Capitalismo y Modernidad PDF

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 59

CAPITALISMO Y MODERNIDAD: EL GRAN

DEBATE
JACK GOODY

Introducción:
El concepto de capitalismo y la
reescritura de la historia mundial
Págs. 10-30

El crecimiento y el intercambio de
Culturas mercantiles
Págs. 150-186

Editorial: CRITICA
Año de edición: 2005
Plaza de edición: BARCELONA

ISBN: 9788484325895
Idioma: CASTELLANO
Fecha de lanzamiento: 20/01/2005
Nº de páginas: 256
Encuadernación: Tapa dura Alto: 23 cm Ancho: 15.5 cm Grueso: 1.8 cm Peso: 520 gr
Introducción:
el concepto de << capitalismo ››
y la reescritura de la historia mundial

[Todas] las nacinnes, griegas n biiróaras, [han] tenida esta nanidad:


la de haber sida la primera de tndas en haiiar ias ccnnndidades de
ia aida han-rana.
ïficn, Ciencia nueva, 1744, axinrna 125*

A Lcr LARGD Y a.HcHcr del niundn, los histnriadóres e investiga»


dnres scciales est:-1-'in enfrascadns en un gran debate acerca de
la nïcidernización, la industrialización y el capitalisrnn. Tndns ellns
recnnócen sin excepción que, desde el sigln XD-t, el crecimientn ecn-
nórnicn de Eurnpa y la Arnerica anglóf-una ha idn pc-r delante del
restn de cuntinentes, jr que snln ahnra algunas países empiezan a
darles alcance. Peru aquí se termina el c-nnsensc y ernpieza la pn-
lëniica, respecto de cui-indn fechar el hitn inicial de este fenótnenn
y cómn explicar las raznnes del retrasn en ntrns lugares. Antes de
pasar a ncuparnns de esa clatación jr de explicar la naturaleza de la
primacía eurnpea, cnnsidereinns prirnern qué iniplicacinnes cnn-
llevan lns varias prncesns de gran escala -capitalisincr, mnderni-
zación e industrialización* cun lc-s cuales se la suele definir.
La interpretación del tnundu cnntenipnránen se ha cnnsidera-
de marcada pnr el adveniniientn de eses rasgns, que se sólapan en
* Se cita per la traducción castellana de Rncin de la Villa: Ciencia nneua,
Tecnns, Madrid, 1995. (N. de la t.)
12 cavrrazrsivio v Monanninan: EL unan naa.-rra

varios aspectos, pero no son idénticos. Es mi deseo tratar de exa-


minar esas afirmaciones -y esclarecerlas-- desde un punto de vis-
ta comparativo v más amplio de lo habitual. En mi enfoque in-
cluiró algunos conocimientos relativos a otras culturas de Eurasia
v su historia, asi como otras experiencias de muy distinta clase: las
que provienen de mi antiguo trabajo como antropólogo de campo
en África.
Quisiera empezar por el capitalismo, un concepto que se ha ve-
nido empleando en varios sentidos. Pirenne lo define, en términos
muy generales, como ela tendencia a la constante acumulación de
riquezas» v lo ve como una caracteristica de los mercaderes eu-
ropeos de los siglos x11 v x1II,' esto es: como un rasgo de la recupe-
ración económica. Esta idea concuerda con la explicación de De
Roover sobre el desarrollo de la banca. Un tanto mas especificas
son las definiciones que ofrecen algunos economistas con términos
como »sociedad de mercado», ecrecimiento continuo» (el despe-
gue de Rostov), o incluso las definiciones de los politicos que se
refieren a la -» sociedad democrática» o al »sistema de la libre empre-
sa». Sin embargo, todos estos conceptos son vagos v poco satisfac-
torios. Existen mercados incluso en sociedades agrícolas sencillas,
como las de Áƒricaf donde Pollv Hill v Keith Hart (especialistas en
economía comparada y antropología económica, respectivamen-
te) han distinguido trazas de actividad capitalista. Lo mismo cabe
decir respecto de la libre empresa, al menos en el ambito del tra-
baio: la disciplina laboral que exige la primera industrialización es
muy distinta de la relativa libertad que corresponde a otros siste-
mas de producciónd La libertad no es un concepto inventado por
el Occidente moderno -aun a pesar de lo que puedan creer los
lectores de Adam Smith- ni tampoco es el simple «gobierno del
pueblo» -la democracia-, aunque silo sea el peculiar sistema de
elección numérica usado para consultar la opinión de este.
También a propósito del ecapitalismo», I-leilbroner ha escrito
que «la relación sueldo-trabajo no se presenta como un medio
para la subordinación de los trabajadores sino para su emancipa-
ción, porque el avance crucial del trabajo asalariado respecto del
esclavizado o servilista radica en el derecho de la persona trabaja-
inrnonuccron 13

dora a negarle al capitalista el acceso a la fuerza de trabajo».'l Por


mi parte, ya he explicado en otro lugar la anécdota de un ejefe» o
»cabecilla » africano al que estuve enseñando la fabrica de Pye (hoy
Philips) en Cambridge, en la que una cadena de mujeres iban mon-
tando los equipos de radio. En el reloj de la entrada, las trabaja-
doras fichaban a sus horas de entrada y salida. Sorprendido, mi
compañero se volvió hacia donde yo estaba y me preguntó, en su
lengua: »¿Son esclavasi"'». Estaba acostumbrado a una forma de or-
ganizar el trabajo mucho más individual, en la que era uno mismo
el que decidía cuando iba a su granja y cuando se marchaba. Así
pues, no es el capitalismo el que instituye la libertad, sino la au-
sencia de opresión, ya sea política o económica. Esta situación pue-
de darse igualmente bajo otro tipo de regímenes.
La otra característica que se suele atribuir al capitalismo es el
desarrollo de una racionalidad basada en el cálculo de la particu-
lar relación que se establece entre los medios y la finalidad. Es cier-
to que los grupos mercantiles son más dados -por fuerza- a cal-
cular los beneficios y las pérdidas, y que este tipo de racionalidad
puede no ser tan característico de las élites anteriores. Sin embar-
go, la idea de que, por ejemplo, los granjeros no hacen cálculos
irracionales» -por simples que sean sus técnicas- es inaceptable
y constituye un elemento mas de las varias concepciones, ya desa-
creditadas, que defendían la irracionalidad de las sociedades anti-
guas, especialmente de las consideradas ~»primitivas».5
De igual modo se ha considerado característico de la cultura
capitalista el pluralismo de sus ideologías, frente al viejo carácter
monolítico de la fe; sobre todo en lo que respecta a los procesos de
desmitificación del mundo y la proliferación de las explicaciones
científicas. Ambos procesos se hicieron muy evidentes en Europa
a partir del Renacimiento y del desarrollo del humanismo; pero si
bien es completamente cierto -que ese tipo de cambios aparecieron
entonces cada vez con mayor frecuencia, no eran rasgos nuevos.
Yo mismo he sostenido que incluso en las sociedades mas simples
se puede encontrar un elemento de incredulidad y agnosticismof
Ademas, tanto la China como la Grecia antigua fueron ciertamen-
te mas pluralistas y humanistas que la Europa medieval. Incluso
14 caruratrsrno v avrooaluvioao: EL unan oaaarz

religiones monoteístas corno el islam han tenido también sus épo-


cas o movimientos humanistas, como señala Zafranif y ha existi-
do asimismo una Ilustración y una Edad de Oro del judaísmo. Este
es un aspecto de gran importancia, sobre el que volveré más ade-
lante; pero quizá podemos concebir estos cambios culturales, de
carácter innovador, como fenómenos en gran medida independien-
tes del proceso de rápida acumulación al que precedieron y que
llamamos capitalismo.
Ello no obstante, este juicio dependerá mucho del sistema de
periodización que escojamos; y en este caso, me ocupo del capita-
lismo industrial. Este aspecto de la periodización fue analizado por
el economista aleman Werner Sombart (1863-1941), quien distin-
guió entre el capitalismo antiguo o primitivo, el alto o medio y el
tardío (1916, 1930). El alto capitalismo se corresponde con el ad-
venimiento de la Revolución Industrial, que él fecha alrededor de
1760. El tardío tuvo lugar tras la primera guerra mundial, es de-
cir, después de lo que otros han denominado «Segunda Revolu-
ción Industrial» lalrededor de 1380), y también después de que el
imperialismo avistara a Lenin; algunos se han referido a esta eta-
pa como -»capitalismo de Estado». Los límites del periodo antiguo
o primitivo, en el que Sombart se interesaba por el papel de los
judíos y los italianos, siempre han sido muy inciertos. Algunos lo
describen como una etapa »rnercantil tardía» o epreindustrial»,
mientras que otros autores la remontan hasta el Renacimiento y la
era de los descubrimientos en Europa; un tercer grupo se rerrorrae
hasta la Edad Ivledia y aun hay quien se remonta hasta el periodo
clasico. Hay quienes no solo han encontrado brotes del capitalis-
mo en Oriente sino también -lo que resulta mucho más llamati-
vo- en los mercados y las actividades artesanales de África, esto
es: en sociedades que ni siquiera han pasado por la Edad del Bron-
ce. Puesto que mi investigación se orienta hacia las raíces eurocén-
tricas de este gran debate, voy a empezar por las afirmaciones re-
lativas a la Europa antigua.
A menudo los economistas prefieren utilizar el término de ca-
pitalismo para referirse a las nuevas formas de acumular riqueza,
como ocurre en el Manifiesto cornnnisra, donde se diferencia de
nnrnonuccron 15

forma expresa entre el excedente generado en las sociedades pri-


rnitivas, que se einvierte» en valores de uso (monumentos públicos,
por ejemplo) y, por otro lado, el generado en las sociedades capi-
talistas. En estas, lo característico es que la riqueza se acumule como
mercancía producida para la venta más que para un uso directo
por parte de sus propietarios; y que, en cierta medida, se reinvier-
ta en la producción. Tanto Adam Smith como Karl Marx habían
quedado impresionados por la gran expansión contemporánea de
la producción de mercancías. Para Smith, el trabajo era »= produc-
tivo» si generaba bienes para la venta, que aumenraran el fondo de
capital de la nación. Marx adoptó un punto de vista semejante en
cuanto al intercambio de capital por mercancías y de mercancías
por capital. Tradicionalmente, estas consideraciones dieron lugar,
primero, a un interés por la motivación, que a menudo se definió
como »maximización de la utilidad» [mejora de nuestras condicio-
nes de vida), en términos de Smith. En segundo lugar, el capitalismo
estaba asociado con unas instituciones sociales concretas, como
por ejemplo la propiedad privada, sobre todo en lo que respecta a
los medios de producción. No obstante, es una idea inaceptable,
por cuanto es obvio que había otros regímenes con sistemas de
propiedad equiparablesfí
Los orígenes del capitalismo, en tanto que régimen basado en
la continua-acumulación de capital, se sitúan a menudo en los mer-
cados que emergieron tras la caída del Imperio Romano. En un
principio estuvieron bajo la dominación de los señores feudales,
en los siglos lx y x; luego se desarrollaron hasta convertirse en un
Estado con influencia política, durante los siglos x11 y xtu; mas rar-
de se transformaron en una clase capitalista, cuya situación quedó
legitimada tanto por la Revolución Inglesa del siglo xvn como por
la Revolución Francesa, ya en el XVIII. Esta evolución de su estado
fue alentada asimismo por el mayor desarrollo de las relaciones de
intercambio y por el creciente uso de la moneda, sobre todo a par-
tir de la importación española del oro y luego la plata de la Amé-
rica del Stu', durante el siglo xvì.
Desde una perspectiva mas abstracta, la evolución histórica del
capitalismo se ha considerado asociada tanto con el desarrollo de
16 CAPITALISMÚ Y MÚDERNIDPLDI EL GRAN DEBATE

una fuerza de trabajo carente de propiedades como con la separa-


ción de las actividades del Estado y del mercado (ela formación de
los dos reinos»). Pero eso implica adoptar una perspectiva histó-
rica singularmente europea y moderna. El intercambio comercial
-e incluso la condición de los mercaderes- ha sido un rasgo ca-
racterístico de muchas sociedades primitivas; yo mismo he descri-
to la presencia de tales grupos de comerciantes en el pueblo gonƒa,
de la Ghana septentrional. Sin duda alguna, la existencia de estos
grupos era muy generalizada y, aunque es raro que alcanzaran un
poder político dominante (con las excepciones, quizá, de la anti-
gua Cartago y las colonias fenicias), lo cierto es que desarrollaron
una cultura de mercado propia en japón, China, el mundo arabe
y otras muchas regiones, actuando con cierta independencia res-
pecto del poder político. Los dos reinos existen desde hace mucho
tiempo, con la aparición de mercaderes especializados cuyas acti-
vidades nunca fueron completamente dominadas por el Estado.
Asimismo, el uso del arado y la tracción animal durante la
Edad del Bronce (c. 3000 antes de nuestra era) hizo nacer la desi-
gualdad en el sistema de posesión de las tierras, y con ello una nue-
va figura en la población activa de los medios rurales: la de la per-
sona carente de propiedades. Este grupo ha constituido siempre
una fuente potencial de ereclutas» para la vida urbana. Allí don-
de, con la ayuda de mano de obra adicional, una sola persona po-
día cultivar áreas mas extensas de tierra, había otras que contarían
con terrenos mínimos y estarían, por tanto, obligadas a ofrecer su
trabajo. Como he defendido en otras obras, este tipo de estratifi-
cación socioeconómica no apareció ni en África ni en otras zonas
en las que predominó el cultivo con azada, puesto que el uso de
esta herramienta dictó una distribución de la tierra mas igualita-
riafl Mientras que, con posterioridad a la Edad del Bronce, hubo
en todas las sociedades un componente de la fuerza de trabajo for-
mado por aquellos que no poseían nada (y por tanto dependían de
un trabajo asalariado o cualquier otro medio de manutención), no
cabe duda de que este creció de una forma muy significativa du-
rante el siglo xvlu, a consecuencia del proceso de industrializa-
ción, el declive de las industrias artesanales y el crecimiento de las
Intaoouccron 1?

manufactureras. Al igual que sucedió con el divorcio de los ámbi-


tos político y económico, esta situación se hizo más acusada con el
amplio crecimiento del intercambio mercantil y con las alteracio-
nes que trajo consigo la Revolución Industrial: pero aun así, estas
actividades ya constituían rasgos importantes de las sociedades
antiguas. Lo que se suelen considerar cambios innovadores repre-
sentaban más bien aumentos en la proporción; aunque no es me-
nos cierto que, por su magnitud, terminaron modificando todo el
sistema.

lvlonaanrzacrón

Los términos de -» modernidad», spremodernidad» y epostmo-


dernidad» desempeñan una función importante y recurrente en el
campo de las actuales humanidades. En el uso diario, sin embargo,
estos términos no tienen excesivo sentido, ya que rnoderno -al
igual que conternporrineo- es un blanco móvil, que apenas puede
representar un estilo o una periodización, si no es de un modo
muy ambiguo y fugaz: lo que en este momento es moderno, acto
seguido se vuelve premoderno. Sin embargo, las ciencias sociales
han tratado de conceder un valor analítico al este concepto. ¿Lo
han conseguido?
Por lo general, lo moderno se ha considerado opuesto a lo stra-
dicional». Ello no obstante, es una oposición desafortunada, pues-
to que da a entender que nosotros -los modernos- prescindimos
de la tradición. En realidad, la única postura sostenible es que es-
tamos (o podemos estar) menos atados por lo que se nos ha lega-
do, y de ahí que podamos ser »más dinámicos»: pero eso no im-
plica que actuemos libres de transferencias. Es indudable que
nuestro medio de comtmicación esencial -el lenguaje, en sus for-
mas oral y escrita- comporta justamente esta clase de compromi-
so con las convenciones del pasado: el compromiso que posibilita
el intercambio.
También se ha identificado la modernidad con el ascenso del
capitalismo, y se la ha vinculado con el crecimiento de la raciona-
18 cavrratrsrno v stonaanrnan: EL unan oasars

lidad y la secularización (o, en fechas más recientes, con la urba-


nización y la industrialización).l° Así, para los regímenes socialis-
tas, smoderno» significaba industrialización sin capitalismo. Por
tanto, para los economistas, y también para los adeptos a la »teo-
ría de la modernización», el concepto ha quedado asociado a las
nociones de sdesarrollo». Igualmente, en la estela de Weber, se lo
apropiaron algunos sociólogos que se interesaban por relaciones
más amplias. Dentro de la tradición parsoniana de la sociología,
Smelser tituló un simposio con el enunciado de «La moderniza-
ción de las relaciones sociales». En él se analizaba la aparición de
la familia nuclear como unidad relativamente aislada del sistema
de parentesco; se trata de un concepto que precisa algtmos matices."
Ruth Coser ensancha aún mas los Hmites y entiende que la fle-
xibilidad intelectual y las complejas operaciones mentales de la
modernidad son afines a la complejidad de las relaciones sociales.
En las sociedades urbanas, en las que estas se encuentran muy dife-
renciadas, los agentes deben interactuar y tomar en consideración
a un gran número de alter u otros, muy superior al que necesitaría
en una zona rural. A su vez, esta interacción mejora su capacidad
de comprender la distribución de las vidas que, pongamos por
caso, la sociedad norteamericana impone a los inmigrantes. A modo
de ejemplo, Coser compara el proceso de adaptación de los inmi-
grantes de un pueblo italiano con el de los judíos de la Europa del
Este, y llega a la conclusión de que el proceso resulta mas fácil
para los judíos, puesto que estos provienen de una situación de par-
tida más compleja.
Se podría apuntar que el caso de la distribución de funciones,
tal cual es mencionado por Coser, guarda mas relación con la ac-
tividad industrial (para algunos, -»capitalista»), porque en esta el
trabajo está separado del hogar, lo que conduce al dominio de la
llamada vracionalidad» en el lugar de trabajo. Pero »la pluralidad
de los mundos vitales» (es decir, de conjuntos de roles o papeles y
conjuntos de condiciones sociales) se extiende mas allá del trabajo.
Como consecuencia, afirma Bergen” la sociedad moderna e obliga
a los individuos a emprender una reflexión» que pertenece eno solo
al mundo exterior, sino también a la subjetividad del individuo».
nvraoouccron 19

De ahí que ela identidad moderna esta singularmente individua-


lizada».'3
Coser sostiene asimismo que la pluralidad de papeles no es tan-
to una fuente de alienación, esto es, de exclusión (como sí han de-
fendido Berger y otros), sino más bien de imbricación de las fun-
ciones y de enriquecimiento individual, es decir: de inclusión. El
proceso de individuación se produce cuando una serie de relacio-
nes (cada una con sus distintos requisitos) exige de la persona el
esfuerzo paralelo de establecer y, al misrno tiempo, sintetizar las
diferencias. En aquellas sociedades en las que el conjunto o el jue-
go de papeles es más simple, ela ausencia de una fuente basica de
perturbación es asimismo la ausencia de una fuente basica de la re-
flexión». Esa clase de restricciones en el seno de la distribución de
los papeles puede existir incluso en las sociedades complejas; ello
ocurre, por lo general, en los estratos más bajos, »en los que no
se ofrece a los trabajadores la oportunidad de establecer relaciones
sociales múltiples y complejas».H Así pues, los más pobres estan
limitados en sus oportunidades para desarrollar el pensamiento
abstracto y, por ejemplo, convertirse en grandes escritores.
¿Es acaso muy distinto, en esencia, este razonamiento de aque-
lla opinión de ilrdam Smith, según la cual -»el individuo que dedica
toda su vida a realizar unas pocas operaciones sencillas» no puede
ampliar su entendimiento y por lo tanto está »mutilado y deforma-
do» PH Evidentemente, la división del trabajo lincluyendo las dife-
rentes exigencias de alfabetización) influye de algún modo sobre
la cognición.” Ahora bien, es importante no exagerar los efectos,
puesto que esta polémica tiene implicaciones muy importantes para
la democracia; así lo percibieron john Stuart Mill, por un lado, y
elitistas como George Bernard Shavv, por el otro.
Si la postura de Coser fuera correcta, se trataría de una indivi-
dualización muy meci-inica, reflejo de la magnitud tanto de la di-
visión de las funciones y su distribución (la smultiplicidad de ac-
tores» de Goffman) como del número de relaciones en las que
participa cada individuo. Coser entiende que esto afecta a la natu-
raleza de los procesos cognitivos. Afirma que s la multiplicidad de
las expectativas a las que se enfrenta el individuo moderno po-
zü' CAPITALISMÚ Y MÚDERNIDADI EL GRAN DEBATE

sibilita la expresión o articulación de los roles de un modo mas


consciente»-.if Dejando a un lado la separación casa-trabajo, este
rasgo es una diferencia de cantidad, más que de clase; y se lo ve
mas como una consecuencia que como la causa de la modernidad.
Pero en un nivel general, no dedicaremos mucha más atención a
este asunto: no es el individualismo en sí mismo lo que nos ocupa.
Este fenómeno ya existía mucho antes de la smodernización» o la
»industrialización »: Fortes indicó de forma clara que entre los ta-
llensi del norte de Ghana cada miembro de un linaje se diferencia-
ba de los otros por su filiación materna (lo que él llamó s filiación
complementaria»); además, el destino de cada individuo lo singu-
lariza espiritualmente, al igual que su compromiso con determi-
nados altares del yin. A cuantos han participado en esta clase de
observaciones nunca les ha cabido la menor duda de que en las so-
ciedades más ssimples» (por ejemplo, las preindustriales) cada in-
dividuo posee una identidad propia, una historia propia de su
vida, su propio relato, definidos entre otras cosas por la progenie,
su ascendencia y las esposas; los lazos de parentesco suponen un
elemento de diferenciación. Lo que Coser sostiene es que esta ruis-
ma multiplicidad de papeles, en las sociedades más complejas (o
urbanas), hace que sus miembros sean más conscientes del indivi-
dualismo, esto es, de la diferencia.
La dicotomía entre lo tradicional y lo moderno ha sido central
para buena parte de la sociología reciente, especialmente para la
que se deriva de las obras de Ivlax "iìfeber.'i Giddens se ve a sí mis-
mo en una »sociedad postradicional»;'9 esto es, ocurre que -» hay
que hacer uso de la elección individual en todos los ámbitos de la
acción social, mientras que en las sociedades premodernas la tra-
dición proporcionaba un horizonte de acciones relativamente fijo».
La tradición es lo que se ha heredado, lo que muchos entienden
como cultura (sel comportamiento aprendido» ). ¿Nos encontramos
entonces en ima sociedad postcultural en la que el snuevo indivi-
dualismo» reina por encima de todo, en la que las elecciones están
completamente abiertas y no reciben la influencia de la vida social
que nos rodea? La respuesta es no. Las sociedades anteriores no
estaban estructuradas según ninguna costumbre que exigiera obe-
inrnonuccron 21

diencia ciega a la stradición». Se podía escoger, había que tomar


decisiones -dónde y cuando cazar, cuando sembrar y cuando re-
colectar-: eran decisiones de las que dependía la propia vida.
Como hemos visto en el ejemplo de mi amigo de Ghana, también
se puede pensar que, en algunos aspectos, en Occidente la vida in-
dividual es mucho menos slibre».
No quiero caer en un relativismo vacilante. Algunos sistemas
sociales son m:-:-is restrictivos que otros, pero hay que examinar
cada caso por separado. Lo que en un lugar es coacción no tiene
por qué serlo en otro: y no existe ninguna barrera infranqueable que
separe las sociedades -stradicionales» (convencionales) de las »mo-
dernas» (individualistas). Ni siquiera en cuestiones religiosas los
miembros de las sociedades primitivas eran creyentes incondicio-
nales, tal y como he sostenido en relación con algunas creencias en
las que había ciertas contradicciones implícitas, lo cual acrecenta-
ba las dudas en la mente de algunos, si no de todos.
Durkheim propuso que en sociedades más simples, como las
cabilas de Argelia, la solidaridad era smecñnica» -los intereses
de un individuo eran bastante semejantes a los de sus vecinos-,
mientras que en las sociedades con una división del trabajo mas
avanzada, se daba una solidaridad sorgánica» entre las partes di-
ferenciadas. I-labía una conexión entre la disposición mental y las
relaciones sociales. En líneas generales, la diferencia se mantiene.
Pero no existe una ruptura muy profunda entre dos clases de so-
ciedades, como supusieron Durlcheim y Adam Smith, sino mas bien
un crecimiento gradual, a lo largo del tiempo, de la complejidad
en la división del trabajo.
Entre los investigadores sociales de los últimos -tiempos, Gid-
dens ha sido el defensor más activo de la modernidad. Su enfoque
-de raíz vveberiana- supera el ambito de lo económico y apunta
hacia una supuesta implicación de factores sociales. Giddens ha
escrito que -»las instituciones modernas difieren de las anteriores
formas de orden social en cuanto a su dinamismo, el grado en el
que debilitan los hábitos tradicionales y las costumbres, y su im-
pacto global. En cualquier caso, no son solamente transformacio-
nes por extensión; la modernidad altera de un modo radical la na-
22 car-irattsiao v raoosa:-unan: ai. unan oanara

turaleza de la vida social cotidiana y afecta a los aspectos más per-


sonales de nuestra experiencia » :fu en otras palabras, se trata de
una transformación del yo. Así, la modernidad se convierte en un
agente »sociológico»: s Hace ya mucho tiempo que se han recono-
cido las conexiones entre la sociología y la aparición de las insti-
tuciones modernas». ¿Es un anuncio un tanto enigmático, o acaso
se quiere decir solamente que la sociología, en tanto que discipli-
na con nombre propio, es un fenómeno reciente?
En esta afirmación no solo es cuestiona ble el concepto de »mo-
dernidad» como actor sociológico {más misterioso incluso que el
-»capitalismo»), sino también la idea de que en otros sistemas la
vida social y el yo no se transformaron de forma paralela: por ejem-
plo, con la llegada del capitalismo industrial. Tanto Marx como
Weber podrían haber respondido de la autoría de esta afirmación.
Puede haber grados de diferencia, que sin duda merecen ser estu-
diados, pero ¿existió una diferencia de clase, con dinamismo tan
extremo que desproveía de fuerza a los hábitos tradicionales? La
idea de que las sociedades etradicionales» [como sea que se entien-
da esa idea) eran estáticas, es decir, carentes de dinamismo, se ha
demostrado ampliamente insatisfactoria.
Aunque no se puede negar que el ritmo del cambio social va en
aumento (por dinamismo e impacto global), no tiene que hacerse
de esta característica el punto central de una diferencia, ligada a
un cambio radical, como se da a entender con el concepto de (má-
xima) modernidad. Giddens critica la tesis de Foucault según la
cual hubo una vía de desarrollo, más o menos directa, que empe-
zó en la fascinación victoriana por la sexualidad y llega hasta épo-
cas más recientes.” Ello es coherente con su tesis general, según
la cual el término smodernidad» no es solo una descripción de lo
contemporáneo (lo que inevitablemente constituye un blanco mó-
vil), sino de una fase radicalmente diferenciada en el desarrollo de
las sociedades htunanas. Quisiera centrarme aquí en un aspecto con-
creto de su discrepancia con Foucault, a saber: aunque en época
victoriana existió una importante literatura médica sobre el sexo,
esta no estaba »atnpliamente representada» en fuentes accesibles
al público de masas. En consecuencia, muchas mujeres casadas
rnrnonuccion 23

llegaron al matrimonio sin ningún conocimiento del sexo. Ahora


bien, la primera afirmación adopta una visión excesivamente ele-
trada» de las representaciones y la transtnisión de la información
(aunque, sin duda, el aumento en el volumen de información y fic-
ción que circulaba por entonces había sido muy notable): el hecho
de que la mayoría de la población no hubiera recibido la suficien-
te alfabetización no significa que no tuvieran conocimiento del
sexo o la sexualidad. Desde ese punto de vista, ¿qué hay que pen-
sar que ocurre en las culttuas analfabetas? Además, en las culturas
alfabetizadas, incluso un analfabeto puede adquirir algún conoci-
miento acerca de la información contenida en los textos.
Constantemente se habla de -» las profundas transfonnaciones cau-
sadas por la igualdad de los sexos, que convierten la negociación en
el orden del día». »i Las mujeres ya no aceptan la dominación mascu-
lina. La vida personal se ha convertido en un proyecto abierto, que
genera nuevas demandas y afanes. Nuestra existencia interperso-
nal está sufriendo una transfiguración, y nos involucra a todos en
lo que llamaré los experimentos sociales del .sita a d:i:t=».f"f Partien-
do del trabajo de Lillian Rubin, Giddens señala un «cambio de
proporciones, cuya magnitud roza lo asombroso, en la relación
que ha unido a hombres y mujeres durante las últimas dos déca-
das».23 Desde la experiencia personal, Rubin recuerda que en la
época de la segunda guerra mundial ella llegó virgen al matrimo-
nio. Con esto hace referencia a la antigua forma de empezar las
uniones sexuales que, desde el punto de vista de la long:-te darás,
es más un salto hacia atrás a las viejas prácticas de buena parte de
la humanidad que una característica de la modernidad. El matri-
monio tardío y el sexo tardío, como nos recuerdan los demógra-
fos, eran rasgos distintivos del modelo occidental de matrimonio,
pero de pocos modelos más.
La idea de un salto espectacular a la modernidad, que rompe
con los hábitos etradicionales», parece negar cualquier parte acti-
va a la cultura {o a la historia, de la que la cultura constituye un
aspecto), a la transmisión de papeles y ftmciones, creencias, hábi-
tos, técnicas, e incluso a los relatos (conformados por sintagrnas
ininterrumpidos) de unos participantes que, durante ese salto, es-
24 CAPITALISMU "I" MÚDERHIDADI EL GRAN DEBATE

tán inmersos en la vida como padres o hijos. Para que su postura


sea más creíble, Giddens tiende siempre a quitar importancia a es-
tos aspectos, cada vez que se hace necesario tomar una decisión
(como por ejemplo en el estudio de Foucault y la sexualidad, o el
del amor romántico): pero luego termina escogiendo la determi-
nación que hace más hincapié en la fractura con lo precedente.
Esta postura dista de ser convincente, desde un punto de vista
empírico y teórico. Las sociedades humanas están compuestas por
cadenas de generaciones entrelazadas, que transmiten a la vez que
innovan, y las culturas humanas son un encadenamiento de co-
municaciones entrelazadas; la innovación sería imposible sin un
lenguaje que permaneciera esencialmente igual a lo largo del tiem-
po, permitiendo así la comunicación intergeneracional e intrage-
neracional. Y la comunicación conlleva, necesariamente, un cierto
nivel de comprensión del otro, de modo que lo nuevo siempre es,
en cierto sentido, la transformación de lo viejo, que lleva consigo
sus propias «huellas».
Tomemos a la familia como ejemplo. I-lay varias tendencias en
la Europa contemporánea que afectan a un tiempo a varias nacio-
nes, aunque en cada lugar avancen a un ritmo ligeramente distin-
to. Estas tendencias 'pueden describirse en términos de «moderni-
dad», aunque están obviamente ligadas a lo anterior. El problema
de la transformación es intrínseco a la existencia de tales «figura-
ciones», como señala insistentemente N. Elias en su crítica de la
sociología estructural-funcionalista. Por otra parte, hay varios as-
pectos que permanecen imnntables a lo largo del tiempo.
Una vez más la modificación -que no la desaparición, como
sugiere Giddens- de la noción de «perversión» (radical en algu-
nas partes, marginal en otras) se ve no tanto como una parte de la
batalla por alcanzar la expresión del yo en un estado liberal y de-
mocrático, sino como «parte de un amplio juego de cambios esen-
ciales para la expansión de la modernidad».f“' Explica que la mo-
dernidad «se vincula con la socialización del mtmdo natural; el
reemplazo progresivo de las estructuras que fueron en su momen-
to parámetros externos de la actividad social mediante procesos
organizados socialmente». Otrora la reproducción fue parte de la
nvrnonuccron 25

naturaleza, pero ahora la sexualidad es una parte esencial de las


relaciones sociales. Se ha «socializado».
En cualquier caso, si ha habido tm proceso característico a lo
largo del discurrir de la historia humana, este ha sido la «sociali-
zación del mundo natural», tanto en el sentido externo (convertir
la naturaleza en cultura) como en el opuesto (interiorización del
proceso). Ninguno de los dos implica un rechazo de la naturaleza,
como algo distinto de su modificación, sobre todo en lo que respec-
ta a la reproducción. Pero esta descripción tan general sirve de poco
a la hora de caracterizar las contribuciones específicas de lo con-
temporáneo y no aporta nada al concepto de modernidad como
forma de vida social. De hecho, al dejar a un lado la explicación
de Foucault o la contribución de Freud, Giddens parece desatender
la dimensión del tiempo histórico en favor de una visión catastró-
fica de lo moderno, en la que todo está «completamente cambiado,
cambiado por completo». Pero este proceso, que describe como
una «interpretación estructural» del fenómeno, ¿representa de ve-
ras nuestra experiencia del presente?
Giddens está entregado a la idea de que el ascenso de los idea-
les del amor romántico es un aspecto de la modernidad, como lo
es «la aparición de la sexualidad» .25 No se trata de que haya solo
dos clases de relación en las que uno pueda entrar, la romántica y
lo que él llama «amor congruente». Si el amor romántico implica
distancia e idealización, es obvio que son rasgos propios de la fase
inicial de una relación, que están más o menos abocados a desapa-
recer con la perseverancia. Una adicción exclusiva al amor román-
tico significaría rm cambio de pareja cada cinco años, por poner
una cifra: por lo tanto, es una fórmula para la inestabilidad de las
relaciones a largo plazo. Va en sentido contrario al evidente atrac-
tivo de mantener un contacto constante durante la infancia de los
hijos propios (esto es, hasta que cumplen los dieciséis años, en las
sociedades occidentales): esto nos da una periodicidad de veinte años
para una unión socialmente exitosa. Según el principio de la liber-
tad de elección, si la primera relación se viene abajo, entonces hay
que poder volver a escoger, a menos que se reconozca otro com-
ponente: el amor congruente, la fidelidad. Esto va en contra del
26 CAPITALISMD Y IMIÚDERI*-llDAD¦ EL GRAN DEBATE

ideal de romance, que puede ser igualmente destructivo o cons-


tructivo, según cada relación en particular.
El amor romántico es un rasgo de la fase de cortejo, mucho más
corta en los matrimonios acordados por los padres o los que se pro-
ducen dentro del sistema de parentesco (como en los sistemas ele-
mentales de Lévi-Strauss). I-lay muy poco espacio para la selección o
la idealización, atmque esta quizá esté mínimamente implicita en cual-
quier proceso de exploración sexual. Ello no obstante, el amor con-
gruente es a todas luces la forma dominante de la relación amorosa,
que puede ser más estable a largo plazo (desde el momento en que no
se desvanece en la misma medida que el romance, o que cualquier des-
vanecimiento puede reconvertirse en fidelidad, hábito o habituación).
En cuanto a la dimensión histórica, la tesis aceptada por un
buen número de historiadores ingleses -según la cual el amor,
como fenómeno generalizado, fue un desarrollo propio de la Ingla-
terra del siglo xvill- parece cada vez menos aceptable, y no única-
mente por su etnocentricidad. La emoción de los celos, por ejemplo
-que de algún modo son el contrapunto del amor-, existió ya en
la Europa antiguaffi y antes incluso en el antiguo Israel.”
Uno de los mayores problemas de los debates acerca de la mo-
dernidad -por no hablar de la postmodernidad- es que no se
acierta a definir adecuadamente el objeto del discurso ni a propo-
ner un mecanismo que dé razón de los cambios que se postulan. Es
indudable que los modos de comunicación -como por ejemplo, el
incremento de la alfabetización- constituyen uno de los factores
de cambio, pero indican un cambio progresivo y no radical, cuya
reflexividad nos conduce a una creciente complejidad en el con-
cepto del yo. El siglo xvtn, en Europa, vio una enorme difusión de
los libros y la lectura. El comercio del libro había experimentado
un crecimiento gradual desde la invención de la imprenta, pero re-
cibió un gran impulso en Gran Bretaña por la abolición en 1695
de la Licensing Act,i dictada en 1662. Este cambio significó la pér-

“' La Licensing Act era una norma de control de la impresión, que por un
lado impedía la publicación de textos contrarios a la Iglesia y el gobierno, y por
otro lado buscaba limitar la edición de obras pirateadas. (N. de la t.)
nvrnonuccron 2'?

dida del monopolio legal que la Stationers' Company poseía sobre


las impresiones y publicaciones, de modo que las imprentas empe-
zaron a florecer en las provincias tanto como en la capital. Proli-
feraron los libreros: así también empezaron a ponerse en marcha
las bibliotecas de préstamo o suscripción y las sociedades de lectu-
ra. La alfabetización masculina creció del 10 por 100 (en 1506) al
45 por 100 (en 1714) y luego al 60 por 100 (a mediados de siglo):
los últimos índices paralelos de la alfabetización femenina eran del
1, 25 y 40 por 100, respectivamente. Los libros podían adquirirse
con más facilidad que nunca, por lo menos en Europa: en el mun-
do árabe, y probablemente también en China, hacía tiempo que
eran más fáciles de conseguir, como veremos más adelante. Los
efectos que ello provocó sobre la conciencia abarcan un amplio
espectro de fenómenos. Brewer afirma que «las historias que rela-
taban acciones heroicas y morales tenían ahora nuevos rivales
en aquellas que hacían resaltar la complejidad psicológica, las ten-
sas relaciones existentes entre las apariencias externas y el senti-
miento interior. El número de narraciones posibles creció enorme-
mente, como caminos para entender y describirse a uno mismo: la
cuestión de qnián o que era cada cual se convertió en mucho más
compleja».13 Este tipo de análisis nos aleja del concepto catastró-
fico de la modernidad, hacia ima explicación más evolutiva del pa-
norama contemporáneo, que todavía no estamos en situación de
calificar como «tardío» o «posterior». La periodicidad, al igual
que su descripción, está aún por resolver.
El tercer elemento de la trilogía que quiero exponer aquí es el
de la «industrialización». Ya en la Antigüedad existían algunas
formas marginales del modo fabril de producciónfi una manufac-
tura desarrollada, que implicaba ya una división compleja del tra-
bajo, se puede encontrar en la producción de objetos cerámicos de
Chinaff' y lo mismo sucede con otras materias primas en Europa,
tanto en Roma” como en otros lugares, y con los productos textiles
en la Inglaterra isabelinadf La fábrica posibilitó ima mayor super-
visión del trabajo y de su disciplina. El número de horas dedicadas
a trabajar creció en Inglaterra de una forma espectacular, lo que
le resultó ventajoso frente a la competencia de ultramar. Pero tam-
28 carurattsino v inoneaninan: et unan nasare

bién permitió el uso colectivo de la energía, ya fuera esta hidráuli-


ca -como en la mayoría de los estados de la zona este de Estados
Unidos- o de vapor. Pero el uso de la energía, sobre todo de la hi-
dráulica, se extendió enormemente por Europa durante la baja
Edad Media, y después de la Edad del Bronce fue un importante
factor de producción en otras zonas del mundo, como por ejemplo
en las islámicas. Ahora bien, desde el siglo xvil muchas fábricas
británicas emplearon carbón mineral como sustituto del vegetal: el
combustible fósil se utilizó en lugar de las limitadas provisiones de
madera.” El carbón también se usaba en la fundición de hierro,
que aumentó considerablemente tanto en Europa como en China.
Todos estos procesos confluyeron en la Revolución Industrial, que
cristalizó en la producción textil inglesa durante la segunda mitad
del siglo xvnl y se extendió a otras esferas y otros países, a menu-
do a una velocidad considerable. ¿Fue esto lo que puso a Europa
en una situación de ventaja o este desarrollo se basó en tmas de-
terminadas características de la población de ese continente, que
vinieran ya de lejos?

La ventaja aunot-ea

La idea de que Europa ha estado en situación aventajada desde


la época clásica es una creencia fuertemente arraigada en los estu-
diosos de las sociedades griega y romana. Algunos han interpretado
que esta ventaja se fundamenta en la excepcional contribución de
Grecia a la vida intelectual, ya sea en cuanto a la racionalidad, la
justicia, la democracia, las técnicas de demostración, el uso de las
matemáticas o su importante contribución a la medicina. La idea
también es intrínseca a los estudios humanísticos y así se mani-
fiesta en varios estudios sobre el papel del alfabeto (griegoliíl o de
sus métodos de demostraciónfi por citar solamente las más creí-
bles de entre tales atribuciones.
Pero las civilizaciones clásicas vinieron seguidas del declive y el
posterior hundimiento de la economía, la política y numerosos as-
pectos culturales, lo que comportó el surgimiento del feudalismo,
n.-rrnonuccton 29

tantas veces analizado en términos meramente rurales. A partir de


ahí hubo una transición: la transición hacia el capitalismo, la in-
dnstrializaeidn y la modernidad. El objeto del gran debate es pre-
cisamente determinar en qué momento empezó todo esto. En pri-
mer lugar se nos presenta la cuestión de la fecha, pero no hay que
olvidar la de las causas. En lo referente a la datación -y dejando
a un lado la época clásica- la ventaja económica europea, que se
fundamenta en la superioridad militar y en el desarrollo educati-
vo, además de en cuestiones políticas, se ha estimado que debió
arrancar hacia el año 1000 de nuestra era:3'5 otros se remontan
hasta el advenimiento de la cristiandadjf o a la vida en los anti-
guos bosques germanos.” I-Iay quienes consideran que la ventaja
europea nació con el progreso de la agricultura y las tecnologías
desarrolladas durante la Edad Media.” La interpretación más fre-
cuente entiende que la ventaja se apoya en el periodo renacentista
y la expansión de Europa, al traer metales preciosos de las Améri-
cas y alentar las empresas mercantiles con Oriente.” Otros pospo-
nen la gran división hasta llegar a la Ilustración (especialmente los
filósofos y sociólogos como l-Iabermasll y Giddensff que se inte-
resaron por los cambios intelectuales), y con más frecuencia hasta
la Revolución Industrial (es el caso de muchos historiadores de la
economía) o incluso a un periodo posterior, a principios del si-
glo xlxfli Todos son candidatos que hay que tomar en consideración.
En cuanto a las causas, el abanico es igualmente amplio. Están
los que miran hacia épocas más tempranas, en favor de la religión
cristiana,`“ el individualismo,"'5 el climalú o la herencia europea en
general.” Respecto del Renacimiento encontramos a algunos estu-
diosos que se centran en los efectos de la colonización y el impe-
rialismo, en el impacto de la llegada del oro y la plata americanos
o del comercio oriental, o incluso en la producción agrícola ame-
ricana de azúcar, tabaco, algodón, y más adelante de carne y cerea-
les. Otros se centran en las consecuencias que la Reforma tuvo
sobre el desarrollo de una ética económica del ahorro y la inver-
sión. Otros se fijan en los avances intelectuales, científicos y filosó-
ficos más en general, durante el Renacimiento y la época siguien-
te, cuando tuvieron lugar fenómenos realmente decisivos, como la
30 car-rratisrao v ivtoneiunnan: EL unan nrsars

revolución científica (encarnada por Francis Bacon y otros estu-


diosos continentales contemporáneos), la adopción y mejora de la
imprenta (con los consiguientes cambios del modelo educativo),'"'
y la Ilustración en sí, con el supuesto triunfo de la «racionali-
dad»."'9 Pero la mayoria se ha centrado en la Revolución Indus-
trial, de 1780 en adelante, con su desarrollo de la producción fa-
bril y el uso del carbón como combustible y del vapor para generar
potencia. Quienes se centran en el siglo J-(Dt consideran que la «era
del vapor» fue el cumplimiento último de estos avances tecnológicos.
Lo que sigue es básicamente un ensayo de cierta extensión, que
parte de un punto de vista personal. No pretende ser exhaustivo.
La palabra «debate» figura en el subtítulo con toda la intención.
Me ocupo del estado actual de los análisis acerca de los orígenes
del capitalismo, la modernización y la industrialización, sobre
todo en cuanto a la naturaleza de la primacía que conceden a Oc-
cidente la mayoría de los comentaristas occidentales. El debate lle-
va mucho tiempo en marcha, y no he profundizado en las contri-
buciones más antiguas: he tendido a centrarme en lo que se ha
escrito recientemente y en tm proceso por el que, gradualmente, se
va haciendo cada vez más hincapié en nuevas cuestiones. Cual-
quier lector podrá recordar a otros pensadores y argumentos que
no he considerado aquí. El punto de vista concreto desde el que es-
cribo es el de alguien que se ha dedicado durante mucho tiempo a
trabajar con materiales secundarios de varias zonas de Eurasia,
principalmente la India y la China, así como algunas partes de
Africa, donde además pasé unos cuantos años entregado a traba-
jos de campo y de archivo. Así, es inevitable que contemple los
problemas del pasado y el presente europeos desde una perspecti-
va distinta a la de aquellos cuya vida intelectual y personal se ha
desarrollado ligada a Occidente y a sus libros.
6

El crecimiento y el intercambio
de culturas mercantiles

I l término -scapital» tiene una tradición de largo arraigo en la


lengua inglesa y otras lenguas europeas. Su primer uso con el
significado de «riqueza de los comerciantes, utilizada para acumu-
lar más riqueza» data de principios del siglo xvlu (1709). Pero el
concepto del «capitalista » lo encontramos solamente a partir de
finales de siglo, con posterioridad a la Revolución industrial, en
boca de Arthur Young (1792,), cuando describe a los adinerados
franceses que pagaban poco en concepto de impuestos directos.
En 1345 Disraeli reflejó en Sybii o las dos naciones la miserable
condición de la mayoría en un tiempo en el que a su vez «florece el
capitalista y acumula riquezas imnensas». El término «capitalismo »
referido a todo un sistema aparece en la novela de Thacl-:eray Los
Netacome (1354), la misma época en la que Karl lvlarx presenta
su extensa y famosa exposición de ese conceptod Marx desarrolla
la idea así: «El punto de partida del capital es la circulación de
mercancías. La producción de mercancías y el desarrollo de su cir-
culación (el comercio) tienen su punto de partida en las condiciones
previas, históricas, en las que aparece. El comercio mundial y el
mercado mtmdial abren, en el siglo xvn, la historia de la vida mo-
derna del capital». Según Marx, podríamos encontrar producción
capitalista ya en los siglos xtv y xv, pero «la era capitalista data
150 caruratrsrno v Monanmnan: at unan nnnare

del siglo xvI».f Alega que el capital mercantil es incapaz de expli-


car por sí mismo la transición de un modo de producción a otro
distinto, aunque actuara como un disolvente sobre el feudalismo.
Sin embargo ocurre que al aparecer medios de producción alterna-
tivos -como con la llegada de la industrialización- el capital
mercantil está disponible para la inversión en el nuevo sistema,
como sucedió en la India del siglo xlx, por citar solo un ejemplo
entre muchos. Con esta inversión se dio un giro total desde una
producción textil, dentro de una industria artesanal: a la manufac-
tura en fábricas mecanizadas y con obreros a sueldo, que en gran
parte estaban financiadas con el capital mercantil. La combinación
de ambos elementos -el capital (no exclusivamente mercantil) y
los nuevos medios de producción- desencadenó la transforma-
ción. Antes de que esto sucediera, pero después de que aumentara
la actividad mercantil, tuvo lugar un periodo, fechado por Marx
entre los siglos 1-tvi y 1'«ÍvI¦1, en el que el feudalismo estaba debilitado
y la industrialización todavía no existía: es la época del dominio
de los comerciantes y la cultura mercantil, que se pone de mani-
fiesto en lo que Nef ha denominado «primera revolución indus-
trial» (hacia 1540-1640), cuyo nombre más habitual, sin embar-
go, es el de «capitalismo mercantil».
El análisis de Marx sobre los orígenes y el desarrollo del capi-
talismo se basa esencialmente en la experiencia europea. Fueron
los siervos de la Edad lvledia quienes dieron lugar, en numerosas
ciudades, a los ciudadanos censados a partir de los cuales creció la
burguesía. En general, el capitalismo se asociaba con el sector bur-
gués y no solo con los comerciantes, entre los que se contaba tanto
la clase subordinada (en las sociedades antiguas), como un elemen-
to dominante (durante la época en la que las actividades comer-
ciales y la especialización del conocimiento se expandieron por
Europa y Asia). El descubrimiento de América también fomentó
este desarrollo: el oro y la plata, y más tarde la cosecha de dinero
que trajo consigo el comercio, una vez costeado el Cabo. La pro-
dución industrial nació a partir del crecimiento de los mercados,
nacionales y extranjerosd El cambio en el modo de producción se
basó en la acumulación de capital, facilitada por la importación de
et cnacriuienro v si tnreacanteio oe cutruaas rueacanrries 151

materiales preciosos desde América y de los beneficios obtenidos a


partir del comercio, incluido el comercio colonial. lvlarx escribe en
El Capital que «no hay duda de que la gran revolución que tuvo lu-
gar en el comercio de los siglos xv! y xvn, simultáneamente con los
descubrimientos geográficos, y que estimuló el desarrollo del capital
comercial, figuró entre los factores más relevantes del proceso de
transición de la producción feudal a la capitalista» fl Lo que hemos
visto, a mi entender, es que esta expansión comercial (excepto en lo
que respecta al intercambio colonial) no se limitaba a Europa, aun
cuando al principio la posterior transformación en producción in-
dustrial sí estuviera restringida. Fue precisamente este último cambio
hacia la maquinaria y no el comercio lo que significó la expansión de
una población activa que no poseía los medios de producción.
Otros han visto la organización de la fuerza de trabajo como
algo crítico. En la definición de Runciman, hay capitalismo cuando
«unos trabajadores que, formalmente, son libres son reclutados
para trabajar de modo regular por empresas en desarrollo, que
compiten en el mercado tras la meta de los beneficios» .5 Ese traba-
jador formalmente libre se puede encontrar en diversas circuns-
tancias: la transición al capitalismo sucede en concreto cuando la
mano de obra asalariada se convierte en predominante dentro del
conjunto de la economía. Hay un contraste claro, por supuesto, con
el trabajador forzado, el siervo o incluso el esclavo de los antiguos
regímenes. Pero decir que el trabajo capitalista o industrial es «li-
bre» resulta engañoso, en determinados aspectos. En las socieda-
des agrícolas preindustriales, y sobre todo en las que practicaban nf'

la agricultura con azada, el trabajador era mucho más «libre». Asi


lo vio mi amigo de Ghana. Se equivocaba al pensar que las muje-
res eran esclavas, pero así era desde su perspectiva de las formas
de trabajo, mucho más «libre». Los economistas, o los escritores
libertarios (pienso en ]. S. Ivlill y su ensayo On Liberty), no descri-
bieron de este modo la libertad económica. Allí se plantea la situa-
ción en la que un hombre escoge su proyecto de vida, y mi amigo
no tenía el mismo grado de libertad de elección. Pero, como seña-
la Peacock, «el orden jerárquico en el lugar de trabajo parece estar
en completo desacuerdo» con esta libertad de acción. Ahi es don-
CAPITALISMO Y IM-'IODERNIDADI EL GRAN DEBATE

de entran en juego en todas las sociedades industriales las «cade-


nas» del trabajador, en la formulación de lvlarx, porque ela base
de la alienación es tecnológica, no institucional».E
Una de las complicaciones que presenta el concepto de capita-
lismo ha sido el problema de su desarrollo en Europa a partir del
« feudalismo», que se ha definido en términos de la propiedad de
las tierras rurales y los sistemas generales de tenencia. Los teóricos
occidentales que han intentado explicar esta transición tienden a
examinar la economía antigua desde el ptmto de vista de la rela-
ción de los señores feudales con la población agrícola: con estos
mismos términos es como se define el feudalismo. Sin duda algu-
na, este sector incluía a la gran mayoría de la población. Pero no
por ello podemos pasar por alto al otro sector de la población (o el
resto de su tiempo), que tenía parte en relaciones de manufactura
e intercambio, a veces bastante complejas. Desde la revolución nr-
bana de la Edad del Bronce, la población y los centros se dedica-
ron a actividades especializadas que implicaban, inevitablemente,
la creación y el intercambio de bienes y servicios a cambio de otros
bienes y otros servicios, o incluso por dinero o valores de intercam-
bio (que se usaban para obtener estos bienes en otros lugares que
no fueran el campo). En los pueblos nadie es autosuficiente: ni hom-
bres ni mujeres son como una isla. De estos intercambios, algunos
tuvieron lugar dentro de la comunidad urbana, otros con el sector
rural o dentro de él, y otros con el exterior (en su mayoría, bienes
de lujo). Y fuesen cuales fuesen los controles políticos, era necesa-
ria también la presencia de un elemento mercantil porque las en-
tradas tenían que equilibrarse con las salidas, por algún sistema,
aunque no fuera muy preciso: tenía que haber algún cálculo de
pérdidas y beneficios. El historiador económico indio I-Iabib ha es-
crito:7 «Podemos aceptar como un hecho universal que a medida
que una sociedad agrícola se desarrolla, empieza el intercambio in-
terregional de determinados productos agrícolas, y a partir de aquí
(y sobre todo, a partir de la producción de excedentes agrícolas),
termina emergiendo una economía urbana».
Podría parecer que incluir esta idea de excedente implica igno-
rar el problema de la acumulación de capital mediante la apropia-
si caaciivuenro v at rnrzncsunnio ne cuirunas :vteacai-rrttes 153

ción del excedente que resulta del trabajo asalariado. Esta acu-
mulación ya tuvo lugar en los sistemas preindustriales, como por
ejemplo en la construcción de bancales en una agricultura avanza-
da: era un trabajo que podían asumir los trabajadores de la granja
(o sus subordinados), pero ese trabajo se pagaba por debajo del
valor que iba a rendirle al patrón. En ambos casos, hay una acu-
mulación que se identifica con una inversión productiva. Una par-
te se puede gastar en lujo y otros productos de consumo, pero in-
cluso en las culturas posteriores a la Edad del Bronce se podía
reinvertir otra parte en una obra nueva. Así es como se han venido
expandiendo desde entonces las empresas mercantiles, manufactu-
reras y agrícolas (aunque mucho más rápidamente, por supuesto,
con el crecimiento de la mecanización y la producción industrial).
Pero el crecirniento económico continuo no se inventó en la Europa
del siglo xvni, por más que entonces el ritmo aumentara tan depri-
sa como se expandían las oportunidades mismas de acumulaciónd
Esta perspectiva rural, como es inevitable, pone sobre la mesa
preguntas acerca del «origen de las ciudades» y de la burguesía,
esto es: sus habitantes, los comerciantes, los « profesionales», los ten-
deros, y también, a menudo, los productores de bienes con los que
se relacionaban, así como los simples intermediarios, que comer-
ciaban con bienes producidos por otros. Desde una perspectiva
feudal reciben un trato marginal, apenas como futuros disolventes:
pero vistos desde una perspectiva mundial, tanto prehistórica como .-F'

histórica, la cosa cambia. Los pueblos y ciudades pequeñas, asi


como el comercio, ya se habían desarrollado bien desde la Edad
del Bronce (hacia 3000 antes de nuestra era), en un rasgo que ca-
racterizó al antiguo Oriente Próximo, Egipto, el valle del lndo y el
valle del río Amarillo (en China).i" Estas sociedades experimenta-
ron lo que Gordon Childe llamó la «revolución urbana»: por en-
tonces los pueblos, los comerciantes, los profesionales y manufac-
tnreros ya estaban establecidos, aunque estos últimos no ocuparán
las posiciones dominantes de la sociedad.
En su investigación sobre el crecimiento de las primeras «ciu-
dades» y la primera «civilización», en Mesopotamia, Childe reco-
noció y analizó de nuevo la posición de los mercaderes en las civi-
154 cartratisrao v rnoosnntnan: EL unan osaare

lizaciones antiguas. Aparte de los sacerdotes, gobernantes y arte-


sanos que habitaban en la ciudad, existían también los «mercade-
res profesionales o comerciantes, que no pertenecían a ninguna
casa divina -y por lo tanto no figuraban en sus listas- pero eran
esenciales para organizar las importaciones (y exportaciones) ne-
cesarias para la vida url:-ana».m Tenían que traer los materiales
desde Omán, Irán, Siria, el Asia Menor e incluso Europa. El perso-
nal dedicado a ello era heterogéneo: algunos debían de ser semitas,
y es probable que utilizaran caravanas para el desierto y flotillas
para el transporte por mar. « En cada término debía haber estable-
cidos organismos semipermanentes para recoger las mercancías y
los cargamentos, igual que las empresas europeas han establecido
fábricas y colonias en las costas africana y china Debido a estas
condiciones, el “comercio” de Oriente fue un agente de difusión
cultural más potente de lo que es hoy en día.»“ Sobre los merca-
dos asirios de Kanes, Anatolia (hacia 2000 antes de nuestra era), de
los que conservamos una rica documentación, Oppenheim escribe
que eran notablemente libres en sus movimientos, que podían lle-
gar a ser muy ricos, sentían orgullo por su condición social y de-
fendían unos modelos éticos muy elevadosdf Los artesanos libres
podían viajar con caravanas, en busca de mercados para sus sedas,
y practicar sus propias religiones: había, por ejemplo, un santua-
rio indio emplazado en Akltad. «Si los cultos se transmitían así, las
artes y los oficios provechosos podían difundirse con la misma fa-
cilidad. El comercio fomentaba la concentración de la experiencia
humana» 'tj' Una de las consecuencias del comercio, por tanto, fue
el incremento de la heterogeneidad de los asentamientos.
No cabe duda de que «los mercaderes indispensables, forzados
a viajar por su profesión» dependían de la demanda de bienes y
del desarrollo de las manufacturas: Childe ha escrito acerca de una
«población industrial»'”' y de la existencia de diferencias (y con-
flictos) de clase, no menos relevantes que las étnicas. Esta «nueva
clase media», que usaba la «moneda» y desarrollaba la escritura y
las medidas -sabstractas», actuó como rm « disolvente» aplicado so-
bre las antiguas sociedades «gentiles » (los términos son suyos). I-Iago
hincapié en las ciudades y sus habitantes porque, aunque es cierto
st caacnvnenro v EL inrencastaio nz cutruaas iviaacanrites 155

que no han sido dominantes hasta hace poco tiempo, sirvieron


como nodos de los sistemas de intercambio, de manufactura (en
buena medida) y del desarrollo del conocimiento. Fueron el núcleo
de futuros cambios económicos, políticos y, más genéricamente,
culturales. Proporcionaron una plataforma para un despegue en el
que nunca dejaron de estar implicados.
Nos encontramos, pues, ante :mos problemas considerables, cau-
sados por la preferencia que suele concederse a Europa en lo que
respecta a ordenar cronológicamente el desarrollo mundial. Eso su-
puso asignar un significado «evolutivo » al paso de la Antigüedad al
feudalismo, y de ahí al capitalismo, de modo que Asia se convirtió
en una excepción al no tener feudalismo (dejemos a un lado el ogro
de los despotismos asiáticos). Ahora bien, lo que los datos avalan es
que Oriente y Occidente tienen las mismas raíces en la Edad del
Bronce y su revolución urbana. Y se ha alegado de forma convin-
cente que el feudalismo como tal no solo se encuentra en otras zo-
nas, sino que los regímenes de Oriente y Occidente (y esto sí incluye
ahora a los llamados «despotismos asiáticos ») eran ambos variantes
de un mismo sistema, que podría denominarse «tributarios-.15
Así pues, el hincapié en el feudalismo ha oscurecido los oríge-
nes comunes y ha quitado importancia, en Occidente, al papel de
los pueblos y ciudades. A lo largo del tiempo, estos fueron adqui-
riendo una importancia política cada vez mayor, en relación con
los grandes propietarios de tierras (los aristócratas feudales). Su
poder creció con respecto a los demás integrantes del sistema de
gobierno, en la medida en que la realeza y la aristocracia estaban
obligadas a reconocer su importancia, sobre todo su valioso papel
como proveedores de bienes, servicios, finanzas y -salta» cultura.
En las ciudades, e igualmente para la burguesía que las habitaba
(contando con los artesanos, los tenderos y el personal de servi-
cio), eran imprescindibles, cuando menos para la supervivencia a
largo plazo. El llamado «ascenso del feudalismo» supuso el decli-
ve de la «sociedad antigua», de los herederos occidentales de la re-
volución urbana, lo cual hizo que se descompusiera la continuidad
urbana: pero no llegó a desaparecer, ni siquiera en Occidente. En-
tre tanto, en Damasco, Bagdad y otras muchas ciudades de Orien-
156 carnratisrno v ruonnnntoan: EL oi-tan nenarn

te, la vida urbana continuaba adelante y seguía su desarrollo. Flo-


recieron y crecieron la civilización y la cultura escrita, sobre la
base de los logros de los griegos (y, de forma un tanto más indirec-
ta, de los mesopotámicos). Lo mismo sucedió en la China y en la
India. Se desarrollaron sistemas productivos que se fueron compli-
cando con el tiempo: en China destacó la producción de libros (con
el uso del papel y la invención de la imprenta), arroz (con la intro-
ducción de la doble cosecha), seda,“5 bronce y porcelana:'í una par-
te de estos productos se introdujo asimismo en el comercio de ex-
portación. Hubo redes de comercio (y las concomitantes redes de
conocimiento) que enlazaron Oriente y Occidente.
Haciendo hincapié en la circulación de la tecnología, el histo-
riador Thomas Glick escribe que «en general, el movimiento de di-
fusión tecnológica en la alta Edad Media sigue una trayectoria que
parte de la China y la India en dirección a Occidente, pasando por
Persia, que también fue un núcleo de innovación técnica» .13 Los si-
nólogos quieren poner el acento sobre la lentitud del traspaso, y
los islamistas sobre la rapidez: fue una cuestión variable. Con res-
pecto a Europa, los chinos llevaban una ventaja de por lo menos
mil años, en el desarrollo de determinadas técnicas de fundición, o
incluso en aparatos tan simples como la carretilla. El uso del papel
ya se había difundido desde Samarkanda a mediados del siglo vìn,
llegando a Al-Andalus a mediados del x: y la difusión de los nú-
meros «árabigos» fue cosa de unas pocas décadas.
El papel era una mercancía que, junto con la porcelana, se pro-
ducía en China a «escala industrial».”' Se han encontrado fragmen-
tos de papel que se remontan al siglo II antes de nuestra era. Du-
rante la dinastía jin oriental (31?'-420) ya había pasado a formar
parte de la vida diaria, y se utilizaba para una enorme variedad de
propósitos. Al principio se producía a nivel local, pero en 1101 el
Estado estableció sus propias fábricas, destinadas exclusivamente
a la impresión de papel moneda. «En tm texto de 1175 se afirma
que había más de mil trabajadores en la fábrica de I-Iangzhou. En
Sichuán había pueblos enteros de trabajadores del papel, a menu-
do campesinos que habían abandonado sus granjas por sueldos
mejores.››f“ La demanda se avivó por el uso generalizado del dine-
EL cnscnvnanro v et rureacaivisio nz cutruaas siaacaurttas 15'?

to funerario (ligado al culto de los antepasados) y «por el enorme


incremento de la impresión». Este papel se producía en los moli-
nos: en 15 97 «una zona de jangxi tenía treinta fábricas de papel,
cada una de ellas con mil o dos mil trabajadores» .fl
El papel se extendió hacia el oeste antes de que los árabes lle-
garan allí: ocurrió de la mano de los monjes budistas y de los mer-
caderes de la Ruta de la seda, que cruzaban el Asia central. Se han
encontrado papeles escritos con caracteres chinos y empleados para
anotar compras en un yacimiento del Setecientos en las montañas
del Cáucasoflu En el mundo árabe fue introducido por vez primera
en el siglo vlfl y alcanzó la Europa musulmana en el x, pero las fá-
bricas de papel no se establecieron allí hasta el lol. A menudo se
dice que los chinos mantuvieron el secreto de la fabricación del pa-
pel hasta que un grupo de artesanos fue capturado por los árabes
en el siglo vI1I. Tsien lo niega,13 y sugiere que esa historia apareció
porque luego fueron los europeos quienes quisieron mantener los
secretos comerciales, y algunas veces requerían un juramento de fide
lidad por parte de los trabajadores de sus fábricas, cuando se solicita-
ba una patente de monopolio de las materias primas y la manufac-
tura. El papel emigró muy pronto hacia el este, hacia Corea y japón, y
también hacia el oeste, a la zona de Turfan. Pasó por Samarkanda
y luego rápidamente a Bagdad, donde los chinos establecieron una
segunda fábrica de papel hacia 794. Desde entonces, el papel reem-
plazó al pergamino, y los árabes estuvieron abasteciendo al merca-
do europeo hasta el siglo xv. El papel apareció en Al-Andalus ya en
el siglo x, y la primera fábrica de papel de la península ibérica se es-
tableció en la ciudad de játiva, famosa por su lino.
«Las necesidades de la burocracia pudieron favorecer la adop-
ción del papel por parte de los funcionarios musulmanes, pero a su
vez la disponibilidad de este material en las tierras islámicas también
fomentó el florecimiento de los libros y de una cultura escrita in-
comparablemente más brillante de lo que se conocía en cualquier
parte de Europa.»Pl El número de ejemplares de cada libro superaba
al equivalente de China, aun a pesar de que estos utilizaban la im-
prenta. Formaban parte de una cultura que se extendía desde Cór-
doba hasta la frontera misma de China, en todos los lugares en los
153 caviratissco v iuoneaninan: st. unan nsaare

que se reconociera la santidad del Corán y el lenguaje en el que esta-


ba escrito: esto representaba un mercado común en el que los bienes
y las ideas podían circular con rapidez. Este fenómeno se vio faci-
litado por el hecho de que el Corán hizo que en el islam -«cultura
del libro »- se concediera un extraordinario prestigio a la escritura.
Mientras que alcanzar Samarkanda costó cinco siglos, la con-
quista de esta ciudad por parte de la dinastía abasí conllevó que el
papel fuera adoptado por la burocracia y que su uso se extendiera
luego a la península ibérica, como ya hemos avanzado, dos siglos
más tarde. La burocracia y el papel se desarrollaron favorecidas
por un impulso mutuo. En el siglo x las fábricas de papel bagdadí
se complementaron con la producción de los molinos del Tigris,
aunque no sabemos con certeza que realmente se utilizaran en la
fabricación de papel. Sin embargo, en un periodo anterior -a las
afueras del Damasco del siglo tx- hubo varias fábricas de papel
movidas por la fuerza del agua. El papel se convirtió allí en una in-
dustria principal, cuyo producto se dedicaba ampliamente a la ex-
portación (incluyendo una variedad muy ligera para las palomas
mensajeras), hasta que la ciudad fue saqueada en 1401 por Ta-
merlán. Desde la década de 1340 Italia -que había conseguido
hacerse con el procedimiento árabe- se convirtió en una de las
fuentes más importantes de la importación. Sin embargo, si bien el
papel se empleaba para los archivos, en un principio se dio cierta
reticencia entre los musulmanes, judíos y cristianos a copiar la es-
critura sagrada en una superficie distinta a la del pergamino: los
musulmanes fueron los primeros en adoptar el nuevo material.
La primera fábrica de papel cristiana fue construida en 1 15 7 en
Vidalon, cerca de la frontera de Francia con España. En Italia,
el papel -importado de Sicilia- estuvo prohibido en un principio
para los documentos oficiales, pero al final se levantó ima fábrica
en Fabriano, entre 1263 y 1276. Más tarde la producción de papel
se extendió a Bolonia (1293) y a otras ciudades del norte de Italia.
La primera fábrica francesa se erigió en Troyes en 1343. Alemania
empezó con este tipo de manufactura a finales del siglo iov, y el pa-
pel se empleaba en la impresión nuremberguiana con planchas de
madera. Se dice que en los Países Bajos hubo una fábrica en 1423,
EL CRECIMIENTO Y EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

pero no se estableció definitivamente hasta 15 36. En Inglaterra, las


primeras transacciones escritas sobre papel datan de principios del
siglo xiv: las primeras imprentas, como la de Caxton, tenían que
utilizar materiales importados, aunque antes de 1495 ya había fá-
bricas. Hacia finales del siglo xvll, doscientos años después, halla-
mos en Inglaterra seiscientas fábricas.
En cuanto a las técnicas de impresión, parece que siguieron una
trayectoria similar, gracias a que durante la conquista de los mon-
goles existió un contacto muy estrecho entre Oriente y Occidente.
Las planchas de impresión, que se habían utilizado por primera vez
en la China entre los siglos vi y lx de nuestra era para textos bu-
distas, ya se conocían en Europa antes de Gutemberg. Cuando la
imprenta china se extendió a una zona habitada por uigur turco-
hablantes, que usaban una escritura alfabética, se emplearon ya al-
gunos tipos móviles: ello demuestra que se trataba de una adapta-
ción natural, según Tsiendí Los uigur fueron conquistados por los
mongoles e incorporados a sus ejércitos, que finalmente tomaron
Persia. La influencia china fue muy intensa desde mediados del si-
glo )-tul hasta principios del xlv. En 1294 se llegó a imprimir papel
moneda en Tabriz, siguiendo la práctica china. El erudito funcio-
nario Rashid ed-Din, en su historia del mundo (1301-1311), inclu-
yó tma breve explicación sobre la imprenta china, y aunque la re-
ligión islámica no estaba a favor de la imprenta (ni la palabra
divina ni la de su profeta debían copiarse más que a mano) se han
encontrado en Egipto algunos trozos de material impreso, fecha-
dos entre el 900 y el 1330 antes de nuestra era.
No solo el papel se producía a nivel industrial. Ledderose ha es-
crito lo siguiente, respecto de China: «Mucho de lo que llamamos
arte chino está producido en fábricas», en materiales como el bron-
ce, la seda, la laca, la cerámica y la madera.” Esta «producción fa-
bril», que empezó muy pronto, puede calificarse adecuadamente
como tal. Se diferencia ba de los talleres formados por un maestro
artesano y sus aprendices, que se define según propiedades sistémi-
cas, la organización de la fuerza de trabajo, la división de las ta-
reas, el control de calidad, la producción social y la estandarización.
La fábrica, por el contrario, está capitaneada por un individuo que
160 c.-tr-tratisivio v sionaaninao: si citan oasara

no ha de ser por fuerza un artesano: es el que está al cargo de or-


ganizar la producción.
Cabe la posibilidad, a juicio de Ledderosefí de que el sistema
fabril chino hubiera influido en los desarrollos europeos. El padre
dlfintrecolles recogió una descripción minuciosa del proceso de
trabajo de la primera fábrica europea de porcelana (establecida en
Meissen), así como en las primeras fábricas estatales de la Europa
del siglo 3-tvtl (creadas por ejemplo en Francia, por iniciativa de
Colbert [1619-1635)). Europa desarrolló la maquinaria, pero la
producción en masa existía desde antes, sobre todo en lo que res-
pecta a la cerámica. Fue en 1769 cuando Wedgvvood fundó una
fábrica en Staffordshire que hacía un uso pleno de las posibilida-
des ofrecidas por la división del trabajo y se centraba en la disci-
plina fabrilfli La idea procedía justo de la lectura de las cartas del
padre d'Entrecolles.
El problema de los teóricos europeos llega a un punto especial-
mente crítico en este debate sobre el papel de las ciudades y la
urbanización. Algunas veces la modernización se equipara con el
crecimiento de las ciudades: a menudo, con el exceso de su creci-
miento, como se describe en la película Metropolis de Fritz Lang y
muchas otras creaciones artísticas. Pero es evidente que la urbani-
zación no fue solamente un rasgo característico de Occidente o
el capitalismo, fueran cuales fueran sus modelos de crecimiento en
los siglo xix y xx. Los primeros europeos que visitaron la India se
quedaron atónitos ante la magnitud y complejidad de sus ciuda-
des: lo mismo sucedió a Marco Polo durante su viaje a China. Así
pues, el rasgo esencial de la vida moderna no pueden ser ni las ciu-
dades mismas ni la gente que vivía en ellas. En consecuencia, los
estudiosos europeos decidieron que las ciudades occidentales -y
sobre todo las comunidades que aparecieron al norte de Italia a
principios de la Edad Media- eran esencialmente diferentes. Esta
supuesta diferencia histórica se comparó entonces con modelos te-
óricos de las ciudades de Asia, en un intento por mostrar que sola-
mente las primeras eran capaces de producir los empresarios sufi-
cientes y una burguesía amante de la libertad, que conformara la
base de un sistema capitalista.
nt cascnvntnro v EL inreacasisio oa cuuruaas srancanrites 161

Algunos historiadores modernos de las ciudades chinas e in-


dias, como Rovve” y Gillionfü han demostrado que esta supuesta
diferencia es muy dudosa. Lo mismo ocurre con la velocidad a la
que la producción industrial fue incorporada en japón, China y el
sureste asiático, así como en el subcontinente indio, aunque en
este caso de forma menos destacada. Parece que en muchos luga-
res los habitantes de las ciudades estaban preparados para adoptar
nuevas formas de producción (así como las relaciones sociales que
estas implicaban), lo cual contribuye a sembrar la duda respecto
de la mayoría de nociones sobre la singularidad europea. No se
pone todo en duda, por supuesto: es cierto que Europa se «indus-
trializó» con maquinaria antes que los otros continentes, aun cuando
en otras regiones se desarrolló una manufactura compleja. Pero el
capitalismo, en el sentido más amplio del término -por no hablar
de la «modernización»-, es otra cuestión completamente distinta.
I-lay ima consideración acerca del ascenso de la burguesía por
toda Asia después de la Edad del Bronce que suscita un problema
explicativo. Los arqueólogos se ven obligados a dar cuenta del
desarrollo de las formas de producción (tales como el paso de la
Edad del Bronce a la Edad del Hierro) en términos muy generales,
en parte porque carecen de otros datos que los materiales. Pero
muchos cambios (como el paso al Neolítico) tuvieron lugar por
todo el mundo, de modo que no podemos dar por sentado que este
paso exigiera tm especial conjtmto previo de «constelaciones» cultu-
rales. No por eso debemos negar importancia a estos factores más
particulares, pero sí es cierto que hay que tener en cuenta determi-
nados desarrollos socioeconómicos en unos términos más inclusivos.
Dejando a un lado por un momento la súbita y radical transfor-
mación implícita en una idea como la de « revolución», los cambios
en los modelos de consumo tuvieron lugar de forma gradual, a lo
largo del tiempo, en relación con la creciente complejidad de los sis-
temas de intercambio. Estos estaban ligados, por fuerza, a los cam-
bios en los sistemas de producción. En los métodos de producción
textil, por ejemplo, se fueron introduciendo numerosas mejoras,
entre las que cabe mencionar el uso de una «maquinaria » simple.
Es un error contemplar el cambio -que siempre es eventualmen-
162 cartrattsiuo v i-aoneaninan: EL unan oenare

te posible, incluso en el «estancamiento » de las sociedades «tradi-


cionales»- como algo invariablemente catastrófico. Lo más fre-
cuente es que suponga una forma de crecimiento.
El ascenso de la burguesía también fue un proceso gradual, que
tuvo lugar no solo en la Europa occidental, sino en muchos luga-
res del mundo euroasiático, donde se vinculaba con la extensión
del comercio, a escala tanto nacional como internacional. El co-
mercio transcontinental fue potenciado por el control de los me-
tales preciosos de América, así como por la apertura de las rutas
marinas hacia Oriente y las Indias occidentales, en la que se co-
noce como «Era de las Explotaciones». Pero estas actividades se
levantaron sobre otras redes ya formadas previamente, como el
comercio de oro transaharianoil y el antiguo comercio de espe-
cias, sedas y otras telas orientalesff que ya había contemplado el
ascenso de los ricos mercaderes de la India y otros lugares -en los
que su presencia está atestiguada bastante antes de la llegada de
los europeos-33 así como en el Oriente Próximo” y en la China.”
Los comerciantes de la India provenían en su mayoría del Guja-
rat occidental y las costas orientales de Coromandel, pero en la épo-
ca en que tuvo lugar esta expansión europea se los podía encontrar
en todos los grandes puertos del Océano Índico y los mares de China.
De hecho, Vasco da Gama fue conducido a la India desde el Africa
oriental por un capitán guyaratí. Desde el siglo xv en adelante, los
sind del norte también contribuyeron a esta diáspora. Durante el pe-
riodo Mughal, algunos comerciantes siguieron las rutas del interior
que conducían a Irán y Turan.” Según fuentes árabes, los mercaderes
indios estaban presentes en el puerto de Siraf (Golfo Pérsico) por lo
menos desde el siglo tx, y frecuentaban también las costas de Omán,
Socotra y Adén. Y sabemos, por los documentos de la Geniza cairo-
ta y por la distribución en la India de los grupos cristianos y judíos
del Oriente Próximo, que el comercio transcontinental había empe-
zado mucho antes. Fue en las dos direcciones, hacia el oeste y tam-
bién hacia el este, a Malacca, Indochina e incluso a zonas todavía más
orientales. En el siglo xlv, los mercaderes indios navegaban regular-
mente por el mar del sur de China, como atestigua el templo hindú en
el puerto meridional de Quanzhou (Zaitun).
EL caacnvnesrro v at tnrsncas-into ne cutruaas siaacanritss 163

Si la riqueza mercantil y el intercambio monetario actuaron


como disolventes del «feudalismo» occidental (a pesar de que ya
habían estado bien representados mucho tiempo atrás, en el perio-
do clásico), eso mismo ha de ser igual de cierto para los regímenes
(posiblemente «tributarios») del resto de Eurasia. Aunque a me-
nudo se afirma que los círculos gobernantes de los países asiáticos
eran hostiles a los comerciantes (y de hecho, lo mismo se ha afir-
mado de muchos de los gobernantes occidentales), sin embargo
los mercaderes existieron y, al igual que la burguesía «alfabetiza-
da» y especializada (los abogados, administradores y sacerdotes)
desempeñaba servicios esenciales para ellos. Fue el florecimiento
de estos servicios y del comercio en todos los niveles, así como la
prosperidad que comportó la generalización de la comunicación
alfabetizada, lo que condujo a una modificación de estos regíme-
nes en pro de los intereses de las clases medias.
A propósito de las teorías de Pomeranz, Parthasarati ha señala-
do que cuando este trata de forma aislada las zonas de divergen-
cia, está «pasando por alto los importantes intercambios y víncu-
los que tmieron a Europa y Asia, especialmente en el comercio de
bienes manufacturados».3í Este comercio, realizado a través del
continente euroasiático, ofreció un importante contexto para las
actividades económicas. Parthasarathi añade que esto supuso una
serie de presiones económicas por las que las oportunidades fue-
ron radicalmente distintas. Pero también tenían mucho en común,
desde el momento en que participaban de un sistema de comercio
conjunto, que requería comunicación entre las partes principales:
eso incluía el intercambio de ciertos tipos de información, a pesar
de que se intentó restringir esa difusión. Esto sucedió en la produc-
ción de la seda, que empezó en China hacia el año 3000 antes de
nuestra era y cuyo secreto estaba protegido con la pena de muerte.”
Pero el secreto fue divulgado: posiblemente en el siglo vi, por dos
monjes nestorianos de Persia, de los que se dice que escondieron
algunos huevos en sus báculos de bambú. No solo la seda alcanzó
las fronteras eiuopeas desde China, por medio de los árabes y el
mundo bizantino: también llegaron las técnicas de su tratamiento
(en tm principio, el huso y el carrete).í'9 Oriente Próximo también
CAPITALISMO `ì" MODERNIDAD; EL GRAN DEBATE

contaba con una floreciente industria de los tejidos de seda en el


siglo II de nuestra era: la seda bruta se importaba desde China. En
la peninsula ibérica esa tecnología fue introducida por los árabes
en el siglo VIII. Después de las conquistas musulmanas, hubo una
zona de interés común y de frecuentes comunicaciones que se ex-
tendió a lo largo de todo el continente euroasiático. Finalmente, el
tejido de la seda se expandió por el Mediterráneo: Corinto, Vene-
cia, Palermo y Al-Andalus. En la península ibérica, Granada fue
uno de los primeros centros. En Francia, el primer taller se instaló
en Tours, en la época de las cruzadas. La industria de la seda ita-
liana de los siglos XIII y KW- también dependía de materias primas
importadas, mientras que, según parece, los musulmanes de Espa-
ña y Sicilia usaban materiales propios. En Italia la producción de
la seda empezó en el valle del Po en el siglo X, probablemente a
través de la conexión con Bizancio y Venecia. También encontra-
mos producción en el Salerno del siglo xl, con tejedores y cultiva-
dores venidos de Oriente.
El éxito comercial de Italia en los mercados de seda europeos
empezó en el siglo XIII, especialmente en Lucca, Venecia y Floren-
cia. Kuhn sostiene que los instrumentos y la maquinaria para la
producción de la seda fueron transmitidos desde China a Europa
mayoritariamente por los mercaderes, pero durante un largo pe-
riodo de tiempo. El huso y el carrete fueron parte de estas transfe-
rencias. En la China del siglo X1 se usaba un bastidor a pedal para
devanar la seda: la ilustración más antigua de Italia data de 1510 y
muestra muchos rasgos «chinos». Pero debido sobre todo a razo-
nes económicasff' las técnicas chinas no siguieron evolucionando
en paralelo a la muy competitiva industria italiana, donde se hizo
un gran esfuerzo por impedir que las mejoras se difundieran más
allá de los límites de la ciudad. En 1272 o 1276 un exiliado de
Lucca, llamado Borgesano, llevó el invento de un bastidor hidráu-
lico a Bolonia, por lo que fue muy honrado. Sin embargo, los bo-
loñeses se ven a sí mismos como los responsables de esta contribu-
ción a la mecanización, y la fechan en el siglo XVI. La difusión de
este conocimiento de la producción mecanizada del hilo, desde Bo-
lonia a otras ciudades, estaba restringida. Los trabajadores de la in-
EL CRECIMIENTO Y EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

dustria boloñesa tenían prohibido divulgar los secretos de su pro-


ceso, bajo pena de muerte,41 a la vez que también estaba prohibida
la emigración de los sederos a otras ciudades. Sin embargo, las téc-
nicas acabaron siendo transmitidas a otros lugares del norte de
Italia, y finalmente (a principios del siglo xvnl) a Francia y a Ingla-
terra, donde se aplicaban restricciones similares. «Debido a que el
comercio era una actividad compartida, la vida medieval manifes-
tó muchas similitudes en toda la Europa medieval, ya fuera en el
Mediterráneo, el interior o el Báltico.»“'1 Hovvard habla de las ciu-
dades cristianas y musulmanas, pero esa misma consideración se pue-
de aplicar a la vida de los centros comerciales de cualquier otra par-
te- Los paralelismos son muy frecuentes.
El movimiento de la información, según distintos modos, puede
verse como un fenómeno transcontinental. De hecho, mvo que serlo,
desde el momento en que se basaba en el intercambio internacional:
la demanda de tela de la India trajo consigo cambios en los modelos
de consumo de Europa, y luego en sus modelos de producción, en
tanto que se intentaba reproducir con medios más mecanizados la
tela de la India y la porcelana de la China. Estos procesos eran pro-
pios de la Revolución Industrial y más tarde fueron reproducidos en
Oriente: es lo que Blaut denomina «difusión entrecruzada».
La causa inmediata de esta revolución, que saca a la luz una
cuestión afín como es la de la producción (más que del consumo),
fue un intento de competir con las importaciones orientales, en un
proceso que se veía facilitado por el acceso que Europa tenía al
oro americano y a sus tierras, adquiridas mediante conquistas y
asentamientos, que a su vez habían requerido un desarrollo espe-
cífico de las tecnologías navales y los equipos militares: en pala-
bras de Cipolla, -«cañones y velas». El desarrollo de máquinas ca-
paces de competir en la producción le debía mucho al ascenso de
la ciencia y la tecnología en la fase anterior del desarrollo bingués,
que a su vez tenía una gran deuda con la llegada de la imprenta y
los cambios en las formas de comunicación.” Al aumento del co-
nocimiento científico acompañó una reducción de la importancia
de la interpretación religiosa -lo que Weber llamó el «desencan-
tamiento» del mundo-, aunque para la mayoría de personas se
CAPITALISMO Y MODERNIDAD: EL GRAN DEBATE

convirtió más en un recorte que en un rechazo: no era el fin de la


magia y la religión, como creyeron muchos autores decimonóni-
cos, sino un confinamiento a unas esferas del pensamiento y la ac-
ción más limitadas.4'l
Fue la Revolución Industrial la que, con su demanda de gran-
des inversiones en maquinaria y operarios; cambió el modo de
producción: ello hasta el extremo de que podemos afirmar que co-
laboró en el desarrollo del «capitalismo»: desarrollo más que in-
trodnccidn, porque el trabajo asalariado (o su equivalente) bajo
un sistema de clases o de estamentos existía desde hacía mucho
tiempo, Una característica de la Edad del Bronce es que condujo
a la creación de un proletariado tanto urbano como industrial:
trabajadores que no tenían acceso independiente a los medios de
subsistencia y que por lo tanto tenían que trabajar para otros, o
depender de la caridad de otros. Lo que hizo la Revolución Indus-
trial fue generalizar la dependencia plena del trabajo asalariado en
gran parte del sistema productivo y distributivo, entonces en ex-
pansión. Por supuesto, esto se basaba también en la movilización
del capital necesario para abastecer a los sistemas de producción y
distribución. En muchos casos, esto lo llevaron a cabo empresarios
privados, o federaciones de asesores empresariales, que organiza-
ban el proceso: pero a veces (no siempre, ni siquiera en las poste-
riores sociedades socialistas) se ocupaban de esto las asociaciones
civiles o gubernamentales (por ejemplo, los sindicatos y las coo-
perativas). Los primeros son de naturaleza capitalista: las segun-
das no, de ninguna manera. El cambio en el modo de producción
generalizó este sistema de trabajo asalariado en toda la sociedad.
Planteemos un modelo de desarrollo cultural de las ciudades
desde la época de la revolución urbana. El intercambio de bienes
era constante entre ellas, de modo que también había formas de
producir los bienes y modos de producción y de comunicación en
un sentido amplio: no eran necesariamente los métodos actuales
de regadío, tejido o escritura, sino más bien las ideas para empezar
a ponerlos en marcha. Entonces se expandieron las ciudades, que
produjeron más especialistas y más bienes, tanto para el consrmio
como para el intercambio. La mejora gradual de las técnicas, los
EL CRECIMIENTO Y EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

productos y los procedimientos fue pasando por las rutas del co-
mercio, los viajes, la comunicación o la peregrinación: las rutas, en
suma, por las que se movían los bienes y las personas. Para ilustrar
este flujo de ideas y técnicas podemos fijarnos en la obra del anda-
luz Maslama (m. 1007) sobre las tablas astronómicas. Maslama
revisó las tablas que había creado al-Khavrarizmi en Oriente Próxi-
mo en el siglo vn, que partían de fuentes indias y helenísricas. Exis-
ten muchos otros ejemplos similares. Entre los agentes de transmi-
sión se encuentran también creyentes que hicieron mucho en favor
de la difusión de la información, como sucedió con los monjes budis-
tas y la fabricación del papel: en China, la fabricación de pinceles,
papel y tinta formaba parte de la instrucción misma de los monjes.”
Desde el siglo xnl se incrementó la influencia oriental sobre Eu-
ropa, debido a la apertura de la ruta terrestre hacia China (aun-
que ya se la usaba en época romana): en el siglo 1-tu los artistas eu-
ropeos del reino de los cruzados de Jerusalén irnitaban por sistema
los iconos bizantinos, algunos de los cuales ya estaban en deuda
con el arte oriental de la India y la Chinafilf Los productos de
Oriente, sobre todo la seda y la porcelana, habían hecho su apari-
ción en Occidente mucho tiempo atrás, en tiempos recientes por la
intermediación del mundo islámico, Luego, la apertura de la ruta
marítima, junto con el crecimiento de la economía y el intenso in-
terés por las «curiosidades» (y el conocimiento en general), intro-
dujeron una gran cantidad de importaciones mucho más baratas,
lo cual afectó a un abanico de gustos mayor que nunca, sobre todo
entre los habitantes de las ciudades.
De este modo, hubo una difusión y un desarrollo graduales del
conocimiento. Este fenómeno no siguió una linea recta, sino que
pasó por accidentes a corto plazo y declives a largo plazo, que fi-
nalmente fueron superados en el proceso de circulación. En este
movimiento tuvieron una importancia especial los puertos comer-
ciales, incluyendo puertos marinos como los de Venecia y Cons-
tantinopla. Tomemos Venecia como el centro de un debate sobre
el desarrollo del capitalismo más que de la economía «feudal» de
la Europa rural. Ya en el siglo lx, tras el anterior hundimiento del
comercio, el puerto se dedicó a un vigoroso intercambio de bienes
163 cariraiisivio v iuonsnnioan: si cuan nssars

en el Mediterráneo, bienes entre los que se incluían esclavos eu-


ropeos del mercado árabe.” Estos lazos con Oriente fueron los
que, por ejemplo, permitieron que en 323 se trajeran desde Ale-
jandría los restos de san Marcos, que luego se convertiría en el
centro de la adoración cristiana y daría pie al edificio eclesiástico
más famoso de la ciudad. Era un mercado comunitario vibrante,
que construía sus propios barcos, organizaba su república, actua-
ba como centro de distribución de los bienes europeos (sobre todo
desde los estados germanos, aunque estos también mantenían una
estrecha relación con los eslavos y el norte de Italia), viajaba al
Oriente y traía otros productos de allí (principalmente, bienes de
lujo), hasta elaborar su propia «alta » cultura, sus espléndidas pin-
turas, la música y la arquitectura.”
Venecia es particularmente interesante desde el punto de vista
de la historia europea, por el modelo alternativo que ofrece para
el desarrollo mundial. Muchos estudiosos europeos han tomado
los aspectos rurales del «feudalismo» como elemento central de
su análisis de este modo de producción, mientras que la actividad
de los ciudadanos se contempla como algo secundario, aunque se
reconoce que fueron desgastando gradualmente los cimientos del
sistema. Es cierto que -como confirman las pruebas arqueológi-
cas- muchas poblaciones europeas iniciaron un declive después
de la caída de Roma. Pero mientras en Inglaterra, por ejemplo,
se desmoronaba el 'v'erulamium romano, un Saint Albans sajón iba
ocupando su lugar poco a poco, sin el teatro, los baños y los edi-
ficios públicos (excepto las nuevas iglesias). Y mientras el comer-
cio del Mediterráneo occidental caía desde la cima romana, en
ciudades orientales como Alejandría, El Cairo y Constantinopla
continuaban dedicándose a actividades de intercambio de muy va-
rio calado, por lo que representaron un núcleo para el resurgimien-
to y el crecimiento de los pueblos en Europa. Las ciudades también
fueron ganando en importancia política, en comparación con los
grandes terratenientes agrícolas (los aristócratas feudales). A par-
tir de entonces conocieron un progreso aritmético en su tamaño y
complejidad, hasta la formación de los grandes centros urbanos de
hoy en día.
EL cEEcu»iiEr-tro v EL mreacaiaaio oa cutruxas inEEcaivr1LEs 169

Durante el periodo medieval, las ciudades de la España musul-


mana eran puntos de reunión importantes para los mercaderes y las
mercancías de todas las regiones del mundo mediterráneo. Ofre-
cían mercados para el comercio a larga distancia o internacional.
A mediados del siglo 1-tin la situación dio un giro, en el momento
en que los mercaderes cristianos empezaron a dominar el mar, gra-
cias a la expansión del poderío naval de los cristianos durante el
periodo de las cruzadas. Mientras duró, este comercio internacio-
nal fue más que un simple comercio de bienes económicos. Mu-
chos mercaderes islámicos eran además eruditos, de modo que el
conocimiento (y la información en general) acompañaba con fre-
cuencia al comercio. El auge del comercio estaba ligado al creci-
miento en importancia de la burguesía y al desarrollo de un siste-
ma de conocimiento compatible: después de todo, a finales de la
Edad Media fueron los mercaderes quienes, en los Países Bajos, pi-
dieron una educación más laica para sus hijosfw
Un ejemplo anterior de los cambios de liderazgo que puede com-
portar la comunicación nos lo ofrece la mecanización e industriali-
zación de la producción textil en sí misma, que, como hemos visto,
se ha asociado con el nacimiento de la Revolución Industrial en
Gran Bretaña. Por supuesto, este país contribuyó con importantes
innovaciones, y especialmente con técnicas y una reorganización de
la producción que mvo enormes consecuencias. I-Iacia 1350, Gran
Bretaña importaba cerca de mil millones de libras de algodón al año,
con las que hacía telas que vendía por todo el mundo. Pero los pro-
ductos textiles habían estado sujetos a ima cierta mecanización (en el
telar mismo), y la organización fabril había tenido algo que ver en la
producción. El ejemplo de Bolonia es uno de los más fascinantes.
De hecho, si Venecia puede valernos como modelo para el cre-
cimiento de las ciudades comerciales, su vecina Bolonia puede de-
sempeñar el mismo papel en cuanto a los centros manufactureros,
además de recalcar la variable predominancia de estas ciudades
para cada industria en particular o para la industria en general. El
ritmo de estos cambios se aceleró rápidamente con el progreso de
la ciencia y la tecnología, pero el proceso en sí ya llevaba mucho
tiempo establecido.
1?0 cavrrs Lrsiuo v ivtonannrnan: EL ouan nEEarE

Nos estamos ocupando de actividades que se integran en una


red de ciudades mercantiles, que no se limita a Europa, aunque en
este caso sea esta la parte principal. Estas ciudades, por lo general,
competían entre ellas. Pero tendían a intercambiar bienes, y de ahí
que fluyera la información entre unas y otras, a pesar de los inten-
tos por controlar ciertos aspectos, También se intercambiaban bie-
nes pertenecientes a la «alta cultura», porque los botines del co-
mercio se empleahan en la decoración de las casas o las iglesias, así
como en mantener a músicos y artistas de todas clases.”
La industria de la seda de Bolonia surgió a partir de la de Lucca,
y esta de la del Palermo musulmán, y la de Lyon surgió a su vez de la
de Lucca (y en última instancia de China, por la vía del mundo islá-
mico). Estas ya eran ciudades mercantiles de relevancia, que luego
experimentaron el avance de la industria textil. Estos desarrollos
formaban parte de la vida económica de los mercaderes, cuyas acti-
vidades se registraban ya en épocas anteriores, no solo en Europa,
sino también en Asia. Eran un producto de la cultura mercantil,
siempre en busca de algún beneficio. Ahora bien, si los mercaderes y
manufactureros boloñeses pudieron exhibir tales características em-
presariales, la importancia de las peculiaridades de los ingleses ya no
es tan fundamental para el desarrollo del capitalismo industrial. El
espíritu del capitalismo no se limitaba a los puritanos protestantes,
tal como se deriva también, por ejemplo, de nuestro conocimiento
de la contribución italiana al comercio moderno y a la banca. Su de-
sarrollo tuvo mucha. más relación con el clima general de las culm-
ras mercantiles, Escribiendo a propósito de los mercados de Bania
(al norte de la India), el historiador Habib señala que poseen dos
virtudes «calvinistas»: el ahorro y el espíritu religiosodl
Si concretamos más, pasar por alto estos desarrollos italianos
nos lleva a descuidar el comercio a larga distancia de Venecia y
Génova, que también fue muy importante: estas dos ciudades im-
portaban productos de lujo de Oriente, en cantidades considera-
bles, y enviaban a cambio las materias primas, los metales precio-
sos y algunos bienes manufacturados, como el papel de Bolonia y
las joyas venecianas, aunque estas parece que sirvieron sobre todo
para adquirir el oro de Africa oriental (Guinea), con el que se fi-
EL CRECIMIENTO "t" EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

nanciaban esas importaciones desde bastante antes de que llegara


la plata americana. El modelo ya llevaba mucho tiempo estableci-
do, como parte de un intercambio mercantil.
Lo que pone de manifiesto el caso de Bolonia es que la indus-
trialización de las manufacturas no empezó, de un modo repentino,
con la Revolución Industrial de la Inglaterra del siglo I›C'vTII, Tenemos
pruebas de la producción de hilo de seda mediante maquinaria
compleja en Lucca, desde el siglo xnl: y de su adaptación a la ener-
gía hidráulica en la Bolonia del xvl. Según describe el historiador
Poni el sector industrial sedero de Bolonia, allí estaban presentes
casi todas las formas de organización industrial: el sistema de sub-
contratas y el Kaafsystem en la fase de devanado, mientras que el
retorcido tenía lugar en fábricas alimentadas por ruedas hidráuli-
cas, «plantas muy complejas, que ya en el siglo xvï ( si no antes) se
organizaban como un sistema fabril» .51 En estas plantas todo el
proceso de producción del hilo estaba más o menos mecanizado.
«La compleja red de producción estaba controlada y coordinada
por unos pocos mercaderes manufactureros, que traían la materia
prima y la pasaban de una a otra fase de producción, hasta que
obtenían el producto final.» Poni no está de acuerdo con Mendels
cuando este afirma que Bolonia era una ciudad protoindustrialyü
según el criterio de Medick, utilizaba tm sistema de subcontrata-
ción, pero también poseía una actividad industrial que transformó
todo un distrito de la ciudad y que afectó a las zonas rurales veci-
nas e incluso E otros lugares más lejanos (como Venecia, dedicada
a un comercio de la seda que se extendió hasta el Oriente Próxi-
mo). Además, «la industria de la seda boloñesa no era distinta, en
cuanto a la organización y la estructura de la producción, de los
barrios ingleses del algodón durante ei periodo de 1750-1320» (la
cursiva es mía). De hecho, cierto elemento de esta tecnología fue
exportado a Inglaterra por un tal ]ohn Lombe, después de una
prolongada estancia en el Piamonte (por lo que en Italia lo descri-
ben como un espía industrial), quien lo usó para construir la gran
fábrica de Derby.
]ohn era hermanastro de sir Thomas Lombe (1635-1739), un
comerciante de manufacturas que lo envió a que se familiarizara
172 carrrattsi-no r ivtoneaninao: EL oxaiv DEEETE

con las máquinas italianas de retorcido de la seda, de cuyos secre-


tos se decía que eran guardados muy celosamente (aunque de he-
cho, en 1607 se había publicado una descripción). Volvió de Italia
en 1717 con algunos trabajadores italianos e inauguró una nueva
fábrica, la citada gran fábrica de Derby, en 1719. Se dice que los
sederos del Piamonte estaban tan encolerizados que enviaron a
Derby a una mujer para que se ganara su confianza hasta poderlo
envenenar (y es cierto que murió a una edad temprana). Entre tan-
to, sir Thomas obtuvo una patente para «un nuevo invento de tres
tipos de instrumentos que nunca se habían utilizado antes en la
Gran Bretaña, uno para devanar la seda más fina, otro para tejer-
la y otro para retorcer la más fina seda italiana formando un tor-
zal de la mayor perfección, algo que nunca antes se había hecho en
este país».5'l intentó renovar la patente cuando caducó, al cabo de
doce años, pero el movimiento recibió una fuerte oposición por
parte de ciertos hilanderos de algodón y estambre, que querían
utilizar algunos elementos de la maquinaria de Lombe.
El uso de la energia hidráulica fue fundamental para estas má-
quinas. Las ruedas hidráulicas parece que están documentadas por
primera vez en la Grecia del 35 antes de nuestra era, para su uso
con los cereales: pero la «noria» parece ser todavía anterior, según
Antípatro de Tesalónica.” También se han encontrado en China,
en el siglo 1 de nuestra era, lo que supondría una transferencia ra-
pidísima (de ser tal el caso). La rueda de arcaduces, que al no de-
pender del nivel del agua era más eficaz, se extendió por Europa
en el siglo 111 de nuestra era: es posible que esta difusión vaya li-
gada a la liberación de los esclavos bajo la cristiandad y los inten-
tos de facilitar el trabajo de las mujeres. Los molinos eran especial-
mente importantes en las sociedades que hicieron más hincapié en
el control del agua, como la andaluza, y no solo se usaban para
moler el grano sino también para suministrar el agua necesaria en
la manufactura del papel (y más adelante, en Bolonia, para mane-
jar las máquinas devanadoras de seda). Se ha sugerido que en An-
dalucía el molino de agua fue un invento posterior al regadío,
mientras que en Castellón (a la sazón un monopolio feudal) fue el
regadío el que cabría considerar como secundario. El contraste es
EL CRECIMIENTO 'T EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

un indicador de dos tipos distintos de organización social en el


campo: el sistema feudal y jerárquico cristiano, y el musulmán, de
corte tribal e igualitario.” Con la Revolución Industrial, el agua se
convirtió en una de las principales fuentes de energía de la pro-
ducción textil.
El crecimiento de las ciudades del norte de Italia se vio estimu-
lado por el monopolio del comercio entre Europa y Asia oriental,
financiado por los banqueros venecianos y genoveses. Venecia se
alimentaba del río Po, hasta el que se construyeron canales (desde
Bolonia, por ejemplo) para hacerlo más accesible a sus productos,
y sobre todo a las industrias textiles, de lana, algodón y seda.-E
Este comercio generó grandes riquezas y estimuló lo que Poni ha
denominado «sociedad cortesana» (pese a que carecía de corte re-
gia), que elaboró una distinción social basada en los bienes de con-
sumo, el refinamiento del gusto y las buenas maneras. Esto, a su
vez, hizo que aumentara la demanda de bienes de lujo -ropas de
seda, joyas de oro y plata, instrumentos musicales, muebles ele-
gantes, libros, pinturas, espectáculos y esculturas- y la construc-
ción de muchos palacios, jardines y villas, Este desarrollo estaba
estrechamente ligado a la aparición de una sociedad prácticamen-
te nueva -el Renacimiento-, lo que comportó una búsqueda cons-
tante de nuevos estilos, que llegó a apoderarse de toda Europa,
como nos recuerda Shakespeare en Ricardo Il:

Metros lascivos, a cuya ponzona


de grado presta oído atento el joven:
nuevas de modas de la gran Italia,
cuyas maneras copia con retraso
esta nación simiesca y renqueante.
¡Toda la vanidad que arroja el mtmdo
-por vil que sea, en tanto sea nueva-
se traslada sin falta hasta Ricardofl"

Pero la Iglesia también fue un elemento importante en este


cambio, al redecorar los antiguos edificios con extravagantes or-
namentaciones barrocas, para las que utilizaba sobre todo hojas
174 caiurattsivio v rnonzanrnan: EL unan nEEarE

de oro, un enorme dispendio que se ahorraron los mercados pro-


testantes del norte y el noroeste.
Por toda Europa creció la demanda de telas de lujo. Antes ha-
bían sido Damasco y Burga las productoras del damasco, el satén
y el terciopelo de mejor calidad. Pero con la introducción de las
nuevas fábricas de seda, ahora Italia podía producir un hilo exce-
lente y sedas más baratas: con la energía hidráulica se podía al-
canzar una producción equivalente a la de cuatro mil hilanderos
manuales. La sustitución de las importaciones tuvo como resul-
tado el abaratamienro de las sedas, de modo que ya no solo las
podían comprar los ricos. Todo el mundo podía vestir como un
noble, un erudito, un abogado o un doctor. Las leyes suntuarias y
de aduanas se fueron a pique. Lo mismo sucedió en los centros de
producción de telas finas del Oriente Próximo, que ahora se ha-
bían convertido en exportadores de seda sin trabajar: eso formaba
parte del proceso de decrecimiento que suele arrastrar consigo el
avance de la producción industrial,
La manufactura de la seda se extendió hacia el norte, a Lyon,
ayudada especialmente por los mercaderes y banqueros de Lucca
(aunque también hubo allí bases de otro origen). La corte papal de
la vecina Aviñón ofrecía un mercado fácil, y en 1416 Luis XI ya es-
taba preocupado por la cantidad de importaciones de seda. Al
principio Lyon producía la seda más barata y dependía de las gran-
des importaciones italianas para los artículos más caros, como
sucedía en otros países europeos. Italia confiaba en la calidad de
sus artesanos y en las técnicas mecánicas de producción: fue la res-
ponsable de la transferencia a Tours del telar «á la petite tire »: ha-
cia 1609 llegó a Lyon el telar «á la grande tire», desde Milán, que
era equivalente a la maquinaria china de la misma época.” La es-
cala de la producción italiana, que en buena pa.rte se destinaba ala
exportación, era enorme: durante la segrmda mitad del siglo xv!
había unos ocho mil telares en Génova, y se calcula que el 60 por
100 de la población dependía de la producción de la seda para su
sustento.
Francia fue el país que más sufrió la competencia de los pro-
ductos textiles italianos, cuya primacía se mantuvo hasta finales
EL cEEcn»uEt¬rro v EL rnreacaiusio nE cutruuas 1vrEEcan'r1LEs 175

del siglo xvn. Desde el siglo xvt hubo protestas de tipo mercanti-
lista. Pero con el crecimiento de la monarquía francesa bajo el rei-
nado de Luis XIV y su corte de Versalles, la situación empezó a
dar un cambio, La calidad de las sedas lionesas mejoró, aunque
todavía tenían que hacerse pasar por italianas, Pero cuando la
aristocracia se concentró en París durante buena parte del año,
esta ciudad empezó a dominar la vida social, el suministro de bienes
de lujo y el desarrollo de «la moda», que arrasó con las restriccio-
nes suntuarias. La capital francesa se llenó de ricos palacios, de
teatros y de salones, de rebuscados jardines y conversaciones «ci-
vilizadas». Los comerciantes de Lyon acudieron allí para descubrir
con qué se vestía esa gente, o qué querían vestir, y estas visitas die-
ron lugar a la aparición de cambios anuales en la moda, que se de-
bían a la creación de los manufactureros, Italia no podía seguir es-
tos cambios constantes: su moda, copiada de la francesa, siempre
estaba «pasada de moda» en el momento de la producción. Poco a
poco, el comercio sedero de Italia fue capitulando: si primero pasó
a los productos más baratos, a la postre produjo lo que Poni ha
descrito como «una profunda crisis de desindustrialización» (se-
mejante a la que antes había generado la misma Italia en el Orien-
te Próximo).
A] analizar el desarrollo de las culturas mercantiles no he trata-
do el establecimiento de los imperios mercantiles, que se ha dicho
que aparecieron en Europa entre 1350 y 175 0.5” I-Iubo diferentes
concepciones de los «términos de comercio» bajo esos imperios.
Adam Smith consideraba que el beneficio del comercio entre re-
giones situadas en distintos estadios de desarrollo económico sería
«mutuo y recíproco». El comercio entre el Viejo y el Nuevo Mun-
do no encajó en este modelo porque «la salvaje injusticia de los eu-
ropeos hizo que un acontecimiento que debería haber sido benefi-
cioso para todos se convirtiera en ruinoso y destructivo para
muchos de estos desafortunados países». Sin embargo, era proba-
ble que la «comunicación mutua» restaurara el equilibrio adecua-
do.6l Por su parte, Marx no vio ninguna posibilidad de intercam-
bio igualitario allí donde el poder era desigual. « El predominio del
capital mercantil aparece en todas partes como un sistema de sa-
176 carrratisivto v ivionam-unan: EL onan 1::-EEETE

queo, igual que el desarrollo -ya sea entre los pueblos comercian-
tes de épocas antiguas o modernas- se vincula con los saqueos
violentos, la piratería, el esclavismo y la subyugación colonial.»5f
Esta idea parece equivocada en lo que respecta a épocas antiguas,
cuando se daba un gran intercambio entre culturas mercantiles
que eran en buena parte iguales e inrerdependientes. Pero donde
los niveles económicos eran muy distintos, y sobre todo cuando el
poder militar era desigual, Marx está muchas veces en lo cierto.
Esa desigualdad fue especialmente característica tras la invención
de las armas de fuego, cuando los europeos actuaban desde con-
diciones de poder desiguales. Podían casi imponer sus propias
condiciones de comercio en muchas circunstancias, sobre todo en
los casos de las grandes cosechas de azúcar, algodón, tabaco y café
o té. Se organizaron plantaciones, en las que trabajaban esclavos o
aprendices: en los casos de Taiwán o la India solían ser trabajado-
res mal pagados. Los propietarios negociaban los términos del co-
mercio con sus compatriotas bajo unas condiciones de mercado
muy restringidas, y todo el sistema era muy diferente del inter-
cambio mutuo que caracterizaba el comercio no colonial a larga
distancia. A este último se pueden aplicar las ideas de Adam Smith,
pero al comercio colonial y neocolonial hay que aplicar las ideas
de Marx. Los puertos comerciales pudieron existir con mayor o
menor independencia respecto de los imperios comerciales, que
surgieron tras la Era de las Explotaciones, cuando los estados eu-
ropeos se hicieron muy dependientes del comercio a larga distan-
cia y de la adquisición de territorios y ventajas en el fomento de
este comercio. La primera fase de estos imperios se describe como
«Epoca de las Sociedades» o «de la competencia». Aunque al prin-
cipio los socios eran iguales en condición, unos tenían mosquetes
y cañones (luego fueron las ametralladoras Gatling y las armas
nucleares) y los otros no. La única igualdad cierta se dio antes de
la expansión.
.P

Volvamos ahora a la cuestión de las culturas mercantiles. Aqui


utilizo el término «mercantil» en un sentido muy amplio: en rela-
ción con culturas mayoritariamente urbanas, basadas en el inter-
cambio de bienes y servicios, y con los habitantes de las ciudades,
EL CRECIMIENTO Y EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

así como con el proceso mismo del intercambio, a larga o corta


distancia. Se trata de un uso mucho más inclusivo que, digamos, el
de Wallerstein,33 y habría seguro mejores formas de describir la si-
tuación.
Esta noción es distinta no solo de los imperios mercantilesfí'
sino también de las «comunidades mercantiles», un término que
Mauroíi utilizó para la Liga Hanseática y las grandes sociedades
mercantiles (como la East India Company), que a su juicio se de-
sarrollaron a partir de este sistema, La Hausa constaba de una se-
rie de ciudades de la Germania septentrional, que firmaron un tra-
tado de protección mutua en contra del Sacro Imperio Romano y
para prevenirse de la competencia de los holandeses y los germa-
nos del sur. En este sentido, las culturas mercantiles no forman
parte de unas comunidades mercantiles específicas: ocurre más
bien a la inversa, aunque sí puedan ser Lma parte de los imperios
mercantiles. Pero estas culturas se parecen unas a otras no solo
en sus actividades comerciales sino también en su «alta» cultura.
Cuando hablo de culturas mercantiles me refiero a toda la red ur-
bana, los manufactureros y los proveedores de bienes que entran
en el intercambio, el cuerpo de abogados, doctores y profesiona-
les, los artesanos que se requieren para que el sistema funcione.
Estos últimos grupos también atendían a las necesidades de los te-
rratenientes y la Iglesia, pero su importancia fue disminuyendo a
medida que aumentaba la de la burguesía. También mostraban
bastantes similitudes. De los mercaderes del océano Índico, sobre
todo del Oriente Próximo, Mauro ha escrito: «En primer lugar, lo
más destacable es su similitud con los mercaderes de Occidente.
Tienen prácticamente la misma organización, los mismos proble-
mas y dificultades En todas partes intentan adquirir prestigio
e influencia cultural».E'í'
Habib también aduce que el comercio indio no era tan diferen-
te del de Occidente o la Europa central, puesto que se constata «la
creación de instituciones como las corredurías, los bancos de de-
pósito, el papel moneda y los seguros, a partir del propio tejido co-
mercial de la India››:f'í esto es, hubo un desarrollo paralelo, basa-
do en situaciones semejantes, El autor se pregunta:
173 carrratisivro v ivionEEt-unan: EL unan nEEaTE

¿[Podría ser] que el triunfo europeo sobre los mercados indios (y


asiáticos) no fuera, entonces, fruto de la magnitud y las técnicas, que
no fuera el triunfo de las compañías sobre los vendedores ambulan-
tes, del capital accionarial frente al capital atomizado, de los hom-
bres de mar frente a los de tierra? ¿No podría ser más bien una cues-
tión de soldados, de armas y de disparos, a los que la aritmética y las
corredurías no pueden oponer respuesta alguna, ya sea en la antigua
«Edad de las Sociedades» o después de Plassey?'¿'E

En otras palabras, las diferencias de poder fueron intrínsecas a


la dominación, pero al mismo tiempo la vía hacia el capitalismo
industrial se encontraba ya en otras culturas mercantiles.
Muchas veces se ha interpretado que, en la China, la actividad
mercantil fue reprimida por la doctrina confucianista y por la po-
lítica imperial. Pero pasado el siglo x, el comercio marítimo se ex-
pandió en las provincias costeras del sureste.” «El comercio exte-
rior de largo recorrido, en el caso de los chinos, no fue distinto al
de otros pueblos comerciantes. Requería una tecnología de nave-
gación avanzada, uma gran inversión de capital y cierto grado de
protección oficial En la época Tang hubo bastantes comunida-
des mercantiles, legalmente establecidas. Los mercaderes desarro-
llaban su negocio en un clima comercial relativamente libre, y
con respaldo oficial. -IU Aunque al final de la etapa Yuan y duran-
te el Ming (1363-1393) el comercio marítimo exterior sufrió
grandes restriccciones, con vistas a crear un ambiente costero
más pacifico, las comunidades mercantiles pasaron a explotar las
oportunidades comerciales existentes dentro del amplio territorio
chino. En cualquier caso, los chinos del exterior continuaron de-
dicándose al comercio a larga distancia, igual que algunos chi-
nos del país. Las comunidades hokizien de Nagasaki se han defi-
nido como «mercaderes sin imperio».íl Por supuesto, estaban
asociadas al imperio chino -considerado habitualmente una for-
ma de despotismo-, pero ese gobierno les dejaba mucha liber-
tad. En cuanto a las comunidades de comerciantes, podían existir
muy bien sin imperio, como en el caso de las ciudades-estado de
Italia.
EL CRECIMIENTO Y EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

Las culturas (o subculruras) mercantiles, no existían por sí so-


las, por supuesto, sino que estaban relacionadas con otras. La idea
de una cultura mercantil en el seno de las «sociedades tributarias»
guarda algún vínculo con la concepción de Gates según la cual
existe una relación dialéctica entre los pequeños capitalistas y los
modos de producción tributarios, Los pequeños capitalistas son
«empresarios familiares » ff más que comerciantes, pero es obvio que
la mayoría de la producción de seda china tenía lugar dentro de
grupos rurales nacionales. Aparte de la «cultura popular» hubo
«altas» culturas que se desarrollaron en las cortes y en las iglesias,
entre los mercaderes y la burguesía, sectores que contaban con los
medios necesarios para emplear a artistas y adquirir objetos de
lujo. Se ha prestado mucha atención a la cultura de la corte, sobre
todo en la Europa posterior a la Edad Media: este fue el objeto
central de la gran obra de Eliasíj' y ha seguido interesando a los
historiadores políticos tanto como a los literarios. El papel de la
corte como modelo es obvio: e igualmente sucede con el de la Iglesia,
sobre todo en la época medieval. Las tres « grandes organizaciones»
(por decirlo en los términos que usó Oppenheim para Mesopota-
mialfí desarrollaron culturas o subculturas en parte autónomas, que
podemos calificar de «elevadas». Se las ve aparecer de forma em-
brionaria incluso en los estados africanos más ssimples», como el
de los gonja, al norte de Gana, aunque en otro lugar ya he expues-
to que en general su cultura era relativamente homogénea (en par-
te debido a las mínimas diferencias económicas, y en parte por los
constantes cruces matrimoniales),í5 Allí encontramos la presencia
de una corte sencilla, junto con grupos mercantiles que están es-
trechamente ligados a la esfera religiosa. Estos no se diferencian
mucho del resto de la población: las mujeres del grupo del jefe
provenían de todos los demás estados, incluyendo a los plebeyos.
También en una sociedad aún más simple, como la de los iodagaa del
norte de Ghana, que carecen de jefes, se tiene como vecinos a un ba-
rrio de extranjeros o congo, en el que viven los mercaderes musul-
manes, que se encargan de suministrar algunos bienes a las comuni-
dades vecinas -sal, telas, algunos productos manufacturados- y
compran el limitado «excedente» de su producción agrícola. En
CAPITALISMO 'I' MO-DERNIDAD¦ EL GRAN DEBATE

todas las áreas tribales ha habido pequeños asentamientos mercanti-


les de esta clase, que constituyen una parte de su economía política.
Con la revolución urbana estos grupos empezaron a aparecer
no solo como estamentos definidos (Stiinde), como había sucedido
con los gonja, sino como «clases» distintas, con su propio «estilo
de vida». A medida que se desarrollaron los sistemas de produc-
ción e intercambio, cada uno fue creando su propia «alta» cultura,
patrocinando a su manera las artes, La cultura de la corte puede
ilustrarse con el ejemplo de los emperadores Mughal de la India,
bajo cuyo gobierno se creó el Trono del Pavo Real y una arquitec-
tura compleja, hubo grandes bibliotecas (se estima que la de Ak-
bar contenía 24.000 volúmenes), mecenazgo para los pintores (a
pesar de las prohibiciones islámicas) y un séquito de estudiosos (el
régimen se describió como Eagbazi raƒ, «gobierno mediante el pa-
pel››).íf' La cultura de la corte, todavía destacada en algunos esta-
dos europeos y asiáticos en el siglo xvnl, decayó en Europa incluso
antes de la Revolución Industrial: las culturas religiosas también
perdieron importancia y autonomía con la Reforma, la Ilustración
y el parcial «desencanto del mundo». La cultura mercantil bur-
guesa ocupó la posición de primacía en la vida artística e intelec-
tual, así como en la economía y en la política: organizó el proceso
democrático, estableció una economía industrial, tomó el control
de los medios de comunicación y alentó la investigación secular.
Mi aportación no pretende descartar las contribuciones de Marx,
Weber y tantos otros en este gran debate, sino más bien replantear
el centro de la discusión -re-orientarlo, como diría Gunder Frank-
en pro de un marco mundial más amplio. Esta perspectiva amplia
evita, o por lo menos reduce, el peligro del etnocentrismo y el eu-
rocentrismo, puesto que reconoce la contribución de otras tradi-
ciones a las economías y sistemas de conocimiento de la «burgue-
sia» moderna. Estas tradiciones han pasado por depresiones así
como por ptmtas de progreso: en China después del Ching (aun-
que haya cierto desacuerdo al respecto) y en el islam oriental des-
pués de los siglos X y xl (la Edad de Oro). Europa también pasó
por un largo periodo de inactividad a principios de la Edad Media,
con la única salvedad de algtmos progresos tecnológicos.” No
EL CRECIMIENTO Y EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

puede decirse que el feudalismo representara un periodo verdade-


ramente «progresista », tras la caída de la civilización clásica: sus
sistemas de conocimiento estaban «constreñidos, oprimidos y li-
mitados» por el dominio de las instituciones y el pensamiento reli-
giosos. Wickham,?E un estudioso de la Antigüedad tardía, ha escrito
acerca del subdesarrollo europeo de principios de la Edad Media,
usando el mismo término que el economista Amin (entre otros) ha
utilizado para referirse a los efectos del colonialismo en Africa. El
medievalista Duby también ha hablado de «le naufrage de la haute
culture» fi' en Europa, entre los siglos vi y x. En algunas zonas, este
revés persistió durante mucho tiempo y acarreó una considera-
ble discontinuidad con las civilizaciones clásicas, hasta que varios
aspectos de estas culturas (sobre todo los seculares, y de forma
particular en las artes y en los sistemas de conocimiento) resucita-
ron en la época del Renacimiento italiano.
Este declive -o más bien, este auténtico «hundimiento »- con-
trasta con el crecimiento contemporáneo de los saberes islámicos,
como se atestigua en la creación de enciclopedias en el siglo lx, por
parte de Mas"udi de Bagdad y otros. Los considerables logros de
las enciclopedias chinas datan de un poco antes (época Sung) y pro-
vienen de una sociedad en la que el conocimiento del mundo estaba
menos dominado por una religión universal. En Europa tuvimos
que esperar a las Sta-nas de Tomás de Aquino, que eran apenas una
recopilación del saber teológico: las enciclopedias islámicas se situa-
ban en un punto intermedio entre las chinas y las europeas, pero
también hacían especial hincapié en lo teológico, Sin embargo, for-
maron parre de un sistema de conocimiento más amplio que, como
es bien sabido, tuvo una importancia capital en la contribución al
progreso de Europa -en medicina, matemáticas y muchos otros
ámbitos-, a partir de las bases de Sicilia y Andalucía (y la penín-
sula ibérica en general). La Europa postclásica no se reincorporó a
la competencia solamente hasta la llegada de dos beneficios geme-
los: la imprenta y el papel, que transformaron a fondo los medios
de comunicación.
Puede ser que la Revolución Industrial -que pronto siguió a
esos desarrollos y que todo el mundo está de acuerdo en aceptar
CAPITALISMO Y MODERNIDAD: EL GRAN DEBATE

que fue un progreso occidental- haya dado lugar a la aparición


de un sistema de producción y un tipo de sociedad que esquive las
duraderas depresiones de épocas anteriores (aunque, sin embargo,
es objeto de recesiones a corto plazo). Pero esto no evita los cam-
bios de liderazgo entre países, por ejemplo, en la producción in-
dustrial, cuyo dominio ha pasado de Inglaterra a Alemania y de
ahí a Estados Unidos, y es posible que pase luego a Oriente. De he-
cho, mi anterior exposición sobre la generalización de los avances
burgueses se reafirma con el hecho de que muchos países de Asia
-especialmente Japón, los «Pequeños Tigres», la China misma,
buena parte del sureste asiático y algunas partes centrales de la In-
dia- no se han quedado atrasadas en la adopción de las formas
de producción desarrolladas en Europa (y en sus países hermanos),
mien tras que las teorías estructurales y culturales de Marx y Weber
proporcionaban muy poca esperanza: apenas la de algunos proce-
sos de globalización imitativa. Pero este desarrollo no es puramen-
te imirativo: antes al contrario, se levanta sobre el anterior avance
«burgués» de la ciencia, la tecnología y el conocimiento en gene-
ral, así como de la actividad económica.
Retomemos la idea de Pomeranz sobre el desarrollo policéntri-
co. Yo entiendo que se trata de tm rasgo especial de las culturas
mercantiles y burguesas implicadas en las redes de intercambio
(incluyendo el intercambio de información y de cultura). El inter-
cambio (y de ahí proviene el proceso de equiparación que expuso
Adam Smith) tuvo lugar no solo en la actividad económica, sino
en la cultura, a un nivel más general. Incluso la cronología es pa-
recida. López” ha estudiado la revolución comercial de la Edad
Media, entre 950 y 1350: Brayf' habla de un avance económico
generalizado entre los años 1000 y 1200: Van der Weelf se refiere
al resurgimiento del comercio a larga distancia por obra de las ciu-
dades-estado italianas de la tardía Edad Media, que se aceleró en
el segundo milenio con la expansión del tráfico por tierra de la
China a la India. Estos progresos fueron cogidos de la mano de los
cambios en la producción de la «alta» cultura.
No es tan sorprendente entonces que, con un intercambio cada
vez más intenso, el nivel de vida se fuera incrementando de forma
EL cEEc1i~aiEnTo r EL n-rrEEcai›sEio uE cuL"ruEas ivtsacanrties 133

más o menos simultánea en muchas zonas de los dos continentes,


y lo mismo ocurriera también con los modelos culturales, de la
«alta» cultura. Así, desde principios del milenio encontramos de-
sarrollos más o menos paralelos en el teatro y las representaciones
escénicas, en la música y en los instrumentos musicales, en muchos
aspectos de la pintura y en la narración de historias, igual que en
las «artes» menores del vestido, la cocinafj o el cultivo y uso de las
flores.” Aunque estas actividades adoptaban formas distintas en
cada lugar, adquirían niveles de complejidad bastante similares
en el comercio, la producción, el consumo y las actividades cultu-
rales más «elevadas».
Todo esto comporta el rechazo de cualquier análisis que consi-
dere extrema la excepcionalidad ya sea de Asia o de Europa. I-Iace
ya mucho tiempo que la convergencia forma parte de la historia de
la humanidad. No hay nada extraño en esta situación, ni siquiera
en la Edad del Bronce o periodos anteriores. Los arqueólogos es-
tudian siempre el desarrollo mundial de la manufactura de las he-
rramientas de piedra y otros artefactos materiales. Parte de la con-
vergencia es indiscutiblemente propia del desarrollo: cuando se
dan situaciones iniciales parecidas, el desarrollo puede ser parale-
lo. Pero también hay que tener en cuenta la comunicación entre las
culturas, que se vio facilitada por la evolución de los medios de co-
municación (el papel y la imprenta) e igualmente del transporte
(en los barcos y las velas). Este fue un rasgo importante en el cre-
cimiento de la producción textil. Dos características de la Europa
premoderna ilustran este punto: en primer lugar, la importancia
del islam en la difusión del cultivo y el trabajo de la seda, tal cual
se hacía en la China: y en segundo lugar, su desarrollo en el sur de
la península ibérica y en Sicilia, de donde pasó a la Italia septen-
trional, a Francia y a otros muchos puntos, hasta que fue supera-
da por el algodón de la India.
«La “modernización” -y especialmente la “occidentalización”-
no son niveles o estadios», sino «un proceso continuo de cambio e
intercambio que, como es natural, implica a innumerables ban-
dos.»B5 El autor de esta frase, McDermott, toma el ejemplo de las
gafas, I-la habido cierta polémica acerca del lugar en el que se in-
CAPITALISMO Y MODERNIDADI EL GRAN DEBATE

ventaron. Florencia y Siena se arrogan el derecho, pero el peso de


las pruebas apunta más bien hacia Venecia, la principal heredera
de la fabricación del vidrio romano. Como ya hemos señalado an-
tes, la producción de las fábricas de la isla de Murano tenía como
destino el mercado local y exterior. Parece que durante el siglo xlv
esta tecnología se dedicó a la fabricación de lentes: la primera re-
presentación data de 1352, en una iglesia de la ciudad de Treviso
(famosa por su industria papelera y cercana a la propia Venecia).fí
En el segtmdo cuarto del siglo xv, los chinos adaptaron la idea de
las gafas a sus manufacturas locales de cristal de cuarzo, que pro-
dujeron formas muy variadas a la vez que desarrollaron una espe-
cie de camera obscura y esbozaron la forma de construir una cá-
mara fotográfica por lo menos un año antes de la invención del
daguerrotipo en Francia. En algunas máquinas de espectáculos vi-
suales ya se había utilizado el vidrio: por ejemplo, en el teatro de
sombras, desde el siglo xl de nuestra era, pero posiblemente desde
el mismo siglo L Con la pólvora y la brújula se produjo una serie
paralela de cambios e intercambios en todas direcciones.
Si en las culturas urbanas existe una tendencia general, por me-
dio del intercambio, al seguimiento mutuo, ¿cómo podemos expli-
car entonces la simación de ventaja que adquirió Europa en el si-
glo xlx? Mi análisis no implica que una cultura o una civilización
no pueda adquirir una ventaja temporal, como sucedió con la
China (gracias a la invención de la imprenta, y quizá a través del
té) o con la India (por el algodón y las especias_). Antes de la Revo-
lución Industrial no existía ninguna gran ventaja de Occidente, como
han demostrado Pomeranz y otros investigadores. Comenzaron a
abrir distancia a partir de la apertura de nuevas rutas marítimas,
la conquista de las colonias y la extensión del comercio y otros
contactos: salieron ganando con la combinación de la imprenta de
tipos móviles y la escritura alfabética, que junto con el uso del pa-
pel constituían un medio muy barato de reproducción, lo cual
ofrecía un enorme arnnento en las posibilidades de creación y re-
producción de la información, así como de promoción educati-
va: por otro lado, las demandas de escolarización también estaban
creando una necesidad a la que se dio respuesta con ese desarrollo.
EL CRECIMIENTO "Í EL INTERCAMBIO DE CULTURAS MERCANTILES

Esta demanda se alimentó primero con las nuevas universidades y


escuelas de la Europa occidental, en el siglo xnl. Ahora bien, eso
no significa que Europa iniciara el camino de un conocimiento su-
perior: hubo escuelas y universidades similares en todas las cultu-
ras escritas. A menudo se trataba de instituciones de transmisión
del conocimiento referidas, sobre todo, a los textos religiosos o ca-
nónicos: por lo menos en las regiones del Mediterráneo y en el
hinduismo, y de forma menos obvia en el budismo y el confucia-
nismo. Pero en todos estos casos también se desarrolló, en ciertos
momentos y en ciertos lugares, la búsqueda de :ma nueva y cre-
ciente sabiduría. Esta búsqueda tuvo lugar, por ejemplo, entre las
rnadrasab islámicas, que aparecieron en el siglo xl. Zafrani habla
incluso de periodos de -shumanismo» en la tradición islámica de la
península ibérica, en los que el conocimiento secular floreció va-
riamente. Estos periodos, por tanto, no se dieron solo en la Euro-
pa occidental: aunque es cierto que quizá es aquí donde tuvieron
un efecto más radical. Antes de la adopción de la imprenta en Eu-
ropa, la discrepancia en los sistemas de conocimiento resultaba
ampliamente beneficiosa para el islam. Ya hemos visto la gran di-
ferencia existenre en cifras como las de volúmenes en las bibliote-
cas o de producción de libros. En realidad, ningún sistema de co-
nocimiento había mantenido una ventaja permanente hasta esta
fecha. Del mismo modo, lo que Marx y otros autores entendieron
como una expansión única de la actividad económica en los siglos xv
y xvt no representó, en un principio, el nacimiento de una nueva
forma de producción, el «capitalismo»: se trataba ante todo de un
incremento del ritmo de un proceso que llevaba en marcha varios
siglos, en muy distintos lugares. Además, estos desarrollos pos-
teriores a la revolución urbana tampoco se limitaban a las tierras
europeas. A ellas siguió la Revolución Industrial, cuyas raíces se
hunden en el exterior, pero que concedió a Europa una ventaja de
carácter temporal, que no cabe atribuir a una superioridad previa,
puesto que se trataba de sistemas comparables.
Aunque es acertado que percibamos un nivel similar de activi-
dad culmral, incluyendo la economía tanto como la cultura en su
sentido más estricto, en ntunerosas sociedades de Eurasia, no por
136 cariïattsmu v Muuaaanuau: EL csuuv uaaivra

ellu hay que cuncebir este desarrullu paralelu (del tipu que Pume-
rana ha encuntradu en grupus de regiunes dispersas pur lus varius
cuntinentes} sea de las afueraas universales de la histuriav, de al-
gún mudó cuasirnisticu. En parte es cunsecuencia de que hubu un
puntu de partida similar desde la ópuca de la Edad del Brunce (c. 3000
antes de nuestra era), y en parte se debe asimismu a que hubu redes
de cumunicación entensivas tendidas que uuìerun a las ciudades v
sus habitantes, en la mavuria de casus pur lus intereses cumerciales,
peru nu exclusivamente (el peregrinaje y la cunversión tambión in-
terpretarun su papel), ellu es lu que cunduju a la aparición (v más
tarde al duminiu] de la burguesía v las culturas mercantiles.
Estas culturas sun esencialmente urbanas, peru sus redes cubren,
a menudu, el ambitu naciunal. De hechu, lus bienes cun lus que cu-
mercian podian pruducirse en el pais, a nivel naciunal (cumu suce-
día cun la seda en China) u mediante el trabajó caseru (cumu en la
Eurupa preindustriall. Ptdemás, las fábricas también pudian estar
enclavadas en el prupiu pais, pur mutivus de trabajó u de energía;
el casu más evidente es el de la energía hidraulica. Peru la pruduc-
ción nu puede disuciarse de la distribución v el cunsumu, v sun las
ciudades las que representaban puntus de intersección para la dis-
tribución de la mavuría de lus bienes y servicius, v en ellas es dunde
se cuncentraba el cunsumu, subre tudu de ubietus de luju. Designu a
estas culturas cumu -1-:culturas mercantiles sf para nu limitarlas a las
ciudades v para remarcar el aspectu clave del intercambiu. Peru tam-
bión pruducen (u hacen que utrus pruduacanl v cunsumen, al tiempu
que emplean a una burguesía letrada, furmada pur módicus, abuga-
dus, prufesures y agentes; purque ese cunsumu incluye la producción
de infurmación, literatura, arte, música y salta» cultura en general.
A mi mudu de ver, creu que pudemus entender el crecimientu
de la vida muderna a partir del desarrullu a largu plaza de estas
scunstelaciunesa centrales, asi cumu del intercarnbiu de bienes, ser-
vicius e ideas, tantu dentru de ellas cumu entre sí; v nu según la pe-
riudización clásica, que divide la histuria en tres bluques: Antigüe-
dad, feudalismu v capitalismu, separadas pur revuluciunes.

También podría gustarte