El Arte de Ver Los Toros

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" U N O AL / E / G C T '

CUI^ DEL E / P E C T A D O R
E L A R T E D E V E R LOS TOROS
O B R A S D E L MISMO AUTOR

D E L NIÑO D E D I O S

El primer torero, Lagartijo (Agotada)


Los dramas del toreo . . id.
Recortes y galleos . . . id.
Necrología taurina . . . id.
D E UNO A L S E S G O

Almanaque Taurino, 1911 id.


Los crímenes del gallismo . id.
Los reyes del toreo . . . id.
Chistes taurinos. . . . . id.
Joselito el Gallo id.
Para leer en el tendido . . id.»
Los ases del toreo. (4 series)
A los cuarenta y tantos años de ver toros.
Los novilleros punteros.
El arte de Ver los torOS. Nueva. Edic.ilustrada
Toros y toreros en 1924 (en colaboración
con Don Ventura)
Toros y toreros en 1925 id.
Toros y toreros en 1926 id.
Toros y toreros en 1927 id.
Toros y toreros en 192B
D E TOMÁS ORTS-RAMOS

De la Sangre del toro. Narración novelesca


UNO AL SESGO

EL ARTE DE VER LOS


TOROS

GUÍA D E L E S P E C T A D O R

NUEVA EDICIÓN ILUSTRADA


CORREGIDA Y NOTABLEMENTE AUMENTADA

BARCELONA
EDICIONES DE LA FIESTA BRAVA
ARAGÓN, 197
Es propiedad del autor

Establecimieato Tipográfico1 de Hernández e Irsmzo.—Barcelona


' D e d i c a t o r i a

Para mi hijo Edmundo:

Que como MEDIO AL SESGO,


y en calidad de sobresaliente de revis-
tero, sin perjuicio de ir a clase, no
estará de más que aprenda E L A R T E
D E VER L O S TOROS, que no es lo
mismo que el arte de mirarlos, y asi se
vaya preparando para la alternatioa,
que ya es cosa de tiempo nada más.

UNO AL SESGO
Palabras preliminares
itúlase este librito ARTE DE VER LOS
TOROS. Guía del espectador taurino,
porque así conviene a los fines edi-
toriales, no porque el autor tenga
la pretensión de imbuir el tal arte al
lector de estas páginas, ni la más temeraria toda-
vía de guiar al espectador, pues le es ya de antiguo
conocida la rebeldía del taurino a seguir caminos que
le aparten del trillado, por lo mismo siempre más
practicable. Y no es floja ventaja.
Pero ya que, sea por lo que sea, hemos titulado
ARTE DE VER LOS TOROS a este librito, aprovechare-
mos la oportunidad que el título nos brinda para
decir algo que se nos antoja importante y conve-
niente para la orientación, del lector.
Los toros, o sea, la fiesta taurina, como sucede con
todos los espectáculos y en general con todas las
manifestaciones del ;Arte, pueden considerarse desde
dos puntos de vista diferentes y hasta casi se podría
decir antagónicos: uno es el del simple espectador
aficionado, y otro el del profesional y por extensión
el del aficionado práctico.
Para estos tienen los lances del toreo un valor
8 "UNO AL SESGO"

técnico, mientras que para aquéllos no lo tienen más


•que espectacular.
De ahí se infiere que por lo menos dos, y no uno,
hablan de ser los artes de ver los toros.
¿Cuál de ellos es el que en estas páginas se pre-
tende enseñar?
En la intención, el que sólo atañe al espectador,
pero discriminarlos, no es cosa fácil en todos los mo-
mentos ; y sin querer, en la mayoría de las ocasiones
se invadirán ambos campos, por lo mismo que en la
vida diaria, entre aficionados, ambos se mezclan y
confunden, por un prurito, que acaso no fuera teme-
rario llamar malsano, de ver, apreciar y hablar "en
torero", con lo que nos parece que damos mejor
idea de nuestra suficiencia, cuando en realidad lo
que ocurre es que enturbiamos nuestro juicio y fal-
seamos nuestra verdadera opinión.
La manera de evitarlo, en esta labor mía, no se
me alcanza y he acabado por no pretenderlo ; pero
sí quiero poner en guardia al lector, ya que no para
que consiga él lo que yo no he conseguido, al menos
para que en instantes de desorientación, cuando vea
rebatido su pensar y echada por el suelo su opinión,
ante el pensar y el opinar de otro aficionado, profe-
sional o práctico, que por una de estas dos razones
suponga con mayores y mejores elementos de juicio
para dictaminar, recuerde que hay dos artes para ver
los toros, tan distintos uno de otro que en muchos
momentos son antagónicos.
EL ARTE DE VER LOS TOROS 9

E l torero y el que ve los toros con ojos de torero,


no hay más remedio que repetirlo, da la máxima im-
portancia a detalles y formas de ejecución de las
suertes que el no profesional, el simple aficionado
espectador, es muy difícil que aprecie, aun cono-
ciendo teóricamente y de memoria en qué consisten.
E l entusiasmo, la emoción, que le haga experimentar
un determinado lance, por su belleza, por su gallar-
día, por su elegancia, por lo que haya puesto de per-
sonal, y por lo tanto de nuevo e imprevisto, el dies-
tro que lo realiza, distraerá su atención hasta el punto
de olvidar en qué terreno, con qué ventaja o desven-
taja, etc., se ha llevado a cabo. E l profesional, por
el contrario, eso es lo que tendrá en cuenta; y sobre
nuestro entusiasmo verterá un, jarro de agua fría,
haciéndonos saber que aquello hubiera tenido mérito
un poco más fuera del tercio, bajando otro poco más
el capote, adelantando la pierna contraria, etc., et-
cétera, también. Total, que el aficionado espectador
que estaba la mar de contento con el buen rato que
el tal torero le había dado, so pena de confesar su
ignorancia, ha de renunciar a la impresión recibida
y trocarla por la ajena.
En tauromaquia, como en todo, el profesional es
un mal crítico. Por mucho que sea su desinterés,
por grande que sea su deseo de objetivar, por esfuer-
zos que haga para abandonar su punto de vista téc-
nico, verá y juzgará siempre como profesional; y
su mayor conocimiento de los secretos del arte, de
10 "UNO AL SESGO"

las facilidades y dificultades que en la práctica ofrece


aquél, serán el mayor inconveniente para que tome
en consideración efectos y resultados que para el
espectador son importantísimos.
Uno es el arte de guisar y otro el de comer; no
es lo mismo ser sastre que saber vestir.
Para un torero, por ejemplo, será el mejor aquél
que practique el arte en forma que más se parezca
a la suya de practicarlo o por lo menos aquella
que él hubiera deseado poseer, dentro de sus posi-
bilidades. De ahí que vaya, en ocasiones, su admi-
ración hacia diestros que el aficionado ha conside-
rado como, medianías. Y es que esas medianías,
tales desde el punto de vista suyo, por su carencia
de personalidad, de elegancia, de estilo propio, de
todo, lo que, en una palabra, impresiona al especta-
dor, reúnen en cambio las cualidades que, desde el
punto de vista del torero, son más apreciables, como
por ejemplo la valentía, el conocimiento de la lidia,
la aplicación estricta de las reglas establecidas en
la ejecución de las suertes, o lo que en suma pudié-
ramos llamar el dominio del oficio, que en éste, como
en todos, sólo el que lo ejerce sabe las dificultades
que encierra conseguirlo,-y por lo tanto está jus-
tificada su admiración. Pero no es ese el caso del
espectador.
No es esto negar que un torero pueda ser al
mismo tiempo un buen aficionado en el sentido que
venimos dando a esta frase, ni tampoco que sea
EL ARTE DE VER LOS TOROS 11

desdeñable en todo su opiDión, pues aun en el su-


puesto de que ésta se base siempre en la técnica,
el conocimiento de ella, en cierta medida, sin perder
nunca el carácter de generalidades, es muy útil al
espectador y puede servirle de ilustración.
L o que yo trato, con los reparos expuestos, es de
evitar que un exceso de técnica perturbe al aficio-
nado, lo desoriente, lo desconcierte, acabando por
no saber qué es lo que le gusta o qué es lo que le
debe de gustar o no gustar.
Téngase presente que el arte de torear es em-
pírico por excelencia, y por lo mismo que, para un
torero, las reglas son las que él practica o las que
ha visto practicar, y todo lo que no se ejecute de con-
formidad con ellas no es torear. Y , sin embargo,
llevo años repitiéndolo: toreando como no se puede
torear, haciéndole al toro lo que no se le puede hacer,
pisando terrenos que se decían vedados, la tauro-
maquia ha llegado a ser esa fiesta arrogante y bella,
que en la actualidad disfrutamos.
Si a la crítica profesional nos hubiésemos atenido,
poco, muy poco, habrían variado las normas tauro-
máquicas; y hoy nos encontraríamos a muy corta
distancia del toreo de hace un siglo.
¿ N o puede decirse lo mismo de otras artes?
Pues bien, y para resumir, sin desconocer, y me-
nos aun negar, como un poco más arriba se dice,
que el criterio del torero puede ser de utilidad al del
espectador, no hay que perder nunca de vista que
12 "UNO AL SESGO"

en mucho han de ser antagónicos forzosamente, por


el diferente concepto que uno y otro tienen de la
fiesta, que queda prontamente discriminado con sólo
decir que lo que para uno es oficio para el otro es
diversión.
Y ya que del concepto que de la fiesta se tiene
hemos hablado, bueno será decir que entre los mis-
mos aficionados, no profesionales, existe una diver-
gencia de criterio que nace precisamente de una di-
ferencia de ese concepto.
No es lo mismo el espectáculo para el que lo con-
sidera de constante riesgo y exposición, afrontados
gallarda y valientemente, y vencidos con hombría
y tesón, que para el que sólo ve en él una sucesión
de actitudes bellas y elegantes que hacen olvidar lo
arriesgado y expuesto del ejercicio.
Para aquél su diversión está en las dificultades
que el toro ofrezca, por su tamaño, por su fuerza,
por su "sentido", y en los recursos y el valor que
el diestro emplee para triunfar de é l ; para el otro,
en cambio, ese toro astuto y temible será indesea-
ble, pues no dará ocasión a los alardes de arte ni a
las plasticidades que son peculiares en el toreo mo-
derno. ¿Cómo es posible que se entiendan estos dos
aficionados ?
Afortunadamente, la mayoría la forman los se-
gundos ; y al decir afortunadamente bueno será aña-
dir, que no es esto declarar que nuestra predilección
por el "arte de torear bellamente" sea tan absoluta
EL ARTE DE VER LOS TOROS 13

que queramos ver excluido todo riesgo y peligro de


la fiesta. Sin, ellos, las corridas de toros degenerarían
en un simulacro, en una pantomima insípida; lo que
equivaldría a restarle su más alto y característico
valor. Bien que las corridas pierdan la brutalidad,
la crueldad, la bestialidad que fué en otra época su
mayor aliciente, pero no que se las prive de lo que
es su única razón de ser como ejercicio de valientes
y espectáculo para valientes.
De esta larga digresión se deduce que componer
un ARTE DE VER LOS TOROS es tarea menos fácil de
lo que en un principio parece, pues cada cual ve
los toros a su modo y manera; pero hay algo en que
todos convienen y a todos conviene saber, y ese algo
es lo que con estas páginas me he propuesto divulgar
con toda modestia, sin echármelas de dómine, ha-
ciendo más que obra de experiencia obra de pacien-
cia, como el lector avisado tendrá ocasión de apreciar.
E n realidad, de verdad, aquí de lo que se trata es
de poner un poco al día las reglas tauromáquicas que,
en los manuales hasta ahora publicados vienen man-
teniéndose tal y como el gran Francisco Montes, las
dictó, inspiró o autorizó a Ahenamar, si como se tie-
ne por seguro fué éste el redactor de la célebre Tau-
romaquia o Arte de Torear que va avalada con el
nombre del famosísimo .maestro d'e Chiclana.
De entonces a la fecha ha evolucionado tanto el
toreo, se han modificado de tal manera lós lances,
ha variado hasta tal punto el concepto d'e la fiesta
14 "UNO AL SESGO"

que, pretender aplicar los preceptos de antes a la


lidia de ahora daría como resultado una completa
desorientación para el aficionado.
Esto ya justifica—es su mayor justificación—ia
presente edición de este librito; pero aun hay otra
razón, también de algún peso, si bien es verdad que,
respecto a ésta, los obstáculos que se oponen a su
reconocimiento son tan enormes, que tratar de supe-
rarlos acaso pareciera insensatez. L a razón es el ver-
dadero galimatías que se ha producido en el tecni-
cismo taurino, bautizando y rebautizando cada revis-
tero a su gozo y capricho los diversos lances nue-
vos unos y remozados otros; los obstáculos son la
ignorancia en parte, la vanidad en no poca y la so-
berbia en mucha, que han de impedir que el buen
sentido impere, si está en pugna con ellas, pues le
han de presentar esa resistencia pasiva, disfrazada de
desdén, que tan óptimos y ópimos frutos negativos
produce.
Si a esa resistencia se añade la escasa difusión
que estos libros de toros suelen alcanzar, pues no
hay afición que la tenga menos a la lectura d'e co-
sas que a ella se refieran, que la taurina, pocas son
las ilusiones que el autor puede hacerse respecto a
la eficacia de su labor; pero, eso no obstante la
realiza, con la vaga esperanza dfe que a alguien
será útil, de que quizá en esta ocasión, como en al-
gunas otras, quiera su buena suerte que algo se en-
cuentre en estas páginas digno de ser patrocinado
por quien esté en condiciones de difundirlo, habién-
EL ARTE DE VER LOS TOROS 15

dosele logrado de ese modo indirecto su propósito.


Entiéndase que, al hablar así, no hace el autor
referencia, ni remotamente, a sus ideas particulares
ni a sus personales teorías sobre el arte de torear;
se refiere exclusivamente a lo ya preceptuado, a lo
ya establecido, que unas veces porque se ha interpre-
tado mal, otras porque se desconocía, ha dado origen
a un vocabulario técnico arbitrario y anárquico, que
es el mejor para que no nos entendamos.
U n ejemplo: E l notable escritor y ameno cronista
taurino Don P í o , bautizó con el nombre de gaoneras,
al lance al costado por detrás, porque seguramente
ignoraba que esa suerte, con las modificaciones que
al resucitarla introdujeron Mariano Armengol, Gao-
na, etc., ya estaba catalogada, definida y bautizada
por Francisco Montes en su Tauromaquia (1).
Para muchos sigue siendo ese lance gaonera, para
bastantes al costado por d e t r á s ; pero los hay que por
un lamentable afán de distinguirse, la identifican y
por lo tanto confunden, con la suerte de frente por
detrás, de algunos años a esta parte en desuso, co-
metiendo el más craso de los errores. Pppeillo, i n -
ventor de este capeo, muy anterior al otro, al lla-
marlo de frente por detrás, quiso decir: como de
frente (como la verónica), pero por detrás, y para
convencerse de ello basta con leer la definición que
da en su Arte de torear (2). Se trata, pues, de una
(1) Página 121, de la edidótt príncipe., de 1836; página 125, de
la edición de 1876, refundida ptr Pilotos.
(2) Página 23 de las ediciones de 1827 y 1834; página 12 dé la
de 1879. No poseo aún las dos primeras de 1796 y 1804.
16 "UNO AL SESGO"

verónica, de las del antiguo régimen, dada con el


capote a la espalda. ¿Tiene eso algo que ver con e!
lance al costadof A mayor abundamiento: Montes
en su Tauromaquia habla de ambas, una después de
la otra; y excusado decir que tras de Montes, todos
los que han publicado manuales de tauromaquia.
¿ Cómo ha podido pasar inadvertido esto para los que
se empeñan en confundirlas, cuando además algunos
de ellos, tienen edad suficiente para haberlas visto
practicar una y otra, y por lo tanto para establecer
las grandes diferencias que entre ambas existen?
No se explica sin la intervención de un amor pro-
pio, de una soberbia que no da su. brazo a torcer.
Otro ejemplo: Cambio es en tauromaquia aquel
lance en que se le señala al toro la salida por un
lado y se le da por el contrario. Naturalmente, esto
sólo puede hacerse mediante un engaño, capa o mu-
leta, y en modo alguno a cuerpo limpio. Pues bien,
no hay manera de desterrar del vocabulario lo de
oandenllas al cambio, a pesar de que claramente se
ve que no existe tal cambio, pues al toro se le da la
salida por el lado que se le señala, y eso sería impo-
sible de practicar, por lo tanto, con banderillas, a no
tratarse de un toro amaestrado a la voz.
Cierto que los toreros dicen cambiar y no que-
brar, que en el Arte de torear, autorizado por M a -
nuel Domínguez, se habla de banderillas al cambio,
que ya en los días en que el Gordito innovó esa
suerte se la denominaba así por algunos, que más
tarde se quiso hacer una distinción entre banderi-
EL ARTE DE VER LOS TOROS 17

.sai»»»"

Caballero en plaza
18 "UNO AL SESGO"

Suerte de rejonear
EL ARTE DE VER LOS TOROS 19
I? 1 i"''- ; ? f
//flj a/ quiebro y banderillas al cambio, según se mo-
vieran o no los pies al ejecutarlo; pero todo eso sig-
nifica muy poco, no significa nada, ante ia' razón
potísima, de que con banderillas no es posible cam-
biar; no es posible, repitámoslo, señalarle al toro
una salida y dársela luego por ei lado contrario, que
es lo que en el tecnicismo taurómaco se llama cam-
biar o dar un cambio.
Dirá el lector, ¿pero tiene eso alguna importancia?
La tiene, s í ; porque si los lenguajes se inventan para
que las gentes se entiendan, si a una misma cosa
cada cual la llama a su antojo, con el nombre que
mejor le place, o da a una el nombre de otra, se
lleva mucho adelantado para lograr lo opuesto de lo
que con la invención del lenguaje se había aspirado:
es decir, que no nos entendamos o por lo menos que
nos entendamos confusamente, precisamente cuando
en los tecnicismos se tiende a su internacionaliza-
ción.
Algo de aquello es lo que ocurre con el taurino,
y nosotros desearíamos que no ocurriera contribu-
yendo a evitarlo en la medida de nuestras fuerzas,
muy inferiores a nuestros entusiasmos y nuestro
amor a todo lo que se relaciona con la fiesta de los
toros, que acaso amemos tanto por su carácter ge-
nuinamente español, porque es cosa exclusivamente
de España, aunque en otras tierras se intente su acli-
matación; y no figuran entre éstas, claro está, las
hispano-americanas, que consideramos como una con-
tinuación de las nuestras.
9.—MI arte de ver Ips tprp*
20 "UNO AL SESGO"
í
Bien se nos alcanza, porque no es nuestra ignora-
rancia tanta que no sepamos que todo lenguaje vivo,
por el hecho de serlo, se halla en constante trans-
formación y mudanza, y sus voces se renuevan unas
y cambian a veces de significado, desaparecen otras,
etcétera; bien se nos alcanza, repetimos, que el vo-
cabulario taurino no habia de permanecer fijo e
inmutable a través del tiempo, ni, por lo tanto, abo-
gamos por una perennidad absurda. Como se ha di-
cho en párrafos anteriores, nuestro afán se circuns-
cribe modestamente a evitar confusiones, para lo
cual nada más eficaz que llamar a cada cosa por su
nombre y rechazar todo neologismo que no mejore
o aclare el término empleado.
Los toreros en su gerga, o lenguaje pintoresco,
crean de continuo vocablos y frases, que en ocasio-
nes, con sus apariencias de idiotismos, tienen un
valor gráfico que, unido al otro pintoresco, les da
rápido arraigo entre los aficionados, viniendo a
hacer el oficio de forma dialectal de ese lenguaje, y
lo mismo que en los idiomas acontece, pasan a la
forma literaria o culta, aquí técnica, siempre que
reúnan la condición adecuada de adaptarse a lo que
pretenden expresar. Así hemos aceptado: "ganarle
y perderle la cara al toro", " p a r ó n " , " t i r ó n " , "per-
der el sitio", etc., que tienen el mérito de expresar
claramente lo que de otro modo no sabríamos decir
sin emplear una perífrasis no siempre aclaratoria.
EL ARTE DE VER LOS TOROS 21

No va, pues, contra esas innovaciones, nada en


absoluto.
No estará demás advertir, para terminar este pre-
facio, que no es este librito un manual de tauroma-
quia para uso de profesionales o que intenten serlo;
está escrito para los espectadores, como su título i n -
dica, que en esto sí que el título es exacto; así, pues,
al explicar una suerte no es que se pretenda enseñar
su ejecución al aficionado, sino simplemente ponerle
en condiciones de poder apreciar el mayor o menor
mérito de ella, imponiéndole de las reglas a que se
halla sujeta.
Pero téngase presente también, por lo que a estas
reglas se refiere, que si bien las básicas o funda-
mentales son inconmovibles, quedan éstas redu-
cidas a un número escasísimo; las otras, todas las
demás, varían de época en época, a impulsos de la
moda que impone un torero extraordinario, por la
transformación que se opera en los gustos del pú-
blico, porque así lo exigen las costumbres, cada día
más suaves, de los pueblos, etc., etc. Por lo tanto,
cuando digamos que así o asao deben de ejecutarse
los lances, lo que queremos decir es que de tal o
cual manera es como ahora nos gusta que se eje-
cuten.
Y por último, con estas breves páginas, no hemos
pretendido darle al aficionado un tratado completo
de tauromaquia ni mucho menos infundirle conoci-
mientos que sólo la propia experiencia, la continua
observación, procuran; esto es, sencillamente, una
22 "UNO AL SESGO"

guía que facilite al espectador la comprensión de lo


que en la plaza ocurre y le ponga en camino de apre-
ciarlo, con probabilidades de acierto, gracias a los
elementos de juicio que estas nociones le propor-
cionen.
Y dicho está todo lo que nos hemos propuesto.
En nuestro Diccionario Manual de tauromaquia ha-
llará el lector aficionado todo lo que aquí falta para
su completa ilustración en la materia, puesto que allí
no solamente estará comprendida la técnica, sino tam-
bién la historia y la biografía. Confórmese, pues,
con estos rudimentos ahora, que no ha de tardar en
poseer con el nuevo libro cuanto a su deseo de sa-
ber, a su curiosidad y a su afición interese, todo en
la medida, desde luego, que nuestras facultades nos
permitan.
E l toro

TRAPÍO, PINTA, CORNAMENTA, DEFECTOS, CONDICIO-


NES DE LIDIA, TRANSFORMACIONE?, T. * EDAD

1 toro de lidia, o toro bravo, es una va-


riedad del Bos Tauros Ibericus, que se
encuentra únicamente en España, Por-
tugal, S. de Francia y en varias Re-
públicas hispanoamericanas, donde los
españoles lo importaron y en la actua-
lidad mantienen la sangre brava los criadores del país,
refrescándola frecuentemente con sementales ad-
quiridos de las mejores castas d!e España, especial-
mente en Méjico y Perú. Que el toro bravo español
desciende del uro o tero salvaje que en la Edad Me-
dia abundaba en toda Europa, no faltan naturalistas
que lo sostienen, diferenciándolo del bisonte con el
que algunos lo confunden. Rütimeyer, en sus Oríge-
nes de las \especies domésticas, y K a r l Vogt han en-
contrado los caracteres especiales d'el uro en el toro
escocés y no en el bisonte de Europa. Según Dode, el
toro salvaje de Escocia es lo mismo que el toro bra-
24 "UNO AL SESGO"

vo español, en su origen. De todos modos, y sin opo-


nernos a ese parecer, el toro de lidia es el producto
de un proceso selectivo que ha dado por resultado un
tipo genuinamente español, que por la belleza de su
estructura y las condiciones de vigor, bravura y sen-
cillez, es el único apto para la lidia. Esa valentía que
le hace arremeter ciegamente contra todo lo que le i n -
cita o irrita, la facilidad con que muda de objetivo,
tan pronto como otro se interpone o llama su aten-
ción, y el hecho de embestir, con raras excepciones,
de frente siempre, "humillar" para dar la cornada,
etc., ha hecho posible el combate del hombre con fie-
ra de tanto vigor y pujanza, pues de sus formas siem-
pre iguales de acometer, de manifestar sus inclinacio-
nes y tendencias en la lucha, se han podido deducir
reglas generales sobre las cuales se ha basado la tau-
romaquia.
Dentro de la variedad del toro español de lidia,
existen lo que pudiéramos llamar subvariedades o
castas, para la formación de las cuales ha contribuido
no poco el medio ambiente, clima y suelo, además
del canon selectivo que cada criador se forja de
conformidad con sus intereses y preferencias. De
algunos años a esta parte tiende a unificarse, sin
embargo, ese tipo, por el predominio de la casta an-
daluza de Vistahermosa, pero aun subsisten en esta
misma dos ramas: la saavedreña, de pelo negro
zaino en general, y muy rara vez colorado, y la
lesaqueña, que da negros mulatos, llorones o morci-
EL ARTE DE VER LOS TOROS 25

líos; y otros, como la vazqueña, en que abundan to-


dos los pelos, pero son más característicos el be-
rrendo, el jabonero y el albahío; la gijona, dte la
que apenas si queda algo, y da toros castaños, colo-
rados (llamados gijones) y retintos; la navarra, de
toros más chicos y nerviosos, y pelos castaño y re-
tinto, hoy casi extinguida, etc. (1).
Mas cualquiera que sean los caracteres secunda-
rios que diversifican estas castas, el toro arquetipo
que los criadores persiguen y los aficionados prefie-
ren ha de reunir las condiciones que constituyen lo
que se llama buen trapío, según la Academia con ma-
nifiesta redundancia, puesto que trapío ya de por sí
quiere decir "buena planta y gallardía del toro de
lidia". Pero veamos lo que en tauromaquia desig-
namos con ese nombre.

Trapío es el conjunto de propiedades que deter-


minan la buena o mala estampa del toro.
Se dice de buen trapío al toro que es de libras,
tiene el pelo luciente, espeso, sentado, fino y limpio;
las piernas enjutas y nerviosas; las articulaciones pro-
nunciadas y flexibles ; la pezuña pequeña y redon-
deada; los cuernos de buen tamaño y colocación,
finos y negros o, muy obscuros; la cola larga, espesa.

(1) Para el caso de que algún depurativo descubriera que estos


párrafos se leen también en la voz Toro de la Enciclopedia Espasa,
conste que el autor de este librito lo es a la vez del articulo aquel,
por tener a su cargo en dicha magna publicación lo referente a
Tauromaquia.
26 "UNO AL SESGO"

suave; las orejas vellosas y movibles, y los ojos ne-


gros y vivos.
Se llama pinta, el color del pelo del toro, la
cual nada influye en sus condiciones.
Los nombres con que se designan las múltiples
pintas de los cornúpetos son las siguientes:
Albahio.—Color canario muy claro.
Alhardado.—Retinto o castaño con el lomo muy
claro.
Aldinegro.—Toro castaño o cárdeno que tiene ne-
gra, la piel de medio cuerpo abajo en toda su lon-
gitud.
Aparejado.—Berrendo con una lista por el lomo,
de unos quince centímetros de ancho.
Barroso.—Color amarillo sucio, tirando a terroso.
Berrendo.—De dos colores dispuestos en grandes
manchas. Manchado de dos colores, dice la R. A . E .
Berrendo en n\egro.—Blanco y negro.
Berrendo en castaño.—Blanco y castaño.
Berrendo en cárdeno.—Blanco y cárdeno.
Berrendo alunarado.—Cuando las manchas de los
dos colores son proporcionadas en tamaño.
Berrendo atigrado.—Si el color negro, castaño o
cárdeno es a lunares pequeños. Se llaman también
estorninos los toros que presentan esta pinta.
Berrendo capirote.—Todo el cuello y la cabeza
del color distintivo.
Berrendo botinero.—La parte superior de las ma-
nos y patas blanca y la inferior de otro color.
Berrendo calcetero.—El botinero cuando tiene
EL ARTE DE VER LOS TOROS 27

abierta por una lista clara la parte de color oscuro.


Berrendo en jabonero.—Blanco y jabonero.
Bocinero o jocinero.—Que tiene el hocico negro
y lo demás de su piel o al menos la cabeza de
otro color.
Bragado.—Toro de cualquier pinta, excepto la del
berrendo, cuyo vientre es blanco.
Capuchino.—Llámase así al toro que siendo de un
color tiene la cabeza de otro. Es pinta que esca-
sea, pero la hay y no debe confundirse con el Ca-
pirote.
Cárdeno.—Color de ceniza. E l tordo de los ca-
ballos.
Careto.—El toro de cualquier color que tiene la
cara blanca y el resto de la cabeza obscura, o al con-
trario.
Castaño.—Color castaña, más o menos claro.
Castaño z^rc^o.-Manchas obscuras por el cuerpo.
Castaño salinero.—Diminutas manchas blancas por
el cuerpo, especialmente por los cuartos traseros.
Castaño ojo de perdiz.—Círculo claro alrededor
de los ojos.
Castaño ojinegro.—Piel negra ribeteando los ojos.
Chorreado.—Toro de cualquier pinta con listas ver-
ticales del lomo al vientre, de su color, pero m á s
obscuro que lo restante. Pueden ser chorreados to-
dos los toros menos los negros y berrendos.
Ensabanado.—Con todo el lomo, costillares y ex-
tremidades blancos. E l ensabanado puede ser capi-
rote o capuchino, pero si a más fuese calcetero o
28 "UNO AL SESGO"

botinero, se califica ya simplemente de berrendo,


Gijón.—Castaño encendido. Este nombre es muy
general en el centro de España, por recuerdo de la
célebre ganadería de D . José Gijón, vecino de Ma-
drid, cuyas reses tenían todas esa pinta, que en otras
partes llaman colorada impropiamente, pues no es
nombre éste admitido entre las pintas.
Girón,—Toro que siendo exclusivamente de un
color tiene una sola mancha blanca, no muy gran-
de, con tal que no sea en la frente o en el vientre.
Jabonero.—Blanco muy sucio.
Listón.—Con franja de distinto color que el del
cuerpo, y sin interrupción a lo largo de la columna
vertebral. E l ancho de la lista no debe pasar de
cuatro dedos.
Lombardo.—Negro con el lomo castaño obscuro.
Lucero.—Castaño, negro o cárdeno, con mancha
blanca en el testuz.
Meano.—El toro que tiene blanca la parte ocu-
pada por los órganos de la generación, siendo lo
reátante del cuerpo de pinta obscura. Se diferencia
del bragado, en que éste tiene todo el vientre blanco.
Meleno.—Cornúpeto de cualquier color, que tie-
ne un gran mechón de pelo en el testuz cayendo
sobre la frente.
Mulato.—Negro pardusco.
Negro.—Color negro.
N\egro azabache.—Negro aterciopelado y lus-
troso.
EL ARTE DE VER LOS TOROS 29

Negro zaino.—Guando no tiene nada blanco y es


además su pelo casi mate.
Nevado.—Toro de cualquier pinta, menos be-
rrendo, que tiene en el fondo de su piel pequeñas
manchas blancas en mayor o menor número.
Ojalado.—Con festón alrededor de los ojos como
de cinco centímetros de ancho y de color diferente
a lo demás del cuerpo.
Retinto.—Color castaño muy obscuro y cuello
casi negro.
Rebarbo.—Pinta obscura, con el hocico blanco.
Salinero.—Blanco y castaño sin formar man-
chas.
Sardo.—rToxo que en manchas de indiferente mag-
nitud y juntas, tiene los tres colores de negro, cas-
taño y blanco.

L a capa o pinta nada tiene que ver con la bravura


del toro. Esto no obstante, como los pelos claros
son más propios del ganado manso, los criadores
tienden a eliminarlos y sienten especial predilección
por el negro, que es el predominante en Andalucía
y muy particularmente en la casta de Vistahermosa
de la que hoy puede decirse que descienden la i n -
mensa mayoría de las vacadas españolas.
Conviene tener presente, además, que en las ga-
naderías de una cierta antigüedad, y en las que en
éstas han tomado origen, existe una pinta, mejor
estaría decir un trapío, típico, característico, y rara
vez fallan los toros que lo tienen, bien sea por he-
30 "UNO AL SESGO"

rencia remota, bien porque de ella saquen los gana-


deros los sementales para conservarla. Así, por ejem-
plo, los negros mulatos, los cárdenos y entrepela-
dos del Saltillo, hoy de D . Félix Moreno Ardanuy,
salen muy bravos la mayoría de las veces; lo mismo
ocurre con los negros zainos de Murube, hoy de doña
Carmen de Federico, y con todos los que de ambas
ganaderías proceden, como son Santa Coloma, Pérez
Tabernero, Clairac, Blanco, Sánchez de Coquilla,
conde de la Corte, Tovar, etc., pues como ya se ha
dicho, pocas son las que no tienen sangre lesaque-
ña y sangre saavedrefia, las dos ramas principales
de la famosa vacada del conde de Vistahermosa.
Algo parecido ocurre con el pelo jabonero de los
toros que fueron del duque de Veragua o que de
ellos provienen. H e leído en alguna parte que esta
pinta no es, como se cree, vazqueña, y por lo tanto
no tiene el abolengo que se le supone en la ganade-
ría ducal. Pero el hecho de que otras vacadas anda-
luzas de casta vazqueña, como las de la viuda de Con-
cha y Sierra y aun la misma, ya disuelta de Ben-
jumea, dieran algún toro jabonero, más la primera
que la segunda, me hace pensar que de la de don
José Vicente Vázquez viene ese pelo, que abunda
asimismo entre los toros de Pérez d'e la Concha, y
no se ve en cambio en ganaderías genuinamente cas-
tellanas por su origen.
***
Por la forma o disposición de los cuernos, se de-
nominan:
EL ARTE DE VER LOS TOROS 31

Astibkmco.—Toro de cuerno blanco, menos la


punta, que es obscura. Por ser este color de los
cuernos el propio del ganado manso, se hace sospe-
choso el toro que así los tiene.
Astillado.—Con uno o ambos pitones rotos, for-
mando en el final hebras más o menos finas .
Astifino.—Toro que tiene las astas delgadas y bri-
llantes.
Bizco.—Que tiene uno de los cuernos más bajo
que otro, bien por estar caído o torcido, o por ser
menos largo.
Brocho.—Con astas que sin ser gachas son algo
caídas y al propio tiempo apretadas.
Capacho.—Llaman así a la res que tiene las astas
abiertas y un poco caídas.
Cornalón.—Que tiene largas y grandes las astas
pero en su dirección natural.
Corniabierto.—Toros cuyos cuernos son abiertos
en demasía, engendrando una cuna sumamente ancha.
Corniapretado.—Que tiene los cuernos muy jun-
tos, especialmente los pitones y la cuna muy es-
trecha.
Cornidelantero.—Con astas cuyo nacimiento, está
en la parte de frente del testuz, siguiendo la recti-
tud de ellas hacia adelante.
Corniavacado.—El que a diferencia del anterior
tiene el nacimiento de los cuernos muy atrás y su
inclinación separada.
Cornicorto.—Con cuernos pequeños.
32 MUKO AL SESGO"

Comipaso.—Que tiene los pitones vueltos recta-


mente hacia los lados.
Cornivuelto.—El que asimismo, los tiene vueltos
pero hacia detrás.
Cubeto.—El que tiene las astas tan caídas y jun-
tas por los pitones, que le es imposible herir, con
ellas. No es toro admisible para jugarse en corridas
de cartel.
Despítorrado.—Toro cuyos cuernos están rotos,
pero no romos, siempre que quede en ellos alguna
parte de punta.
Gacho.—Con astas que arrancan más abajo del
sitio en que comúnmente apuntan, teniéndolas aga-
chadas, pero sin abrir ni cerrar mucho."
Hormigón.—Toros cuyos pitones son poco agu-
dos, o redondos, aunque menos que los mogones.
Mogón.—Cornúpeto que tiene completamente roma
la punta de un asta o de las dos. No es toro de
plaza en corridas de toros.
Playero.—Suele llamarse así en general a todo
bicho mal encornado, a pesar de que no falta quien
aplique este nombre sólo a los exageradamente cor-
niabiertos.
Veleto.—Cornúpeto que tiene los cuernos prolon-
gados y altos. .

Se puede decir de los cuernos lo que de las capas


se ha dicho en anteriores páginas. En nada afecta
la encornadura a la bravura del toro; pero como i n -
dudablemente sobre aquélla influye también el gusto,
EL ARTE DE VER LOS TOROS 33

preocupación o enseñanza de la experiencia, del cria-


dor, existen igualmente formas de cornamenta pe-
culiares de tal o cual ganadería, y desde luego de
cada casta aunque en todas se den todas. A s i se
observa que en las de procedencia navarra abundan
las veletas, que las castellanas sean más desarrolla-
das de pitones; y que al presente traten los gana-
deros de que sean sus reses recogidas de cabeza,
por ser asi como las prefieren los toreros, o sean
los consumidores, hasta cierto punto con razón, pues
el toreo hoy en boga se hace poco menos que im-
practicable con un animal cornalón, dado lo cerca
que se exije que pasen los toros.
Entre los aficionados no es raro encontrarlos que
adjudiquen a la encornadura suma importancia. Des-
de luego, para el torero puede tenerla, no tan sólo
por el mayor o menor peligro que represente la dis-
posición de las astas, sino también por lo que pueden
contribuir al lucimiento o deslucimiento según em-
bista y tire las cornadas el animal. U n corniveleto,
por ejemplo, que derrote por alto desarmará con fre-
cuencia al diestro, lo mismo toreando de capa que
de muleta. Pero aparte de esto, hay cornamentas que
resultan más o menos simpáticas al aficionado, y son
muchos los que sienten esa simpatía por los corni-
gachos, no exagerados y los acapachados, porque
creen haber observado en ellos un mayor número de
reses, cuando no bravas, nobles y dóciles. Es posi-
ble que sea así, pero ignoramos la causa de este
fenómeno, si se generaliza a todas las ganaderías.
34 "UNO AL SESGO"

Por sus condiciones para la lidia, los toros puedm


clasificarse en:

Abantos.—Se llaman así a los que son medrosos


por naturaleza, y a veces huyen al tirarles el dies-
tro un capotazo; otras veces se arrancan y antes
de entrar en jurisdicción se vacían con rapidez.
E l aficionado, aunque observe esa faena en un toro,
debe esperar a que se fije con algunos capotazos, an-
tes de declararlo manso, pues en muchas ocasiones
estos toros se reponen y acaban por cumplir bien,
excelentemente en algunos casos.
Boyantes.—Son los toros bravos, claros y nobles,
que toman el engaño perfectamente y siguen siem-
pre el viaje que se les señala. Hay categorías en
ellos, pues no siempre acompaña en igual grado la
bravura a la nobleza.
Las reses boyantes se subdividen en blandas, du-
ras y secas. Es la blanda la que se duele al castigo,
no aprieta, tira generalmente coces a la salida, y rea-
liza ésta torciendo el cuello; dura, la que en el en-
contronazo hace bastante fuerza, por no sentirse al
hierro; no cocea al salir, ni ladea el pescuezo en
ese momento; y seca, aquella que, después de con-
sumada la suerte, vuelve a colocarse en ella espe-
rando otro objeto a que acometer.
Bravucones.—Se llaman los toros abantos, medro-
sos, que embisten muy poco y alguna vez al tomar
el engaño rebrincan y se quedan en el centro de la
suerte sin permitir rematarla. Hay quien con este
EL ARTE DE VER LOS TOROS

Verónica

Verónica
36 UNO AL SESGO

i l i i i i i i i i

costado por detrás

De frente por detrás


EL ARTE DE VER LOS TOROS 37

nombre designa a los bravos, pero en un sentido


diminutivo. No hay tal.
Celosos o revoltosos son los que en iguales con-
diciones que los boyantes, discrepan de éstos en que
tienen más codicia por coger, y en su virtud se re-
vuelven ligeros para buscar los objetos, sostenién-
dose con fuerza sobre las manos en los lances y si-
guiendo con la vista el engaño que, sin darse cuenta
huyó de la cabeza. Por más que para torear estas
reses se necesita mayor agilidad que para los bo-
yantes, son muy buenas para lidiarlas y se prestan a
la ejecución lucida de todas las suertes. H o y se dice
de ellos que tienen nervio.
Ciñénse o se acuestan los toros que aunque to-
man cumplidamente el engaño, se acercan mucho al
cuerpo del torero, y casi le pisan su terreno. Los
toros que se ciñen ofrecen también una lidia vistosa
y segura ; pero hay que tener cuidado de darles siem-
pre bastante salida y despegarlos lo posible, sobre
todo en los pases de muleta. No hay que confundir-
los con los que adelantan por uno u otro lados, por-
que éstos lo hacen al cornear, y suele ocurrir que un
mismo toro se acueste de un lado y adelante del
otro.
Ganan terreno aquellos que estando en suerte co-
mienzan a caminar hacia el diestro, ora cortándole
el terreno, ora siguiendo el de fuera. De estos toros
existen dos géneros, que importa distinguir ; unos
principian a ganar terreno desde la primera suerte,
notándose que es su peculiar manera de partir; y
3.—El arte de ver los toros
38 "UNO AL SESGO"

otros empiezan a tomarle después de aquélla, y lo


hacen intencionadamente por haber sido burlados. Si
a estos últimos se les juntara el rematar en el bulto,
hay exposición en torearlos sin precauciones.
Pegajosos son los cornúpetos que a pesar de tener
libre la salida, no la toman y se quedan en el centro
tirando cabezadas, intentando llegar al bulto, y cuan-
do lo consiguen, desarmando al picador, no quieren
dejarlo ni les hace mella el castigo.
Recargan los toros que llegan a la garrocha y al
sentirla se salen de la suerte como para ocupar su
terreno; pero conforme se les quita del morrillo,
arrancan al rematar con prontitud y vuelven sobre e!
bulto para cogerle. A veces muestran tanta codicia
como los pegajosos.
De sentido.—Toros de sentido son los que dis-
tinguen el cuerpo del engaño, por lo que no hacen
caso de éste y rematan constantemente en aquél. A
veces toman el trapo, pero es a la fuerza, y no por
ello dejan de rematar en el bulto. L a lidia de estos
toros está sembrada de escollos, no obstante los cua-
les el arte tiene recursos para anular el peligro. Es-
tos toros se suelen llamar marrajos, y así lo admite
la R. A . E., en sentido figurado, pues el marrajo
propiamente dicho es el tiburóm
Burriciegos.—Existen además, por defectos en la
vista, los toros burriciegos y son aquellos que ven
mucho de cerca y poco de lejos ; otros, que ven mu-
cho de lejos y poco de cerca, y otros, que no ven
lo suficiente ni de cerca ni de lejos. A los primeros
EL ARTE DE VER LOS TOROS 39

debe citárseles en corto para que vean próximo ai


diestro y se consientan; entonces arrancan con co-
dicia y ligereza, por lo que, si conservan piernas y
al torero le faltan o no está sobre sí, pueden em-
brocarle.
Los de la segunda clase son de cuidado para lidiar-
los. Como no distinguen bien, acometen a todo lo
que se les pone por delante, y buscan el bulto por
ser objeto mayor y que, por consiguiente, ven mejor.
Los del tercer grupo son los mejores de todos los
burriciegos: no viendo el viaje, rara vez siguen al
torero hasta rematar. Pero en cambio son los más
pesados y propenden a aplomarse, o por lo menos
dan una lidia como los aplomados, por lo cual lo
que el torero gana en seguridad pierde en lucimien-
to. Cuando este defecto es muy pronunciado, los to-
ros que lo tienen no son de lidia, puesto que con
ellos casi todas las suertes fracasan. Con frecuencia
esta ceguera es una consecuencia de la misma lidia,
y se atribuye a congestión. Tal vez sea así.
Sobre esto debe de fijar la atención el aficionado,
pues no se puede torear a un toro burriciego lo
mismo que a un toro con la vista normal, y cada
uno de ellos requiere una lidia adecuada,

***

Transformaciones.—Otra cosa que debe tener pre-


sente el aficionado es la transformación que sufre
el toro en sus condiciones durante la lidia, pues es
40 "UNO AL SESGO"

muy frecuente que una res que salió abanta se crez-


ca, que otra brava se huya o duela al castigo, que
un toro noble se haga de sentido, etc., no una vez,
varias en los breves minutos que está en el ruedo.
La inmensa mayoría de los toros al pisar la arena
no lo hacen con ese afán de combatividad que nos
complacemos en adornarlos. Asombrados, deslum-
hrados, en un principio, a poco que se reponen, las
primeras carreras son en busca de una salida que les
conduzca al campo y sólo cuando se convencen de
que no existe, es decir, cuando se enteran, se avienen
a la lucha. De ahí que no porque un toro salga aban-
to, se ha de deducir que es manso irremisiblemente.
Antes de sentenciar hay que dejar que se entere, y
sólo después, si acepta o rehuye el combate, se po-
drá formar juicio respecto a su bravura. Cosa que
saben los buenos aficionados es, que los toros de la
casta de Saltillo, son muchos abantos de salida, lo
cual no quita para que de esa casta precisamente
resulten más bravos que de las otras.
También lo contrario suele observarse a veces. To-
ros que salen de los chiqueros revelando una gran
codicia, que en los primeros capotazos doblan por
ambos lados, dando grandes muestras de bravura, y
que a poco comienzan a echar la cara por el suelo
y a escarbar, embistiendo cuando se deciden despro-
porcionadamente y mal. Desengañados prontamente
al verse burlados', se vuelven recelosos y cuando par-
ten lo hacen por creer que van a cojer, por lo que
sólo lo intentan si les parece que es sobre seguro.
EL ARTE DE VER LOS TOROS 41

Lo mismo que los anteriores estos animales chas-


quean al espectador que se precipita en sus juicios.
Prevenido, pues, el aficionado con estas adverten-
cias respecto a estos toros que, aun siendo fre-
cuentes, no constituyen la regla general, añadiremos
que señal de toro bravo, aunque no infalible, es que
a la salida acuda a cuantos objetos le inciten; que al
tirarle el capotazo para correrlo arranque hacia donde
se le llama; que al embestir humille, meta la cabeza,
hasta casi rozar con la arena el pitón, y tome el
viaje que el capote le indica, y llegue hasta las tablas
si el torero las toma, y en vez de mirar hacia arri-
ba y tirar el derrote por alto, haga lo contrario y
lo dé en las tablas o parte baja, que es donde ha
quedado el extremo del capote. Si esto hace, hay
muchas probabilidades, casi la seguridad, de que se
trata de un toro bravo y noble; y toreado debida-
mente, sin más castigo que el preciso y sin más ca-
potazos que los oportunos, puede dar excelente y
mucho juego.

E l toro, en cambio, que en vez de correr ligero


y rápido, agarrándose al terreno, sale al trote, que
al tirarle el capotazo o bien no dobla y sigue su
camino, o si embiste adelanta las manos y apenas
baja la cabeza para cogerlo, o se detiene tirando la
cara al suelo y escarbando, lo más frecuente es que
sea manso.
Si al salir barbea las tablas y trata de saltarlas,
poca confianza debe de inspirar.
42 "UNO AL SESGO"

Esto es lo que como regla general ocurre; pero


aparte de que ya hemos dicho que las excepciones
abundan, no se ha de perder de vista tampoco que
una mala lidia, las condiciones físicas del animal,
unas veces por exceso de gordura, otras por escasez
de fuerza y poder, algunas a efecto de un rajón
con la puya o de un puyazo en mal sitio, etc., etc,
cambian por completo las condiciones de lidia de una
res, en mal lo más a menudo, en bien no pocas veces
ya sea porque se consienten ya porque, como en la
jerga taurina se dice, "han ido a m á s " , se han cre-
cido, acabando por hacer buena pelea los que la ini-
ciaron mala.
Por lo tanto el aficionado debe de estar atento a
estas transformaciones y modificar su juicio con
respecto al toro tantas veces como sea preciso.
Si el espectador no conoce perfectamente la cali-
dad del enemigo que tiene delante el torero, es im-
posible que pueda apreciar las faenas que con él se
hacen, pues no es lo mismo torear una res noble y
franca, que otra de sentido y bronca. Cada una tiene
su clase de toreo.
De ahí que se diga con tanta razón que "los to-
ros dan y quitan", porque el toro es el factor prin-
cipal en este espectáculo.
Además, es muy conveniente que el aficionado ten-
ga en cuenta, en el día más que nunca, que el toro
apto para el toreo en moda actualmente, ha de reu-
nir condiciones especiales, no tantas quizá como al-
gunos diestros exigen para hacer faena, pero sí al-
EL ARTE DE VER LOS TOROS 43

gunas que en la forma antigua de torear eran i n -


necesarias.
U n toro bravo, con nervio, codicioso, con fuerza
en las patas, que se revuelva pronto, no es el más
a propósito para que con él hallen lucimiento la
mayoría de los toreros modernos. Por eso se dice
que el toro bravo es el que más pronto descubre al
mal torero. Con ellos no basta saber dar lances bo-
nitos y pases bonitos; es preciso ante todo dominar-
los, con faenas de castigo, para las que precisa un
gran conocimiento del oficio y todo el valor que da
a1 diestro ese conocimiento de su arte y de sus fa-
a Itades físicas, en una palabra, de su superioridad
S' bre el enemigo. Toreros de esa categoría, de los
qae el gran JOSELITO fué el arquetipo, son raros;
de ahí que ese toro, en la jerga taurina, se llame
toro para el público, y no para el torero, que lo que
más desea es que la fiera les deje colocar, les deje
reponerse.

Para éste, en cambio, es el ideal muchas veces,


el qae más manso que bravo, se limita a embestir
cuando le citan, toma el engaño y lo sigue con docili-
dad, sin tirar cornadas, permitiendo en los remates
que el diestro se reponga; y como generalmente hay
que pisarle el terreno para que arranque, eso mis-
mo da realce a la faena que además de artística,
parece valiente. Hay en estos toros,, matices: unos
con más bravura, pero boyantes, francos y pastueños
siempre; óteos con menos aun, con tendencias a la
44 "UNO AL SESGO"

huida, pero fáciles de sujetar arrimándose a ellos, y


sin quitarles el trapo de la cara.
Además del toro del público y del toro del torero,
existe una tercera categoría que se conoce entre los
aficionados con el nombre de toro para el ganadero,
y es en el que en el primer tercio, o para hablar con
más propiedad y con arreglo a la actual división,
en el segundo cuarto, arrancan con alegría contra los
caballos, derriban con estrépito, y acometen seguida-
mente en toda la suerte de varas. Se suelen llamar
también toros escandalosos, los que así se compor-
tan y antiguamente se les denominaba duros y secos.
Aunque la impresión que estas reses producen a
los espectadores es grande y buena, no siempre aca-
ban la lidia como la empezaron, y con ellos sufre el
público frecuentes equivocaciones, pues no es raro
que al aplomarse por el mucho castigo sufrido y por
el mucho romaneo, se vuelvan maliciosos o se defien-
dan en las querencias, por lo que si conservan el
poder y las patas resultan peligrosos para el torero.
La desiderata es que una misma res reúna las
mejores cualidades de las que acabamos de mencio-
nar, esto es: que tenga bravura y nobleza desde
el comienzo al final de su lidia. Esos son los que
se denominan toros punteros: o de bandera, y esos,
por desgracia, los que menos abundan.
Verdad es, que tampoco son tan frecuentes como
en otros tiempos eran, los de sentido, los marrajos,
y sólo de tarde en tarde aparecen en la plaza los
verdaderamente peligrosos y de cuidado.
EL ARTE DE VER LOS TOROS 45

Indudablemente la ganadería brava ha mejorado


mucho con la selección de las castas, y probable-
mente influye también la edad menor en que ahora
se lidian, pues un novillo de cuatro años, y no pocas
veces de tres, es difícil que alcance la malicia de un
toro de cinco, seis o siete años, aunque tenga la
contra de agotarse más pronto, sobre todo si para
que gane en tipo se le ha beneficiado y está re-
gordio.
Y he aquí que, sin querer, hemos llegado a la
cuestión de la edad de los toros para la lidia.
Según la edad, los toros se llaman : durante la
lactancia, recentales; añojos, al a ñ o ; erales, a los
dos; utreros, a los tres; c m t r e ñ o s , a los cuatro, y
cinqueños, a los cinco. Hasta los dos años se les
llama también becerros; novillos hasta los cuatro y
toros de los cuatro en adelante. Para la lidia, el Re-
glamento vigente exige los cuatro años cumplidos;
en otro tiempo marcaba los cinco. De los cuatro a
los seis es cuando están en mejores condiciones de
desarrollo y vigor para correrlos, y son más nobles
y sencillos para la ejecución de las suertes. L a edad
se suele contar asimismo por hierbas, entendiéndbse
por tales las de cada primavera que han pastado; y
como lo general es que los becerros nazcan en i n -
vierno, en la primavera inmediata comen la primera
hierba, y, por tanto, siempre vienen a tener una
hierba más que a ñ o s ; y así se dice cuatro años y
cinco hierbas.
46 "UNO AL SESGO"

E l reglamento vigente señala la de cuatro años,


pero como acabamos de insinuar, se juegan con más
frecuencia de lo que debía, con tres. Novillos re-
gordíos, a fuerza de pienso, que de todos modos
carecen del tipo que precisa para dar idea del pe-
ligro, de la exposición, que es el mayor aliciente de
la fiesta. No hemos sido nunca partidarios de la mu-
cha carne y de los muchos pitones, tal vez por estar
convencidos de que el sebo y los cuernos asustan a
los toreros, y los toreros asustados no hacen nada
a derechas; pero de ahí al becerrote con 18 ó 20 arro-
bas y dos plátanos en la cabeza, hay una gran di-
ferencia. Cuatro años y de 270 a 300 kilos es un
término medio muy aceptable por parte de todos,
público y toreros; y de ahí no se debe bajar, sijel
espectáculo ha de conservar su prestigio y carácter.
Aunque no es frecuente que el espectador o el afi-
cionado especulativo, lleve su curiosidad hasta el
punto de querer averiguar la edad de los toros, claro
está que después de muertos, por si a alguno se le
ocurre y para que sepa la manera de conseguirlo,
diremos aquí que por los dientes y por los cuernos
se hace la tal averiguación.

Al nacer: Algunos incisivos. Todos


los demás nacen entre los 25 y 30
días
EL ARTE DE VER LOS TOROS 47

E l toro tiene, aparte de los veinticuatro molares,


ocho incisivos, con los que nace o le brotan a
poco de nacer, y se llaman del centro a los costa-
dos y contados por pares: pinzas o palas, primeros
medianos, segundos medianos y extremos. Estos dien-
tes se denominan caducos o de leche, porque se le
van cayendo a la res para ser substituidos por otros
que toman el nombre de permanentes y fijos E n
este cambio o nmda está el mejor indicio para co-
nocer la edad de los toros, pues las pinzas o palas
permanentes, las mudan a los veinte meses, los pri-
meros medianos de los veinticuatro a los treinta
meses, los segundos medianos a los tres años y los
extremos a los cuatro.

De los 12 a los 18 meses. Los dientes de leche son como raigones.


Las pinzas son las primeras que se desgastan

Entre los cuatro y cinco años está el toro cerrado,


es decir, ha mudado todos los dientes. A los cinco,
rasa, o lo que es lo mismo iguala, las pinzas; los
primeros medianos los rasa a los seis; los segundos
a los siete v medio, y los extremos a los ocho y me-
dio. A los diez años el rasamiento es total, y los
48 "UNO AL SESGO"

dientes pierden, su blancura y se vuelven amarillen-


tos y sucios.

De los 18 meses a los dos años. Las pinzas de leche movedizas


son reemplazadas por pinzas persistentes

Lo interesante es saber que los dientes extremos


permanentes le salen al toro a los cuatro años, y que
entre cuatro y cinco es cuando están cerrados.

A los 2 años y medio. Nacimiento de los primeros medianos


persistentes

Se ha de tener muy presente que según el cuido


y el clima, y hasta el desarrollo individual las mu-
das pueden adelantarse o retrasarse. E n el ganado
bravo lo corriente es que se adelanten en algunos
meses, nunca muchos.
EL ARTE DE VER LOS TOROS 49

A los 3 años. Nacimiento de los segundos medianos persistentes

A los 3 años y medio. Nacimiento de los extremos. A los cuatro


años desgaste de los dientes precedentes

Entre los 4 y los S años, está la boca igualada.

Por los cuernos, aunque Francisco Montes ase-


gura que se conoce con más certeza la edad de los
toros, por lo menos resulta, de ordinario, más di-
50 "UNO AL SESGO"

fícil el examen, sobre todo para quien no sea muy


ducho, para poder distinguir claramente y sin con-
fusiones los anillos que sirven de guía. Son éstos
unos rodetes que se forman en el nacimiento de las

-••3 Sa *

Los seis rodetes que se señalan en esta figura indican la edad de


8 años en el toro

astas. Cuando el becerro tiene tres años se separa


del pitón una lámina muy delgada y que llega casi
hasta la mazorca y allí se forma el primer rodete; en
cada uno de los años siguientes se desprende una
nueva lámina, con lo que se forma otro rodete debajo
del anterior o anteriores, de modo que para saber
la edad de un toro basta con contar los rodetes o
anillos, y sabiendo que el primero indica tres años,
dos indicarán cuatro, tres cinco, y así sucesivamente.
II

E l arte de torear
BREVE RESEÑA HISTÓRICA. — EL TOREO A CABALLO.
— EL TOREO ACTUAL. — REGLAS GENERALES

ndudablemente, en la caza del toro de-


bió de tener principio lo que con el
tiempo había de ser el arte de torear.
La bravura, la sencillez, la nobleza de
las reses vacunas, tan prontas a aco-
meter, tan fáciles de engañar, sugi-
rieron al hombre, seguramente, la idea de sortear-
las, y aun admitiendo que en Tesalia, desde época
remota, se practicara la taurocatapsia (de tauro y
kataptein, ligar), ejercicio que consistía en perseguir
al toro a caballo hasta rendirle, y entonces, agarrán-
dolo por los cuernos, lo derribaban, tal como lo re-
presenta un mármol antiguo, que es el documento
más fehaciente que nos queda de esta fiesta, la cual,
según Plinio, introdujo en Roma Julio César, del
que se dice que fué el primer picador de toros, puede
aventurarse la afirmación de que en España la nece-
sidad creó el toreo, pues siendo el ganado vacuno
fiero por naturaleza en nuestro país como en ningún
otro, debido en parte a las castas predominantes, tal
vez a la calidad de los pastos y condiciones climato-
52 "UNO AL SESGO"

lógicas, para apoderarse de las reses y utilizarlas co-


mo alimento, aprovechar sus pieles y convertirlas en
instrumento de trabajo, fué preciso que su caza re-
vistiera caracteres de combate, en los que pronto des-
cubriría el hombre esas cualidades que hacen del toro,
entre todas las fieras, la única apta para la lidia, por
su falta de malicia y de astucia, por su ciega acome-
tividad, por la relativa dificultad con que se revuel-
ve sobre sí mismo y la carencia de elasticidad para los
saltos, debido a su corpulencia y construcción ana-
tómica. Pero esos tiempos primitivos de la tauroma-
quia y la técnica, si alguna existía, en ellos empleada,
nada tienen que ver con el arte de torear, que es
objeto de nuestro trabajo, y, por tanto, bastará con
decir que la caza del toro, hecha en un principio con
fines utilitarios únicamenite, se transformó con el
tiempo en un deporte practicado en campo abierto y
llevado más tarde a los cosos cerrados, creándose
el verdadero arte de la lidia como ejercicio á e la
nobleza.
El toreo era en esa época a caballo siempre, y las
reglas establecidas para ejecutarlo estaban basadas
unas, las que pudiéramos llamar técnicas, en las ense-
ñanzas de la práctica, y otras en preceptos de un or-
den moral, caballeresco, que afectaban al honor del
toreador. E n los siglos X V I , X V I I y X V I I I fueron
muchos y muy diversos los tratados que sobre el arte
de torear a caballo se escribieron y publicaron, y
son de citar los de Gaspar de Bonifaz, Nicolás ide
Menacho, Luis de Trexo, Djego de Contreras Pamo,
EL ARTE DE VER LOS TOROS 53

Media
verónica

Remate
I de un
UNO AL SESGO

lili
EL ARTE DE VER LOS TOROS 55

Pedro Jacinto de Cárdenas y Angulo, Alfonso Gallo


y Gutiérrez, Pedro Messía de la Cerda, Jerónimo
Villasante y Fernando Valenzuela, en el siglo X V I I ;
en el X V I I I los escriben Fernández de Cadórniga,
Novelli, José Vargas Machuca, Juan Francisco M e l -
cón, Miguel Marcelo Tamariz y algunos otros que se-
ría prolijo enumerar.

Un regate

Banderillas a
caballo a una
mano

En la actualidad, el arte de rejonear ha perdido el


carácter de deporte caballeresco para convertirse
en ejercicio practicado por profesionales, en su ma-
yoría portugueses, pues ha sido en la nación hermana
4.—El arte de ver los toros
56 "UNO AL SESGO"

donde más se ha desarrollado, por ser el toreo a ca-


ballo casi el exclusivo que allí se ejecuta. E n España
no han faltado nunca este género de toreadores;
pero hasta estos últimos años, con la aparición de
Antonio Cañero, que ha introducido en los cosos, de
cierta manera, el toreo a caballo, que en las faenas
de campo se practica en las dehesas andaluzas, puede
decirse que nuestros rejoneadores profesionales es-
taban muy por bajo de los portugueses, a los que tra-
taban de imitar. También, como casos excepcionales,
en las corridas reales han solido presentarse caba-
lleros en plaza, actuando de tales unas veces ofi-
ciales del Ejército y otros aficionados distinguidos,
hábiles en ese deporte; pero ya en las postreras fies-
tas en celebración de algún fausto acontecimiento se
ha suprimido esta rememoración de los tiempos anti-
guos, y si rejonean toros, lo hacen toreadores de pro-
fesión.
Y ya que de este toreo hablamos, aunque haya-
mos de salirnos del plan que nos habíamos trazado,
teniendo en cuenta que es hoy frecuente la actuación
de toreadores (así se llaman los que lidian a caballo)
en nuestras plazas, debido más que a nada a la gran
destreza en este arte de don ¡Antonio Cañero que lo
ha puesto en moda, daremos'aquí, de pasada y en
forma sintética una idea dé las principales suertes
que los rejoneadores ejecutan, para que el aficionado
que las presencia pueda discernir respecto al mérito
de ellas, y si no tanto, conozca cuando menos los
nombres con que se las designa, tomadas del tecni-
EL ARTE DE VER LOS TOROS 57

cismo portugués, por ser, como se ha dicho, en el


país hermano donde está arraigado y siempre en
auge el rejoneo.
Las principales reglas de este arte pueden resu-
mirse en las siguientes: E l rejón, que viene a ser
una banderilla larga de 1*60 m., de madera fácil de
quebrar por un punto determinado, va armado de
una punta de acero, en forma de lanza (hoja de pe-
ral) o de un simple garfio como las banderillas. Esta
punta metálica es la que se clava ent el toro, y al
quebrarse el palo queda el extremo opuesto ení la
mano del caballero, que en ocasiones lo utiliza como
defensa si sale perseguido por el toro.
E l rejoneador, al citar, debe tener el brazo ex-
tendido y de manera que la mano no pase nunca de
la altura del hombro, hacia delante cuando la suerte
es de frente; hacia el lado, formando el brazo una
línea perpendicular con la espina dorsal del caballo,
en la suerte de tiras, como igualmente en la de lado
y a la media vuelta, y hacia atrás en la suerte dé
grupas. A l clavar debe hacerlo con el brazo exten-
dido y levantado de forma que la punta del rejón se
halle a la altura conveniente para herir en el morri-
llo del toro, formando un ángulo recto el brazo del
toreador con el rejón. Si éste no queda clavado en
el morrillo, se tiene por defectuoso, y su mérito es
mayor cuando se clava en el momento de estar el
toro humillado.
De tad'as las formas de rejonearj la que se tiene
por mejor es la conocida con el nombre de al estribos
5S 'UNO AL SESGO

'A

Banderilleando a caballo.— Rejón al estribo


EL ARTE DE VER LOS TOROS 59

o sea cuando humilla el toro, mete la cabeza y da el


derrote en el estribo. Esta es la más airosa y difícil
de las suertes que al presente se ejecutan. A silla pa-
sada se dice cuando el rejoneador coloca al caballo
dándole el costado al toro, mirando la cabeza de éste
hacia la parte de aquél que media desde la silla a las
ancas. A l embestir así el toro, clava el toreador el
rejón y hace salir al caballo por delante, y cerrando
el círculo con el toro, sale por su cola. A la grupa es
cuando el toro se arranca hacia el caballo y al meter
la cabeza a las ancas de éste y dar el derrote se
aprovecha el momento para clavar, saliendo por de-
lante de la cara del toro y con todos los pies. Se con-
sidera esta suerte la más fácil.

Banderillas a caballo a dos manos

Según las variantes que en la ejecución de las


suertes se empleen, toman éstas diferentes denomi-
naciones, y así se llaman a porta gayóla cuando se
60 UNO AL SESGO"

espera al toro a pocos pasos de la puerta de los chi-


queros; de cara or ostro, cuando se cita de frente; de
poder a poder, en la que el cite es también de frente,
pero a larga distancia, y al arrancar el toro arranca
en seguida el caballo en línea recta y al llegar al cen-
tro de la suerte hace un cuarteo y clava al estribo;
de cara recibiendo, en que se espera la acometida del
toro hasta que llega éste a jurisdicción, que es cuando
se lanza al caballo hacia la izquierda y galopando so-
bre el mismo lado se llega al centro de la suerte y
cuando la res tiene la cabeza metida en la grupa del
caballo se clava el rejón; la de tira se ejecuta citando
al toro como para la de cara, y cuando el toro arran-
ca se dirige el caballo hacia la izquierda galopando
y en vez de cuartear se sigue la línea recta, hasta
que al llegar a jurisdicción el rejoneador vuelve el
caballo hacia la derecha, quedando de frente al toro,
y este es el momento de clavar el r e j ó n ; la media
•vuelta es una suerte de recurso, y tiene gran parecido
con las banderillas que se clavan de ese modo.
Este toreo, en auge hoy en Portugal y en España
hasta el siglo X V I I Í , dió origen, a partir de esa
época, en que la nobleza lo abandonó, a la evolución
que las corridas han sufrido desde que dejaron de
ser un deporte para convertirse en una profesión.
El rejoneador se transformó en picador de vara lar-
ga; una vez más fué llevada a los cosos la habilidad,
la maña, que la necesidad había obligado a desarro-
llar al hombre para dominar y vencer a la fiera en
campo abierto, pues en rigor el arte de picar toros
EL ARTE DE VER LOS TOROS 61

no fué más, en un principio, que la aplicación de ese


toreo especial que en las faenas de campo emplea el
vaquero para reducir, castigar, defenderse y tentar a
las reses de que cuida.
Por espacio de medio siglo fué la del picador la
primera figura en la cuadrilla, y los toreros de a pie
conservaron el carácter de auxiliares de los de a ca-
ballo, como en otros tiempos ocurría; pero ya en vez
de rematar al toro herido de rejones, a golpes de daga
y sin ninguna gallardía, ahora es un diestro, que toma
el nombre de espada, el encargado de acabar con la
fiera herida con las puyas. Poco a poco estos toreros
de a pie van sobreponiénidose a los de a caballo; pero
hasta 1793, en que el famoso Joaquín Rodríguez,
Costillares, elevó una protesta a la Maestranza de
Sevilla, en los trajes que ésta proporcionaba a los
diestros los de los varilargueros iban adornados con
galón de plata y con galón blanco los de los espadas.
Con los Romero, de Ronda (Francisco, Juan, Pe-
dro), Costillares y Pepe-illo puede decirse que da
comienzo el verdadero arte de torear del que el que
conocemos actualmente es la consecuencia, gracias
a las consecutivas aportaciones de Curro Guillen,
Juan León, Francisco Montes, Curro Cuchares, Jo-
selito Redondo, el Tato, el Gordito, Lagartijo, Fras-
cuelo, Guerrita, JOSELITO y Belmonte, para no citar
más que a los que han ejercido una indiscutible i n -
fluencia en la evolución de la técnica.
Indudablemente, a estos dos últimos debe el toreo
moderno la transformación radical que en la ejecu-
62 UNO AL SESGO

ción de las suertes ha experimentado en estos últi-


mos años. Los terrenos que hoy se pisan, vedados
para los toreros anteriores es una conquista de Jo-
SELITO y Belmonte; el ajustarse con el toro como
hoy se hace, el pararles, lo que en la actualidad se
les para, el estrecharse con la fiera como ahora se
estrechan, ellos lo han traido.
F u é una lástima que la muerte nos arrebatara a
JOSELITO, que era el complemento de Belmonte,
Aquél con su toreo largo, copioso, extenso con el
dominio absoluto de la técnica, con su afición des-
medida, habría contrarrestado en gran parte esa ten-
idencia a acortar el oficio, que ha dado nacimiento a
los especialistas, a los cultivadores de un lance, es-
timulados por los triunfos que con un reducido nú-
mero de ellos Conseguía Juan. Pero no es de este
lugar ese tema.
Volvamos al que nos ocupa; y dejemos la historia
para entrar en la técnica.
En principio puede asegurarse que una suerte tie-
ne tanto más mérito cuanto más cerca de los pitones
se ejecute y más vistosamente se remate; es' de-
cir, que la mejor será aquella en que se reúna el arte
y el valor.
De oír lo que algunos sabios preconizan, esto de
torear queda reducido a una continua y metódica
preparación del toro a bien morir, para mayor gloria
del matador; y cuanto con la fiera se haga, tanto
con el capote, como con la vara y banderillas, no
tiene otro objeto que eso: mermar facultades, quitar
EL ARTE DE VER LOS TOROS 63

poder, ahormar la cabeza del toro, para que con


el menor riesgo posible cumpla el espada su come-
tido.
Indudablemente, puesto que el acto más culmi-
nante de la tragedia es ese, el de la muerte del
toro, nada hay que oponer a que todo se encamine
a su mayor brillantez, pero siempre y cuando no se
haga con perjuicio del público, o lo que es lo mismo,
del espectáculo, de su animación, de su grandiosi-
dad. Consecuencia natural de aquella teoría es la
actual repugnante suerte de varas (1), cuya depu-
ración artística, esa evolución que ha seguido el to-
reo, la cortó de raíz el concepto de que en ese pri-
mer tercio lo interesante es castigar al toro, igual
con la puya que haciéndole suspender con la cabeza
el peso del caballo y picador.
Ante la orden de un Guerrita a su picador de "que
enganche", orden que se ha seguido repitiendo, y
es en la actualidad innecesaria, el arte de torear a
caballo desaparece en absoluto, la suerte de varas
queda reducida, cuando más, a colocar el puyazo en
lo alto, y toda la maestría del varilarguero a caer
reunido con el caballo, después de haberle pegado
lo más posible al toro.

(1) A l decir actual, no me refiero exclusivamente a nuestros


días. Es una actualidad que data de muchos, de muchísimos años, y
si unas líneas más abajo se habla de lo que ha contribuido a_ esa
decadencia el célebre Guerrita, de ningún modo he querido signi-
ficar tampoco que con su orden expresa o pública se iniciara. Tá-
cita o privadamente recibían los picadores de sus jefes esas mismas
órdenes, y por lo tanto puede asegurarse que la suerte de varas
recibió golpe mortal el día mismo en que los picadores pasaron ?
depender de los espadas.
64 "UNO AL SESGO"

Había derecho a esperar que fuera otra cosa, al


cabo de doscientos años, el toreo a caballo; pero
no es posible que lo sea mientras se pique atendiendo
únicamente las conveniencias del matador.
Igual, exactamente igual ocurriría, y ha ocurrido
a veces, con el segundo tercio, si la personalidad del
banderillero queda anulada por las exigencias del
espada que ordena que se ejecute la suerte pronto
y sin adornos, con el pretexto de que éstos descom-
ponen al toro.
Bien que no se abuse de ellos, bien que no se
pierda de vista lo que puede beneficiar al matador;
pero antes que el matador está el público, el espec-
táculo mismo, y en obsequio de éstos, todos tienen
el deber de amenizarlo y cáda uno en su cometido
deben de tender a complacer, a distraer al especta-
dor, puesto que el espectáculo en honor del público
se hace.
Los que más contribuyen a crear ese estado arti-
ficioso de cosas, son la polilla que a sí misma se
llama aficionados inteligentes, los cuales además de
sostener esas teorías que están muy bien en boca
de los interesados, dicen también, por ejemplo, que
el caballo herido es el mejor para picar toros, por
que se "agarra m á s " llevando su saber hasta ha-
blar en picador o en contratista de caballos, y sin
pensar que proclaman una blasfemia, pues el ideal
de la suerte de varas sería que los caballos resul-
taran ilesos; y ya que no se puede exigir lo ideal,
contentándonos sólo con lo que es de humanidad,
E L ARTE DE VER LOS TOROS 65

por el buen nombre de la fiesta, un aficionado entre


el caballo y el picador, debe ser por lo menos neu-
tral.
¡ No creo que necesite el espectáculo unos toque-
citos más de barbarie, sobre todo de esa que no es
un accidente de la lidia, sino que se trata de super-
poner por una indiferencia que es menos simpática
que la misma crueldad! (1)
Quedamos pues, que cuanto en los ruedos se hace
e intenta es para diversión del público, sin perjuicio
de que se tengan en cuenta las conveniencias del
matador, y siempre y cuando éstas no estén en pugna
con los derechos de aquél.
Y entremos ahora en materia.
División de terrenos. — Querencias: Para mayor
comprensión de lo que en la arena ocurre, debe sa-
ber el espectador lo que se entiende por terrenos y
la división de éstos, como asimismo lo que son las
querencias.
(1) Esto fué escrito hace más de 16 años, y al reimprimirlo
hoy en esta nueva edición, veo con dolor que no ha perdido actua-
lidad. Adoptados recientemente los petos (en la temporada de 1928
obligatoriamente) para defensa de los caballos, aunque por mi parte
no creo en la eficacia de ese armatoste, pues en realidad no es
más que un paliativo y soy de opinión que algo más práctico se
podría hacer—ya se hablará de ello más adelante—, en modo alguno
estoy conforme con que los petos son perniciosos y perjudiciales para
la lidia, porque el toro al no enganchar se desengaña ,(!). O lo
que es lo mismo, que uno de los objetos de la suerte de varas es
que el toro enganche; resultando por lo tanto que, cuanto se ha
escrito y dicho sobre el arte de picar, eran conversaciones de puerta
de tierra. E l absurdo salta a la vista y no necesito insistir sobre
él. Si el peto evitara que el toro enganchase al caballo, que no lo
evita siempre, desgraciadamente, lejos de ser por eso censurable su
adopción, merecería el aplauso del aficionado .culto, pues con ello
perdería nuestra fiesta favorita, en gran parte, _ ese aspecto feo,
repugnante y cruel que no es posible defender, ni aun a titulo de
"buen aficionado".
66 "UNO AL SESGO"

Por lo que se refiere a los terrenos, para su divi-


sión se ha tenido en cuenta la propensión de los
toros a buscar el de fuera, o sea los medios de la
plaza, sin duda porque el espacio más amplio y libre
les es más agradable, sobre todo antes de aplomarse
o aquerenciarse, o cuando acobardados o recelosos
buscan la defensa en las tablas, y hacia ellas de-
muestran una mayor querencia por lo tanto. No es-
tará demás advertir^ que son bastantes los toros que
desde la salida revelan esa querencia, y hacia dentro
empujan con fuerza y violencia desde las primeras
suertes. No suele ser esta una señal de bravura, aun-
que lo parezca por la forma rápida y decidida de
arrancar.
Por querencias se entiende el lugar o punto de
la plaza en que los toros gustan más de estar, y
por lo mismo hacia ellos se dirigen de preferencia
en toda circunstancia, con mayor ahinco cuanto me-
nor sea la bravura de la res, pues es una peculia-
ridad de los mansos y cobardes el atrincherarse en
ellas.
Las querencias en el redondel se dividen en natu-
rales y accidentales; las primeras son la puerta de
los chiqueros, y las segundas las que casualmente
toman las reses en ciertos sitios, por haber un ca-
ballo muerto, por sentir algún descanso o defensa,
como son las de las barreras, o por estar la tierra
movida y fresca.
La división de los terrenos no es idéntica para las
suertes de a pie y para las de a caballo. E n las pri-
EL ARTE DE VER LOS TOROS 67

División de loe terrenos


68 "UNO AL SESGO"

meras, el terreno del toro es invariablemente el de


afuera, o sea el que existe entre el sitio en que
esté colocado y los medios de la plaza; y el del
torero el de dentro, o sea el que queda desde donde
se halla éste a las tablas. En las de vara ofrece al-
guna dificultad la fijación de los terrenos, por ser in-
finitas las posiciones en que se verifica; no obstante
el terreno del toro es en ésta el que se extiende a
la izquierda del picador, al que debe entrar el bicho
por delante de la cabeza del caballo; y el del diestro
no es precisamente el de su derecha, si no el que te-
niendo en cuenta la clase del toro que se va a picar,
deja más pronto libre la salida, que debe hacerse
siempre buscando los cuartos traseros del animal.

Tanto en los lances de a pie como en los de a


caballo, se denomina centro de la suerte el punto
en que se consuma, o por mejor decir, el confín de
ambos terrenos en que, habiendo humillado el toro
y hecho el quiebro el torero, pasa cada cual al que
antes ocupara el otro.
Las suertes se ejecutan con los terrenos cambia-
dos, cuando al toro se le da el de dentro y toma el
torero el de afuera; pero para eso ha de estar aquél
perpendicular a las tablas y en dirección a ellas.
Tanto en banderillas como al estoquear, esta suer-
te tiene compromiso, por la mucha codicia con que
los toros embisten, creyendo que van a apoderarse
del bulto, y sobre todo si el animal empuja hacia
dentro, es decir, si tiene querencia a las tablas, cosa
E L ARTE DE VER LOS TOROS 69

que les ocurre a la mayoría, así que se aploman, y


a los mansos como antes se ha dicho.
En estos casos lo más propio sería decir que el te-
rreno del toro es el de dentro; y en la práctica, como
si fuera el suyo se ha de torear a los que en él
estén aquerenciados, puesto que hacia él partirán y
sería peligroso tapark esa salida.
E l conocimiento de los terrenos y querencias es
esencialísimo para el diestro y muy útil para el es-
pectador para formar juicio de las suertes que aquél
ejecuta, pues dista mucho de ser igual el mérito
de una suerte a favor de querencia en la que la res
sigue su viaje natural en busca de ella, que cuando
ese lance se hace contra querencia, pues en ese caso
hay que tirar del toro para que siga el engaño, y
con conseguir que se arranque ya es bastante.
E l conocimiento de las querencias, permite al dies-
tro el empleo de lo que hemos dado en llamar tru-
cos—como si las palabras españolas artimaña, artifi-
cio, treta, engaño, habilidad, etc., no significasen lo
mismo que ese innecesario galicismo con que hemos
enriquecido el tecnicismo taurino—unos de más bue-
na ley que otros.
Rafael el Gallo, torero de querencias por antono-
masia, emplea, por ejemplo, muy a menudo el de
sacar con pases de tirón a un toro del punto en que
está aquerenciado, para darle en seguida esa que-
rencia con uno de sus ayudados por alto estatua-
rios. Ese parón, como se dice ahora también, se
da sin riesgo ni peligro ninguno; pero es bonito y
70 "UNO AL SESGO"

airoso, y en ese sentido tiene su mérito. Por otra


parte, muchos de los lances de capa o muleta en
que la res no va realmente toreada, son realizables
gracias a la querencia; no es igual cuando ésta no
existe y es el arte exclusivo del torero el que hace
seguir al toro el viaje que el capote o muleta le se-
ñalan ; en una palabra, cuando el diestro templando
y mandando, lleva toreada a la res. Es una diferen-
cia que el aficionado debe hacer.
De todos modos esta treta—por no llamarle tru-
co— tiene en su favor el lance airoso que proporcio-
na y, por lo menos yo, no lo censuro, pues todo lo
que sea gallardo y bonito en nuestra fiesta, me pa-
rece bien, aunque no a todo le dé el mismo valor.
Los preceptistas severos y rigurosos, pueden opinar
como quieran. E n cambio, encuentro vituperable,
que, por falta de valor o de arte, cuando un toro
se arranca fuerte o bronco hacia la querencia, el es-
pada lo trastee contra ella, sin otro objeto que el
dé demostrar al público que el animal no quiere pa-
sar, rehuyendo de ese modo la faena que acaso con
él se podría realizar, variándolo de terreno o apro-
vechando la misma querencia si no la tiene muy
marcada.
De otros trucos se podría hablar en que las que-
rencias desempeñan un gran papel; pero no lo per-
mite la extensión que este librito ha de tener.
E l terreno más apropiado para la ejecución de las
suertes de a pie, son los tercios, o sea el espacio que
hay entre las tablas y los medios, dividida la arena
EL ARTE DE VER LOS TOROS 71

Quiebro de rodillas

Cambio de rodillas
72 "UNO AL SESGO"

Entre dos o al alimón

Remate de la suerte
EL ARTE DE VER LOS TOROS 73

en tres partes iguales, a unos cuatro o cinco metros


de la barrera. Allí es donde toro y torero tienen
perfectamente determinados sus diferentes terrenos.
Hay en el día una tendencia por parte de muchos
lidiadores a torear de capa muy cerca de tos tableros,
y cuando no significa esto poca confianza en sus fa-
cultades físicas, puede significar miedo. Debido a esa
precaución se ven con frecuencia entablerados, a
poco que la res sea codiciosa y se revuelva pronto, y
en vez de la querencia natural a las afueras, con
que se contaba, la tiene hacia los adentros.
Si torear en ese terreno es censurable por esas
razones, y por que pierden en visualidad los lances,
torear en los medios únicamente debe intentarse
cuando el toro tiene bravura y nobleza suficientes,
que anulen los inconvenientes que de otro modo pre-
senta ese terreno, por ser el del toro, lo cual sig-
nifica para el diestro la pérdida de su mayor ventaja,
puesto que en el remate de las suertes, sean pases
o estocadas, le falta la salida natural de la res hacia
su querencia, por hallarse en ella misma. E n los me-
dios, se decía antes, que se pierden los terrenos—hoy
apenas se emplea esta frase—y en realidad es así,
pues no se sabe cuál es- el del toro ni cuál el del
torero; dificultad máxima para la ejecución de los
lances.
Sólo a un buen torero, con un buen toro, le es
dado hacer la faena en ese terreno.
Estas someras indicaciones, bastan para el objeto
que nos hemos propuesto; la observación constante
S,—El arte de ver los toros
74 UNO AL SESGO

del aficionado, que realmente lo sea, hará lo demás,


para la comprensión del drama que en la arena se
desarrolla.
III

Primer cuarto de la lidia


MODO DE CORRER LOS TOROS. — LANCES DE CAPA

ASTA el año 1927,1a lidia estuvo


dividida en tres tercios; pero un
R. D. de Gobernación en dicho
año, subdividió el primero en dos,
por lo que en realidad son cuatro
los actos de que al presente cons-
ta la lidia de reses bravas.
La reforma venía siendo de antiguo propugnada
por profesionales y aficionados. Luis Mazzantini era
partidario de ella, lo fué también el célebre picador
Badila; otros muchos le defendieron.
Desde el punto de vista técnico y humanitario no
se puede negar que está bien.
La presencia de los picadores en el ruedo al salir
el toro de los chiqueros, daba lugar, de vez en cuan-
do, al emocionante espectáculo de una res brava, que
con violencia arrolladora acometía, derribaba y se
ensañaba con los montados, uno detrás de otro; pero
lo general era que embistiera sin fijeza, que el pica-
dor clavara el puyazo donde podía, rajando unas ve-
76 "UNO AL SESGO"

ees y señalando mal siempre, y corriendo un riesgo


contra el cual el arte era ineficaz; que los caballos
fuesen despanzurrados alevosamente; y que con todo
esto nadie saliera ganando, a no ser los ganaderos
que, al tomar casi por sorpresa sus toros dos o tres
puyazos, se contasen éstos como demostración de una
bravura en pocas ocasiones efectiva. Pero, en cam-
bio, eran bastantes los que por el exceso de codicia,
manifestada en los primeros puyazos, se rompían con
los caballos, y quedaban aplomados para el resto de
la lidia. Cosa que ahora no es tan frecuente.
Bien está, pues, que en el primer cuarto de la l i -
dia los caballos estén ausentes, y no aparezcan en la
arena hasta que el toro, ya enterado de lo que út
él se pide, se halle en condiciones de comportarse
como su sangre, más o menos brava, le obligue. Se
evita con ello que mueran tantos caballos, que los
picadores reciban muchos porrazos, que con el uso de
los petos se habrían aumentado probablemente, y que
los toros no se estropeen tanto.
La lidia, por lo tanto, comienza ahora por las
suertes de capa.
Correr los toros. — A l salir el toro a la plaza, pues,
lo primero que se hace con él es correrlo.
E l toro que tiene muchas piernas debe tomarse
largo, echándole el capote bajo y sin pararse al ci-
tarlo; no correrlo en la misma dirección que tenga
su cuerpo y cabeza, para que se vuelva y retarde él
primer arranque. Pero si tiene pocas facultades, se
tomará corto y se parará al citarlo para que el toro
EL A1TE DE VER LOS TOROS 77

siga, deteniendo el diestro la carrera jDara guardar


una distancia proporcionada, debiendo siempre i r m i -
rándolo para verlo llegar y suspender la marcha
cuando el bicho pare, porque lo contrario es feo y
supone miedo.
Para quitárle prontamente facultades se suele re-
currir al correrlos, a terminar con un recorte, con lo
cual, por lo rápidamente que se revuelve el animal
sufre gran destronque.
Esto, lejos de aplaudirlo, debe censurarlo el es-
pectador y mucho más cuando en vez de un recorte
son una s^rie de ellos los que se dan al toro, por la
merma de facultades que esto les ocasione.
Lo bien hecho es correrlos por derecho y rematar
dándoles salida larga.
Cuando se trate de abrir un toro, esto, es, des-
viarlo un poco de las tablas para hacer suerte con
él, se darán los capotazos hacia adentro para que el
toro dé una vuelta, cuyo remate es sobre el terreno
de afuera y quede en disposición de practicarla. Si
por el contrario está muy desviado y se trata de acer-
carlo un poco a la barrera, a lo que se llama cerrar-
los, los capotazos se darán de fuera a dentro.
Inmediatamente después de estos capotazos preli-
minares, el matador, por lo que ha visto y observado
respecto a la forma de embestir y cornear de la res,
pues este es en la actualidad uno de los principales
objetos que tiene el correr a los toros, se dispone a
torear de capa.
No discutiremos si se deben o no torear todos los
78 "UNO AL SESGO"

toros. A l público le gusta que los toreen y está en su


derecho al pedirlo. L o que sí convendría que ese
público tuviese en cuenta, es que no a todos se les
puede torear de la misma manera, y que estirarse,
estrecharse, dar el famoso pavón, no lo consienten
todas las reses. Si el diestro lo intentara con los
que no lo permiten, aparte de que fracasaría, correría
un riesgo que no hay derecho a obligarle que afronte.
Lances de capa. — Generalmente se suele empe-
zar por la mrónica.
La suerte denominada verónica es una de las más
lucidas y seguras que se ejecutan, debiéndose su in-
vención, según parece, al sin par maestro sevillano
Joaquín Rodríguez (Costillares). Sitúase el lidiador
para efectuarla de cara al toro, en la rectitud de su
terreno, de modo que las manos de éste estén en
frente de los pies de aquél; lo citará en esa pos-
tura y lo dejará venir hasta que llegue a jurisdicción,
cargándole entonces la suerte, y cuando esté en su
terreno y tenga el toro fuera, sacará el capote, fina-
lizando la suerte. Hasta el momento de cargar la
suerte parará los pies el diestro, procurando siem-
pre que la res quede derecha a la terminación para
hacerle la segunda. Así se hacía antes.
En vez de colocarse frente a frente del toro, los
diestros hoy se perfilan con él, y como en ese caso
la quietud de los pies puede ser absoluta, resulta la
suerte muy lucida, y hace posible los varios lances
seguidos sin enmendarse como de vez en cuando
vemos.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 79

Verónica

Esta forma de veroniquear no es tan reciente como


algunos suponen, pues ya en la Tauromaquia, de
Guerrita, publicada en 1896, se dice, que "el diestro
se colocará de costado en la rectitud del t o r o " . . . Y
añade en otro p á r r a f o : " E n la posición referida,
encontrándose el diestro de costado al bicho, y no
de frente, tiene más facilidad para dar la salida y
para repetir la suerte sin moverse de medio cuerpo
abajo."
Sánchez de Neira, en su Diccionario, tan aferrado
a toda tradición, no es partidario de la verónica dada
en esa forma, porque con ella el toro no sufre des-
tronque y prefiere la colocación de frente.
Dulzuras, en su Catecismo, no habla de la colo-
cación.
80 "UNO AL SESGO"

Es una fea ventaja citar con el compás abierto, y


juntar los pies cuando, cargada la suerte, ya lleva el
toro su viaje. No hay por qué hacerlo. Con los pies
separados se puede y hasta se debe torear de pre-
ferencia, porque teniendo más base de sustentación
el cuerpo se carga la suerte más fácilmente y por lo
tanto se manda más.
Pero esto no significa, como algunos pretenden,
que no se pueda y deba torear con los pies juntos,
tanto de capa como de muleta, cuando el diestro lo
considere oportuno y en esa forma lo sepa nacer. No
veo nada censurable en que aprovechando el viaje
del toro, en. un lance a favor de querencia y en cuan-
tas ocasiones sean propicias, se valga el torero de
este recurso airoso y de efecto para realizar una
faena. L o censurable es que persiguiéndolo a todo
trance en él cifre todo el buen éxito y cuando no lo
consigue cese "ipso facto" su actuación como to-
rero.
Entiendo, pues, que torear, lo que se dice propia-
mente torear, exige la "apertura del c o m p á s " ; pero
no me parece mal que "se cierre" en determina-
das circunstancias, si con ello se aumenta la vistosi-
dad y gallardía de una faena de capa o muleta.
Claro que, según la condición del toro, le será más
o menos lícito al torero tomar ventaja, pues ni en
todos los casos se podrá parar igual, ni estirar lo
mismo los brazos, ni templar de idéntica manera.
Si es huido se tira el capote al suelo, si codicioso
E L ARTE DE VER LOS TOROS 81

se pueden levantar más los brazos, para darle salida


larga; pero cuando se trate de una res franca y
brava, el capote ha de conservar la altura que tiene
en el momento del cite, sin subirlo ni bajarlo, acom-
pañando al toro en su acometida estirando el brazo
de la salida en toda su longitud y el otro hasta lle-
var la mano al mismo costado.
La navarra viene a ser en el día un intercalado
entre las verónicas. E l reihjmbrado espada Martin-
cho fué su introductor, a lo que se dice:
Para efectuarla se colocará el diestro en la mis-
ma disposición que para la verónica, cuidando de
que el toro tenga enteras sus piernas, poniéndose
en corto, y al embestir le irá tendiendo la suerte,
se la cargará mucho cuando llegue a jurisdicción,
torcerá el cuerpo de perfil alargando los brazos y
teniendo los pies en la mayor quietud, y, estando
ya el toro fuera y bien humillado, le arrancará con
prontitud la capa por bajo del hocico en dirección
opuesta a la que llevaba y dará en ese instante una
vuelta en redondo, con los pies juntos, por el te-
rreno de adentro quedando frente al toro preparado
para otra suerte.
" Es otra de las suertes que van cayendo en desuso.
El último a quien se la hemos visto ejecutar mejor
es a Rafael el Gallo.
E l farol, más que una suerte propiamente dicha,
es un accidente de la verónica, y por lo general se
ejecuta entre dos lances, haciendo un movimiento
el diestro como para colocarse la capa sobre los hom-
82 "UNO AL SESGO"

bros y volverla a su posición natural para la veró-


nica con toda rapidez.
Sin embargo en el día se ejecuta mucho, aislada-
mente, en los quites, repitiéndose dos y más veces
seguidas.
Suerte de tijerilla. — Tiene escaso mérito y se di-
ferencia de la verónica en que se colocan los brazos
en aspa, y así, en esta disposición se ejecuta.
No es muy frecuente verla ya y cuando algún dies-
tro moderno la intenta, generalmente deshace el aspa
al rematar, para rehacerla en forma inversa al se-
cundar.
Es curioso que a esta suerte se la denomine a lo
Chatre, sin que se haya caído en la cuenta, que la
Ch en la ortografía antigua equivale a la c moder-
na, y por lo tanto catre y no chatre debe llamarse.
Suerte al costado. — Esta suerte, a la que algu-
nos impropiamente llaman ahora gaonera, sin tener
en cuenta que ya en tiempos del célebre Francisco
Montes se ejecutaba, y él la define en su Tauroma-
quia, se hace de dos modos: con la capa por delante
y con la capa por detrás.
Con la capa por detrás, que es como la ha resuci-
tado Gaona, se hace poniéndose el diestro en suerte
de costado con el toro y mirando hacia el terreno de
dentro. Pasado un brazo por detrás, y con el otro
perfectamente extendido, agarra la capa con la mayor
parte del vuelo del lado del toro. Esta posición es
muy airosa y se debe tener mucho cuidado en con-
servarla hasta que el toro llegue a jurisdicción,
E L ARTE DE VER LOS TOROS 83

igualmente en perfilarse mucho con la capa para que


no pueda absolutamente ver más que un objeto sin
distinguir el cuerpo, lo cual es muy importante para
el buen éxito de la suerte.
Puesto el diestro de este modo, citará el toro, de-
jándolo venir por su terreno, y así que llegue a
jurisdicción le cargará la suerte, dando dos o tres
pasos para ocupar la parte del terreno de dentro
que va el toro dejando, con lo cual se presenta de
una vez toda la capa, se le echa del todo fuera y
se remata como en las verónicas.
No es asi, exactamente, como en la actualidad se
practica. Con el tiempo, y especialmente por el que
permaneció en olvido, ha sufrido modificapiones,
como con la verónica y con tantas otras ha ocu-
rrido.

Lance al costado por detrás

Hoy, colocado el capote a la espalda previo medio


farol, se le presenta todo el vuelo al toro por un
lado, hallándose el animal frente a él, se le carga
la suerte cuando llega a jurisdicción y así que re-
mata fuera, se da media vuelta y de nuevo se le
84 UNO AL SESGO

presenta el capote por el otro lado, repitiendo el


lance tantas veces como el diestro considere opor-
tunas.
De costado por delante se ejecuta lo mismo que al
principio se ha dicho, sólo que en vez de pasar una
mano por detrás de la espalda se la tiene por delante
del pecho. No se practica actualmente.
Suerte de frente por detrás. — Nada tiene que
ver esta suerte con la anterior. F u é inventada por
Pepeillo y se ejecuta poniéndose el diestro de espal-
da en la rectitud del toro, teniendo cogida la capa
por detrás lo mismo que de frente, en cuya dis-
posición lo cita, y así que embiste y llega a jusris-

De frente por detrás

dicción se carga la suerte, metiéndose el torero en


el terreno del toro, y remata con una vuelta de es-
palda quedando en disposición de repetir.
Este lance se suele llamar por algunos a la ara-
gonesa, y desde hace años, apenas si se ve ejecutar.
Ultimamente, a los niños de Bienvenida se la hemos
visto hacer.
Como ya se ha dicho en el prefacio, y de esta
definición se deduce, Pepeillo, al darle nombre, qui-
E L ARTE DE VER LOS TOROS 85

so significar que se trataba de un lance como el "de


frente" (verónicas), pero con la capa "por d e t r á s " .
Si lo hubieran entendido así Dulzuras y otros que
encuentran la denominación confusa habrían visto
que era muy clara.
Lances capote al braso. — Introdujo Reverte esta
suerte, que pertenece al toreo en campo abierto, en
las plazas, y es un recorte, cuyo mérito consiste en
quebrar lo más ceñido posible así que el toro llega
a jurisdicción, llevando el capote doblado en el brazo.
Galleos.—De todos, el que ha conservado ese nom-
bre es el llamado del bú, que consiste en ponerse
la capa del modo natural, marchando hacia el toro
como para un recorte, y al estar en el centro se
abren y agachan los brazos, haciendo el quiebro en
el puesto en que el toro está humillado: hecho este
se vuelven los brazos y la capa a su anterior posi-
ción, porque ya se está fuera.
Otro galleo se hace cogiendo la capa de igual
modo que para de "frente por detrás", encaminándo-
se el diestro al toro, describiendo una curva cuyo fin
es el centro de la suerte, y concluye con un re-
corte.
Se hace otra especie de galleo con el capote reco-
gido en la mano del lado que primero ha de pre-
sentarse al toro, y llegando al centro en los quie-
bros, se le acerca para que humille, en cuyo acto
toma el diestro la salida y muda el capote a la otra
mano, haciendo un quiebro de cintura, con lo que el
bicho pasa humillado por su espalda y la cabezada
86 "UNO AL SESGO"

la tira fuera. Se realiza este lance, también, valién-


dose de un sombrero o montera.
Como se ve, a esto en la actualidad le llamaríamos
un recorte, y es porque, con efecto, a todo lo que
hoy conocemos con ese nombre lo designaban los an-
tiguos con el de galleos. Recortes eran las suertes
que se hacían a cuerpo limpio, sin capote y todos
los demás lances de adorno galleos.
Así, por lo tanto, se hubiera designado lo que
al presente llamamos media verónica, y muy proba-
blemente ese vistosísimo lance de Chicuelo que se ha
bautizado con el patronímico de chiduelinas.
U n galleo característico es el de la mariposa i n -
ventado por Marcial Lalanda, de gran efecto cuan-
do se ajustan en su ejecución toro y torero. Viene
a ser una sucesión de lances al costado, andando
el diestro hacia atrás y llevando a la res embebida
en los vuelos del capote.
Largas. — Largas son aquellas suertes ejecutadas
a punta de capote en que se da al toro salida larga,
en contraposición de los galleos y recortes en los que
la salida es corta, y sufre con ella destronque la res,
como ya se ha dicho.
En la actualidad se entiende por larga más bien el
remate de la suerte a punta de capote, y se llama
lagartijera aquella en que el diestro se tira el capote
al hombro quedando de espaldas al toro ; y cambia-
das y afaroladas las que ha innovado Rafael Gó-
mez, Gallo, las primeras señalando un viaje al toro
y dándole otro, y las segundas pasándose el capotillo
ARTE DE VER LOS TOROS 87

por la cabeza, como se hace en los faroles. Estas


mismas largas tienen otras variantes, y algunas veces
el saladísimo Gallo las remata con un molinete en el
que la tela se enrolla al cuerpo o con una serpen-
tina de gran vistosidad, que es final por otros toreros
adoptado en algunos otros lances.

Galleo de la mariposa

Este y otros capeos, son casi exclusivamente em-


pleados en los quites, y por lo tanto en el segando
y no en el primer cuarto de lidia se ven actualmente
por lo general.
Medias verónicas. — Como las largas se suelen
emplear en los quites, y es un recorte, el remate
de una verónica, con lo que vuelve a quedar el toro
en suerte. Esto es, por lo menos, lo que en el día
hemos dado en llamar media verónica, pero en rea-
lidad sólo se trata del recorte final con que a aquélla
se pone término.
UNO AL SESGO'

Las medias verónicas, propiamente dichas, son los


capotazos a dos manos que emplea el matador en los
quites, y aun en otras circunstancias, para sacar al
toro de un punto determinado, tirando de él, con
lances por ambos lados que tienen cierta semejanza

Un lance de Chicuelo

con las verónicas, pero se quedan a media ejecu-


ción, puesto que el toro no acaba de pasar, y en el
mismo centro de la suerte el torero da el quiebro
para secundar por el otro lado con un nuevo lance.
Ya la res en el terreno conveniente, remata el torero
con un ceñido recorte, y a ese recorte es a lo que
se demomina ahora media verómca, y es el final
obligado de las verónicas, tanto en quites como al
lancear de salida. Juan Belmente ha sobresalido en
Ely A R T E D E V E R LOS TOROS 89

Galleo capote al brazo

izmm

Galleo del bu
90 UNO AL SESGO

Galleo de la mariposa

— —

Quiebro a cuerpo limpio


E L ARTE DE VER LOS TOROS 37

nombre designa a los bravos, pero en un sentido


diminutivo. No hay tal.
Celosos o revoltosos son los que en iguales con-
diciones que los boyantes, discrepan de éstos en que
tienen más codicia por coger, y en su virtud se re-
vuelven ligeros para buscar los objetos, sostenién-
dose con fuerza sobre las manos en los lances y si-
guiendo con la vista el engaño que, sin darse cuenta
huyó de la cabeza. Por más que para torear estas
reses se necesita mayor agilidad que para los bo-
yantes, son muy buenas para lidiarlas y se prestan a
la ejecución lucida de todas las suertes. H o y se dice
de ellos que tienen nervio.
Ciñénse o se acuestan los toros que aunque to-
man cumplidamente el engaño, se acercan mucho al
cuerpo del torero, y casi le pisan su terreno. Los
toros que se ciñen ofrecen también una lidia vistosa
y segura; pero hay que tener cuidado de darles siem-
pre bastante salida y despegarlos lo posible, sobre
todo en los pases de muleta. No hay que confundir-
los con los que adelantan por uno u otro lados, por-
que éstos lo hacen al cornear, y suele ocurrir que un
mismo toro se acueste de un lado y adelante del
otro.
Ganan terreno aquellos que estando en suerte co-
mienzan a caminar hacia el diestro, ora cortándole
el terreno, ora siguiendo el de fuera. De estos toros
existen dos géneros, que importa distinguir; unos
principian a ganar terreno desde la primera suerte,
notándose que es su peculiar manera de partir; y
3.—El arte de ver los toros
38 "UNO AL SESGO"

otros empiezan a tomarle después de aquélla, y lo


hacen intencionadamente por haber sido burlados. Si
a estos últimos se les juntara el rematar en el bulto,
hay exposición en torearlos sin precauciones.
Pegajosos son los comupetos que a pesar de tener
libre la salida, no la toman y se quedan en el centro
tirando cabezadas, intentando llegar al bulto, y cuan-
do lo consiguen, desarmando al picador, no quieren
dejarlo ni les hace mella el castigo.
Recargan los toros que llegan a la garrocha y al
sentirla se salen de la suerte como para ocupar su
terreno; pero conforme se les quita del morrillo,
arrancan al rematar con prontitud y vuelven sobre e!
bulto para cogerle. A veces muestran tanta codicia
como los pegajosos.
De sentido.—Toros de sentido son los que dis-
tinguen el cuerpo del engaño, por lo que no hacen
caso de éste y rematan constantemente en aquél. A
veces toman el trapo, pero es a la fuerza, y no por
ello dejan de rematar en el bulto. L a lidia de estos
toros está sembrada de escollos, no obstante los cua-
les el arte tiene recursos para anular el peligro. Es-
tos toros se suelen llamar marrajos, y así lo admite
la R. A . E., en sentido figurado, pues el marrajo
propiamente dicho es el tiburón.
Burriciegos.—Existen además, por defectos en la
vista, los toros burriciegos y son aquellos que ven
mucho de cerca y poco de lejos; otros, que ven mu-
cho de lejos y poco de cerca, y otros, que no ven
lo suficiente ni de cerca ni de lejos. A los primeros
E L ARTE DE VER LOS TOROS 39

debe citárseles en corto para que vean próximo ai


diestro y se consientan; entonces arrancan con co-
dicia y ligereza, por lo que, si conservan piernas y
al torero le faltan o no está sobre sí, pueden em-
brocarle.
Los de la segunda clase son de cuidado para lidiar-
los. Como no distinguen bien, acometen a todo lo
que se les pone por delante, y buscan el bulto por
ser objeto mayor y que, por consiguiente, ven mejor.
Los del tercer grupo son los mejores de todos los
burriciegos: no viendo el viaje, rara vez siguen al
torero hasta rematar. Pero en cambio son los más
pesados y propenden a aplomarse, o por lo menos
dan una lidia como los aplomados, por lo cual lo
que el torero gana en seguridad pierde en lucimien-
to. Cuando este defecto es muy pronunciado, los to-
ros que lo tienen no son de lidia, puesto que con
ellos casi todas las suertes fracasan. Con frecuencia
esta ceguera es una consecuencia de la misma lidia,
y se atribuye a congestión. Tal vez sea así.
Sobre esto debe de fijar la atención el aficionado,
pues no se puede torear a un toro burriciego lo
mismo que a un toro con la vista normal, y cada
uno de ellos requiere una lidia adecuada.

***

Transformaciones.-—Otra cosa que debe tener pre-


sente el aficionado es la transformación que sufre
el toro en sus condiciones durante la lidia, pues es
40 "UNO AL SESGO"

muy frecuente que una res que salió abanta se crez-


ca; que otra brava se huya o duela al castigo, que
un toro noble se haga de sentido, etc., no una vez,
varias en los breves minutos que está en el ruedo.
La inmensa mayoría de los toros al pisar la arena
no lo hacen con ese afán de combatividad que nos
complacemos en adornarlos. Asombrados, deslum-
brados, en un principio, a poco que se reponen, las
primeras carreras son en busca de una salida que les
conduzca al campo y sólo cuando se convencen de
que no existe, es decir, cuando se ¿nfieran, se avienen
a la lucha. De ahí que no porque un toro salga aban-
to, se ha de deducir que es manso irremisiblemente.
Antes de sentenciar hay que dejar que se entere, y
sólo después, si acepta o rehuye el combate, se po-
drá formar juicio respecto a su bravura. Cosa que
saben los buenos aficionados es, que los toros de la
casta de Saltillo, son muchos abantos de salida, lo
cual no quita para que de esa casta precisamente
resulten más bravos que de las otras.
También lo contrario suele observarse a veces. To-
ros que salen de los chiqueros revelando una gran
codicia, que en los primeros capotazos doblan por
ambos lados, dando grandes muestras de bravura, y
que a poco comienzan a echar la cara por el suelo
y a escarbar, embistiendo cuando se deciden despro-
porcionadamente y mal. Desengañados prontamente
al verse burlados, se vuelven recelosos y cuando par-
ten lo hacen por creer que van a cojer, por lo que
sólo lo intentan si les parece que es sobre seguro.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 41

Lo mismo que los anteriores estos animales chas-


quean al espectador que se precipita en sus juicios.
Prevenido, pues, el aficionado con estas adverten-
cias respecto a estos toros que, aun siendo fre-
cuentes, no constituyen la regla general, añadiremos
que señal de toro bravo, aunque no infalible, es que
a la salida acuda a cuantos objetos le inciten; que al
tirarle el capotazo para correrlo arranque hacia donde
se le llama; que al embestir humille, meta la cabeza,
hasta casi rozar con la arena el pitón, y tome el
viaje que el capote le indica, y llegue hasta las tablas
si el torero las toma, y en vez de mirar hacia arri-
ba y tirar el derrote por alto, haga lo contrario y
lo dé en las tablas o parte baja, que es donde ha
quedado el extremo del capote. Si esto hace, hay
muchas probabilidades, casi la seguridad, de que se
trata de un toro bravo y noble; y toreado debida-
mente, sin más castigo que el preciso y sin más ca-
potazos que los oportunos, puede dar excelente y
mucho juego.

E l toro, en cambio, que en vez de correr ligero


y rápido, agarrándose al terreno, sale al trote, que
al tirarle el capotazo o bien no dobla y sigue su
camino, o si embiste adelanta las manos y apenas
baja la cabeza para cogerlo, o se detiene tirando la
cara al suelo y escarbando, lo más frecuente es que
sea manso.
Si al salir barbea las tablas y trata de saltarlas,
poca confianza debe de inspirar.
42 "UNO AL SESGO"

Esto es lo que como regla general ocurre; pero


aparte de que ya hemos dicho que las excepciones
abundan, no se ha de perder de vista tampoco que
una mala lidia, las condiciones físicas del animal,
unas veces por exceso de gordura, otras por escasez
de fuerza y poder, algunas a efecto de un rajón
con la puya o de un puyazo en mal sitio, etc., etc.
cambian por completo las condiciones de lidia de una
res, en mal lo más a menudo, en bien no pocas veces
ya sea porque se consienten ya porque, como en la
jerga taurina se dice, "han ido a m á s " , se han cre-
cido, acabando por hacer buena pelea los que la ini-
ciaron mala.
Por lo tanto el aficionado debe de estar atento a
estas transformaciones y modificar su juicio con
respecto al toro tantas veces como sea preciso.
Si el espectador no conoce perfectamente la cali-
dad del enemigo que tiene delante el torero, es im-
posible que pueda apreciar las faenas que con él se
hacen, pues no es lo mismo torear una res noble y
franca, que otra de sentido y bronca. Cada una tiene
su clase de toreo.
De ahí que se diga con tanta razón que "los to-
ros dan y quitan", porque el toro es el factor prin-
cipal en este espectáculo.
Además, es muy conveniente que el aficionado ten-
ga en cuenta, en el día más que nunca, que el toro
apto para el toreo en moda actualmente, ha de reu-
nir condiciones especiales, no tantas quizá como al-
gunos diestros exigen para hacer faena, pero sí al-
E L ARTE DE VER LOS TOROS 43

gunas que en la forma antigua de torear eran i n -


necesarias.
Un toro bravo, con nervio, codicioso, con fuerza
en las patas, que se revuelva pronto, no es el más
a propósito para que con él hallen lucimiento la
mayoría de los toreros modernos. Por eso se dice
que el toro bravo es el que más pronto descubre al
mal torero. Con ellos no basta saber dar lances bo-
nitos y pases bonitos; es preciso ante todo dominar-
los, con faenas de castigo, para las que precisa un
gran conocimiento del oficio y todo el valor que da
a1 diestro ese conocimiento de su arte y de sus fa-
ct Itades físicas, en una palabra, de su superioridad
S' bre el enemigo. Toreros de esa categoría, de los
que el gran JOSELITO fué el arquetipo, son raros;
de ahí que ese toro, en la jerga taurina, se llame
ioro para el p ú b l i c o , y no para el torero, que lo que
más desea es que la fiera les deje colocar, les deje
reponerse.
# • •
Para éste, en cambio, es el ideal muchas veces,
el que más manso que bravo, se limita a embestir
cuando le citan, toma el engaño y lo sigue con docili-
dad, sin tirar cornadas, permitiendo en los remates
que el diestro se reponga; y como generalmente hay
que pisarle el terreno para que arranque, eso mis-
mo da realce a la faena que además de artística,
parece valiente. Hay en estos toros, matices: unos
con más bravura, pero boyantes, francos y pastueños
siempre; otros con menos aun, con tendencias a fk
44 "UNO AL SESGO"

huida, pero fáciles de sujetar arrimándose a ellos, y


sin quitarles el trapo de la cara.
Además del toro del público y del boro del torero,
existe una tercera categoría que se conoce entre los
aficionados con el nombre de toro para el ganadero,
y es en el que en el primer tercio, o para hablar con
más propiedad y con arreglo a la actual división,
en el segundo cuarto, arrancan con alegría contra los
caballos, derriban con estrépito, y acometen seguida-
mente en toda la suerte de varas. Se suelen llamar
también toros escandalosos, los que así se compor-
tan y antiguamente se les denominaba duros y secos.
Aunque la impresión que estas reses producen a
los espectadores es grande y buena, no siempre aca-
ban la lidia como la empezaron, y con ellos sufre el
público frecuentes equivocaciones, pues no es raro
que al aplomarse por el mucho castigo sufrido y por
el mucho romaneo, se vuelvan maliciosos o se defien-
dan en las querencias, por lo que si conservan el
poder y las patas resultan peligrosos para el torero.
La desiderata es que una misma res reúna las
mejores cualidades de las que acabamos de mencio-
nar, esto es : que tenga bravura y nobleza desde
el comienzo al final de su lidia. Esos son los que
se denominan toros punteros o de bandera, y esos,
por desgracia, los que menos abundan.
Verdad es, que tampoco son tan frecuentes como
en otros tiempos eran, los de sentido, los marrajos,
y sólo de tarde en tarde aparecen en la plaza los
verdaderamente peligrosos y de cuidado.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 45

Indudablemente la ganadería brava ha mejorado


mucho con la selección de las castas, y probable-
mente influye también la edad menor en que ahora
se lidian, pues un novillo de cuatro años, y no pocas
veces de tres, es difícil que alcance la malicia de un
toro de cinco, seis o siete años^ aunque tenga la
contra de agotarse más pronto, sobre todo si para
que gane en tipo se le ha beneficiadlo y está re-
gordio.
Y he aquí que, sin querer, hemos llegado a la
cuestión de la edad de los toros para la lidia.
Según la edad, los toros se llaman: durante la
lactancia, recentales; añojos, al a ñ o ; erales, a los
dos; utmros, a los tres; cuatreños, a los cuatro, y
cinqueños, a los cinco. Hasta los dos años se les
llama también becerros; novillos hasta los cuatro y
toros de los cuatro en adelante. Para la lidia, el Re-
glamento vigente exige los cuatro años cumplidos;
en otro tiempo marcaba los cinco. De los cuatro a
los seis es cuando están en mejores condiciones de
desarrollo y vigor para correrlos, y son más nobles
y sencillos para la ejecución de las suertes. L a edad
se suele contar asimismo por hierbas, entendiéndose
por tales las de cada primavera que han pastado; y
como lo general es que los becerros nazcan en i n -
vierno, en la primavera inmediata comen la primera
hierba, y, por tanto, siempre vienen a tener una
hierba más que a ñ o s ; y así se dice cuatro años y
cinco hierbas.
46 "UNO AL SESGO"

E l reglamento vigente señala la de cuatro años,


pero como acabamos de insinuar, se juegan con más
frecuencia de lo que debía, con tres. Novillos re-
gordios, a fuerza de pienso, que de todos modos
carecen del tipo que precisa para dar idea del pe-
ligro, de la exposición, que es el mayor aliciente de
la fiesta. No hemos sido nunca partidarios de la mu-
cha carne y de los muchos pitones, tal vez por estar
convencidos de que el sebo y los cuernos asustan a
los toreros, y los toreros asustados no hacen nada
a derechas; pero de ahí al becerrote con 18 ó 20 arro-
bas y dos plátanos en la cabeza, hay una gran di-
ferencia. Cuatro años y de 270 a 300 kilos es un
término medio muy aceptable por parte de todos,
público y toreros; y de ahí no se debe bajar, si el
espectáculo ha de conservar su prestigio y carácter.
Aunque no es frecuente que el espectador o el afi-
cionado especulativo, lleve su curiosidad hasta el
punto de querer averiguar la edad de los toros, claro
está que después de muertos, por si a alguno se le
ocurre y para que sepa la manera de conseguirlo,
diremos aquí que por los dientes y por los cuernos
se hace la tal averiguación.

Arnacer: Algunos incisivos. Todos


los demás nacen entre los 25 y 30
días
E L ARTE DE VER LOS TOROS 47

E l toro tiene, aparte de los veinticuatro molares,


ocho incisivos, con los que nace o le brotan a
poco de nacer, y se llaman del centro a los costa-
dos y contados por pares: pinzas o palas, primeros
medianos, segundos medianos y extremos. Estos dien-
tes se denominan caducos o de leche, porque se le
van cayendo a la res para ser substituidos por otros
que toman el nombre de permanentes y fijos En
este cambio o muda está el mejor indicio para co-
nocer la edad de los toros, pues las pinzas o palas
perjnanentes, las mudan a los veinte meses, los pri-
meros medianos de los veinticuatro a los treinta
meses, los segundos medianos a los tres años y los
extremos a los cuatro.

De los 12 a los 18 meses. Los dientes de leche son como raigones.


Las pinzas son las primeras que se desgastan

Entre los cuatro y cinco años está el toro cerrado,


es decir, ha mudado todos los dientes. A los cinco,
rasa, o lo que es lo mismo iguala, las pinzas; los
primeros medianos los rasa a los seis; los segundos
a los siete v medio, y los extremos a los ocho y me-
dio. A los diez años el rasamiento es total, y los
48 UNO AL SESGO'

dientes pierden su blancura y se vuelven amarillen-


tos y sucios.

De los 18 meses a los dos años. Las pinzas de leche movedizas


.i.,- , u ... son reemplazadas por pinzas persistentes

Lo interesante es saber que los dientes extremos


permanentes le salen al toro a los cuatro años, y que
entre cuatro y cinco es cuando están cerrados.

A los 2 años y medio. Nacimiento de los primeros medianos


persistentes

Se ha de tener muy presente que según el cuido


y el clima, y hasta el desarrollo individual las mu-
das pueden adelantarse o retrasarse. E n el ganado
bravo lo corriente es que se adelanten en algunos
meses, nunca muchos.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 49

A <los 3 años. Nacimiento de los segundos medianos persistentes

A los 3 años y medio. Nacimiento de los extremos, A los cuatro


años desgaste de los dientes precedentes

Entre los 4 y los 5 años, está la boca igualada.

Por los cuernos, aunque Francisco Montes ase-


gura que se conoce con más certeza la edad de los
toros, por lo menos resulta, de ordinario, más d i :
50 "UNO AL SESGO"

fícil el examen, sobre todo para quien no sea muy


ducho, para poder distinguir claramente y sin con-
fusiones los anillos que sirven de guía. Son éstos
unos rodetes que se forman en el nacimiento de las

Los seis rodetes que se señalan en esta figura indican la edad de


8 años en el toro

astas. Cuando el becerro tiene tres años se separa


del pitón una lámina muy delgada y que llega casi
hasta la mazorca y allí se forma el primer rodete; en
cada uno de los años siguientes se desprende una
nueva lámina, con lo que se forma otro rodete debajo
del anterior o anteriores, de modo que para saber
la edad de un toro basta con contar los rodetes o
anillos, y sabiendo que el primero indica tres años,
dos indicarán cuatro, tres cinco, y así sucesivamente.
II

E l arte de torear
BREVE RESEÑA HISTÓRICA. — EL TOREO A CABALLO.
— EL TOREO ACTUAL. — REGLAS GENERALES

ndudablemente, en la caza del toro de-


bió de tener principio lo que con el
tiempo habla de ser el arte de torear.
La bravura, la sencillez, la nobleza de
las reses vacunas, tan prontas a aco-
meter, tan fáciles de engañar, sugi-
rieron al hombre, seguramente, la idea de sortear-
las, y aun admitiendo que en Tesalia, desde época
remota, se practicara la taurocatapsia (de tauro y
hataptein, ligar), ejercicio que consistía en perseguir
al toro a caballo hasta rendirle, y entonces, agarrán-
dolo por los cuernos, lo derribaban, tal como lo re-
presenta un mármol antiguo, que es el documento
más fehaciente que nos queda de esta fiesta, la cual,
según Plinio, introdujo en Roma Julio César, del
que se dice que fué el primer picador de toros, puede
aventurarse la afirmación de que en España la nece-
sidad creó el toreo, pues siendo el ganado vacuno
fiero por naturaleza en nuestro país como en ningún
otro, debido en parte a las castas predominantes, tal
vez a la calidad de los pastos y condiciones climato-
52 "UNO AL SESGO"

lógicas, para apoiderarse de las reses y utilizarlas co-


mo alimento, aprovechar sus pieles y convertirlas en
instrumento de trabajo, fué preciso que su caza re-
vistiera caracteres de combate, en los que pronto des-
cubriría el hombre esas cualidades que hacen del toro,
entre todas las fieras, la única apta para la lidia, por
su falta de malicia y de astucia, por su ciega acome-
tividad, por la relativa dificultad con que se revuel-
ve sobre sí mismo y la carencia de elasticidad para los
saltos, debido a su corpulencia y construcción ana-
tómica. Pero esos tiempos primitivos de la tauroma-
quia y la técnica, si alguna existía, en ellos empleada,
nada tienen que ver con el arte de torear, que es
objeto de nuestro trabajo, y, por tanto, bastará con
decir que la caza del toro, hecha en un principio con
fines utilitarios únicamenjte, se transformó con el
tiempo en un deporte practicado en campo abierto y
llevado más tarde a los cosos cerrados, creándose
el verdadero arte de la lidia como ejercicio de la
nobleza.
El toreo era en esa época a caballo siempre, y las
reglas establecidas para ejecutarlo estaban basadas
unas, las que pudiéramos llamar técnicas, en las ense-
ñanzas de la práctica, y otras en preceptos de un or-
den moral, caballeresco, que afectaban al honor del
toreador. E n los siglos X V I , X V I I y X V I I I fueron
muchos y muy diversos los tratados que sobre el arte
de torear a caballo se escribieron y publicaron, y
son de citar los de Gaspar de Bonifaz, Nicolás de
Menacho, Luis de Trexo, Djego de Contreras Pamo,
E L ARTE DE VER LOS TOROS 107

¿¿te

Salta al írascuerno

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J!S»ÍIÍ

Caire o tijerilla
108 UNO AL SESGO

Banderillas de frente

Banderillas de frente
E L ARTÉ DE VER LOS TOROS 109

remoloneaban en los quites a los caballos como lo


harían en justas represalias.
¿ S e evitaría en absoluto, con ello, que muriesen
caballos en el ruedo? Probablemente, positivamente,
no ; pero se aminoraría la mortalidad quizá más que
con los petos, y aparte de esto la cogida del ca-
ballo tendría el carácter de un accidente desgra-
ciado y no el de la cruel entrega de un animal,
poco menos que inválido, a la fiereza del toro.
Insisto en esta reforma, no por terquedad va-
nidosa n i por amor propio, sino porque la consi-
dero eficaz para el fin que todos nos proponemos, con
aquellas modificaciones que la experiencia aconse-
jase, pues no pretendo haber resuelto el problema
definitivamente con estas líneas.
A la consideración del aficionado las entrego y
él verá si merecen que en ellas se fije su atención.
Entre tanto viene la modificación o la abolición
de la suerte de varas—pues una de las cosas ha de
ocurrir—lo repito, dése el aficionado por satisfecho
si el picador señala en lo alto del morrillo, aguanta
la acometida de la res y logra echarla por delante,
pues con eso y haber iniciado la suerte buscando al
toro Con el caballo terciado, hab^a cumplido como
bueno el centauro.
Pedirle más, en los momentos actuales, sería go-
llería.
Claro que tampoco habría que consentirle menos;
y menos es atravesar el caballo, dar el puyazo allí
7.—El arte de ver los toros
110 "UNO AL SESGO"

donde caiga, sino es que alevosamente se busca la


paletilla o las costillas para lisiarlo o acabar con é l ; en
todo caso para escarmentarlo7 y que rehuya nuevos
encuentros.
Bueno será advertir también, para orientación del
aficionado, que los puyazos traseros suelen ser perni-
ciosos porque descomponen la cabeza del toro, y un
poco delanteros, o en la "pelota"", la "ahorman", y
por ser la parte menos sensible resisten mayor nú-
mero de varas.
^e todos no muchos, dada la forma de la puya ac-
tual, que los ganaderos, con sobrada razón, tratan de
modificar, en beneficio de ellos, naturalmente, pero
también en beneficio del espectáculo, pues no hay
duda que esta parte de la lidia es de las más inte-
resantes para el buen aficionado.
De ahí que todos debiéramos preocuparnos en su
rehabilitación.
Tercer cuarto de lidia
SUERTE DE BANDERILLAS

L cuarteo. — Para clavar los rehi-


letes cuarteando, al toro que es
sencillo o boyante, ya esté para-
do, ya venga levantado, se pondrá
el torero de cara a él, a la distan-
cia que estime conveniente, citán-
dolo, y cuando arranque saldrá describiendo un me-
dio círculo, como el de los recortes, que rematará
en el centro del cuarteo, en el cual se cuadrará con
el bicho y meterá los brazos para clavar los palos,
tomando después su terreno, y saliendo con pies si
fuese necesario.
También puede hacerse esta suerte de otra manera,
que consiste en poner los rehiletes antes de cua-
drarse y de que el toro tire el derrote, estando em-
brocado el diestro, lo cual implica meterse mucho
con el toro para alcanzarlo en la humillación, pren-
der los caireles y tomar su terreno, pues estando
embrocado no puede esperarse el hachazo como en
el caso anterior.
A topa carniero. — L a suerte de parear a topa car-
nero, en desuso hoy, apellidada también de pecho
112 UNO AL SESGO

o a pie firme, es, a no dudarlo, de las que ofrecen


mayor dificultad en su ejecución. E l lidiador que la
intente se situará a buena distancia del toro, y
cuando éste le mire le llamará, alegrándole para que

Preparando al toro para' banderillas. Momento de clavar

parta: le esperará con los pies quietos, y al humi-


llar el animal para dar el hachazo, en la misma ju-
risdicción del torero, se saldrá éste del embroque,
no sólo por un quiebro del cuerpo, como dice Mon-
tes, si no por un compás quebrado hacia atrás, como
E L ARTE DE VER LOS TOROS 113

asienta García Baragaña en sus Reglas para torear


a pie; con cuya locución parece indicar un paso con
el pie correspondiente hacia donde el banderillero

Banderillas de frente. Momento de cuadrar

crea niás seguro. E l diestro meterá los brazos fuera


del embroque, y moviéndose muy poco o nada, debe
quedar en su mismo sitio observando el viaje del
toro, lo cual es de un efecto mágico y de merecido
e infalible aplauso.
A l sesgo. — A l trascuerno o volapiés, como las
llamó Montes, tal como hoy se ejecuta, consiste en
procurar que el animal esté algo terciado en las ta-
blas: el diestro se sitúa frente a la cabeza del bi-
114 "UNO AL SESGO"

cho llamándole, y arrancado de pronto, describien-


do un pequeñísimo círculo, le clava las banderillas
al llegar a la cabeza y prosigue su viaje.
Cuando al i r corriendo hacia la res se observe
que ésta se vuelve o endereza demasiado, se cam-
biará de dirección para salirse de la suerte, o se
hará, si es posible, a la media vuelta que es menos
arriesgada.
A l relance. — E n los rehiletes se entiende por
suerte al relance la que se practica viniendo el toro
rebrincando de la salida de otro par que se le ha
puesto o siguiendo un capote; pero siempre levan-
tado, y aprovechándose el diestro de esta carrera,
le sale al encuentro, se cuadra, mete los palos y
marcha por sus terrenos, ordinariamente con calma,
porque no suele revolverse el toro.
A l recorte. — Es un par de banderillas, que, como
el a topa carnero, no se ve hoy por ser de mucha
exposición.
E l diestro que haya de consumarla se irá al bi-
cho como para hacerle un recorte, y en el momento
del quiebro, en que estará humillado, meterá los
brazos para clavar las banderillas. A l hacer el quie-
bro del cuerpo, necesario para esquivar el derrote,
retrasará la salida, quedándose casi pegado al costi-
llar del toro, y al tirar la cabezada, el mismo animal
se clava los palos, toda vez que el lidiador tendrá
,1a mano del toro vuelta atrás con el codo alzado, y
la otra pasando por delante del pecho en la longi-
E L ARTE DE VER LOS TORÓS US

tud suficiente a que las puntas de ambas banderi-


llas se igualen.
A la media vuelta. — Dícese a la media vuelta, la
suerte de clavar rehiletes en que el torero cita al
toro por detrás, y al volverse éste, se cuadra y mete
los brazos el primero, lo cual puede hacerse, ora
vaya levantando y llamándolo sobre corto o sobre
largo.
A l quiebro. — Este par de banderillas que es una
barbaridad llamar BX 'cambio, pues los cambios, como
ya se ha dicho, no se pueden hacer sin capa o mu-
leta, se ejecuta colocándose el lidiador frente al
toro, en la rectitud de éste y con los pies unidos por
la parte posterior. Llámasele en esa disposición, y
cuando arranca, sin menear los pies o moviéndolos,
pues lo otro es poco menos que imposible, el dies-
tro inclina a un lado el cuerpo y brazos marcando
allí a la res el sitio del bulto : el animal humilla, y
el torero, sin hacer más que recobrar su natural y
primitiva posición, clava los palos, zafo del derrote
que el toro ha dado en vago donde creía encontrar
el bulto.
Se hace también citando el diestro sentado en una
silla hasta que llegado el toro a jurisdicción se le-
vanta el torero, señala el quiebro y se queda la fiera
corneando la silla casi siempre.
E l aficionado debe fijarse no tan sólo en la colo-
cación de los palos, en este segundo tercio de la l i -
dia, sino en la manera de cuadrar el torero en la
cabeza del toro, y el modo de levantar los brazos.
116 UNO AL SESGO

que es en lo que reside el mérito de la ejecución, asi


como también el terreno en que se lleva a cabo.
F u é el innovador de esta suerte Antonio Carmena,
el Gordito, y generalizada pronto substituyó a la de
topa carnero, más difícil y expuesta.
No creemos preciso hablar aquí de algunas mo-
dalidades que en el tercer cuarto han introducido
determinados diestros, pues éstas, generalmente, son
peculiaridades de estilo, que no tienen por lo ge-
neral imitadores, y en nada, por lo demás, destru-
yen las reglas establecidas para los diferentes pares
de los que son simples modificaciones.
Hasta la temporada de 1928 se banderilleaban con
fuego a los toros que no tomaban las varas regla-
mentarias. Desde junio de este año se han supri-
mido las banderillas de fuego. También esta mo-
dificación había sido ya, desde hace años, solicitada
por diestros y aficionados. Ricardo Torres, Bombita,
entre los primeroc
VI . ' "]

Ultimo cuarto de la lidia


EL TOREO DE MULETA !

STE acto postrero del drama taurino


se subdivide en dos cuadros, prepa-
ratorio uno del otro : el trasteo con
la muleta y la estocada: y es, en
realidad, el momento culminante de
la fiesta de los toros.
Hubo un momento en que, indudablemente, fué la
estocada lo que para el aficionado más importancia
tenía; desde hace tiempo ya—mucho más tiempo
de lo que algunos se enpeñan en suponer, y porque
lo suponen lo dan por cierto—la faena de muleta
ha adquirido tanto relieve, a tanto arte y dominio
se ha llegado en el manejo de ella, que quien como
muletero notable se destaque tiene mucho adelan-
tado para escalar los puestos preeminentes en el es-
calafón taurino; y por el contrario el que tenga un
juego de muleta deficiente, aunque sobresalga como
capeador y posea buen estilo de matador, con di-
ficultad alcanzará la categoría de gran figura del
toreo.
Tiene su explicación: en la labor que el espada
realiza con la muleta, más que en cualquier otra
118 "UNO AL SESGO"

de la lidia, precisa unir la belleza a la eficacia, o,


en otros términos, torear para el público y torear
para él. Una sola de las dos cosas, son bastantes los
que lo consiguen, ambas contadísimos. Dar pases
bonitos es relativamente fácil, mucho más dar el
parón en estatuarios ayudados por alto, o de pecho,
especialmente con la derecha, a favor de querencia,
y componer la figura cuando el toro sigue su viaje;
presenta grandes dificultades, que son pocos los que
logran vencer, realizar eso mismo llevando al toro
toreado, tirando de él, obligándole a seguir los vue-
los de la muleta, porque para eso se necesita arte
(maña) y valor, conocimiento de lo que el toro es
y la valentía precisa para consentirlo cuando no es
bravo, para aguantarlo y pararle cuando lo es, para
correrle la mano, echarlo fuera si tiene codicia y se
revuelve pronto, sujetarlo si tiende a la huida, y
en una palabra para ser siempre el torero el que
toree.
Como lo primero que ha de hacer el espada para
ello es dominar a su enemigo, reducirlo, quitarle
poder si lo tiene en exceso, resabios si los demues-
tra, hasta que tome la muleta para poder "hacer
faena", cuando de eso hay posibilidad, que no la
hay con todos los toros, pues una vez dominados
son muchos los que se agotan y quedan mansos
o sin facultades, la faena de muleta los grandes
maestros la dividen en dos partes: una primera de
dominio, en que torean para ellos, y una segunda
de adorno en que torean para el público, pero sin
E L ARTE DE VER LOS TOROS 119

perder de vista lo que las condiciones del toro per-


miten, a fin de no deshacer por un afán de pal-
mas lo hecho con anterioridad.
Este es el secreto de los verdaderos maestros de
la muleta; este era el secreto del inolvidable JOSE-
LITO, este el de Juan Belmonte y este el de... no sé
si después de nombrados JOSELITO y Belmonte, debo
atreverme a añadir otros, sin que con ello quiera
yo significar que falten en la actualidad los que
algo poseen; de lo que aquéllos poseían en su tota-
lidad, y falten ahora excelentes muleteros capaces
de realizar admirables faenas, pero no con tantos
toros, ni con tanta frecuencia como aquéllos. Abun-
dan m á s los que o torean para ellos, y así que han
dominado a su enemigo dan la labor por terminada,
o torean para el público y han de esperar a que
les llegue el toro que salga de los chiqueros ya do-
minado y sin resabios, con la fuerza y el temple
que les es preciso para hacer faena.
A u n dentro de esta última categoría, hay cla-
ses : la de los que saben torear y torean realmente
de muleta, y los que únicamente, como he dicho
antes, saben dar pases, los cuales como no torean
en realidad de muleta, pueden conseguir que la res
se aburra, pero nunca se hacen con ella, jamás la
tienen dominada y sin dominarla han de entrar a
matar, teniendo que vencer con ello una dificultad
más.
Y dicho esto, que puede servirle al espectador
120 UNO AL SESGO

de orientación, para juzgar la labor del diestro,


pasemos adelante.
L a muleta, o sea el engaño de que se sirven los
espadas en la ejecución de la suerte final, fué en

Natural de Belmonte

su origen un pedazo de tela dé tamaño y clase i n -


diferentes que se doblaba sobre un trozo de palo
o se liaba en el brazo izquierdo. Actualmente con-
siste en un capote menos largo que el de correr
toros, sin esclavina, que en la parte correspondiente
al cuello tiene un ojal, y un palo del grueso de los
E L ARTE DE VER LOS TOROS 121

de las banderillas y de medio metro de largo con


una pequeña virola de hierro en su extremo ex-
terior. Para usarla se engancha el trapo por el ojal
en la virola, y se recogen las puntas por el diestro

Corriendo la mano en un natural

en el extremo contrario del palo, al propio tiempo


que éste queda formando un cuadro redondeado en
el ángulo inferior próximo al matador, y ¿ama
todo el vuelo que se le sepa dar al extenderla.
Cada suerte que hace el matador con la muleta
recibe el nombre de pase, y de éstos se efectúan
hoy varios, admitidos y descritos unos por las Tau-
romaquias, e introducidos otros por los diestros
a imitación de los primeros.
Comiénzase las más de las veces el trasteo de
un toro por el pase regular o natural. Para ejecu-
tarlo se sitúa el lidiador en la rectitud del cornú-
122 "UNO AL SESGO"

peto, teniendo el engaño en la mano izquierda, ha-


cia el terreno de fuera: en esa posición lo citará,
guardando la distancia que le indiquen las piernas
del toro, lo dejará que llegue a jurisdicción y tome
el engaño, cargándole la suerte y dándole el remate
del mismo modo que con la capa; advirtiendo que,
si es el toro boyante, se puede tener la muleta com-
pletamente cuadrada, porque como esos bichos van
siempre por su terreno, toman el trapo cumplida-
mente y rematan bien, siendo sólo preciso perfilarse
al cargar la suerte, y al rematar dar otro cuarto
de vuelta, con lo que se completa la media necesaria
para quedar nuevamente frente al toro.
Los pases continuados al natural, en que se des-
cribe un círculo completo con la muleta, se apelli-
dan én redondo; y los que al ejecutarlos se saca
el trapo por encima de la res, tendiéndolo sobre
las astas, se denominan por alto. A estos últimos
se suelen llamar de telón, cuando la salida del en-
gaño es hacia arriba, perpendicular y rectamente.
E l pase natural también se da con la mano dere-
cha, tomando en ella la muleta y la espada que sos-
tiene a ésta en su parte media. Dichos pases, que
toman nombre de la mano con que se verifican,
pueden darse en redondo y por alto, como los rea-
lizados con la izquierda, por más que indudable-
mente tienen menos mérito que los anteriores aun-
que sean también de mucho lucimiento y hayan, con-
tribuido a hacer más variada y vistosa la faena con
el trapo rojo, digan lo que quieran los "clásicos".
E L ARTE DE V E R LOS TOROS 123

Pasar a los toros al natural, con la derecha y en


redondo, tiende a quitarles facultades en las pier-
nas, porque en esos lances padecen el destronque
en las mismas y en la médula espinal. Los indica-

Natural con la derecha por alto

dos pases son los únicos que deben emplearse con


los toros que derrotan alto y que se tapan.
Los de telón y por alto sirven para levantar la
cabeza al bicho que propende a humillar.
A continuación del pase natural puro, o sea con
la izquierda, daban en tod'a ocasión, los diestros
antiguos, el de pecho, porque decían y con razón,
que era feo salirse de la suerte y buscar otra posi-
ción para repetir el regular, y poco airoso cambiar
la muleta a la mano, de la espada, para que, es-
tando en el terreno de fuera, se pueda seguir con
124 "UNO AL SESGO"

otro pase natural. No obstante tales consideraciones


esa práctica está en nuestro tiempo completamente
olvidada, y los espadas ejecutan aquel pase sólo
cuando lo creen oportuno.

De pecho con la derecha

Seguro y lucido cual ninguno es el pase de pe-


cho, pues a pesar de suponer algunos que carece
de la primera condición, por no poderse en él j u -
gar con desembarazo la muleta, como sea de la
clase que quiera el toro a que se haga esta suerte,
no se separan en ella el engaño y el bulto, se le
reduce a un objeto y se evita la colada, tan fre-
cuente en el natural.
Se verifica el pase que nos ocupa de la manera
siguiente: puesto el bicho en fuerte y teniendo el
espada lá muleta hacia el terreno de adentro, se le
hace indispensable para pasarlo sin hacer un cam-
bio, perfilarse hacia el de f uera y adelantar hacia el
EL ARTE DE VER LOS TOROS 125

Banderillas en silla.—Cite

Momento de clavar
126 fcUNO A L SESGO7

Banderillas al quiebro con un hombre entre


las piernas

i; s

Pase natural
E L ARTE DE VER LOS TOROS 127

mismo terreno el brazo de la muleta, con lo que


queda ésta delante y un poco fuera del cuerpo, en la
rectitud del toro, en Cuya posición se le cita, dejánT
dolo venir por su terreno, sin mover los pies, y des-
pués de haber llegado a jurisdicción y tomado el
engaño, se le hará un quiebro, cargando la suerte
para que pase bastante humillado por el sitio del.
diestro, quien la rematará con algunos pasos de es-
paldas, tan luego como el animal tenga engendrada
la cabezada y vaya fuera del centro; de proceder
así, al sacar la muleta, estará zafo del sitio del ha-
chazo.
L o subrayado es consejo de Montes; hoy no se
dan esos pasos de espaldas ni se tolerarían.
También con frecuencia se da ahora el pase de
pjecho con la derecha considerado, cuando el Alga-
heno lo introdujo, como una herejía taurómaca.
Hay además otros pases que vienen a ser una pa-
rodia de los de pedio, con los que muchos aficiona-
dos los confunden, y que, aunque de gran efecto
por lo que son muy aplaudidos, no tienen el mérito
de aquéllos, por darse fuera de cacho o sin que el
toro vea al diestro. Nos referimos a los pases de-
nominados cambiados y también ayudados.
Para efectuarlos se coloca el diestro atravesado
con el cornúpeto, esto es, dando la salida por la de-
recha, teniendo la muleta extendida y cogida con la
punta del estoque por la parte inferior exterior: el
animal ve en tal situación delante de sí un objeto
grande que le tapa la frente, al que acomete, y al
8.—El arte de ver los toros
128 "UNO AL SESGO"

humillar, saca el lidiador el trapo por encima de las


astas, pasa el toro por debajo y el matador penetra
en el terreno de la res inmediatamente.
Con estos pases son muchos los aficionados que
los confunden con los de pecho, y por de pecho los
tienen, el nombre de cambiados lo dan a lo que en
realidad se llama cambio con la muleta, el cual puede
ejecutarse preparado o como recurso y lo mismo con
la muleta que con la capa.
Se consuma marcando la salida del toro en una
dirección y dándosela por otra, y, en su consecuen-
cia, sólo pueden hacerse con la capa, muleta u otro
engaño.
Los toros m á s a propósito para ellos son los revol-
tosos y aun los que se ciñen: con los demás no es
prudente intentarlos, y exclusivamente deben prac-
ticarse cuando como recurso se vea obligado el dies-
tro porque el animal no haya acudido al engaño y
si dirigiéndose al bulto, caso en qUe no queda otro
remedio que empaparle de nuevo en aquél, dándole
otra salida y ganando el terreno de espaldas, o sea
sin volver la cara.
Con la capa se hace el cambio poniéndose a lla-
mar el toro sobre corto ; luego que llegue a juris-
dicción y humille se le tiende y carga la suerte hacia
el terreno de adentro, y antes de que llegue a dicho
centro se le carga de nuevo, empapándole mucho y
dándole salida por el terreno de fuera; de manera
que el centro de la suerte es delante del pecho del
torero, y el animal, en su ruta, describe un ángulo
E L ARTE DE VER LOS TOROS 129

semejante al de un siete al revés. Esto comprueba


su indisputable mérito y la razón de lo muy apre-
ciada que es por los inteligentes.

Mr
Ayudado por alto de rodillas

Pocas veces le hemos visto hacer con la capa, pero


infinitas con la muleta, y es, sin duda, porque el dies-
tro gana en tales condiciones más terreno y es me-
nos ocasionada a arrollarse y liarse, pues la muleta
se saca por encima de la cabeza como en los pases
de pecho.
E l que realice un cambio, a más de ser lidiador de
conocimientos, precisa de mucha fuerza en las pier-
nas, porque no puede avanzar ni ladearse, y sólo en
130 "UNO AL SESGO"

casos extremos ha de irse atrás, pisando el talón y


sin descomponerse.
A l pase cambiado, desde hace ya algún tiempo,
quizá más de veinte o veinticinco años, se le da el
nombre de ayudado, pudiendí> ser por alto o por
bajo.

Fase de la firma

Tiene menos mérito el primero, por lo que se ha


dicho con respecto al pase cambiado, pero ambos son
de mucho efecto, y hoy obligados en casi todas las
faenas de muleta, a pesar de la inquina y enemiga
con que en un principio los persiguió la crítica. I n -
dudablemente son de los lances menos expuestos, pero
su vistosidad no se puede negar tampoco; y como
lo vistoso y lo bonito no están demás en nuestra
fiesta, alternarlo con lo expuesto y difícil, no me
parece censurable, si en la medida no hay exceso.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 131

José Gómez, el gran JOSELITO, daba un ayudado


con la muleta casi recogida con el estoque y ambos
hacia abajo que remataba por la cara, llevando al toro
toreado con el cuerpo muchas veces, cuando lo ha-

Pase de la muerte

cía de pie, pues también daba este pase de rodillas


muy a menudo.
Su hermano Rafael ha sido de los que con más
perfección han ejecutado de rodillas el ayudado por
bajo.
Granero daba un pase con la derecha que ha que-
dado en el repertorio con el nombre de pase de la
132 "UNO AL SESGO"

firma. Iniciado como un natural, en vez de darle re-


mate dejando que el toro siguiera su viaje, lo recogía
con los vuelos de la muleta para traérselo de nuevo,
acabando en una trinchera lo que en un principio
había sido un natural con la derecha.
Con algunas modificaciones, lo repiten de vez en
cuando otros diestros, pues ya se ha dicho que nin-
gún lance tiene una ejecución única, y cada torero
lo adopta a su forma y estilo de torear.
E l pase de la muerte, otra invención de Rafael el
Gallo, se ejecuta montando la muleta como para el
ayudado, y a cierta distancia se cita al toro, teniendo
los pies muy juntos el diestro y colocada la mpleta
a la altura de la cintura. A l hallarse la res en el
centro de la suerte, se levanta vertical la muleta y
pasa el toro por debajo por el impulso de la aco-
metida.
Otro nuevo pase del mismo Rafael es el afarolado
o del gabán, como humorísticamente le ha bautizado
el público madrileño, y no es más que el remate del
de flecho con la derecha (llevando por lo tanto es-
pada y muleta en la misma mano), haciendo una
especie de farol con estos trastos.
E l del molinete, es también el remate de uno na-
tural, girando el diestro sobre sí mismo, mientras
el toro dobla, con la muleta enrollada por atrás a
la cintura a efecto de la rapidez. Belmonte lo ha mo-
dificado; lo da como si iniciará el pase de trinchera
con la derecha, y al arrancar el toro gira el torero
buscando el cuello del animal, para rematar la vuelta
E L ARTE DE VER LOS TOROS 133

cuando la res ha terminado la suya, quedando nue-


vamente en suerte. También lo da enrollándose la
muleta por atrás, como en el molinete antiguo, en
vez de hacerlo por delante como en el anterior, y
girando entre los cuernos. Es lance de mucho efecto
como adorno, si se realiza cerca y pausadamente.
Como en todas las suertes ocurre, cada torero ha
procurado introducir una variante en la del molinete
y sería prolijo enumerar las muy diversas que se
llegan a ejecutar.

La trinchera es un pase que se da fuera de cacho,


con la muleta como para el pase de pecho con la
derecha, pero más baja y se remata por bajo, vol-
viéndola a su posición natural, como para el natural
con la derecha o con una especie de latigazo o me-
dio pase por bajo.
Así como Gaona ha llegado a una gran destreza
cambiándose la muleta de mano, el inagotable Gallo
ha ido más allá, y ese cambio lo hace por la es-
palda aumentando así la dificultad, el mérito y el
lucimiento.
Se dicen medios pases a aquellos que el torero
intenta o se presenta a dar en forma de naturales,
con la derecha o cambiados, y sin consumarlos se
sale de la suerte por pies, lo que da idea de miedo
o falta de destreza.
También se llaman medios pases a los que da el
torero de pitón a pitón, o pasándole la muleta por la
cara del toro hasta dar un trapazo en el suelo, lo
134 "UNO AL SESGO"

cual en ambos casos se hace para que la res tire


derrotes, y se fatigue la cabeza.
Médios pases son igualmente los de tirón, con los
que echando la muleta al hocico de la res y tirando
hacia fuera se pretende sacar al toro de una que-
rencia.
Los toreros llaman correr la mano pasando de mu-
leta a estirar el brazo pausadamente y en toda su
longitud llevando el toro en sus vuelos.
Hemos dicho ya la importancia que la faena de
muleta tiene al presente, y no hemos de insistir, pero
sí quisiéramos decir algo que se nos antoja muy
importante referente al toreo con la mano derecha,
no porque, entiéndase bien, seamos partidarios de él
de una manera absoluta, pues como ya hemos dicho
los pases con la izquierda siempre tienen más mé-
rito, sino porque, combatir sistemáticamente el to-
reo con la derecha nos parece en no pocos casos
tan desrazonado y absurdo que sólo puede tener como
excusa el ejemplo de los que con gusto darían un
ojo con tal de que otro perdiera los dos.
Son muchos los toros que llegan a la muerte en
condiciones tales, unas veces de agotamiento y otras
de avisados que, únicamente por el deseo poco hu-
manitario de ver al espada aperreado, fracasado o
maltrecho se le puede exigir "que toree con la iz-
quierda. Si el diestro así lo comprende y sabe que
o bien no ha de pasar o bien ha de pasar con grave
riesgo para él, y no se le agradece el que haga faena
con la derecha, tiende a acabar cuanto antes, a ali~
E L ARTE DE VER LOS TOROS 135

ñarj como en la jerga taurina se dice, y lo que ha-


bría podido ser un rato de placer para el espectador,
se reduce a unos pocos trapazos y nada m á s .
Exactamente ocurre con las llamadas faenas por la
cara, en que el matador trata de sacar partido de
un manso con ese toreo de adorno que los clásicos
vituperan.

Una gallardía de Rafael el Gallo

Bien hecho, perfectamente hecho, si ven los clá-


sicos que con el toro que el diestro realiza eso, es
posible hacer lo otro, cosa que por desgracia no es
rara; pero cuando con la izquierda no se puede to-
rear y no es posible tampoco hacer pasar al toro,
136 "UNO AL SESGO"

aceptemos el toreo con la derecha y por la cara, que


menos da una piedra.
Claro que el diestro en esos casos debiera demos-
trar al público con repetidos intentos la imposibili-
dad de que se habla, sin fingirla ni simularla con
trucos y artimañas reprobables, para que su buen
deseo quedase probado ; pero son pocos los que se
toman ese trabajo y en el pecado llevan la peni-
tencia.
Cierto que estos intransigentes, los puristas, los
clásicos, son los menos, y en su mayoría "aficiona-
dos de oído", de los que, por haberlo leído unos, por
haberlo escuchado otros, les parece que dan pnueba
de sus conocimientos en la materia, pidiendo sin ton
ni son "¡con la izquierda!" "¡qu'e pase!" a deter-
minados diestros especialmente, sin sospechar que
con ello en vez de velar por los fueros del arte, ha-
cen el "caldo gordo" muchas veces a partidistas en-
conados de los que siguen aviesas sugestiones.
Para que las cosas queden en su punto, bueno será
recordar, aunque para ello tenga que repetirme, que
en la época en que la mano derecha estaba pros-
crita, no se t\oreába de mulMa tal como ahora enten-
demos que se debe torear. L a muleta, insistiré en ello,
se empleaba únicamente en aquellos tiempos, para
igualar a los toros y señalarles la salida al dar la
estocada; de ahí la poca importancia qfue tuvieron
las faenas de muleta hasta época relativamente re-
ciente. F u é necesario que la suerte de recibir deca-
yera y que el volapié se entronizara, para que co-
E L ARTE DE VER LOS TOROS 137

menzasen los toreros a prolongar el muleteo a fin de


quebrantar a las reses, quitarles facultades y domi-
narlas, arte en el que sobresalió el muy notable Curro
Cuchares, que fué también de los primeros, gracias
a su poderosa intuición, que procuró alegrar con
adornos esta parte de la lidia.
¡Así, pues, la muleta que en los comienzos del toreo
como profesión a penas si tuvo otro oficio que el de
defensa para el acto de estoquear, hasta el punto de
que Martincho la substituía por un broquel y nin-
guna importancia le da don José de la Tixera en
su libro Las Fiestas de Toros (1) escrito en 1802,
y muy relativa Pepeíllo en, su Arte de torear, ya ad-
quiere alguna más para Montes que en su Tauroma-
quia completa (1836) nos habla del pase regular (na-
tural) con la derecha; pero no por eso deja de ser
limitado el oficio de la muleta.
Como "entre amigos con verlo basta", ahí está
la "Reseña general de las corridas de Toros, verifi-
cadas en la plaza de Madrid en 1851", por don
Faustiano Pontes, y en el resumen general, pues no
hay espacio para entrar aquí en minucias, se lee que
a los 134 toros que estoquearon Juan Jiménez ( M o -
renillo) francisco Arjona Herrera (Cuchares), Ma-
nuel Díaz Lavi, Julián Casas (el Salamanquino), Ca-
yetano Sanz, Manuel Arjona Herrera (Cuchares),
José Muñoz (Pucheta, Juan de Dios Domínguez, A n -
tonio Belo (Belito) y Tomás Cobanos, les dieron 628

(1) Publicado por la Editorial "Lux".


138 "UNO AL SESGO"

pases de muleta para 471 estocadas, o sea menos de


pase y medio por estocada aproximadamente.
¿ E s eso lo que piden los del "toro cinqueño" y la
"mano izquierda"?
¿ Quieren decirme leal y honradamente cuántas co-
rridas aguantarían si las faenas de muleta se com-
pusieran exclusivamente del pase natural y del de pe-
cho?
Eso en el supuesto de que todos los toros embis-
tieran, y fuera posible darles el "natural'' que han
impuesto Joselito y Belmonte, que es algo muy su-
perior al "natural clásico''.
Afortunadamente para el público se torea con la
mano derecha que ha permitido sacar partido de casi
todos los toros, dar variedad y vistosidad a las fae-
nas y suplir deficiencias de bravura y de estilo en
las reses.
Como este librito no está escrito para profesiona-
les, y por eso se titula guía del ¡espectador, creo que
aquí encaja lo que ya al principio tengo dicho.
E l toreo no tiene trascendencia para el espectador,
aunque la tenga y mucha para el profesional.
E l que va a los toros, con la impresión que los
lances le produzca obtiene todo lo que buscaba, y
todo lo que puede exigir si le han dado rasgos de
valor, de destreza, de gallardía, tanto más merito-
rios cuanta mayor sea la gracia, la elegancia, el
arte en una palabra con que aquéllos se exornen.
Los medios inteligentes, técnicos, que el lidiador
emplee para realizar esos lances con más vistosidad,
E L ARTE DE VER LOS TOROS 139

con menos exposición, con más realce, eso al lidia-


dor corresponde, es su hacienda y a él le toca ad-
ministrarla.
Y no digo que el aficionado se haya de desenten-
der de todo eso hasta el extremo de aceptar sin re-
paros trucos y ventajas a todas luces nocivos para
la fiesta que, poco a poco, degeneraría en espectácu-
lo muy diferente de éste, en el que muchos vemos la
exaltación de las grandes cualidades de la raza y te-
nemos por característica de nuestro pueblo ; no llego
ahí, y hasta proclamo la necesidad de conocer a fon-
do los secretos profesionales, para discernir el m é -
rito de una suerte y los grados de valor y arte del
ejecutante; pero sin darle a eso toda la importan-
cia, sin olvidar que hay otro factor que acaso, y sin
acaso, la tiene mayor, hasta el extremo de que sin
él, ¡ya se puede ser buen torero, ya se puede estar
enterado, ya se puede dominar el oficio, ya se puede
ser valiente, no llegará el lidiador a la cumbre!
Ese factor es la personalidad, ese factor es el estilo
propio ; prescindir de él, para juzgar al torero con
ojos de torero, con ojos profesionales, y fijarse en m i -
nucias que para el torero, lejos de ser minucias tie-
nen un capital interés, pero que para el espectador
no dejan de ser minucias, hasta el punto de que aun
a aquellos que más las hacen valer en la discusión le
pasan inadvertidas la mayoría de las veces en el circo,
ese es el mal y este es el error que yo trato de com-
batir.
I Quiere decirme el aficionado de buena fe, las oca-
140 "UNO AL SESGO"

siones en que se ha fijado en si adelanta o no la


pierna contraria el diestro al dar un pase?
¿ Tiene presente en todo lance la querencia del
toro ?
¿ Significa mucho para él que un banderillero igua-
le arriba a abajo las banderillas, o antes o en el mo-
mento de clavar?
¿ Cuántas veces se ha dado cuenta de la forma de
iniciar el capoteo a la verónica o el trasteo de la
muleta de algunos diestros, que suelen comenzar ya
con más de la mitad del lance, y la mitad más peli-
grosa, ejecutado?
Es posible que haya alguien que a mis preguntas
conteste: Muchas.
Y a ese le responderé y o : probablemente cuando
se le haya señalado a usted como vicio, defecto o
particularidad de torero aquello de que se trate. Así
esperaba usted el salto de Vicente Pastor, que Jose-
lito se "sacase el estoque de la montera" y cosas
por el estilo. ¿ N o es verdad?
Pero para eso fué preciso que hubiese uno que
un buen día lo pusiera a usted en guardia.
Todo ese saber no sirve más que para corromper las
oraciones del aficionado, que atento al detalle, no ar-
tístico sino de oficio, pierde la belleza del conjunto.
Hay que repetirlo muchos veces: el aficionado va
a la plaza a divertirse, y conspira estúpidamente
contra su interés cuando por un afán de análisis, y
pensando en lo que por la noche ha de decir en la
mesa del caf é, pone toda su atención en descubrir
, E L ARTE DE VER LOS TOROS 141

lo que amargue su placer. Desgraciadamente la re-


petida asistencia al espectáculo, lo que se oye decir
y comentar, va infiltrando la suficiente técnica en
nuestros juicios, para aguar el vino de nuestros en-
tusiasmos con más rapidez que la que sería de desear.
Entre tanto eso ocurre, aténgase el espectador a lo
que le emocione, a lo que le divierta, a lo que le
guste, y de cien veces noventa habrá acertado tam-
bién en descubrir lo mejor, si nada más posee un
poco de instinto de aficionado.
E l torero debe saber torear, el aficionado basta
con que sepa ver cómo se torea.
EL ARTE DE VER LOS TOROS 143

Pase natural de JOSELITO

Pase de pecho de Belmonte


UNO AL SESGO

Pase natural con la izquierda


VII

Ultimocuarto de la lidia
(CONTINUACIÓN)

DE LA ESTOCADA.—LA SUERTE DE RECIBIR.—EL


VOLAPIE, OTRAS FORMAS DE ESTOQUEAR

A estocada de muerte, que hemos consi'


derado como segunda parte de la suer-
te de matar, es la que esencialmente
la c o n s t i t u í , porque los pases no
son sino una preparación, de la que
en ciertos casos se podría prescindir, y hasta sería
posible matar sin auxilio de la muleta, como en oca-
siones se ha hecho, pero tratándose, naturalmente,
de reses muy sencillas y boyantes.
Dada la estocada con sujeción a los principios de
cada lance, aseguran los preceptistas, que se sal-
drá siempre con felicidad, pero no todas las veces
será su consecuencia la inmediata muerte del toro.
En efecto; la estocada por alto es frecuente que
no se pueda clavar lo necesario, por la reunión de
huesos que forman el sitio de referencia, que son
los rubios, o sea el centro superior de las agujas y
médula espinal, sobre los brazuelos. De aquí pro-
cede la repetición con que vemos saltar la espada
sin poderlo evitar el diestro, n i hacer más de su
parte, por lo cual no debe medirse el mérito de la
suerte en razón inversa del número de estocadas,
9.—El arte de ver los toros
146 UNO AL SESGO

pues más bien es una fortuna que una habilidad el


rematar a la primera.
La estocada se llama honda si penetra en el ani-

Clasificación de las estocadas según su colocación

mal totalmente; corta la que no entra más que una


tercera parte; media, la que se introduce la mitad
de la espada; trasera o delantera, según quede de-
trás o delante de la cruz o rubios; contraria, la que
E L ARTE DE VER LOS TOROS 147

está en el lado izquierdo del animal; baja la que


entra por el cuello del bicho a más de cuatro cen-
tímetros de la médula; ida, la que entrando alta
toma la dirección de cortar la herradura; tendida,
la que queda colocada en el cuerpo del animal casi
horizontalmente, y caáda, la que está a un lajdo
de la cruz, y sin ser baja, se dirige abajo con el
peso de la espada.
Las estocadas bien puestas, producen sin demora
la muerte en cuatro casos: cuando cortan la m é -
dula espinal, cuando cortan la herradura, cuando
el toro está pasado de parado y cuando está descor-
dado. Las primeras son las de m á s efecto, porque
producen la muerte con la rapidez de la puntilla,
y pasma ver caer rodando instantáneamente al que
un momento antes era un monstruo de fuerza y
valor. Las que pasan lo que los toreros llaman he-
rradura, van también seguidas de la muerte inme-
diata del toro, aunque sólo haya entrado mfcdio
estoque; son más frecuentes que las anteriores, si
bien no tan vistosas. Se conoce que la espada corta
la herradura, en que entra oblicua en el pecho, un
poco baja; el toro se detiene, queda en pie sin fuer-
za,; no arroja sangre y cae en breve, sin necesitar
a veces ni la puntilla.
Matan rápidamente las estocadas por alto que,
entrando por la cruz, traen una dirección casi per-
pendicular y pasan los pulmones, haciendo arrojar
al toro sangre por i a boca. Esta clase de Estoca-
das, que por razón de sus circunstancias se deno-
148 "UNO AL SESGO"

minan pasadas por pararse^ suelen muchos con-


fundirlas con los golletes, lo que es hijo dé la más
crasa ignorancia, porque tienen un mérito sobresa-
liente, en atención a que para darlas en la suerte
de recibir, es preciso estar inmóvil hasta el instante
en que el toro esté en el centro muy humillado, y
meter entonces el brazo en dirección vertical, lo
cual es dificilísimo.
U n toro queda descordado al recibir una esto-
cada alta que le corte los tendones que le sirven
para el manejo de los remos o los nervios que le
dan la vida. Las reses descordadas caen al suelo
como heridas por un rayo, pero quedarían vivas si
no se les diera la puntilla.
Las estocadas bajas se apellidan genéricamente,
golletes, y matan pronto al toro, porque entran en
el pecho y pasan los pulmones. Nunca son del m é -
rito de las de por alto, pero hay ocasiones en que
son preferibles.
Muchas veces sucede que el estoque penetra obli-
cuamente, asomando la punta por el lado opuesto,
o dando muestras de su presencia un bulto formado
por la coagulación de la sangre; esta estocada, que
se llama atravesada, es feísima, porque patentiza no
haberse hecho la suerte bien, es decir, haberse mar-
chado el torero en la reunión.
En la actualidad se suelen llamar atravesadas las
estocadas que tienen esa tendencia en su colocación.
Con más propiedad las llaman otros tendenciosas o
con tendencia a atravesar.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 149

Cuando el cornúpeto se ciñe o da una colada, ocu-


rre que la espada entra por el lado izquierdo del
toro y n i aun lo pincha, lo cual es lo que los dies-
tros designan con la locución de irse la estocada
por carne, a diferencia de cuando penetra por el
tejido que cubre la piel y sigue entre cuero y carne,
sin hacer casi daño, a lo que llaman envainar.
Después que se ha dado la estocada, aun cuando
la res no necesite otra para morir, suele tardar mu-
cho en echarse, y para abreviar se emplean varios
recursos; si la espada quedó dentro deberá el ma-
tador juzgar si es mejor que permanezca metida o
sacarla; estandcil la espada puesta en tfeen sitib
pero poco introducida, se deben dar capotazos al toro
que solamente le hagan tirar cabezadas hacia el
lado, con lo que se le clava m á s ; y si, por el con-
trario, se quiere que el bicho suelte la espada, se
le echará el trapo a la cruz para sacarla agarrado
con él. Con la espada dentro o fuera, si se ve que
la herida rebosa sangre, se le dan capotazos por
derecha e izquierda alternativamente o se le hace
dar muchas vueltas, porque con ello se consigue que
salga más sangre, que pierda las piernas y la cabeza,
y por último que caiga. A esto suele oponerse el
público, pero conste que sin razón, si, como de-
cimos, está realmente heridot de muerte el toro,
pues con ello lo que se hace es acortar la agonía
del animal. Pero como con abusiva frecuencia, el
peonaje oficioso> sobre todo de los estoqueadores
medrosos, para evitar una nueva entrada a matar
150 UNO AL SESGO

a su jefe, se empeñan con tenacidad censurable


en hacer doblar al toro vivo todavía, se explica que
el público, como regla general, haya adoptado la
protesta contra toda ingerencia de los peones en ta-
les circunstancias. Esta, y otras intransigencias del

Descabello. E l toro está un poco tapado.

respetable, están justificadas por la facilidad con


que su tolerancia se ve mal recompensada y de su
mayor o menor ignorancia se trata de sacar partido,
escamoteándole tan pronto como se descuida, unas
veces el valor y otras el arte, que son substituidos
por tretas y artimañas de mala ley.
A l toro herido mortalmente que se aploma en la
querencia contra los tableros, y no se echa, a pesar
de estar expirante, se le dejará algunos minutos
solo y quieto, para ver si se acuesta, pero si per-
E L ARTE DE VER LOS TOROS 151

manece en posición vertical, se le incitará por to-


dos los medios posibles, para ver si se sale a los
cites, y cerciorado el diestro de que no, le hará
que baje la cabeza tocándole con la punta del esto-
que en el hocico, para que se descubra y se pueda
descabellar, operación que consiste en introducir la
punta del estoque entre las dos primeras vértebras,
el atlas y el axis que revisten la medula espinal, cortán-
dola en su nacimiento, y que produce la muerte ins-
tantánea del cornúpeto. E n esta suerte estarán a la
mira un par de capotes, por si el toro se arranca
tras del diestro, que lo distraigan.
Hay toro que se echa conservando algún vigor y
teniendo el matador enfrente, se recela generalmen-
te del cachetero que siente venir por detrás y se
levanta o lo intenta: el matador sucediendo esto
debería atronarle con las precauciones sentadas para
el descabello, porque la acción es igual; sin otra
divergencia que se dice descabellar si el toro está
en pie y atronar si está echado.
Hace muchos años que la suerte de atronar no se
emplea y debiera hacerse.
Diferentes maneras de matar. — L a suerte de
recibir fué inventada por Francisco Romero en el
año 1726 (1), y la primera de todas las imaginadas
para matar toros a pie con espada y muleta.
Para matar un toro boyante recibiendo, debe co-

co Esa es, por lo menos, la opinión más generalizada. L a que


sostiene el marqués de Tablantes en sus Anales de la plaza de la
Maestranza de Sevilla, se funda en un error.
152 "UNO AL SESGO"-

locarse el espada derecho, y perfilado con la parte


superior del cuerno derecho, teniendo cuidado de
que el toro coloque las manos juntas, como deben
estar para todas las suertes, y el cuerpo recto en el
terreno conveniente; el brazo del estoque hacia el
terreno de fuera y la mano delante del pecho, for-
mando con el arma una misma línea, de modo que
la punta mire al sitio en que se quiera clavar; el
brazo de la muleta después de recogida ésta sobre
el extremo que se tiene asido para no pisarla y re-
ducir al bicho al exterior que es el desliado, se pon-
drá como para el pase de pecho. En tal disposición
se le citará a una distancia corta, duando la res
tenga la cabeza levantada y preparada, con el ob-
jeto de traerla por su terreno y luego que llegue
a jurisdicción se hará el quiebro de muleta en d i -
rección al terreno del toro, con lo cual debe que-
dar el matador zafo del embroque, y entonces es
cuando debe aprovecharse la ocasión de meter el
brazo al humillar el animal, pero sin adelantar la
suerte ni mover los pies.
Si se adelanta la suerte o se muevan los pies, ya
no puede llamarse la estocada recibiendo; advirtien-
do que no se falta a esas reglas si el movimiento
de pies tiene lugar después de herir, porque se pin-
che en hueso, y no pueda resistirse al encontronazo
o se revuelva el animal, como sucede con mlucha
frecuencia.
Hasta aquí lo que sobre la suerte de recibir re-
producíamos de otros preceptistas en la primera
E L ARTE DE VER LOS TOROS 153

edición de este manual; la mayor extensión que


damos a la presente nos permite decir algo m á s que
consideramos oportuno y conveniente si esa forma
de estoquear ha de resucitar de nuevo, como al-
gún que otro espada viene intentando de vez en
cuando.
E n mi larga vida de aficionado que abarca desde
las postrimerías del señor Manuel Domínguez y Bo-
canegra, al Niño de la Palma, como ejecutantes
más o menos afortunados de la estocada recibiendo,
han sido varios los toreros que se han propuesto
matar en esa forma; pero como si no bastasen las
dificultades que la suerte en sí ofrece para hacerles
desistir, se agrega la insuperable de los rígidos e
intransigentes mantenedores de la pureza del arte (!)
que esgrimiendo textos, descorazonan al m á s intré-
pido y entusiasta.
L a raza de los Sánchez de Neira, de los Pascual
Millán, etc., etc., no se ha extinguido todavía y es
en balde que el buen sentido diga que, si a Pepeillo
y a Montes se hubieran atenido los toreros, el vola-
pié seguiría siendo una estocada de recurso; el me-
tisaca, la más lucida de las formas de estoquear (1),
las faenas de muleta se reducirían al pase natural y
el de pecho, sin más finalidad que la de cuadrar a
la res; las verónicas continuarían dándose de frente
y así sucesivamente. Porque han salido diestros que
han toreado como, según los puristas, los clásicos,

(1) Así la conceptuaban en tiempos de D. José de la Tíxera,


y así lo proclama él en sus Fiestas de toros.
154 "UNO AL SESGO"

no se podía torear, la tauromaquia ha avanzado pro-


digiosamente, se pisan terrenos que antes estaban
vedados, se saca un partido de los toros que los an-
tiguos no podían ni sospechar, y el espectáculo se
ha transformado en un juego airoso y bello, per-
diendo cada vez más el carácter de lucha ruda y
brutal que ya sólo conserva en algunos detalles y
en determinados momentos.
La suerte de recibir, si se hubiera seguido practi-
cando sin interrupción, con toda seguridad habría
sufrido las modificaciones a que no han escapado los
otros lances de la lidia, el volapié entre ellos, como
seguidamente se verá. ¿ P o r qué, pues, hemos de
apedrear con textos clásicos, al que falte hoy en la
ejecución de esa estocada, al más trivial de los pre-
ceptos? No es la manera más eficaz de estimular al
espada que se proponga resucitarla, y no poco ha
debido contribuir ese rigorismo a que los más de-
cididos acaben por renunciar a ella.
•Algo así me dijo en cierta ocasión el irrempla-
zable JOSELITO, al preguntarle yo por qué había de-
jado de recibir toros, después de haberlo intentado
un par de temporadas.
"Como están los públicos conmigo — me con-
testó—y algunos revisteros, sino hiero en todo lo
alto y muevo un pie, me quieren matar; y he creído
que lo mejor era dejarlo."
Es lo que terminan por hacer todos.
¡ Y es una lástima!
Con un poco de tolerancia por parte de la crítica.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 1SS

con un poco de comprensión por parte de las aficio-


nados, la suerte de recibir podría resurgir de nuevo,
mejor hoy que nunca por el tamaño de los toros, por
lo recogidos de cabeza, en general, porque son más
bravos y sobre todo más dóciles que antes; y porque
esa suerte, tendría como consecuencia el más fre-
cuente empleo de la del encuentro que es una deri-
vación suya, y de mucho lucimiento sin ningún gé-
nero de duda.
Pero para eso, para que se vuelvan a recibir toros,
hay que olvidar lo que los textos dicen, y sobre todo
cualquiera de las láminas, la de Perea entre ellas,
que representan a Pedro Romero recibiendo a un
toro, las cuales han contribuido no poco a formar un
concepto de la suerte poco menos que fantástico,
hasta el punto de que son muchos los que suponen
que armado el matador y con la punta del estoque
enfilada al morrillo del toro, es éste el que se clava
la espada que el matador mantiene firme hasta que ha
desaparecido toda en el cuerpo del animal.
Inútil decir que no sucede tal cosa, y que el ma-
tador es el que la mete cuando llega la res al centro
de la suerte, como se lee en la definición que aquí
se da, tomada de la Tauromaquia de Montes. De eso
precisamente nace la poca seguridad que al herir se
tiene, y que debido a ella no siempre caigan las es-
tocadas en el morrillo precisamente.
Así como los puristas admiten el cite con el pie,
el célebre "meter el pie", y hasta casi, y sin casi,
dudan de que se haya recibido sin la previa metidura
156 a UNO AL SESGO'

de pie, de la que no habla ningún tratadista, hasta


la segunda mitad del siglo X I X , es decir, cuando
ya está en decadencia la suerte de recibir, bueno se-
ría que admitiesen alguna que otra modificación que
facilitara su ejecución a los diestros que intenten ha-

cer uso de ella, adaptándola a sus condiciones, que


es exactamente lo que antes hicieron los que en ella
sobresalieron, pues basta leer cómo la describen P^-
pmllo, Montes, el Chiclanero, Cayetano Sanz, Ma-
nuel Domínguez, y cómo se la hemos visto practicar
a Bocanegra, Frascuelo, Carancha y Guerrita, para
enterarse de que cada uno de ellos, si en lo funda-
mental estaban de acuerdo, no así en ciertos deta-
lles, que variaban de uno a otro, como varían, trá-
tese de la suerte que se trate, según el torero que
E L ARTE DE VER LOS TOROS 157

las realice. Así y únicamente así, ha podido llegar la


tauromaquia a esa perfección actual, que aunque para
los tradiciomlistas signifique decadencia, todos, has-
ta ellos mismos, sabemos que es renovación y pro-
greso.
Y sigamos hablando de las diferentes estocadas.
La de al encmntro, es una especie de término me-
dio entre la de a toro recibido y a volapié, introdu-
cida a principios de este siglo por el afamado ma-
tador Jerónimo José Cándido. Es un recurso ina-
preciable para matar los toros que, citados a recibir,
no vienen en proporción de consumar el lance. Tie-
ne efecto saliendo el lidiador con prontitud hacia el
toro que trae cortado el terreno mejorándolo, for-
mando el centro en el de las distancias, y conforme
pone la espada, vacia el toro con el engaño y hace
un buen quiebro para acabarla de clavar saliendo por
la derecha del animal por pies.
También es frecuente la confusión de la suerte de
recibir con la de Aguantar, pero sus diferencias son
grandes y vamos a apuntarlas.
Dícese que una res se mata aguantando cuando,
estando el diestro en la rectitud del toro, después de
haberle pasado y de haber acudido noble y volun-
tarioso, se le arranca al embozar la muleta en el
palo; el matador le espera, y vaciándolo con un quie-
bro de cintura y muleta, le hiere fuera del em-
broque.
No conviene, pues, esta suerte con la de recibir
en los puntos siguientes: primero, en la última es
158 "UNO AL SESGO"

requisito esencial el desafío con el trapo y en la de


aguantar no se hace éste; y segundo, la de aguantar
no deja de ser tal porque se muevan los pies, y se
salga el diestro del sitio en que se colocara, lo cual
sabemos que no pasa en la de recibir.
Volapié. — E l renombrado lidiador sevillano Joa-
quín Rodríguez, Costillares, que vivió hasta fines del
siglo X V I I I , y fué hombre de grandes conocimientos
taurinos y mayor destreza, enriqueció el arte con este
nueva suerte, digna de elogio.
Su ejecución es muy sencilla: el diestro se arma
para la suerte, sobre corto y espera el momento en que
el toro tenga la cabeza natural, yéndose con lige-
reza a él, tirándole la muleta al hocico para que hu-
mille y se descubra, metiendo entonces la espada y
saliendo del centro por pies hacia la - cola del cor-
núpeto.
Es absolutamente indispensable que el toro esté
aplomado. Debe tener las piernas juntas, porque las
reglas del volapié estriban en su inmovilidad y asi-
mismo debe juntarlas, porque de lo contrarío lleva
adelantado un paso que habría de dar al partir, es-'
tando cuadrado, cuyo paso le presta firmeza para
arrancar y forma punto de apoyo para la carrera.
Estando un toro aplomado con las nalgas contra las
barreras, no se le dará el volapié sin persuadirse
de que no conserva piernas y sin que se ponga un
peón en la dirección de las tablas.
E l aficionado menos experto, el que sólo haya pre-
senciado unas cuantas corridas y visto estoquear dos
E L ARTE DE VER LOS TOROS 159

docenas de toros, se dará cuenta inmediatamente


que ese volapié que acabamos de describir, reprodu-
ciendo la definición que de esa suerte daban los an-
tiguos tratadistas, apenas si tiene algo que ver con
la estocada que en la actualidad conocemos con el
mismo nombre.
Joaquín Rodríguez, Costillares, nunca pudo supo-
ner que, andando el tiempo, la suerte que él había
innovado como recurso para los casos en que los toros
no acudieran, por muy aplomados, al cite de la
muleta para ser recibidos a la muerte, había de trans-
formarse en la forma única de matar, claro es que
con modificaciones que la convierten en una cosa
intermedia entre el volapié propiamente dicho y la
estocada recibiendo.
Pepeillo, el tratadista más próximo a Costillares,
del que fué discípulo, define en su Tauromaquia o
Arte de torear, de este modo el volapié:
"Consiste en que el diestro se sitúa a la muerte
con el toro, ocupando cumplidamente su terreno, y
luego que al cite de la muleta humilla y se descu-
bre, corre hacia él poniéndosela en el centro, y de-
jándose caer sobre el toro mete la espada y sale
,;on pies.
"Esta suerte es lucidísima, y con ella se dan las me
yores estocadas, y se hace a toda clase ae toros como
ñumillen y se descubran algún poco, Pero no es
siempre ocasión de ejecutarla, sino sólo cuando los
toros están sin piernas y tardos en embestir."
Fíjese el lector que para ejecutar el volapié clásico.
160 "UNO AL SESGO"

el de Costillares, son condiciones precisas que los


toros estén aplomados y no embistan, es decir, "que
no hagan nada por el torero", que "ha de meter el
estoque dejándose caer sobre el toro y salir con pies".
Téngase esto presente.
Esto es lo que escribía o dictaba o autorizaba
José Delgado, " I l l o " , a fines del siglo X V I I I , y se
publicaba en 1796 en Cádiz.
Cuarenta años más tarde, Francisco Montes "Pa-
quiro", el que en su tiempo fué llamado Napoleón
de los toreros, y en mi concepto con "Guerrita" y
"Joselito" forma el terceto cumbre de la tauroma-
quia; ese "Paquiro", pues, para el que el toreo no
tenía secretos, al escribir o firmar el tratado de tau-
romaquia de que probablemente es autor D . Santos
López Pelegrín, Abenamar, dice de la estocada a vo-
lapié :
"Es suceptible de hacerse con toda clase de toros,
siempre que se hallen en el estado de aplomados úni-
co oportuno para ejecutarse con toda seguridad.
" E l modo de practicarla es muy sencillo, pues con-
siste en armarse el diestro para la muerte sobre
corto, por razón dé que el toro no arranca, lo cual
es requisito preciso para la suerte, que por esto
también la llaman algunos a toro parado; estando,
pues, armado así se espera el momento en que el
toro tenga la cabeza natural, y yéndose con pron-
titud a él, se le acercará la muleta al hocico, ba-
jándola hasta el suelo para que humille bien y se
EL ARTE DE VER LOS TOROS 161

Pase M ^1
nZral ^ '*
con la iyiii j r
derecha
por alto mM

Pase de pecho con


la derecha
162 UNO AL SESGO

Ayudado de JOSELITO

Un rodillazo de JOSELITO
E L ARTE DE VER LOS TOROS 163

descubra, hecho lo cual se mete la espada, saliendo


del centro con todos los pies."

" E l estado aplomado del toro es absolutamente


indispensable para verificar con seguridad una suer-
te que se funda en su completa inmovilidad. Son
funestísimos los resultados que acarrearía este pre-
cepto. Si por no estar verdaderamente aplomado
arranca hacia el diestro después que este salió hacia
él ¡cuán probable la cogida!"
Como el lector está viendo, en tiempos de Mon-
tes todavía, el volapié clásico requería la completa
inmovilidad del toro y que el diestro acometiese y
saliera de la suerte con todos los pies.
Siga tomando nota.
Pasan los años, estamos en 1868, ya la suerte de
recibir apenas si algún que otro torero la ejecuta; el
volapié triunfa y reina.
Pero veamos lo que es ya el volapié por enton-
ces, y para ello nada mejor que copiar el consejo que
le daba E l Mengue, el autorizadísimo semanario de
Garisuain Blanco, a Antonio Sánchez, el Tato, al
apreciar su trabajo en la tarde del 14 de abril de
1868:
" A los toros se les hiere avisándolos con la mu-
leta montada sobre el pico del palo, cuando de la
posición natural humillan para cogerla. Entonces en-
señan el morrillo, y los matadores que tienen con-
ciencia para verlos llegar, les meten la mano con
conocimiento y se salen fuera de cacho."
1 0 . — E l arte de ver los toros
164 "UNO AL SESGO"

Ya no es requisito preciso la inmovilidad del toro;


ya necesita el matador conciencia para verlos llegar;
ya el toro ayuda al torero (1).
L a evolución era fatal, y las razones no pueden
ser más obvias.
E l volapié, en unos cuantos años, había pasado de
estopada de recurso, admisible solamente para las
res es que no podían ser rm&íúíaj, a suerte apta
para estoquear todo género de reses, y por lo tanto
ya se hizo preciso revestirla de un cierto lucimiento,
de una cierta gallardía, de una cierta vistosidad, que
paulatinamente va en aumento hasta crear de Joselito
Redondo a nuestros días la categoría de grandes
matadores, con la tal estocada, a la par que las di-
ficultades de ejecución van creciendo.
E l volapié actual, muy superior al clásico, al de
Costillares, no es ya ese modo de estoquear seguro
y fácil de que nos hablan Pepeillo y Montes en sus
tratados; tan difícil es que pocos son los lidiadores
que sin un trmquillo salvador pueden mantenerse
largo , tiempo en-los ruedos, porque dependiendo el
resultado de la acción del toro como de la del diestro,
no siempre aquél responde a las exigencias de éste,
ni en el momento de acometer mantiene constante-
mente sus características, es decir, aquellas peculia-
ridades que el torero ha observado y tiene en cuen-
ta al consumar la suerte.

(1) D. José Sánchez de Neira, en su Diccionario Taurómaco


(1896), se atiene al volapié de Montes, como si nada hubiera cam-
biado. i Y había cambiado!
E L ARTE DE VER LOS TOROS 165

E l volapié que ahora llamamos tal y tenemos por


la forma m á s perfecta de matar, ha de ejecutarse
dejándose ver del toro, yéndose a él despacio y recto
y metiendo el estoque poco a poco, salvando en la
humillación el embroque y saliendo limpio por el cos-
tillar.

Para que esto sea posible, el toro ha de hacer por


el torero, ha de obedecer a la muleta, y ha de tomar
su terreno francamente. Si no hace por el torero
lo que éste esperaba, es decir, sino arranca, o bien
el matador al notarlo tiene que echarse fuera o si
sigue el viaje quedará en pincházo lo que se pensó
que fuese estocada, o que si ésta se logra, espere el
toro y prenda al torero, a no ser que quiera la ca-
sualidad que todo salga a gusto de todos.
E n la estocada recibiendo, teóricamente cuando
menos, como es la fiera la que parte, la que ataca,
al hombre le queda el recurso de mejorar el terreno
y hastar pasarse sin herir, o hacerlo al encuentre, si
166 "UNO AL SESGO"

considera que el toro no acomete proporcionado para


esperarle ; en el volapié, una vez hecho el avance, el
torero queda a merced del toro, y todas las reglas
que suponemos infalibles fallan a lo mejor, desde
el cruce a meter la muleta en el hocico del animal;
como tampoco es raro que no obedezcan a sus que-
rencias, que hagan mucho por el matador cuando se
esperaba que hicieran menos, etc., etc.
Y todo lo dicho es referente al toro que no ofrece
mayores dificultades para la consumación de la suer-
te; cuando las ofrece, sin ventaja, sin tranquillo y
en ocasiones sin la ayuda de la suerte, ejecutar el
volapié es punto menos que imposible.
Por esa razón, no es vituperable que, en deter-
minadas circunstfi-ncias, el matador tome precau-
ciones, ponga en práctica ventajas, pues no hacerlo
implicaría ignorancia o imprudencia temeraria.
Así, por ejemplo, cuando el toro adelante por el
pitón izquierdo, es lógico y no censurable que el
diestro se "alivie", cuarteando lo necesario para sal-
var el peligro. L o mismo se ha de hacer cuando se
halla la res aconchada a las tablas, pues lo más pro-
bable es que al sentirse herida siga el único terreno
de que dispone que es el del matador en e&,e caso.
Si está muy aplomada, hay que atacar con mu-
chos pies, porque en esa circunstancia no puede es-
perarse que haga nada por el diestro, que ha de lle-
var el empuje necesario para meter el estoque y salir
E L ARTE DE VER LOS TOROS 167

rápido, sin dar tiempo a que la res, que observa el


viaje, le tape la salida y le dé una cogida.
Por algo hemos dicho, y se ha dicho siempre hasta
la saciedad, que conocer la calidad del toro es lo
primero que ha de procurar el buen aficionado, pues
no con todos los que salen de los chiqueros es po-
sible hacerlo todo, y cada uno requiere su lidia.
E l volapié actual, que tiene mucho de la estocada
arrancando, n,o siempre se puede ejecutar a ley.
Para esos casos es cuando se recurre a otras for-
mas de matar que seguidamente se explicarán; des-
pués de haber hablado de:
La estocada a un tiempo. — Se equivoca por algu-
nos con la de d encuentro que están muy lejos de
ser hermanas. Basta decir, para penetrar la discon-
formidad, que la ejecución de la primera es siem-
pre fortuita, mientras que la de la segunta es siem-
pre meditada y preparada.
Bajo la denominación de estocadas de recurso,
comprenden los taurófilos las estocadas llamadas a
la carrera, a la media vuelta y a paso de banderi-
llas, las cuales constituyen otros tantos modos de
matar con seguridad los toros que dan que temer
por ser de sentido, no arrancar o taparse. T r a t á n -
dose de reses de esa índole es lícito usarlas, sin qfue
padezca en nada la reputación del diestro que la eje-
cuta, pero con otras son deslucidas.
L a suerte a la carrera puede intentarse cuando el
bicho va levantado o cuando va corriendo tras de
168 "UNO AL SESGO"

algún capote, y se realiza en ambos casos saliendo


el espada armado al encuentro del toro, dándole la
estocada por las reglas ya establecidas. Ofrece este
lance la dificultad de no ser fácil herir en el sitio
oportuno, por la violencia que trae el toro y por no
tener el torero tiempo de hacer fijo el punto de
vista.
La estocada a la media vuelta se efectúa de igual
manera que las banderillas colocadas en aquella suer-
te, a la que, para no incurrir en repeticiones enojo-
sas, remitimos a nuestros lectores.
Para ejecutar la de a paso de banderillas, tomará
el diestro la tierra que conceptúe necesaria atendien-
do al estado del toro, y hará que nadie ande junto
a éste para que no pierda la posición: liará la muleta
y preparará el brazo como para recibir, yéndose al
toro haciendo un cuarteo, y al humillar, dentro aun
del centro, señalará la estocada, haciendo el quiebro
de muleta con que se sale del embroque para dejarse
caer y apurar la estocada hasta la guarnición. E l
mérito de estas estocadas consiste principalmente en
concluir con las reses en el menor tiempo posible,
por cuya razón se procurará herir hondo y en buen
sitio.
VIII

Del acachetear o apuntillar los toros

L acachetear o dar la puntilla es un


feliz descubrimiento, cuya utilidad es
manifiesta en la plaza, porque sin él
tardarían mucho las reses en morirse
de una sola estocada, produciendo en
los espectadores la impaciencia y el disgusto consi-
guientes.
Con el fin de alejar esas contrariedades se hace
uso del cachete o puntilla, cuyo instrumento no es
otra cosa que un cilindro de acero de una pulgada
de diámetro y una tercia de largo, que termina en
una de sus extremidades en una especie de lanciata
y en la opuesta a un puño de madera.
Después de echado el animal herido de muerte, y
estando el matador delante con la muleta inmediata
a aquél, para que el bicho se fije en ella y no mueva
la cabeza, el cachetero se irá por detrás y le introdu-
cirá de un golpe la puntilla por el sitio de la raíz de
los cuernos, con lo que se corta la médula, extin-
guiéndose la vida con la velocidad del rayo.
Se llama dar la puntilla de ballestilla cuando el
puntillero remata el toro por delante, no dando el
golpe empuñando el mango en la forma corriente,
170 "UNO AL SESGO"

sino apoyando en la palma de la mano el mango, con


los dedos índice y corazón apoyados en la hoja.
Hay otros modos de dar la puntilla, que son: a
cachpte, la forma más usual descrita arriba y al
gallu, que viene a ser como la ballestilla, pero por
detrás y se diferencia del cachete en que no se em-
puña el mango.
Algunos llaman tirar la puntilla de ballestilla a lo
que hacen algunos matadores o puntilleros cuando la
tiran estando el toro de pie, los primeros, echado
los segundos.
" N o creo que buenos aficionados puedan confun-
dir la suerte de tirar la puntilla con la de darla de
ballestilla." Estas frases, que se publicaron hace más
de diez años pertenecen a Rafael Guerra, Guerrita,
a quien debemos considerar con autoridad bastante
para acatarlas y no enseñar mal a los que nos leen.
Tirar la puntilla, es tirarla nada más, pero no
tiene nada que ver con la ballestilla.
Llamarla así, como dice bien el maestro Dulzuras
"viene a ser como llamar quiebro de rodillas a una
suerte que se hace con el capote, y como decir: E l
espada citó a recibir; pero se echó fuera y dió una
estocada aguantando".
, IX . '

Breve vocabulario taurómaco de los


términos más usuales que no han
sido explicados en el texto
Abierto.—En banderillas, es el par cuyos palos
resultan separados uno de otro. Igualmente se dice
que un toro está abierto cuando no tiene juntas las
manos o no está cuadrado, como debe hallarse para
la ejecución de ciertas suertes, especialmente la de
¡matar; pero no porque, como mucha gente supone,
cuanto más separadas están las manos signifique que
más cerradas están las agujas o alto de las espaldi-
llas, pues no tienen relación unas con otras, sino por-
que el estar cuadrada la res con las manos juntas i n -
dica una actitud de reposo, para salir de la cual nece-
sita un tiempo que es el que el lidiador aprovecha y
lleva de ventaja a su enemigo en la ejecución del
lance.
Abrir.—Es desviar al toro de la barrera, cuando
se halla próximo y paralelo a ella.
Abrirse de capa.—Tender el capote cogido con las
dos manos para torear. Se dice generalmente cuando
esto lo hace el matador para lancear da capa.
172 "UNO AL SESGO"

Acochinado.—Se llama así el toro gordo y hondo,


con cierta semejanza de aspecto con el cochino.
Aconcharse.—Se dice del toro que se arrima a
los tableros para buscar en ellos defensa. No se em-
plea ya mucho esta voz.
Acorralado.—Cuando el toro se aconcha a las ta-
blas y no acude a los cites, se dice que está acorra-
lado. Tampoco es frecuente este término.
Acosar.—Faena de campo, empleada generalmente
en la tienta en campo abierto, para la cual penetran
dos jinetes, formando lo que se llama una collera,
en una piara de ganado de la que hacen salir al be-
cerro y cuando lo tienen a bastante distancia lo de-
rriban.
Agujas.—'Los huesos superiores q¡ue terminan
los brazuelos en lo alto del morrillo. Se dice que
un toro es alto de agujas y bajo de agujas, según
sea mayor o menor la elevación del morrillo, con
relación al tamaño del toro.
Acostarse.—Los toros que adelantan por un lado
o por ambos y además se ciñen, esto es, tienden a
meterse en el terreno del diestro, se dice que se
"acuestan" por el derecho o por el izquierdo o por
los dos lados.
Así, pues, "adelantan" cuando con un cuerno u
otro, de una manera habitual, buscan el bulto y se
"acuestan" cuando habitualmente se ciñen.
Acudir.—La acción de acometer el toro a aquél
que le cita.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 173

Por la rapidez y la forma en que lo haga se pue-


den conocer los grados de bravura de la res.
De todos modos a favor de querencia todos se
arrancan y acuden prontamente, y lo contrario ocu-
rre cuando se les cita contra querencia aunque se
trate de un toro que no sea manso, sobre todo en el
último estado, o sea el de aplomado.
Acularse.—Lo que hace el toro cuando para de-
fenderse se adosa a la valla, apoyando o poco menos
los cuartos traseros contra ella.
Es muy difícil ejecutar ninguna suerte hallán-
dose la res en esta posición, y necesita ser valiente el
matador que le llega con la muleta o con el esto-
que, aunque para esto último es indispensable haber-
se resguardado algo para que no quede del todo ta-
pada la salida.
Achuchar.—Achuchan las reses cuando en el cen-
tro de la suerte arremeten desproporcionadas con-
tra el bulto sin hacer caso del engaño; cuando por
un lado u otro buscan al lidiador por lo que se dice
"achuchaba por el izquierdo", o "por el derecho",
o "por ambos lados", defecto el cual se nota más
especialmente en los lances de capa y en el toreo de
muleta.

V é a s e : ¡ADELANTAR.
Achuchón.—Se llama asi la acometida brusca e
imprevista del toro debido a lo cual el diestro no
puede defenderse con el capote o muleta y se limita
174 "UNO AL SESGO"

a apartarse o desviarse para rehuir el hachazo y evi-


tar la cogida.
Adelantado.—Se designa con este nombre al be-
cerro o novillo precoz, con más corpulencia y des-
arrollo del que su edad requiere, y con los que com-
pletan los ganaderos poco escrupulosos en años de
mucha demanda las corridas que de otro modo no
podrían servir, si no es que, con utreros adelantados,
se ran casos, se forme la corrida.
Adelantado.—Se dice que el toro está adelantado
de una mano u otra cuando al iniciar las suertes,
especialmente la de matar, no está cuadrado y por
lo tanto en actitud de arrancar, lo que ha de tener
muy presente el lidiador, pues como se ha dicho en
la palabra abierto, con ello pierde un tiempo el diestro.
Adelmtar.—Los toros no siempre cornean con
igual facilidad por ambos lados, ni tampoco toman
el engaño ni obedecen a éste con la misma sencillez
unos que otros.
Hay cornúpetos que por el lado derecho, por
ejemplo, pasan bien, y en cambio por el lado izquier-
do buscan el bulto. E n tales casos se dice que el
toro "adelantaba" por el izquierdo, por el derecho
si hace lo contrario, si por los dos lados que "ade-
lantaba" por ambos.
Adentros.—Al hablar de los terrenos se ha dado
la explicación y división de ellos. Se dice que el
diestro da los adentros al toro cuando trueca los te-
E L ARTE DE VER LOS TOROS 175

rrenos por tener la res querencia a las tablas, en. cuyo


caso se le torea dejándole expedita esa querencia,
o sea, al revés de lo que generalmente se hace, por-
que de ordinario la salida natural de la fiera es hacia
las afueras o medios de la plaza, y por lo tanto el
torero ocupa el terreno de adentro, que es el suyo,
y le da al toro el de fuera, que es el que le corres-
ponde. '
Antes, a lo que ahora llamamos "dando los aden-
tros", se denominaba "dando tablas", y a la esto-
cada dada en esa posición se la designaba de igual
modo, esto es, "dando tablas", y ahora se dice que
entró a matar el espada en la "suerte contraria".
Afueras.—Es el terreno que se extiende desde el
tercio a los medios. Es el terreno del toro.
Amorcillado.—Guando herido el toro de muerte
es interior la hemorragia y tarda en doblar y se le
ve hincharse, se dice que está amorcillado o que "se
bebe la sangre".
Anillos. — Líneas circulares que tienen los toros
en la parte inferior de los cuernos. También suele
llamarse así al redondel pero en singular.
Armarse. — Ponerse en disposición de ejecutar la
suerte.
Cabezada. — L o mismo que hachazo.
Castigo. — Todo aquello que se hace al toro y le
causa molestia y dolor.
Cargar la suerte.—-El movimiento que hace el
diestro en el centro de ella de bajar los brazos y
176 "UNO AL SESGO"

meter el engaño en el terreno de fuera, para echar


del suyo al toro.
Cernirse en el engaño. — Se dice cuando una res
se queda delante de él indecisa sobre tomarlo o de-
jarlo.
Cite. — Todo movimiento o voz con que el dies-
tro incita al cornúpeto para que arranque.
Colarse el toro. — Significa haberse metido en el
terreno de dentro, o haberse ido por entre el engaño
y el cuerpo. Los picadores emplean esa locución, se-
guida de la palabra suelto, para esplicar que el bi-
cho llegó hasta el caballo sin haberlo pinchado. De
lo primero tiene la culpa el toro, de lo segundo el
picador.
Contrario. — Se dice que un toro sale contrario
cuando en vez de dirigirse hacia el lado izquierdo
lo hace al derecho al salir de los chiqueros.
Contraste. — Hay contraste cuando el toro se v f
obligado por dos toreros.
Cuadrada. — Tener la muleta delante del toro, de
modo que le dé toda de frente.
Cuadrarse. — Ponerse al lado del cuello del toro
donde no alcance el hachazo.
Derrotes. — Los movimientos que hace el animal
con la cabeza cuando quiere desarmar al torero.
Desarmar.—Se dice cuando el toro derrota de
manera que le quita de las manos al diestro, la mu-
leta, espada^ banderillas o vara.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 177

Desarmarse. — Frase con que se designa el acto


del espada, una vez preparado para dar la estocada,
por cualquier razón no la da o evita darla.
Desarme.—Cuando el matador pierde la muleta
o la capa por un derrote del toro.
Encerrado. — U n diestro está encerrado si no tie-
ne bastante terreno para hacer la suerte sin tropezar
con la fiera.
Embroque. — Sobre corto: cuando el diestro se
encuentra en situación que dando el toro la cornada,
lo alcanza si no se libra por medio de un recurso.
Sobre largo: cuando el diestro va huyendo del toro
y éste lo lleva enfilado, observando su viaje en rec-
titud a las tablas. Está casi en desuso hoy esta voz
que se substituye con la expresión de "perderle la
cara al toro", en la mayoría de los casos.
Escupirse. — No tomar el engaño.
Estar el toro en suerte. — Cuando está derecho,
dividiendo igualmente los terrenos, para lo cual es
preciso que esté en dirección de las tablas.
Ganarle la cara al toro.—Es término que se em-
plea m á s generalmente en la suerte de banderillas,
cuando por cortar el terreno el toro, el banderillero
acentúa el cuarteo para salvar el embroque, que de
otro modo se produciría al llegar al centro de la
suerte, y logra cuadrar y meter los brazos fuera de
cacho.
Hachazo. — E l movimiento que hace el toro con
la cabeza para usar de sus armas.
178 "UNO AL SESGO"

Hallarse en suerte el torero. — Cuando está frente


al toro preparado para hacer alguna.
Humillar o descubrirse. — Se llama la acción de
bajar el toro la cabeza para engendrar el hachazo.
Jurisdicción. — L a del lidiador es el pedazo de tie-
rra en que puede hacer la suerte, y la del toro hasta
donde alcanza con el hachazo.
Liar. — Recoger la muleta sobre el palo.
Mejorar el terreno. — Guando el matador, por
ejemplo, ve que el toro viene cortándole la salida
y da unos dos pasos contra la intención del animal,
procurando conservar su terreno, o cuando viene es-
cupiéndose y se adelanta hacia el toro.
Meter el hraso o los brcbzos.—La acción de exten-
der el brazo para herir o clavar las banderillas.
Meter el pie.—Citar a recibir.
Parear.—'Poner dos banderillas.
P a r ó n . — Es un nuevo término que empezaron em-
pleando los toreros para designar el acto de mante-
nerse firme y quieto el diestro en la ejecución de las
suertes de capa y muleta resistiendo inmóvil la aco-
metida (1).

(1) Los toreros de estos últimoa años cultivan con exceso el


parón y en el exceso está el único mal, porque en lo de "hacer
la estatua" oportunamente y hasta tantas veces como la ocasión sin
forzarla, se presente, no veo mal alguno; al contrario, me parece
muy bien. Pero de ahí a fiarlo todo al parón no es posible, porque,
ya no hay toreo.
No quisiera decir que, por ejemplo, como torea Cagancho algunas
veces de capa, "no se puede torear", porque... he repetido dema-
siado que "toreando como no se puede" como los "clásicos" asegu-
raban que "no se podía" el toreo ha dado pasos gigantescos de
EL ARTE DE VER LOS TOROS 179

illliiBliiW

Entrando a matar a volapié


UNO AL SESGO

Descabello

Dando la puntilla a cachete


E L ARTE DE VER LOS TOROS 181

Perder el sitio.—Se valen los toreros de esta ex-


presión, y tras los toreros los aficionados, para signi-
ficar que un diestro ha perdido el arte, maña, mane-
ra, etc., que tenía de ejecutar las suertes y con m á s
precisión el terreno en, que las ejecutaba. Por lo que
hay en esta profesión de lidiador de automatismo,
por la influencia que tiene el hábito, en cada torero
existe una -peculiar forma de torear en la que se re-
vela su personalidad. Como esta forma de torear se
hace inconsciente, constituye su estilo, y si por un
accidente, por consejos, por miedo, se modifica, se
dice que el torero ha, perdido su sitio, porque real-
mente le entra la incertidumbre, el desconcierto, y
con- la duda se desvanece su personalidad.

avance, para rectificar hoy mi criterio. A pesar de eso, y creyendo,


sin embargo, que no hay tal rectificación no puedo sustraerme a de-
cir lo que tengo por verdad, aunque con ello concite contra mí las
iras, exteriorizadas en desdenes, de unos cuantos críticos de en-
tusiasmos fáciles e imprudentemente hipadlbóficos, que elevando
la chiripa a la categoría de arte, han proclamado al gitano tria-
nero creador de una nueva modalidad de torear de capa, cuando en
realidad el joven Rodríguez lo único que ha aportado a la tauro-
maquia, con los reveses consiguientes, lógicos y naturales, es el
arte de no torear, o si se quiere con otro nombre, "el arte de to-
rearse el toro a sí mismo".
E l temple, la suavidad, en el toreo, tienen un límite, como tam-
bién el parar es relativo y circunstancial, y ni una cosa ni otra
son posibles sin mandar y no hay manera de mandar sin _ cargar
la suerte, más o menos, como no sea aprovechando los viajes na-
turales del toro camino de su querencia. E n una palabra, torear es
"llevar el toro toreado", y esto que suena a perogrullada, y sería
un bien que no hubiese dejado de serlo, empieza a hacerse nece-
sario actualmente que se repita con insistencia, pues lo exigen así,
por un lado el entronizamiento insensato del parón a todo pasto y
por el otro, una exagerada estilización del toreo de capá y muleta.
Repitámoslo: todo tiene sus límites.
Con la muleta, lograr una faena impresionante a base de paro-
nes, es factible y hasta rélativamente fácil, con perjuicio, desde
luego, casi siempre, de la ligazón, pues de no tratarse de un toro
muy bravo, muy noble y muy suave por ambos lados, se hace prc-

1 1 . — E l arte de ver los toros


182 "UNO AL SESGO"

Perderle la cara al toro.—cuando el toro por mali-


cia suya o por torpeza o miedo del diestro, y es lo
más frecuente, en, vez de seguir el engaño, capa o
muleta, tiene embrocado a aquél, o lo que es lo
mismo, "le ha ganado la acción" y por lo tanto lo
tiene a merced suya, se dice que "el torero le ha per-
dido la cara al toro", y sin la intervención de un ca-
pote o saliendo por pies, la cogida es segura si la
res arremete. M á s que término técnico, pertenece esta
expresión al lenguaje pintoresco de la torería, pero
como con muchos otros ha ocurrido este idiotismo
por ser gráfico y dar idea exacta del hecho, se ha
incorporado ya al tecnicismo taurino.

ciso buscarle la querencia y de ahí que cada parón sea en ocasio-


nes un lance aislado y se haga necesario recorrer media plaza para
ejecutarlos. Con el capote eso no es posible. Si al dar una veró-
nica por el lado izquierdo basta un ligero cite para que el toro em-
bista y siga por su terreno su viaje natural, en la siguiente, por el
lado derecho, como no se las haya el diestro con un enemigo muy
bravo y muy noble, ya probablemente no embestirá tan franco que
pueda prescindirse de "llevarlo toreado" para que obedezca y vaya
por el terreno que el capote le señala; y aun tratándose de una
res brava y sencilla la repetición de los lances, los consecutivos
desengaños, la poca o mucha pérdida del ímpetu primitivo, le habrán
enseñado lo bastante para medir sus acometidas y rematar en el
objeto casi inmóvil que se ofrece a sti codicia. Consecuencia dé ello,
que como eso no es torear, si lo fuera bastaría con mantenerse quieto
y erguido con un capote o una muleta en las manos para ser torero.
Las tentativas de varios diestros que no hay para que nombrar y
a los que les puede costar serios percances la mayoría de las veces,
es la mejor demostración. De torear con suavidad y temple a hacer el
Don Tancredo con un capote en las manos, hay la diferencia que
existe entre torear {llevar al toro toreado) y no torear, o pretender
que el toro se toree a sí mismo.
Los éxitos clamorosos de esos son una señal de estos tiempos, en
los que, desorientada la afición, por falta de una gran figura que
imponga normas y por efecto de carecer de una verdadera crítica
que encauce los gustos, se están repitiendo los casos de exaltación
y llenándose de estrellas el cielo de la Tauromaquia; pero de eatre-
llas fugaces, con positivo desconcierto, no sólo del público, sino tam-
E L ARTE DE VER LOS TOROS 183

Quiebro.—Todo movimiento de cintura con que


se esquiva el hachazo.
Rematar. — Se llama así al acto de cornear el toro
las tablas cuando va siguiendo a un diestro y las
toma éste, desapareciendo de su vista, o cuando no
para hasta llegar a él.
Salida falsa. — Viaje de los banderilleros en que
no llegan a meter los brazos para clavar.
Salirse de la suerte. — Tratar de llevar a cabo una
suerte y no consumarla por voluntad del diestro.

bien de los mismos toreros, que acaban por no saber a qué atenerse
y desconfían de su propio arte cuando ven que éste es ineficaz
para interesar a una muchedumbre qué aprecia más que la maña,
la habilidad, la inteligencia, el dominio, en una palabra, el arte,
aquello en que el arte, precisamente interviene menos. De eso
resulta que poniendo toda la voluntad y todo el deseo en la eje-
cución de los lances vistosos y emocionantes a que únicamente se
prestan un reducido número de toros, más reducido porque cada
diestro necesita el toro o su medida, tan pronto como pisa el ruedo
una res que no sea "a modo" y son las que más lo pisan, el des-
aliento se apodera del espada y éste tira a salir del paso lo antes
posible,, seguro de que cuanto haga de buen torero no se lo han
de agradecer. Eso en el supuesto de que supiera hacerlo, o refirién-
dome a los contados que lo saben hacer, pues la generalidad son
incapaces; y unos porque no pueden y otros porque no quieren, el
resultado es que, están bien, muy bien, si el toro lo consiente, o
están mal, muy mal, si el toro no les da facilidades.
Decir esto sería no decir nada si no añadiera, o repitiera de nuevo,
que mientras la crítica ensalce a capricho, y por las razones que
sea, lo que más le halague o convenga, y la afición acepte como
buenas las sugestiones de esa critica, no hay manera de^ hacer res-
ponsable al torero, que por negocio y vanidad quiere bienquistarse
con los públicos, de que siga modas y gustos que íes son impues-
tos, y aun trate de ir un poco más allá de lo que el buen sentido
y el buen gusto aconsejan.
En total, que él parón está muy bien a tiempo y en sazón, pero
en modo alguno como base del toreo.
Esto escribí hace un par de años, a la aparición de Cagancho,
y me parece que no está en este librito fuera de lugar ahora. Per-
dóneseme, pues, esta repetición (1).

(1) L o s ases del toreo. Biografía de Cagancho.


184 "UNO AL SESGO"

Sentar los pies. — Tenerlos quietos hasta el ins-


tante oportuno.
Suerte natural. — A l estoquear es cuando hallán-
dose el toro en el tercio y paralelo a las tablas, tiene
el torero la salida al terreno de dentro y la fiera
al de fuera.
Suerte contraria. —• Cuando ocurre lo contrario
precisamente.
Taparse el toro. — Cuando en vez de humillar alza
la cabeza.
Tender la suerte. — Bajjar el capote y adelantarlo
un poco.
Tirar los brasas. — Movimiento que se hace con
ellos para sacar el engaño.
Tirón.1—Llaman tirón los toreros a la acometida
del toro, a la forma de acometer.
Transformación. — L a de los toros si de buenos
se convierten en malos, o viceversa.
Viaje. — L a carrera determinada del diestro o del
toro.
iÉ ,
Conclusión^

Si el lector ha llegado hasta aquí ¿ h a sacado al-


gún provecho de estas páginas ?
Es una duda que me asalta, acabada mi tarea, un
poco por desconfianza en mi labor y otro poco por
que no estoy del todo convencido de que el aficionado
sepa distinguir, en el texto, lo que son preceptos
de lo que no son m á s que. sugerencias.
E n la parte preceptiva me he atenido, naturalmente,
a "nuestros clásicos", sin objeciones ni comentarios
cuando las suertes no han sufrido con el tiempo
modificaciones o al tratarse de aquellas que, por ha-
ber caído en desuso, tienen más bien una existencia
teórica, mientras no haya un torero que las resucite.
Figuran en el elenco, las que figuran, por eso, por si
alguien intenta resucitarlas, que bien podría ocurrir
y no faltan los precedentes.
Así, por ejemplo, se habla de la suerte al costado
por delante, de las banderillas a topa carnero y al
recorte, de algunos saltos, de ciertos galleos, de de-
terminadas estocadas (al encuentro, a toro corrido)
qué si hoy se ven es de un modo aleatorio, fortuito,
186 "UNO AL SESGO"

y no se dice nada de la estocada arrancando, porque


en realidad viene a ser algo muy parecido—si no es
lo mismo—al volapié actual.
Todas estas definiciones, como las de pintas de
los toros, encornaduras y el resto del vocabulario
taurino, están en su mayoría tomadas de los autores
que en esta labor me han precedido, especialmente
de Montes.
Pero hay algo de que no se había hablado, o
por lo menos escrito, antes de este librito: y se hace
ahora desde un punto de vista estrictamente espec-
tacular, rehuyendo tecnicismos, pues como ya se ha
dicho repetidas veces, es al espectador y no al pro-
fesional a quien van enderezadas las enseñanzas, si
alguna se desprende de estas páginas.
Y viene luego, lo que de más personal se ha
puesto en ellas y por lo mismo lo que mayores i n -
quietudes me produce.
Aceptadas al pie de la letra, lo que, como antes
queda manifestado, no son máse que sugerencias,
mi temor, es que, acáso, el aficionado se cree una
pugná entre lo que aquí lea y lo que en otras oca-
siones se le ha dicho y ha venido a ser su manera
de pensar; y evitar esa pugna es lo que yo quisiera
y lo que he de tratar de hacer, aun a trueque de
"machacar" pues prefiero la fama de " m a c h a c ó n "
a suscitar perplejidades e indecisiones de juicio.
E L ARTE DE VER LOS TOROS 187

que tuvieran como consecuencia la confusión y el


desconcierto.
Sobre la base de que todo cuanto se le haga al
toro es, o por lo menos debía de ser, para el mayor
goce y diversión del espectador, no hay razón para
que nada se proscriba, aun cuando se trate de lan-
ces de mérito más aparente que real, en los que la
intervención del manoseado "truco" alcance una pro-
porción excesiva; pero, eso sí, siempre que no sea
en perjuicio del "buen arte" de torear, es decir
siempre que no se quiera suplir el arte del bien torear
con el arte de torear a mansalva, y se convierta la
tauromaquia en ejercicio de acróbatas y titiriteros.
Por ejemplo: los muletazos de rodillas, los que
dan los toreros sentados al estribo, suelen ser, con
deplorable frecuencia, una manera de eludir el com-
promiso de torear como se debe, y unas veces no se
sabe, y otras no se quiere; o lo que es lo mismo,
para ciertos toreros, el hacer suertes forzadas, arries-
gadas o violentas, puede ser un modo de encubrir
deficiencias de ejecución, deficiencias de arte, y en
ese caso algo tiene de vituperable lo que pierde su
carácter de alarde de valentía, para adquirir el de
verdadero "truco". Pero si el torero después de dar
esos pases en el estribo o de rodillas, puesto de pie
torea como es debido ¿ cómo vituperar los rodillazos
y los "estribazos"?
Todo lo que aumente la emoción, el goce, ^ sea
188 "UNO AL SESGO"

en beneficio de la variedad, de la alegría y de la


amenidad del espectáculo me parece digno de estí-
mulo; y cuando por un exceso de puritanismo, de
clasicismo—que muy a menudo no es más que un
exceso de partidismo—oigo o leo que ciertos críticos
y aficionados condenan acerbamente ese toreo, si se
quiere arbitrario, y mejor dicho estaría heterodoxo,
se me antoja que más bien perjudican que benefician
a la fiesta, pues no hay que olvidar que los públicos
que se congregan en las plazas, lo mismo en la de
Madrid que en la de Vich, no están compuestos de
aficionados en ese sentido de peritos catadores de
arte puro, y que aunque este les complazca, lo que
más llega a ellos, quizá, son los alardes de valentía,
las arrogancias, las suertes vistosas, las alegrías, que
dan animación y variedad al espectáculo.
Por el encomio desmedido—desmedido por ex-
clusivo—del temple, de la suavidad, etc., etc., la fies-1
ta se resiente y está enferma—con peligro de muer-
te—de un empacho de smvidad y temple, que como
primeras y fatales consecuencias ha traído el achi-
car, acortar, el toreo, y el crear el amaneramiento, por
un afán de exagerar la suavidad llevándola a extre-
mos en que la belleza, como en todo lo demasiado
estilizado, toca los linderos de lo ridículo.
Pues bien, lo que yo habría deseado sujerir al
lector de estas páginas es una amplitud de criterio,
una comprensión, que le permitieran gozar de cuan-
E L ARTE DE VER LOS TOROS 189

to en el ruedo se haga y sea de su agrado, sin que


vengan a corromperle las oraciones prejuicios téc-
nicos, de escuela ni de partido. M i afán no es otro
que el de ponerle en guardia contra los que queriendo
imponer sus gustos, o sus conveniencias, decretan
lo que al espectador le ha de gustar o convenir, y
con el peso de su autoridad tratan de abrumar al
infeliz aficionado, haciéndole saber que es un estúpi-
do necio si admite tal o cual forma de torear, por
la, razón potísima de que ellos (los buenos aficionados
por auto aclamación) han decidido que "así no se
torea", que "eso no es torear".
Hoy, como hace veinte años, vuelve a estar sobre
el tapete, la entonces tan debatida cuestión, suscitada
por el toreo de Ricardo Torres, Bombita, con "el
compás abierto", que el diestro y sus partidarios pro-
clamaban única. E n lugar oportuno de éste librito
he manifestado lo que opino respecto a este punto,
y como allí digo creo que es manera más adecuada
y cómoda para "cargar la suerte" y "correr la ma-
no" por la mayor base de sustentación que tiene
el cuerpo y por lo tanto la mayor facilidad para
extender y bajar los brazos; pero eso no quiere
decir que con los pies juntos no puedan darse lances
o que esos lances carezcan de todo valor. No es
posible torear a todos los toros en esa actitud; pero
cuando se puede, ¿por qué no se han de torear?
190 "UNO AL SESGO"

¿ P o r q u e Fulanito no torea así y sus partidarios no


admiten otro toreo que el de Fulanito?
N o me parece suficiente razón.
Recuerde el lector, para terminar, que en la tau-
romaquia la moda también tiene una influencia de-
cisiva y que como en las demás cosas ocurre, des-
aparece y vuelve a lo mejor, bastando para ello que
un torero con personalidad destacada imponga su
estilo para que todos traten de imitarle. Si esto es
de observación cotidiana y a nadie que lleve unos
años de aficionado le ha podido escapar, se com-
prenderá cuán deleznables son las normas, aquellas
que pudiéramos llamar adjetivas y que atañen a
los estilos, hoy en boga y mañana en descrédito.
Deducidas, pues, las reglas básicas y fundamen-
tales de la tauromaquia, las substantivas, que son
muy pocas y muy sencillas, todas las demás se cam-
bian, modifican y transforman con los gustos de
cada época, unas veces por la natural evolución que
•experimentan, y otras por las imposiciones de que
más arriba se hace mención.
Esto es lo que yo quisiera que el aficionado t u -
viese en cuenta antes de emitir un fallo definitivo
sobre este o aquel toreo.
Y que no olvidase, además, que en todos hay be-
lleza y emoción, cuando, como al principio de este
librito se dice, las suertes se ejecutan con valentía,
con arte, con elegancia, con gracia, tan amalgamado
E L ARTE DE VER LOS TOROS 191

y fundido todo con tal ponderación, que forme un


sólo y único elemento.
Si esto hubiese conseguido con estas páginas EL
ARTE DE VER LOS TOROS., habría cumplido la misión
que me impuse al comenzarlas, la cual no es otra
que convencerle de que para el espectador esto del
toreo no es una cuestión de TÉCNICA sino de ESTÉ-
TICA. L a belleza es lo importante para él, no la ma-
nera de producirla. Eso es al crítico y al profesional
a quien le incumbe.

UNO AL SESGO
I N D I C E
PAG.

Dedicatoria ... 5
Palabras preliminares ... 7

I. E L TORO
Orígenes. — Trapío. — Pinta. — Cornamenta. —
Defectos. — Condiciones de lidia. — Transforma-
ciones. — L a edad ... 23

II. E L ARTE D E TOREAR


Breve reseña histórica. — E l toreo a caballo. — E l
toreo actual. — Reglas generales. — División de
terrenos. — Querencias... 51

III. PRIMER CUARTO D E L A LIDIA


Modo de correr, los toros. — Lances de capa 75

IV. SEGUNDO CUARTO D E L A LIDIA.


Suerte de varas. — De las diferentes maneras de
picar. — Necesidad de su modificación , 99

V. T E R C E R CUARTO D E L A LIDIA.
Suerte de banderillas. — De las diversas maneras
de banderillear 111

VI. ULTIMO CUARTO D E L A LIDIA.


E l toreo de muleta. — Lo que era en el toreo antiguo
y es en el moderno. — Faenas de, eficacia y faenas
de adorno ... 117
194 'UNO AL SESGO
PAG.

VIL ULTIMO CUARTO D E L A L I D I A (conti-


nuación).
De la estocada. — L a suerte de recibir, — E l volapié.
— Otras formas de estoquear 143
VIII. Del acachetear o apuntillar los toros 169
I X . Breve vocabulario taurómaco de los términos más
usuales que no han sido explicados en el texto ... 171
Conclusión 175
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