficacia del método catártico: no influye sobre las
condiciones causales de la histeria, y por tanto no puede impedir que en lugar de
los síntomas eliminados se generen otros nuevos.
1. No sostengo haber eliminado efectivamente todos los síntomas histéricos a que apliqué el método
catártico, pero opino que los obstáculos residían en circunstancias personales de esos casos y no
eran de principio.
2. El método catártico no pierde valor por ser sintomático y no causal
3. Donde se ha superado un período de producción histérica, un paroxismo histérico agudo, y las
secuelas son sólo unos síntomas histéricos como fenómenos residuales, el método catártico es
satisfactorio para todas las indicaciones y alcanza éxitos plenos y duraderos.
El médico no pretenderá alterar una constitución como la histérica; tiene que darse por
contento si elimina el padecer al cual es proclive esa constitución y que puede surgir de ella con la
cooperación de condiciones externas. Se dará por contento si el enfermo ha recuperado
su productividad. Por otra parte, ello no le quita todo consuelo en cuanto al futuro, por lo que atañe
a la posibilidad de una recidiva. Conoce este carácter rector en la etiología de las neurosis: que su
génesis las más de las veces está sobredeterminada.
4. Toda vez que uno haya tropezado con una histeria aguda, un caso en su período de más viva
producción de síntomas histéricos y el consecuente avasallamiento* del yo por los productos de la
enfermedad (psicosis histérica), el método catártico modificará poco en la impresión y la trayectoria
de ese caso clínico.
5. Cuando se trata de histerias de trayectoria crónica, con una producción moderada pero incesante
de síntomas histéricos, ahí es cuando uno aprende a lamentar más la falta de una terapia de eficacia
causal, pero también a estimar mejor el valor del procedimiento catártico como terapia sintomática.
6. No todos los síntomas son psicógenos y no todos pueden ser eliminados mediante un
procedimiento psicoterapéutico. La solución reside en que una parte de estos síntomas no psicó-
genos se cuentan, sí, entre los signos patológicos, pero no se los puede designar como padecimiento
(tales, los estigmas); entonces, en la práctica no importa diferencia si sobreviven a la tramitación
terapéutica del caso clínico
El procedimiento es trabajoso e insume al médico mucho tiempo, supone un gran interés por
los hechos psicológicos y, al mismo tiempo, una simpatía personal hacia los enfermos. Las
condiciones que se piden a los enfermos no son menores. Por debajo de cierto nivel de inteligencia
el procedimiento es absolutamente inaplicable, y cualquier contaminación de debilidad mental lo
dificulta de manera extraordinaria.
A raíz de mis intentos de extender la aplicación del método de Breuer a un radio más vasto
tropecé con la dificultad de que algunos enfermos no eran hipnotizables, aunque el diagnóstico
indicaba histeria y declaraba probable la vigencia del mecanismo psíquico por nosotros descrito.
Sólo noté que en algunos pacientes el impedimento se remontaba un paso más atrás; se rehusaban
ya al intento de hipnosis. Así, sería no hipnotizable quien tuviera un reparo psíquico contra la
hipnosis, lo exteriorizara o no como un no querer.
Entonces yo me volvía más insistente aún, ordenaba a los enfermos acostarse y cerrar los ojos
deliberadamente para «concentrarse», lo cual ofrecía al menos cierta semejanza con la hipnosis; de
este modo hice la experiencia de que sin mediar hipnosis alguna afloraban nuevos y más remotos
recuerdos que con probabilidad eran pertinentes para nuestro tema.
Tales experiencias me dejaron la impresión de que un mero
esforzar podía hacer salir a la luz las series de representaciones patógenas cuya presencia era
indudable mediante mi trabajo psíquico yo tenía que superar en el paciente una
fuerza que contrariaba el devenir-conciente (recordar) de las representaciones patógenas
podría ser la misma fuerza psíquica que cooperó en la génesis del síntoma histérico y en aquel
momento impidió el devenir-conciente de la representación patógena. ¿Qué clase de fuerza cabía
suponer ahí eficiente, y qué motivo pudo llevarla a producir efectos?
Y averigüé un carácter general de tales representaciones; todas ellas eran
de naturaleza penosa, aptas para provocar los afectos de la vergüenza, el reproche, el dolor psíquico,
la sensación de un menoscabo: eran todas ellas de tal índole que a uno le gustaría no haberlas
vivenciado, preferiría olvidarlas. De ello se desprendía, como naturalmente, la idea de la defensa.
Ante el yo del enfermo se había propuesto una representación que demostró ser inconciliable que
convocó una fuerza de repulsión del lado del yo cuyo fin era la defensa frente a esa representación
inconciliable. Esta defensa prevaleció de hecho, la representación correspondiente fue esforzada
afuera de la conciencia y del recuerdo, y en apariencia era ya imposible
pesquisar su huella psíquica
Sentía como resistencia a la misma fuerza que en la génesis del síntoma se había mostrado"
como repulsión. una fuerza psíquica, la desinclinación del yo, había originariamente esforzado
afuera de la asociación la representación patógena, y ahora contrariaba su retorno en
el recuerdo. Por tanto, el no saber de los histéricos era en verdad un. . . no querer saber, más o
menos conciente, y la tarea del terapeuta consistía en superar esa resistencia de asociación mediante
un trabajo psíquico
Anticipo al enfermo que le aplicaré enseguida una presión sobre su frente; le aseguro que,
mientras dure esa presión y al cabo de ella, verá ante sí un recuerdo en forma de imagen, o lo tendrá
en el pensamiento como ocurrencia, y lo comprometo a comunicarme esa imagen o esa ocurrencia,
cualquiera que ella fuere. Le digo que no tiene permitido reservárselo por opinar, acaso, que no es
lo buscado, lo pertinente, o porque le resulta desagradable decirlo. Le afirmo que sólo así podremos
hallar lo buscado, que así lo hallaremos infaliblemente.
La representación patógena supuestamente olvidada está aprontada siempre «en las
cercanías», se la puede alcanzar mediante unas asociaciones de fácil tránsito; sólo se trata de
remover algún obstáculo. Ese obstáculo parece ser, también aquí, la voluntad de la
persona, y personas diferentes hallan diversos grados de dificultad para despojarse de sus propósitos
y adoptar una conducta de observación enteramente objetiva de los procesos psíquicos en el interior
de ellas.
Entonces, la presión no ha puesto
en descubierto la representación patógena —la cual, por lo demás, separada del contexto, sin
preparación, sería ininteligible—, pero ha señalado el camino hacia ella, la dirección en que debe
avanzar la búsqueda En otros casos, aun, mediante la presión de la mano se evoca un recuerdo que
es consabido en sí mismo para el enfermo, pero cuya aparición le causa asombro porque ha
olvidado su vínculo con la representación de partida.
El procedimiento de la presión no es más que un ardid para sorprender por un momento
al yo que se place en la defensa; Han prometido decir todo cuanto se
les ocurra bajo la presión de la mano, no importa que les parezca o no pertinente, vale decir, sin
seleccionarlo ni dejar que lo influyan la crítica o el afecto. Y bien; no mantienen su promesa, es algo
superior a sus fuerzas. En todos los casos el trabajo se atasca, una y otra vez aseveran que
ahora no se les ocurre nada. Uno no debe creerles; uno debe suponer siempre, y también
exteriorizarlo, que ellos se reservan algo porque no lo consideran importante o lo
sienten penoso. Uno persevera en esto, repite la presión, se finge infalible, hasta que efectivamente
se entera de algo
De tal suerte, el enfermo deja traslucir con
posterioridad los motivos de una resistencia que al comienzo no quería confesar. Es evidente que él
no puede operar otra cosa que una resistencia; siempre aguzo el oído cuando escucho a los
enfermos hablar con tanto menosprecio de una ocurrencia. En efecto, es signo de una defensa
lograda que las representaciones patógenas hayan de aparecer como de tan escasa sustancia en su
reafloramiento; consistió el proceso de la defensa: en tornar débil la representación fuerte,
arrancarle el afecto.