La Pasion Como Bandera Primeras Paginas PDF

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HISTORIA

Manuel Belgrano
Manuel Belgrano

La pasión como bandera La pasión


Fernando Sanchez
como bandera
A partir de los 9 años

Fernando Sanchez
Fernando Sanchez
Su vida, su lucha y sus ideas
en el tiempo de las guerras Ilustración de tapa
Juan Pablo Zaramella
de la independencia.
Ilustraciones interiores
Koff

Manuel Belgrano • La pasión como bandera


Se había recibido de abogado en Europa, pero los
valores de libertad, igualdad y fraternidad no solo
fueron parte de sus lecturas y reflexiones, sino que
se convirtieron en ideales a concretar en Sudamérica.
De allí que con escasa experiencia militar lideró
ejércitos, creó una bandera y pensó en escuelas para
todos los habitantes de nuestra tierra. Fundó diarios
y pueblos, y luchó con la pasión puesta en el anhelo
de engrandecer a la patria que nacía.
ISBN: 978-987-545-771-3

www.normainfantilyjuvenil.com/ar 61086557
Manuel Belgrano

La pasión como bandera


Sanchez, Fernando
Manuel Belgrano : la pasión como bandera. / Fernando Sánchez ; dirigido
por Laura Leibiker ; editado por Laura Linzuain ; ilustrado por Juan Pablo
Zaramella ; Koff. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Grupo Editorial Norma, 2019.
128 p. : il. ; 20 x 14 cm. - (Torre de papel azul)

ISBN 978-987-545-771-3

1. Narrativa Histórica. I. Leibiker, Laura, dir. II. Linzuain, Laura, ed. III.
Zaramella, Juan Pablo , ilus. IV. Koff, ilus. V. Título.
CDD A863

© Fernando Sanchez, 2019


© Editorial Norma, 2019
Av. Leandro N. Alem 720, Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción


total o parcial de esta obra sin permiso de la editorial.

Marcas y signos distintivos que contienen la denominación


“N”/Norma/Carvajal® bajo licencia de Grupo Carvajal (Colombia).

Primer edición: enero de 2019.

Impreso en la Argentina – Printed in Argentina

Dirección editorial: Laura Leibiker


Edición: Laura Linzuain
Asesoramiento histórico: Laura Ávila
Corrección: Roxana Cortázar

Jefa de arte: Valeria Bisutti


Diagramación: Romina Rovera
Gerente de producción: Gregorio Branca

CC: 61086557
ISBN: 978-987-545-771-3
Manuel Belgrano

La pasión como bandera


Fernando Sanchez
Ilustraciones
Juan Pablo Zaramella y Koff

Asesoramiento histórico
Laura Ávila

www.edicionesnorma.com/argentina
A Miguel y a Simón.
A Ingrid.
1
Benito

—Bueno, bueno… Basta por hoy, muchachitos.


La voz de Teodora resonó fuerte y grave en el
patio de tierra de la casona de los Belgrano.
—Vamos, vamos… Usted, Benito, a limpiar el
gallinero, que se hace de noche. Y usted, Ma-
nuel, a repasar que mañana tiene clase en el
convento y ya sabe que al curita no le puede de-
cir que no estudió.
Adiós al juego de las cañas. Benito y Manuel
dejaron a un costado los palos que hacían las
veces de caballos y las tacuaras sin punta que
funcionaban como lanzas, y obedecieron. Tal
como había ordenado su mamá, Benito se di-
rigió sin muchas ganas hacia el fondo del ca-
serón. Manuel, en cambio, entró en la sala
7
preguntándose otra vez algo que hacía rato le
costaba comprender: ¿por qué Benito tenía que
trabajar y él tenía que estudiar?
Benito era hijo de Teodora, una de las escla-
vas de la familia, y él, uno de los hijos del amo,
don Domingo Belgrano Pérez. Pero no por co-
nocida, la respuesta lo dejaba tranquilo. ¿Acaso
Benito y él no eran iguales?
Los dos se divertían con los mismos juegos,
tenían la misma edad y se reían de las mismas
bromas. Está bien, Benito tenía la piel marrón
oscura y rulitos bien pero bien negros, y él, los
ojos celestes y la piel clara, casi blanca. ¿Pero
era eso suficiente para llevar vidas tan pero tan
distintas?
En la Buenos Aires de 1777, sí.

9
2
Papá Domenico

M anuel llevaba siete años viviendo en esa


casa, ubicada al 430 de la calle Santo Domingo1,
apenas a tres cuadras de la Plaza Mayor2.
Había nacido allí mismo el 3 de junio de 1770. En
los registros parroquiales lo anotaron como Ma-
nuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano.
Lo bautizaron al día siguiente, tal como correspon-
día en una familia muy religiosa.
Su papá era italiano.
—Il mio nome è Domenico Belgrano Peri.
—Pero en castellano se dice “Domingo Bel-
grano Pérez”, así que lo vamos a anotar así —fue

1. Hoy, Avenida Belgrano.


2. Hoy, Plaza de Mayo.

11
la respuesta que recibió don Domenico en la ofi-
cina de migraciones en Cádiz, España, adonde
llegó a los 19 años desde Oneglia, una ciudad del
norte de Italia, en la provincia de Liguria.
Con el sueño de desarrollarse como comer-
ciante, en 1751 don Domingo se subió a un bar-
co junto a su primo Angelo Castelli. Tras varias
semanas atravesando el océano Atlántico y mi-
rando el mar infinito, llegaron juntos a Buenos
Aires, una pequeña ciudad con no más de vein-
te mil habitantes que por entonces todavía for-
maba parte del Virreinato del Perú3.
Domingo no arribó al Río de la Plata con las
manos vacías; traía con él un permiso de la Co-
rona de España para importar productos fabri-
cados en Europa, un privilegio del que gozaban
muy pocos en Buenos Aires. Así fue como pudo
instalarse y crecer hasta convertirse en poco
tiempo en uno de los comerciantes más prós-
peros de la ciudad. La compra y venta de plata,
yerba, cueros y tejidos redituaba mucho a fines
del siglo XVIII en lo que los europeos deno-
minaban “las Indias”. Y como el comercio de
esclavos estaba permitido, el papá de Manuel

3. El Virreinato del Río de la Plata se creó en forma provisional el


1º de agosto de 1776, y de manera definitiva el 27 de octubre de 1777,
por orden del rey Carlos III de España.

12
también traía personas de África y las vendía
en América, como fuerza de trabajo. Algunas
de ellas trabajaban y vivían en su casa.
Como todos los niños y las niñas de su cla-
se social, Manuel pasó su infancia rodeado de
esclavos.
Pero a diferencia de la mayoría de esos chi-
cos y chicas, a Manuel le resultaba raro que las
cosas fueran así como eran.

13
3
Mamá Josefa

L a mamá de Manuel se llamaba María Jose-


fa González y Casero. Había nacido en Buenos
Aires, pero su familia procedía de Santiago del
Estero y tenía antepasados españoles y guara-
níes. Se casó con Domingo en 1757, y a partir de
entonces, el diálogo más escuchado en la casa
de los Belgrano fue el siguiente:
—Domingo, querido, tengo que decirte algo.
—Dime, amada María Josefa.
—Estoy embarazada.
En aquellos años era habitual que las fami-
lias tuvieran muchos hijos; entre otras razones,
porque la mortalidad infantil era muy alta. En el
caso de los Belgrano, Manuel tuvo quince her-
manos, de los cuales tres no llegaron a la adultez.
15
La mayor era María Florencia. Después vi-
nieron Carlos José, José Gregorio, María Jo-
sefa Juana, Bernardo Félix José, María Josefa
Anastasia, Domingo José Estanislao, Manuel
José Joaquín del Corazón de Jesús (o sea, Ma-
nuel), Francisco José María, Joaquín Cayetano
Lorenzo, María del Rosario, Juana María, Mi-
guel José Félix, María Ana Estanislada, Juana
Francisca Josefa y Agustín Leoncio José.
Y aunque los niños y las niñas para alimentar
eran muchísimos, en esa casa no faltaba nada.
De modo que todos pudieron educarse y seguir
una carrera. Todos los varones, claro, porque en
aquellos años no había ninguna posibilidad de
que las mujeres pudiesen estudiar.
—¿Y por qué las niñas no tienen que ir a la
escuela?
—No es que no tenemos que ir, Manuel. No
podemos.
Las preguntas se amontonaban en la cabeci-
ta del pequeño Manuel. Y las respuestas de su
madre seguían sin convencerlo.
Entre hermanos, hermanas, criadas y cria-
dos, Manuel aprendió a leer y a escribir un poco
en su casa, ayudado por su mamá, y un poco en
Santo Domingo, un convento que quedaba muy
cerca. Más tarde, ingresó y se graduó en el Real
16
Colegio de San Carlos4, como correspondía a
todos los muchachitos de la aristocracia porte-
ña, y a los 15 años, su padre lo subió a un barco
y lo envió a España. En Madrid lo esperaba su
hermana María Josefa, que se había instalado
allí junto a su marido español, José María Cal-
derón de la Barca, y en cuya casa había lugar
para alojarlo.
Manuel viajó con el propósito de estudiar
Leyes en Salamanca. Pero los libros que devoró
no hablaban solamente de Derecho. Y algunas
de las preguntas que se había hecho cuando era
chico comenzaron a hallar respuestas.

4. Antecesor del actual Colegio Nacional de Buenos Aires.

17
4
Un cargo real

—Ha llegado una misiva oficial. Es para ti,


Manuel.
María Josefa estaba intrigada por saber qué
decía esa carta para su hermano. No era habi-
tual que en su casa de Madrid tocara a la puerta
un mensajero del gobierno.
Sin moverse del escritorio, Manuel buscó un
señalador para marcar la página de El contra-
to social, el libro de Jean-Jacques Rousseau5
que estaba releyendo, tomó el cortapapeles de

5. El contrato social: o los principios del derecho político, de Jean-


Jacques Rousseau (Suiza, 1712-1778), publicado en 1762, es un trata-
do sobre filosofía política que parte de la libertad y la igualdad de
los hombres como base para convivir bajo un Estado instituido a tra-
vés de un contrato social. Se lo considera uno de los textos fundado-
res del liberalismo e inspirador de la Revolución Francesa.

19
plata, quitó el lacre y desplegó la hoja medio
amarillenta.
—¿Y…? ¿Qué dice? ¡Vamos, Manuel! No jue-
gues a las intrigas conmigo.
—Tranquila, mujer… Si no me dejas mirar, ni
tú ni yo nos enteraremos de qué se trata.
Manuel leyó en silencio.
—Bueno, parece que tendremos novedades.
La ansiedad de María Josefa fue más fuerte
que ella.
—¡Como hermana mayor, te ordeno que me
digas qué dice ese bendito papel membretado!
—¿Exiges?
—Bueno… ¿Suplico? Por favor, Manuel…
–Pues no dice nada especial. Es solo una cita-
ción para una entrevista con el ministro de Ha-
cienda español.
—¿Y para qué, se puede saber?
—No, no se puede porque no lo dice. Ojalá
sea para algo bueno.
—¿Tendrá algo que ver con nuestro padre?
—Calma, Pepa. En un par de días lo sabremos.
María Josefa no tuvo otro remedio que espe-
rar. Manuel, en cambio, tenía cierta sospecha.
Hacía tiempo que residía en Madrid, en la
casa de su hermana y su cuñado. Había pasa-
do por las universidades de Salamanca y de
20
Valladolid, donde fue condecorado con la medalla
de oro al recibirse de bachiller en Leyes. Además,
había obtenido un permiso papal para acceder a
libros que estaban prohibidos para el común de
los católicos, como los de Montesquieu, Voltaire
y Adam Smith. Al latín que había aprendido en
la escuela le sumó el francés, el inglés y el ita-
liano. Se había interesado especialmente por
las nuevas teorías económicas. Y había segui-
do con enorme atención lo ocurrido en 1789
durante la Revolución Francesa. Manuel había
descubierto todo un mundo de pensamientos
novedosos; valores como la libertad, la igual-
dad y la fraternidad aparecían una y otra vez
en sus lecturas y, naturalmente, en sus reflexio-
nes. Y gracias a su cuñado, José Calderón de
la Barca, pudo entablar buenas relaciones con
personajes más o menos cercanos a la Corona.
Por eso, que el gobierno español le ofreciera el
puesto de secretario perpetuo del flamante Con-
sulado de Comercio de Buenos Aires no lo tomó
realmente por sorpresa.
Era esa la razón por la que el ministro de
Hacienda lo había citado. El gobierno de Es-
paña confiaba en él para velar por sus inte-
reses comerciales en un virreinato fundado
apenas diecisiete años atrás. Le proponía ser el
21
responsable en su ciudad natal de la oficina que
se encargaría de fomentar el comercio, la agri-
cultura y la industria en la colonia, otorgándole
poder para dirimir pleitos entre comerciantes
y administrar cuestiones aduaneras. No era un
cargo menor.
Al volver de la entrevista, otra vez en lo de
su hermana, Manuel contó la buena nueva. En
quien primero pensó María Josefa fue en don
Domingo, su padre.
—Ay, Manuel. Qué noticia… Me apena pensar
en que te irás, pero debo reconocer que tam-
bién me alivia saber que allá podrás encargarte
en persona de la situación de nuestro padre. Lo
último que sabemos de él es que sigue incomu-
nicado. No está en la cárcel, pero no puede salir
de la casa. Y mamá está ocupándose de todo.
Los problemas de Domingo Belgrano con la
ley a causa de ciertas irregularidades en su ac-
tividad comercial no solo lo habían condenado
a la pérdida de la libertad: también habían lle-
vado a la familia a la ruina.
—Tienes razón, Pepa. Quizás estando en Bue-
nos Aires pueda contribuir a acelerar ese pro-
ceso judicial.
La decisión estaba tomada. Manuel suspendió
el viaje que tenía previsto para recorrer Italia,
22
decidió postergar su proyecto para recibirse de
doctor en Leyes y compró el primer pasaje que
consiguió con destino a la América del Sur.
Pero Manuel no pensaba solamente en su pa-
dre. Joven, apuesto, culto, seductor y con víncu-
los influyentes, no estaba dispuesto a abandonar
para siempre su anhelo de convertirse en exper-
to en Derecho en España, únicamente por razo-
nes familiares. Volvía para desempeñarse en una
oficina clave en el comercio entre la península y
el Río de la Plata, y tenía planes muy concretos
para la tierra donde había nacido.
Era 1794. Estaba cruzando otra vez el Atlánti-
co, ahora en sentido contrario. Sus nueve años
en Europa habían llegado a su fin.

23
5
En alta mar

—Es así, querido Manuel. Las monarquías, tal


como las conocimos cuando éramos niños, son
cosa del pasado. Esas tiranías ya no se sostienen.
—Pasé unas semanas en París y el clima allí
es de gran efervescencia. Tuve la sensación de
que en ese lugar se estaba gestando el futuro.
—Francia y América del Norte están marcan-
do el camino. Tarde o temprano, la república se
impondrá en todos lados.
El caballero parisino viajaba a Buenos Aires
por negocios, y por las mañanas se cruzaba en
cubierta con Belgrano. Los días se hacían eternos
a bordo del buque español, y cualquier descono-
cido podía convertirse sin mucho preámbulo en
compañero y confidente.
25
Con la vista fija en el horizonte y dejándo-
se llevar por el monótono vaivén de las olas,
Manuel pasaba horas enteras conversando en
francés.
—“Los hombres nacen y permanecen libres e
iguales en derechos…
El joven no pudo terminar la cita. Manuel era
capaz de repetirla de memoria.
— … y las distinciones sociales solo pueden
fundarse en la utilidad común”, claro que sí
—completó Manuel con una sonrisa cómplice.
Hacía apenas cinco años que la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano6 había sido aprobada por la Asam-
blea Nacional Constituyente7 francesa. Para los
jóvenes inquietos como Manuel era un texto de
cabecera.

6. Documento fundamental de la Revolución Francesa.


7. Primera asamblea constituyente de Francia, proclamada el 9 de
julio de 1789.

26
6
Barro patrio

N o desembarcó en un puerto porque no lo


había: como todos los que arribaban a la capi-
tal del Virreinato del Río de la Plata desde el
mar, una vez que el buque ancló a las puertas
de la ciudad, tuvo que subirse primero a un
bote y después a un caballo para acceder a la
costa. Un poco en carreta de ruedas grandes y
un poco chapoteando en el agua, Manuel puso
nuevamente pie en barro americano. Si en ese
momento hubiese podido tomar nota, habría
escrito en su bitácora: “Esta ciudad necesita un
puerto de inmediato”.
El joven Belgrano llegó a Buenos Aires con
mucho más que valijas llenas de libros y algo
de ropa. Llegó con la cabeza repleta de ideas.
27
Lo primero que hizo fue reencontrarse con
su familia y ponerse al tanto de la situación
de su padre. Don Domingo ya estaba muy en-
fermo. Afortunadamente había sido absuelto
por el virrey Arredondo, pero poco más de un
año después moriría sin la riqueza que había
amasado a lo largo de su vida.
Manuel trabó buena relación con Juan José
Castelli, un primo seis años mayor que se ha-
bía doctorado en Leyes en Chuquisaca. Aunque
había egresado del Colegio Nacional de Mont-
serrat de Córdoba, era parte del círculo de jóve-
nes porteños acomodados que habían accedido
a algunos de los libros prohibidos que fascina-
ban a Manuel. En Juan José, el flamante y en-
tusiasta funcionario recién llegado de Europa,
encontró un par con quien compartir amigos,
tertulias y hasta el puesto de secretario en el
Consulado, dado que era el elegido para reem-
plazarlo cuando Manuel se enfermaba.
Mientras estudiaba en Córdoba, Juan José
siempre se había mantenido informado acerca
de lo que sucedía en Buenos Aires, su ciudad
natal; conocía muy bien a la sociedad porteña.
Por eso no se sorprendió cuando, tras las pri-
meras reuniones con los miembros del Consu-
lado, Manuel se mostró indignado:
28
—¡Pero, Juan José! ¡Cómo es posible! ¡Casi
todos los comerciantes que trabajan aquí son
españoles que solo saben del monopolio con
Cádiz! ¡Compran allá por cuatro y venden acá
por ocho!
—¡Y qué te creías, hombre! —le respondía su
primo—. Vas a tener que ser más astuto si no
quieres que esta gente te devore.
En poco tiempo, Manuel descubrió cómo se
desarrollaban las cosas de este lado del mundo.
Al igual que en los años de éxito de su padre,
la economía del Río de la Plata seguía depen-
diendo de un puñado de europeos cuyo único
interés era el de sus propios bolsillos. Con un
agregado clave: el contrabando no paraba de
crecer. También se dio cuenta pronto de que
ese monopolio trababa las posibilidades de de-
sarrollo de la cada vez más numerosa población
criolla.
Y si bien se suponía que su cargo de secreta-
rio del Consulado se limitaba a llevar las actas
de las sesiones de la Junta de esa institución,
la correspondencia y el archivo, lo que le em-
pezó a interesar fue otra cosa. El Virreinato del
Río de la Plata requería modernizarse y crecer,
y él rápidamente se dispuso a trabajar… o, me-
jor dicho, a lidiar con quienes monopolizaban
29
el comercio de la región, que primero lo mira-
ron con incredulidad y después, con decidido
rechazo.
Por otro lado, Manuel quería abrir los mercados
para que no solo los españoles autorizados sino
también los labradores y los artesanos criollos
pudieran comercializar sus productos. Conside-
raba que el comercio, la agricultura y la industria
de América padecían el atraso propio de la era de
la conquista y que esas actividades debían ser fo-
mentadas mediante políticas públicas. Pero Espa-
ña y quienes decidían sobre la economía en el Río
de la Plata no pensaban lo mismo.
La educación, que para Belgrano constituía la
herramienta básica que permitiría el desarrollo
de la sociedad, no era prioridad para la Corona,
que determinaba lo que debía hacerse aquí, a diez
mil kilómetros de Madrid. Cuanto más se interio-
rizaba Manuel sobre el modo en que funcionaba
el gobierno de la colonia, más ideas sobre cómo
cambiarlo se le ocurrían. Como parte de su traba-
jo era presentar informes anuales de lo discutido
y resuelto en el Consulado, dedicó litros de tinta a
volcar en el papel todas sus propuestas.
A lo largo de los dieciséis años en los que ocu-
pó su cargo de secretario del Consulado, Manuel
elaboró muchísimas propuestas revolucionarias
30
para su época: delineó el primer proyecto de
educación estatal, gratuita y obligatoria en la
región, fomentó la agricultura cuestionando el
monocultivo y propuso la entrega gratuita de
tierras para los labradores, e impulsó la produc-
ción industrial con la intención de exportar no
solo cueros sino manufacturas elaboradas aquí.
No pudo llevar a cabo todo lo que se propuso,
pero sembró ideas en la mente de muchos crio-
llos jóvenes que, como él, no estaban dispues-
tos a quedarse de brazos cruzados ante lo que
veían. La Academia de Náutica y la Escuela de
Dibujo, Geometría, Arquitectura y Perspecti-
va fueron dos proyectos que pudo concretar.
Duraron muy poco tiempo, ya que fueron clau-
suradas por orden de la Corona, sin embargo
dejaron entre los porteños la idea de que era
preciso generar espacios para la formación y el
estudio. Además, Manuel fue uno de los prime-
ros periodistas del Río de la Plata: como que-
ría difundir sus ideas, contribuyó a la salida del
primer periódico de Buenos Aires, el Telégrafo
Mercantil, y colaboró en el Semanario de Agri-
cultura, Industria y Comercio.
Cuando le ofrecieron un cargo militar, en 1797,
la posibilidad de luchar por sus ideas a través de
las armas todavía no estaba en sus planes.
32
—El virrey Melo de Portugal me ha designa-
do capitán de las milicias urbanas de Infantería
de Buenos Aires. ¿Qué dices, primo? —comentó
Manuel, con una mueca que escondía una leve
sonrisa.
Juan José tomó el farol que iluminaba el es-
critorio principal, lo levantó con cuidado, lo
acercó al rostro de su primo, y con la mirada fija
en esos ojos celestes y profundos, comentó:
—En España estudiaste mucho y te divertis-
te también, pero que yo sepa, no disparaste un
solo tiro… ¿Estás seguro de que puedes tener a
cargo a un grupo de milicianos?
Manuel se puso de pie, estiró su impecable
pantalón blanco ceñido, acomodó el chaleco,
hizo retumbar el taco de sus botas sobre el piso
de madera de su oficina, se cuadró como si estu-
viese frente a una autoridad militar y preguntó:
—¿Y por qué no?

33
Índice

1. Benito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
2. Papá Domenico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
3. Mamá Josefa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
4. Un cargo real . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
5. En alta mar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
6. Barro patrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
7. Inglés invasor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
8. Los virreyes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
9. Revolución en marcha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
10. 25 de mayo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
11. A las armas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
12. Pueblo nuevo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
13. No tan sencillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
14. Al Paraguay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
15. Blanco y azul celeste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
16. La primera vez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
17. No tan rápido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
18. Sin bandera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
19. Y entonces llegó San Martín . . . . . . . . . . . . . . 83
20. Ni dinero ni oro: escuelas . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
21. La posta de Yatasto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
22. De Europa a Tucumán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
23. La jura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
24. Las batallas internas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
25. El regreso final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
Fernando Sanchez
Nació en Ituzaingó, provincia de Buenos
Aires, en 1968, y desde los 19 años trabaja
escribiendo. Ha escrito crónicas y entrevistas
para medios argentinos y de otros países
de habla hispana. También se desempeñó
como guionista en varios programas de radio
y televisión. Fundó un par de revistas, hizo
letras de canciones (por ejemplo, las de “Las
asombrosas excursiones de Zamba”) y escribió
varios libros (de música y espectáculos, de
historia en clave humorística y de política).
Desde 2003, edita la revista Barcelona. En
Norma publicó Por la camiseta, Por los puntos
y Al Mundial (todos ellos en coautoría) y
Quiero ser referí.

Juan Pablo Zaramella


Nació en Buenos Aires. Es ilustrador y director
de animación. Sus ilustraciones fueron
publicadas en importantes medios gráficos.
Ha ganado premios internacionales. Su corto
“Luminaris” fue preseleccionado para el Oscar
al Mejor Corto Animado. Es creador de la serie
“El hombre más chiquito del mundo”, que se
emite por el canal Pakapaka.

Eduardo Karakachoff (Koff)


Nació en la ciudad de La Plata, provincia
de Buenos Aires, en 1970. Es ilustrador y
diseñador en comunicación visual egresado
de la Universidad Nacional de La Plata
(UNLP). Trabaja ilustrando y diseñando libros,
revistas y manuales para distintas editoriales
de la Argentina y de España.
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Esta obra se terminó


de imprimir en enero de 2019,
en los talleres de Gráfica Pinter,
Taborda 48, Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Argentina.
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como bandera
A partir de los 9 años

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Su vida, su lucha y sus ideas
en el tiempo de las guerras Ilustración de tapa
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de la independencia.
Ilustraciones interiores
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valores de libertad, igualdad y fraternidad no solo
fueron parte de sus lecturas y reflexiones, sino que
se convirtieron en ideales a concretar en Sudamérica.
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ejércitos, creó una bandera y pensó en escuelas para
todos los habitantes de nuestra tierra. Fundó diarios
y pueblos, y luchó con la pasión puesta en el anhelo
de engrandecer a la patria que nacía.
ISBN: 978-987-545-771-3

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