La Privatización Del Estrés - Mark Fisher

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Realismo capitalista: ¿no hay alternativa?

Mark Fisher
Extracto del capítulo “La privatización del estrés”:
En su investigación sobre la cultura del trabajo precario y el consumo digital,
Ivor Southwood cuenta una historia en primera persona: en un momento en el que se
encontraba subempleado y viviendo a base de contratos de corto plazo que conseguía
en agencias de empleo de un momento para otro, una mañana tuvo la mala idea de ir
al supermercado. Al volver a casa encontró en su e-mail un mensaje de una agencia
que le ofrecía trabajo por el día. Llamó a la agencia, pero le dijeron que el trabajo ya
había sido asignado y le reprocharon su desconcentración. “Diez minutos en la calle es
un lujo que un trabajador freelance no se puede tomar”, relata Southwood. De estos
trabajadores se espera que se queden en la puerta de la fábrica, con las botas puestas,
cada mañana sin falta. En estas condiciones:

«…la vida se vuelve precaria. Planear se hace difícil y


las rutinas se tornan imposibles. El trabajo puede
empezar o terminar en cualquier momento, y la
responsabilidad de crear la próxima oportunidad y
de surfear entre distintas tareas recae en el
trabajador. El individuo debe encontrarse en un
permanente estado de alerta. El ingreso regular, los
ahorros, la categoría de ocupación fija ya son restos
de otro mundo histórico.»

No es sorprendente que sientan ansiedad, depresión o falta de esperanza


quienes viven en estas condiciones, con horas de trabajo y términos de pago que
pueden variar de modo infinito, en condiciones de empleo terriblemente tenues. Sin
embargo, puede llamar la atención, a primera vista, que se logre persuadir a tantos
trabajadores de que acepten este deterioro en las condiciones de trabajo como
“naturales”, y que se ponga el foco en su interioridad (ya sea en las características de
su química cerebral o en la de su historia personal) para encontrar las fuentes del
estrés que puedan sentir. En el campo de batalla ideológico que Southwood describe
desde adentro, la privatización del estrés se convirtió en una más de las dimensiones
que se aceptan de antemano en un mundo aparentemente despolitizado. El término
que he utilizado para describir este campo de batalla ideológico es “realismo
capitalista”, y la privatización del estrés ha desempeñado un rol central en su
emergencia (…).

Rápidamente, podríamos aprehender la forma que ha tomado el realismo


capitalista con solo reflexionar acerca del significado de la famosa doctrina de
Margaret Thatcher de que “No hay alternativa”. Cuando Thatcher lanzó esta
afirmación notable, el énfasis caía sobre la preferencia: el capitalismo neoliberal era, a
sus ojos, el mejor sistema posible. Las alternativas no eran deseables: el mensaje
implícito era que no había ninguna alternativa mejor. Hoy en día, en cambio, la
doctrina lleva un peso distinto: el capitalismo no es ya el mejor sistema posible, sino el
único sistema posible. Y las alternativas no son solo indeseables, sino fantasmáticas,
vagas, apenas concebibles sin contradicción. Desde 1989, el éxito rotundo del
capitalismo al momento de gestionar a su propia oposición lo ha llevado a consagrar el
objetivo final de la ideología: la invisibilidad. En Occidente, en sentido amplio, el
capitalismo se propone como la única realidad posible y por lo tanto raramente
“aparece” como tal. Atilio Borón afirma que el capitalismo ha girado a “una posición
discreta, detrás de la escena política, que se volvió invisible y actúa como el
fundamento de la sociedad contemporánea” y cita la observación de Bertolt Brecht de
que “el capitalismo es un caballero al que no le gusta que lo llamen por su nombre”
(…).

LAS FORMAS MÚLTIPLES DEL ESTRÉS POSFORDISTA


Así como el giro del fordismo al posfordismo ha provocado un sinnúmero de
daños colaterales a nivel psíquico, el posfordismo ha innovado también en la
multiplicación de las formas de estrés. En lugar de terminar con el exceso de
reglamentaciones burocráticas, tal como era la promesa de los ideólogos neoliberales,
la combinación de las nuevas tecnologías y el gerencialismo ha incrementado de modo
masivo la presión administrativa sobre los trabajadores, de los que se espera que hoy
sean sus propios auditores (lo que igualmente no los libera de las atenciones de
muchos tipos de auditores externos). El trabajo, no importa cuán provisorio sea,
implica ahora la realización de otros trabajos: la confección de registros, el inventario
de objetivos y metas, el compromiso con el llamado “desarrollo profesional continuo”
(…).

El monitoreo inagotable y la precariedad, en verdad, van de la mano. Como


afirma Tobias van Veen, el trabajo precario ejerce una presión “irónica y a la vez
devastadora” sobre el trabajador. Por un lado, el trabajo nunca termina: el trabajador
debe estar siempre disponible, sin derecho a ninguna vida privada ajena al tiempo de
trabajo. Por otro lado, el precario es por definición descartable, incluso si se muestra
capaz de sacrificar todas y cada una de sus esferas de autonomía en aras del trabajo
(…).

Una de las consecuencias de las modernas tecnologías de la comunicación es


que no cuentan con un espacio externo en el que uno pueda descansar de ellas y
recuperarse. El ciberespacio vuelve obsoleto el concepto clásico del “espacio de
trabajo”. En un mundo en el que se espera de nosotros que podamos responder a un
e-mail de trabajo casi a cualquier hora del día, el trabajo no se limita ya a un lugar o un
horario. No hay escape, y no solo porque el trabajo se expande sin límites. (…)

¿REFORMA PÚBLICA O CURA PRIVADA?


La privatización del estrés es un sistema de captura perfecto, elegante en la
brutalidad de su eficiencia. El capital enferma al trabajador, y luego las compañías
farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor. Las causas
sociales y políticas del estrés quedan de lado mientras que, inversamente, el
descontento se individualiza e interioriza. Dan Hind afirmó que el foco en las
deficiencias de serotonina como la supuesta “causa” de la depresión deja en las
sombras algunas de las raíces sociales de la infelicidad, tales como el individualismo
competitivo y la desigualdad en la redistribución del ingreso. Y si bien existe una
enorme cantidad de trabajos que muestran los vínculos de la felicidad individual con la
participación política y el fortalecimiento de los lazos sociales, tanto como con la
justicia en la redistribución del ingreso, una respuesta pública al estrés privado
raramente se considera una primera opción de abordaje. Claro que es más fácil
prescribirle una droga a un paciente que efectuar un cambio rotundo en la
organización social. Y al mismo tiempo, existe “una multitud de emprendedores que
ofrecen la felicidad ya mismo, en pocos pasos”. Gente que “se siente cómoda
operando con la definición de la felicidad y la autorrealización al interior de la cultura”
y que puede vender esta felicidad sin sentir culpas, corroborar y corroborarse en “la
ingenuidad enorme de la persuasión comercial” (…).

Responder las siguientes preguntas:

1. ¿Por qué afirma que el objetivo final de la ideología capitalista es la


invisibilidad?
2. ¿Cómo caracteriza Mark Fisher al trabajo actual?
3. ¿Qué efecto tiene sobre el trabajador y la trabajadora el monitoreo
constante?
4. ¿Qué es la privatización del estrés?
5. ¿Se parecen las formas de trabajo actuales a las de hace cien años? ¿En
qué se parecen, en qué se diferencian?

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