Dialnet IdentidadHistoriaYCarisma 6021310
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Y quieren que abordemos ese tema desde un triple ángulo: desde la his-
toria, desde la espiritualidad y desde el análisis socio-religioso y las leyes de
la prospección social. A mí me toca tratar de iluminarlo con las enseñanzas
de la historia más reciente de la orden, es decir, con la historia del siglo xx,
una historia especialmente elocuente, y no sólo por lo que tiene de edificante.
Ése será el tema de las charlas de mañana y pasado mañana. Hoy me voy a
entretener en preliminares, que, aunque se funden en la historia, quizá des-
borden sus límites. No creo que resulten inútiles. Si lo fueran, pido perdón
por adelantado.
En el enunciado del tema falta una alusión a la transmisión de esa
identidad, que es uno de los grandes problemas culturales del mundo mo-
derno. Hoy por todas partes se tropieza con grandes escollos a la hora de
transmitir valores. Sociólogos y también teólogos y pastoralistas hablan de
la tremenda fractura generacional que se ha producido en las sociedades
occidentales, sobre todo a partir del año 1968, y que ha afectado de lleno a
la Iglesia y a todas sus instituciones1. Fue uno de esos momentos en que,
según Teilhard de Chardin, el ritmo de la evolución se dispara y adquiere
ritmos de auténtica revolución. La vida religiosa quizá sea una de las más
implicadas. Como si de repente y sin previo aviso hubiera perdido valor el
riquísimo patrimonio de memorias históricas, de referencias literarias y ar-
tísticas, de usos y convenciones sociales, de costumbres de vida que habían
constituido el cañamazo sobre el que los europeos habían ido tejiendo su vida
desde el Renacimiento hasta el día de hoy. Algunos atribuyen esa fractura
a las tragedias que han marcado el curso de la humanidad a lo largo del
siglo xx. Otros piensan en la idolatría de la modernidad y el descrédito que
se ha cernido sobre el pasado, como si sólo fuera válido lo moderno, como si
la superioridad de la innovación fuera un dogma y la fidelidad a los usos del
pasado un simple vicio. Es urgente –no hay duda de ello– buscar medios de
transmitir la propia identidad. El papa y políticos clarividentes han hablado
de ello al tratar de la emergencia educativa actual y de la necesidad de dar
a la escuela una mayor consistencia.
Entre nosotros un modo, quizá el principal, de transmitir nuestros va-
lores es su vivencia convencida, natural y alegre. La incidencia del maestro
disminuye o incluso desaparece cuando carece de ideas claras o las enturbia
con una conducta incoherente. Predicadores y hombres de Iglesia, en gene-
ral, desde Jesucristo a san Gregorio Magno y santo Tomás de Villanueva, y el
mismo Gandhi, han subrayado una y otra vez la necesidad de la coherencia
en toda labor educativa. «Nos falta autoridad», afirmaba hace unas semanas
el arzobispo de Bolonia, porque no estamos seguros de los valores que hemos
vivido. Una conciencia clara de la propia identidad facilita incluso el diálogo,
la acogida, la relación con el otro, porque no teme la confrontación y no co-
1
Cf. el libro póstumo de René Rémond (1918-2007), Vous avez dit catholique?, París,
Desclée de Brouwer, 2008.
identidad, Historia y carisma 7
2
Las Constituciones, nuestro libro de Oro. Edición a cargo de Pablo Panedas, oar,
Madrid 1996.
identidad, Historia y carisma 9
ella se oponen. Creo que hay que dar ya ese paso. Debemos pasar de ver las
constituciones como un libro jurídico más, como un código de comportamien-
to que asigna a cada uno su puesto en la comunidad, que regula nuestras
relaciones y de ese modo hace posible la convivencia, ahorrándonos malen-
tendidos y conflictos, para ver en ellas un reflejo de la voluntad de Dios, un
auténtico camino de santidad: el camino que nos lleva a la salvación y a la
santidad; no un camino más, sino el camino para nosotros más seguro, por-
que cuenta con la garantía de la Iglesia y de quienes por él la han alcanzado.
Antes de ayer fueron los mártires de Japón, ayer san Ezequiel, hoy Ignacio
Martínez, Mariano Gazpio, Jenaro Fernández o monseñor Alfonso Gallegos,
por citar sólo a cuatro que tienen iniciado el proceso de beatificación. Dos
fueron misioneros; uno, obispo; y otro, un estudioso. Pero los cuatro siguieron
ese camino con fidelidad, sin desviarse ni a derecha ni a izquierda, y, al llegar
a su término, encontraron a su Dios en el monte.
Esas palabras del papa, a pesar de quedar por debajo del nivel de exi-
gencia que suponen nuestras constituciones –no se olvide que como agustinos
y recoletos llevamos en nuestro DNA el ideal de aspirar siempre a más y más;
que somos descendientes de gente radical e insatisfecha, que quería señalar-
se en el servicio de su Señor, gente que sabía que Dios es inmenso y siempre
queda mucho de él por conocer y amar, que no es propio del agustino ni del
recoleto pararse a contemplar con fruición el camino recorrido cuando queda
tanto por descubrir–, deberían estimular nuestra creatividad y movernos a
buscar modos que den cuerpo a los enunciados doctrinales de las constitu-
ciones. Ése es hoy nuestro reto: cómo hacer de nuestras comunidades verda-
deros lugares de oración, lugares donde los fieles encuentren las facilidades,
las técnicas y los maestros de oración que pedía Juan Pablo ii al constatar el
eco que hoy encuentran las religiones orientales. Y lo mismo cabe aplicar al
aspecto comunitario. ¿Somos agentes de solidaridad, de acogida, de diálogo?
¿Lo son nuestras parroquias y colegios? ¿O, más bien, nos dejamos llevar del
individualismo y formamos comunidades excluyentes y despreocupadas de
los demás?
Tarsicio Van Bavel ha escrito varias veces que la comunidad agustinia-
na tiene mucho de denuncia social, porque está construida no sobre las fuer-
zas o convenciones que de ordinario rigen las colectividades –orgullo, am-
bición, afán de poder, rivalidad–, sino sobre la aceptación del otro, y porque
con la puesta en común de todo cuanto son y cuanto poseen, sus miembros
muestran la posibilidad de construir la sociedad sobre pilares más firmes
y solidarios. Su simplicidad de vida tiende a construir una sociedad de her-
manos y hermanas. Las comunidades agustinianas deben ser un estímulo
a la convivencia, a la solidaridad y al diálogo, y no solamente en su ámbito
interno. Estas ideas han encontrado acogida en la Ratio formationis de los
agustinos, en uno de cuyos puntos se lee: «La regla resuena como una pro-
testa contra la desigualdad de una sociedad caracterizada por el egoísmo
y el individualismo, por la sed de poseer, el orgullo y el afán del poder, por
una visión distorsionada de la libertad y de la sexualidad»3. Ésos son los
elementos que darían el tinte propio que la Iglesia exige hoy a la acción
pastoral de los religiosos y del que se hace eco el número 283 de nuestras
Constituciones4.
3
Ratio formationis, Roma 2003, 32.
4
«El estilo propio de santificación y apostolado de la orden exige a ésta una inser-
ción precisa en la vida de la Iglesia. De ahí que nuestras comunidades pueden y deben
ser centros de oración, recogimiento y diálogo personal y comunitario con Dios, ofreciendo
generosamente iniciativas y servicios concretos en la línea de lo contemplativo y comuni-
tario, para que el pueblo de Dios encuentre en nosotros verdaderos maestros de oración y
agentes de comunión y de paz en la Iglesia y en el mundo».
identidad, Historia y carisma 11
5
De utilitate ieiunii, 5,6: PL 40, 711.
12 Ángel Martínez Cuesta
cribió hace unos años que la vida religiosa –también la agustiniana– exige
ascesis. Incluso ve en la ascesis uno de los pocos rasgos que permiten identi-
ficar al religioso en el mundo de hoy6.
Juan Pablo ii creía que la ascesis «es indispensable a la persona con-
sagrada para permanecer fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el
camino de la Cruz»7. Purifica y transforma la existencia de «las personas
consagradas» y de las comunidades religiosas. Las libera «del egocentrismo y
la sensualidad» y las capacita para dar «testimonio de las características que
reviste la auténtica búsqueda de Dios, advirtiendo del peligro de confundirla
con la búsqueda sutil de sí mismas o con la fuga en la gnosis»8. En otro nú-
mero de la misma exhortación afirma que el empeño ascético «es necesario
para dilatar el corazón y abrirlo a la acogida del Señor y de los hermanos»9.
También Benedicto xvi ha insistido en la necesidad de la ascética y en su
inseparable conexión con la mística, al punto de no ser posible la una sin la
otra. Así acaba de expresarse en carta al rector mayor de los salesianos del
1 de marzo de 2008: «No puede existir una mística ardiente sin una ascesis
robusta que la sostenga, y, al revés, nadie está dispuesto a pagar un precio
alto y exigente si no ha descubierto un tesoro fascinante e inestimable. En
un tiempo de fragmentación y fragilidad como es el nuestro, es necesario
superar la dispersión del activismo y cultivar la unidad de la vida espiritual
a través de la adquisición de una profunda mística y de una sólida ascéti-
ca. Esa adquisición alimenta el empeño apostólico y es garantía de eficacia
6
T.J. van Bavel, The Basic Inspiration of Religious Life, Villanova 1996, 123-25: «A
religious interpretation of asceticism is not only possible, but, indeed, religion calls for as-
ceticism. […] Asceticism and the service of God are closely linked to one another […] Whe-
rein does the difference between the usual Christian mode of living and that of religious
life? As I see it, in this: that religious try to make the eschatological and ascetic aspect of
Christian existence to be the predominant aspect of their lifestyle».
En ese mismo libro (pp. 49-64) explica el sentido cristiano del ascetismo. No es sólo
renuncia, privación, mortificación, repliegue y recelo ante las criaturas. Es también un
instrumento imprescindible en la tarea de la autoformación y desarrollo de todo hombre.
Demócrito, el filósofo griego, creía que más gente llegaba a hacerse humana por el esfuerzo
que por aptitud natural. La ascesis ayuda a ser más libre, a superar las tensiones o, al
menos, a convivir con ellas. Esa concepción, común entre los filósofos antiguos, está teñida
de egocentrismo, ya que busca, ante todo, el desarrollo de la propia personalidad. Resulta,
por tanto, ambigua y poco satisfactoria para el cristiano. Pero no es totalmente negativa.
Infinidad de cristianos la han hecho propia en su afán por disciplinar el carácter, conse-
guir la virtud y llegar a la perfección. Con todo, el cristianismo valora más su dimensión
escatológica –si este mundo es transitorio, si no es nuestra morada definitiva, hay que
usar de él con discreción (1Co 7,29-31)–, la doctrina del pecado original y, sobre todo, el
ejemplo de Cristo y de los primeros cristianos. Hoy psicólogos y sociólogos subrayan sus
valores sociales: libera energías preciosas para la construcción de una sociedad más justa
y humana. En cierto sentido cabría decir que la sobriedad ha entrado hasta en el mundo
de la publicidad, que ya habla con frecuencia del ahorro de energía, del respeto a la natu-
raleza y del cuidado de sus recursos.
7
Vita consecrata, 38.
8
Ibid., 103.
9
Ibid., 38.
identidad, Historia y carisma 13
pastoral»10. Poco más adelante añadía que «una vida simple, pobre, sobria,
esencial y austera» ayudará al salesiano de nuestro tiempo a robustecer su
respuesta vocacional y a afrontar las insidias de la mediocridad y del abur-
guesamiento y a hacerlos más cercanos a los menesterosos. De san Nicolás
de Tolentino, el santo «primogénito de la familia agustiniana», dijo un testigo
en su proceso de canonización que «crucificaba la propia carne […] para po-
der servir por entero y plenamente a nuestro Señor Jesucristo»11.
Estas ideas concuerdan con las enseñanzas de Agustín en la carta a
Proba –«Los ayunos, las vigilias, y todo tipo de mortificaciones ayudan sobre-
manera a la oración»12– y las exigencias de la Forma de vivir13.
En la Baja Edad Media la ascesis adquirió un matiz cristológico que
entre nosotros vivió de modo especial san Ezequiel Moreno. «No se trata
ya de vencer con Cristo y, participando con Él de la cruz, el poder del peca-
do, sino de sufrir con Cristo como para aligerar su sufrimiento tomándolo
sobre sí: una ascesis de compasión, que desde san Pedro Damián, se hará
patente en los franciscanos, y formulará abiertamente en el siglo xiv Enrique
Suso. A ello añadirá la Edad Moderna una ascesis de reparación (el Sagrado
Corazón)»14.
Ese rechazo de la ascesis y del esfuerzo desvela dos lagunas de la reno-
vación postconciliar de la vida religiosa. La primera sería una idea parcial,
cuando no falsa, del hombre caído, que se manifiesta en la preeminencia que
de ordinario se da al aspecto racional en la formación inicial y, sobre todo, en
la permanente. Es una confianza digna de los ilustrados del siglo xviii, que
creían que para cambiar al hombre bastaba con educar su entendimiento. La
historia y la actualidad más cotidiana nos muestran cada día que el hombre
es algo más que razón y que el hombre ilustrado también se encuentra des-
armado ante los embates de las pasiones. La otra laguna sería la poca aten-
ción prestada a la acción de la gracia. Agustín, sin embargo, estaba conven-
cido de que sin el auxilio de la gracia el esfuerzo humano no daría grandes
frutos. Su propia experiencia le había enseñado que la convicción intelectual
10
«Non vi può essere un’ardente mistica senza una robusta ascesi che la sostenga;
e viceversa nessuno è disponibile a pagare un prezzo alto ed esigente, se non ha scoperto
un tesoro affascinante e inestimabile. In un tempo di frammentazione e di fragilità qual
è il nostro, è necessario superare la dispersione dell’attivismo e coltivare l’unità della vita
spirituale attraverso l’acquisizione di una profonda mistica e di una solida ascetica. Ciò
alimenta l’impegno apostolico ed è garanzia di efficacia pastorale»: L’Osservatore Romano,
3-4 marzo de 2008, p. 8.
11
Citado por P. Panedas, El santo de la estrella. San Nicolás de Tolentino, Madrid
2005, 115.
12
Epístola 130,31: PL 33, 507.
13
FV 5, 13.
14
Alejandro Massoliver, «Ascesis»: Diccionario teológico de la vida religiosa, Madrid
1989, 66-76; San Ezequiel Moreno, Devoción a los dolores internos del Sagrado Corazón
de Jesús, Pasto 1900, 112-13.
14 Ángel Martínez Cuesta
23
Tract. in Ioannem 18,10: PL 35,1.541-42.
24
Conf. 10, 8,15: PL 32,785. Petrarca, el gran humanista y lector entusiasta de las
Confesiones, tuvo muy presentes esas palabras al comentar, en las cartas familiares, su
célebre ascensión al monte Ventoux: Évelyne Luciani, Les Confessions de saint Augustin
dans les lettres de Pétraque, París 1982, 115-17, 124, 243.
25
Evangelica Testificatio, 46: Aas 63 (1971) 520.
26
Vita consecrata, 38.
27
«Quoniam Spiritus Sanctus per prophetam docendo dicit: “in silentio et spe erit
fortitudo vestra” [Is 30,15], idcirco statuimus et mandamus…»: Constitutiones 1664, 75;
Constitutiones 1745, 69.
28
La ordenación 9 del capítulo da la lista de las prácticas abolidas: Acta Ordinis 10
(1968) 347.
29
«En la dimensión del carisma convergen, finalmente, todos los demás aspectos,
como en una síntesis que requiere una reflexión continua sobre la propia consagración en
sus diversas vertientes, tanto la apostólica, como la ascética y mística»: Vita consecrata,
71.
16 Ángel Martínez Cuesta
30
«Mensaje del capítulo a todos los hermanos»: Acta Ordinis 10 (1968) 353.
31
Píticas 2, estrofa III, 12; traducción española en Píndaro, Obras y fragmentos, Ma-
drid, Editorial Gredos, 1994, 152, cf. Aldo Magris, Nietzsche, Brescia, Morcelliana, 2003,
326 (nota). San León Magno aplicó la frase a la formación cristiana del bautizado al exhor-
tarle a tomar conciencia de su dignidad de nueva creatura y a obrar en sintonía con ella:
Paolo Miccoli, «Diventa ciò che sei»: L’ Osservatore Romano, 3 marzo 2006, 3.
32
Giorgio Pasquali, Filologia e storia, Florencia 1998.
33
Spe Salvi 22.
34
Liberi perché cristiani: entrevista con el card. Caffara: L’Avvenire, Roma, 8 junio
2008. García Márquez ha desarrollado plásticamente esta idea en Cien años de Soledad:
identidad, Historia y carisma 17
la gente de Macondo sólo recobra la vida cuando Melquiades le devuelve la memoria y con
ella el significado de las cosas.
35
L’Osservatore Romano, 8 marzo 2008.
36
Discurso de Pablo vi a los jesuitas, 7 marzo 1975.
37
Codex Iuris Canonici 1983, canon 583.
38
Robert G. Dunn, Identity Crises: A social Critique of Postmodernity, Minneapolis
1998.
39
E. Renan, «Qué es una nación», cf. José Ortega y Gasset, La Rebelión de las Masas,
Madrid, Espasa Calpe (Colección Austral 1), 1966, 149-52.
18 Ángel Martínez Cuesta
ble, y es la apertura al futuro, propia de todo ser vivo. Toda sociedad que per-
manezca anclada en el pasado, apartando la vista del horizonte y reacia al
cambio, inseparable de todo ser vivo, está destinada a desaparecer de la faz
de la tierra40. Caerá en la insignificancia y en la esterilidad, la red en que al
final quedan atrapados todos los narcisismos. Recientemente, en un discurso
a gentes de leyes, Benedicto xvi ha afirmado que toda ley «debe responder a
las circunstancias mudables de la realidad histórica del Pueblo de Dios». Y
que esa fidelidad exige «abrogar las normas que resulten anticuadas; modi-
ficar las que necesiten ser corregidas; e interpretar –a la luz del Magisterio
vivo de la Iglesia– las dudosas»41.
No resulta difícil aplicar sus palabras al tema que ahora nos ocupa. El
culto indiscriminado al propio pasado, el apego excesivo y exclusivo a una
identidad de rasgos estáticos, adolece de un esencialismo que choca con la
sociabilidad del hombre, la catolicidad del mensaje cristiano y la movilidad
del mundo actual. En enero de este año Benedicto xvi animaba a la Iglesia
de Roma a no contentarse con las recetas del pasado, a no interrumpir nunca
la búsqueda. «A diferencia de lo que sucede en el campo técnico o económico,
donde los progresos actuales pueden sumarse a los del pasado, en el ámbito
de la formación y del crecimiento moral de las personas no existe esa misma
posibilidad de acumulación, porque la libertad del hombre siempre es nueva
y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personal-
mente, sus decisiones. Ni siquiera los valores más grandes del pasado pue-
den heredarse simplemente; tienen que ser asumidos y renovados a través
de una opción personal, a menudo costosa»42.
No es tampoco el estilo de quien se precie de seguir las huellas de Agus-
tín, quien no cesó nunca de ponerse en cuestión. La orden, como sociedad
humana, no es nunca autosuficiente, no encuentra en su seno respuestas a
todos los interrogantes que plantea la vida, y para encontrar su sitio en la
sociedad y en la Iglesia ha de estar atenta a cuanto sucede a su alrededor.
Antonio Gala ha expresado estas mismas ideas de un modo más desenfa-
dado, pero extremamente eficaz: «Un organismo vivo no se alimenta de re-
cordatorios: necesita sustento, luz, aire, compromisos, mudanzas, proyectos,
sentimientos. Sin futuro, el pasado no es nada, y menos aún el presente.
Descansar sobre el pasado sólo sirve para levantarse después y hacer nueva
andadura; quedarse inmóviles en él es peor que olvidarlo. Hemos de aseme-
40
Diocesi di Roma, Ho creduto per questo ho parlato, Roma 2004, 29: «Una religione
che rimanesse ferma al suo passato originario senza accettare lo sviluppo che, creando
tradizione, permette anche il suo progresso, sarebbe facilmente destinata a scomparire
presto o tardi dalla faccia della terra. Dall’altra parte il declino sarebbe inarrestabile se
una religione si trasformasse a tal punto da perdere il riferimento alla dimensione spiri-
tuale ed etica».
41
Benedicto XVI, «Discurso a los participantes en el congreso sobre los textos legis-
lativos», Roma, 15 enero 2008: L’Osservatore Romano, 26 enero 2008, 5.
42
Ibid.
identidad, Historia y carisma 19
jarnos a los dioses bifrontes, uno de cuyos rostros aprendía del pasado mien-
tras otro encaraba el porvenir. Ahí residen la ventaja y el riesgo»43.
También Rahner ha subrayado la interdependencia del pasado y el fu-
turo: «Sólo podremos conservar intacto el pasado si nos sentimos urgidos por
el futuro y si, al mismo tiempo que conservamos, conquistamos»44. Es preciso
combinar las tres dimensiones que configuran al hombre total. Un teólogo
de nuestro tiempo, Olegario González de Cardedal, ha escrito que «el hom-
bre existe en la verdad cuando conjuga el pasado, el presente y el futuro, sin
recortar ninguno y sin que ninguno se yerga autoritario sobre los otros dos».
Incluso llega a comparar el papel de estas tres categorías en la vida humana
con el que juegan en la sobrenatural «la fe, la esperanza y la caridad», que se-
rían «la expresión teologal de esta estructura temporal de la vida humana».
Mucho antes había escrito Agustín que el hombre vive y obra en el tiempo,
orientado por la memoria del pasado, por la percepción del presente y por la
tensión hacia el futuro45.
De todo ello deduzco, con Elliot, uno de los mejores hispanistas ingleses,
que «la misión del historiador es establecer un diálogo entre el pasado, el
presente y el futuro; dar a la generación actual una larga perspectiva sobre
por qué estamos así y por qué hemos llegado a este punto. Mostrar sencilla-
mente que, en cualquier momento de la Historia hubo opciones y caminos
que no se tomaron, tratando de explicar por qué no fueron elegidos cuando
había posibilidades de hacerlo»46.
Entre nosotros esa labor, de carácter sintético y global, quizá todavía
deba esperar algunos años. Es una historia que sólo se puede escribir a par-
tir de microhistorias o al menos de biografías, relatos y crónicas que narren
con suficiente amplitud y veracidad, sin miedo a las páginas negras, la vida
de las personas y de las comunidades, que nos hagan comprender sus re-
acciones ante las circunstancias en que les puso la vida. Hay que recordar
siempre la regla áurea de Cicerón: «Primam esse historiæ legem, ne quid
falsi dicere audeat; deinde ne quid veri non audeat: la primera ley de la his-
toria es no atreverse a decir nada falso, y luego no atreverse a omitir nada
verdadero». León xiii la tuvo muy presente en 1883 al abrir el archivo vatica-
no a los estudiosos, llegando a afirmar que la Iglesia nada tiene que temer de
43
Antonio Gala, «Andalucía»: Así se hizo España. 5: Andalucía, 2007, 90.
44
Escritos de teología, citado por E. Ayape, «Quinto reportaje de la Recolección»: bpsn
59 (1969) 62; Juan Pablo II a la Universidad Gregoriana en el 450 aniversario de su
fundación: «Dinanzi alle sfide dell’odierna società, questo è il momento per un coraggioso
rilancio della vostra Istituzione. È l’occasione per ribadire una totale fedeltà all’intuizione
ignaziana e porre in atto un rinnovamento coraggioso, perchè la memoria del passato non
si esaurisca nella contemplazione del già fatto, ma diventi impegno nel presente e profezia
per il futuro»: L’Osservatore Romano, 7 abril 2001.
45
S. Agustín, Confessiones 11, 28, 38: PL 32, 824.
46
Entrevista concedida a la historiadora Asunción Doménech: Aventura de la Histo-
ria, enero 2003, 96.
20 Ángel Martínez Cuesta
47
Arnold Esch, «Leone xiii, l’apertura dell’Archivio Segreto Vaticano e la storiogra-
fia»: Leone xiii e gli studi storici, Ciudad del Vaticano 2004, 21-43; la cita en p. 31.
48
San Gregorio Magno, In Ezechielem hom. liber I, VII, 5: PL 76, 842; Bac 170, Ma-
drid 1958, 298.