Dos Pequeñas Gatas Japonesas
Dos Pequeñas Gatas Japonesas
Dos Pequeñas Gatas Japonesas
Dos pequeñas
gatas
Dos japonesas
pequeñas
gatas
Paulajaponesas
Bombara
Paula Bombara
Ilustraciones
Ilustraciones Natalia Ninomiya
Natalia Ninomiya
www.edicionesnorma.com/argentina 61084533
Material de distribución gratuita.
Dos pequeñas
gatas japonesas
Bombara, Paula
Dos pequeñas gatas japonesas / Paula Bombara ; coordinación general de
María Luisa García ; dirigido por Laura Leibiker ; editado por Laura Linzuain
; ilustrado por Natalia Ninomiya. - 1a edición especial - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Grupo Editorial Norma, 2021.
Libro digital, HTML - (Torre azul)
ISBN: 978-987-807-016-2
Dos pequeñas
gatas japonesas
Paula Bombara
Ilustraciones
Natalia Ninomiya
www.edicionesnorma.com/argentina
Material de distribución gratuita.
A la memoria de Gollum,
mi dios gato particular.
A mis reinas, Inku y Kasai.
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Comienzo
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Material de distribución gratuita.
O sea que sí, soy mitad japonés y mitad irlan-
dés, aunque nací en Argentina. Es decir, soy ar-
gentino, pero tengo en el ADN genes de Japón
y genes de Irlanda. Mi papá dice que ante todo
soy de acá porque acá nací y hablo este idioma
y cada día me despierto acá y me acuesto acá.
Pero tener una familia mitad japonesa mitad
irlandesa es parte de mi identidad tanto como
ser de acá, eso dice mi mamá. No sé, es una idea
que tendría que pensar un poco más porque no
tengo muy claro qué significa “identidad”.
Tampoco tengo muy claro qué significa “ena-
morado”, y sin embargo creo que estoy así:
“enamorado”. Pero no sé bien. Es raro. Hay mo-
mentos en que me siento súper, como que lo
puedo todo en el mundo. Después de pasar un
rato con ella, por ejemplo. Respiro hondo y pa-
reciera que nada malo podría sucederme. Que
aunque me atacaran ochenta ninjas con dos ka-
tanas cada uno, yo saldría sin heridas y con una
sonrisa. Pero un instante después, cuando pien-
so en preguntarle si a ella le pasa lo mismo, si
está “enamorada” de mí, me siento tan débil que
un solo mosquito alcanzaría para dejarme des-
patarrado por el piso. Mi abuela dice que todas
las personas que tienen corazón se sintieron
como yo en algún momento de la vida.
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Dirán “¿y a mí qué me importa?”, y tienen ra-
zón, capaz no es nada importante para ustedes.
Pero quiero compartir esto porque no la estoy
pasando bien. En realidad, la estoy pasando
bastante mal.
Bah, capaz que exagero un poco.
Ella es mi mejor amiga y estaba todo rebién
hasta que empecé a sentir como unos nervios
que antes no existían. No sé qué pasó, pero me
pasa. Es algo nuevo. Pienso que si no la cono-
ciera capaz sería más fácil. ¿Pero cómo podría
gustarme tanto alguien que no conozco?
Resumiendo, tengo dos problemas: uno, que si
le pregunto si yo también le gusto, me diga que
no y, encima, deje de ser mi mejor amiga. Y dos,
que me diga que sí. ¿Qué hago si me dice que sí?
Es la primera vez que me tengo poca fe. En
general confío en mí, pero en esto creo que al-
gunas cositas me juegan un poco en contra.
Hay algo que me está por pasar que capaz
me ayuda, no sé: pronto voy a tener dos gatitos.
Son súper especiales porque vienen de Japón.
Yo ya fui a Japón. Todavía no terminé la pri-
maria y ya hice dos viajes a Japón; ese debe ser
un récord de alguna clase, supongo. Gracias
a los viajes sé que el cielo no termina nunca ni
comienza nunca. Capaz que eso se puede decir
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sin viajar, pero volando en avión a Japón tenés
tiempo para pensar muchas horas seguidas y
darte cuenta de lo inmenso que es el espacio
que rodea a la Tierra. El cielo no tiene forma, eso
puede asustar. Papá me dijo una palabra que me
encantó: “infinito”. En ese viaje hablamos del in-
finito, del todo y de la nada. A mí el tema del cielo
me atrapa casi tanto como el tema de los árbo-
les genealógicos.
Diría que pensar en el infinito y en la nada es
a veces muy parecido y a veces muy diferente,
algo así, y ambos pensamientos están unidos
en el cielo o en el espacio, como se lo quiera lla-
mar. En ese viaje también aprendí que tengoku
es “cielo” en japonés.
A mi amiga Agustina (así se llama) también
le gusta mucho el cielo porque creció en el cam-
po. Ella dice que en el campo hay más cielo que
en la ciudad. Y más animales. ¡Le encantan los
animales! Por eso pienso que cuando tenga los dos
gatitos japoneses al menos voy a tener más mo-
tivos para que venga a casa. Ya vino otras veces,
pero esto de sentirme “enamorado” hace que in-
vitarla ahora me ponga nervioso.
(Cada vez que ella habla me da como un do-
lor en la panza y una alegría al mismo tiempo.
No sé si me entienden, ojalá que sí).
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Mi familia de Japón
La abuela Mika
y el abuelo Ryosuke
saludan al sol.
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músicos de la orquesta de la corte imperial que
se la enseñaban a sus hijos y ellos a sus hijos
y así y así a lo largo de todos estos siglos. Mi
abuela y mi abuelo son hijos de dos amigos que
también eran músicos de gagaku, por eso se
conocen desde que nacieron.
En este tipo de música hay un montón de ins-
trumentos. Hay de cuerdas, de viento y de percu-
sión. Mi abuela toca uno de cuerdas que se llama
biwa. Mi abuelo toca tambores. A veces uno muy
grande que se llama taiko y a veces otro que se
llama kakko. En realidad saben tocar muchos
instrumentos pero esos son su especialidad.
Para ellos la música es una especie de herencia
familiar, aunque también la eligieron. O sea, nin-
guno fue obligado a tocar gagaku pero a los dos
se les dio por seguir esa carrera. Mi abuela Mika
dice que en Japón hubo guerras terribles, hubo
bombas atómicas, hubo terremotos y maremo-
tos, hubo incendios, inundaciones y tragedias,
pero siempre hubo sobrevivientes que siguieron
tocando gagaku y lo hicieron inmortal. Supongo
que a ella le gusta ser una de las personas que
hacen inmortal esta música. Nunca lo dijo así,
pero pienso que puede ser.
A mí me encanta la música. Me gusta en gene-
ral pero tengo preferencias, por ejemplo, el rap.
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Igual, aunque hagan ritmos distintos a los que
a mí me gustan, me encanta cuando mis abue-
los y sus amigos se entusiasman y tocan tan
metidos cada uno en lo suyo que se olvidan un
poco de dónde están y sin embargo todo sue-
na como una conversación de animales que ha-
blan en idiomas diferentes pero se entienden a
la perfección.
Además de ser músicos, mis abuelos Mika y
Ryosuke tienen un criadero de gatos de diferen-
tes razas. Eso también lo heredaron, pero de la
familia de sus mamás. Mis dos bisabuelas japo-
nesas eran primas. Cuentan que mis bisabuelos,
que eran amigos en la banda de gagaku, fueron
a dar una función a la ciudad donde vivían mis
bisabuelas y se enamoraron de ellas, ¡y hasta les
propusieron matrimonio el mismo día!
Las bisabuelas no dejaron de trabajar en el
criadero cuando se casaron, porque ayudar a
que lleguen gatitos al mundo es algo tan her-
moso que no lo dejás ni por el amor de tu vida.
Es más, ellas, mientras viajaban con sus esposos
y la banda de gagaku, sumaron razas al criadero,
gatos exóticos que no existían en Japón y que
compraron en otros países.
Cualquier gato del mundo se siente bienve-
nido en una casa donde hay música, así que las
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parejas de gatitos que traían las bisabuelas en
sus viajes enseguida se acomodaban a la vida
en Japón.
Resumiendo, mis abuelos se conocen desde
que nacieron y siempre siempre siempre fue-
ron novios. Creo que nunca fueron amigos. ¿O
siempre fueron amigos, tan amigos que se hi-
cieron novios? Y tienen sesenta y cuatro años
y todavía no se aburrieron ni de estar juntos, ni
de criar gatos, ni de tocar música.
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Material de distribución gratuita.
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Amor verdadero
Es Agustina.
Vuelan mil mariposas
que nadie ve.
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A la escuela lo trae trenzado. A veces se hace
una sola trenza que cae por el medio de su es-
palda; a veces se hace dos, una a cada costa-
do, más finas. Sus manos están siempre tibias.
Nunca tiene problema para darme la mano y a
mí eso me encanta. Siempre está muy atenta y
escribe rápido. Le gusta venir a la escuela, pero
cuando le hacen alguna pregunta contesta tan
bajito que la maestra no la escucha. Yo le digo
que tiene que hablar más fuerte para que todos
sepan la voz que tiene, que parece de flauta dul-
ce, pero ella no quiere porque es muy tímida y
vergonzosa.
Además de tener una voz preciosa y manos
calentitas, Agustina dibuja muy bien y es muy
buena contándome lo que está dibujando. Hace
muchos collages y también sabe tejer y bordar.
También sabe andar a caballo, tiene tres perros
que le hacen caso y corre carreras en patines.
Su familia es de acá y en su ADN tiene in-
formación de muchas generaciones de gente
de acá. A ella hablar de su árbol genealógico casi
que no le interesa, pero como a mí es un tema que
me encanta le hago un montón de preguntas.
Agus dice que desde que me conoce dijo más
palabras que en el resto de su vida. Antes vivía
en otra provincia. Las mudanzas deben ser muy
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difíciles. Llegar a un lugar nuevo, nuevas calles,
nueva casa, nueva habitación, olores distintos,
gente diferente en todos los lugares. A mí me
costaría muchísimo. Capaz que si me mudara
hablaría menos o sería tímido como ella, no sé.
En el lugar donde vivía antes tenía un caballo,
gallinas, pollitos, tres perros y dos gatos, uno
con la cola cortada. Le gustaba de verdad. Su
casa estaba casi casi en el campo. Por suerte
puede volver en las vacaciones y encontrarse
con todos de nuevo porque allá quedaron sus
amigos, su abuela y su tía más chica. Me contó
23
que una vez ella y sus amigos del campo encon-
traron un lagarto en una lagunita que se había
formado por las lluvias. Debe ser muy espe-
cial vivir con tantos animales diferentes, quizá
cuando sea grande me atreva a algo así. No sé,
es algo que tengo que pensar un poco más.
Mientras tanto me ilusiona la llegada de mis
dos gatos y hablamos en casi todos los recreos
de este tema. De cómo será.
Hasta ahora nunca tuve mascotas.
Agustina habla de sus perros con tanto amor
que me dan ganas de conocerlos. Los extraña
mucho, se quedaron allá. Se llaman Choclo,
Calabaza y Zafarrancho. Su preferido es Cala-
baza. Yo supongo que también voy a hablar así
de mis gatos cuando los conozca. Y también los
voy a querer un montón.
A mí me gustaría que Agustina me quisiera
tanto como a Calabaza. O la mitad, al menos. Sé
que me quiere como amigo. Pero no sé si podría
alguna vez quererme más, sabiendo quién soy,
mi manera de hacer las cosas, lo mucho que ha-
blo… Y no lo voy a saber hasta que me atreva a
preguntarle, obvio.
Comparten risas,
té, sorpresas, abrazos...
Mamá y papá.
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del mes se atrevió y la invitó a tomar un té. Papá
es alto y gordito, como el abuelo. Le encantan
los gorros y sombreros y tiene una sonrisa que
casi le llega a las orejas de lo grande que es.
La invitó con una sonrisa de esas inmensas y
mamá no pudo decirle que no. Pero lo mejor de
mi papá es su sentido del humor, es muy gra-
cioso siempre, no sé cómo hace. Mamá dice
que desde esa vez que aceptó tomar un té con
él, ya no pudo dejarlo porque nunca en la vida
se había divertido tanto con alguien. Y ahí es-
tán, quince años después, “chochos de la vida”,
como dice el abuelo Rory.
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A veces son insoportables pero también son
muy divertidos. Cada vez que empiezan a dis-
cutir terminan riéndose un montón, no sé bien
por qué, supongo que por los gestos que hace
papá. Pero quizá sea porque están enamorados.
A mí me está pasando eso de que de pronto me
dan ganas de reír, y si Agustina se ríe conmi-
go es como si la risa fuera, no sé bien cómo de-
cirlo, más grande o más llena, o mejor. A veces
también siento eso si me río con mi hermano.
Declan y yo somos mellizos. Hay más en la
familia: mi mamá tiene a su hermano Owen y
mi granny, la mamá de mi mamá, tiene a su her-
mana Rose, que se fue a vivir a Irlanda. Me ex-
plicaron que esto de tener de a dos hijos a la vez
también es algo genético y que viene por parte
de las mamás.
O sea que los gatos vienen por el lado de
papá y los hermanos mellizos por el de mamá.
Para mí tener un hermano tiene cosas muy
buenas y cosas que no tanto. Por ejemplo, cuan-
do queda una sola medialuna, tener un hermano
es un bajón. Pero cuando hay que lavar los platos,
esta buenísimo. Mi hermano tiene mucha pa-
ciencia conmigo, eso se lo tengo que reconocer.
Y me hace bromas pesadas muy pocas veces. Yo
pienso que no debo ser tan buen hermano con él
28
como él es conmigo, porque Declan se toma el
trabajo de explicarme un montón de cosas. Es así
desde siempre. Nos entendemos rebién y a veces
pasa que se da cuenta antes que yo de lo que voy
a necesitar. Pero se aprovecha un poco de eso y
me gana de mano en muchas cosas que yo me
entero después. Cuando éramos chiquitos y no
queríamos prestarnos los juguetes peleábamos
un montón porque él me los escondía, pero ahora
aprendimos a reírnos, como hacen mamá y papá.
Declan también está esperando los gatos. A él
también le gusta una chica… desde hace años.
Él dice que soy un exagerado, que no pasa
nada si la chica que te gusta no te da bolilla. Pero
lo dice porque le gusta una chica que más vale
perderla que encontrarla, digo yo. O quizás por-
que él no está “enamorado”, solo le gusta… Ella
se llama Elizabeth y no lo trata nada bien. Eso a
mí me da mucha rabia. Pero a él no le importa.
Yo me doy cuenta de que pasó Elizabeth por el
olorcito a manzana que sale de su pelo.
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Material de distribución gratuita.
5
Desde Japón, en avión
Ocho patitas
trepan por mis piernas
sin hacer ruido.
36
6
Bree y Kara
Lenguas rasposas,
garras bien afiladas,
también yo ronroneo.
41
7
Ver y no ver
Tu voz en el aire.
Para encontrarte
uso las manos.
47
8
La escuela
Mañana y tarde
de las cuatro estaciones,
pesan los pies.
53
9
Mi familia de Irlanda
Abuela Margaret,
abuelo Rory y Owen
huelen a pan.
10
Una historia de gatos japoneses
71
12
La risa y la comida
77
13
Pensamientos en ramillete
Rompo pastitos
mientras hago preguntas,
mi amigo escucha.
83
14
Espadas y samuráis
Él ve y yo no,
pero somos iguales
cuando peleamos.
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Le pedí que le dijera a su “novia” que no se
burlara más de Agustina y él se enojó porque
“Eli” jamás será novia de alguien con un nombre
tan ridículamente irlandés y una cara tan ridícu-
lamente japonesa, y ahí me enojé yo porque está
hecho un salame ridículamente de acá. Ese fue
un error porque él estaba triste de verdad ade-
más de enojado y yo le grité que se fuera a “freír
churros”, una frase que me enseñó mi maestra
Beti y me gusta mucho. Y él me contestó que el
“mundo de los videntes” es más difícil que el mío
y yo le dije que no se puede dividir el mundo así
y que está reequivocado, que el mío es más difí-
cil, y él me dijo que lo sentía mucho pero que ya
estaba dividido desde antes de que naciéramos
y me calenté más porque sabía que Declan tenía
razón pero le dije que era un tarado y él me dijo
que yo era un estúpido y pasamos a usar pala-
bras peores y peores hasta que nos agarramos a
trompadas. Cuando mamá vino a separarnos los
dos estábamos todos transpirados y llorando
pero de bronca, porque a los dos nos habían sa-
lido palabras de odio que no queríamos decir y
una vez que están dichas, explicarlas para que
queden “des-dichas” lleva mucho tiempo.
Mamá nos separó, nos sentó a cada uno en
su cama y nos hizo contar la pelea completa y
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sin interrupciones una vez a mi hermano y otra
vez a mí, para entender bien cómo pasó la cosa.
Ella siempre nos hace contar las cosas a los dos
porque piensa que en las diferentes maneras de
contar lo mismo está lo que nos hizo pelear. Ya es-
tamos acostumbrados, así que cada uno escuchó
cómo contó la pelea el otro y nos dimos cuenta de
qué cosas nos habían molestado. Después le dijo
a él que yo tenía razón en que sentirse triste por la
cara y el nombre que le tocaron no tenía nada que
ver, que en todo caso se tiene que enojar con ella y
con papá pero no sentirse avergonzado; y me dijo
a mí que Declan tenía razón en que el mundo está
pensado para los que ven desde el origen de los
tiempos. Pero que está en nosotros cambiar las
cosas, al menos cambiar las que nos afectan tan
profundo como para pelearnos entre hermanos.
Después dijo su frase de cabecera cada vez que
discutimos: “Ustedes son equipo, están del mismo
lado, en todo caso se enojan los dos conmigo o con
papá, pero entre ustedes, se ayudan. Y punto”.
Nos quedamos pensando en cómo hacer para
decirles a Elizabeth y a Agustina que nos gustan
un montón, y como no llegamos a nada, cambia-
mos de tema y hablamos de espadas y samuráis
hasta que nos dio sueño. Definitivamente es un
tema mucho menos complicado.
87
(Antes de dormir nos pedimos perdón hasta la
próxima pelea. Siempre que se pueda hay que
irse a dormir en paz, eso lo aprendimos en un
libro de artes marciales que leímos con papá).
88
15
Un corazón roto
Abrazo a Declan.
En el puño cerrado
crece la bronca.
93
16
Te quiero de acá hasta el sol
Respirar hondo
y caminar de la mano.
El viento acaricia.
102
Índice
1. Comienzo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
2. Mi familia de Japón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
3. Amor verdadero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
4. Amor y zen-tido del humor. . . . . . . . . . . . . . . . 25
5. Desde Japón, en avión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
6. Bree y Kara. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
7. Ver y no ver. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
8. La escuela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
9. Mi familia de Irlanda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
10. Una historia de gatos japoneses. . . . . . . . . . . 61
11. La duda de siempre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
12. La risa y la comida. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
13. Pensamientos en ramillete . . . . . . . . . . . . . . . 79
14. Espadas y samuráis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
15. Un corazón roto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
16. Te quiero de acá hasta el sol. . . . . . . . . . . . . . . 95
Agradecimientos
106
sus aportes fueron muy especiales para mí.
Quiero agradecer especialmente a estas dos
docentes por el tiempo que me dedicaron y
por el cariño con el que me respondieron.
Y a María Elisa Croce, por haberme conectado
con la escuela, así como al equipo directivo, por
cobijar mis historias y compartirlas año a año.
A Sandra Pérez, arigatou gozaimashita. Por
la delicadeza y el respeto con el que trabajamos
los haikus ¡a distancia!
A mis queridas Natalia Ninomiya, Laura
Linzuain y Laura Leibiker, porque los libros se
construyen en equipo y el que formamos es uno
de esos que se guardan en un lugar especial de
la memoria.
Paula Bombara
Nació en Bahía Blanca, en 1972. Además de
escribir y publicar obras de literatura infantil
y juvenil, estudió Bioquímica en la Universidad
de Buenos Aires. En Norma ha publicado, en la
colección Torre de Papel, Eleodoro y La cuarta
pata; y en la colección Zona Libre, El mar y la
serpiente, Solo tres segundos y La chica pájaro.
Natalia Ninomiya
Nació en Buenos Aires, en 1982, en el seno
de una familia de origen japonés. Es diseñadora
gráfica e ilustradora, y actualmente también
se dedica a la pintura tradicional del país
de sus abuelos.
Ser argentina y pertenecer a una familia
de origen japonés le permitió navegar toda la
vida entre esas dos culturas. Sus ilustraciones
reflejan esa doble influencia y muestran que
de la mezcla muchas veces surge lo más
divertido y especial.
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AMOR
Dos pequeñas
gatas japonesas
Paula Bombara
A partir de los 9 años
ISBN: 978-987-807-016-2
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