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Índice
I.Indagaciones arqueológicas
con resultados insospechados
Esta historia se inicia en la ciudad de La Paz
información sobre la Chinkana
Por qué me dijeron que me estaban esperando
y que yo tenía que ayudarlos
Así conocí a las personas que me revelaron
dónde se encontraba la Chinkana
II. Descubrimiento y exploración de la Chinkana
Juan Carlos
Viaje al lago en busca de la Chinkana
Primera experiencia dentro del túnel
Andrés, joven campesino del lugar
El ingreso a la Chinkana
Ubicación de la Chinkana
III.Una prohibición tan insólita como ineludible
Hugo Boero Rojo me propone filmar la Chinkana
Presencia de seres desconocidos en mi casa
Advertencia de no volver a la Chinkana
Reunión con Juan Carlos
IV. Epílogo
Prólogo
Prefacio
hermoso lugar podía percibir la música de las zampoñas, cornetas y tambores, melodías que escuchaba como un agradable eco: los lugareños estaban de fiesta. Las primeras estrellas asomaban, de
pronto apareció un niño de aproximadamente doce años de edad, que tímidamente me preguntó a dónde me diri gía. Respondí a la comunidad de donde venía tan agradable música. Él me dijo: “la
comunidad se llama Ch’allapampa y yo soy de allí; si quieres, joven, te puedo guiar hasta el mismo lugar. Me dicen “Chino”, mi apellido es Arias”. Continuamos hasta llegar muy cerca de la comunidad,
pero la caminata me dejó muy cansado y le dije al niño que deseaba descansar un poco antes de ll egar a su comunidad que continuara el viaje y yo le daría alcance después. A las siete de la tarde,
mientras descansaba, me quedé dormido muy cerca de la playa; recuerdo que en mi sueño aún escuchaba aquella melodía. De pronto desperté y al abrir los ojos lo primero que vi fue que estaba rodeado
por los vecinos, todos muy bien vestidos, con ponchos rojos de rayas negras, y junto a ellos estaba el niño Arias. Me sobresalté al despertar de esa manera, rodeado por todos ellos, después de todo yo
era un extraño en su fiesta, nunca antes los había visto. Uno de ciudadanos se me acercó diciéndome “te estábamos esperando”. Quedé desorientado. Nadie sabía de mi viaje a la Isla. Instintivamente l
pregunté por qué me estaban esperando, y el principal de ellos, el Mallku originario Isidro Ari as López –el padre del niño-- me dijo: “usted está aquí porque nos va a ayudar. Anoche hemos leído en la
coca que tendríamos un visitante de la ciudad, y en este momento no hay otro viajero que usted”. Inmediatamente me puse de pie, me acerqué a él y a los que me rodeaban y me presenté, dándole u
abrazo a cada uno de ellos. Mostrándoles mi identificación, les dije: “soy investigador adscrito al Instituto Nacional de Arqueología, si está a mi alcance ayudarlos, lo haré con mucho gusto”. Después de
la presentación nos dirigimos juntos hasta la comunidad, donde ardía una fogata. Me invitaron a su fiesta y aproveché para bailar las danzas del lugar; cené, y aunque había mucha bebida, me abstuve
porque no estoy acostumbrado a tomar alcohol menos al trago fuerte. La fiesta duró toda la noche, la familia Arias me proporcionó un cuarto para que me alojara. Desde ese día con el Chino Arias nos
hicimos muy amigos. Ahora ya es mayor y está casado y con muchos hijos.
Por qué me dijeron que me estaban esperando y que tenía que ayudarlos
Años después comenté con el ingeniero Freddy Arce que la noche en que los conocí, los lugareños de Ch’allapampa me dijeron que según su lectura de la coca yo tenía que ayudarlos. Freddy me dijo:
“¿te acuerdas que construimos juntos la escuela para la comunidad de Ch’allapampa en 1986 y mejoramos el sistema precolombino de cultivos en takanas con el financiamiento del Fondo Social de
Emergencia? Este financiamiento no le costó ni un centavo a la comunidad de Ch’allapampa, seguramente se referían a eso”.
Así conocí a las personas que me revelaron dónde se encontraba la Chinkana
Los atardeceres en la isla del Sol son extraordinarios. Aprovechando que el cielo no estaba nublado, decidí dar un paseo por los alrededores de la comunidad Ch’allapampa, donde me había alojado.
Caminando subí a lo más alto de la colina, para descansar me senté en una piedra grande para desde allí deleitarme con extraordinario paisaje. En la parte baja de la Isla se podían ver las casitas de sus
moradores, quienes retornaban de sus chacras llevando su producción a lomos de sus burritos y llamas. En el horizonte del lago, los últimos rayos de luz teñían con un color rojizo las eternas nieves de la
cordillera de los Andes. Recorriendo con la vista se podía divisar los pequeños islotes y las embarcaciones de pescadores, que navegaban dejando blancas estelas.
Mientras contemplaba ese paraíso, en uno de los caminos de herradura de la Isla, observé que se acercaba a paso lento una pareja de campesinos. En ese momento deseaba compartir mi alegría co
alguien más, así que decidí darles alcance. Les di la mano, nos abrazamos y me presenté: “mi nombre es Antonio Portugal, me dicen Piolo”. El hombre hablaba muy poco castellano y me dijo: “yo me
llamo Pascual” y tímidamente extendió su mano para estrechar la mía. “Mi mujer se llama Juana, sólo habla aymara”, añadió.
Es normal que los viejos aymaras antes de mantener una conversación con un desconocido le miren directamente a los ojos. En mi caso fue así: parecía que con su mirada me estuviesen estudiando antes
de iniciar la charla, instantes después entablamos una conversación. Les comenté que la noche anterior pasé la fiesta con los comunarios de Ch’allapampa, quienes se habían portado muy bien conmigo,
que la fiesta estuvo entretenida. Les dije que era la primera vez que estaba de visita en la isl a sagrada, les comenté que yo había viajado por muchos países y que la isla del Sol es uno de los lugares más
ellos que había visitado. Ambos seguían mirándome fijamente y me preguntaron si yo era de la ciudad de La Paz. Les dije que vivía en la ciudad de La Paz, pero que había nacido en el pueblo d
Chulumani, que se encuentra en los Yungas, que desde muy niño había vivido en la ciudad de La Paz, como también en los Estados Unidos, en Europa y en Asia. Ellos me dijeron que conocían los
Yungas, me dicen que la coca de allí es dulce, y que el único lugar fuera de Bolivia que conocían era el Perú, porque normalmente navegan por el lago Titicaca entre los dos países sin necesidad de
documentos. La conversación se hizo más amena: hablamos de todo un poco, les pregunté si conocían ruinas antiguas en el área o algo sobre los antiguos moradores de la Isla. Pascual me dijo que no
eran de la Isla, que se encontraban de visita. “Nosotros venimos del lago Menor, que está al otro lado del lago Mayor”, me explicaron, y añadieron que al día siguiente retornarían a su casa. Les pregunté
si habían venido navegando desde el lago Menor, me respondieron que vinieron en camión hasta la localidad de Yampupata, que desde allí su yerno los había recogido en su bote de pesca para llevarlos
a Q’asapatxa y que estaban en esa localidad desde hacía cinco días; que cada año visitan la Isla para estar con su hija, su yerno y sus nietos. Pascual me preguntó qué es l o que yo hacía en la Isl a; le dije
que estaba de visita aprovechando para realizar investigaciones arqueológicas del lugar, que en un futuro puedan servir para efectuar excavaciones. Me preguntaron cuándo podría visitarlos en su
comunidad, porque allí también había construcciones de los antepasados. Yo les expliqué que en la ciudad de La Paz hay una organización del Estado, el Instituto Nacional de Arqueología, que los
directores tienen que aprobar cualquier estudio antes de realizar investigaciones de carácter arqueológico; esa es la forma en que se trabaja normalmente. Les aclaré que no cuesta nada pero hay que
presentar algunos papeles. Pascual me preguntó si yo podía también buscar restos arqueológicos donde ellos viven. De rato en rato, Pascual le traducía nuestra conversación a su mujer, Juana.
Les pregunté si las ruinas en su comunidad estaban cerca de su casa y si ellos habían visto objetos antiguos o construcciones grandes, si habían detectado tejidos o cerámica antigua allí. El hombre me
contestó que sí, que mientras trabajan en sus chacras con el arado normalmente encuentran ollitas, huesos y cerámica fragmentada, que en todos los alrededores del lago habían vivido los antiguos; dijo
además que cerca de su comunidad existe un túnel que lo llaman la Chinkana, pero los del lugar no quieren abrirlo: “nosotros somos supersticiosos y sabemos que puede venir la mala suerte para todos
nosotros si lo abrimos”, explicaron. Me dijeron: “nuestros abuelos nos contaron que hace años atrás salían otro tipo de personas que no eran como nosotros de este túnel, y que ahí mismo se podían ver
naves voladoras redondas. Los que salían del túnel viajaban en esas naves redondas, son como del reloj que usted tiene. Actualmente los del lugar hablan mucho de los objetos luminosos en el lago, que
inclusive salen volando desde el interior y entran de igual modo; nosotros mismos los vemos regularmente”. Les pregunté si yo podría ir a estudiar y explorar el lugar, me respondieron que sí. “Te voy a
explicar cómo llegar”, me dijo Pascual, y acto seguido se agachó y con un palito dibujó en el suelo una especie de plano: “acá se encuentra mi comunidad, la escuela y la iglesia”, a continuación trazó
na línea recta y me dijo: “acá es donde se encuentra la entrada al túnel”. Les pregunté si ellos nos llevarían al túnel cuando los visitara en su pueblo, Pascual consultó en aymara con su mujer, y ambos
contestaron que sí.
Atardecía, eran los últimos rayos del sol, las estrellas se iluminaban en su esplendor y la luna empezó a salir por el Este. Pascual me dijo que la casa de su hija estaba aún lejos, que ellos viven en l
comunidad de Q`sapatxa, vecina de Ch’allapampa, que tendrían que llegar antes de que oscureciera. Les agradecí por conocerlos y por la información que me proporcionaron, con un pequeño abrazo nos
despedimos. Ellos continuaron caminando apresuradamente; después de caminar un poco, la mujer volteó hacia mí y con una señal de su brazo volvió a despedirse.
Llegué de noche a la comunidad de Ch’allapampa, me preguntaba cómo habrían llegado Pascual y Juana a la casa de sus familiares en Q’asapatxa. En casa de la familia Arias, donde me alojaba, l
comenté a don Isidro Arias que había conocido a don Pascual y a su mujer Juana; añadí que eran los suegros de don Roberto Limachi, que vive en Q’asapatxa. Don Isidro Arias me dijo que no lo
conocía y tampoco a su yerno, me aclaró que ningún Roberto Limachi vive en Q`asapatxa, “todos nos conocemos en la Isla y nunca he oído hablar de ellos”, me dijo. Esa noche no pude dormi
recordando la expresión de la cara de Pascual, quemada por el sol y toda arrugada por el pasar del tiempo, la forma tan bondadosa y profunda de mirarme, como diciéndome “continúa con tu tarea, yo
sólo soy un contacto para que cumplas tu misión”. Poco a poco me daba cuenta de que aquel encuentro no fue casual, y mi intuición me decía que la señal que estaba esperando desde hacia mucho tiempo.
preguntándome a gritos si me encontraba bien, y qué había encontrado; yo lo escuchaba como si fuera el eco de una voz y le respondía también a gritos que me encontraba bien y que pronto saldría. Traté
de internarme un poco más pero no quise correr más riesgos. Dejé de caminar para poder examinar el lugar, pero la luz de la linterna apenas alumbraba, ya que la oscuridad no me permitía ver más lejos
hacia el fondo, decidí interrumpir mi exploración de la Chinkana, di media vuelta para retornar. El túnel estaba oscuro, a lo lej os apenas podía ver la luz de la entrada. Me dio claustrofobia, lo único que
deseaba era salir de allí. No podía avanzar rápidamente porque tenía que caminar hacia arriba y con el barro me resbalaba a cada rato, aunque sin caerme, hasta que llegué a las gradas y pude divisar
mejor la luz de la entrada.
Dentro de la Chinkana
Cuando estuve fuera del túnel mi alivio fue grande: ya podía respirar aire puro. Juan Carlos me preguntó qué es lo que había allí adentro; le expliqué que con la linterna no se podía ver mucho, que no
sabía cuán largo era el túnel. Esta vez Juan Carlos también se decidió a entrar nuevamente a la Chinkana. Le advertí que había varios escalones, que una vez pasadas las gradas debía tener mucho
cuidado porque había una pendiente cubierta de barro resbaladizo. Mientras tanto, nuestro amigo Andrés no decía absolutamente nada, sólo nos observaba. Le preguntamos una vez más si había ingresado
antes en el túnel, pero se negó moviendo la cabeza, aunque nos dijo que no había por qué preocuparse. Le pregunté si se atrevía a entrar al túnel, se negó nuevamente moviendo la cabeza.
Juan Carlos empezó a descender; de rato en rato también le preguntaba a gritos si se encontraba bien. El contestaba que sí, aunque después de unos minutos volví a gritarle y no me contestó, por lo que
estuve a punto de volver a ingresar en su búsqueda, pero segundos después, él silbó, con ello indicaba que pronto estaría de regreso.
Fuera del túnel nos preguntamos con Juan Carlos a dónde ll egaría la Chinkana; le dije que era cultural por lo bien construidas que estaban las escalinatas, las paredes y el techo, y que las figuras pétreas
que se encontraban en las paredes tenían mucha similitud con las que se hallan en Tiwanaku. Pude ver el pico de un cóndor en una de las paredes, Juan Carlos me confirmó que él también había visto esas
figuras.
Cómo ya oscurecía decidimos volver a la ciudad de La Paz, con la esperanza de regresar lo más pronto posible, trayendo el equipo apropiado, linternas más potentes, una soga de por lo menos 200
metros para amarrarnos en caso de necesitar ayuda, y, si fuera posible, un generador de energía eléctrica para alumbrar mejor la Chinkana; inclusive hablamos de botellas de oxígeno, ya que allí adentro
nos faltó el aire.
Antes de retornar a la ciudad de La Paz, cerramos la puerta de entrada, la tapamos con tierra para dejarla como la habíamos encontrado antes de abri rla. Le preguntamos a Andrés dónde vivía para que
cuando volviéramos él nos ayudara nuevamente, pero no quiso decírnoslo; también le preguntamos si nos ayudaría la próxima vez; él nos dijo que posiblemente. “¿Dónde te ubicaremos cuando
volvamos?” le preguntamos, respondió que él nos ubicaría. Juan Carlos y yo le pedimos que no avisara a nadie más lo de la Chinkana, que le pagaríamos muy bien por mantener el secreto. No contestó
Antes de despedirnos de Andrés le ofrecimos dinero, él no aceptó y nos dijo que cuando volviésemos le trajéramos alcohol, coca y una mesa blanca para ofrendarla a la Pacha Mama; que si no lo
hacíamos el túnel nos comería. Nos dijo también que este túnel tiene muchos kilómetros y muchas ramificaciones. Le preguntamos entonces: “¿tú también has entrado antes que nosotros?” y él nos
respondió: “pronto se enterarán que ustedes dos son los primeros después de muchos años en haber ingresado a la Chinkana”. Nos dio la mano y se despidió, llevándose los dos barrenos y su pequeño
cincel, que lo puso en el bolsillo trasero de su pantalón. Con Juan Carlos comentamos: “Andrés no es de esta localidad, su manera de ser y actuar es totalmente diferente a la de los lugareños y a l
nuestra. Sin él no hubiéramos podido abrir la puerta de la Chinkana; él tenía el conocimiento y la forma de abrirla”.
Ubicación de la Chinkana
Aún no estoy autorizado para dar a conocer el lugar exacto donde se encuentra la entrada a la Chinkana, pero puedo indicar al lector que se interna debajo el lecho del lago Menor. Esta Chinkana es u
túnel cultural construido por civilizaciones muy antiguas. Por donde ingresamos es el respiradero del túnel y se encuentra no muy lejos de la playa. Entre la playa y el lugar no existen cerros ni es zona
pedregosa. Actualmente los campesinos tienen sembradíos en el área.
He pensado muchas veces cómo es posible que no hubiéramos sido vistos por los campesinos aquel día en que abrimos la puerta del túnel: todos los que hemos vivido alguna vez en el campo sabemos
que ellos pueden detectar inmediatamente cualquier movimiento en la lejanía. Las preguntas son: ¿Los campesinos conocen desde mucho tiempo atrás la existencia de la Chinkana? ¿Nos veían
esperaban que encontráramos algo? ¿O Andrés no es del lugar y más bien proviene de la ciudad iluminada, aquel día él nos camufló o nos hizo invisibles para que no fuéramos vistos?
Seres de luz
ciudades subterráneas con sus respectivos templos con las que se conectan; que el túnel donde yo había ingresado estaba destruido en tres tramos y que en el futuro serán reconstruidos, que tiene muchas
ramificaciones, pero existe actualmente otra entrada que da directamente a una de las ciudades y sus templos. “Por donde entraron ustedes es un escape y respiradero --precisaron--, años atrás era normal
que esa puerta de piedra estuviera abierta, pero las principales entradas son grandes y se encuentran en las faldas de las montañas. Una de las ciudades más importantes está justo debajo del lago
Titicaca. Tú podrás verla de vez en cuando, no en el plano físico, sino en el astral; para ello te prepararemos. Tu amigo Juan Carlos regresará a los Estados Unidos. Es ambicioso, pero no se lo pued
culpar. Sólo buscaría tesoros. Tú, por el contrario, estás en busca del conocimiento, pero aún no estás preparado; nosotros te guiaremos. A Pascual y a Juana los pusimos nosotros, lo mismo que a
Andrés; con ellos nunca más te verás. Los campesinos del área saben del lugar, pero no lo tocan; ellos mismos en un futuro cercano cuidarán de este sitio y de los otros lugares sagrados de los Andes, se
vienen importantes transformaciones para los indígenas: desarroll arán actitudes positivas, habrá muchos cambios a nivel social y político para ellos, que son los descendientes directos de los moradores
de Tiwanaku”.
La estatura de los seres que me visitaron esa noche eran como la de un humano mediano y sus cuerpos brillaban en la oscuridad. Lo que más me llamó la atención fue la profundidad en la mirada de sus
ojos, eran más grandes de lo normal, de un color amarillento verduzco, se contactaban directamente con los míos mediante el hilo delgado y tenue de un haz de luz, parecido al láser. Yo sentía que este
haz de luz se introducía por mis ojos y dentro de mi cerebro; traté de cerrar los ojos pero no podía. Estas miradas directas venían de ambos seres, ellos se turnaban: primero el que estaba parado frente a
mi cama y después el que se encontraba sentado junto a mí. Su cabellera era de color dorado, y en la oscuridad del dormitorio brillaban aún mucho más. No emitían olores ni ruidos. Sus trajes era
claros, no metálicos, como si llevaran túnicas. No sé si eran de sexo masculino o femenino. Después de unos segundos o minutos empecé a tranquilizarme. Lo que sucedía en el dormitorio era real
verdadero: ya no estaba en duermevela, me encontraba despierto y absolutamente consciente de lo que ocurría. En ese momento empecé a captar todos sus mensajes con total claridad, sobre todo los de
ondad y amor. Me decían que no tenía nada que temer y que más bien yo era un escogido. Me sentí mucho mejor y mi espíritu se vio invadido por una paz que nunca había experimentado antes. Ya
tranquilo, entre los diversos mensajes que recibí puedo asegurar que una de las misiones de ellos es la de cuidar y proteger la cordillera de los Andes, el lago Titicaca, la Amazonía, pues allí están las
ciudades sagradas subterráneas, donde se guardan los secretos de nuestros antepasados. Que muy pronto surgirán las escrituras antiguas, y los investigadores tienen la tarea de traducirlas, junto con los
símbolos iconográficos plasmados en las piezas líticas que se encuentran en Tiwanaku. Ellos desean que los arqueólogos se ocupen de eso, hasta donde la capacidad de los humanos pueda descifrar. Ya
lo tienen todo resuelto en esta materia, lo que no desean es que se destruya el patrimonio arqueológico porque es el único vestigio de nuestros ancestros. Me dijeron: “trabajen con los medios técnicos de
la electrónica actual (me imagino que con las actuales computadoras). Nosotros te pusimos en Tiwanaku, y es por eso que tú siempre estás allí. No podrás alejarte hasta que cumplas tu misión”.
Otra de sus preocupaciones es la tala y la deforestación de la selva Amazónica, que cambiarán el clima. Varios de los secretos se encuentran también en las selvas que van desde las faldas de los Andes
hasta el océano Atlántico y entre las montañas de los Andes, en el Altiplano y los desiertos del Oeste sudamericano. Poco a poco, mientras las personas tomen conciencia, aparecerán muchos más
secretos. Mucha de la información que me proporcionaron no la puedo dar a conocer aún; espero hacerlo pronto, cuando ellos retornen en el plano físico.
Advertencia de no volver a la Chinkana
Después de haber captado mentalmente las conversaciones, y antes de despedirse, me advirtieron nuevamente, casi amenazándome, que no reveláramos el lugar ni nos atreviéramos a entrar nuevamente a
la Chinkana porque no era el momento, mi amigo y yo no estábamos preparados para ello. Que pronto volverían.
Se despidieron moviendo los brazos, manos y cabezas como gesto de amistad. Mi mano izquierda aún brillaba, pese a que ya no estaba junto a la del visitante; la sentía adormecida como cuando uno se
duerme encima del brazo. Ellos salieron por donde entraron, dejando en la pared del dormitorio una luminosidad que duró varios minutos.
Me temblaba el cuerpo, podía sentir mis músculos retorcerse, mi cuerpo, cara y cabellos estaban bañados por el sudor, y no obstante sentía al mismo tiempo una paz y una tranquilidad espiritual que sólo
puedo describir como felicidad y plenitud. Durante unos minutos estuve meditando sobre lo ocurrido, luego prendí la luz de cabecera y me levanté para ir al baño. Tenía mucha sed, mi boca estaba seca,
lo único que deseaba era tomar un poco de agua. Llegué al lavamanos y bebí agua del mismo grifo. Me vi en el espejo con los cabellos despeinados, con la nariz y la boca ensangrentadas. Tuve que
lavarlas y cambiarme el pijama, que estaba manchado de sangre.
Al perci bir ruidos en mi dormitorio y en el baño, mi padre se levantó para ver qué ocurría. Al verme pálido y con restos de sangre me preguntó qué es lo que me había sucedido. Después de terminar de
asearme le dije que se lo contaría y lo acompañé a su dormitorio, donde mi madre también estaba despierta. Me senté en un sillón, ellos me escuchaban atentamente desde su lecho, les relaté todo lo que
me había sucedido: quería desfogarme y con quién mejor que con ellos. Mis padres, muy preocupados, me preguntaron si no había ingerido bebidas alcohólicas o drogas. Yo les aseguré que todo lo que
me ocurrió esa noche en mi dormitorio era verdad. Mi madre empezó a llorar y rezar, pidiendo que no nos fuera a suceder nada malo.
Epílogo
Han pasado 26 años desde aquella noche de 1981 en que los seres de luz se presentaron en mi dormitorio. Antes de marcharse, ellos me anunciaron que volverían cuando yo estuviera preparado, aú
espero su regreso; sin embargo continúo comunicándome mentalmente con esos seres, mi deseo es verlos nuevamente en el plano físico, porque me ayudaría recibir la inmensa energía que dejaron en mi
cuerpo en esa oportunidad. Aquella energía me permitía tener una actividad incansable si n apenas comer o dormir –aunque sí sentía mucha sed– y a la vez me daba la posibilidad de poder perci bir un
aura violeta blanquecina en la gente buena, y oscura en la mala. Todo fluía y se facilitaba en mi vida. Desde entonces empecé a desdoblarme y a tener sensibilidad para la radiestesia.
Estoy consciente de que aún no me hallo preparado para desempeñar algunas de las misiones que me han encomendado y de que no he cumplido con otras. Aún guardo muchos mensajes que no será
revelados hasta que reciba la orden. Con el pasar de los años y con mi edad, aunque me siento bien de salud, me he estado debilitando física y mentalmente. Además, Juan Carlos y yo ya no somos los
nicos con los que ellos se han contactado; ciertamente aquellos afortunados están mucho más capacitados que nosotros y cumplen mucho mejor su misión.
Constantemente visito el lago sagrado del Titicaca, unas veces como turista y otras con trabajos de investigación arqueológica. En algunos de esos viajes sondeo la zona del túnel. He observado desde
lejos y con mucha prudencia el lugar preciso donde se encuentra la entrada. Las construcciones de la comunidad vecina se están acercando cada día más a la Chinkana.
Prólogo
Chinkana significa, lugar donde uno se pierde o se esconde. Son túneles o laberintos construidos por las civilizaciones precolombinas de los Andes, posiblemente con fines iniciáticos y de
comunicación.
En mis investigaciones sobre la tradición oral aymara he recopilado varios relatos referentes a luminosas ciudades subterráneas (debajo de Kupakati y de Mulluqhatu) y a chinkanas o túneles que
atraviesan el lecho del lago Titicaca, uniendo a la isla del Sol con Coati, Apinkila, Tiwanaku y el Cuzco. Algunas de estas narraciones tienen un evidente carácter mítico, y otras se refieren a
hechos reales, susceptibles de ser comprobados, más allá de que en todo mito hay un sutil fondo de verdad. Un caso ilustrativo es el del nonagenario Marcelo Ticona, de Q’asapatxa (a quien tuve
el privilegio de entrevistar en 1991, poco antes de su muerte), cuyos datos aparentemente fantasiosos condujeron al descubrimiento de una plataforma subacuática de piedra con ofrendas de oro
tiwanacotas e incas, situada entre los islotes de Quwa y Pallalla. Este antecedente debería llevar a tomar más en serio y explorar debidamente las mencionadas historias de chinkanas, así como
otros relatos referentes al templo incaico sumergido de Päpiti, próximo a la isla Apinkila o Campanario, y acerca de la legendaria “Ciudad Eterna” de Wiñay Marka, supuestamente cubierta por
las aguas del lago Menor (que según los estudios geológicos del ORSTOM comenzó a formarse hace 3,500 años, durante la época Chiripa, con los rebalses del lago Mayor). Aunque se h
encontrado ruinas subacuáticas en otras partes del lago, la posible ciudad chiripa de Wiñay Marka queda aún por descubrir.
A partir de la información que recogió en la isla del S ol el investigador adscrit o al I NAR, Antonio P ortugal, descubrió una enorme chinkana al sur del lago Titicaca. S u relación de las peculiares
circunstancias del hallazgo, la exploración de la Chinkana y las sorprendentes razones que le impiden revelar su ubicación exacta constituye un testimonio extraordinario, tan fascinante e intenso
que su lectura me atrapó irresistiblemente y su recuerdo me persiguió durante varios días de obsesión y noches de insomnio.
Por mis propias pesquisas sobre el asunto, no pongo en duda la existencia de l a Chinkana ni el hecho de s u descubrimiento. Respecto a los extraños seres que le vedaron al autor dar a conocer su
hallazgo, trato de evitar dos extremos igualmente absurdos. Para no caer en la credulidad acrítica del New Age, ávida de portentos baratos y milagrería histérica, ni tampoco incurrir en el estéril
escepticismo neopositivista, que niega la existencia de todo aquello que no puede ser pesado ni medido, por el momento dejo en suspenso cualquier juicio: no afirmo ni niego nada a priori, hasta
contar con nuevas evidencias. Pero sí puedo avalar la sinceridad de un testimonio espontáneo y directo que, sin forzar la verosimilitud ni buscar convencer a nadie, se abandona con inocencia al
lujo de los desconcertantes hechos que describe. También estoy en condiciones de dar fe de la integridad y la seriedad de su autor, porque lo conozco desde hace tiempo y conozco asimismo su
trabajo. En 1972, recién salidos de la adolescencia, él y yo hicimos junto con mi padre un memorable viaje a la zona kallawaya, que más adelante fue decisivo para despertar la vocación de ambos
or el estudio de las culturas andinas y su patrimonio arqueológico. Desde entonces compartimos nuestras inquietudes y mantenemos un fructífero intercambio de nuestros respectivos hallazgos de
investigación.
Puedo declarar además que la energía luminosa que Antonio dice haber recibido de esos etéreos seres del subsuelo se parece en sus efectos a la que yo mismo sentí durante una experiencia mística
en la isla del Sol (muchos de los que investigamos la arqueología andina hemos tenido experiencias semejantes, pero Antonio es el primero que se atreve a hablar de ellas). Por último, sin tener
referencias de este libro ni de su autor, una persona con facultades psíquicas describió a los consabidos seres de enormes ojos rasgados como maestros de luz en el plano astral, que habitan
resplandecientes ciudades del intramundo y guían a la humanidad en su evolución espiritual. (De manera parecida, en la tradición budista, los bodhisattvas llegan hasta los umbrales del Nirvana,
ero deciden abstenerse de dar este paso final y se quedan indefinidamente en el mundo para ayudar al desarrollo espiritual de sus hermanos menos avanzados).
Para concluir, estoy convencido de que en el universo no hay lugar para lo sobrenatural: todos los fenómenos, sin exclusión, obedecen a leyes que emanan de un orden superior, a la vez inmanente
trascendente, y las aparentes excepciones se deben a que nuestro conocimiento de esas leyes es todavía insuficiente. Pero a medida que avance la ciencia y se facilite su diálogo con el
conocimiento espiritual irá retrocediendo la frontera de lo inexplicable, y no sería nada raro que en un futuro cercano los hechos insólitos que relata este libro puedan ser perfectamente
explicados y comprendidos como algo común y corriente.
Fernando Montes Ruiz
Prefacio
El lago Titicaca es uno de los lugares más hermosos y misteriosos de América. Sus aguas bañan un extenso territorio de Bolivia y Perú, y conserva una población mayoritariamente indígen
originaria, que aún guarda las tradiciones de las culturas anteriores a la llegada de los españoles. Son muchas las historias que se han tejido en su entorno y genera un halo de misterio que aún
hoy continúa asombrándonos.
Hace unas décadas era prácticamente imposible hablar de restos arqueológicos sumergidos en el lago, ya que los estudiosos de la época se dedicaban a llenar de duros epítetos a quien lo hici era,
descalificando cualquier opinión al respecto. Sin embargo, desde hace unos diez años, las cosas han cambiado notablemente.
Recientes estudios han comprobado que el lago Titicaca sufrió numerosos cambios en su configuración, debido probablemente a drásticos cambios cli máticos que aún hoy no han podido ser
entendidos a cabalidad. Por ejemplo, a través de perforaciones en el sedimento existente en sus profundidades se ha podido conocer que hace 5.000 años, el lago tenía un nivel mucho menor al
actual y que posteriormente llegó a su actual altura de 3.810 metros sobre el nivel del mar.
Eso explica que durante una expedición conformada por buzos de la Marina de Guerra peruana y expertos en oceanografía de esa nacionalidad, realizada durante el mes de octubre del año 2002,
se descubrió restos de lo que podría ser una ciudad perdida, construida bajo las aguas del lago por un pueblo predecesor del incaico. Se trata de las ruinas de lo que sería una ciudadela escondida
en los abismos del lago. A ocho metros de profundidad, los buzos lograron apreciar murallas de piedras perfectamente encajadas unas con otras, muy similares a las encontradas en Tiwanaku o en
acchu Pichu. En dicha exploración submarina también se encontró una plataforma de piedra con figuras cerámicas similares a las que se hallaron en lugares de ofrendas y sitios sagrados. Más
información surgida de esa expedición se refería a una estructura de f ormación rocosa, con veinte metros de diámetro y hasta tres metros de altura (que sobresalía del agua), sobre la cual hay una
estatua pétrea en forma de llama, típico camélido oriundo de los Andes.
Como estas, son muchas las versiones sobre la existencia de estructuras subacuáticas en las que intervino la acción humana. Se han hallado manifestaciones monumentales y restos arqueológicos
que a través del tiempo permanecieron desconocidos, hasta aparecer ante nuestros ojos recién en el presente.
Es importante recordar que la invasión española pretendió liquidar todas las expresiones culturales anteriores a su llegada. Una muestra de ello son l as medidas extremas, como la prohibición de
usos y costumbres y la obligatoriedad de hablar el idioma del invasor, implantado en su lugar usos y costumbres europeos y una religión foránea como el cristianismo. Con este fin construyeron
iglesias como señal de imposición de la religión traída por los invasores. Sin embargo, la tradición de que ese sitio era sagrado no murió, y más bien pervivió en la memoria colectiva de los
ueblos originarios allí asentados. Los relatos del pasado lejano fueron transmitidos de una generación a otra.
La naturaleza ayudó a hacer del lago Titicaca un embudo que absorbe la energía del universo. Las culturas preincas y l os propios incas lo comprendieron con su sabiduría, decidiendo hacer de
esta mágica formación un santuario sagrado.
Dentro de ese panorama, fue la isla del Sol la cuna de los Incas. Este si tio, más conocido como Inti Marka --como se le llama en aymara--, es una pequeña afloración de roca que emerge en el lago
Titicaca, rodeada de un círculo inmenso de montañas. Con tanta espiritualidad brotando de la tierra, el lugar mantuvo su carácter sagrado, y se lo puede definir a través de dos conceptos:
inmensidad e interiorización. Esta conjunción sólo es posible cuando el visitante se deja abrazar por los misterios del lugar, generándose una conciencia de su importancia histórica, geográfica,
energética y espiritual, entendiendo ésta como la sintonía del hombre con el universo.
o debemos olvidar que el gran imperio Inca se originó en la Roca Sagrada o Titikala, donde se dice que los incas sintieron la energía por primera vez. Surgieron de una ciudad sumergida, que los
lugareños llaman Markapampa, y que según cuentan los ancianos de la región habría sido devorada por las aguas de tres diluvios. El primero formó lagunas, el segundo hundió ciudades y el
último llenó con agua el vaso de 300 metros de profundidad que es el lago, dejando expuestas las puntas más altas e imponentes de las montañas.
¿Esos mitos y leyendas están basados en historias reales? ¿Será esa la explicación de los famosos túneles que muchos dicen conocer, aunque nunca nadie reveló su naturaleza y menos su
ubicación?
La presente obra, producida por mi amigo Antonio Portugal, es una extraordinaria muestra de que en el lago Titicaca exist en muchas cosas que la arqueología aún no ha podido develar. Es por
ello que este relato, que para muchos puede significar solamente una extraña historia fantástica, debe merecer una cuidadosa reflexión que motive a las diferentes entidades dedicadas al estudio
del pasado a profundizar las investigaciones de nuestro legado ancestral y responder así a los numerosos interrogantes que aún quedan pendientes, para conocer mejor los misterios del lago
Titicaca.
Freddy Arce Helguero
La Chinkana del Titicaca es un testimonio vivido y fascinante sobre el descubrimiento del túnel precolombino más grande y profundo jamás encontrado debajo las aguas del lago Titicaca, sobre las insólitas circunstancias de su hallazgo, y sobre los extraños seres de luz que
impiden revelar su ubicación exacta pero que en cambio hacen otras muchas revelaciones. El lector se verá irresistiblemente atrapado por la abismal gravitación del relato.
Guillermo Antonio Portugal Alvizuri nació el 14 de junio de 1948 en la población de Chulumani, departamento de La P az, República de B olivia.
Desde hace muchos años fue miembro del instituto Nacional de Arqueología (INAR) hoy la Unidad Nacional de Arqueología(UNAR), habiendo desarrollado diferentes investigaciones que han apoyado al desarrollo de la arqueología.