Cerda
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DEL PSICOPEDAGOGO
Lucio Cerdá
(Capítulo 2 del libro del SAOP “Modelos y estrategias clínicas
de intervención en psicopedagogía” publicado en 2009)
Jean Laplanche
Este breve capítulo tiene como objeto reflexionar acerca de las competencias
básicas y esenciales que a mi juicio debe poseer un profesional psicopedagogo.
Por otra parte, de cada diseño curricular puede extraerse más o menos
explícitamente la orientación o enfoque que determinada institución imprime a la
formación del estudiante. Es así que existen “líneas” u “orientaciones” más o
menos definidas, pero que casi nunca suelen ser explicitadas claramente ni en los
objetivos de la institución, ni en la coherencia eventual con las incumbencias
profesionales que se hallan diseñadas por el Ministerio de Educación.
En todo caso, siendo la Psicopedagogía una disciplina relativamente nueva y
además, a priori, fruto de un ensamble de saberes, no parece estar de más
realizar un aporte, no sólo acerca de la naturaleza de los saberes que pueden
legítimamente incluirse en la formación de grado, sino también al tipo de lógica
que presupone tal “maridaje”.
Lo veníamos planteando: la Ciencia Médica recorta y utiliza sin ningún rubor los
saberes que otras disciplinas generan y sistematizan, con el objeto de enriquecer
su propio desarrollo. Al mismo tiempo, la propia Medicina se ve profundamente
modificada por los conocimientos que les son incorporados.
Se podrá pensar que la Medicina tiene muy claro su objeto y su mira: la salud y las
enfermedades humanas y ello le permite cierta claridad en sus intereses. Sin duda
que esto es así, aunque todos conocemos las discusiones y críticas que se le
pueden realizar a la mirada -a veces muy mecanicista- de alguna práctica médica.
Por otra parte, es necesario distinguir siempre el uso o sesgo con que se emplea
un conocimiento de ese saber: no siempre coinciden las prácticas de una ciencia o
saber con sus fundamentos y perfiles epistemológicos.
Resulta obvio que la psicopedagogía no constituye una ciencia básica, sino que
elabora su perfil asumiendo y reelaborando fragmentos y/o segmentos de otros
saberes. No es secreto para nadie, sin embargo, la cantidad de discusiones y
posiciones encontradas que recorren publicaciones y propuestas, tanto acerca de
su objeto como de los alcances de su práctica, es decir, de los alcances que debe
dársele a la intervención psicopedagógica.
Como puede verse, estoy esquematizando, puesto que el objeto de esta línea de
pensamiento es poner en cuestión no sólo cómo concebir la práctica
psicopedagógica sino también- y consecuentemente- cómo pensar la formación
necesaria e imprescindible de los profesionales psicopedagogos. Lo que podría
ser un punto común a todas las líneas de pensamiento sería sostener que,
decididamente, la Psicopedagogía se ocupa del aprendizaje.
Ahora bien, siguiendo rigurosamente los textos y las palabras del sabio ginebrino,
es necesario recordar que Piaget concibe a la Psicología Genética como una
ciencia experimental, es decir, una disciplina que se ocupa de hechos, lo que
implica que pueden y deben ser validados y que no son el producto de una
reflexión de un pensador en su escritorio. Señalamos con esto que no se debe
olvidar que este saber requiere observación, experimentación y validez
comprobables.
Los aprendizajes no pueden ser comprendidos, por tanto, desde una teoría que no
buscó ni busca desentrañar su complejidad; en todo caso los valiosos aportes del
pensamiento piagetiano y el de sus colaboradores y discípulos pueden enriquecer
nuestro abordaje, pero lo que denominamos aprendizajes conlleva un análisis
estricto y multifacético en el que se hace imprescindible pedir ayuda a diferentes
disciplinas.
Como sostengo en otra publicación (Cerdá, L.; 2009), parece a todas luces
necesario referirse a de “los aprendizajes” en plural, debido a los variados
procesos y aspectos que pueden desentrañarse al interior de esta noción. Al modo
de un objeto poliédrico, los aprendizajes pueden enfocarse desde diferentes
ángulos, con disímiles perspectivas y desde distintas dimensiones.
Parece claro que un concepto tan polisémico y denso, impide ser abordado desde
un saber hegemónico y único que pretenda dar cuenta del mismo en toda su
múltiple complejidad, lo que obliga, por lo tanto, a una pluralidad de miradas.
No hay dudas de que se trata de un terreno polémico y que nadie puede pretender
una conclusión definitiva, aunque muchos colegas actúan como si ya no hubiera
nada que decir al respecto.
Flaco favor se le hace, por consiguiente, al creador de la reflexión más rica sobre
la subjetividad humana cuando se lo lee como el autor de una verdad revelada y
no como un científico que despliega sus ideas. El mismo Freud actuó toda su vida
llevando adelante una feroz crítica de los saberes que eran en su época
“verdades” establecidas y aceptadas universalmente. Y no sólo eso, fue crítico
implacable de sus propias producciones y escritos y no vaciló en redefinir,
modificar y dejar de lado muchas de sus asertos, cuando consideraba que no
correspondían a lo que observaba en la clínica.
Presumo que las respuestas a esta pregunta pueden mostrar un abanico muy
grande de posturas disímiles. Dicho esto, y teniendo muy clara la existencia de un
sinnúmero lecturas del pensamiento freudiano, señalaré brevemente mi postura,
sostenida por muchos años de ejercicio de la formación universitaria y tantos otros
de reflexión acerca de estos temas.
Nadie podría negar que, a partir de los escritos freudianos, una nueva
comprensión del hombre se abrió paso de un modo que aún hoy se halla lejos de
ser valorada en toda su amplitud. Al mismo tiempo, nos hallamos frente a una
saludable cantidad de interrogantes abiertos, en relación a lo que podríamos
llamar la problemática de la subjetividad y su construcción.
Asimismo, el libro de Mark Solms y Oliver Turnbull que lleva por título El cerebro y
el mundo interior (Solms, M. y Turbull, O., 2004) plantea los mismos temas: qué
saberes y preguntas pueden intercambiar las neurociencias y el psicoanálisis.
Mark Solms es neuropsicólogo y psicoanalista y su colega es neuropsicólogo de la
Universidad de Cambridge. Se trata de una tendencia que va en aumento sobre
todo en Europa, que observa con creciente interés un diálogo entre disciplinas que
pueden profundizar el análisis de la subjetividad humana.
Retomando lo que venía sosteniendo entonces, el profesional psicopedagogo
puede beneficiarse de manera notable haciendo de la subjetividad el concepto
central de su práctica, entendiendo que ella existe como producto complejo de un
ser diversamente determinado, pero que aun así no está absolutamente
determinado.
Hubo hasta hace no mucho tiempo, alguna tendencia a reducir los aprendizajes al
juego de la pulsión de saber que, recordémoslo, según sostiene Freud en sus Tres
Ensayos, es el modo sublimado de la pulsión de dominio. Este concepto es
sumamente confuso en la obra freudiana, a tal punto que el mismo Freud no volvió
a trabajarlo. En principio esta “pulsión” es visualizada como residiendo en el yo, lo
que la vuelve más problemática y dudosa.
No parece que una conceptualización como la citada pueda extrapolarse sin una
mayor elaboración y análisis crítico. No se trata de repetir religiosamente una
afirmación, aunque provenga de Freud, si ésta no cuenta con un andamiaje
mínimamente coherente. Los procesos de aprendizaje, tal como los entendemos
habitualmente, se hallan claramente ligados al registro de los procesos
secundarios. Véase en este sentido una interesante reflexión de Silvia Bleichmar
en su libro Clínica Psicoanalítica y Neogénesis (Bleichmar, S.; 1998) en la que
sostiene precisamente un razonamiento muy similar.
Más que el intento enciclopedista -y fallido- de poder dar cuenta de todo lo que
dice un autor, doctrina o disciplina, el profesional debería poder pensarse como
tozudo discípulo de aquellos pensadores o científicos que se consideran claves
para su formación. Discípulos en el sentido de aquel que observa y comprende el
modo de trabajar de un maestro y no el que copia o replica un producto acabado.
La utilización de disciplinas y saberes
Como puede verse, los aprendizajes escolares centrados sobre todo en funciones
de memoria y asociación de abstracciones, representan sólo un fragmento de la
gama efectivamente muy amplia de aspectos de los aprendizajes.
De allí que hablemos de un conjunto de saberes necesarios para dar cuenta de
cómo estos complejos procesos se desarrollan y concibamos a los aprendizajes
como un poliedro de varias caras o dimensiones, que son necesarias tener en
cuenta para poder comprenderlos acabadamente.
No existe y no puede existir una mirada plana y homogénea para un objeto que
por ser sujeto es esencial y radicalmente múltiple, paradójico, que burla la biología
pero que es parte de ella, que es poseedor de un órgano portentoso en
complejidad como el cerebro, del cual emana lenguaje e imaginación radical.
Insisto: pretender que un saber puede dar cuenta de una complejidad tal, es igual
a la creencia de que podemos comprender el mar porque aprendimos a nadar.
La gama de saberes a la que acudimos como la neurociencia, el saber
psicoanalítico, la genética, los estudios sobre lenguaje y los desarrollos acerca de
la cognición, nos prestan herramientas que debemos aprender a conjugar.
(*) Nota del editor: según la mitología proveniente de Asia Menor, que desde Creta se
desplazó a Atenas, El hilo de Ariadna es el medio por el cual Teseo pudo salir del laberinto
después de haber matado al Minotauro, el monstruoso hombre-toro. Regalo de Ariadna, la
misteriosa hija de Minos, este hilo mitológico se ha convertido en el símbolo de liberación
de los enredos y confusiones que encierra el alma humana y representa el modo de
alcanzar la salida de los oscuros recovecos de la existencia. Lucio nos ha legado el
desafío de imaginar una clínica psicopedagógica superadora de los modelos
hegemónicos, es decir, continuar construyendo el hilo que nos conduzca, en nuestros
itinerarios clínicos, hacia una comprensión cada vez más profunda de las infancias y las
adolescencias.
El hilo que la mano de Ariadna dejó en la mano de Teseo (en la otra estaba la espada) para que
éste se ahondara en el laberinto y descubriera el centro, el hombre con cabeza de toro o, como
quiere Dante, el toro con cabeza de hombre, y le diera muerte y pudiera, ya ejecutada la proeza,
destejer las redes de piedra y volver a ella, a su amor.
Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro
laberinto, el de tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.
El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea
un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay
un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto
de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla
felicidad.
Cnossos, 1984
El hilo de la fábula
Los conjurados (1985)
Jorge Luis Borges
Bibliografía
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