Salvaje - Spanish Edition - Norah Carter
Salvaje - Spanish Edition - Norah Carter
Salvaje - Spanish Edition - Norah Carter
Es una obra de ficció n, los nombres, personajes, y sucesos descritos son productos de la imaginació n del autor. Cualquier
semejanza con la realidad es pura coincidencia.
No está permitida la reproducció n total o parcial de este libro, sin el permiso del autor
Capítulo 1
Ciertamente nunca he sido ese tipo de mujer que se sienta desesperada por la
compañ ía de un hombre. Siempre me he encontrado muy có moda sola, sin ningú n tipo de
ataduras ni compromisos. No porque el estar en pareja me haya desagradado, ahora sé que
no había encontrado la persona que me hiciera renunciar a todo aquello que me parecía a
mí que significaba la libertad y que apreciaba tanto.
Pero en contra de todo pronó stico me sucedió . Conseguí… no… me topé con aquel ser
que me hizo reformular todo lo que para mí significaba la libertad.
Siento que debo plasmarlo aquí para poder dejar testimonio de lo que me sucedió .
Có mo fue que me cambió tanto la vida y tan vertiginosamente. Plasmar esta historia, mi
historia, aquí es lo que puede permitirme mantener la mente clara.
Todo comenzó con un mensaje privado en una de mis redes sociales. El mensaje era
muy distante y profesional, un tal Samuel se comunicó conmigo para indicarme la fecha y
hora del supuesto encuentro para una sesió n de fotos. Asunto curioso cuando le transmito
que no tengo nada que ver con este asunto, así que de forma amable le respondí que se
había equivocado de usuario. Enseguida de mi respuesta recibí otro mensaje de esta
persona, estaba muy apenado por la confusió n. A partir de esa confusió n seguimos la
conversació n, no estoy segura con qué excusa, lo cierto es que comenzamos a conocernos
mejor.
No niego que me pregunto si acaso esta fue una maniobra para conocer mujeres. Es
probable, y ciertamente funcionó . Al principio intercambiá bamos unos pocos mensajes al
día, pero poco a poco se iban haciendo má s frecuentes, hasta el punto en el que me hacían
falta leer sus palabras. Curiosamente siempre recibía yo un “buenos días” o un “buen
provecho” en el momento justo, y esto me gustó .
Resultó que Samuel era un fotó grafo de 28 añ os, nacido en Dinamarca, por cosas del
destino, pero de padres españ oles. Hablaba entonces danés y españ ol, entre otros idiomas.
Había viajado por el mundo haciendo fotografías, pero su ciudad de residencia actual era
casualmente la misma que la mía.
Era fascinante hablar con aquel hombre conocedor de tantas culturas. Entonces
hablá bamos de paisajes, de experiencias, de arte, de gastronomía. Confieso que el buscador
de internet fue mi mejor amigo en ese entonces para poder seguirle el paso a la amplia
conversació n del fotó grafo. Me tenía encantada. Pensaba constantemente en él, tanto que
me rondaba en la imaginació n en momentos incluso inapropiados si tengo en cuenta que
no nos conocíamos aun personalmente.
Pero otra casualidad iluminó mi camino. No lo he mencionado hasta ahora, pero soy
editora de una revista de literatura. Me aseguro de que cada volumen sea lo mejor posible.
Un día en la oficina sucedió que uno de los periodistas de la revista desesperado me llamó
para informarme que el fotó grafo encargado para acompañ arlo a la entrevista de un
importante crítico literario se encontraba muy enfermo y le era imposible asistir. Ademá s,
había intentado comunicarse con otro, pero éste no le contestaba.
Lo primero que pasó por mi mente es que esta era la excusa perfecta para conocer a
Samuel sin parecer desesperada, quizá s. Así que le escribí explicá ndole la situació n y
preguntá ndole si era posible que nos ayudara. Me sorprendió mucho cuando me contestó
tan dispuesto. Me dijo que iría inmediatamente al lugar acordado, una librería en el centro
de la ciudad.
En ese momento sentí un incó modo vacío en el estó mago que antes no había
experimentado jamá s. Me debatía entre aparecer en la librería o dejarlo pasar. Mi presencia
profesionalmente no era necesaria en la entrevista, pero ésta era probablemente la mejor
oportunidad para encontrarme con él. Me llené de valor y me dirigí a la librería con ímpetu.
Al principio só lo noté esa concentració n, pero luego lo noté él, un hombre de piel un
poco tostada por el sol, de cabello oscuro un poco desaliñ ado, de manos grandes, un poco
má s alto que yo, con una barba de algunas semanas a lo sumo.
Supongo que debió sentirse observado porque un momento después de que yo llegara
se giró para verme y aunque le tomó unos segundos entender quién era yo, para mi
sorpresa me reconoció ; sonrió y me dejó ver en sus ojos cierta complicidad. Eran unos ojos
color miel en los que se observaban aquellos paisajes que había atesorado a través del
tiempo gracias a los viajes y a su trabajo.
A pesar de haberme reconocido, siguió con su sesió n. En ese instante fue que me sentí
nerviosa de verdad. Pensé que estaba siendo muy atrevida, que no estaba lo
suficientemente arreglada para encontrarme con él, quise irme; pero me quedé porque
imaginé que sería má s vergonzoso huir.
Fuimos por el café y casi al instante olvidé todo el nerviosismo que me invadió , me
sentía muy a gusto con él; conversá bamos tan amenamente como lo habíamos hecho a
través de las redes sociales, me parecía un tipo sumamente “Salvaje”, sin el postín que hoy
en día todos quieren aparentar.
Cuando llegué a mi casa lo noté, seguía sin su nú mero de teléfono, me sentí tonta.
Habíamos hablado por má s de una hora y no intercambiamos nú meros. Me desilusioné. Caí
en cuenta que tampoco él había pedido el mío. Pensé que probablemente no quería
mantener el mismo contacto conmigo que yo con él. Traté de darme á nimo y no pensar
tanto en ello, así que preferí embotar mi mente con trabajo.
El día terminó , así que me fui a dormir bastante cansada ya. Después de algunas horas
de descanso me desperté sorprendida, sentía a alguien sobre mí, besando mi cuello,
tocá ndome. Intenté apartarlo, no entendía; estaba muy confundida. Cuando pude verlo bien
era él, Samuel. Nos miramos a los ojos y vi en su mirada mucho deseo; intenté decir algo,
pero no me dejó , inmediatamente cerró mis labios con un beso profundo. Sentí por primera
vez su lengua dentro de mi boca, sus manos apretaban mis senos, y no me quise resistir;
cedí completamente y lo apreté contra mí, olvidé por completo la confusió n.
Rá pidamente me desnudó y besó cada parte de mi cuerpo, mi cuello, mi pecho, mi
abdomen y luego, no sé describir lo que sentí cuando su boca llegó a mi sexo y lo besó
apasionadamente. Yo gemía y estoy segura de que por momentos gritaba, mis piernas
temblaban por una mezcla de placer y nerviosismo.
É l seguía vestido, se puso de rodillas entre mis piernas, mirá ndome directamente a los
ojos, y desabotonó su pantaló n. No se desvistió , só lo dejó salir su miembro para luego
recostarse sobre mí e inmediatamente después penetrarme de manera lenta. Yo lo
apretaba con ambas manos desde la espalda y lo dejaba entrar en total éxtasis.
Al principio ambos movíamos nuestras caderas suavemente para sentirnos, al tiempo
que nos besá bamos. Al poco tiempo nos invadieron las ansias y el movimiento fue
torná ndose má s y má s enérgico. Lo sentía envistiéndome y jadeando en mi oído. Cada
envestida me traía una ola de placer cada vez má s potente. É l seguía dentro de mí, má s y
má s rá pido; yo gemía y con mis manos en sus caderas acompañ aba sus movimientos, hasta
que sorpresivamente se desencadenó en mí una sensació n muy intensa de placer que me
produjo el orgasmo má s potente de toda mi vida, era de una forma muy “Salvaje”.
En medio de este orgasmo me desperté, completamente bañ ada en sudor, ató nita y
jadeante. Observé la habitació n rá pidamente y él no estaba allí; sin embargo, me había
hecho completamente suya. Con cierta dificultad pude ver que eran las siete y media de la
mañ ana. Entonces, sonó mi teléfono notificando un mensaje, lo tomé y lo leí:
- Hola Carla, soy Samuel. Le pedí tu nú mero a Fabiá n, ¿está bien? Espero hayas
tenido un sueñ o placentero.
Capítulo 2
En esa época, fue con Gabriel mi primera experiencia romá ntica y sexual. Yo estudiaba
segundo de la carrera de letras y él el tercero de derecho en la misma universidad.
Coincidimos debido a que su prima era mi compañ era de estudios y nos reuníamos
frecuentemente para estudiar juntas.
Una tarde en la biblioteca mientras escribíamos un ensayo, Gabriel fue al encuentro de
su prima para pedirle las llaves del apartamento familiar, donde él se había mudado
recientemente. É l era de una ciudad lejana, así que se instalaría con sus tíos de ahora en
adelante para reducir un poco los gastos que les provocaba a sus padres sus estudios en la
universidad. El encuentro fue breve y sin mucho que comentar, Roxana nos presentó , le
entregó las llaves y Gabriel se retiró agradeciéndole.
Después, siempre que nos reuníamos en su casa por asuntos académicos o sociales me
encontraba con Gabo. É l era un chico realmente agradable. No pasó mucho tiempo para que
él comenzara a demostrar interés en mí. Era muy atento cuando los visitaba, se ofrecía a
llevarme los libros cuando coincidíamos en la universidad. Un día que Roxana no se
encontraba en la universidad, Gabo me buscó en la cafetería en el que solía ir todos los días
a la misma hora y luego de charlar como era costumbre, se despidió , pero no como siempre
lo hacía, esta vez me dio un beso corto en los labios.
Ese beso no me desagradó , pero hasta ese día no había pensado en Gabo de esta
manera. Hasta ese instante él no era má s que un chico agradable que podía considerar mi
amigo. A partir de ese día comenzamos una relació n mucho má s cercana. Nadie se
sorprendió , ni siquiera Roxana. Todo se dio como mucha naturalidad. Incluso el día que
decidimos llevar la relació n a unos términos má s físicos. Y también, con mucha naturalidad
nos separamos cuando él terminó la carrera y debía regresar a su casa para ayudar a su
mamá que había quedado sola tras la muerte reciente de su padre.
Después de finalizada la relació n hemos mantenido una cordial amistad hasta el día de
hoy, al punto que Gabo es mi consultor legal de confianza. Lo que es una muestra de que
mis experiencias romá nticas hasta ahora no habían tenido gran sobresalto, y muchísimo
menos el sobresalto que me causaba tener ese mensaje de Samuel pendiente por
responder.
Leí el mensaje unas tres o cuatro veces antes de enviarlo, tratando de estar segura de
que era la mejor respuesta posible; y luego de enviarlo, lo revise unas cinco veces,
intentando deducir qué pensaría él de este mensaje y de mí.
Intenté, posteriormente, relajarme e iniciar mi día laboral. Tenía una reunió n con el
quipo editorial de la revista a las diez en punto de la mañ ana, así que preparaba la
informació n que necesitaba al momento que sonó mi teléfono y mi corazó n se aceleró
repentinamente. Abrí el mensaje sin siquiera leer el remitente y encontré el siguiente texto:
- Buenos días Carla, tuve un inconveniente con el coche. No creo que llegue a tiempo
a la reunió n, espero incorporarme lo antes posible. Excú same con el resto del
equipo por favor.
Por un segundo me sentí confundida, así dirigí mi mirada al emisor y noté que se trataba
de Diana, una diseñ adora grá fica de la revista. Me causó un poco de gracia mi reacció n, así
que me sonreí. Intercambié algunos mensajes con mi compañ era y me fui a mi reunió n.
Secretamente lamentaba un poco no haber recibido respuesta todavía de Samuel, pero
estaba decidida a no ofuscarme por ello y dejarlo fluir.
Terminó la reunió n justo a la hora del almuerzo. Hasta entonces no había sentido vibrar
mi teléfono, lo cual me desilusionaba un poco, pero pensaría en ello luego. Me dispuse a ir a
almorzar cuando al cruzar por la recepció n de la revista vi que se encontraba sentado
Samuel. Mi sorpresa fue obvia, me acerqué a él, mientras se levantaba con su acostumbrada
sonrisa, lo saludé con un beso en la mejilla y le pregunté qué hacía allí en ese momento:
- Vine a seleccionar las fotografías de la entrevista con Fabiá n, pero me dijo que
estaba en una reunió n así que lo espero ¿No recibiste mi mensaje? Te lo envié hace
rato.
Me sentí un poco confundida por no haberme percatado de algú n mensaje siendo que
estaba atenta a su respuesta. Le dije que había estado en la reunió n por lo que había pasado
por alto revisar el celular. Sin darme cuenta, pero sin arrepentimiento, le pregunté:
- Samuel, voy saliendo a comer justo ahora. ¿Por qué no vienes conmigo? Puedes
llamar a Fabiá n y pedirle que se reú nan luego de comer. ¿Qué te parece?
Creo que divisé un poco de desconcierto en su mirada, pero aceptó sin miramientos.
Fuimos a comer a un lugar cercano a mi trabajo. De camino al restaurante, aproveché para
revisar el teléfono y en la conversació n con él encontré su respuesta sin leer. Supongo que
cuando conversé con Diana su mensaje llegó y no me percaté de ello.
- Mi noche estuvo como de costumbre. Acordé con Fabiá n vernos hoy para elegir las
fotos de la entrevista. Sería agradable verte. ¿Estará s ocupada? –me había enviado.
Fue un poco difícil volver al trabajo sabiendo que Samuel se encontraba tan cerca.
Sentada ante el ordenador, en vez de revisar un artículo que debía corregir; repasaba
mentalmente nuestra conversació n y recordaba su voz, también sus ojos que sin duda eran
el atributo má s sugestivo que hasta ahora veía en él. Me sonrojé al recordar mi sueñ o de
esa noche y me alegré de no haberlo recordado frente a él, seguramente habría notado la
sangre subiendo a mis mejillas.
Pasado un rato, alguien tocó a mi puerta, era Samuel. Supuse que iría a despedirse, por
lo que no me sorprendí. Me explicó que ya había terminado con Fabiá n y que se retiraría,
también me comentó que la experiencia había sido muy interesante; y con aire divertido
dijo que, si en algú n momento alguien volvía a enfermarse, encantado repetiría la
experiencia. Le sonreí y también expresé de nuevo mi agradecimiento por el favor. Rá pido
se despidió .
- Claro. Vamos mañ ana para tu casa. ¿Te parece? Eres una ingrata. Me dejas con la
duda.
Desde hace ya varios añ os cuando invito a Roxana debo hacerlo en plural, ya que
siempre está acompañ ada de su pareja, Elisa. Está n juntas desde el primer curso de la
carrera. Conocimos a Elisa en una exposició n de arte que se realizó en la universidad y a la
que asistimos juntas. Observá bamos las pinturas y las esculturas con auténtica curiosidad,
aunque no conocíamos mucho de estas expresiones artísticas. Me alejé un momento para
buscar un libro que otro compañ ero iba a hacerme llegar en el lugar y cuando regresé
encontré a Roxana hablando con otra chica. Me la presentó , me explicó que era una de las
artistas que exponía. Era una chica agradable, un poco mayor que nosotras, estudiante de
Artes en otra universidad.
Sé que intercambiaron nú meros en ese momento. Noté que se escribían muy seguido. En
algunas ocasiones, Roxana me dijo que había salido con Elisa y en otras veces se
encontraba con nosotros en alguna heladería, café o centro comercial. A Gabo también le
agradaba Elisa, me contó que se quedaba de manera constante en casa de ellos. Comprendí
que era algo má s que una amistad, pero como Roxana no me lo confirmaba, no quise
incomodarla con preguntas fuera de lugar. Creo que los cuatro simplemente asumimos la
relació n que las unía.
Un sá bado por la tarde recibí una llamada de Gabo, se escuchaba bastante angustiado.
Me contó que Roxana había discutido con sus padres porque le preguntaron que hacía
tanto con Elisa y Roxana les confesó que era su novia. Los señ ores Cepeda eran
tradicionalistas y no les hacía mucha ilusió n que su ú nica hija prefiriera a las mujeres.
Apenas cortamos la llamada intenté comunicarme con Roxana, pero al mismo tiempo
tocaron a la puerta de mi casa; abrí todavía con el teléfono al oído y vi a mi amiga con los
ojos hinchados y un morral en el hombro.
La abracé y la llevé a mi cuarto sin preguntarle nada. Estuvo llorando un buen rato en mi
hombro, luego pudimos hablar tranquilamente. Me contó todo, có mo se sentía, desde
cuá ndo lo sentía, có mo intentó negarlo, superarlo y olvidarlo, pero no pudo. Y finalmente,
lo enamorada que estaba de Elisa. Me preguntó si podía quedarse en mi casa un tiempo, no
recuerdo qué excusa inventé para que mi padre accediera a aquello, pero así fue.
Calculo que pronto cumplirá n diez añ os de relació n. No dudo en asegurar que son la
pareja má s estable que he conocido hasta ahora. Ambas son las personas má s cercanas a
mí. Si le iba a contar lo que me sucedía con Samuel a alguien sería definitivamente a ellas.
Me gustaba la idea de hablarlo con ambas, eso lo haría totalmente real y palpable.
Ese día pasé el resto de la tarde trabajando sin parar. Intuía que debía escribirle a
Samuel puesto que había sido él quien me había escrito temprano y no había recibido mi
repuesta; pero pensaba en qué debía decirle. Terminé de trabajar tarde, así que sin
pensarlo mucho le escribí un mensaje simple:
- ¿Có mo estuvo tu día? Yo acabo de terminar el trabajo.
La respuesta fue rá pida. Es interesante lo que se puede deducir del tiempo de reacció n
ante un mensaje, incluso a veces má s de lo que se manifiesta en el texto. Cuando se recibe
una respuesta expedita se produce la sensació n de ser parte de las prioridades del
remitente, aunque lo escrito sea corto o casi banal. Sin embargo, no era el caso de su
respuesta, hacía referencia a nuestro almuerzo como un hecho que consideraba
importante. Esto me tranquilizaba y me gustaba, sin duda no le debía ser indiferente.
- Fue un almuerzo agradable, podemos repetirlo cuando quieras. –le escribí.
- Lo tendré en cuenta.
No encontré muchos datos personales, noté má s bien que usaba sus redes para exponer
sus fotografías y experiencias de viajes. Esto me daba un poco de curiosidad, obviamente
era una persona reservada. Lo que en esta época es bastante poco comú n y se traduce en
una clase de misterio que me incitaba a descubrir a la persona que estaba detrá s de la
cá mara.
Capítulo 3
En cierto punto de la madrugada pude conciliar el sueñ o. Pero muy pronto sonó el
despertador y abrí los ojos con la impresió n de haber soñ ado de nuevo con él, pero no
podía recordar qué. Aun así aproveché la sensació n para escribirle:
- Buenos días Samuel. ¿Có mo está s?
El resto del día transcurrió entre el trabajo y los mensajes de texto con Samuel.
Estuvimos en contacto constante durante ese día. Se sentía emocionado por exponer sus
fotografías por primera vez en la ciudad y a mí me emocionaba estar presente. A mitad de
la tarde recibí un mensaje de Elisa:
- Hey, nena, ¿qué tal?, ¿Nos vemos como a las siete?, ¿Qué llevamos?
Terminé temprano el trabajo para pasar por el mercado a comprar algunas cosas y me
dirigía a casa a esperar a las chicas. Mientras me duchaba me di cuenta de que mañ ana
vería a Samuel. Pensaba si debía acelerar las cosas con él o dejarlo al destino. Aquel hombre
se me había metido en la mente de manera muy irracional y yo no solía ser así. También
supe que no quería resistirme y que estaba decidida a vivir esta nueva experiencia de la
manera má s plena posible.
Poco después de las siete tocaron a mi puerta, eran Roxana y Elisa con las tres botellas
de vino de costumbre, una para cada una por supuesto. Nos saludamos con cariñ o y
conversamos de cualquier cosa por un rato largo. Luego, Roxana me inquirió :
- Bueno, cuéntalo. ¿Qué es? Me está s matando de curiosidad, tú no eres tan
misteriosa conmigo.
Me reí un poco por su arrebato, pero yo no tenía intenciones de hacerme de rogar así
que les conté todo. Les hablé de có mo conocí a Samuel, del contacto que mantuvimos, de
nuestro primer encuentro, de mi sueñ o, de mi resolució n de por primera vez actuar de
manera má s desinhibida. Roxana parecía bastante sorprendida y Elisa má s bien interesada
en los acontecimientos.
- No me lo puedo creer, yo quiero conocer a ese ser que te cambió de esa manera. –
comentó Roxana.
Elisa se reía un poco y agregaba que pensaba que era normal, que en algú n punto me
encontraría con alguien que despertaría mi interés de una forma distinta al resto, ya que a
todos nos pasa. Y me animó a tomar la actitud que creyera mejor para vivir al má ximo mi
gusto por Samuel.
Recibí varios consejos de ambas para conquistarlo, muchas de las posibilidades que me
expusieron me causaron bastante gracia. Pasamos un rato muy divertido. Ambas
estuvieron de acuerdo en que querían conocerlo lo antes posible y les prometí que apenas
lo creyera apropiado los iba a reunir; también me hicieron prometerles en que las
mantendría informadas de los acontecimientos. Se despidieron un poco tarde y quedamos
de vernos pronto.
Sentí un poco de agobio ya que probablemente Samuel habría pensado que no quería
contestarle. Le respondí:
- Tuve un buen día, recibí la visita de unas amistades y me entretuve. Descansa,
mañ ana será un gran día para ti.
- Ya es mañ ana, jajaja. Pero sí, será un gran día. ¿A qué hora tienes planeado ir?
- ¿Nervioso?
- No, no es eso.
- Estaré desde antes. Nos vemos allí. Feliz noche. –se despidió .
- Igualmente.
Llegué a mi casa familiar y mi tía manifestó su admiració n por lo arreglada que estaba
en esa oportunidad, papá no lo había notado. Les expliqué que tenía un evento por la tarde.
No me sentía có moda con la idea de revelarles mis experiencias recientes. Conversé con
ellos del trabajo y de asuntos familiares como la vida de mi prima Leticia que estaba
embarazada de su segundo hijo. Me alegra poder decir que nunca he tenido presió n por
parte de mi tía o padre para tener una relació n estable o tener hijos. Siempre han respetado
mucho mi vida privada.
Creo que secretamente piensan que la mala relació n que llevaron mis padres pudo
afectar mi concepto del matrimonio o de la vida en pareja. Y quizá s es cierto, pero no
pienso mucho en ello. Desde los siete añ os de edad me había quedado sola con papá . É l y mi
madre se casaron cuando tenían tan solo veintiú n añ os de edad, después de tres añ os de
matrimonio llegué a la familia. Para mamá fue muy difícil dejar su trabajo y dedicarse a
cuidar de una hija.
Entonces, comenzaron los problemas entre los dos. No creo que sea cierto que todas las
mujeres tienen un talento innato para ser madre, ciertamente mi mamá no lo poseía, quizá s
luego lo desarrolló ; y no la culpo, no siento rencor alguno por ella ya. Recuerdo las
constantes peleas entre ellos y sobre todo recuerdo la paz que hubo cuando por fin
decidieron separarse. Al principio mamá me visitaba una vez a la semana, luego una vez al
mes; hasta que su empresa la trasladó a otro país y ya só lo nos comunicamos de vez en
cuando por teléfono.
Aunque no fui muy apegada a mi prima Leticia, sí lo fui con mi tía. Siempre fue muy
atenta y amable conmigo. Fue ella quien me regalo mis primeros libros y me acompañ aba
por horas a la biblioteca. Fue una estupenda compañ era de lecturas para mi temprano
interés por los libros.
Pienso que la relació n que tuve con mi tía liberó un poco a mi papá de la culpa que
sentía por haberse separado de mi madre cuando apenas yo era una pequeñ a. Y también lo
libró de la idea de encontrar una mujer que desempañ ara el rol de madre para mí. Papá
tuvo algunos romances, aunque el piense que yo no lo sabía. Recuerdo claramente que salía
con una agradable mujer llamada Soraya, ella se sentaba a ver la televisió n conmigo y me
llevaba mi chocolate favorito. Pero papá me decía que era só lo una amiga. Al cabo de un
tiempo dejó de visitarnos. Nunca supe la razó n.
Tía Hilda había hecho una comida deliciosa para la ocasió n. Pasamos otro rato
juntos viendo televisió n. Para la hora no había tenido noticias de Samuel y sentí que
extrañ aba sus mensajes así que le escribí:
- Hola, ¿Ya comiste?
Me preocupé francamente así de que me despedí un poco antes de lo esperado y fui por
algo de comer para Samuel. Comprendí que no tenía idea de qué podría ser de su gusto, así
que decidí ir por lo má s sencillo: pizza. A casi todo el mundo le gusta la pizza. Entonces, me
dirigí a la exposició n.
Capítulo 4
Llegué un poco antes de las cuatro así que aú n no estaba abierta la sala. Me uní al
concurrido grupo de personas que se encontraba esperando a las afueras. Entendí que
aquel era un evento importante para las personas que se dedicaban a la fotografía o eran
asiduas a esta manifestació n artística.
Cuando apreciaba una de ellas, una casa abandonada envuelta por una tormenta y
coronada por un cielo grisá ceo, un hombre detrá s de mí me habló :
- ¿Y qué opinas?
Caminé hacia el coche seguida por él. Cogí la pizza y fuimos a una plaza a media cuadra
del evento. É l comía y yo trataba de no mantenerme en silencio, por lo que le hablaba de las
fotografías que había visto, de lo bien que estaba la exposició n y no estoy segura de qué
má s.
- Estaba muy buena. No me había dado cuenta del hambre que tenía. Te lo
agradezco mucho Carla.
- No es nada.
Regresamos a la exposició n, me llevó a ver algunas muestras, me habló del lugar donde
captó las imá genes entre otras cosas. Me presentó a algunas amistades que asistieron
también y a otros fotó grafos. Uno de los fotó grafos le preguntó si asistiría a la celebració n
posterior y él le dijo que aú n no estaba seguro. Entre las personas que conocí ese día hubo
una mujer que se acercó a él de una manera muy sugerente, por lo que pude entender era
una compradora frecuente y pretendía obtener algunas fotografías de él. Me irritó la
manera có mo lo miraba y le hablaba tocá ndole el brazo. Sin embargo, pronto desapareció y
no volví a verla en la exposició n.
Había bastantes personas en el sitio, muchos de los que ya conocí en la exposició n. Nos
ofrecieron bebidas, yo tomé vino y el vodka. Nos unimos a los grupos, nos reímos,
conversamos, comimos. Se ofreció en varias oportunidades para reponer mi bebida y en
ocasiones sentí el roce de su mano en la mía.
El tiempo pasó muy rá pido y pronto nos despedimos. Ofrecimos llevar a un trabajador
del local que también había dejado su vehículo en la Casa del Arte.
Ese beso me quitó totalmente el aliento. Pero fue mucho má s que el beso, era todo. Con
una mano me tomaba firmemente la muñ eca, con la otra mano en mi cuello dirigía mi boca
a la suya; me aprisionó completamente con su cuerpo, una de sus piernas estaba entre las
mías y el roce con su muslo me excitó inminentemente. Su lengua entraba en mi boca
buscando la mía que la recibió vigorosamente.
De manera objetiva se podría pensar que aquello era una locura total, está bamos en un
estacionamiento donde cualquiera podía pasar, la situació n iba muy rá pida; pero nada me
importaba. Estaba besá ndome y tocá ndome y era justo lo que quería. Un calor se
apoderaba de todo mi cuerpo, que buscaba su contacto. Con una mano, lo tomaba por el
cuello y usé la otra para llevar una de sus manos a mi entrepierna. Apartó mi ropa interior
y se internó en mi sexo completamente hú medo.
Con su cadera, empujaba las mías contra su mano y presionaba su erecció n contra mí.
En ese instante sentimos un coche pasar cerca y nos separamos violentamente. Nos
miramos a los ojos y me dijo:
- Carla, disculpa. –me dijo visiblemente asustado.
Y no entendía por qué se disculpaba, no sabía qué hacer. Recogí la billetera que había
dejado caer, se la entregué y caminé hacia mi vehículo. Ya dentro intenté recomponerme un
poco de aquel sobresalto, pero no era sencillo; todo mi cuerpo temblaba. Respiré profundo
y conduje a casa.
Al llegar tenía la mente en blanco. ¿Por qué se había disculpado?, ¿por qué no me invitó
a continuar en privado? Realmente quería que prosiguiéramos lo que habíamos iniciado.
Me desnudé, me acosté y con mi mano recordé lo que sentí al tener su mano en mi sexo,
hasta que llevé esa excitació n al má ximo placer.
Capítulo 5
Me desperté un poco aturdida, me había quedado dormida repentinamente. Recordé los
acontecimientos de la noche anterior y por un instante fue completamente irreal, no sabía
si aquello había sucedido o de nuevo había estado soñ ando con él. Tomé el celular y leí
varios mensajes de Samuel:
- Carla, lo lamento. Sé que me sobrepasé por completo. No quería faltarte el respeto.
- ¿Está s bien?
- Escríbeme.
- Disculpa.
Se percibía que estaba apenado, avergonzado; incluso pensé que podría estar
arrepentido. Mi ú nico arrepentimiento era que se había alejado y me había dejado ir.
¿Acaso no había sido bastante obvio que estaba disfrutando de su arrebato? No le había
escrito porque no quisiera, es que estaba sobrepasada por los acontecimientos. Le escribí:
- ¿Por qué te disculpas? –le pregunté.
Ese ú ltimo mensaje me hizo flotar. No hay otra manera de describirlo. Saber que le
atraía me elevó en una nube y conocí lo que llaman felicidad. Mientras pensaba en qué
decirle llegó otro texto:
- No te alejes. Sé que puedo ser mejor.
- No tenía intenció n de alejarme. –le dije.
El resto del día lo disfrute con una alegría bastante fuera de lo habitual. Hice algunos
quehaceres de la casa, cociné de manera especial, aunque solo fuera para mí. Me preparé
para salir a ver a Samuel y me dirigí a la heladería.
- Voy en camino. –le escribí.
- Yo también…
La heladería a la que hacía referencia Samuel quedaba a tan só lo unas cuantas cuadras
de mi apartamento así que elegí ir caminando. Siempre me ha gustado caminar para aclarar
mi mente; tanto en los momentos de má xima tristeza como en los períodos que
consideraba má s agradables. Sentía que caminando se podía pensar con má s claridad, que
el mundo se ralentizaba y me regalaba un tiempo para sentir o pensar mejor todo.
Aquel domingo poseía una atmó sfera particularmente interesante. El cielo estaba un
poco nublado, pero sin á nimos de lluvia. Las personas parecían má s amables y sonrientes
de lo normal. Puede parecer un poco tonto, quizá s tenía que ver má s con mi estado de
á nimo que con el de las demá s personas. Supongo que con alegría en la mirada todo se
percibe bastante mejor. El clima es agradable, las personas son agradables, los edificios
brillan y las cornetas de los carros no molestan.
No tardé mucho en llegar al lugar acordado. Al llegar, observé las mesas y sentado en
una de las esquinas divisé a Samuel. Pude distinguir en él una sonrisa un poco nerviosa; sin
embargo, sus ojos se posaron en los míos con cierta complicidad. Luego dirigió su mirada a
otra persona que yo no había distinguido pero que estaba sentada a su lado.
Quien acompañ aba a Samuel era una niñ a, bastante chica; a primera vista deduje que
tendría unos tres o cuatro añ os de edad, no má s que eso. Me senté un poco confundida al
otro la de él, frente a la pequeñ a.
- Hola. –les dije, la niñ a me miró y pude ver los mismos ojos de Samuel, grandes
color miel, y una sonrisa amplia llena de helado de chocolate.
Supongo que mi mirada reclamaba una explicació n o por lo menos una presentació n
formal.
- Samantha, ella es Carla. Salú dala –se dirigió a la niñ a.
- No, tranquila. Come tú . Ahora me pido uno, es demasiado rico como para que lo
tengas que compartir – le guiñ é el ojo.
Volví a observarlo tratando de entender lo que me estaba decir con esto. Aunque el
apellido de la pequeñ a ya me decía mucho.
- Carla, ella es mi hija.
- Sí, lo sé. Por eso pensé que era necesario aclararlo lo antes posible. No es que haya
intentado ocultá rtelo, y te pido mis sinceras disculpas si eso es lo que parece; es
que estamos adaptá ndonos a una nueva realidad y ha sido difícil. Aun no estoy
seguro de có mo actuar. Pero ella es mi vida y si yo espero que de alguna manera
aceptaras formar parte de ella, es importante que se conozcan.
- Helado de chocolate.
- Está bien. Ya regreso. –se levantó de la mesa y quise decirle que no se fuera, sentí
nervios de encontrarme a solas con Samantha; pero no me dio oportunidad de
reaccionar.
- A mí también me gusta el chocolate. Mi papi me dijo que debíamos esperarte para
comer, pero yo quería el helado ya. –me conversó muy resuelta.
- Ah, está bien. Me tardé un poco. No era necesario que esperaras – volví a guiñ arle
el ojo.
- Claro. Samantha tiene cuatro añ os recién cumplidos. Estamos viviendo aquí desde
hace apenas cuatro meses. Ella es la razó n por la que he decidido estabilizarme en
una casa fija.
- ¿Eres casado? –lo interrumpí.
Me miró a los ojos e inmediatamente después desvió la mira. Entendí que yo no quería
escuchar la respuesta a esa pregunta. Me levanté sú bitamente y le dije que tenía que irme.
Sin esperar su respuesta me fui. Regresé por el mismo camino ya transitado, sin mirar
atrá s. Me da vergü enza tener que admitir que contenía las lá grimas que intentaban salir de
mis ojos. Ahora todo lucía distinto, sombrío, vacío, molesto, ruidoso. Mi paso era acelerado,
quería llegar pronto a casa.
Entonces noté que mi teléfono vibraba, era una llamada entrante de Samuel. Por
supuesto, no contesté; rechacé la llamada y coloqué el teléfono en modo avió n para que no
lograra comunicarse. Ya no había nada de qué hablar.
Samuel se había cruzado en mi camino para trastocar todo y ahora parecía necesitar
algo má s que só lo mi trabajo. Pasé la tarde acostada recordando nuestras conversaciones y
cuando cerraba mis ojos podía revivir enteramente lo ocurrido la noche anterior, sus
manos recorriéndome, su boca tentá ndome, todo su cuerpo invocando mi deseo por él.
Habría dejado que me tomara, incluso allí mismo; es una completa locura, pero es la
verdad.
Me debatía internamente entre dos pensamientos indiscutiblemente opuestos y
contradictorios: el agradecimiento porque la situació n no trascendió má s allá y el
arrepentimiento de que no haya trascendido, ya que por lo menos hubiese tenido la
experiencia de tenerlo para mí por un instante infinito. Todo parecía tan lejano y tan
pró ximo a la vez. En este punto no sabía si prefería que este hombre nunca hubiese dado
conmigo o entendía que su llegada había significado un despertar para mí.
En medio de estos y otros pensamiento se pasó el día, llegó la noche y concilié el sueñ o
hasta el siguiente día.
Capítulo 6
Sonó la alarma, abrí los ojos y enseguida la sensació n de decepció n me asaltó el pecho.
Pero ya el permiso que me concedí el día anterior había culminado, era momento de pasar
la pá gina y seguir con mi vida, tomando de aprendizaje lo ocurrido; y sin amainar. No podía
permitir que un hombre que tan só lo había visto unas pocas veces me afectara tanto, só lo le
permitiría ser un mal rato.
Activé la señ al y recibí la notificació n de cinco mensajes de voz que deseché sin
escuchar; tenía también algunos mensajes de Roxana, otros de mi tía y dos de Samuel. Me
detuve un momento a pensar si debía leerlos o no. Me ganó la curiosidad.
- Carla, tenemos que aclarar esto. Las cosas no son así.
Los borré y me dispuse a revisar una reseñ a para la pró xima edició n de la revista. Poco
después escuché la notificació n de un mensaje que no leí; unos minutos después se
presentaron tres notificaciones má s seguidas, el sonido me obligó a dejar de lado la lectura
y revisar el teléfono. Eran de Samuel:
- Tenemos que hablar ya mismo. Estoy en la recepció n. Ven, por favor.
- Voy a tu oficina.
- Vamos a hablar.
- No quiero ser impertinente, pero necesito que aclararemos esto lo antes posible.
Inmediatamente mi corazó n saltó . Estaba allí, no sabía que iba a hacer. ¿Có mo se atrevía
a aparecer así?, tenía que dejarle claro que no podía presentarse en mi trabajo de esa
manera. Me levanté para ir a cortarlo y escuché que tocaron a mi puerta. Sabía que era él.
No pude evitar comenzar a temblar, no sabía la razó n; sentía rabia, emoció n, susto y otra
docena de sensaciones mezcladas y que se manifestaban en una taquicardia incontrolable.
Abrí la puerta y lo encontré allí, parado frente a mí, mirá ndome fijamente; esperando
mi reacció n. Yo me quedé frente a él temblando, no estoy segura si de manera visible para
él o no.
- Sé que no es el lugar ni el momento má s apropiado, pero tenemos que hablar;
tengo que aclararte todo y no me quieres contestar el mó vil.
Salí de la oficina y caminé hacia una plaza cercana; Samuel me seguía el paso. Ninguno
de los dos decía una palabra, pero sentí su mirada sobre mí. Me senté y él a mi lado.
Entonces lo miré directo a los ojos esperando que me hablara.
- Carla, todo esto es un mal entendido. Yo no estoy con la mamá de Samantha. Ella y
yo estamos separados formalmente desde hace varios meses. Lo que nos une aun
como pareja es un documento que está a punto de ser anulado legalmente. Sé que
debí haberlo mencionado antes, no hay excusa vá lida por no haberlo hecho;
sinceramente es un asunto doloroso para mí y al principio no pensé que iba a surgir
algo má s que una amistad entre tú y yo.
- Samuel, esto me suena al cuento típico del tipo casado, de verdad. No tengo ningú n
interés de meterme en un matrimonio.
- No entiendo.
- Y yo quiero explicarte todo lo que sea necesario. Mira, Susana y yo nos conocimos
muy jó venes, ambos estudiá bamos fotografía en Inglaterra. Queríamos viajar por el
mundo fotografiando, pero sus padres eran muy estrictos y la ú nica manera en que
permitieran que fuéramos juntos es que estuviésemos casados, así que decidimos
casarnos. A mis padres no les gustó la idea para nada, pero me empeñ é y no
tuvieron opció n. Los padres de ella vieron en ese matrimonio la oportunidad de
relacionarse con mi padre quien ejercía un alto cargo en el gobierno, para ellos
nuestra unió n representaba mayor influencia. En esa época pensamos que era una
buena idea, pero realmente no lo fue. La responsabilidad del matrimonio fue muy
grande y comenzamos a tener problemas; sin embargo, no nos separamos porque
Susana quedó embarazada. Queríamos hacer todo lo posible para que nuestra
unió n funcionara, por nosotros y luego también por nuestra hija. Al poco tiempo de
nacer Samantha lo problemas fueron incluso peores. Yo quería que nos
estableciéramos en un lugar para criar a la bebé y Susana quería continuar
viajando. No quería darle a mi hija la misma vida que llevé de niñ o, mudá ndome de
país, de ciudad a cada momento. Esto finalmente nos separó , yo me quedé aquí y
ella continú a viajando. Visita a Samantha cuando así lo desea, pero ella y yo no
estaremos má s juntos. Nuestro divorcio legal está en proceso hace tiempo.
- Sí, lo es. Eran en parte lo que temía supongo. Cuando entré en conciencia de que
me gustabas, no quise llenarte de esta complicació n. Lo lamento, de verdad.
Todo aquello que me narraba era sin duda muchísima complicació n. Una complicació n
que yo no tenía en mi vida ni la había tenido antes, ni tampoco sabía si la deseaba; ya que
me esforzaba por mantener mi existencia simple, o má s bien relajada. Y ahora me
encontraba con este hombre encantador que trastocaba mis bases y que traía consigo una
cantidad de desconciertos inesperados. Sin embargo, sentía la necesidad de mantenerlo en
mi vida.
Era una enorme contradicció n. Me debatía ahora entre dejarlo entrar en mi vida con
todas estas complicaciones o alejarme para poder seguir con mis días; que ahora me
parecía monó tonos, un tanto vacíos y otro tanto sin sentido. Mientras pensaba un poco
mantuvimos silencio, mi vista se perdía en el horizonte y él me observaba
intermitentemente como consciente de que buscaba encontrar una solució n en mis
pensamientos. Creo que intentando romper el hielo me dijo:
- ¿Quieres ir por algo?
Nos levantamos del banco en el parque y caminamos uno al lado del otro en direcció n a
la cafetería má s cercana al lugar, una donde yo solía ir continuamente ya que consideraba
especial el café espresso que servían allí: tostado perfecto, amargor moderado, dulzor justo.
Mientras caminá bamos, Samuel hizo algo inesperado para mí; se acercó y tímidamente
tomó de mi mano. Y yo hice algo aú n má s inesperado y que estoy segura lo tomó por
sorpresa: lo dejé que la tomara.
Anduvimos muy poco tiempo cogidos de la mano, pero fue muy significativo; má s
significativo de lo que él mismo pudiese imaginar en aquel momento. Fue la primera vez
que caminé tomada de la mano con alguien.
Tomé un sorbo de café, como era usual perfecto. Cerré los ojos para saborearlo mejor y
tratar de tomar un poco de oxígeno que me liberara de las malas energías que se me habían
acumulado en las ú ltimas horas. Me sentía má s pesada, aletargada y tanto amargada con
toda la situació n.
Al abrir mis ojos me encontré con sus ojos llenos de paisajes, de dulzura, de esperanza y
de nobleza. Entonces entendí que no podía estarme mintiendo, quería creer en él por sobre
todas las cosas. Asumiendo esto, me di cuenta de que si estas noticias que él acaba de
anunciarme me habían hecho pasar momentos desagradables, él atravesaba por un
escenario mucho má s complejo: a puertas de un divorcio, criando por su cuenta a una niñ a
pequeñ a y ahora se encontraba con una mujer que le complicaba todo un poco má s.
Sospeché que resistía en silencio y lo sentí indefenso ante mí.
Antes de saber toda a situació n que nos envolvía, yo había decido transformar la manera
como llevaba mi vida para estar con él; pero en realidad no tenía ni idea de có mo debía
modificar toda mi existencia para poder acercarme a Samuel. Ahora que entendía un poco
má s las cosas, decidí nuevamente que valía la pena intentarlo, que quería encajar en su vida
a pesar de lo compleja que pudiera parecerme porque todo mi ser pedía el contacto con él.
- No estoy segura de có mo hacer eso Samuel. He estado algú n tiempo sola y me he
sentido bastante có moda de esta manera; incluso estando en pareja he resguardado
mi individualidad. Esto sin mencionar que no estoy para nada familiarizada con los
niñ os. De lo que sí estoy segura es que quiero estar contigo y que me esforzaré para
lograrlo.
Luego de escucharme se le pintó una sonrisa en los ojos y en los labios; rompió el
espacio que nos separaba y me dio un beso, el beso má s tierno y dulce que me habían dado.
Sentí sus labios abrazando mi labio inferior con fuerza por unos segundos, su nariz acarició
la mía tiernamente y respiré su aliento. Aú n cerca de mí y mirá ndome a los ojos me
susurró :
- Lo vamos a hacer juntos. -percibí sinceridad y nobleza en sus palabras. Me llenó de
ternura.
Se dispuso a tomar su café. Ahora tenía una energía totalmente distinta a la que traía
cuando llegó a la oficina a buscarme. Lo había sentido preocupado y ofuscado, ahora se veía
relajado y alegre. Estaba comenzando a conocerlo y reconocer sus actitudes, y eso me
producía cierto deleite secreto.
Al terminar en la cafetería, caminamos en direcció n a la revista. Yo debía continuar mi
trabajo y él había sido notificado que el pago por su trabajo estaba en administració n;
ademá s, el director de arte solicitaba una reunió n con él. De nuevo caminó a mi lado,
tomá ndome la mano, hasta que debimos despedirnos en el pasillo principal de la revista.
Noté que Julia, la recepcionista de la revista, a pesar de estar ocupada en alguna llamada
percibió la cercanía entre Samuel y yo, y en la cara se le advirtió el desconcierto. A mí no
me sorprende que a ella le parezca insó lita la circunstancia. Durante los ocho añ os que he
estado trabajando allí, nunca nadie me había visto en actitudes romá nticas con alguien. No
dudo que se rumorara en el lugar que yo no tenía ningú n tipo de vida social y mucho menos
romá ntica. No puedo negar que aquello me causó un poco de gracia.
Traté de concentrarme en el trabajo. Tuve cierto éxito, aunque mi atenció n tuvo ciertas
intermitencias que me permití para recordar el beso de Samuel. Luego de dos horas recibí
un mensaje de él:
- Ya terminé por aquí. ¿Quieres almorzar conmigo?
- No puedo, estoy atrasada con unos asuntos. Trabajaré corrido, tendré que comer
al salir. ¿Nos vemos después?
- Está bien. Te propongo algo. Ven a casa, te prepararé algo especial. ¿Te parece?
El resto del día estuve sumamente ocupada, pero por instantes recordaba mis planes de
esa tarde y en mi corazó n sentía un pequeñ o sobresalto y un vacío en el estó mago. Intenté
no pensar tanto en ello para que no me embargara la cobardía. Finalicé mi día laboral así
que revisé la direcció n de Samuel, respiré profundo y me fui para allá .
Capítulo 7
Parada frente a la puerta de la casa razoné que al tocar mi vida iba a cambiar. Esperé
unos segundos que fueron eternos y por fin me decidí a llamar al timbre, mi decisió n no era
revocable. Ya mi vida se había transformado. Rá pido se abrió la puerta y estaba Samuel
frente a mí con la sonrisa que le caracteriza y un envase con helado de chocolate en la
mano.
- Toma. Di que lo trajiste para ella. Te va a amar má s rá pido. –colocó el helado en
mis manos y yo me reí nerviosamente un poco.
Me saludó con un beso en la mejilla y me invitó a pasar. Era una casa amplia y que
obviamente estaba tomada por una niñ a. En el mueble se encontraban dos peluches, en una
esquina una pequeñ a cocina de juguete y una tableta en la mesa. Samuel recogía los
juguetes desubicados en la casa mientras hablaba de cosas que no puedo recordar.
- Samy, ya Carla está aquí. Ven, por favor. –dirigió su voz hacia la habitació n de la
niñ a.
Se escucharon unos pasos rá pidos y pronto Samantha llegó corriendo a la sala. Lucía
juguetona y alegre. Se sentó junto a mí.
- Hola Carla. –me dijo con familiaridad.
- Hola Samantha. Te traje helado de chocolate. –le extendí el envase que me había
entregado Samuel, mientras él nos observaba con complicidad, sentado en otro
mueble.
- Gracias, Carla. –me dijo al tiempo que miraba con deseo el helado.
- Guá rdalo en la nevera y puedes comerlo al terminar de comer. –le apuntó Samuel
a su hija.
Pronto ambos regresaron a la sala conmigo. Esta vez Samantha se sentó en las piernas
de Samuel. Aunque ya había conocido a la niñ a, era la primera vez que estaba en presencia
de esta escena típica de familia y no pude evitar sentirme totalmente fuera de lugar. Puede
que Samuel haya notado la sensació n que me embargaba en ese momento.
- Samy, cuéntale a Carla que hicimos para cenar hoy.
- Mi papá y yo preparamos pasta con salsa. La hicimos los dos juntos. También
hicimos jugo de fresa.
- Seguro que quedó muy rico. A mí me encanta la pasta. –le dije sonriendo,
intentando incorporarme en la conversació n.
- Samy, ¿arreglas la mesa para que podamos comer? –le preguntó Samuel y la niñ a
fue corriendo al comedor.
Luego nos sentamos en la sala y Samantha me mostraba los juegos que le gustaban en su
tablet. Un rato después le pidió permiso a su papá para ir a ver televisió n y él se lo
concedió ; así que Samantha se fue, dejá ndome sola con Samuel. Se sentó a mi lado y me
preguntó :
- ¿Está s bien?
- Sí, estoy bien. Algo insegura todavía, pero creo que poco a poco puedo mejorar. Es
extrañ o verte en rol de papá . No lo había imaginado.
Musité algo imperceptible pero no supe qué responder a eso. Samuel sonrío, pasó su
mano detrá s de mi cuello y se acercó poco a poco hasta besarme. Esta vez fue un beso
mucho má s apasionado que el de esta mañ ana. Inmediatamente sentí que mi respiració n y
la de él se aceleraron al unísono; a mi mente llegó el recuerdo de nuestro episodio de la
noche del sá bado en el estacionamiento.
- Samuel, la niñ a podría venir. –le recordé.
- Sí, un poco.
- ¿Blanco o tinto?
Pasamos un rato agradable tomando un poco de vino y hablando, ambos está bamos muy
cerca uno del otro. Por momentos nos besá bamos y cada tantos minutos Samuel vigilaba a
su hija. Todo parecía fluir de manera má s natural y comenzaba a sentirme má s có moda. Eso
me tranquilizaba. Samuel actuaba muy atento conmigo y no perdía la oportunidad de rozar
mis manos. Cuando acabamos la botella fue a ver a la niñ a, regresó pronto y me dijo que se
había dormido.
- Me encanta que estés aquí. –me dijo.
No lo pensé mucho, me dejé guiar por el impulso y ahora fui yo quien lo besó . É l
respondió con el mismo ímpetu. Mientras nos uníamos en un largo beso nuestras manos
fueron tomando terreno en el cuerpo del otro. Al principio, yo acariciaba sus hombros y su
pecho y él sujetaba mi cadera subiendo por mi cintura. Luego, encontró la manera de
acercarme má s a él, de tal forma que podía sentir los latidos acelerados de su corazó n en mi
pecho.
Con una mano me sostenía muy cerca de él, con la otra rozaba mi cuello y bajaba
tímidamente a mis hombros debajo de la camisa. Me estremecí al sentir su piel en contacto
con la mía. Yo tenía mi mano en la parte baja de su espalda, también debajo de su camisa;
buscando el contacto directo con su espalda. Empecé a percibir que todo mi cuerpo se
calentaba, especialmente mi boca y mis manos.
Nos acariciá bamos mutuamente de manera muy tierna y a la vez enérgica. Después de
unos minutos de esta cercanía, por todo mi cuerpo se sentía la necesidad de tenerlo. Se
escapó de mi todo pudor o timidez. Lograba sentir su respiració n y su corazó n acelerados;
tengo la certeza de que él también podía reconocer los síntomas de deseo que exponía
visiblemente mi cuerpo.
Presentía que llegaba el momento en el que me intentaría quitar la ropa, y yo no me iba
a resistir, por el contrario, estaba deseando con intensidad que lo hiciera pronto. Pero aú n
no se atrevía, sus besos eran má s y má s apasionados, y mi respuesta era igual.
De forma delicada pero apasionada besó mis senos mientras apretaba mi espalda con
sus manos. Yo también comencé a desnudarlo, quitá ndole la camiseta. Le acaricié los
hombros, dos montañ as que eran el preludio para su cuello; también acaricié su cabello
desaliñ ado como de costumbre, lo hacía má s “Salvaje”. Se acostó en la cama de tal forma
que me invitaba a seguirlo y así lo hice. Fue la primera vez que sentí su torso desnudo con
el mío, fue un momento glorioso.
En medio del éxtasis le dije que necesitaba sentirlo dentro de mí. Inmediatamente se
incorporó en sus rodillas, en ese instante recordé mi sueñ o de varios días atrá s, el cuadro
era casi exacto; pero esta vez se desvistió completamente. Lo vi completamente desnudo y
me pareció una imagen maravillosa.
Se recostó sobre mí, me miró a los ojos y se internó en mí sin desviar la mirada. Eso me
permitió apreciar có mo su vista se llenaba completamente de excitació n y satisfacció n.
Puso su cara en mi cuello y se concentró en el movimiento de su pelvis contra mis caderas.
Lo escuchaba resoplar en mi regazo a la vez que entraba en mí. En ese momento no existía
nada má s que él, sus caricias, sus besos, su olor, su piel y el infinito placer que me
provocaba al tenerlo dentro de mí.
Se detuvo unos segundos para voltearme. Besó mi cuello y mi espalda, a la vez que su
mano tomaba mi sexo hú medo. Luego desde atrá s volvió a penetrarme, ahora con mayor
vehemencia. Entrelazó sus dedos con los míos para impulsar su envestida con má s energía
cada vez. Y al mismo tiempo el placer iba en aumento, hasta que sentí que se formaba
dentro de mí una especie de trueno que de pronto retumbó por todo mi cuerpo y se
extendió al de él.
Ambos resoplá bamos vigorosamente, uno al lado del otro. De a poco la respiració n
volvía a la normalidad. Yo aú n yacía boca abajo y Samuel estaba a mi lado, acariciando mi
cabello y observá ndome. No puedo describir la sensació n que tenía en aquel momento con
palabras, pero si tuviera que hacerlo diría que me sentí llena de paz; como si hubiese
llegado a un lugar donde tenía que haber estado. Lo podía sentir viéndome, aunque yo tenía
los ojos cerrados, cuando los abrí me dio un pequeñ o beso en la mejilla y me preguntó en
voz baja:
- ¿Está s bien?
Me abrazó y por unas horas nos quedamos dormidos de esa manera. Me desperté un
poco desorientada y lo vi a mi lado, dormido. Era sencillamente hermoso, no só lo por su
físico; era có mo me hacía sentir, la satisfacció n que tenía al saberlo en ese momento para
mí. Lo observé por unos minutos, memoricé su respiració n y su olor; pero de pronto
entendí que debía irme. No era apropiado que al amanecer su hija me encontrara allí.
- No creo que sea buena idea que tu hija me vea aquí por la mañ ana.
- Yo tampoco quiero irme pero es lo mejor. No hay que complicar aú n má s las cosas.
Me voy a dar un bañ o rá pido.
- Casi perfecta.
Conduje a casa. Hubiese querido amanecer abrazada de él, pero asumí que, si quería que
nuestra relació n tuviera un futuro, era necesario que su hija me aceptara y eso no sucedería
de un día para otro. Pensé que, si me encontraba allí apenas conociéndome, encontraría
mayor resistencia en ella. Llegué a casa y enseguida le envié un texto a Samuel:
- Ya estoy en casa. Todo bien. Descansa.
Todo aquello parecía un sueñ o, uno de verdad memorable; lo mejor de ese sueñ o es que
era la realidad. Samuel hizo mi noche infinitamente sublime con cada palabra y cada beso
que me concedió . A penas mi cabeza tocó la almohada quedé rendida de sueñ o, sin
embargo, el despertador sonó inesperadamente rá pido; mi noche de descanso había sido
bastante corta. Me desperté un poco somnolienta, nada que no arreglara una buena taza de
café expreso; me encontraba muy feliz, gracias a la existencia de ese hombre en mi vida.
No quise escribirle algú n texto a Samuel temprano ya que supuse que estaría dormido y
no quería despertarlo. Llegué a tiempo al trabajo y me sentía de un muy buen humor para
ser sincera. Todo parecía perfectamente encaminado en mi vida. Por ahora lo que tenía que
resolver era aprender a ser parte de la vida de Samantha, la hija de Samuel. Alrededor de
las nueve y media de la mañ ana recibí el primer mensaje del día de parte de él:
- Buenos días preciosa. Espero hayas podido descansar. ¿Ya está s en el trabajo? Yo
dormí má s de lo debido. Llevaré a Samy al colegio y me reuniré con una
constructora para organizar una sesió n fotográ fica. Ten un excelente día.
- Buenos días guapo. Descansé, pero quería seguir durmiendo unas cuantas horas
má s. Desde hace un rato ya estoy en el trabajo. Saludos a Samy. Besos. –le contesté.
Noté que el tono de los mensajes había cambiado y no me sentí incó moda, al contrario;
me sentía parte de algo, tenía la impresió n de estar compartiendo una complicidad con
Samuel. Poco después escuché la notificació n de la entrada de otro mensaje, pensé que era
de él, pero era un texto de Roxana:
- Hey amiga, me tienes sú per olvidada. ¿có mo está s?, ¿qué ha pasado con el hombre
del momento? Me has estado matando de la curiosidad.
- Hola Rox. Discú lpame querida. Tienes razó n. Han sido días bastante acontecidos,
te tengo muchas novedades, pero por mensaje es difícil. Tenemos que vernos
pronto.
- Pero que sea de verdad pronto, necesito el cotilleo completo y con detalles.
- Vale.
- Vale. Un beso.
Me encontré con algunos compañ eros a las puertas de la revista cuando me disponía a
salir a almorzar, me invitaron a ir con ellos como lo hacían bastante seguido; pero esta vez,
en contra de cualquier pronó stico, acepté ir con ellos. Estuvieron sorprendidos pero
agradados por mi respuesta. Normalmente prefiero almorzar a solas, pero pensé que un
cambio en la monotonía diaria no estaría nada mal. Al fin y al cabo, me había ido bastante
bien haciendo las cosas de manera distinta ú ltimamente.
En el almuerzo, pasé un buen rato. Fuimos cuatro compañ eros: Patricia, Fernando, Alicia
y yo, todos trabajaban en el departamento de impresió n menos yo. Eran personas
agradables. Aquel día su tema de conversació n giraba en torno al capítulo de una serie
televisiva que todos seguía y aunque yo no la conocía no me sentí fuera de lugar, ya que me
explicaban los acontecimientos.
- Quise sorprenderte y veo que logré mi cometido. Ademá s, quería invitarte a salir y no
quería correr el riesgo de que me dijeras que no.
- ¿Acaso a algo te he dicho que no? –le pregunté con tono de complicidad.
- No, pero no quería que hoy fuera la primera vez. Y para ser sincero tenía muchas
ganas de verte, así que no quise esperar un minuto má s de lo estrictamente necesario.
- ¿Y Samantha?
- No te preocupes, ya eso lo arreglé. Está con Emilia, una vecina que la cuida de vez en
cuando. Tiene una hija de la misma edad de Samy y se lo pasan bien juntas.
- Está bien. Permíteme guardar este documento y apagar el ordenador. Enseguida nos
vamos.
- Claro. Pensé que podríamos ir primero a llevar tu coche a tu apartamento para que
vayamos en el mío.
Salimos del edificio rumbo a dejar mi coche, él me seguía ya que no había estado allí
antes. Aparqué mi vehículo y nos fuimos rumbo al cine juntos. Durante el camino
conversá bamos de las películas que nos gustaban y las que no, de personajes, directores y
bandas sonoras; resultó que ambos éramos amantes del cine. Por nuestras conversaciones
textuales anteriores frecuentes ya esto lo sabíamos uno del otro. Ese día el trá fico en la
ciudad estaba imposible, pero a decir verdad no nos importaba, disfrutá bamos de la
compañ ía.
Llegamos al cine, pero antes de bajarnos del coche Samuel se me acercó y muy cerca me
dijo:
- He estado todo el día recordando lo de anoche. Y me muero por un beso tuyo.
Vimos una película que narraba la historia de un niñ o hindú que se extravió y vivió
innumerables incidentes hasta encontrar una familia adoptiva en la cual creció , pero nunca
pudo olvidar que en la India se encontraba su verdadera familia. Finalmente, luego de una
bú squeda exhaustiva logró reunirse con su madre. Una película que ambos consideramos
extraordinaria. Samuel me hacía algunos comentarios relacionados a lo que conocía de la
India. Me parecía fantá stica la idea de conocer ese país.
Al salir del cine compré un dulce y le pedí a Samuel que se lo entregara a Samantha de
mi parte. Pude notar en su rostro que le conmovió el hecho de que yo tuviera este detalle
con su hija. Me explicó que debía regresar temprano a casa y entendí las razones.
- No lo había pensado. ¿Qué opinas si vienes con Samantha a cenar mañ ana aquí?
- Me parece bien. Pero me parece muy larga la espera para volverte a ver.
- Descansa.
Luego que Samuel me dejara en casa estuve un rato viendo la televisió n sin realmente
prestarle mucha atenció n, má s bien pensaba en los ú ltimos eventos de mi vida y en la cena
de mañ ana. Sería la primera vez que Samuel y Samantha vendrían a mi hogar, y quería
dejarles una buena impresió n. No me consideraba la mejor cocinera, ya que normalmente
preparaba lo necesario para mí, para no morir de inanició n; pero me esforzaría para
agradarlos. Tendría que ir al mercado mañ ana y, por supuesto, no olvidar comprar el
helado de chocolate que tanto le gusta a Samantha.
Para el día siguiente, ya había decidido el menú para la noche y tenía planificado
terminar de trabajar unas horas antes para poder ir al mercado y hacer la cena en casa a
tiempo. Todo estuvo a favor y pude seguir al pie de la letra mi plan. Cociné la cena lo mejor
que pude y el helado se mantenía en el congelador.
- Preciosa, vamos en camino. –recibí el mensaje de parte de Samuel.
- Estoy bien, ¿y tú ?
- Bien. Me alegra que estén aquí. Pasen, por favor. –Samuel se acercó a saludarme
con un beso en la mejilla.
Nos sentamos en el sofá de la sala a conversar con Samantha, qué había hecho hoy, có mo
se llamaba la muñ eca, entre otras nimiedades que los adultos utilizamos para sacarles
algunas palabras a los niñ os. Cuando se sintió un poco má s có moda, Samantha se levantó
del sofá y vio mi biblioteca de la sala. Me preguntó por qué tenía tantos libros, cuá l era mi
favorito, de qué se trataba y un sinfín de preguntas que los niñ os siempre tienen a la mano.
- Mi mamá me leía el cuento de Rapunzel. –dijo espontá neamente, pero con tono
nostá lgico.
Este comentario inocente nos hizo entender que extrañ aba a su mamá , y lo consideré
completamente natural. Por los ojos de Samuel pasó un velo de tristeza que intentó
inmediatamente disimular. Entonces le dije a Samantha:
- ¿Te gustaría que te leyera algo?, tengo un libro que sé que te va a gustar.
- Ven. –la llevé a mi cuarto. En esta biblioteca tengo mis libros preferidos, esté es
uno de ellos. Es uno de los libros má s hermosos que existe. Te lo voy a regalar, así
cuando quieras puedes decirle a tu papá que te lo lea, o me lo puedes pedir a mí
también. Ademá s, pronto aprenderá s a leer y podrá s hacerlo tú misma cada vez que
quieras. Se llama “El Principito”. –le entregué el libro en sus manos.
- ¿Qué te parece si cenamos y luego de eso leemos un rato? Debes tener hambre;
ademá s, te tengo una sorpresa para después de la comida.
- Adivina.
- ¿Helado de chocolate?
- Jajaja ¡sí!
- Eeeeeeeh. –corrió a la sala, guardo el libro el libro en su bolso. ¡Papá hay helado de
chocolate!
- Qué bueno hija, pero sabes que primero hay que cenar.
- ¡Sí!
Tuvimos una cena agradable. Ambos estuvieron de acuerdo en que la comida tenía buen
gusto, aunque aú n pienso que fue asunto de educació n. Como era costumbre Samantha
devoró su porció n de helado y pidió repetir, a lo que el papá accedió , pero en menor
cantidad. Culminada la cena, Samantha me pidió que le leyera el libro que le había regalado,
así que nos sentamos en la alfombra de la sala y comencé a leerle. A los pocos minutos ella
estaba acostada con su cabeza en mis piernas mientras escuchaba la narració n, por
momentos se reía y en ocasiones me preguntaba qué significaban unas u otras palabras. Al
cabo de un rato noté que se había dormido. Samuel, sentado frente a nosotras me giñ ó el
ojo.
La levantó entre sus brazos y me preguntó dó nde podía acostarla. Lo llevé a mi cuarto
para que la recostara en mi cama. Salimos en silencio de la habitació n.
- Me gusta tu apartamento, es muy acogedor. – me dijo abrazá ndome de frente por
la cintura.
- Lo voy a tener muy presente. –me dio un beso. Eres muy amable con Samy, de
verdad te lo agradezco.
- No es difícil, es una niñ a muy simpá tica. Y lo má s importante es que es tu hija. Así
que quiero llevá rmela bien con ella.
Samuel se encontraba sobre mí, entre mis piernas. Su boca bajó hasta mi cuello y poco
después su lengua se encontraba acariciando mis senos. Una de sus manos se coló por mi
pantaló n y exploraba mi humedad. Entonces no titubee en desabrocharle el pantaló n para
tener acceso a su miembro y acariciarlo. Nos encontrá bamos absortos entre los besos y las
caricias lascivas, cuando escuchamos movimientos en mi cuarto y recordamos que no
está bamos solos.
Ambos nos incorporamos lo má s rá pido posible. Samantha salió del cuarto semidormida
y le dijo a Samuel:
- Papi tengo sueñ o.
- Sí mi bebé, vamos a dormir. –la cargó en sus brazos y ella se volvió a quedar
dormida. Preciosa, discú lpame. Me tengo que ir. De verdad, lo lamento. –se dirigió a
mí.
Así terminó la visita de esa noche. No me sentía molesta por la situació n, de verdad la
entendía. De alguna manera me causaba gracia que tuviésemos que escondernos por
momentos y encubrirnos para besarnos o algo má s. Lo que sí me encontraba era excitada
pero ese asunto se tendría que solucionar luego.
Una vez que recibí el texto de Samuel en el que me informaba que había llegado a casa,
me quedé dormida. No me había dado cuenta lo cansada que estaba, pero realmente el
estrés de recibirlos en mi casa por primera vez me causó agotamiento. Seguramente
porque no solía esforzarme tanto en causar una buena impresió n en alguna persona.
Capítulo 9
Al despertar en la mañ ana miré el mó vil y tenía varios mensajes de Samuel de la noche:
- Preciosa, lamento haber tenido que irme así. Pronto te recompensaré.
- ¿Está s molesta?
- Ojalá no te hayas molestado conmigo. Tú me encantas Carla. Descansa. Un beso.
Era obvio que se había apenado por la situació n, por lo que quise sosegar su inquietud y
me apuré a escribirle:
- Buenos días guapo. No me molesté en lo absoluto. No te contesté porque
enseguida me quedé dormida. Tú también me encantas. Muchos besos para ti.
Hice mi ritual matutino: desayuno con dos tazas grandes de café expreso. Recibí su
respuesta a los pocos minutos:
- Buenos días mi preciosa. Me quedé preocupado pensando que estarías molesta.
Me tranquiliza saber que no es así. Ten un lindo día. Estaré pensá ndote.
- ¿Tienes algo pendiente para hoy? –le pregunté.
- Sí, tengo que editar unas fotos y reunirme para elegir las que se usará n en la
campañ a de la constructora. ¿Por qué?
- Por nada. Só lo quería saber qué harías. Estaré pensando en ti.
- Yo también lo haré.
Mi día en el trabajo estaba muy ocupado, tenía varias reuniones pendientes. En uno de
los pasillos de la revista me encontré a Alicia, una de las personas con la que comí hace días
atrá s, quien me saludo muy afable, pensé que debía repetir ese almuerzo y socializar má s
con las personas que trabajaban cerca de mí.
Samuel y yo intercambiamos algunos pocos mensajes. Casi al final de la tarde recibí de
recepció n un llamado, supuse que alguien preguntaba por mí. Al llegar a la entrada la
recepcionista con emoció n en el tono de la voz me dijo que habían traído algo para mí y
señ aló un ramo de flores.
De inmediato supuse que eran de parte de Samuel. En la tarjeta leí “Un pequeñ o regalo
para compensar lo de anoche.”. Nunca había recibido flores, ni tampoco las habían pedido.
La verdad no era de mi gusto ese tipo de detalles, pero me pareció romá ntico el intento de
Samuel por halagarme. Eso lo convirtió en un gesto invaluable. Le pedí a alguien que lo
llevará a mi oficina y lo llamé:
- ¿Sí?
- Hola guapo, ¿có mo está s?, ¿te interrumpo?
- No, para nada. Tú nunca interrumpes. ¿A qué debo el honor de tu llamada?
- ¿Y a qué debo yo el honor de un regalo?
- ¿Te gustó ?
- Sí.
- Jajaja no sabes mentir. ¿No te gustan ese tipo de flores?
- No seas tonto. Sí me gustó .
- ¿Y por qué no te creo?
- No sé.
- Mira que tengo buena intuició n. Bueno, es solo un detalle para intentar arreglar lo
de anoche.
- No tienes nada que arreglar. Ademá s, la compensació n que espero es de otra
índole.
- ¿De otra índole? ¿Y qué índole es esa?
- Ummm bueno, utiliza tu intuició n.
- Jajaja está bien.
- Hablamos luego. Debo incorporarme al trabajo.
- Vale. Un beso.
- Un beso igual.
A pesar de mi poco gusto por las flores, el detalle de alguna manera me transmitió una
energía muy linda y mantuvo mi humor agradable el resto del día. Pasé el transcurso de la
tarde tan ocupada que no me di cuenta del paso del tiempo. Al mirar el reloj ya era hora de
irme a casa; entonces tuve la idea de ir a ver a Samuel. Cogí el mó vil para comunicarme con
él y encontré un mensaje que me había enviado hacía poco má s de dos horas:
- Preciosa, me llamaron del cole de Samantha. Al parecer tiene fiebre. Voy a por ella.
Estaré en contacto.
Sentí bastante preocupació n en el instante que terminé de leer el mensaje. ¿Qué tendría
la niñ a?, ¿có mo estaría Samuel? Seguramente estaba pasando por momentos de mucha
consternació n. Decidí llamarlo para tener informació n y ofrecerle mi ayuda si era
necesario, y secretamente necesitaba estar cerca de él; pero no hubo respuesta. Entonces le
envié un texto:
- Te estuve llamando. ¿Có mo está Samantha? Si necesitan algo, há zmelo saber.
Apenas puedas comunícate conmigo, por favor.
Y con ese desasosiego me fui a casa. Tardé aproximadamente treinta y cinco minutos en
llegar, ya que había un poco de trá fico. Sin embargo, al llegar aun no recibía respuesta de
Samuel. Comenzaba a preocuparme seriamente. Dispuse a darme una ducha para relajarme
un poco, antes de entrar en pá nico, y después intentar llamarlo de nuevo. Una vez que salí
del bañ o me encontré con el siguiente mensaje:
- Hola preciosa. Disculpa que no te contesté cuando me llamaste hace un rato. Estoy
en casa con la niñ a. No es nada grave, só lo un pequeñ o de virus. No te preocupes.
Só lo lamento que no podamos vernos hoy.
- Muchas gracias, preciosa. No es necesario. Ya para mañ ana espero que esté bien.
- Ok. Besos.
- Besos, preciosa.
- El médico dice que puede ser bronquitis. En este momento está n haciéndole
algunas pruebas y revisá ndola.
- Nada en lo absoluto. Samantha tenían mucha fiebre y tenía que estar pendiente de
ella. Luego nos vinimos para acá .
- ¿Quieres que te traiga un café?
- Sí, por favor. No quiero moverme de aquí hasta saber qué le sucede.
- Tranquilo. Voy por él y te lo traigo
Me dirigí a la cafetería y al mismo tiempo hice algunas llamadas para notificar que no
podría ir a la oficina por el día de hoy. Hubo un poco de preocupació n ante mi aviso, ya que
no era algo en lo absoluto comú n en mí, de todas maneras, no hubo problema. Sabía que
debía estar con él en estos momentos. Ademá s, era una demostració n de mi disposició n
para formar parte de la vida de ambos. Y aú n má s importante que todo eso, yo quería estar
con él y sentía verdadera preocupació n por Samantha.
Confieso que fue sumamente incó modo que el doctor asumiera que éramos un
matrimonio y que Samantha era mi hija; pero entendí que era una confusió n
comprensible y que sucedería de manera continua de ahora en adelante. Fuimos a la
habitació n dó nde estaba Samantha, lucía algo cansada y con poco á nimo; sin embargo,
se alegró al vernos entrar en la habitació n. Nos besó a ambos y le preguntó a su papá :
- ¿Papi trajiste a Sally?
- Sí mi amor, claro. Ya te la busco.
- ¿Có mo te sientes nena? –le pregunté.
- Me siento un poquitito mejor. –me respondió juntando sus dedos para mostrarme
un espacio miniatura entre ellos.
- Bueno, hablamos con el doctor y nos dijo que pronto te ibas a sentir perfectamente
bien, si te tomas los medicamentos que te va a mandar.
- Pero no me gustan los medicamentos. –me dijo en tono de niñ a malcriada.
- Linda, pero eso es lo que te va a poner buena. ¿No quieres sentirte bien?
- Sí.
- Entonces vamos a poner de nuestra parte para que muy pronto estés de nuevo
sanita. –le acaricié la mejilla a la vez que le hablaba.
- Está bien. –aceptó a regañ adientes, mientras que Samuel le entregaba una muñ eca
que abrazó con fuerzas.
Ambos durmieron unas horas. Yo leí un libro, fui a la cafetería y me encargué de algunos
asuntos administrativos en el hospital para no tener que despertar a Samuel. Al finalizar la
tarde, a una hora de obtener el alta de Samantha, Samuel me dijo que podía irme a casa a
descansar, que él se encargaría de lo que faltaba. Irían a casa y me avisaba cualquier cosa.
Quise primero ir a la farmacia a por los medicamentos de la niñ a; luego, algo dudosa, me fui
a casa. No me gustó su decisió n...
Capítulo 10
En casa, mientras me duchaba pensaba que quizá s lo mejor que podía hacer era ir a casa
de Samuel para ayudarlo con la niñ a; ya había pasado una noche sin dormir y estaba solo
con ella. Era lo má s oportuno en la situació n. Me pareció la mejor idea que se me haya
ocurrido, ver esta situació n como una oportunidad para manifestar con hechos mi
compromiso con la relació n y para demostrar que contaba conmigo.
No deliberé má s al respecto y fui a por la cena: sá ndwich para nosotros y sopa para la
niñ a, seguramente no habrían tenido tiempo de preparar algo de comer. Seguidamente me
encaminé al hogar Torres. Toqué el timbre y a los pocos segundos abrió la puerta una
mujer de tez clara, ojos aceituna, cabello claro y muy parecida a Samantha.
- Buenas noches. –me dijo, en tono de pregunta y no de saludo.
Yo quedé absolutamente estupefacta ante su presencia. Estaba bastante claro que era la
esposa de Samuel. Una avalancha de conmoció n me arrolló . No sabía có mo reaccionar. Solo
alcancé a decir una palabra:
- Disculpe. –di media vuelta y me fui.
La caminata hasta el coche me pareció eterna, aunque debía ser a lo sumo siete metros.
Sentí el peso del mundo a mis espaldas, seguramente era su mirada sobre mí. Ya frente al
volante noté que Samuel corría hacia el coche, arranqué y me fui antes de que me
alcanzara; lo vi por el retrovisor, con las manos en la cabeza, haciéndose cada vez má s
pequeñ o, hasta desaparecer.
Aquel ha sido uno de los momentos má s vergonzosos de mi vida hasta ahora. No pude
evitar que muchas lá grimas brotaran de mis ojos y me mojaran el rostro. Yo sobraba en esa
familia. Fui una ilusa al pensar que podía establecerme en la vida de Samuel. Me
preguntaba si él sabía que ella estaba en su casa y por eso me pidió que me fuera. Esa
posibilidad me lleno de impotencia. Recibí incontables llamadas de parte de él hasta llegar
a casa. No contesté ninguna. No quería saber nada, prefería no escucharlo por ahora,
necesitaba analizar la situació n para saber có mo enfrentarla.
Al llegar a mi apartamento destapé una botella de vino, en momentos difíciles como este
era la mejor opció n posible. Mi celular comenzó a convulsionar abarrotado de mensajes de
Samuel:
- Carla déjame explicarte. Contesta el teléfono, por favor.
- Tenía que informarle que la niñ a estaba enferma y tomó un vuelo para venir, sin
informarme absolutamente nada. Me tomó por sorpresa a mí también.
Yo entendía que ella era su madre y que tenía que estar con su hija. Pero me causó
mucha conmoció n encontrá rmela de esa manera, me había sentido parte de la familia
durante el día y sin previo aviso fui expulsada del círculo. No quería vivir de esa manera,
teniendo que apartarme cada vez que ella decidiera aparecer.
- Samuel, no te preocupes por mí. Ocú pate de tu hija y esposa.
- No digas eso preciosa. No tengo que ocuparme de ella. Ella es la madre de mi hija,
pero no es mi esposa ya.
Por primera vez se refería a mi como su novia, pero fue una situació n agridulce. Si
éramos novios, no sabía en ese momento si aú n podíamos seguir siéndolo.
- Necesito pensar.
- Está bien. Lo entiendo. Hablamos mañ ana. No olvides que eres importante para mí.
- Igualmente.
Esa noche recuerdo claramente que el cielo se pintó completamente de gris, sentí que el
clima era muy coherente con mi á nimo del momento. Me senté frente a la ventana con una
copa de vino blanco y observé las centellas que lanzaba el cielo hacia la tierra, creando una
especie de fractura luminosa en el firmamento. A pesar de las nubes, los rayos y los
truenos, por algú n misterio, el cielo se resistía a dejar caer el agua que contenían las nubes;
la sostenía, testarudo. Veía en la calle las personas de paso apurado, con paraguas cerrados
en la mano. De pronto hubo un fuerte viento, por el suelo de las calles pasaban perió dicos
con las alas totalmente extendidas y se sintió el rumor del agua como un preá mbulo a su
caída. Ya todos en la avenida se sentían mojados, pero no caía aú n una gota de agua. Toda
aquella escena me era conocida, la sentía similar a mi situació n con Samuel; donde se podía
palpar la llegada de una tempestad, pero no era posible adivinar el momento en el que el
agua se precipitaría. Y como sucedió aquella noche, má s temprano que tarde la lluvia cayó
provocando un gran estruendo. Creo que todo aquello sucedía tanto fuera como dentro de
mí.
Cuando la lluvia amainó de alguna manera me sentí mejor, fresca, un poco renovada. Yo
sabía que en cualquier segundo la esposa de Samuel haría acto de presencia y de todas
maneras quise estar junto a él, ahora que ha sucedido no veo por qué las cosas deberían ser
tan distintas. Pero sentí que debía alejarme un poco de la escena, así vería mejor las cosas.
Era muy importante saber có mo se comportaría él, ahora que ella estaba cerca.
Desperté a las ocho y treinta y cinco de la mañ ana, pero me quedé en la cama una media
hora má s, aprovechando que era sá bado. Recordé los acontecimientos del día anterior.
Miré el mó vil, tenía un mensaje de Samuel:
- Buenos días, preciosa. Samy está mejor. Se despertó poco anoche y no tuvo fiebre. Yo
casi no pude dormir pendiente de ella y pensando en ti. Quiero que estés en mi vida. Espero
hayas descansado. Un beso.
El mensaje parecía sincero y admito que era un poco reconfortante leer esas palabras.
Decidí ignorarlo un rato y le escribí a mi papá para librarme del almuerzo familiar semanal.
No solía suspender nuestro encuentro, pero mi tía me conocía tanto que si me veía ese día
notaria que algo no estaba normal y no quería preocuparla con toda esta situació n. Tenía
ganas de pasar un rato con alguien que pudiera escucharme y aconsejarme, sin que esa
persona le guardarse un rencor perenne a Samuel por todo lo que había traído a mi
existencia. Así que la mejor opció n pensé que era encontrarme con Roxana y Elisa, ademá s
habíamos quedado de hablar pronto.
- Rox, buenos días. ¿Có mo está n? Oye, ¿está is ocupadas hoy? Quisiera verlas. Má s bien
necesito verlas. Escríbeme apenas puedas.
Con lentitud y en un silencio reconfortante realicé el ritual del desayuno, tomé dos tazas
de café expreso; tuve una larga ducha y recordé que no le había contestado aú n a Samuel.
Al salir de la ducha cogí el teléfono, tenía un mensaje de Roxana:
- Hola guapa. Estaremos en casa todo el día. Ven cuando quieras. Te vamos a estar
esperando.
Sé que en el mensaje soné un poco pedante, pero supongo que estaba de alguna manera
molesta o celosa de que estuviera en su casa Susana, su esposa. No podía sacar ese hecho de
mi mente; ademá s, ella es aú n su esposa, sería natural que se reconciliaran. Yo soy só lo
alguien con quien ha estado unas pocas semanas, aunque ahora se refiera a mí como su
"novia".
Me vestí informalmente y salí rumbo a la casa de las chicas. A pesar de todo me animaba
la idea de pasar el sá bado con ellas. Siempre me divertía con sus ocurrencias. Al llegar me
recibieron con abrazos, muy animadas. Conversamos de nimiedades al principio, la lluvia
de anoche, el trabajo, la familia, los programas favoritos, entre otras cosas.
Se notaba que quería preguntarme por lo sucedido con Samuel, pero no querían ser
inoportunas. Sin embargo, la curiosidad les ganó :
- Manis nos encanta que vengas, pero normalmente los sá bados está s con tu familia y en
tu mensaje parecías algo rara. ¿Pasa algo? ¿Es por el fotó grafo?
- Sí Rox, es por el fotó grafo. -entonces les expliqué todo lo sucedido desde la ú ltima vez
que conversamos, ambas me escucharon con atenció n y con visible sorpresa. Les hablé de
la hija, del sexo, de la esposa, con la mayor cantidad de detalles posibles.
- Yo pienso que él te ha demostrado que le importas. Así que deberías escucharlo. Eso sí,
ella no puede instalarse así cada vez que le dé la gana. En este momento se comprende
porque la niñ a está enferma pero que no se le haga costumbre el asunto. -dijo Roxana.
- Es sumamente incó modo. -comenté.
- Pero Samantha está enferma, supongo que debe estar cuidá ndola.
- É l te pidió hablar hoy. Dile. Puede ser que su mamá la vaya a cuidar. -me sugirió
Roxana.
- Hola. Estoy en casa de las amigas que te dije. ¿Quieres venir? -le escribí a Samuel.
- Manis, sabes que quiero lo mejor para ti. Pero ¿no has pensado que te empeñ aste tanto
en este tal Samuel por la semejanza de su situació n con la que viviste de pequeñ a? -me
preguntó tímidamente Roxana.
Sinceramente no era algo que había considerado hasta aquel momento. Fue un poco
sorprendente entender que era probable que todo aquello me afectaba tanto y lo sentía tan
cercano porque era una situació n muy similar a la vivida durante mi infancia.
Cuando era muy niñ a mis padres se divorciaron y yo crecí con mi padre. Mi madre era
extranjera y le había insistido a mi papá para que se erradicaran en su lugar de origen, pero
él se negaba. Fue una discusió n de muchos añ os segú n puedo recordar, hasta que mi mamá
decidió separarse de él. Como ella necesitaba dedicarse a tiempo completo a su trabajo y no
podía cuidarme, yo me quede aquí con papá sin ningú n tipo de conflicto entre ellos.
Durante mi niñ ez recibí correspondencia de ella, incluso vino a visitarme dos veces
antes de cumplir mayoría de edad. Pero luego nuestro contacto se limitó a correos, mensaje
y llamadas. Incluso ella hizo familia en ese país, ya que se volvió a casar. Pero puedo decir
que no sentí ni tampoco siento algú n rencor hacia ella en lo má s mínimo. Ahora me
preguntaba si inconscientemente tenía algo que resolver con relació n a esto, era algo que
debía considerar dadas las circunstancias actuales.
Capítulo 11
Antes de que pasara una hora el timbre sonó y era él. Mi corazó n dio una vuelta de
trescientos sesenta grados justo en el instante que lo vi y me mostró su sonrisa cá lida y
encantadora. Mis amigas se presentaron muy amablemente y él también lo hizo así, luego
se acercó a mí para saludarme; me tomó con ambas manos por la cintura, me besó
brevemente en la boca y me abrazó . Roxana y Elisa observaron incrédulas la escena, yo no
solía ser para nada cariñ osa con las personas, por má s cercanas que fueran a mí.
- Chicas no sé qué quisieran hacer hoy, pero yo traje una botella de vodka, ¿qué dicen?
- Susana va a estar con ella. Es bueno que estén solas ellas dos un rato. Y yo necesito
compartir tiempo a solas contigo también. -me respondió , y las chicas seguían ató nitas la
conversació n.
Pasamos una tarde muy entretenida. Samuel las hizo reír muchísimo, él asumió con
naturalidad admirable la relació n de ellas, yo me sentía agradada de estar acompañ ada por
él, de pasar un día como novios. Hicimos algunos có cteles, jugamos cartas, vimos películas,
y vídeos musicales; Samuel me tomaba de la mano siempre que estaba cerca.
- Samantha está con su mamá y está mucho mejor. No tengo que ir a casa.
Me sentí un poco nerviosa porque segú n lo que podía recordar, iba a ser la primera vez
que estuviéramos él y yo completamente solos. Aú n tenía cierta incomodidad por la
situació n con Susana pero el rato que habíamos pasado hoy le cayó muy bien a mi
seguridad con respecto a lo que yo significaba yo en la vida de él. Si estaba allí, significaba
que realmente yo le interesaba, y había mucho má s que simple interés. Por primera vez el
adjetivo enamorado se cruzó por mi mente, aunque no quise ahondar mucho en ese
peligroso pensamiento. Pienso que a veces intentamos no acercarnos tanto a aquello que
desconocemos por miedo a enfrentar cambios drá sticos en nuestras vidas, entonces nos
vamos aproximando con timidez hasta que nos sentimos má s seguros o có modos.
- Primero, quiero que sepas que Susana y yo estamos separados de forma definitiva.
Ya hablé con el abogado para que aprovechemos que ella se encuentra en la ciudad
para agilizar los trá mites para el divorcio. Esto no tiene nada que ver contigo, por
supuesto. Ella ya no era mi pareja algú n tiempo antes de conocerte. Reconozco que
Susana siempre será parte de mi vida, porque vivimos momentos especiales juntos,
pero má s que nada porque es la madre de mi hija. Le daré el respeto que se merece
por ello. Segundo, necesito que entiendas lo importante que tú eres para mí. Sé que
no habíamos hablado sobre tener una relació n estable, pero eso es lo que realmente
quiero, que seas mi pareja de ahora en adelante. Al principio consideré que me
atraías y era una sensació n agradable, pero ahora siento mucho má s que eso; sé con
certeza que no quiero estar lejos de ti, que quiero verte siempre, que deseo que
seamos felices juntos, que no quiero que nada nos separe. Soy consciente de que las
cosas entre nosotros han ido un poco rá pidas y han surgido algunas complicaciones
en el camino pero en los sentimientos no se manda y yo decido dejar el miedo a un
lado por ti. Sinceramente te digo que siento que me estoy enamorando de ti. –lo
escuché muy atenta, con el corazó n palpitando muy rá pido.
De su boca oí los pensamientos que asaltaron mi mente durante esos días. Todo aquello
que me dijo se internó profundamente en mi pecho. Era mucho má s que lo que aspiraba
escuchar de él dadas las circunstancias. De alguna manera, supe que me hablaba con
sinceridad y quise decirle que me pasaba lo mismo. Siempre fui buena con las palabras,
tanto que trabajaba con ellas, pero él desmontaba completamente lo que yo creía de mí. Así
que elegí no hablar en ese momento.
En ese instante de estremecimiento preferí besarlo. Con mis manos tomé su rostro y traje
sus labios a mi boca. Lo besé con ternura y gratitud, luego nos miramos a los ojos unos
segundos y nos besamos con pasió n. Nuestros cuerpos se abalanzaban uno hacia el otro en
claro signo de deseo desbordado. Al mismo tiempo ambos batallá bamos para quitarnos la
ropa mutuamente. Besé su cuello y mordí sus hombros al tiempo que en plena sala del
apartamento le quitaba el pantaló n. É l besaba mi cuello mientras apretaba entre sus manos
mi cadera y mis piernas. Aunque todavía no nos habíamos desvestido por completo la
excitació n se había apoderado de todo mi organismo, y esa excitació n habló por mí al
decirle jadeante en el oído:
- Te necesito dentro de mí.
- Completamente delirante por ti. –me dijo aun con la respiració n acelerada.
- Uno de tus mayores encantos es que ignoras lo sugestiva que eres, no tienes
conciencia de tu atractivo.
- Lo sé, pero lo eres. El tono canela de tu piel me tiene hipnotizado. Me pierdo en los
rizos de tu cabello y me encuentro en tus labios seductores. Tus ojos poseen
misterios indescifrables. Tu figura delicada produce en mí una provocació n difícil
de controlar. No puedo dejar de recordar tus senos turgentes y tus piernas
torneadas. Pero tu mayor atractivo es la inteligencia que destilas al hablar y la
seguridad que emanas al caminar. Y si otro hombre no se ha propuesto quedarse
con tu amor por el resto de su vida es porque la mayoría de los hombres sienten
complejo de las mujeres seguras e inteligentes.
- ¿Y tú no eres así?
Aquella noche fue una de las má s hermosas de mi existencia. Hicimos el amor tiernamente,
nos abrazamos y, má s que nada, hablamos de nuestros sentimientos, de temores, de
certezas, de ideas, de pensamientos y nos comprometimos a hacer el mejor esfuerzo para
que esta relació n funcionara. Fue la noche en que acordamos ser una pareja y confiar
enteramente uno en el otro.
Dormimos quizá s unas dos horas. Nos levantamos juntos a hacer el desayuno. Habíamos
acordado que ese día iríamos a su casa, donde estaba aú n Susana, y le hablaríamos
claramente de nuestra relació n. También se lo diríamos a Samantha. Eran acciones que
debíamos tomar para oficializar el vínculo que nos unía y el compromiso que adquiríamos a
partir de ahora. Sentía un poco de temor, pero tenía el respaldo absoluto de Samuel, por lo
que estaba segura de hacerlo.
Capítulo 12
- El punto es que tengo una relació n con Carla y que necesito que seas respetuosa
con ella y con nuestro compromiso.
- Mucho después de la ruptura de su relació n, así que no creo que eso sea de tu
incumbencia. –le respondí lo má s segura que pude.
- ¿Y ella no tiene que ser cordial conmigo que soy la madre de tu hija? –le preguntó
a Samuel.
- Lo es. Ella tiene razó n. Los detalles de nuestra relació n no deben ser de tu interés.
-le comentó , respaldá ndome.
Era muy evidente que existía mucho rencor entre ellos. Captar eso hizo que me preguntara
qué habría pasado entre ambos para que después de haberse amado se despreciaran de la
manera como obviamente lo hacían. Me urgía entender la razó n, ya que no quería que nos
sucediera ahora a nosotros. Frente a ella, la energía de Samuel cambiaba completamente, se
transformaba de una persona amable, agradable y sonriente en un ser tenso e irritable.
Samuel y yo fuimos a la habitació n de Samantha. Los tres conversamos de su salud, de las
medicinas que debía seguir tomando y de lo bien que se notaba que estaba ya. Entonces
Samuel le pidió que apagara el televisor porque teníamos que hablar con ella de algo
importante, ella acató la petició n y su cara se tornó seria de inmediato.
Creo que era un ritual que habían hecho antes y que hacía que ella presintiera que algo
estaba a punto de cambiar, una lá grima se asomó a sus ojitos. Me enterneció
completamente, quería abrazarla. Presenciando el trato entre Samuel y Susana, no era
difícil adivinar que seguramente discutían continuamente y la niñ a debió pasar momentos
de mucha aflicció n.
- Nena, sabes desde hace tiempo que tu mamá y yo ya no estamos má s juntos.
- Sí, papi…
- Y eso no quiere decir que no te amemos mucho. ¿verdad?
- Sí.
- Quiero preguntarte algo. ¿A ti te agrada Carla?
- Sí, ella es mi amiga.
- Eso me gusta. Ella es muy importante para mí y yo lo soy para ella. Nos queremos
de una manera especial. Ella es mi novia y vas a verla seguido.
- Está bien.
- ¿Está s molesta?
- No, papi…
- ¿Está s sorprendida?
- Un poquito.
- Samy, yo quiero mucho a tu papá , y a ti también te quiero mucho. Somos amigas y
me gustaría que siguiéramos siéndolo –le dije.
- A mí también.
- Nena, tu eres lo má s importante para mí. Y quiero que estés feliz. Ahora también
eres importante para Carla. ¿Me das un beso?
- Sí. –se acercó para besarlo y abrazarlo.
- ¿Puedo abrazarte? –le pregunté, ella asentó con la cabeza y le di un abrazo.
- Samy, ¿tu mamá te preguntó si querías ir a ver a tus abuelitos?
- Ella me dijo que iríamos.
- ¿Y tú quieres ir?
- ¿Tú vas? –le preguntó la niñ a
- No, nena. Irías solamente con tu mamá unos días y yo te esperaría aquí. –le
respondió y a Samantha se le notó en la cara la desilusió n.
- Es bueno que estés con tu mamá unos días, tipo plan de chicas. –trató de animarla.
- Está bien papi.
- ¿Te vas a portar bien?
- Sí.
- ¿Segura?
- Siii… -le respondió mientras Samuel le hacía cosquillas.
Pasamos el resto del día los tres viendo televisió n, leyendo un rato, haciendo galletas,
comiendo galletas. Mientras escuchamos que Susana había regresado, pero no la vimos ya
que no salió de su habitació n y lo agradezco de verdad. Samantha quería helado e ir al
parque, Samuel le explicaba que aú n estaba en recuperació n y esas cosas no eran posibles;
aunque no le gustó la negativa fue comprensiva.
Al final de la tarde, le dijo a su hija que nos iríamos pero que se verían mañ ana. Samuel
había decidido que no se quedaría en su casa hasta que Susana ya no estuviera. Así que se
quedaría conmigo por unos días. Hizo un pequeñ o equipaje y nos despedimos de Samantha.
De regreso a mi casa el teléfono de él sonó en varias ocasiones como notificació n de
mensajes, pero espero llegar a casa para revisarlo ya que manejaba. Al leerlos se le notó el
disgusto en la cara.
- ¿Qué pasó ? –le pregunté.
- Es Susana. Me recrimina el haberme ido y dice que le doy un mal ejemplo a la niñ a.
- Está molesta, es normal por ahora. Intenta no discutir con ella. Eso le hace mucho
mal a Samantha. No te pongas de mal humor.
- Sí preciosa. Tienes razó n. Voy a intentar no pensar en eso. –me dio un beso.
- ¿Quieres ir a comer algo fuera?
- Sí. Me parece una estupenda idea. Vamos.
Capítulo 13
En la mañ ana me desperté tarde y él seguía dormido. Tenía que ir a trabajar, pero no
quise despertarlo. Le dejé al lado de la cama el desayuno, las llaves del apartamento y
una nota que decía: “Te ves salvaje durmiendo así que no te desperté. Nos vemos luego.
Besos.” Ese día en la oficina se me debía notar el buen humor porque todos los que
hablaban conmigo me preguntaron que tenía de distinto hoy; supuse que era la alegría,
la cual solía omitir. No puedo decir que antes era desdichada, simplemente estaba
satisfecha pero no especialmente alegre.
A las diez de la mañ ana recibí un mensaje de Samuel:
- Buenos días, preciosa. Qué pena. Me acabo de despertar. Gracias por el desayuno.
Iré a ver a Samy y luego debo reunirme con el abogado para finiquitar la firma de
mañ ana. Besos.
Ese día recibí la invitació n al bautizo del nuevo libro de una editorial sumamente
importante a nivel nacional. Sería por todo lo alto y en la invitació n se especificaba que
la entrada era para mí y podía llevar un acompañ ante. Por supuesto que pensé en
Samuel, luego me di cuenta de que mis compañ eros de trabajo estarían allí y sentí un
poco de repelú s. Pero resolví que era parte del compromiso que había adquirido con él.
Y sí él podía asumir delante de su esposa e hija que éramos una pareja yo debía hacer lo
propio con mi entorno.
- Buenos días, papá . ¿Có mo está s?, ¿podríamos organizar una cena un día de esta
semana? Quiero presentarles a alguien importante. Saludos a tía. –le escribí a mi
padre.
- Hola hija. Claro, hablaré con tu tía. Avísame que día será .
Mi papá y mi tía habían conocido a Gabriel, mi primer novio, y habían asumido que
está bamos juntos, pero en realidad no se los informé de manera formal. Sería la primera
vez que haría algo así, haciendo cuentas Samuel me había llevado a muchas primeras veces.
Las cosas estaban ahora sucediendo muy rá pido, pero se sentía como lo correcto.
- Hola. ¿Todo bien? Te tengo un par de invitaciones, pero te daré los detalles ahora.
¿Dó nde nos vemos? –le escribí a media tarde.
- Hola. Todo bien. Samantha te envió saludos. Estoy esperando que el abogado me
reciba. Nos vemos en el apartamento y me cuentas de qué se trata.
- Ciao.
- Ciao. –nos despedimos.
Cuando terminé la breve conversació n con Roxana ya era hora de irme a casa. Antes de
salir de la revista me topé con Mateo, un crítico literario que por cuestiones de trabajo
en ocasiones estaba en la oficina. Me saludó de manera afable y me buscó conversació n:
- Oye, ¿te llegó la invitació n para el bautizo del libro?
- Chao.
Había sido algo extrañ o decir esas palabras, pero al mismo tiempo lo sentí fluir
naturalmente. Esperaba no haber ofendido a Mateo de algú n modo. Hace algunos meses
me había invitado a tomar un café y acepté por cortesía; sin embargo, cuando recibí una
segunda invitació n de su parte la decliné, lo cual causó una reacció n desagradable de su
parte. Después se disculpó e intentamos relacionarnos lo necesario de manera cortés.
Me sorprende que haya intentado invitarme de nuevo pero la negativa no le sentó tan
mal como en la oportunidad anterior.
Al llegar a casa aun Samuel no estaba. Así que le envíe un texto:
- Ya estoy en casa. ¿Có mo vas?
- Trá eme un beso por cada minuto que no está s aquí a partir de ahora, por favor.
Me dispuse a preparar la cena mientras tomaba una copa de vino. Esta vez la comida
era para dos y no solamente para mí. A los veinte minutos aproximadamente escuché
unas llaves peleando con la cerradura de la puerta, supuse que era Samuel, que aú n no
estaba familiarizado con las llaves. Al fin pudo entrar y vino directamente a mí a darme
varios besos, lo abracé riéndome.
- ¿Có mo está s? –me preguntó
- No, tranquila. Es algo pactado desde hace bastante tiempo ya. Ambos estaremos
aliviados de terminar con este proceso. –sacó la botella de vino del refrigerador,
rellenó mi copa y se sirvió una para él.
- Sí, pero es muy incó modo estar en la misma casa con Susana ahora. Y debo darles
tiempo para estar ellas juntas también.
- Este viernes.
- Está bien. Só lo quiero que de verdad estés segura. ¿Cuá ndo es?
- Le dije a papá que cená ramos juntos, pero no hemos acordado el día. ¿qué día
crees que sea má s conveniente?
- ¿Qué tal el miércoles? Ese día es la consulta de Samantha, pero eso es temprano.
Podemos ir a cenar con tu familia luego.
- Está bien, les diré que será el miércoles. ¿Quieres que te acompañ e a la consulta
con Samantha?
- No te preocupes. La semana pasada perdiste un día de trabajo. No es necesario. Y
prefiero darle la menor cantidad de oportunidades a Susana para que te incomode.
- Realmente ella no me afecta. Que eso no te preocupe, pero está bien. Quería
preguntarte algo delicado.
- Dime, preciosa.
- Sé que es algo perturbador, pero quisiera tener una idea de qué les sucedió a
ustedes dos como pareja. ¿Por qué terminaron tan mal? No quiero cometer los
mismos errores.
- No creo eso sea realmente posible. Fue una mezcla de muchas cosas. Nos casamos
muy jó venes, no habíamos madurado lo suficiente como para enfrentar una
responsabilidad tan grande como lo es el matrimonio. Sus padres intervinieron
mucho en nuestra relació n, para ellos nuestra relació n era má s que nada un
beneficio, y teníamos maneras muy distintas de ver la vida, no pudimos hacer que
funcionara. Poco a poco la incomunicació n y las discusiones fueron corroyendo el
amor que sentíamos hasta que todo se terminó .
- ¿Có mo crees que podemos evitar que algo así nos pase a nosotros? –le pregunté de
verdad interesada en su respuesta.
- Creo que comunicá ndonos y siendo equilibrados con nuestras decisiones, es decir
que ambos tenemos que ceder para encontrarnos en un punto intermedio y así no
imponernos.
- Entiendo. Entonces creo que tienes que ayudarme a hacer la cena. –traté de
suavizar la conversació n.
Pasamos una velada tranquila cenando, tomando vino y viendo televisió n. Por momentos
desviá bamos la atenció n del programa para compartir una sesió n de besos y caricias. Al
poco rato, las caricias hicieron el efecto esperado y nos dirigimos a la cama a hacer el amor.
De esa noche recuerdo haberme sentado sobre él y cabalgado lentamente, con los ojos
cerrados; intentando grabar la sensació n que me causaba el vaivén de su miembro dentro
de mí. El tocaba mis muslos y mis senos alternativamente mientras me decía al oído lo
mucho que le gustaba y me deseaba.
Una vez que el deseo fue exigiendo que los movimientos se hicieran má s intensos, Samuel
se colocó sobre mí, entre mis piernas; con mis manos recorría su espalda, su cuello, su
torso. La mirada de él se concentraba en ver có mo entraba en mí. Sentir su mirada fija me
excitaba mucho má s. Para provocarlo bajé mi mano para estimularme y su rostro se
coloreo de rojo precipitadamente; por sus movimientos supe que aquella escena le había
causado mayor excitació n. Pronto ambos caímos exhaustos por las ondas de placer que nos
alcanzaron. Supongo que nos quedamos dormidos inmediatamente después.
Capítulo 14
A la mañ ana siguiente nos despertamos a la vez, nos duchamos juntos, tomamos café en
casa y preferimos desayunar fuera, en un lugar cercano. Nos despedimos y acordamos
hablarnos luego. No me dijo nada al respecto ni pude adivinar nada en su comportamiento,
pero asumo que estaba un poco nervioso, porque iría rumbo a firmar el divorcio.
Ese día en el trabajo todo estuvo en normalidad. Asistí a una reunió n, recibí algunas
llamadas importantes y revisé un artículo; pero por momentos no podía evitar pensar en el
divorcio de Samuel. Por segundos me asaltaba la idea de que pudiera arrepentirse, pero
mitigaba ese pensamiento con los recuerdos de las ú ltimas noches juntos.
Al final de la tarde no había recibido mensajes o llamadas de Samuel y temí que esos
pensamientos se hubiesen hecho realidad, así que decidí llamarlo. Me contestó
rá pidamente.
- Hola preciosa. ¿Có mo está s? –su tono de voz y su manera de hablarme me
tranquilizó inmediatamente.
- No, no. Tranquila. Disculpa. Tienes razó n, no te avisé nada. Es que antes de salir
del bufete con el asunto del divorcio me llamaron de urgencia para tomar unas
fotografías, así que tuve que pasar por la casa por los equipos y correr. Ya estoy a
punto de terminar con esto. ¿Quieres ir a cenar y hablamos?
Eso me recordó que debí haber llamado a mi papá para organizar la cena con Samuel y
ellos, que ya sería para mañ ana. Llamé a mi tía y me dijo que no habría ningú n problema,
que nos veríamos en casa mañ ana. Supongo que sentía curiosidad por saber a quién les
presentaría, ya que nunca había hecho algo así; pero también supongo que tenían una leve
idea acerca de qué se trataba todo.
Terminé mis asuntos en la oficina y salí directo a encontrarme con Samuel en el
restaurante. Iba un poco retrasada así que cuando llegué él ya se encontraba allí. Se levantó
para saludarme con un abrazo y al oído me susurro que le debía diez besos por la espera. Y
yo le respondí que se los pagaría con intereses muy pronto. Ambos nos reímos, creo que no
hablo solo por mí al afirmar que disfrutá bamos muchísimo estar juntos.
- ¿Ya tienes hambre preciosa?
- Sí, un poco. ¿Y tú ?
- Bastante. No tuve tiempo de almorzar bien.
Pedimos la cena rá pidamente. Antes de la comida nos trajeron dos copas de vino, blanco
para mí y tinto para Samuel. Deseaba saber lo sucedido con Susana, pero no quería
preguntarle directamente, ni presionarlo de alguna manera.
- ¿Qué tal tu día?
- ¿Quieres saber si ya soy hombre divorciado? –me sonrió con picardía.
- Si no lo fueras no estarías sentado aquí. –intenté parecer audaz.
- Jajaja muy perspicaz. Es cierto. La firma fue un poco complicada. Susana no estaba
del mejor humor, pero eso la caracteriza. Luego de un rato de discusiones ambos
firmamos y se hizo oficial. No niego que sentí algo de tristeza, pero lo que má s sentí
fue alivio ya que por fin había acabado con ese episodio.
- Creo que es normal entristecerse un poco por este tipo de situaciones.
- Sí, creo que tienes razó n. ¿Y tú día que tal?
- Mejor que el tuyo, no me divorcié ni tuve que ver a Susana.
- Jajaja sustancialmente mejor que el mío entonces. Pero presiento que mi día está a
punto de mejorar. –me besó la mano y me guiñ ó el ojo.
Cenamos mientras conversamos de nuestro día. Le informé que la reunió n con mi familia se
confirmaba para mañ ana. Me preguntó quienes estarían y luego me preguntó por qué no
estaría mi madre. Le expliqué que vivía lejos y que teníamos poco contacto en realidad.
Opinó que era importante que tratara de retomar la comunicació n con ella, es algo que
pensé desde ese momento que debía considerar. Llamó a Samantha y ambos hablamos un
rato con ella, él se sentía un poco decaído porque no había podido verla durante ese día. Le
prometió que si al día siguiente el doctor lo permitía irían a comer un helado de chocolate.
Al día siguiente ambos despertamos temprano, yo debía ir a una reunió n y él tenía pensado
llevar a Samantha a su consulta médica, a la cual también iría Susana; lo cual no nos
animaba mucho, pero entendíamos que debía establecer un trato cordial con ella por la
niñ a. Ambos está bamos dispuestos por esa razó n.
Después del almuerzo recibí una llamada de Samuel, me contaba que Samantha estaba
mucho mejor segú n el doctor; así que en un rato irían por el helado, la noticia me contentó
mucho y le envié mis saludos para ella. Le pregunté si podríamos ir a ver a ir familia a lo
que me contestó que no se lo perdería. Nos encontraríamos en el apartamento para irnos
juntos.
Al llegar al apartamento esa tarde, ya Samuel se encontraba allí, estaba duchá ndose. En un
rato ambos está bamos ya listos y nos fuimos a la casa de mi papá . Deseaba de verdad que a
mi papá y a mi tía les agradara Samuel, y él se sintiera aceptado por ellos. Teníamos
suficiente dificultad con su asunto familiar como para completar con uno mío.
Tocamos a la puerta de la casa y nos abrieron inusualmente rá pido. Ambos nos recibieron
en la entrada de la casa, los saludé con un abrazo y les presenté a Samuel.
- Papá , tía, él es Samuel, mi novio.
- Mucho gusto Samuel. –papá le extendió la mano.
- Es un placer señ or. –le estrechó la mano.
- Señ ora Hilda, un gusto. –Samuel le extendió la mano a mi tía.
- El gusto es todo mío. –mi tía le sonrió afablemente.
Esa noche fue una velada especial. Cenamos y conversamos un rato los cuatro. Parecían
llevarse bastante bien, me sentí tranquila y satisfecha. Realmente las cosas estaban
funcionando para nosotros a pesar de los conflictos previos. Nos despedimos de mi
familia con el compromiso de volver pronto. De regreso al apartamento Samuel me
habló de algo importante:
- Preciosa, tal vez sería bueno que te comunicaras con tu mamá . Hay que estar cerca
de las personas importantes. Ojalá pudieras tener má s roce con ella.
- No es que no quiera, simplemente perdimos contacto.
- ¿No crees que puedas recuperar ese contacto?
- Creo que sí.
- ¿No piensas que vale la pena intentarlo?
- Sí… -puse los ojos en blanco.
- Jajaja no me mires así. Sabes que tengo razó n.
- Vale, vale. Le escribiré. ¿ok?
- Ok. –me guiñ ó el ojo.
Samuel no cruzó palabra alguna con él, me soltó la mano, le dio un golpe en la cara y se
fue encima de él a seguir golpeá ndolo. Se escuchó el asombro en las personas que nos
rodeaban. Me parecía estar teniendo una pesadilla, no reaccionaba, só lo pude llevarme
las manos a la boca.
Entre varios hombres presentes lograron separarlos. Samuel no se calmaba, pedía a
gritos que lo soltaran y se contorsionaba para irse en contra de él de nuevo. Otras
personas se llevaron a Mateo del lugar, bastante lesionado. Me acerqué a Samuel para
pedirle que se calmara. En sus ojos se veía una ira enardecida, respiraba fuertemente y
su rostro estaba teñ ido de rojo. Poco a poco logré que se calmara y nos fuimos al coche.
- ¿Samuel está s bien?
- ¿Yo? Ese desgraciado es el que no va a estar bien. –casi gritaba.
- Por favor cá lmate. Me está s asustando.
- ¿Carla yo te estoy asustando? ¿Tú escuchaste lo que ese hijo de puta te dijo?
- Sí, pero no me importa. Ya pasó .
- A mí sí me importa. ¿Quién es él?, ¿de dó nde lo conoces?, ¿por qué te insultó de esa
manera?
- Lo conozco de la revista. En una ocasió n nos tomamos un café juntos y se molestó
conmigo porque no quise volver a salir con él. Hace unos días me pidió que viniera
con él y le dije que vendría con mi novio.
- Es un patá n desgraciado.
- Samuel ya pasó , por favor. –lo tomé por el rostro.
- Está bien. Voy a tratar de calmarme. Pero si lo vuelvo a ver te juro que le vuelvo a
partir la cara.
- Vá monos a casa, ¿sí? No vale la pena.
- Está bien. –intentaba tranquilizarse.
Ese día fuimos a almorzar con mi familia y el resto del día, así como del siguiente, lo
invertimos organizando lo necesario para el viaje que se aproximaba. También fuimos a su
casa para recoger algunas cosas de él, asegurar y cerrar todo ya que no pasaríamos de
nuevo por allí antes de embarcarnos. Durante estos días intentamos no mencionar de
nuevo lo sucedido con Mateo, era un tema delicado.
El lunes ya teníamos casi todo listo para irnos el martes a primera hora rumbo a ver a mi
madre, después de tantos añ os sin verla. Ese mal día, Samuel recibió una llamada de su
abogado, en la que le informaba que había habido un problema con los papeles del divorcio
y debían reunirse el miércoles a las dos de la tarde. Escuché que Samuel intentaba cambiar
el momento de la reunió n para ese mismo día, pero su intento fue infructuoso. En
conclusió n, no podría salir de la ciudad antes de resolver ese problema si quería agilizar el
asunto del divorcio, y era algo que realmente quería y obviamente yo también.
La noticia fue desagradable para ambos. Samuel me convenció de irme primero en el tren el
martes y él se iría en avió n apenas saliera de la reunió n. Así que nos veríamos allí pronto.
De esa manera yo tendría un rato para compartir a solas con mi madre. Esa posibilidad no
era de mi total agrado, pero entendí que era lo mejor que podíamos hacer al respecto dadas
las circunstancias. Disfrutaríamos de regreso del viaje en tren que habíamos planeado.
El martes temprano me llevó a la estació n, tratando de animarme. Allí nos despedimos
cariñ osamente, con besos y abrazos, y quedamos de vernos apenas fuera posible. No podía
imaginar que probablemente será la ú ltima vez que lo tuviera en mis brazos.
A partir de este momento todo es muy confuso en mi mente y parece incoherente. Después
de algunas horas de viaje, que pasé dormida en su mayoría, escuché un gran revuelo y
gritos en el vagó n. Me desperté y vi varios hombres que hablaban otro idioma, con armas
largas y que amenazaban a los pasajeros que viajaban conmigo; estaba claro que buscaban
a alguien.
Los vi acercarse rá pidamente a mí. Al ver el asiento vacío a mi lado comenzaron a gritarme
palabras que no podía entender, también se gritaban entre ellos. Yo estaba aterrada
completamente sin saber qué debía hacer. Me registraron hasta conseguir mi identificació n.
Luego de leerla entendí que me dijeron “Samuel Torres” en son de pregunta. No comprendí
al instante có mo lo conocían, ni por qué me preguntaban por él; yo no lograba responder
nada.
Así fue como me sacaron de mi asiento. Luego de eso amenazaron al conductor hasta que
éste logró detenerse en medio de la nada. Me pusieron una capucha por lo que es difícil
entender qué estaba pasando. Sentí que salimos del tren y que trotá bamos un trecho largo,
me sostenían dos hombres a los lados. Yo sentía que mi corazó n se iba a salir. ¿Qué podían
querer estas personas de mí?
Al llegar a un vehículo, que supongo que nos esperaba, ya me habían quitado todas mis
pertenencias. Recibí algunos golpes mientras me gritaban “Samuel Torres”. Yo les decía que
él no había venido conmigo, que no sabía, pero supongo que ellos tampoco me entendían a
mí. Luego de un tiempo cuya extensió n no puedo determinar, llegamos a un lugar donde me
encerraron en una habitació n de unos tres por tres metros, que es donde me encuentro
actualmente.
Cuando me dejaron aquí sola no pude evitar comenzar a llorar. Estaba claro que me
encontraba secuestrada, pero no entendía la razó n o la ganancia que podían obtener de
esto. Solamente me habían sacado a mí del tren y me preguntaron por Samuel una y otra
vez. ¿Por qué lo querrían a él? Cuando venían a traerme agua o comida les preguntaba todo
lo que podía, pero no me contestaban, ni siquiera me miraban; no importa qué dijera o
có mo lo dijera.
No estoy segura cuanto tiempo después, es posible que al cabo de dos días, pero era difícil
saberlo porque en la habitació n no ingresaba luz solar y siempre mantenían encendido el
bombillo, vino un hombre a verme. Era parecido a ellos, pero al mismo tiempo su aspecto
era distinto, otra manera de vestir, de caminar y de hablar. É l me explicó que era un
traductor y venía a mediar entre nosotros.
Me preguntó de nuevo por Samuel, quiso saber por qué no estaba en el tren. Le expliqué
que él no viajaba conmigo; ellos sabían que él debía ir en ese tren a mi lado. Tuve que
decirles que él se había quedado.
- ¿Qué relació n tienes con Samuel Torres? –me preguntó .
- Soy su novia. –le dije.
- Muy bien. ¿Conoces al embajador Torres?
- ¿Se refiere al papá de Samuel?
- Sí.
- No lo conozco. –una vez que les tradujo lo que dije hubo gran revuelo entre ellos.
- ¿Có mo puedes ser novia la novia de Samuel y no conocer al papá ?
- Nuestra relació n es reciente. No he tenido oportunidad de conocer a sus padres
aú n. Dígame por favor, ¿qué es lo que quieren? –le pregunté visiblemente
angustiada y asustada.
- Ellos quieren que tu suegro te aprecie tanto como para atender a sus demandas
para devolverte sana y salva.
- No entiendo.
Se levantó y se fue. No respondieron a mis gritos. Solo un golpe en la puerta para exigirme
que hiciera silencio. Después de eso, a través de señ as empecé a pedirles lá piz y papel, una
y otra vez, una y otra vez, por varios días; hasta que de mala gana uno de ellos me lanzó
este cuaderno y un bolígrafo. Solo el primer día recibí golpes, luego no volvieron a tocarme.
Han intentado alimentarme, pero es complicado comer con la zozobra que siento en cada
segundo que estoy aquí encerrada. Pienso en mi familia, mi mamá me esperaba, mi papá
debe estar muy asustado al igual que mi tía. Pienso en Samuel, si se habrá n comunicado con
él, qué le habrá n dicho, la desesperació n que sentiría; es todo tan irreal y confuso.
Al principio pensé que no podría tolerar má s, que perdería completamente la cordura aquí.
Por esa razó n quise escribir, las palabras son el ú nico medio que tengo para permanecer en
mi propio cuerpo. Narrar esta historia me permite ocupar un poco mi mente, volar lejos de
aquí por un tiempo para regresar al pasado y revivirlo. Si no salgo de aquí por lo menos
habré escrito la historia má s importante de mi vida. Aunque quizá s nadie lea, pero me
consuela tener la posibilidad de que llegue a las manos de alguien.
Quisiera que Samuel fuera la persona que leyera esto si no logro volver a verlo, o incluso si
logro volver a verlo. Quisiera que supiera có mo sucedieron las cosas desde mi punto de
vista, que supiera que nuestra historia fue la mejor historia de mi vida, tanto que vale la
pena escribirla, así sea lo ú ltimo que escriba.
De hecho, si estos fueron los acontecimientos que me llevaron adonde me encuentro el día
de hoy, no cambiaría nada; porque fueron los mismos que me permitieron estar con
Samuel. Y estar con él, aunque fue un corto lapso de tiempo, me hizo sentir como nunca y
vivir como nunca; y sobre todo amar como siempre lo desee.
Lo que quiero decir es que, si lees esto Samuel, quiero que sepas que aunque no lo sabía en
el momento que pude decírtelo, ahora lo sé; yo también creo te amo.
Epílogo
Los miraba, como cada día, y no podía dejar de agradecer a Dios por tenerlos junto a mí.
Habían pasado ya tres añ os desde aquel horrible secuestro. Un añ o en el que tuve que sufrir
la terrible tortura de estar privada de libertad. Un añ o en el que, lo ú nico que me hacía
querer vivir era el recuerdo de él.
Samuel…
Si no hubiera sido por él… Si su familia no se hubiera empeñ ado en encontrarme durante
meses, yo jamá s habría sido liberada. Quizá s ni viva estaría.
- Carla, ¿otra vez pensando en eso?
Miré al amor de mi vida, quien en ese momento se sentaba a mi lado. Había estado jugando
con Samy, ni cuenta me di, enfrascada en mis pensamientos, de que se había acercado a mí.
- No -sonreí y mentí.
- Cariñ o, eso ya pasó . Tienes que olvidarlo -estaba claro que no me había creído.
Se acomodó en el sofá y me hizo señ as para que me abrazara a él, cosa que no tardé en
hacer.
- Es normal… -comenté.
- No, lo normal es esto. Tú , yo y nuestra hija. El pasado dejémoslo allí, por favor -
suplicó .