El Amor No Es Cosa de Tres- R Navarro

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 196

EL AMOR NO ES COSA DE TRES

Rubén Navarro
Copyright © 2019 R. Navarro

No se permite la reproducción total o parcial, así como la modificación de este libro por cualquier medio mecánico, por fotocopia, por
grabación u otros métodos sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 270 y siguientes del Código Penal).

ISBN: 9781698489988
Depósito Legal: GR1266-2019
CONTENIDO

AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO

PABLO

SILVIA

PABLO

PAULA

PABLO

PAULA

SILVIA

PABLO

PAULA

PABLO

SILVIA

PABLO

PAULA

PABLO

PAULA

SILVIA

PABLO

PAULA

SILVIA

PABLO

PAULA

SILVIA

PABLO

PAULA
SILVIA

PABLO

PAULA

SILVIA

PABLO

PAULA

SILVIA

PABLO

PAULA

PABLO

SILVIA

PAULA

SOBRE EL AUTOR
AGRADECIMIENTOS

Al igual que en mis anteriores libros, estas líneas son las que más me siguen costando
escribir.

Hay tantas personas que se me pasan por la cabeza que tengo que agradecer por el simple
hecho de saber que están ahí. Por el simple hecho de saber que si tengo que llamarlos, por
cualquier razón, me van a descolgar el teléfono y preguntar el sitio y la hora donde poder vernos.

Y lo que es más importante, tras los saludos de rigor, me van a contestar con un ¿cómo estás?

Esa pregunta, por lo menos a mí, me da un poco de vida cada vez que me la formulan.

Porque me hace ver que no estoy solo en este mundo cada vez más difícil de llevar y de
comprender.

Sin estas personas que de verdad se preocupan en saber cómo me encuentro, sinceramente, no
sé qué sería de mí.
No puedo evitar acordarme también al escribir estas líneas de las personas que creía que
acabarían siendo de este grupo personas, de los de la pregunta ¿cómo estás?, y han terminado
alejándose durante el trascurso de la realización de este libro.

Porque, aunque nos haga daño su partida, aunque deseemos su regreso, aunque vivamos
siempre con su recuerdo, a estas personas también hay que agradecer su parada por nuestra
estación. Y por mucho que insistamos en que no, ya forman parte de nosotros.

Y también, como no, agradecerte a ti. Sí, a ti que ahora mismo estás leyendo estas líneas.
Gracias por ayudarme a seguir luchando por un sueño.

Porque ¿sabéis qué? A veces pasa... Y estoy seguro que con vosotros pasará...
PRÓLOGO

El día que el autor de “El amor no es cosa de tres” me pasó su novela para que la leyera, me sentí
muy honrada por confiar en mí una parte de su vida. Porque, para los autores, cada libro es una
parte de la vida a la que le dedicamos muchas horas.

Puede parecer banal cuando se lee tan rápido, pero llegar hasta dar el punto final a una novela
requiere de mucho tiempo, de tener que lidiar con los personajes y con los fantasmas que nos
acechan susurrándonos que abandonemos, que no somos lo bastante buenos para escribir.

Afortunadamente, el libro ve la luz, y con él un trocito de la esencia del autor. Que seguro estará
mordiéndose las uñas hasta que las primeras opiniones le lleguen.
“El amor no es cosa de tres” es una novela del día a día, de lo que puede sucederle a un hombre y
a una mujer. Y como muy bien dice su autor, “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

Solo me queda desearle toda la suerte del mundo, y si puede ser del universo, para que esta
novela, la última por ahora, le traiga tantas buenas alegrías como todas las anteriores (que, si no
has leído, ya estás tardando en hacerlo).

Encarni Arcoya
Escritora
PABLO

No sé qué más puedo hacer para que Silvia se fije en mí. ¿Tan feo soy? Sé que, uno de esos
tíos que se mandan las chicas por WhatsApp o suben al Facebook, con el título de: etiqueta a tu
amiga más cachonda y si no te contesta en diez minutos te debe una cena con mi amigo, no soy,
las cosas como son. Pero tampoco es que sea alguien al que haya que perseguir con antorchas por
la noche al grito de ¡monstruo, monstruo! Mido cerca un metro ochenta, soy moreno de piel, de
pelo corto y rizado, y desde hace dos años, con bastante buen físico, la verdad. Aunque esté feo
que sea yo quien lo diga.

He perdido cerca de veinte kilos en ese tiempo debido a las muchas horas de gimnasio que
hago todos los días y de eliminar de mi dieta los dulces, los fritos y el alcohol.
Bueno, el alcohol, siendo honesto, no del todo.

Tampoco es que bebiera mucho anteriormente, y mira que no era por falta de ganas, sino
porque me parecía muy triste hacerlo solo.

Pero desde que me di cuenta del tipo de hombre que le gusta a Silvia, los musculosos y
chulitos, intento parecerme un poco más a ellos.
Por lo menos en lo de musculosos, porque en lo de ser una persona pasota, y más con ella, me
ha sido imposible lograrlo.

Aunque aún mantengo la esperanza de que todos los post e imágenes que suben en las redes,
incluida Silvia, de que uno siempre debe mirar el interior de las personas porque es lo que
verdaderamente importa, se hagan realidad y por fin consiga fijarse en mí como algo más que un
simple amigo. Porque cuando lo haga estoy convencido de que se va a dar cuenta que es imposible
que alguien la pueda amar más que yo.

¿Es que no se da cuenta de que difícilmente, por no decir imposible, va a encontrar a alguien
que la trate mejor que yo?
Bueno… quizás estoy exagerando demasiado. Seguramente sí que podría encontrar a alguien
que la quisiera como yo la quiero. ¿Por qué no se puede dar ese caso? Solo le haría falta sentarse
media hora con ella con un café de por medio para que pudiera escuchar cómo te contaba todas
sus locuras y sueños que le gustaría realizar, sin poder apartar la mirada de sus hipnóticos ojos
color avellana.

Solo con eso estaría prendado de ella de por vida. Esto fue justo lo que me pasó a mí.
Muchas veces maldigo aquel día en el que me encontraba sentado en la biblioteca de la
universidad con mi portátil, aprovechando algo el tiempo mientras tomaba un Colacao caliente,
intentando adelantar un poco el trabajo que nos acababa de mandar el profesor de farmacología. Y
entonces apareció Silvia para pedirme unos minutos el ordenador porque necesitaba mandar un
mensaje urgentemente, según me dijo.

Tras dudar unos segundos si prestárselo o no, finalmente cedí y se lo acerqué sin tener que
decirle ni una sola palabra. No pude, me dejó completamente paralizado la belleza de sus ojos.
Me dio las gracias y enseguida se puso a trastear mi ordenador para entrar en la cuenta de su
correo electrónico.

No pude evitar echar un ojo a lo que hacía.

Tras actualizar su bandeja de correo entrante y ver cómo aparecía un mensaje de una reserva,
al parecer para dos, de un hotel situado en Cabo de Gata, dio un salto de alegría acompañándolo
de un fuerte grito. Enseguida todos los ojos de la sala le apuntaron. No estábamos precisamente en
el lugar más indicado para esos ataques de efusividad.
––Lo siento, perdonad, lo siento ––se disculpó enseguida.

A mí me dio las gracias de nuevo devolviéndome el portátil y despidiéndose de mí, no sin


antes prometerme una invitación por su parte a un café por el favor.

Yo asentí con la cabeza, de nuevo, y vi cómo se marchaba de mi lado dando pequeños saltos.
Se la veía contenta por la noticia.
Y justo antes de salir por la puerta de la biblioteca se volvió hacia mí para decirme con los
labios, sin emitir sonido alguno, las palabras que reiteraban la invitación.

Me lanzó un beso tras eso. Y como tonto, sin estar ella ya presente en la sala ––menos mal––,
estiré el brazo para cogerlo.

Al principio se me dibujó una sonrisa absurda en la cara. Segundos después esa sonrisa se
esfumó y dio paso a un enrojecimiento de mis mejillas escandaloso. Miré a un lado y a otro de la
sala avergonzado por si alguien me había visto hacer ese gesto tan ridículo como espontáneo. Por
suerte, parecía que nadie se había dado cuenta. Pude continuar con lo que estaba haciendo antes de
la irrupción de Silvia. Aunque ese día todavía no sabía que se llamaba así.
Hasta pasado un mes no volví a saber nada de ella. Menos mal que ya había terminado la
época de exámenes, si no, seguramente mi nota media hubiera bajado considerablemente.

Apareció en el mismo lugar que la primera vez, en la biblioteca, pero esta vez con una actitud
completamente distinta. Se encontraba llorando desconsoladamente.

No sabía si sentarme o no junto a ella; lo mismo la incomodaba, o quizá ni se acordaba de mí


y me decía que qué mierda hacía tan cerca de ella habiendo tantos sitios libres para sentarse.
La mesa era lo suficientemente grande para que ni se diera cuenta de mi presencia, pero me
daba cosa; parecía que necesitaba estar sola para desahogarse de algo o de alguien. Aunque había
elegido un mal sitio para ello si lo que buscaba era soledad.

Y justo cuando decidí que lo mejor era marcharme, a pesar de morirme de ganas por volver a
escuchar su voz y poder ayudarla con lo que le estaba causando tanto dolor, levantó la mirada para
ver quién era quien se le había acercado.
––¿Tú ––snif––, tú eres el del café? ––me preguntó entre lágrimas.

Asentí con la cabeza. Continuaba sin ser capaz de hablarle.

––¿Te ––snif––, te apetece que salde mi deuda a…––snif–– …ahora?

Me quedé un poco descolocado. Era justo lo último que hubiera pensado que podría decirme
en la situación en la que se encontraba. Pero de nuevo, como un bobo, sin todavía poder
contestarle con palabras, asentí con la cabeza.

Tomando ese café fue cuando me enteré de cómo se llamaba, de qué era lo que le había
pasado ese día, de su número de teléfono, de que el café no estaba tan malo como pensaba ––era
la primera vez que lo probaba–– y de que mis problemas iban a aumentar de manera considerable
a partir de ese día.

Tres años después, me encontraba en la misma situación: enamorado hasta las trancas de ella
y sin faltarle nunca mi hombro cuando necesitaba llorar por una relación fallida.
Sentados en la cafetería de su barrio, en la cafetería que tantas confidencias nuestras había
escuchado y retenía entre sus cuatro paredes. En la misma cafetería que tantas veces me había
visto llorar tras sus partidas.

Muchas veces incluso iba yo solo, cuando incapaz de dejar de pensar en Silvia, me recorría
andando casi los cinco kilómetros que había de distancia desde mi casa, solamente para
reprocharme la cobardía de mi última vez que estuve con ella allí. Incapaz de contarle lo que
verdaderamente sentía por ella. En cambio, siempre terminaba aconsejándola para terminar en los
brazos de otro.

Otra vez me encontraba aquí, esperando que llegara tras el último mensaje que me había
mandado treinta minutos antes para decirme que necesitaba verme sin falta. Con el café ya
terminado debido a que esa media hora estaba más que cumplida, y a punto de llegar a la hora de
espera, como solía ser habitual.
Opto por mandarle un mensaje, no fuera que se hubiera olvidado, como a veces ocurría, de
que había quedado conmigo.

¿Te acuerdas que habíamos quedado?, le escribí.

Ya llego, primor, me respondió enseguida.


Ya que había venido, no me quedaba otra que esperar. Al menos no estaba yendo tan mal
como otras veces; por lo menos, no se había olvidado de mí.

Y justo cuando me iba a pedir otro café fue cuando apareció por la puerta llorando ––era algo
muy habitual cuando solía mandarme ese tipo de mensajes tan inesperados–– y con el rímel
corrido.
SILVIA

Tengo que contarle a alguien lo que me acaba de hacer Luis. Tienen que saber lo cabrón que
ha sido conmigo. ¿¡Cómo ha sido capaz de echarme un polvo un par de veces y después darme la
patada!? ¡Maldigo mi mala suerte a la hora de elegir a los hombres; todos me hacen lo mismo! ¿Es
que tengo un imán para los imbéciles? Eso parece, porque no me explico que siempre me pase lo
mismo. Siempre me ilusionan, y a los dos días me mandan de paseo. ¿Será cosa mía por confiar
tan pronto en ellos y entregarme por completo en la relación? Necesito contar cómo ha estado
jugando conmigo durante mes y medio. Sé que Pablo me escuchará; voy a mandarle un audio.

“Pablo, cariño, te necesito. Tenemos que hablar, me ha pasado algo muy importante. Te
espero en treinta minutos donde siempre”.
Ya está, menos mal que tengo a Pablo para contarle mis problemas; no sé qué haría sin él.

Voy a cambiarme de ropa, ducharme, e ir a su encuentro para contarle todo lo que me ha


pasado con Luis y quedarme más tranquila.

Tiene que saber cómo el nuevo monitor del gimnasio me ha dicho que ya no quiere saber nada
más de mí después de que todo parecía ir sobre ruedas. Que lo agobio, dice; que necesita su
espacio; y que, por favor, me cambie de gimnasio, que no nos vendría bien a ninguno de los dos
seguir viéndonos.
Encima quiere que me cambie de gimnasio. ¡Y una mierda! Que se cambie él si quiere que es
el que lo ha jodido todo. Me ha roto el corazón y ahora me quiere quitar también la rutina de mi
gimnasio. ¡Que se joda! Eso sí que no. Si no quiere verme, que se largue él a otro gimnasio.

Aunque la verdad es que él lleva más tiempo que yo; y aparte es el monitor. Yo solamente
llevo yendo dos meses, el tiempo que llevo colada por él. Desde que lo vi dando clase de Crossfit
supe que debía ser para mí.

Quizás fui demasiado directa con él y no debí preguntarle sobre sus planes al terminar la
jornada, ofreciéndome a tomar algo con él. Se lo tenía que haber puesto algo más difícil; debía
haberme hecho de rogar un poco. Seguro que si no hubiera acabado esa misma noche debajo de
sus sábanas todavía estaría interesado en mí. Pero ¿cómo resistirse a esa sonrisa perfecta? ¿Cómo
resistirse a ese cuerpo de infarto de metro ochenta? Pufff, ¡no! Debí de haberme resistido a todo
eso, debí ser fuerte.
Pero a quién quiero engañar. ¿Es que él hubiera esperado dos semanas para acostarse
conmigo si me hubiera hecho la dura? ¡Y un jamón! A ciertas edades ya no estamos para
quedarnos con las ganas; el resultado hubiera sido el mismo. O quizá no, porque no me hubiera
obsesionado con ese torso, con esa espalda perfectamente esculpida, con ese… con ese miembro
de dieciocho centímetros penetrando mi interior al compás del juego de sus caderas. ¡Madre mía!
Qué bien lo hemos pasado en la cama. ¿Por qué el tonto se quiere perder eso de por vida? ––me
preguntaba mientras comenzaba a juguetear con el chorro de agua en mis partes––. Joder, cómo me
estoy poniendo con solo recordar lo bien que su lengua se portaba con mi “pequeño tesoro”.

¡Pufff! Qué calentón había cogido; debía de poner remedio a esta situación. Y aunque esto iba
a hacer que me retrasara en la cita con Pablo, seguro que lo entendería cuando le dijera el motivo
de mi tardanza. Un apretón es un apretón, eso lo debe de saber y excusar cualquier persona
racional al que se le cuente.

Qué tonto has sido, Luis. Ahora mismo podríamos estar los dos juntos tumbados sobre el
colchón reponiéndonos de un polvo salvaje. Pero allá tú, sigue creyendo que eres el macho alfa de
la manada y que tienes a todas las niñitas de tus clases loquitas por ti. Sigue pensando que me vas
a tener siempre que quieras. Sigue pensando que… que ¡afuuu! Pero ¿a quién quiero engañar? ¡Me
tienes loca, cabronazo!

¿Y si le mando un mensaje para quedar esta tarde? No, mejor me hago de rogar, bastante le he
insistido ya en que volvamos. Paso de seguir arrastrándome. Ese ha sido mi fallo con él; sí, lo ha
tenido muy fácil conmigo hasta ahora, y eso ya se ha acabado. Aunque me mande un mensaje ahora
él a mí le voy a dar largas. Eso haré, sí, las cosas van a cambiar mucho entre los dos. Se lo va a
tener que currar bastante si quiere que volvamos a estar juntos.

¿Eh? Ha sonado mi móvil, ¿será él? ¡Qué guay, me ha leído el pensamiento y sabía que estaba
hablando de él; ha sido algo mágico, ¡eso es una señal de que estamos predestinados a estar
juntos! Voy a ver qué ha escrito para convencerme de que vuelva con él. Un momento, este
mensaje no es de Luis. Es de Pablo. ¡Ostias, Pablo! Había quedado con él hace casi una hora. Qué
tarde es, madre mía, pobre. Debo de darme prisa en vestirme. Joder, se me ha ido el santo al cielo
al final, siempre me pasa lo mismo, no tengo remedio.
Ya llego, primor, le escribo mientras elijo la ropa que voy a ponerme.

Qué me pongo, qué me pongo… ¿la falda vaquera y una camiseta de tirantes con una rebeca
encima? Sí, eso mismo. Total, para donde voy y con quien voy a estar… A Pablo le da igual lo que
lleve puesto, le da igual cómo me vista; no me mira con los mismos ojos que el resto de los
hombres. Con él puedo ser yo misma.

Pero qué cerdos son todos los demás, ¡afuuu! Qué hartera de tíos.
Bueno, ya estoy lista. Cojo por último mis cascos, pongo mi lista de Spotify en el móvil,
preparada para salir a la calle a que me dé un poco de aire fresco. Necesito salir y hablar de lo de
Luis con alguien. Menos mal que Pablo está siempre ahí para escucharme.
PABLO

––¡Aquí, Silvia! ––Levanté la mano para que pudiera verme. Hoy la cafetería estaba más
llena de lo de costumbre.

Ya me ha visto. Seguro que otra vez ha cortado con un tío que creía que era el amor de su
vida. ¿Cuándo va a aprender a no encapricharse tan rápido de ellos? O mejor todavía, ¿cuándo va
a darse cuenta que el hombre de su vida soy yo? Yo jamás permitiría que derramara una lágrima
por nada ni por nadie si estuviera conmigo. A menos que esas lágrimas fueran de felicidad, claro
estaba.
––¡Pablo, qué cabrones son todos los tíos! ¡Ni te imaginas lo que ha hecho Luis conmigo!

Gracias por incluirme en el grupo, pensé yo.

––¿Luis? ¿No se llamaba Daniel tu último novio?

––¡Qué va! Daniel es agua pasada, ya está más que olvidado. Es Luis quien me ha dejado
porque dice que necesita su espacio, que le agobio con tanto mensajito y tanto verme en el
gimnasio. Será cretino, que lo agobio dice. Si como mucho le mandaba diez mensajes al cabo del
día. Y en el gimnasio solamente lo veía dos horas, las dos horas seguidas que iba a sus clases de
Crossfit.

––Lo has conocido en el gimnasio por lo que veo. ¿Es tu monitor?

––Era. Me ha dicho también que, por favor, me cambie de gym, que le puedo buscar algún
problema y lo echen por mi culpa.

Esa es otra, ahora tengo que buscar otro gimnasio porque no quiere que esté allí. ¡Ni que yo
no fuera lo suficientemente madura como para estar allí viéndolo y no ser capaz de pasar de él!

––Bueno, sabiendo el historial que tienes a la hora de olvidar a los hombres, quizás es la
mejor opción. Es más, debía de haber salido de ti esa idea.

––¿Qué estás insinuando? ¿Que no soy tan fuerte como para poder superarlo sin tener que
dejar de verlo?
––No, esto… no quería decir eso. Claro que eres fuerte, pero así te resultaría más fácil
olvidar, ¿no?

––Ya, ¿y tú eres mi amigo? ¿Tú eres al que necesito llamar para que me anime y me dé
consuelo? Pues estoy apañada si es así, porque no paras de insultarme y de dejarme por los
suelos. Si quieres podemos acabar ahora mismo con nuestra amistad, porque así yo no puedo
seguir.

––Pero, Silvia, yo no he querido decir eso. No malinterpretes mis palabras.

––No ni na. Claro que has querido decir eso. Pues aquí te vas a quedar solo con tus opiniones
personales despectivas sobre mí.

––Pero, Silvia. Espera, por favor, deja que me explique.

“Ti, ti, ti”, sonó su móvil.

––¿Eh? Un wasap, ¿de quién es? ¡Es de Luis! ¿Ves cómo tus consejos son una mierda? Dice
que necesita verme, que si puedo ir a su casa a tomar un café, hablar un rato, y echarnos una siesta.
¡Me quiere! lo sabía. Un beso, Pablo, me tengo que ir corriendo para cambiarme de ropa interior.
Lo de la siesta es nuestra contraseña para algo más serio. ––Me guiñó un ojo dejándome más claro
que a lo que iban en verdad era a echar un polvo––. Gracias por estar siempre que lo necesito.
Chao, guapetón.

––De nuevo volvió a guiñarme un ojo. Ambos sabíamos perfectamente que lo de esa lista
nunca lo iba a recuperar.

Salió por la puerta y una vez más me dejó solo, abandonando nuestro café por un mensaje de
otro, como tantos cientos de veces había pasado ya.
Después de dejar a medias todo lo que estuviera haciendo, o deshacer todos los planes que
hubiera podido tener para quedar con ella, se iba sin importarle nada lo que pasara conmigo.

Ya está, no puedo hacer nada más. Me terminaré mi segundo café y me marcharé a mi piso a
acabar el trabajo que había dejado a medias. Lo de decirle de una vez que llevo enamorada de
ella desde hace años lo dejamos para otro día, hoy va a ser que tampoco va a ser.

¡Joder! Lo que daría por poder amanecer junto a ella un domingo por la mañana, mirarla a los
ojos al despertar para darle un pequeño beso en la frente con mucho cuidado de no despertarla, y
levantarme para prepararle el desayuno.

Pero siendo sincero debo de dejar de hacerme ilusiones. Por más ocasiones que he tenido,
por más indirectas que le he lanzado, por más veces que hemos tenido la oportunidad de besarnos
e incluso de acostarnos. ¡Si hasta hemos dormido juntos desnudos y no me he atrevido ni siquiera
a abrazarla! Si ya no ha pasado nada dudo que pase. Además, seguro que ella solo me ve como a
un niño, alguien inofensivo, incapaz de hacerla sentir mujer.

––¿Otra vez terminando el café solo? ––Se acercó la camarera a preguntarme.

––¿Eh? Sí, eso parece. Vuelvo a quedarme solo para darle los últimos sorbos a esta delicia
celestial.
––Ya sabes lo que dicen, más vale solo que mal acompañado. Toma, anda, te dejo en la mesa
un trozo de tarta de queso para que la pruebes, invita la casa. La he hecho yo ––me contestó con
una sonrisa, como siempre lo hacía.

––Bueno, pudiendo elegir estar bienor ué elegir estar mal o enfadada? ¿No?

––Tienes toda la razón; aunque es muy difícil seguir esa filosofía, la vida no es tan fácil como
para conseguir estar siempre sonriendo.

––La vida nos la complicamos nosotros más de lo que deberíamos. La mitad de las veces los
problemas no son tan grandes como creemos, y la solución es más fácil de lo que en un principio
se pensaba. Me queda nada para terminar mi turno, ¿quieres que me prepare yo otro café, saque de
la cocina otro trozo de tarta de queso, y te acompañe mientras seguimos hablando de mi gran
carácter? ––me preguntó sin dejar de sonreír y comenzando a quitarse el mandil.

––Lo siento, Paula, pero tengo trabajo por terminar en casa que he tenido que dejar a medias.
––Me faltó decir por culpa de Silvia––. Otro día continuamos con esta conversación, preciosa.
Me levanté de la silla, dejé los dos euros con cuarenta en la mesa, que es lo que valían los
dos cafés que había tomado, y me despedí de la camarera con un hasta luego.
PAULA

No me ha hecho ni puto caso. Otra vez. No sé qué hacer para conseguir estar un rato a solas
con él. ¡Si me conformo hasta con el tiempo de terminar ese café que se estaba bebiendo! Ni eso
logro…

Voy a tener que darlo por imposible, solo tiene ojos para esa chica tonta y caprichosa. Esa
chica que siempre mira con ojos de superioridad a la gente creyéndose que porque tenga un buen
cuerpo y una cara bonita puede hacer y tratar a la gente como le dé la real gana.
Pablo me ha dicho que nunca me ha visto enfadada ni con mala cara. Si pudiera ver lo que mi
corazón siente al verlo esperando, casi a diario, a esa bruja malnacida aprovechada, y cómo pasa
más de una hora en la misma mesa con su café en la mano, no diría lo mismo.

Aunque él no lo sepa, siempre evito que alguien se siente en ese lugar, porque es el mejor
para mirarlo sin que se dé cuenta. También así estoy atenta si quiere otro café, un postre o, mi
sueño, el que me necesite.

No sé cómo no se da cuenta que esa chica solo lo ve como un entretenimiento. Lo utiliza


cuando otros hombres la dejan y necesita estar acompañada porque no quiere estar sola y ver la
realidad, que no es tan popular como cree. Ella necesita pasear por la calle agarrada del brazo de
su pareja con la cabeza bien alta y sonriendo con malicia a todas las mujeres, diciéndoles con su
mirada que se jodan porque ese tío es suyo y ella se acostará con él esa noche. Lo único que
quiere es que fantaseen los demás porque es lo único que van a conseguir, ya que ella lo ha cazado
primero.

Así es Silvia, una persona fría y calculadora. Una persona que le da igual pasar por encima
de las personas para conseguir su propósito. Una persona que se hace la tonta cuando ve que hace
daño con su conducta y sus actos a los demás para no sentir remordimientos de nada y tener la
conciencia tranquila.

Una vez le recriminó a Pablo que no lo obligaba a venir si no quería. Y lo único que él le
había dicho era que estaba cansado de que siempre que lo llamaba era para contarle cosas que le
habían pasado con otros tíos, tanto buenas como malas.

Aunque, claro, supongo que para él todo lo que le contara de otros tíos relacionado con ella
sería siempre malo.
Porque el pobre está enamorado hasta las trancas de ella. Al igual que yo de él. La diferencia
entre los dos casos es que Silvia lo trata como si fuera un pañuelo de usar y tirar; y a mí Pablo me
trata como… bueno, digamos que no me trata mucho. Ni siquiera me ha dado la oportunidad de
conocerme. Por eso mantengo la esperanza de que algún día me mire con otros ojos y acabe
enamorándose de mí.

Ella ya lo conoce y ha decidido que solo quiere una amistad con Pablo. Yo aún tengo la
puerta abierta y una oportunidad para que surja algo más.
Ya se marcha, así que hoy tampoco será, mañana volverá a aparecer por esa puerta para
pedirse su café con leche caliente mientras espera a esa víbora de mujer.

––Hasta mañana, Pablo ––susurré esperando que esas palabras, cargadas de sentimientos, lo
alcanzaran. Todavía no me rindo, que lo sepas.

––¡Paula! ¿Quieres dejar de hacer la estatua frente a la puerta y empezar a recoger de una
vez? Ya es tarde y tengo ganas de cerrar. Vamos a darnos prisa para marcharnos pronto. ––
Interrumpió mi jefe––. Para un día que se ha quedado vacío esto pronto y lo vamos a
desaprovechar… No sé tú, pero yo tengo muchas cosas que hacer todavía para estar perdiendo el
tiempo.
––Por supuesto, jefe, voy a darle a las manos y en menos de media hora estamos saliendo. Yo
también tengo cosas que hacer, he quedado para ir al cine. ––Mentira podrida, no tenía plan
alguno.

––Pues adelante, acabemos de una vez. Cada día estoy más harto de esto. Un día me voy a
levantar y voy a mandar todo a la mierda.

Pues si manda esto a la mierda, ¿dónde podré seguir viendo a Pablo? Ya sí que sí perdería mi
oportunidad de saber si le gusto o no, ¿o quizás el destino me daría una nueva oportunidad para
cruzarme con él en otro sitio más propicio para intimar y conocernos mejor?
A saber, pero era mejor no tentar a la suerte. Tenía que darme prisa y aprovechar la primera
oportunidad que se me presentara. Aunque, para eso, lo primero era separarlo de Silvia, hacer que
se olvidara de ella por un tiempo para que se fijara en mí.

––Oye, ¿vamos a darle caña a esto o no?

––¿Eh? Sí, sí, perdona. Vamos a ello.


PABLO

Voy a marcharme a casa y echar un rato en el ordenador viendo qué hace la gente por las
redes sociales, no tengo ganas al final de terminar el trabajo que tengo a medias. Ojalá me quede
ron aún y pueda echarme un cubata fresquito mientras ojeo qué sucede en el mundo. Esa es la
manera que he encontrado más efectiva para dejar de pensar en Silvia por las tardes. Por la
mañana, afortunadamente, mi trabajo no me deja mucho tiempo libre para centrarme en ella. No
quiero ni pensar qué sería de mí si no lograra ocupar esas horas del día con tareas y obligaciones.

Al entrar en mi piso, me invade una sensación de soledad y vacío. Siempre me pasa lo


mismo...
Vivo a cientos de kilómetros de mi familia, y, sin embargo, ellos son las personas que siento
que tengo más cerca a pesar de mi dejadez, y de no tener mucho contacto con ellos. Y esto me pasa
porque en mi trabajo no es que sea muy sociable la verdad, y porque con Silvia, a pesar de verla a
diario prácticamente, en algunas ocasiones parece que hay un océano entre medias de los dos que
nos separa.

No logro entender cómo el destino no nos permite una puta oportunidad, una sola oportunidad
para comprobar si podría funcionar lo nuestro o no.

Una, solo una oportunidad, solo una para dejar de ser, por unos meses, por unos días, por
unas horas incluso, el pagafantas en el que me había convertido por mantener la jodida esperanza
de creer en el amor, y por confiar en las putas frases motivadoras tipo Mr. Wonderful.
Encendí el ordenador. Mientras se iniciaba aproveché para cambiarme de ropa y ponerme
algo más para estar cómodo ante lo que me había propuesto hacer tras el nuevo plantón que me
había dado Silvia. Total, para donde iba a salir ya, qué más daba cómo estuviera. Además, no hay
mal que por bien no venga, adelantaría un poco con el proyecto que tenía a medias y que cada día
que pasaba se me acortaba más el plazo de entrega. Al final decidí hacer lo que había pensado en
un principio y dejar las redes sociales para otro momento.

Pero antes de comenzar decidí echar un vistazo al correo electrónico. Tenían que llegarme
unos documentos internacionales, sobre algunas ideas que había tenido respecto a unas
aplicaciones de programas muy originales que podrían dar beneficios.

A ver… a ver… no, parece que todavía no ha habido suerte con esos mensajes. Pero un
segundo, voy a mirar el correo de spam también, lo mismo no ha pasado el filtro al no
considerarlo el programa como correo de confianza.
¡Joder! ¡Ciento cuarenta y siete mensajes! Debo de mirar esta bandeja más a menudo, me va a
llevar un buen rato echarle un ojo a todos, no puedo permitirme borrar por descuido algún
mensaje de los que estoy esperando.

La mayoría de estos mensajes, por lo que compruebo, trataban de anuncios de medicamentos


milagrosos para evitar la pérdida de memoria, de viagra, y de páginas de contactos de chicas.
Estamos apañados, ¿ya me ve esta gente del correo con necesidad de todas estas cosas?

Aunque en lo de las páginas de contactos lo mismo sí habían acertado, porque quien me


conociera un poco y supiera la extraña relación que mantenía con Silvia, tendría su lógica que me
recomendase buscar a otras chicas. Pero los demás anuncios tenían delito que me lo enviasen. Que
con veinte siete años que tenía estuvieran pensando que ya ni se me levantara, e incluso que ni me
acordara de si necesitaba esa pastilla o no.

Me quedé mirando un mensaje que prometía al cien por cien encontrarme pareja en menos de
un mes antes de borrarlo, y sé que no debería hacer lo que ahora mismo me rondaba por la cabeza,
pero qué demonios, no perdía tampoco nada por ver cómo iba esto de las páginas de contactos.
Recordaba que hacía tiempo me había prometido no entrar a ninguna de esas por nada del
mundo ––¿veis como todavía no me hacen falta esos medicamentos?, dije sin evitar reírme––.
Prefería matarme a pajas antes de crearme un perfil en alguna de ellas. Eso solo me haría sentir un
fracasado en el amor, como que no había sido capaz de encontrarlo por mí mismo. Pero viendo
cómo me iba, y tras escuchar los comentarios nada malos de estos sitios de mis compañeros de
trabajo y amigos, ¿por qué no probar? Aparte de mis principios no podía perder nada más. Y
como muy bien decía Groucho Marx, “si no te gustan mis principios, tengo otros”. Así que me
decidí a hacerlo, ya avanzaría con mi trabajo pendiente más tarde. Seguro que tampoco me
llevaría mucho tiempo echar un pequeño vistazo a la página.

La empresa que me había enviado ese mensaje que había calado en mí lo suficiente para
dudar si borrarlo o no había sido Meetic. ¿Para qué buscar otra? Eso sí, no pensaba darle al
enlace del correo electrónico, no fuera que entrara con ello algún virus y me jodiera toda la
información que tenía en mi ordenador.

Una vez dentro, lo primero que me pedía era la fecha de nacimiento, mi sexo y lo que
buscaba. Bueno, eso era fácil y rápido: once del seis del noventa y uno; soy hombre; y busco
mujeres. Listo.
El siguiente paso era poner una imagen de perfil, escribir mis aficiones, dar un correo
electrónico, y poner un número de cuenta. ¿Mi número de cuenta? ¿Para qué necesitaban ese dato?
Necesitaba indagar más sobre eso, no me fiaba ni un pelo de dar un dato tan privado.

Tras consultar que ese dato solo tengo que ponerlo si quiero obtener privilegios, como el que
me avisen cuando haya una quedada en grupo, o saber quién le ha dado un “me gusta” a algunas de
mis fotos, decido, de momento, no tenerlos.

Pero, espera, al parecer he tenido suerte según esto que estoy leyendo. Tienen una promoción
activa para los nuevos integrantes y por lo visto tengo derecho a todos los extras gratuitamente
durante dos semanas. Pues mira qué bien, tendré que aprovecharlos, ¿no?, me dije en modo “ironía
on”.

Ya tenía todo rellenado. ¡Me han pedido más cosas que cuando solicité mi hipoteca a treinta
años! Joder, cuando lo promocionan diciendo que es solamente para solteros exigentes no me
extraña nada. Lo único que no me han pedido es el tipo de sangre que tengo, y alguna analítica que
me haya hecho últimamente para demostrar que no tengo ninguna ETS.
Treinta minutos más tarde por fin podía ojear los perfiles de las chicas y ver las actividades
grupales que organizaban.

Mira, resulta que mañana mismo hay una quedada para tomar café y charlar un rato. La
dirección me sonaba mucho, no me pillaba muy lejos de casa. A lo mejor me apunto. De momento,
pondré un comentario avisando que quizás me pase por allí. No tienen mala pinta las chicas que
van. Se ven… se ven… ¡se ven parecidas a Silvia! Me cago en todo, ¿es que no voy a tener
manera de quitármela de la cabeza ni estando mirando a otras? ¿Qué mierda habré hecho yo para
estar tan enganchado de ella? ¿Es que no tengo claro que nunca, y cuando digo nunca es nunca,
vamos a terminar juntos después de todos los golpes que me he llevado? ¿Qué tiempo será el
necesario para poder decir que ya ha sido suficiente y poder rendirse tranquilo?

Pero es que siempre que decidía dar este paso y apartarla definitivamente de mí, arrojando la
puta toalla de una vez, veía un puto post en el Facebook, de esos que te dicen que hoy es tu día, de
que no te rindieras aún. O veía en la tele el tráiler de alguna nueva película romántica en la que
los personajes, después de pasar cada uno por unas cuantas relaciones fallidas, se daban cuenta de
que eran el uno para el otro y comenzaban su relación idílica.
O incluso alguna vez también me había pasado con la letra de una canción en la que hablaban
de un amor no correspondido y cómo finalmente la persona se daba cuenta de cuánto la quería.
Todo eso me obligaba a replantear mi decisión porque me daba por pensar que todo eso podía
llegar a pasarme a mí. ¿Por qué no podía venir a visitarme el amor de una vez? Tarde o temprano
tendría que venir, ¿no?

El problema era que, si ocurriera justo todo lo contrario, que no llegara a pasarme nunca
esto, no sé qué sería de mí.

¿Por qué mi cabeza no lograba vencer de una puta vez al corazón y así dejarme vivir en paz?
“Tinnnnnn”.

¿Eh? ¿Qué significa ese sonido? ¿Me ha llegado un mensaje privado de una chica? Sí, eso
parece, ¿tan pronto? ¿Me acabo de hacer el perfil y ya alguien se ha fijado en mí? Joder, qué bien.

Al parecer, la chica en cuestión tiene el nick Tímida27.


“Hola, ¿qué tal? ¿Nuevo por aquí?” ponía el mensaje.

Según su foto de perfil, la tal Tímida27 no tenía mala pinta. Aunque lo mismo era falsa, falsa
como la historia de amor que manteníamos Silvia y yo. ¡Joder, Pablo!, ¿te quieres centrar de una
puta vez? Céntrate, por favor. Hay que contestar a Tímida27. ¿Estoy hablando solo? Sí, es que a
veces me gusta escuchar la opinión de un experto; ¿sigo hablando conmigo mismo? Ja ja ––no
pude evitar reírme de la tontería que acababa de hacer––. Pero a lo que iba, tenía que hablar con
Tímida27. Era hora de hablar con otra chica que no fuera Silvia.

“Hola, Tímida27. Sí, soy nuevo en esto, acabo de crearme el perfil, así que perdóname si la
lío un poco. No estoy acostumbrado a hablar con chicas por aquí. Bueno, ni por aquí, ni por
ningún lado. Creo que ya la estoy liando”.
“Jaja, tranquilo, es normal liarla al principio con los chats estos. Ni te imaginas lo que me
pasó a mí la primera que vez que chateé con un chico por aquí”.

Además de guapa se veía agradable, lo mismo no había sido tan mala idea al final. Por lo
menos pasaría una tarde entretenida.

“Gracias por tu compresión. Ah, ¿sí? ¿Qué te pasó si se puede saber?”, le pregunté.
PAULA

Otro viernes por la noche en casa encerrada viendo tonterías en el ordenador y pidiendo
cosas que no llegaré a usar nunca. Ah, y visitando páginas de contactos para poder charlar con
alguien, aunque sea de esta manera tan triste. Así al menos no me siento tan sola como creo estar.

Miro el móvil mientras se enciende el ordenador, el caso es mantenerme ocupada. Veo que
tengo varios mensajes de WhatsApp de amigas invitándome a salir con ellas hoy de marcha. Paso,
ni me iba a molestar en contestar, ya me he cansado de las noches de fiesta en las que solo
encuentro hombres que babean por unas piernas y un buen escote y que al día siguiente no se
acuerdan ni de cómo te llamas. Solo les interesa tener una nueva conquista en su lista. A todo esto
hay que sumarle de que al día siguiente tengo que madrugar para abrir la cafetería. Y precisamente
a estos hombres que fardean con los amigos de con quién y con cuántas se han acostado esta noche
son los que tengo que atender a las siete de la mañana una vez que ya los han echado de las
discotecas para servirles unos churros acompañados de una taza de chocolate caliente, y escuchar
todas las marranadas que dicen sobre las chicas que han caído en sus mentiras.
Lo de la cafetería no es un buen trabajo, la verdad, pero por lo menos me deja algo de tiempo
para seguir estudiando y poder mantener mi independencia. Sin olvidar tampoco que me sirve
como la excusa perfecta para decirles a mis amigas que es el motivo por el que no tengo ganas de
salir.

Cuando veo que el ordenador está encendido, lo primero que hago es mirar el correo
electrónico. ¿Pero qué mierda es esto? ¿Me mandan mensajes para comprar viagra?, ¿por qué
cojones me mandan esto a mí? ¿No ven que soy una tía? Aunque, pensándolo bien, una tía puede
comprar perfectamente estas cosas para su marido o novio, no sería tan raro. Tengo otro mensaje
de PayPal, que debo actualizar algo para poder seguir usándolo. Pufff, qué rollo. Otro de Meetic,
que hay solteros interesantes que se han dado de alta cerca de mí.

Umm… Hace tiempo que no me meto en esta página, podría echar un ojo para ver si ha
cambiado en algo o sigue siendo la misma pérdida de tiempo de antes. Le doy al enlace que me
dice la página y que me envíe directamente a ella para entrar con mi usuario y contraseña. No
pierdo mucho por echar un ojo; total, tampoco es que tuviera muchas mejores cosas que hacer.
Ya estoy en la página de inicio, ahora debo de recordar cuál era mi nombre de usuario.
Seguro que el que suelo poner en mis redes sociales no es el mismo que utilicé en este sitio.
Mejor pido que me lo manden, que se me ha olvidado.

Enseguida lo hacen mediante un mensaje recordándome qué nombre de usuario tenía, y


también comentándome si quiero restaurar la contraseña. Timida27 era mi usuario... ¡Ostras, es
verdad! Qué mal tengo la cabeza, era el mismo que utilizaba en el desfasado Messenger, y en el
chat de Terra. Por cierto, ¿esa página seguirá abierta? Hace siglos que no oigo nada sobre ella.
Luego intentaré buscarla por curiosidad.

Bueno, ya sé cuál es mi usuario, la contraseña supongo que era la misma que pongo en todos
lados, la fecha de mi cumpleaños. Así que ya puedo volver a la página principal de Meetic para
meter mis datos. Ahora sí que veré si tengo novedades en este sitio.
Parece que todo sigue más o menos igual, muchos mensajes privados, muchos hombres que
me quieren conocer están cerca según esto, y muchas quedadas en grupo.

Me fijo en el apartado de gente nueva cerca de ti. Voy a darle por si conozco a algún cliente
del bar por curiosidad. A ver cuánto cambia de la realidad a foto retocada.

¡¿Cómo?! ¿Pablo se ha creado un perfil de estos? ¿Este de la foto es en verdad Pablo? Claro
que lo es, si hasta ha puesto su nombre y apellido verdadero. Aunque la foto que ha elegido no es
la más adecuada para estas páginas si lo que quiere es que las mujeres se fijen en él. Hasta para
eso es un desastre el pobre ––me rio yo sola de mi comentario––.
Esa era, precisamente, una de las cosas por las que me tenía completamente enamorada, su
aire de despistado.

Según esto, hace menos de veinte minutos que se ha creado el perfil. ¿Le mando un mensaje?
¡Qué vergüenza! ¿Y si me reconoce? En la foto de perfil salgo bastante cambiada a la imagen que
muestro a diario; me la hicieron en una de las pocas veces que me arreglé para salir. Y tengo que
decir que lo noté en la discoteca, vaya si lo noté, no paré de quitarme buitres de encima toda la
noche. Hasta mis amigas se quedaron flipadas de mi cambio de imagen con tan solo cuatro
retoques de maquillaje.

Normal, cuando una no está acostumbrada a pintarse, pues es lo que pasa, se nota bastante
cuando lo hace.

Qué vergüenza, ¿le escribo entonces? Claro que debo escribirle, y si me reconoce mejor
todavía. Lo mismo chateando por aquí no me da esquinazo y podemos entablar una conversación
de más de cinco minutos seguidos. De todas formas voy a empezar escribiéndole como si no lo
conociera, a ver qué tal.

“Hola, ¿qué tal? ¿Nuevo por aquí?”

Ahora a esperar que me conteste. Lo mismo directamente me dice “hola, Paula ¿Qué tal?
Perdona, pero me tengo que marchar, nos vemos en la cafetería mañana. Un beso”. Y aquí se
derrumban de nuevo todas mis esperanzas. Pero, bueno… vamos a esperar. Mira, parece que ya
me está contestando, qué rápido.
“Hola, Tímida27. Sí, soy nuevo en esto, acabo de crearme el perfil, así que perdóname si la
lío un poco. No estoy acostumbrado a hablar con chicas por aquí. Bueno, ni por aquí, ni por
ningún lado. Creo que ya la estoy liando”.
Pues parece que no me ha reconocido, por lo menos de primeras. Qué ‘bonico’ es, se pone
nervioso al hablar con una chica que no conoce. Conmigo le sucedía lo mismo al principio,
solamente con pedirme el sobre extra de azúcar que le echa a su café se ponía colorado y era
incapaz de levantar su mirada para mirarme a los ojos.

Pues voy a seguirle el juego, tengo curiosidad por saber hasta dónde es capaz de llegar. Lo
mismo termina reconociéndome y se acaba todo este juego. Pero vamos a seguir tentando a la
suerte, es divertido. Me gustaría intentar conseguir una cita con él por aquí. Seguramente, aunque
luego nos encontremos en la puerta de algún restaurante o de un cine, y ya se dé cuenta de quién
era en realidad, no será capaz de marcharse de allí, aunque solo sea por educación. Y ahí estará la
oportunidad que reclamaba.
“Jaja, tranquilo, es normal liarla al principio con los chats estos. Ni te imaginas lo que me
pasó a mí la primera que vez que chateé con un chico por aquí”.

“Gracias por tu compresión. Ah, ¿sí? ¿Qué te pasó si se puede saber?”

¿Se lo cuento? ¿Por qué no? Seguro que se ríe un montón.


“Pues resulta que quedé con un chico con el que chateaba en el lugar donde trabajo, justo
media hora antes de que terminara mi turno. Con el uniforme puesto seguro que no me
reconocería, y así tenía yo la oportunidad de observarlo sin que él lo supiera. No me fiaba de
que todo lo que me había contado sobre él fuera cierto. Y no me equivocaba en absoluto, porque
no tenía nada que ver su aspecto con su imagen de perfil, ni su indumentaria tampoco me
cuadraba con lo que me había contado sobre él. ¡Era un roquero con el pelo bastante graso y
largo! Todo lo contrario, a como creía. Con una panza que la camiseta que llevaba puesta, con
la imagen de una calavera fumando un canuto sonriente, era incapaz de mantenerla cubierta. Y
de los treinta años que decía tener, pudiera ser que los tuviera, sí, pero por su aspecto si eso
era verdad, la vida le había tratado bastante mal”.

“¿No me digas que lo espiaste antes de presentarte ante él?”

“Así fue, y menos mal que lo hice. Porque no veas lo que me hubiera encontrado”.

“Pues te hubieras encontrado con una persona con la cual te entendías perfectamente.
¿Que no era lo que esperabas físicamente?, vale, pero por lo demás… ¿no?”

“Ya, ya sé que suena un poco superficial, pero es que he sufrido mucho por los hombres y
me gusta cerciorarme de con quién me voy a citar a ciegas antes del encuentro”.

“Entonces no se puede considerar como una cita a ciegas si ya has visto a la persona antes
de sentarte con él. Eso es trampa”.
“Ya, je, je, ya sé que eso es trampa, pero es que no podía soportar ninguna decepción más”.

“¿Llegaste a sentarte al final con él? Tengo curiosidad”.


“¡Noooo! En la vida me hubiera sentado con él. Pero no porque fuera más o menos guapo.
Si no porque ya me había mentido sin ni siquiera conocerme todavía. Eso no me inspiraba nada
bueno”.

“Pero lo mismo si te decía la verdad no tenía ni la más mínima oportunidad de quedar


contigo”.
“¿Ya está? ¿Esa es tu opinión? ¿Tú eres de los que piensan que en el amor y en la guerra
todo vale? Pues empezamos bien entonces, empezamos bien, Pablo”.

“No, no, no quería decir eso. Claro que no vale todo, pero es que…”

“Es que nada, uno tiene que ser sincero siempre sin importar las consecuencias. Luego,
cuando sale a la luz la verdad, que saldrá, ya no hay marcha atrás y el daño está hecho. Por
desgracia yo soy experta en eso, y sé que una mentira causa mucho daño en una relación. Y más
si es al comienzo”.
“¿Por qué al comienzo es peor? Tenía entendido que hace más daño una vez consolidada la
relación”.

“Para muchos sí, pero para mí es más importante al principio. Es cuando uno se entrega al
cien por cien en ella, cuando duele incluso el no poder haber visto a tu pareja ese día. ¿Cómo
se le puede ocurrir a nadie mentirle a esa persona estando tan enamorado? Si se hace eso al
principio, no quiero ni imaginar lo que se puede hacer cuando se pierda la chispa”.

“También se puede ver como que todavía no estás preparado para entregarte por completo
a una persona sin saber aún si será la mujer o el hombre de tu vida. Hay secretos e
inseguridades que no te atreves a decirle a nadie si no tienes completamente su confianza. Y
eso no se consigue de un día para otro. Por ejemplo, si yo sé que soy completamente estéril, no
creo que sea un tema principal a tratar en las primeras citas.
Hola, soy Pablo, y no puedo tener niños, encantado de conocerte. Eres muy guapa, por
cierto.

No veo muy apropiado este tema de conversación para unas primeras citas; hay temas que
deben reposar un poco antes de sacarlos a la palestra”.

“Joe, si es que te pones en casos extremos. Eso que dices claro que no sería ni mucho
menos apropiado decirlo en la primera cita. Pero sí cuando en la relación se empieza a
plantear el tema. ¡Qué digo cuando se empiece hablar del tema! Cuando se empiece a ver que
la relación ya comienza a ser algo serio. Creo que es lo justo”.
“Entonces me das la razón. En la primera cita no se puede ser del todo sincero”.

“Bueno… a medias te la doy, sí. Puede que tengas algo de razón”.

“Ja, ja, eres cabezota. Me gusta esa faceta en las personas, aunque parezca extraño”.

“Sí, y estoy segura de que tú también lo eres”.


“¿Eh? ¿Cómo estás tan segura de que lo soy? ¿Y por qué estás segura? ¿Nos conocemos
ya?

¡Ups! Debo de tener cuidado con lo que escribo si no quiero que me descubra antes de
tiempo. Si lo hiciera, se acabaría mi penúltimo intento de conseguir algo con él.
Es curioso, pero precisamente la persona que estaba reclamando sinceridad en la relación
desde primera hora era yo, y era yo también quien estaba escondiendo una mentira importante
desde el comienzo. Curiosidades de la vida.

“Es que se te ve muy transparente, ¿a qué no me equivoco?”

Intenté buscar salida a mi metedura de pata.


“Pues no. La verdad es que lo soy, y mucho, además”.

Y por esa cabezonería sigues detrás de esa mujer que te trae por la calle de la amargura. Y
tampoco digo que yo sea la mujer ideal para ti en cuanto te olvidaras de esa quimera en conseguir
que Silvia se fije en ti.

Pero pondré todas mis ganas para que así sea, que no te quepa la menor duda. Trataré de ser
la mujer de tu vida y te separaré de esa aprovechada de metro setenta, estirada y estúpida
enamorada tuya.
No pude evitar dejar que se me escapara una sonrisa tonta al imaginar la cantidad de cosas
que podíamos hacer los dos juntos si consiguiera que olvidara a Silvia y quedara un día conmigo
sin preocuparle lo que estuviera haciendo ella, o con quién lo estuviera haciendo.

Porque eso lo debía de tener claro. Si no estaba a su lado contándole su vida, es porque se
estaba acostando con otro en ese momento.
SILVIA

––Ya estoy aquí, Luis. ¿Qué es eso tan importante que tenías que contarme? Por cierto, ¿quién
es esa chica de la foto de perfil de WhatsApp que sale tan pegada a ti? ––le pregunté medio
exhausta nada más entrar en su piso. Había llegado en tiempo récord; no recordaba haber andado
tan rápido en mi vida.

––Tan solo una amiga––me respondió bastante frío.

––Pues para ser tan solo una amiga se la ve muy acaramelada contigo.

––Sí, esa foto ya tiene su tiempo. En esa época manteníamos una pequeña relación. ¿Pero por
qué me preguntas eso? ¿Qué pinta ella en este momento? Ven aquí, anda, que tengo ganas de ver
ese cuerpo tan firme que tienes encima del mío, y de que esos pechos tan perfectos me golpeen en
la cara.

––Umm, ¿tanto te pongo? ¿Es verdad todo eso que dices?

––¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Te apetece follar o no?

––Joe, cómo te pones; no se puede hablar contigo. Claro que me apetece hacer el amor, no
follar. Hacer el amor es lo que me apetece.

––Lo que quieras, pero mira cómo me tienes ya.

No pude evitar dirigir la mirada hacia el lugar donde me estaba señalando. Esos dieciocho
centímetros de miembro en todo su apogeo no podían pasar desapercibidos para nadie.

Joder, no sé cómo lo hacía, pero podía ser todo lo estúpido que quisiese, todo lo borde a más
no poder conmigo; podía estar días sin contestar a mis mensajes, e incluso podía pillarlo con otra
en la cama, y solamente con una simple caricia caería rendida a él de nuevo. Tenía ese poder
sobre mí.

Ese rostro tan perfectamente proporcionado, unido a su escultural cuerpo y su amigo de


dieciocho centímetros ya mencionado, hacía que no pudiera resistirme a él. Por muy insoportable
y desagradable que se pusiera conmigo. Además, yo sé que me quiere en el fondo, por eso estoy
aquí ahora mismo, porque quiere que esté junto a él.
Así que aquí me encuentro, en su estudio en mitad del centro quitándome los pantalones
lentamente para desesperarlo un poco y que me coja con todas sus ganas cuando ya no pueda
resistirse más.
––¿Te vas a desnudar hoy o lo dejamos mejor para mañana? No sé tú, pero yo tengo cosas que
hacer luego. Vamos, mujer ––me apresuró mientras empezaba a tocarse solo.

––Jo, de verdad que sacas de quicio a cualquiera. Es para crear algo de expectación; ya voy,
ya voy. Pensaba que esta tarde la podríamos pasar juntos, he cancelado mis planes por lo mismo.
––¡Eh! Tranquila, que yo no te he dicho que canceles nada por mí, solo te he preguntado si
querías venir ahora. Si tú estás aquí es porque quieres.

––Ya, ya, pero yo he preferido venir aquí para pasar la noche junto a ti.

––¿La noche juntos? Yo ahora me voy con los amigos a tomar unas birras. Si por casualidad
no acabo muy perjudicado de la bebida te doy toque más tarde para saber por dónde andas y
vienes de nuevo para un segundo asalto.
––Ah, ¿que tampoco vamos a dormir juntos?

––¿Pero no te acabo de decir que si no acabo muy mal te mando un wasap?

––¿Y pretendes que me quede sola en casa esperando ese mensaje para salir corriendo a tu
encuentro?
––O en casa, o en la calle, o como si no quieres venir. Ya te lo he dicho, lo que hagas es
porque quieras hacerlo. Si no quieres venir pues ya está.

Suena un móvil, el suyo, un mensaje de wasap parece que le ha llegado. De momento se


dirige hacia el dejándome medio desnuda en un segundo plano.

––¡Ostias! Me acaba de mandar un mensaje Javier. Lo siento, pero me tengo que marchar. Se
ha peleado con la novia y dice que necesita una cerveza ya. Al final, con la tontería de tanto hablar
no hemos hecho nada. Vaya mierda.
––Pues como sea como tú ese Javier no me extraña que la novia le haya dejado.

––¿Cómo dices?

––Nada, nada. Que te lo pases bien.

––Ok, luego te doy toque si eso.

––Vale, pero lo mismo estoy ocupada.

––No importa. Oye, yo ya me voy. Tú si quieres puedes quedarte un poco más a ver la tele,
merendar, o lo que sea. Pero avísame cuando hayas salido.
––¿Puedo quedarme aquí a esperarte? Es que no tengo ganas de volver a casa sola.

––No, no puedes. Búscate alguna amiga para dar una vuelta, pero aquí no puedes esperarme.

––¿Y eso?
––Porque… porque lo mismo vengo con Javier aquí para tomar la última mientras echamos
unas partidas a la Play. Sí, eso es, lo mismo vengo con él.

––Umm, vale. En cuanto me ponga los pantalones y zapatillas salgo del piso.

––Perfecto. Un beso, hasta luego. No olvides cerrar bien la puerta cuando salgas.

––Hasta luego, imbécil. ––No pude reprimir ese insulto cuando Luis ya había abandonado el
piso.

¡Dios! ¡Pero qué tío más imbécil! ¿Y se creerá que voy a estar esperándolo como si fuera el
centro del mundo y yo no tuviera nada mejor que hacer? Ahora mismo voy a mandar un mensaje a
Pablo y quedo con él para tomar unas cervezas. Yo paso de quedarme aquí sentada como tonta.
“Pablo, necesito unas copas urgentemente. Te espero donde siempre tomamos esas copas
recuperadoras en veinte minutos. No tardes, please”.

Ya está. Ahora a pintarme un poco y a disfrutar de la noche.


PABLO

Pues no está nada mal lo de las páginas estas; me lo estoy pasando bastante bien. Esta
“Tímida27” está consiguiendo que me olvide al menos por unas horas de Silvia. Upps, vaya, ya he
vuelto a caer, je, je. Pero en esta ocasión no puedo evitar sonreír al ver que al pensar en ella no
me ha dolido la imagen que ha pasado por mi cabeza, ni tampoco me la he imaginado esta vez con
ningún otro hombre a su lado.

“Ti ti ti”.

¿Eh? ¿Un mensaje? De Silvia. Joder, parece que se ha olido que estoy tonteando con otra.
Bueno… tonteando, lo que se dice tonteando, no, pero si ilusionándome al notar que no es tan
difícil como pensaba que me pudiera fijar en otra persona. Y más sin conocerla aún en persona.

Vamos a ver qué quiere ahora. Seguro que le han dado un nuevo plantón.

Ummm… quiere tomar unas copas. Podría ponerme de plazo esta noche como la última
oportunidad para por fin decirle lo que siento por ella, ¿no? Lo mismo con unas cuantas copas de
más baja la guardia y se da la ocasión perfecta para declararme y quitarme este gran peso de
encima que llevo cargando con él bastantes años. Y saber por fin lo que verdaderamente piensa
ella sobre mí.
Aunque mi subconsciente creo que lo tiene bastante claro; no tengo ninguna oportunidad. Si
ella hubiera querido algo conmigo, hace años que ya lo hubiéramos tenido. El problema es que,
aunque mi subconsciente lo sabe al igual que mi cerebro, una parte de mí más irracional y
sentimental siempre apela por una última oportunidad. Así que le voy a brindar a esa parte de mí
tan ilusa esa oportunidad que reclama. Pero esta vez sí será de verdad la última ––de nuevo––.

“Ok, Silvia. Allí nos vemos”, respondí.

Ahora debo de despedirme de “Tímida27” e intentar fijar una fecha para seguir
conociéndonos. La verdad es que me gustaría mantener la siguiente conversación con ella en
persona, pero lo mismo no es lo más apropiado decirle eso tan pronto; no sé cómo se lo podría
tomar. A lo mejor piensa que soy un obseso del sexo y por eso quiero verla ya, para intentar
acostarme con ella lo antes posible. O lo mismo lo que piensa es que estoy muy desesperado por
encontrar pareja, y que llevo mucho tiempo sin estar con nadie y que esto se debe a que le estoy
ocultando algo. No sé yo cuál de las dos opciones es mejor, así que mejor pienso bien lo que le
voy a escribir.
“Perdona, Timida27, pero me acaba de llamar mi madre diciéndome que mi padre ha tenido
un desmayo en el cuarto baño. Voy a recogerlo para llevarlo a urgencias y que le hagan
algunas pruebas para ver a qué se ha debido ese mareo y quedarnos más tranquilos. Me
encantaría seguir esta conversación mañana. ¿Te parece bien? Por cierto, aún no te he
preguntado ni por tu nombre, que poca vergüenza”.

“Me llamo Paula. Tranquilo, la familia es lo primero; tienes que estar con tus padres ahora
mismo. Sí, mañana si quieres seguimos chateando, sobre estas horas me suelo conectar. Un
beso, ya me contarás qué tal ha ido lo de tu padre, hasta mañana”.
“Hasta mañana, Paula. Sí, claro, otro para ti. Y gracias por preocuparte”.

Bueno, ha sido más fácil de lo que pensaba en un principio. Una pequeña mentirijilla y listo.
Y ahora toca cambiarse de ropa y echarse un poco de colonia para el encuentro con Silvia. Como
dice la canción: “Hoy puede ser mi gran noche”.
PAULA

“Perdona, Timida27, pero me acaba de llamar mi madre diciéndome que mi padre ha tenido
un desmayo en el cuarto baño. Voy a recogerlo para llevarlo a urgencias y que le hagan
algunas pruebas para ver a qué se ha debido ese mareo y quedarnos más tranquilos. Me
encantaría seguir esta conversación mañana. ¿Te parece bien? Por cierto, aún no te he
preguntado ni por tu nombre, que poca vergüenza”.

¿Qué tiene que ir a casa de sus padres porque su padre ha tenido un mareo? Pero si viven a
cientos de kilómetros de aquí, ¿no? Seguro que ya le ha mandado un mensaje esa manipuladora
diciendo que lo necesita, que la han vuelto a dejar tirada. Qué tonta soy, ¿pensar que por una
charla agradable por aquí iba a conseguir que se olvidara de ella? Eso me pasa por ilusa. Pero ya
está, qué le vamos a hacer, me despediré de él y punto. Si mañana quiere, que sea él quien me
mande el mensaje para hablar, yo paso. Además, ya está todo en marcha, no puedo echarme atrás.

“Un beso, ya me contarás qué tal ha ido lo de tu padre, hasta mañana”. Pufff, qué asco de
vida por Dios, no me sale nada bien. Y yo ya pensando dónde podría ser nuestra primera cita
medio a ciegas, y hasta qué me pondría.

Yo sí sé lo que Pablo llevaría. A Silvia. A ella la lleva a todas partes. Qué coraje. ¿Pero qué
puedo reprocharle si yo estoy en la misma situación que él? No puedo quitármelo de la cabeza, no
puedo olvidarlo. Tendré que resignarme y darme por vencida. Juro por Dios que ya no voy a hacer
nada por buscarle. Si quiere algo conmigo, que sea él ahora quién se preocupe por mí. Bastante
me la he jugado ya sin que lo sepa.
Y ahora a apagar el ordenador y sentarme en el sofá con una manta y una buena película hasta
que llegue la hora. Creo que hoy echaban una de miedo que llevaba tiempo con ganas de verla.
PABLO

Como siempre llego antes que Silvia al lugar de encuentro. Creo que voy a ir pidiendo una
buena cerveza mientras viene mi compañía. La media de espera está en unos 25 minutos, me da
tiempo a acabarla y pedir una nueva antes de que llegue. Contando que llegue, que esa es otra. No
sería la primera vez que me deja tirado.

¿Qué querrá ahora? Es raro que un sábado por la noche diga de quedar; normalmente tiene
planes con algún chico que quiere acostarse con ella.
Ahora que lo pienso bien, es raro que no le dure ninguna relación, parece que no tiene buen
ojo para los hombres. O quizás es que los demás la ven como en realidad es, y no como la veo yo.

A lo mejor ese sea mi problema, en cómo la veo y no en cómo es en realidad. Creo que la
tengo endiosada, como mi amor idílico, y lo mismo solo lo estoy confundiendo con un reto
personal mío, y cuando consiga que me diga que sí, se me va a pasar todo el interés por ella.

Esto suele pasar con las cosas materiales; una vez que tenemos el último móvil que ha salido
en el mercado, la última consola, o la bicicleta más moderna, a los dos días se nos pasa todo el
interés por ellas y deseamos otra cosa nueva.
Puede que a mí con Silvia me pase eso, que sea solo mi cabezonería quien insiste en un
imposible que me he metido entre ceja y ceja conseguirlo.

Hablando del rey de Roma, ya la veo venir. Hoy tan sólo diez minutos tarde. Y no, no es
ningún reto ni ninguna cabezonería mía, a Silvia la amo. Los nervios que me han entrado de
repente de ver que voy a volver a hablar con ella y que tengo una nueva oportunidad de hacerle
ver que yo soy su mejor opción, y el cosquilleo en el estómago que está consiguiendo que no tenga
más ganas de seguir tomando la cerveza me confirman lo que me temía.

––¡Anda que me esperas para empezar a beber! Qué poca vergüenza, ya te vale.

––¿Te pido un tercio?

––No, quiero pedirme un puerto de Indias con tónica.

––Coño, empiezas fuerte.

––Necesito pillar una buena, no veas qué día llevo.

––Déjame adivinar, un tío te ha dejado tirada.


––Qué tonto eres, no tiene ni puta gracia. ¿O es que a ti te hace gracia que lo pase mal una
amiga?

––Lo que me hace gracia es que no escarmientes de una vez después de tantos palos.

––¿Y tú eres el que dice que se considera mi amigo? Me atacas demasiado, no veo que eso
sea lo apropiado entre amigos.

––Si es que ya me encuentro un poco cansado de lo mismo, Silvia. Siempre me cuentas las
mismas historias. Que si me ha utilizado este, que si solo soy un juguete para ellos, que estaba
segura que era el amor de mi vida. Ya estoy cansado que siempre me cuentes lo mal que te va con
los hombres, ¿es que no te das cuenta que eso no me interesa? Al contrario, me duele, y mucho,
además. Me duele porque no entiendo cómo ninguno de esos hombres se queda contigo después de
haber hecho el amor, o después de echarte un polvo más bien, por lo que veo, cuando yo me muero
por poder dormir una noche abrazado a ti. Y ahora te pido por favor que cuando me llames para
quedar sea para contarme cómo te va el trabajo, para preguntarme si he visto el tráiler de la última
película de miedo que están anunciando, o si he escuchado la última canción de Pablo López, o yo
que sé, si vi el partido del Madrid el otro día mismo.

––Pero… pero si a ti no te gusta el fútbol.

––¡Y qué mierda da que me guste el fútbol o no!, el caso es que estoy cansado de que me
hables de todos los hombres con los que te cruzas. ¿De verdad que no te das cuenta que estoy
enamorado de ti y me rompe que me hables de eso? ¿O es que prefieres no darte cuenta para no
sentirte tal mal por cómo me tratas?

––No, no tenía ni idea, Pablo, lo…lo siento de verdad. No sé qué decir.

––Tranquila, no pasa nada, creo que me he excedido contigo. Si no te habías dado cuenta,
¿cómo ibas a saber que me estabas haciendo daño? Te invito a la copa, anda, y nos olvidamos de
todo esto. ¿Un Puerto de Indias con tónica te habían puesto?

––Sí, pero déjame que sea yo la que te invite a ti. ¿Un Brugal cola?

––Casi, Barceló mejor.

––Vaya, creo que debo de prestarte más atención como bien dices. Eres el único que sigues a
mi lado desde hace años. Desde que me acerqué a ti en la biblioteca de la universidad para
pedirte el portátil un segundo. ¿Te acuerdas?
––Claro que me acuerdo, ese día me cambió la vida. ––Aunque no estoy seguro si para peor o
mejor.

––Joe, qué recuerdos más buenos me vienen a la cabeza. ¿Te acuerdas también cuando fuimos
a Ibiza un fin de semana?

––Claro que me acuerdo, fuimos porque querías conocer a un hombre que trabajaba en una
discoteca. Luego al llegar allí pasó una noche contigo y al día siguiente ya no te contestaba a los
wasaps.

––Mentira, fueron dos noches las que estuvo conmigo. El resto de semana tenía que trabajar
en la discoteca.
––Por la noche, ¿por la mañana también trabajaba?

––Por la mañana estaba muy cansado, las pasaba durmiendo.

––¿Y las tres veces que lo vimos en la playa muy bien acompañado?

––Porque se fue a la playa a descansar y allí sus amigas dieron con él.

––Ya, para descansar uno se va a un chill–out con la música a tope y con cientos de jóvenes
con ganas de fiesta y alcohol.

––¿Qué estás insinuando? ¿Que solo me quería para un rato?

––Dime tú qué es lo que parece.

––Pues que llegué sin avisar, y es normal que tuviera otros planes y la agenda llena de sus
sesiones.

––Ya, eso va a ser.

––Me estás mosqueando. ¿Qué mierda te pasa hoy? Estás mosca cojonera.

––Tienes razón, mejor cambiar de tema. ¿Cómo que me has llamado? Hacía siglos que no me
llamabas para salir un sábado noche.

––Porque, porque me apetecía tomar algo contigo. ¿Qué tiene de malo eso? ¿No puedo
llamarte?
––Claro que sí, puedes llamarme cuando te apetezca, para eso están los amigos. Brindemos
por ello, ¿no?

––Brindemos.

––Entonces, Pablo, me estás diciendo que esta velada hay que repetirla más veces. Estoy de
acuerdo contigo, mínimo una vez al mes por lo menos.
––Está sonando tu móvil.

––¿Que está sonando? No lo sé, lo llevo en el bolso. Y ahora que lo dices, llevo más de una
hora sin mirarlo. Jo, qué bien, hacía tiempo que no me sentía tan libre.
––Pues ya te lo digo yo, o está sonando o es que tienes un pequeño juguete erótico en el bolso
y se ha activado solo.

––¿Qué? Ah, pues sí que está sonando. Aunque también tengo lo segundo. Mira.
––¡Pero bueno! Guárdate eso, qué vergüenza.

––¿Vergüenza de qué?, esto es lo más normal del mundo, ¡¿verdad, chico?! ––le dijo a su
pequeño juguete adulto.
––Calla, anda, y coge el teléfono si no quieres que nos echen de aquí.

––Mira, es Luis. Al final me está llamando. ¿Pues sabes qué? ¿Sabes qué le voy a decir?

––Que ya sales para su casa y en quince minutos estás allí.

––¿Qué? ¡Nooo! ¿Cómo le voy a decir eso? ¿Estás tonto o qué?, ¿cómo le voy a decir eso
después de cómo me trata?

––¿Ah, no? ¿Entonces qué vas a decirle? Sorpréndeme.

––Pues…pues tendré que decirle eso, pero iré solo porque me gusta decir las cosas a la cara.
Se va a enterar cuando lo vea, esto de ser la niña tonta se va a acabar.
––Ya, ¿lo de decir las cosas a la cara lo dices también cuando tienes que decírmelas a mí? ¿O
conmigo no cuenta?

––¿Cómo dices?

––Nada, nada, que debes contestarle.

––Claro que debo contestarle, se va a enterar este de lo que soy capaz de hacer.

––Ya…
SILVIA

––¿Sí?

––Silvia, ¿dónde andas? ¿Estás cerca de mi piso para acercarte? Mi amigo se acaba de
marchar, que mañana tiene que madrugar, será patético. A lo que voy, ¿quieres pasar una buena
noche de sexo?

––¿Cómo? ¿Me tratas como una mierda y ahora me llamas cuando estás solo y cachondo
porque te apetece echar un polvo? ¿Es que no has encontrado a nadie para eso?

––¿Cómo? ¿A qué viene eso? Niñata consentida. ¿No te he dicho antes que te iba a llamar?
Pues te estoy llamando, ¿para qué creías que era la llamada? ¿Para un masajito en los pies? Si
quieres venir pues vienes, y si no, pues ya tiraré de agenda de contactos y otra ocupará tu lugar.

––¡Ah! ¿Eso soy para ti? ¿Un número de teléfono al que llamar cuando te pica la polla?

––¿¡Pero qué mierda me estás contando!? Que si quieres venir que vengas, y si no quieres
venir, pues quédate amargada donde te encuentres ahora mismo.

––¿Cuánto… cuánto tardas?

––¿Cuánto tardo en qué?

––En llegar a casa.

––Ya estoy en casa, te lo acabo de decir.

––Ok.

––No tardes, estoy cansado y no quiero acostarme tarde.

––Sí, no tardaré, un beso.

No quiero complicarme más de lo que ya estoy. Ya sé que es un cretino insoportable, pero me


tiene loquita viva. Solo tengo que conseguir que cambie su opinión sobre mí, será mi reto
personal. Seguro que no me cuesta tanto conseguirlo,.
––Pablo, lo siento, pero me tengo que marchar.

––No te preocupes. ¿Quieres que te alargue en el coche?


––No sería capaz de pedirte eso después de lo que me acabas de contar hace unos minutos.
Debe de ser muy duro para ti.

––No te preocupes, llevo años sufriendo esto mismo, estoy curado en salud. Lo que no
soportaría es saber que te pudiera pasar algo por ir sola a estas horas de la noche.
––Hemos tomado muchas copas, ¿estás seguro de eso?

––Yo solo he tomado una cerveza mientras te esperaba. El Barceló ni me ha dado tiempo a
probarlo. Vámonos anda, antes de que sea más tarde.

El trayecto que recorrimos desde el pub hasta la puerta de bloque de pisos donde vivía Luis
lo hicimos en silencio. Por quince minutos, ambos nos habíamos quedado sin voz.

Seguramente, Pablo se sentía mal por todo lo que me había dicho. Se había abierto
completamente a mí, me había contado su secreto mejor guardado desde hacía años, y ese secreto
era yo.

Y lo peor de todo, no podía hacer nada para ayudarlo. No lo veía como algo más que un
amigo, no sería capaz de engañarlo ni de darle falsas esperanzas diciéndole lo contrario. Además,
no me atrae nada sexualmente. Aunque debo admitir que no está nada mal, se le ve bastante en
forma, ¿estará yendo al gimnasio? Seguro que sí, cuando lo conocí era muy friki y canijo. Y míralo
ahora, se ha convertido en todo un hombre buenorro. ¿Cómo que ninguna chica se ha fijado
todavía en él? Y algo más raro todavía, ¿cómo que no me he fijado yo en él tampoco? Tiene todo
lo que una mujer puede desear en un hombre: es comprensivo, atento, romántico, atractivo, sano,
inteligente, atrevido. ¡No le falta de nada!
––¿Y esa sonrisa bobalicona con la que me miras, Silvia? ¿A qué se debe?

––A nada, Pablo, a nada. Que eres un cielo.

––Aunque lo sea, que no es verdad eso, ¿me vale a la hora de encontrar pareja?

––Pues debería, debería ser suficiente. Es más, debería ser lo más importante para encontrar
pareja.

––Pues sí, pero parece que esas cualidades no son las primordiales para la mayoría. Y ahora,
anda, sal, ya hemos llegado a tu parada, señorita.

––¿Eh? Sí, esta es mi parada. Gracias, Pablo, gracias por aparecer en mi vida.

––En realidad apareciste tú en la mía, ¿no te acuerdas?

––Claro que me acuerdo. ––No pude evitar sonreír al recordar ese día––. Necesitaba mirar
un mensaje de la confirmación de una reserva de hotel. Hace bastante tiempo de eso, aún no
existían los wasaps y teníamos que comunicarnos mediante el Messenger o correo electrónico. Lo
malo era que como no estuviera en línea la persona que esperabas, hasta que no se conectara no le
llegaban los mensajes que le habías mandado. Había que llamarse antes para concretar cuándo
sentarse juntos delante del ordenador para chatear.

––Y si os llamabais antes para ver cuándo podíais quedar para chatear, ¿por qué no os
poníais al día en esa llamada y ya no teníais que hablar luego?
––Pues… pues… porque se hacía así. Tú qué vas a entender de eso si hay que sacarte las
palabras a cuenta gotas cuando coges el teléfono.

––Ok, ok. No se hable más. Y ahora, corre, que acaba de sonar tu móvil. Seguro que es un
wasap de Luis diciendo que dónde andas.

––¿Eh? Sí, perdona, seguro que tienes cosas que hacer cosas tú también, ya salgo.

Me incliné un poco para darle un beso, pero sorprendentemente no giré la cara para dárselo
en la mejilla, iba directa a sus labios.

Pero más sorprendentemente fue que él sí la girase para desviar ese beso. Me quedé muy
parada por la reacción de ambos, ¿no es lo que él deseaba? ¿Poder besarme? ¿Y no es lo que yo
siempre había evitado? ¿Darle falsas esperanzas? ¿Qué es lo que acababa de suceder?

––Así no, Silvia, así no ––me dijo con una expresión de seriedad nunca vista en él por mi
parte.
Se inclinó hacia mí. Ahora era él quien se acercaba para besarme. Cerré los ojos para recibir
ese beso. Pero esta acción tuve que revertirla y volver a abrirlos al esperar unos segundos y
comprobar que no llegaba.

Al hacerlo, vi cómo me estaba mirando directamente a los ojos, invitándome a salir del
vehículo. Me había abierto la puerta desde su asiento y por eso había tenido que inclinarse un
poco hacia mi lado. ¡Qué tonta he sido! He hecho el ridículo dos veces en menos de un minuto.

Saqué la pierna derecha del coche sin más demora y de un portazo salí de su mierda Megane.
¡¿Qué coño se ha creído este cretino? ¡Rechazarme un beso A MÍ!¡A la persona de quien dice que
está enamorado! ¡Que se vaya a la mierda!
Noté algo recorriendo por el interior de mis muslos, y al pasarme la mano por ellos para
comprobar qué pudiera ser, lo mismo del disgusto me había bajado la regla, comprobé que sí era
verdad que me había manchado el interior de las piernas de un líquido, pero precisamente no del
que pensaba de primeras. Estaba completamente mojada tan solo de pensar en el beso de Pablo, y
por qué no decirlo, muy excitada también.

Abrí el bolso para sacar el móvil y ver qué mensaje era el que me había llegado y así poder
quitarme esa idea de la cabeza.

Era de Luis. Me había mandado una imagen, le di a descargar, y ahora la sorpresa fue que esa
imagen se trataba de una foto de su pene ya preparado para mi llegada. Madre mía, este hombre no
está bien. Pero una noche de sexo creo que me vendrá bien para despejarme y mañana poder
aclarar las ideas más tranquila y ver lo que de verdad buscaba en un hombre.
PABLO

Debo irme a toda prisa de aquí antes de que cambie de opinión y decida besarla. Debo de
marcharme antes de que deje de ser fuerte. Aún no me explico cómo he tenido el valor para
rechazarle un beso. ¿Me doy la vuelta? Lo mismo todavía no ha subido al piso de ese tal Luis y se
viene conmigo. No, mejor dejo que se vaya, seguro que si me viera de nuevo por ahí me
preguntaría si se me había olvidado algo, que por qué me había dado la vuelta. El orgullo,
respondería yo para mis adentros a esa pregunta.

Tengo que ser fuerte y mantener esta actitud, aunque me duela, aunque no sea yo, aunque la
pierda definitivamente. Que, pensándolo bien, quizás esa sea la mejor opción.
Voy a tomarme una última copa en el bar que hay justo enfrente de mi piso; lo último que
deseo ahora mismo es estar solo en casa calentándome la cabeza. Seguro que aún está abierto.
Pero voy a aparcar por aquí he iré andando, no me vendrá mal que me dé el aire un poco, lo
mismo así se me aclaran las ideas. Así que dejé el coche en el primer lugar que pude, y mientras
le daba vueltas y más vueltas a lo ocurrido, me fui andando a casa.

Una hora y pico más tarde de lo previsto por fin llegaba a mi destino. No estaba tan cerca
como imaginaba; me ha llevado bastante llegar hasta aquí, y mira que parecía que no estaba tan
lejos. Recuerdo que años atrás andaba y andaba mucho más lejos y ni lo notaba. Al parecer no
estoy tan en forma como pensaba. Debo de meterle más caña a los ejercicios de cardio en el
gimnasio y dejar un poco de lado el levantamiento de pesas. Echo una ojeada al bar donde
pretendía tomarme la copa, sigue abierto. Miro la hora. Las cuatro y media de la madrugada. Puff,
paso ya, es muy tarde y mañana tenía pensado madrugar para ir al gimnasio un poco. Mejor subo
ya al piso, me doy una ducha calentita rápida, me pongo el pijama, y a abandonar otro día que
pasa sin pena ni gloría.
¿Eh? ¿Ahora me llega un wasap? ¿A estas horas? Joder, qué susto. Solo es un aviso de Meetic
diciendo que una chica le ha dado a me gusta a mi foto. Pero espera, también tenía un wasap. Lo
voy a mirar por encima sin entrar en la aplicación para que no se sepa que lo he leído. Es de
Silvia, de hace cuarenta y cinco minutos. Un poco después tan solo de haberla dejado en el piso.
¿Qué le habrá pasado? Paso de leerlo, seguro que quiere que vaya a por ella y la lleve hasta su
casa o hasta otra discoteca para ver a otro tío que ha tenido que llamar porque este la ha dejado
tirada y, por despecho, le ha mandado un mensaje para hacerle ver a Luis que ella también puede
tener a otros.
Paso de contestarle, ¿para qué? Si no voy a ir a por ella, ni loco tiro para el coche de nuevo.
Me está costando mentalizarme que mañana sí o sí tengo que ir a por él, pues figúrate las ganas
que tengo ahora. Bueno, paso de darle más vueltas, voy a darme esa ducha, mañana será otro día.

«Piiiiiii, piiiiii»

¿Eh? ¿La alarma hoy domingo? Joder, vaya mierda, qué descuido no quitarla ayer. Bueno, no
hay mal que por bien no venga, aprovecharé para madrugar y correr algunos kilómetros. Hoy no
estoy para mucho más, paso de gimnasio como tenía pensado.

Vaya, parece que ayer fue insistente Silvia. Diez llamadas y cerca de treinta mensajes de
WhatsApp. Pues ¿sabes qué te digo, Silvia? Que paso de leerlos y de contestarte. Lo que voy a
hacer es darme otra ducha rápida como la de anoche; esta mañana me he despertado bastante
sudado; comerme una mandarina, y salir a la calle a sudar otro poco todo el alcohol que me tomé
ayer. Luego me detendré en la cafetería que hay justo a la entrada del parque donde pretendo
terminar de correr. En ese punto iré andando a por el coche, y ahí será cuando mire el móvil para
ponerme al día en las redes sociales de la vida de mis amigos, y de leer todos los mensajes de
Silvia. Y seguro que de mi madre también preguntándome qué tal me ha ido la semana, y que
cuando tengo pensado hacerle una visita.
Es una pena, pero en eso han quedado resumidos mis fines de semana. Tanto tiempo
malgastado en intentar llamar la atención de Silvia que mi vida social ha quedado relegada a nada.
Una lástima, pero cada uno tiene lo que se merece, es tontería lamentarse. Lo que debo de hacer es
invertir esa situación lo más rápido posible. Luego en cuanto llegue a casa, lo que haré
inmediatamente después de una nueva ducha, es encender el ordenador, meterme de nuevo en
Meetic, e intentar convencer a Paula para tomar esta tarde mismo un café. Y si la cosa va bien,
empalmar la merienda con la cena.

Aunque cuando le proponga esto mejor utilizo otra palabra más adecuada. No creo que
“empalmar” sea la más idónea. O quizás sí, je, je, ¿no dicen que a la mayoría de las mujeres les
gusta que le sean directas? Por probar… ser el hombre bueno, generoso, protector y amable que
sale en las películas, a día de hoy, no me ha ayudado mucho, la verdad.

Lo mismo me viene bien un cambio radical de actitud. Luego, según vaya la conversación con
Paula tiraré hacia un lado u otro. Ahora tocaba levantarse de la cama y hacer cada uno de los
planes que me había hecho en la cabeza.
PAULA

Al final ha venido bien que me llamara mi jefe para preguntarme si me apetecía echar unas
horas extras, así me despejo de todos los calentamientos de cabeza en los que me meto por tonta.
Ha sido una noche bastante dura, necesito desconectar, aunque sea trabajando.

Y así había pasado una mañana más de domingo sin pena ni gloría para mí. Cosa que me
tranquilizaba, por otra parte. Ahora tocaba ducharme, ponerme el pijama, y tumbarme en el sofá
para ver las películas que echan a la hora de sobremesa y tanto me gustan.
Voy a poner música en el móvil mientras estoy en el baño, me encanta canturrear en la ducha.
Aunque lo hago bastante mal, la verdad. Pero bueno, no le hago daño a nadie, ¿no? Pues ya está, a
seguir cantando entonces.

Me reí sola al pensar en que un día podía verme involucrada en una escena romántica, de
esas que salen en las películas que tanto me gustan. Una escena en la que los dos protagonistas van
desnudándose lentamente, y entre prenda y prenda, se dan un beso apasionado, haciéndose a la
idea de que van a tener una mañana de sexo apasionado mientras se dirigen a la ducha. Y que,
justo cuando llegara el momento de la penetración ansiada, sonara en la radio la canción preferida
de uno de ellos, se pusiera a cantar, y el otro huyera al escuchar los berridos.

Y cuando digo berridos, no exagero ni pizca al compararlo con el sonido que hacen los
ciervos en su época de apareo.
No pude aguantarme otra sonrisa silenciosa, que desapareció casi enseguida al ver que el
hombre que había imaginado en esa escena tan caliente y cómica a la vez era Pablo.

Quizás el destino me había mandado otra señal diciéndome que me olvidara de él. Que por
muy cerca que crea que está de mí, siempre habrá algo que me impida estar con él. Por mucho que
me empeñe en querer forzarlo y ayudar al destino a que me lo entregue.

Ahora mismo mi obstáculo tiene nombre de mujer, Silvia. Pero si ella desapareciera de su
vida, que esa era mi idea, lo mismo aparecía otra chica que le gustara más que yo. O lo mismo le
trasladaban en el trabajo y se alejaba para siempre de mí; o puede que se tuviera que marchar para
cuidar de un familiar, o que se comprara una mascota y ya solo tuviera ojos para ella. Yo que sé,
podían pasar mil opciones posibles aparte de Silvia para separarme de él.
Cuando alguien no está para ti, no lo está, por mucho que quiera uno verlo de otra manera.

Así que volvamos a mi rutina reparadora del domingo tarde, dejemos de pensar en Pablo por
un rato, y pongamos en el móvil la última de Pablo López, “Fuera, ya no quiero ser tu amiiiiigo”.
Me encanta Pablo López. Espera, ¿esta notificación de qué aplicación es? ¿De Meetic? ¿De
Pablo? ¡Ay, qué nervios!, ¡ay, qué nervios! Un momento, tranquilízate, Paula, tranquilízate, que
pareces una colegiada. Vamos a ver primero qué es lo que me quiere decir esta notificación, lo
mismo solo es una alarma de que alguien ha revisado mi perfil o cualquier tontería de esas.

A ver… a ver. Meto mi correo, mi contraseña… Ya estoy dentro de mi perfil, y directamente


paso al apartado de las alarmas. ¡¡Sí, es un mensaje de Pablo! Nada de tonterías para picar que
manda la aplicación para que te hagas Premium.
“Buenas, ¿estás por aquí?”

Me lo había escrito hacía tres horas. Tampoco era gran cosa, pero para mí era un mundo.

“Sí, acabo de llegar de trabajar y estaba a punto de darme una ducha cuando he visto tu
mensaje”.
Al parecer, ahora el que no está es él porque tarda en contestar. Pufff, vaya mierda de espera.
Creo que lo mejor que puedo hacer es darme esa ducha que tenía pensada en vez de seguir como
una boba mirando la pantalla del móvil dándole de vez en cuando un toquecito para que no se
apagara. Y justo cuando me disponía a darle al grifo del agua caliente, volvió a sonar mi móvil.

Salí corriendo por el pasillo sin preocuparme siquiera de mi desnudez, y de que mi piso se
encontrara en una cuarta planta repleta de ventanales. Me daba igual que los vecinos pudieran
verme desde sus balcones.

Esa fue una de las razones por las que decidí alquilar este piso, por la cantidad de luz que
entraba a través de las ventanas, no porque me gustara exhibirme en público claro está. Lo de que
podían verme es un pequeño daño colateral.
Al sentarme en el sofá situado en el comedor con el móvil ya en la mano, escuché cómo
desde el bloque situado enfrente del mío un chaval gritaba y silbaba como si no hubiera un
mañana. Seguramente le había alegrado el día y proporcionado una anécdota para contarles a sus
amigos mientras veían esta tarde el fútbol.

Me acerqué a esa ventana para correr las cortinas, sin importarme que aún siguiera como mi
madre me había traído al mundo; total, ya me había visto. Sonreí pícara a mi admirador anónimo
al acercarme a la ventana, pese a no saber en qué piso se encontraba exactamente.

¿Esta era yo? ¿De verdad que me acababa de dar igual que un desconocido me viera en
pelotas? Con lo pudorosa que soy, madre mía, quién me iba a decir que sería capaz de hacer algo
parecido meses atrás.
Aunque esta reacción me gustó y asustó a la par al ver el cambio en mi conducta que
provocaba el saber que Pablo estaba un poco más cerca de mí.

Así que pensándolo mejor aún no le iba a contestar, lo dejaría en espera para que se
impacientara un poco. Iban a cambiar las cartas sobre la mesa, que fuera él quien insistiera en
querer quedar.
“Fuera, no quiero ser tu amiiiiigo”… Y es la verdad, quiero ser algo más que eso, Pablo.
Quiero ser algo mucho más que eso.

Quince minutos más tarde ya me encontraba preparada para sentarme en el sofá, coger de
nuevo el móvil, y responder a Pablo.
“Perdona, pero me he tenido que dar una ducha antes de sentarme a contestarte. Acabo de
venir de trabajar y me sentía sucia. Me encontraba muy incómoda”.

¡Guau! Ya me está escribiendo. Qué bien, parece que no fue mal del todo la otra tarde en el
chat cuando ha sido él quien ha querido escribirme primero.

“No te preocupes, es normal que tengas tus planes. Si te pillo en mal momento me lo dices,
¿vale? No me gustaría ser un estorbo”.
“¡No! Tranquilo, no molestas en absoluto”.

Todo lo contrario.

“Pero si así fuera me gustaría que me lo dijeras, ¿de acuerdo?”

“De acuerdo, cuando ocurra eso ––que dudo que llegue a ocurrir en la vida––, si es que
llega a ocurrir, te aviso”.

“¿Me lo prometes?”

“Pues ahora que lo dices, lo que me molesta es que insistas en este tema”.

Le contesté de forma chistosa. Pero claro, ahora que caía, lo mismo escrito no se captaba ese
matiz. ¡Mierda! Qué mal, había quedado como una verdadera estúpida.

“Vale, vale, captada la indirecta. Prometo no hablar más de este tema, confío en tu palabra”.

“Gracias, no sabes la rabia que me da tener que repetir las cosas”.

Añadí un emoji sonriente a mi respuesta para intentar quitar hierro al asunto.

“Perfecto, ya sé algo personal de ti aparte de tu nombre. Mi próximo objetivo es averiguar si


estudias o trabajas”.

“Vaya, qué original, quieres saber mi profesión. Nunca me hubiera imaginado que llegaría
a preguntarme un hombre eso”.
Puse otro emoticono, esta vez el que guiñaba el ojo. A este paso me iba a convertir en la tonta
de los emojis, jeje.

“Uppps, perdona otra vez, ya sabes que soy nuevo en esto y no sé muy bien cómo va. ¿Tendría
que haber sido más directo tal vez? ¿Preguntarte cómo tienes las tetas o si te gusta mucho el sexo?
En serio, si la lío mucho me lo dices. Y espero que no te cause una mala impresión ni tengamos
ningún malentendido. Desde ya te digo que soy bastante malo para mantener una conversación cara
a cara, pues imagínate cómo se me debe dar escribiéndola”.

¡Quéééééé! ¿Me acaba de preguntar cómo tengo las tetas? ¡Jaaaaa! Esto se pone interesante.
Vamos a darle un poco de vida a la conversación.
“La verdad es que a las chicas nos gustan los chicos más directos, no tímidos ni
dubitativos. Pero, aunque tu pregunta parezca que ha sido formulada por chicos del instituto
que están comenzando a conocerse, siempre me ha gustado a mí para empezar a entablar una
conversación sacar temas, digamos algo más tabú, para ir rompiendo el hielo. Aunque siempre
sin pasarse claro”.

“Vaya, no sabes el peso que me quitas de encima. Pensando así, difícil que algo que diga sea
para meter la pata”

“Por cierto, uso una talla 90, y sí, supongo que como a la mayoría de la población adulta
me gusta practicar el sexo. Aunque últimamente de eso ando escasa”.
“Joe, gracias por tu sinceridad, me has hecho sonrojar incluso sin estar delante tuya. Yo
también tengo ese aspecto un poco descuidado, si te sirve algo de consuelo”.

Si quisieras eso se podría arreglar hoy mismo, por falta de ganas mías no sería, me dije. Esto
ya era demasiado fuerte para escribírselo. Por lo menos a día de hoy.

“Te has quedado muy callada, ¿te he ha ocurrido algo?”

“No, nada, solamente que estaba pensado que sí”.

“¿Que sí qué? ¿Que tengamos sexo?”

“No, a eso no. Bueno, por lo menos por ahora; en un futuro no muy lejano pues podría ser,
por qué no. Digo sí a lo de quedar en persona, si quieres claro”.
“Que yo recuerde no estábamos hablando de eso ahora mismo, pero no tendría problema
alguno en quedar si a ti también te apetece”.

“¿Qué te parece dentro de una hora en la cafetería que hay justo en la esquina del cine
Séptimo Arte?”

“¡Qué casualidad! Es justo a la que suelo ir a menudo a tomar café. Dentro de una hora,
puntual como un reloj, allí estaré. Oye, ¿nos reconoceremos? Aún no sabemos nada el uno del otro
de cómo somos físicamente, por lo menos yo, porque tú al menos si has podido verme en la foto
de perfil. Una foto de hace unos años ya, pero una foto mía, al fin y al cabo. He cambiado poco
desde entonces, en el peinado prácticamente nada más”.
“No te preocupes por eso, ya verás como en cuanto me veas podrás reconocerme. Allí nos
vemos, Pablo, hasta pronto. Un besazo enorme”.

“Ok, otro para ti”.


¡Qué bien! ¡Qué bien! Por fin voy a tener una cita con Pablo. ¡Qué bien! ¡Qué ilusión! Estoy
súper nerviosa, no tengo ni idea de qué ponerme. ¡Qué fallo tan grande que he tenido dándome de
plazo tan solo una hora para vernos! No me va a dar tiempo, tengo que hacer muchas cosas antes.
Lavarme el pelo, ducharme, echarme leche hidratante, secarme el pelo, pintarme, vestirme… Y
tengo que ponerme ya si quiero llegar a tiempo. Pero un momento, ¿estaré tonta? Si ya estoy
duchada, solo me queda arreglarme y vestirme. No voy tan mal de tiempo como creía. Voy a seguir
escuchando música entonces mientras cojo las pinturas. Seguro que con mi Pablo López consigo
relajarme un poco. Ahora que caigo, mi cantante preferido se llama igual que mi amor platónico,
¡eso seguro que es una señal!¡Ayyyy! Que al final si vas a ser para mí, Pablo.
PABLO

Fuuuu, qué mal lo he pasado con el chat este; qué nervios de no meter la pata. Miedo me da
cómo me voy a sentir cuando estemos hablando en persona. Pero bueno, lo importante es lo
importante, y en este momento es que, después de casi diez años, tengo una nueva cita con una
chica. Espero no quedar como un lerdo, ya ni me acuerdo cómo había que actuar en estos casos,
seguro que la lío bastante. Pero mejor no pensar en eso, debo comportarme como lo hago
normalmente. O mejor no, porque muy bien, lo que se dice muy bien, no me ha ido siendo yo
mismo. Pufff, qué rollo, en menudo embrollo me he metido. Lo mejor que puedo hacer es mandarle
un mensaje y anular la cita. Sí, eso haré, me voy a sentar de nuevo en el ordenador y le voy a decir
que me ha surgido un imprevisto.

Pero espera, no, no puedo hacer eso. Tengo que echarle huevos y presentarme en esa
cafetería, si no, nunca voy a salir del pozo. Así que ahora mismo voy a la ducha, a afeitarme, y a
ponerme guapo, como se suele decir. Hoy puede ser un gran día. Un momento, si ya me he
duchado. Empiezo bien con los nervios, vaya tela. Pero bueno, al menos ya voy más tranquilo con
respecto al tiempo, ya solo queda elegir vestuario.
Y hoy por fin voy a estrenar también los calcetines de flamencos que me compré hace seis
meses para alguna ocasión especial. Suena triste guardar unos calcetines tanto tiempo para una
cita, pero me hacía ilusión esperar. Qué guay, cuánto tiempo sin sentir el cosquilleo en el
estómago.

Joe, qué rabia me está dando ahora pensar en todo el tiempo que he malgastado con Silvia,
qué lástima, la verdad. Aunque supongo que todo sucede por algo, así que ya está, es mejor no
darle más vueltas.

Y por fin ya estoy listo para salir. Con, la cartera en el bolsillo trasero del pantalón con
cincuenta euros ––espero no quedarme corto de dinero, es lo único que tengo en efectivo ahora
mismo. Si veo que me falta pararé en algún cajero––, las llaves en el bolsillo derecho, el móvil en
el izquierdo, y con unas ganas enormes de triunfar esta noche.

“Dinnnn donnn”

¿Llaman a la puerta? Qué raro, si a mí nunca me visita nadie. Seguro que es alguien
intentando venderme algo.
––¡Voyyyyyy! Sí, dígame. Coño, la pasma. Esto… perdonen, no quise decir eso.
¿Qué mierda hacía una pareja de nacionales en mi puerta? Seguro que se habían equivocado;
el vecino problemático del bloque es el que vive en el piso D, no B, que es el mío.

––Buscamos al señor Pablo Arco, ¿es usted?

No, al parecer no se han equivocado. Han tocado a la puerta correcta. Pero seguro que me
buscan para preguntarme por el vecino conflictivo que acabo de mencionar.

––Sí, soy yo, ¿en qué puedo ayudarles?

––¿Conoce usted a Silvia Braojos?

¿Silvia? ¿Han venido a mi casa una pareja de policías para preguntarme por Silvia? ¿Qué
mierda está pasando? ¿En qué lio me habrá metido ahora? O peor aún, ¿en qué lio se habrá metido
ella?

Ahora me viene a la cabeza la cantidad de llamadas perdidas que tenía de ella en la


madrugada, y de mensajes de WhatsApp. Que ahora que caía, todavía no había llegado ni a
leerlos. La conversación con Paula había hecho que me olvidara de ellos por completo. ¿Sería
algo relacionado con esa insistencia en contactar conmigo por lo que me estaban preguntando por
ella? Ahora me arrepentía de no haberle hecho caso a esos mensajes ni de devolverle las
llamadas.

––Claro que la conozco, es una buena amiga mía.

––¿Cuándo fue la última vez que tuvo contacto con ella?

––La última vez que la vi fue anoche. Estuvimos tomando unas copas en el pub “Ahora o
nunca”, y luego la llevé en mi coche hasta el portal de un conocido suyo.

––Ummm…, ¿sabe usted cómo se llama ese amigo?

––Pues creo que Luis, pero no estoy muy seguro.

––En qué calle estaba el domicilio de ese tal Luis.

––La calle Lisboa, creo recordar, cerca del teatro “El espectáculo”.

––Y desde que la dejó en ese portal, ¿no ha vuelto a saber nada de ella? ¿Ni llamadas, ni
mensajes, ni nada de nada?

––Por lo visto, un par de horas después de dejarla me llamó, pero yo ya estaba dormido.
También esta mañana he visto que tenía wasaps suyos, pero aún no los he leído.

––¿Puedo echar un ojo a esos mensajes?

––Claro, desbloqueo el móvil, y se lo paso.

Alargué el móvil al agente que me estaba haciendo las preguntas para que fuera él quien
abriera la aplicación y comprobara que lo que le acababa de decir era verdad. Los mensajes
seguían con la notificación de que aún no habían sido abiertos.

En cuanto el primer agente los leyó se lo pasó al compañero para que él también pudiera
verlos.
Me extendió el brazo para devolverme el móvil en cuanto asintió el compañero dando a
entender que ya los había leído.

––Y desde que la dejó en casa de Luis, ¿qué es lo que ha estado haciendo usted? ––me
preguntó en cuanto recogí mi móvil de su mano.

––Pues anoche, en cuanto la dejé, regresar a mi piso para dormir; era bastante tarde. Y esta
mañana cuando me he despertado, que ha sido bastante temprano, he salido a correr por el barrio.
Hace un rato que he regresado. Me he duchado, y he estado un rato con el ordenador liado.
––¿Y ahora se disponía a salir?

––Pues sí, he quedado con una amiga.

Lo de contar que a esa amiga solamente la conocía de hablar con ella un par de veces en una
web de citas mejor lo omitía.
––Muy bien. Le llamaremos si necesitamos alguna otra información por su parte, ¿Podemos
bajarnos con usted en el ascensor, ya que iba a salir, y aprovechamos el viaje?

––Claro, y no duden en llamarme si puedo ser de utilidad. Cualquier cosa que esté en mi
mano lo haré… ––le respondí intentando sonsacarle algo más del motivo de su visita.

Aunque yo estaba tranquilo, no había motivo para preocuparse. No era la primera vez que no
pasaba Silvia por su casa tras una noche de fiesta. Lo que sí me parecía raro es que la policía la
estuviera buscando tan pronto. ¿Se habría metido en un lío? Seguramente sí, por qué si no la
estarían buscando.
Tenía curiosidad, así que decidí preguntárselo finalmente. No iba a quedarme con las ganas.

––Perdonen, pero si no se lo pregunto reviento. Tenía entendido que hasta pasadas las
cuarenta y ocho horas no se activaba el dispositivo de búsqueda de una persona. Seguramente esté
equivocado, he visto muchas películas de desapariciones de gente y secuestros, y en todas dicen
lo mismo. ¿Qué motivo ha habido para que a Silvia se la esté buscando tan rápido?

Seguramente salió mal el encuentro con ese tal Luis, continuó la noche de fiesta, y encontraría
a otro hombre con el que hizo buenas migas, pensé yo.
Ambos policías se miraron mutuamente y soltaron una risotada cómplice antes de que el más
alto de los dos se decidiera a contestarme.

––Mucho daño están haciendo esas películas a nuestro gremio. Pero algo de razón tiene, el
dispositivo de búsqueda se ha activado muy pronto. Según la gravedad del caso se pone en
marcha antes, o se esperan esas cuarenta y ocho horas ¿Aún no ha leído los mensajes que le envió
anoche? ¿Ni sabe por qué insistía tanto en contactar con usted?

––No, ya se lo he dicho antes ¿por? No le di mucha importancia, la verdad. No es la primera


vez que insiste tanto llamándome para contarme solo que le han dado plantón.
––Pues esta vez no le buscaba para eso precisamente.

¿Qué? ¿Qué me quería decir? Enseguida volví a sacar el móvil del bolsillo para saber a qué
se estaban refiriendo exactamente con eso de que esta vez no me buscaba para contarme lo mal
que había sido su cita.

Con algo de miedo por lo que pudiera averiguar abrí la aplicación que me sacaría de dudas.
“Pablo, ¿sigues cerca? ¿Puedes venir a por mí?

Este mensaje me lo envió justo diez minutos después de haberla dejado con Luis. Hasta aquí
todo normal.

“Pablo, por favor, dime algo. Acabo de mandar a la mierda a Luis, ya me he cansado de que
me traten como un pañuelo, me has hecho abrir los ojos. Quiero pasar contigo la noche, y el día de
mañana también, y pasado, y todos los días que tú me permitas. Quiero intentarlo contigo si aún
sientes eso tan fuerte que me dijiste por mí”.
––¿No pensarán que en su desaparición tengo algo que ver yo? ––les pregunté en el momento
en el que me vi directamente involucrado en lo que sea que estuviera metida Silvia.

––Siga leyendo hasta final, por favor.

“Pablo, ya sé que lo más seguro es que estés enfadado conmigo. Después de todo lo que me
has dicho, y voy yo, y te pido que me lleves con otro tío. Pero, por favor, contéstame o cógeme el
teléfono. Voy andando sola por una zona de la ciudad muy oscura, y creo que me están siguiendo.
Tengo miedo, Pablo, por favor, perdóname. Ven a recogerme y hablamos en persona, quiero
amanecer contigo”.
“Pablo, he llamado a la policía, me están siguiendo, y desde hace unos minutos diciéndome
cosas un par de tíos, creo. Tengo miedo, pero confío que la policía llegue a tiempo. Llámame
cuando leas estos mensajes, y recógeme en la comisaría, por favor. No quiero estar sola esta
noche. Un beso, te espero. ¡Ah! Y te quiero”.

¡Joder! Se me vino el mundo encima, y lo más raro es que no fue por su declaración de amor
tras tantos años intentando escuchar esas palabras salir de su boca. Si no porque por una vez en la
vida que necesitaba mi ayuda verdaderamente, yo pasaba olímpicamente de ella.

La fábula del pastor mentiroso y el lobo. Tantas veces diciendo que viene el lobo, que al final
nadie lo creyó, y el lobo se comió todo el rebaño.
Solo esperaba que lo de Silvia tan solo hubiese sido un susto. Aunque tenía pinta de todo lo
contrario cuando los policías estaban poniendo tanto empeño en encontrarla.
Ya no había más mensajes escritos por ella, al menos dirigidos a mí. Levanté la vista hacia el
policía que parecía llevar la voz cantante, y con la mirada le rogué que me diera más información.

––Justo un poco antes del último mensaje fue cuando se puso en contacto con nosotros. Se la
notaba muy alterada diciendo que unos hombres la estaban acosando. Solo tardamos diez minutos
en llegar al lugar donde nos dijo ella que se encontraba. Pero ya no estaba. Su bolso en cambio sí
lo encontramos justo una calle más arriba con todas sus pertenencias. Desde entonces la andamos
buscando. Hemos dado con usted gracias a su móvil. No llevaba bloqueo alguno y hemos
accedido a sus mensajes rápidamente. Teníamos la esperanza de que usted hubiera llegado antes
que nosotros.

El mundo se me vino encima, no sabía dónde meterme. No soportaría que le hubiera pasado
algo por no haberle cogido el teléfono.

“Unidad cinco, ¿me recibes? Unidad cinco, ¿me recibes?”

“Adelante, le recibo. Adelante”.

“Hemos recibido varias llamadas alertándonos de que cerca del puerto hay una chica
llorando sentada en un banco, semidesnuda y desorientada”.

¿Cómo? Esa chica podía ser Silvia. Debía prestar atención al resto de la conversación.

“Recibido. Vamos para allá”.

––Perdonad, ¿puedo acompañaros?

Ambos se miraron seriamente antes de decidirse.

––Puedes venir. Si, por casualidad, esa chica fuera Silvia, vendrá bien que esté usted con
nosotros. Una cara conocida según qué casos siempre ayuda.
Asentí con la cabeza, y en silencio los tres nos dirigimos hacia el lugar indicado en el puerto
donde se encontraba la chica.

No fue difícil dar con ella, estaba rodeada de un grupo de personas que en cuanto vieron el
coche policial, hicieron aspavientos con las manos para que nos dirigiésemos hacia ellos.

Nada más detenernos, salí corriendo hacia el corro de gente que nos reclamaba, deseando
que la chica a la que custodiaban no fuera Silvia. Pero esta esperanza se terminó enseguida cuando
el grupo de personas se apartaron para darme paso y pude ver con claridad a la chica que se
mantenía a duras penas erguida en el banco.
Era ella, o al menos lo poco que quedaba de la Silvia decidida y fuerte que yo conocía.

Mi primera reacción fue de abrazarla, pero en cuanto intenté acercarme un poco se alejó de
mí dando un grito desgarrador que dejó helado a todos los presentes. Me quedé muy parado,
mirando a unos y a otros sin saber qué hacer, e intentando ver en los ojos de Silvia el motivo de
esa reacción.
¿Qué mierda le ocurría? ¿Es que no me reconocía?

––Silvia, soy Pablo. Tranquila, ya estás a salvo.

¿A salvo de qué? No pude evitar preguntarme. No tenía ni idea de lo que le había podido
propiciar ese estado de pánico. Aunque viendo la cara de horror y miedo con la que miraba a todo
el mundo que intentaba acercarse a ella, una idea me atormentaba en la cabeza por lo dura que era,
y porque podía haberla evitado.

Me di cuenta cómo la gente empezaba a señalar con sus dedos índices las piernas de Silvia.
Enseguida mi mirada se dirigió hacia ese lugar en concreto que marcaban un círculo de dedos ya.

¡Dios mío! No, no, por favor. No puede ser verdad lo que estaba viendo.
En ese momento llegaron los policías, y en cuanto vieron de lo que hablaba ya todo el grupo
que se había congregado alrededor de Silvia, por el walkie talkie pidieron la asistencia de un
psicólogo y una ambulancia.

Yo no pude reprimir más las lágrimas, enseguida mis mejillas se inundaron de esa agua
amarga tan dolorosa.

Quise acercarme otra vez a ella, pero me daba miedo que pudiera asustarla de nuevo y me
rechazara. Así que permanecí inmóvil al igual que un maniquí cuando ve a una persona
probándose la misma ropa que lleva él puesto y no puede opinar para decir a quién de los dos le
queda mejor la ropa.
No podía dejar de mirar cómo un hilo de sangre que emanaba de su sexo corría por sus
pantorrillas hasta golpear el suelo formando un pequeño charco alrededor de sus pies.

¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!, no paraba de repetirme sin dejar de observarla.

Silvia, la chica decidida, coqueta, alegre, insistente hasta en las causas más imposibles. No
quedaba ni puto rastro de ella.
En su lugar se encontraba una mujer que no era ni la mera sombra de lo que un día fue ella.
Una mujer abatida, derrotada, vacía, rota.

Yo permanecía en silencio, mientras la pareja de policías hablaba entre ellos, seguramente


haciendo conjeturas de lo que le había podido pasar, al igual que el gran tumulto de gente que ya
se congregaba alrededor de Silvia. Todos cuchicheaban entre ellos, divagando hipótesis. Pero el
hecho se veía bastante claro. Habían abusado sexualmente de ella.

Y por eso insistió tanto anoche con sus llamadas, porque sabía que la estaban siguiendo y yo
no andaba muy lejos para poder recogerla y sacarla de la calle. Y por eso mismo me atormentaba
y maldecía yo, porque podía haberlo evitado si hubiera actuado como siempre lo hacía cuando me
llamaba ella. ¿Pero cómo iba a saberlo? Era imposible prever eso. Aunque tampoco me hubiera
costado nada responder a sus llamadas. Pero es que si lo hacía seguro que me hubiera hecho
anular la cita que tenía pensado tener con Paula al día siguiente ––me intentaba consolar––. Pero
por no hacerlo, se ha arruinado mi cita, y también su vida.

“Dejad paso, rápido, ya han llegado las asistencias”.


PAULA

Bueno, pues ya estoy lista. Duchada, pintada, con mi mejor perfume, y casi lo más importante,
depilada por completo. Y cuando digo por completo, me refiero a por completo.

Se me escapó una risita tonta al ver lo que acababa de hacer; era la primera vez que me
rasuraba mi parte intima. Me sentía rara, echaba la mirada hacia abajo y me lo veía igualito al de
una muñeca. Pero a la par me sentía atractiva y mala, con ganas de tener mi primera cita con
Pablo, dejarme llevar, y que surgiera lo que tuviera que surgir.
¡Ay, qué nervios! Ya es la hora, debo salir si quiero llegar a tiempo. No, mejor le hago
esperar. Lo bueno se hace esperar, ¿no dicen eso? Voy a esperar unos cinco minutos más, que se
ponga nervioso pensando que lo mismo no llego. Voy a sentarme para pintarme las uñas de los
pies. Sí, eso haré. Qué color, qué color, a ver… este, rojo pasión. Me va a traer suerte. “La lalala
la lala”––no pude contenerme sin cantar––. Qué bien me lo voy a pasar, por fin ha llegado mi
oportunidad.

Creo que ya es hora de salir, si no llegaré demasiado tarde y lo mismo cree que le he dado
plantón y se marcha. No puedo cagarla de esa manera. En tan solo siete minutos, cronometrados
por el reloj, llegaría al sitio acordado, lo tenía más que comprobado. Me eché un último vistazo
en el espejo antes de salir para comprobar que iba perfecta. ¡Joder!, qué buena idea ha sido
echarme estas mechas californianas, ¡me quedan de escándalo! Lista para triunfar esta noche.

Ya veo el bar donde paso casi la mitad de las horas del día en su interior. Soy un poco
masoca quedando en el mismo lugar donde trabajo, seguro que mañana se mofan todos mis
compañeros de mí cuando me vean tan nerviosa hablando con Pablo. Solo espero que a él no le
digan nada, no me gustaría que le gastaran ningún tipo de broma. Es lo último que quisiera, que se
sintiera incómodo por cualquier tontería de alguno de mis compañeros y se marchase.

Seguro que no lo hacen, no puedo pensar que todo va a salir mal; lo único que voy a
conseguir es atraer malas vibraciones. Así que lo mejor es respirar hondo, sacar pecho, y entrar
de una vez a la cafetería convencida de que hoy va a comenzar a cambiar mi suerte en el amor.

¡Joder, qué nervios! Más de lo que imaginaba en un principio. Por suerte, no me lo he


encontrado directamente al cruzar la puerta. ¿Qué dirá cuando vea que soy yo? A ver… en la
derecha no está, y en la izquierda… parece que tampoco. Qué raro, ya han pasado más de quince
minutos de la hora acordada, no me imaginaba a Pablo como una persona que fuera impuntual.
Pero qué puedo esperar, ¡si no lo conozco prácticamente de nada! Solo sé que le gusta el café muy
cargado y caliente, que no le gusta que le molesten cuando está trabajando con el ordenador, que
siempre va impecable vestido, y que está enamorado de una chica que no le hace ni puto caso.
Aparte de eso y que me tiene loquita, es un completo desconocido para mí.

Pues nada, me sentaré a esperar a que llegue. Y yo que quería aparecer por su espalda y con
un ligero toque en el hombro llamar su atención con mi mejor sonrisa. Ahora cuando lo vea llegar
y preguntarse qué chica es su cita a ciegas, tendré que levantarme, y con la mano y la mejor
sonrisa que tenía planeada mostrarle, decirle que era a mí a quien buscaba.
Bueno… tampoco tiene mala pinta si nuestro primer encuentro es así. ¡Qué guay!

––Hombre, Paula, ¿qué haces tú por aquí? Como te vea el jefe te dice que te metas detrás de
la barra, se está animando esto.

––Pues se va a quedar con las ganas. Hoy sí que me voy a tomar mi día libre como de verdad
me merezco. Tengo una cita ––anuncié melosa esperando que mi compañera me preguntase a qué
persona era a la que estaba esperando.
––¿Y has quedado con él aquí? Pues vaya, ¿te traigo el café ya? ¿O vas a esperar a que llegue
tu acompañante?

––¿Eh? Iba a esperar, pero ya que me lo has ofrecido, tráemelo, please. Muy caliente hoy,
Sandra ––le pedí.

––Ok.

Una vez dicho esto se dio la vuelta y se dirigió al chico nuevo que llevaba tan solo una
semana en la cafetería, y que aún no le había visto progresos a la hora de atender para darle mi
comanda.

Por el interés que ha puesto mi compañera no la veo muy interesada en mi vida sentimental.
Me dio por reír al recrear en mi cabeza la escena en la que se sentaba conmigo en la mesa para
sonsacarme información de mi cita, y de comparar cómo había sido la situación en realidad. Ojalá
no me pasara igual con la cita que me había imaginado con Pablo. Esta debía de salir perfecta.

––Aquí tienes. Oye, ¿cuándo habías quedado con tu chico?

––A las cuatro.

Giró la cabeza para mirar la hora en el reloj que el establecimiento disponía justo encima de
la máquina para hacer el café.

––Pues ya llega media hora tarde, no es de fiar, ten cuidado.

Dicho esto se dio de nuevo la vuelta para llevarle la cuenta a una pareja que se encontraba
justo dos mesas delante de mí, dejándome sola con mi café recién puesto, y con un aroma que me
recordaba a mi infancia. A cuando mi madre nos reunía a las dos hermanas en el salón de nuestra
pequeña casa del pueblo para preguntarnos cómo nos había ido el día mientras ellos se tomaban
un café cada uno, y mi hermana y yo un cola cao caliente cargado de cacao.
Qué buenos años aquellos en los que nuestra única obligación era tener hechos los deberes
para el día siguiente y procurar el fin de semana madrugar con cuidado de no despertar a los
padres para ver el programa especial de dibujos que emitía la tele. Jamás se me podía pasar por
la cabeza en esos años lo difícil y complicada que sería la vida años más tarde.

Trabajo, pagos, limpieza, plancha, dieta, ejercicio, sacar tiempo libre para desconectar, para
la familia, para los amigos. Y lo peor de todo, enamorarse.
Eso era lo más difícil y complicado con diferencia. Lo era porque no dependía de uno mismo.
Y por mucho empeño y ganas que pusiera, si Pablo no quería, como era en mi caso, adiós
relación.

¿Le mando un mensaje por si le ha pasado algo? No, mejor espero, ya estoy cansada de ir
detrás de él. Seguro que ese es mi fallo, estar siempre encima de él. ¿No dicen que uno no se da
cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde? Pues eso le va a pasar a Pablo.

Aunque ni yo le tengo a él, ni él a mí; así que no pega mucho el refrán este.
Ya sé lo que voy a hacer mientras espero. Voy a descargarme una aplicación para apuntar, y
voy a escribir cómo me gustaría que terminara mi historia con Pablo. Como una especie de
biografía mía que se centre solo en nuestra relación. Sería bonito poder leérsela algún día
mientras me hace cosquillas en la cama un domingo por la mañana y que vea todo lo que he
peleado por él.

Y que, cuando terminara de leer, me apartara el móvil de la cara para situarse encima de mí,
darme un beso en los labios, y decirme mirándome a los ojos fijamente: “Te quiero”.

¡Qué guay sería todo eso! Voy a comenzar mientras llega, seguro que no tardará mucho y tengo
que dejarlo pronto, pero bueno, lo que lleve avanzado bueno es.
“Todo comenzó aquella tarde de invierno lluviosa del dos mil quince. Yo trabajaba como
camarera en una pequeña cafetería del centro, la cual en ese momento se encontraba vacía debido
al diluvio universal que estaba cayendo, Cuando, empapado hasta las trancas, sin paraguas y ni tan
siquiera chaqueta, solo vestido con un jersey bastante fino para la época del año en la que nos
encontrábamos, y a pesar de que llevaba casi dos días seguidos sin parar de llover, apareció la
persona que me iba a cambiar la vida sin saberlo todavía yo”.

Jo qué guay, no tiene mala pinta. Por lo menos para mí. Voy a continuar un poco más a ver qué
tal.

Y, sin darme cuenta, pasaron horas escribiendo mi historia imaginaria con Pablo. Estaba tan
inmersa en ella que tuvo que acercarse mi compañera para decirme que era la hora de cerrar y que
debía marcharme ya.

––¿Cómo? ¿Ya? No puede ser, ¿qué hora es?


Había estado tan metida en mi historia de ficción que me había olvidado por completo de la
realidad, de la cruda realidad. Pablo me había dejado tirada. Ilusa de mí, cómo podía pensar que
le haría olvidar su amor tóxico con tan solo unas conversaciones por el ordenador. Tonta de mí
por llegar a imaginarme otro desenlace distinto. Creo que el final de mi libro deberá ser otro al
que tenía pensado. Un final más realista por decirlo suavemente.

––Gracias, Sandra. Se me ha pasado el tiempo volando. Recojo mis cosas y salgo enseguida.
Hasta mañana.
––Mañana me toca a mí librar, nos vemos pasado, guapetona. Y si quieres y no estás muy
cansada cuando salgas de trabajar podemos luego dar una vuelta a ver si encontramos algo.

Me guiñó el ojo y se despidió sin comentar nada de mi plantón. Estuvo discreta con eso, y yo
agradecí ese toque de sensibilidad hacia mí.

––Por supuesto, me vendrá bien despejarme. Mañana si quieres también podemos quedar un
poco antes de salir de fiesta para ir de tiendas. Necesitaré comprarme algo de ropilla, hace tiempo
que no lo hago y mi armario está bastante desfasado.
––Claro, me llamas cuando te venga bien y damos una vuelta por el centro. No me vendrá mal
a mí tampoco ver las novedades de las tiendas. Hablamos, guapa, chao.

Me despedí de ella y fui directamente hacia mi casa para hartarme de llorar. Juré que nunca
más volvería a intentarlo con Pablo, me prometí olvidarme de él. Aunque sabía que sería bastante
duro y hasta tendría que cambiar de trabajo. Porque si volvía a verlo sabía que podría caer de
nuevo en la tentación de intentarlo una vez más.

Sí, eso haré, lo tengo decidido, cambiaré de trabajo. No viendo la manzana difícilmente
podría morderla de nuevo.
Con esta convicción, y medio litro de helado de chocolate que compré en un súper que me
pillaba de camino, me encerré en mi piso para llorar mientras me atiborraba de azúcar.

Me quedé sin lágrimas mientras maldecía mi suerte en el amor, y acabé con la tarrina de litro
de helado antes de sumirme en un profundo sueño. Llorar cansa, vaya si cansa, más que dos horas
seguidas de gimnasio. Me levanté reventada, y con el lado de la cara que pegaba a la almohada
mojado. Al parecer, en sueños había seguido llorando. Joder, no podía levantarme… ¿Qué hora
sería? Pasaba mucha luz a través de las ventanas, miedo me daba comprobar la hora, debía de
hacer muchas cosas ese día, y por la tarde ir a trabajar un par de horas solo, las horas fuertes de la
cafetería, de tres a cinco. No podía continuar en la cama, debía levantarme costara lo que costara.

Cogí el móvil para ver la hora, pero no pude averiguarlo porque lo tenía apagado. Me acordé
que había estado viendo algunos capítulos atrasados de las series que estaba siguiendo a través
del móvil y se me había olvidado ponerlo a cargar tras ello.
Lo enchufo para que pille algo de carga y, mientras, decido darme una ducha rápida.
No puedo evitar que en la ducha se me derrame alguna lágrima que otra más al recordar el
plantón del día anterior ¿Por qué no vino? ¿Le pasaría algo? No, Paula, deja de poner excusas. No
vino porque no te quiere, me dije a mí misma. No hay que darle más vueltas, y la solución a este
problema es bastante sencilla. Bueno, sencilla no es, pero sí clara. Saldría por la noche con mi
compañera, dispuesta a conocer gente. Basta ya de estar siempre cerrada a los demás pensando
que el amor de mi vida es Pablo y era tontería malgastar el tiempo con otros. Ayer me di cuenta
que el amor de mi vida soy yo, nadie más.

Salí de la ducha, me sequé rápido el cuerpo con la toalla, cogí otra más pequeña para
liármela en el pelo. Fui descalza al dormitorio para encender el móvil, comprobar de una vez la
hora que era, y tras ello decidir qué era lo que me iba a poner para salir de compras.

Al abrir el cajón de la ropa interior vi un conjunto de tanga y sujetador de encaje con la


etiqueta puesta aún, a pesar de que lo había comprado hacía bastante tiempo. Lo guardaba para
una ocasión especial, para Pablo más bien dicho. Pero creo que la ocasión especial ha llegado a
su final sin él, voy a estrenarlo hoy, ¡qué diablos! Lo mismo me cambia la suerte. Pero un
momento, ¿por qué no me lo puse ayer cuando quedé con él? Qué raro. Quizás mi subconsciente
sabía lo que iba a pasar y era tontería que me lo pusiera. Yo ni caí en la cuenta.

“Chan, chan, chan, chan, chan, chan, chan”

Coño, qué cantidad de mensajes. Seguro que es mi compañera para cancelar lo de esta noche,
o mi madre para preguntarme por qué no la llamé anoche.

Cogí el móvil para comprobarlo y efectivamente, el primero era de mi compañera, para


cancelar lo de ir de compras, pero no lo de salir por la noche.

Perfecto, mejor así, Iba demasiado apurada de tiempo, ya saldría yo después de trabajar a
buscar algo con tranquilidad. Y el segundo, ¿¡de Pablo!? ¿Qué querrá? Voy a abrirlo enseguida.
“Lo siento por no presentarme”.

Ya está. ¿Sólo eso? Pero bueno, qué mínimo que me diera un porqué de su no asistencia. Pero
lo que más rabia me daba es que ni siquiera se ha dignado a decirme que podíamos quedar otro
día, o que ya hablaremos. Nada, solo un “lo siento” y un adiós. Pues adiós, Pablo, pero ya para
siempre.

De la rabia que me dio lancé con todas mis fuerzas el móvil hacia la pared. Las
consecuencias se hicieron visibles inmediatamente. Las piezas del aparato dispersadas por el
suelo, y un pequeño agujero en la pared.
Parece que tendré que cambiar de planes; en vez de ropa saldré a comprar un móvil nuevo.

Mi madre suele recordarme que siga a mi corazón cuando tengo dudas sobre cómo actuar. ¿Y
cuando el corazón te lleva hasta el límite de la desesperación qué? ¿Qué hacemos con él? ¿No
podemos mandarlo a la mierda? ¿Es que él es imposible que se equivoque? ¡Pues claro que
también se equivoca! Y debería saber cuándo dar un paso atrás si eso ocurre. El corazón no
debería tener orgullo y saber retirarse. Pero claro, es más fácil seguir y que otro asuma las
consecuencias.

Pero ya está bien de lamentarse, es hora de que cambiar mi sino, así que arriba, Paula, hoy
comienza una nueva etapa para ti.
SILVIA

¿Pero qué hago sentada en ropa interior en la cama de Luis? Yo no quiero estar aquí, yo en
verdad hoy quiero pasar la noche con Pablo. Quiero pasar la noche abrazada a él, y que cuando
nos despertemos hagamos el amor de nuevo. Después de eso ducharnos juntos y volver a hacerlo.
Qué bien suena eso de hacer el amor. Creo que a pesar de que he tenido cientos de relaciones
nunca he llegado a hacerlo. Aunque no porque yo no quisiera, si no porque con los hombres con
los que he estado solo buscaban en mí un buen polvo. Follarme, hablando claro y malamente. Y yo
ya me he cansado de eso.

El sonido de una canción, con el volumen demasiado alto para la hora en la que nos
encontrábamos, me sacó de estos pensamientos. Pero un momento, ¿era la banda sonora de Rocky?
La puerta del dormitorio se abrió de golpe y apareció Luis con tan solo un tanga atigrado tapando
su cuerpo, y simulando que daba golpes a un saco imaginario.
Me dio por reír, cosa que no le gustó en absoluto. Se paró en seco para preguntarme a qué se
debían esas risotadas.

––Lo siento, Luis, pero es que no me esperaba en absoluto esta escena. Me ha pillado
completamente desprevenida.

Me miraba de manera extraña, sin saber si echarme la bronca o reírse conmigo. Al parecer
las ganas de tener sexo eran más grandes que su orgullo y se abalanzó sobre mí.
Pude sentir su pene erecto sobre la escasa tela de mis braguitas, y por primera vez en mi
vida, me repulsó esa acción.

No quería acostarme con él, es más, no quería estar en esa puta habitación, y así debía
hacérselo saber. Seguramente no le haría mucha gracia y acabaría con un gran dolor de huevos
esta noche como no terminara buscando a otra o tocándose él mismo. Pero no me podía permitir
hacer algo que no quería, y él debía aceptarlo a pesar de haber llegado hasta tan lejos. Tan lejos
como estar los dos en su habitación en ropa interior. Pero tenía que dar marcha atrás, a Luis no lo
quería, solo quería estar con él porque me daba miedo estar sola, porque está muy mal visto estar
soltera o soltero. Pero lo que yo no me había dado cuenta hasta esta misma noche es que llevaba
años acompañada sin darme cuenta, y sin apreciar esa compañía como era debido.

––Lo siento, Luis, pero no puedo acostarme contigo. Es más, no debo de estar aquí ahora
mismo. Ya sé que hemos llegado muy lejos y es una putada dar marcha atrás, pero si me acuesto
contigo hoy sería como engañarme a mí misma, y eso es algo que no podría vivir con ello.
––¿Cómo? ¿Que no quieres tu dosis de nabo? No seas tonta, ¿de verdad me vas a dejar con
esto así? ––Se agarró el miembro con fuerza y lo zarandeó de un lado a otro para que pudiera ver
la rigidez y el tamaño en el que se encontraba. Como diciéndome con ese acto tan soez que ya no
podía dejarlo así, que si quería me follaba y luego podía irme a donde quisiera, ya buscaría él a
otra para sustituirme al día siguiente.

––No, no quiero mi dosis de nabo, lo siento si te dejo con esa empalmaera, pero como te he
dicho, me tengo que marchar. Debes de respetar mi decisión, aunque haya sido a última hora.
Se quedó mirándome fijamente sin decirme ni una palabra; su mirada estaba empezando a
asustarme. No sabía qué quería decirme con ella, y estaba aterrada de cómo pudiera reaccionar.

––Bueno, pues… me voy, Luis, lo siento de verdad. Vamos hablando ––me despedí de él ya
vestida completamente. Solo me quedaban los tacones y buscar mi bolso.

––Como salgas por esa puerta, ni se te ocurra volver siquiera a mandarme un mensaje ––me
contestó finalmente.
Me molestó mucho la manera chulesca en que me lo dijo. Ya sé que mi reacción es para
enfadarse, pero no se puede tener esa aptitud tan soberbia, ¡ni que fuera el último hombre del
planeta o Brad Pitt! Y así se lo hice saber.

––Mira, ya sé que lo que te he hecho es una gran putada, ya te he pedido perdón unas cuantas
veces, cuando ni debería haberlo hecho, porque una folla cuándo quiera, dónde quiera y con quien
quiera. Y aunque esté con las bragas bajadas y tú bajado al pilón, si decido parar, se para, y no
hay más que hablar, es lo que hay, te guste o no te guste, te parezca bien o no te parezca bien.
¿Vale, guapetón?

De nuevo esa mirada que me quitó de golpe la valentía que me había entrado. Era una mirada
que yo solo me había enfrentado a ella a través de la pantalla, en las películas de psicópatas
asesinos que tanto me gustaba ver. Creo que a partir de hoy dejaré de verlas, porque mil escenas
se me pasaban por la cabeza ahora mismo, y en todas acababa mal la chica.
––Vete ya de una puta vez, perra, será que no hay putas como tú en la calle para buscarme otra
rápido.

En la vida me hubiera imaginado que esa era la verdadera personalidad de Luis. Su vida de
día en el gimnasio era puro teatro para conseguir una presa que añadir a su vitrina de trofeos. En
ese momento, me arrepentí completamente de todas las imágenes subidas de tono y vídeos que le
había mandado para intentar mantenerlo a mi lado por medio de la cama. Seguro que ahora se los
mandará a todos sus amiguitos para reírse, humillarme, y que se pajeasen a mi costa. Eso si no lo
ha había hecho ya. Solo espero que, si era así, mi familia no llegue nunca a verlos, ni por supuesto
Pablo.

Qué tonta he sido todos estos años, ¡joder! Buscaba el amor de la manera equivocada.
El amor se encuentra mientras se está tomando un café, mientras das un paseo el domingo por
la mañana, o en una mirada furtiva en el metro mientras esperas la próxima parada con ganas de
que también sea la suya para bajarse juntos.

Y jamás se encuentra en las discotecas, que ni siquiera puedes hablar con el chico de lo alto
que está la música, y no tienes ni puta idea de lo que te está diciendo.
Aunque claro, siempre habrá excepciones, pero en mi caso ya he visto que no.

Ahora lo mejor que puedo hacer es largarme de una vez de aquí. Y en cuanto salga llamaré a
Pablo para decirle que me recoja, ¿o mejor voy andando hasta su casa y le doy una sorpresa?,
pensé. Es que lo mismo no está en casa y ha decidido tomarse la última con alguna amiga. Casi
mejor que lo llamo, vayamos a que la sorpresa me la lleve yo al final. Me moriría si por
casualidad fuera hasta su casa para decirle lo muy equivocada que estaba y me lo encontrara con
otra mujer en la cama. Aunque, por otro lado es lo que me merecía; bastante mal me he portado
con él todos estos años. Es quizás hasta lo justo, que ahora me toque a mí pelear por él.

Pero mejor lo llamo, vayamos a tonterías, y más viendo lo oscuro y solitaria que están las
calles de esta zona.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo en cuanto salí por la puerta del portal. Me pareció
escuchar un portazo en alguna de las plantas de arriba, pero sería mi imaginación, porque por las
veces que había estado en el edificio, sabía que, aparte de Luis, solo había unas cuantas parejas
de gente mayor, el resto de pisos estaban deshabitados.

Desde que pillé a un antiguo novio zumbándose a la vecina es en lo primero que me fijo
cuando entro a la casa de un hombre; en las mujeres que hay a su alrededor.

Qué raro, Pablo no me coge el teléfono, seguro que se ha mosqueado conmigo. Es lo más
normal, me acaba de declarar su amor y yo le he pedido que me deje en la puerta de otro hombre
para acostarme con él. Qué mierda quiero, nadie es capaz de tragar lo que ha tenido que tragar él
todo este tiempo; tarde o temprano debía de explotar. Solo deseaba que no fuera demasiado tarde.
Miré el bolso para ver si en la cartera tenía suficiente dinero para pedir un taxi y que me
acercara hasta su casa para pedirle perdón por todos estos años. Una vez que estuviera en su
puerta volvería a llamarlo, y si siguiera sin contestarme entraría directamente a su piso; me dio
unas copias de sus llaves para cuando me hiciera falta pasar por ella. Para alguna emergencia, o
tan solo por si me pillaba más cerca de mi piso para echarme una siesta o una ducha. ¡Si hasta me
compró un cepillo de dientes, un desodorante, y unas cuchillas especiales para mujeres para que
no me faltara de nada! Dios, qué sol de hombre es, cómo estoy empezando a amarlo ya.

Una vez dentro de su piso y habiéndome declarado, haremos el amor durante toda la noche. Y
durante toda la mañana, y durante toda la otra tarde, y durante la siguiente noche. Debemos de
recuperar el tiempo perdido, todo el tiempo perdido. Y que ni mucho menos era poco es este.

No, no tengo dinero en el bolso, solo a mí se me podía ocurrir quedarme sin un céntimo una
noche de fiesta. No me queda otra que llegar andando hasta su piso. Así que mejor comienzo a
aligerar el paso, cosa difícil por otro lado con el enorme tacón que llevan los zapatos que he
escogido hoy.
Pero justo cuando apresuro la marcha escucho cómo unos pasos hacen lo propio justo detrás
de mí. Me asusto y más me apresuro.

Cojo el móvil y vuelvo a mandarle un mensaje a Pablo diciéndole que creo que me están
siguiendo. Pero nada, sigue sin contestarme. Lo llamo; de nuevo sin respuesta. Disimulo que sí me
han contestado y que estoy hablando con alguien.
Me agarran del brazo en ese momento. Me doy rápidamente la vuelta para ver quién ha sido.
Pero no puedo comprobarlo, antes de poder verle la cara me llevo un puñetazo en el rostro que
hace que pierda la consciencia.

Cuando volví a recuperarla, o por lo menos un atisbo de ella debido al intenso dolor que no
solamente mi rostro irradiaba, si no todo el cuerpo al completo, desde el dedo gordo del pie, hasta
el último cabello de mi cabeza parecía que me habían arrastrado de los pelos por media ciudad. Y
lo peor de todo, podía haber sido perfectamente verdad.

Intenté incorporarme para ver en dónde me encontraba y poder valorar la verdadera gravedad
de la situación.
Pero no pude, tenía a alguien encima mía con su cabeza apoyada en mi hombro izquierdo
acompañando su respiración con las arremetidas que hacía su miembro sobre mi vagina.

Fue en ese momento cuando me di cuenta que ni el golpe en la cara, ni lo porrazos recibidos
en las rodillas al arrastrarme de los pelos hasta este lugar apartado y oscuro, que tenía toda la
pinta de ser una nave abandonada, nada de eso me dolía más que mi parte intima. Nunca había
sentido tal sensación en esa zona de mi cuerpo. Era insoportable, una mezcla de dolor, escozor,
quemazón, y no sabría describir qué clase de tormentos más se mezclaban con estos en mi vagina.
Lo único que sabía es que no podría aguantarlo por mucho más tiempo. Me estaba matando, me
estaba desgarrando por dentro.

Quise escaparme de mi opresor, pero ni aunque estuviera en plenas facultades físicas y


mentales, que ni mucho menos era el caso, hubiera podido hacerlo; aun así, debía de intentarlo.
Era la única forma que tenía de poder escapar de esa pesadilla. ¿Sería una pesadilla de verdad y
nada de esto estaba pasando en realidad? El dolor que sentí al intentar levantar la cabeza por si
podía ver algún objeto a mi alrededor para utilizarlo como arma me confirmó que, por desgracia,
no era un mal sueño.
Él se tuvo que dar cuenta de mis intenciones, enseguida me agarró de las manos con mucho
cuidado de dejar su rostro fuera del alcance de mi campo visual.

Intenté gritar, pero el miedo me paralizó por completo. No podía ni gritar ni tratar de
escaparme. La valentía que me imaginaba tener en el caso que me sucedieran estas desgracias se
esfumó por completo. Lo único de mi cuerpo que en ese momento reaccionaban eran los ojos.
Unos caudales de lágrimas corrían por mis mejillas hasta estrellarse contra suelo. Podía oír
perfectamente el ruido seco que hacían al tomar contacto con él. Cada lágrima que salía de mis
ojos llevaba un trozo de mi alma con ella que sabía que ya no volvería.
Al ver él que aunque ya había recuperado la conciencia me mantenía en un trance profundo se
centró de nuevo en su cometido, que no era otro que meterme su asquerosa polla a la fuerza.

Solo pedía a Dios que terminara pronto, que terminara pronto y que se olvidara de mí tras
ello. Pero se me hacían interminables los segundos, no veía fin a esta tortura. Y no dejaba de
preguntarme por qué a mí, por qué mierda me había tocado a mí, por qué mierdas estas cosas
sucedían aún en el siglo XXI.
Por fin parecía que iba a terminar, ¿llevaría puesto condón? Por Dios, eso sí que no, por lo
que más quieras, no me hagas más daño.

Solo de pensarlo mis ojos volvieron a producir más lágrimas, pero esta vez a un ritmo mucho
más rápido.

Un nuevo puñetazo, en el ojo esta vez, hizo que volviera de golpe a la cruel realidad que
estaba padeciendo. No tenía fuerzas ni para gritar de dolor, solo podía llorar, cada vez más y más
en silencio.
Al parecer, que no gritara tras su golpe le dio coraje, y una vez separado mí y con los
pantalones subidos por fin, me propinó una patada en el costado.

––Puta zorra, lo tienes merecido ––Se despidió de mí de esa manera.

Yo me quedé allí echada sobre el frío suelo de la nave, con las bragas bajadas hasta el
tobillo, con las piernas y la cara llena de sangre, y preguntándome si algún día sería capaz de
superarlo.
No sé qué hora sería cuando un ruido hizo que me despertara. Me había quedado dormida tras
horas y horas de llanto; ni mi cuerpo ni mi cabeza habían podido resistir por más tiempo el dolor
al que habían sido sometidos. Me dio miedo tocar mi sexo, me dolía sin acercarme a él, y no
imaginaba lo que sentiría si lo hiciera.

Arrastrándome, pude apoyarme en una pared para medio incorporarme. Sentada ya en el


suelo vi que a mi lado había un condón usado, un gran alivio para mí. Al menos no podía haberme
quedado embarazada de ese hijo de puta, ni tampoco transmitido ninguna enfermedad.

Eché la mano al bolso para coger mi móvil y llamar para pedir ayuda. Pero a mi lado, aparte
de ese preservativo usado y una mancha de sangre, no había nada más. No me quedaba otra que
levantarme y pedir ayuda a alguien que pasara por la calle. Y eso intenté hacer. Intenté digo,
porque tras mucho esfuerzo al llegar a la puerta de la nave en la que me encontraba e intentar
abrirla, las manos y piernas comenzaron a temblarme. Comencé a sudar de una manera que no
creía haberlo hecho de igual manera en mi vida.
Y mi cabeza me decía que ni se me ocurriera salir de allí. Al otro lado había miles de
hombres esperando con sus pollas preparadas para hacerme lo mismo que me acababan de hacer.

Estaba completamente paralizada, hasta el corazón parecía haberse detenido en ese momento.
Era incapaz de realizar cualquier movimiento o pensamiento. ¿Qué mierda me pasaba? La apertura
de la puerta desde fuera hizo que al menos mi mente volviera a la realidad. Y esta no era otra que
la entrada de un grupo de obreros a su lugar de trabajo. Seis o siete personas cortaron sus risas en
ese momento tras encontrarse conmigo en esa situación y en su lugar de trabajo.

Uno de ellos se acercó para preguntarme si me encontraba bien echando su brazo sobre mi
hombro.
Grité, grité mucho. Grité tanto que el grupo de hombres se echó al unísono un paso para atrás.

––Tranquila, solo queremos ayudarte ––me dijo uno de ellos.

Volví a gritar, pero esta vez acompañando ese grito, al fin, con la reacción de mis piernas, y
pude escapar de aquel lugar.
––¿¡Pero a dónde vas!? Espera, necesitas ayuda. ––Oí cómo me gritaban al alejarme de ellos.

Una vez convencida de que no me estaban siguiendo me detuve y abrí los ojos para averiguar
dónde me encontraba. Mala decisión, de nuevo mi cuerpo y mi mente me volvían a fallar. Había
mucha gente a mi alrededor, todos mirándome fijamente, y todos querían hacerme algo, seguro.
Debía buscar un lugar donde refugiarme de ellos. Pero mis piernas a duras penas podían dar un
paso, mi cabeza era incapaz de darles ninguna orden. La gente comenzó a acercarse. Volvieron a
tocarme y, de nuevo, grité alejando así a esa persona. Sin saber cómo, conseguir dar un nuevo
paso.

Notaba cómo a mi alrededor la gente se congregaba cada vez más, pero no podía hacer nada
para hacerlos desaparecer. Estaba muy asustada, seguro que querían hacerme daño. No podía
quedarme allí y permitir que lo lograran, debía seguir avanzando a toda costa.
Me tocaban, gritaba, se alejaban; se acercaban nuevas personas, volvían a tocarme, de nuevo
gritaba, y ellos se alejaban.

Una persona grita mi nombre… ¿esa voz me resulta familiar? No lo sé, porque en el momento
en que me toca en el hombro chillo de nuevo. Me tiro al suelo encogida. Ya no puedo más, ya no
puedo más…
PABLO

Por fin han logrado tranquilizarla, yo mejor me he mantenido al margen de todo. No he sido
capaz ni de articular palabra alguna. Su grito de angustia me ha roto. En la vida me hubiera
imaginado que podía verme involucrado en una escena así.

Estoy acostumbrado a enterarme de estos casos en las noticias, en los periódicos, incluso en
algunas películas lo muestran con bastante crudeza, pero ni punto comparación con vivirlo en
primera persona.
Viendo cómo se la llevaban en la ambulancia, inmóvil, sin vida en sus ojos, me hice una
promesa, más bien se la hice a ella. ¡Jamás volvería a dejarla sola! ¡Jamás! Aunque eso implicara
quedarme solo yo.

––¿Eres familiar de ella? Puedes subir a la ambulancia con nosotros, si quieres ––me animó a
acompañarla el personal sanitario de la ambulancia.

––Ve con ella, luego por la tarde nos pasaremos nosotros por el hospital para ver si está algo
más tranquila. Seguro que le viene bien estar con alguien conocido ––me dijo el policía alto.
––¿Eh? Sí, claro. No voy a separarme de ella nunca más ––le contesté.

Me miró extrañado, aunque sabía que la experiencia que había vivido, junto con los mensajes
de WhatsApp declarándose ella, eran más que suficientes para esa reacción.

Me subí a la ambulancia; los sanitarios me ofrecieron un pequeño asiento improvisado al


lado de Silvia. Ella estaba calmada debido a la gran cantidad de relajantes que le habían
suministrado. Giró la cabeza hacia mí y nuestras miradas se cruzaron. Mi corazón se paró al ver el
vacío en sus ojos, y no pude aguantar por más tiempo el no llorar. Los suyos enrojecidos eran
incapaces de derramar una lágrima más.
––¿Por qué? ¿Por qué no me contestaste al mensaje? ––me preguntó con esfuerzo. Acto
seguido giró de nuevo la cabeza hacia el techo de la ambulancia y volvió a cerrar los ojos.

Por qué, por qué no contesté a tu llamada. Eso mismo llevo preguntándome yo desde que los
policías entraron en mi piso esa mañana. Por qué no te contesté al teléfono esa noche, esa única
noche que de verdad me necesitabas. O quizás también me necesitabas en cada una de los miles de
llamadas que me hiciste en todos estos años. Quizás sí, quizás también me necesitabas cuando me
llamabas solamente para preguntarme qué vestido ponerte esa tarde para tu cita. O cuando me
escribías solamente para decirme que la peli que estabas viendo esa noche era un rollo.
Todo el mundo necesita a alguien a quien poderle contar el día que ha tenido. El problema es
cuando a quien recurres para esto te necesita de una manera distinta, por así decirlo. Que es lo que
ha ocurrido en nuestro caso.

Te prometo que no voy a caer más en ese error; se acabó el intentar algo contigo. Nunca más
traspasaré la línea que nos separa de una buena amistad a una relación de pareja. No la cagaré de
nuevo.
––Ya hemos llegado ––dijo el conductor de la ambulancia. Enseguida los dos sanitarios que
se encontraban conmigo abrieron la puerta de golpe, saltaron del vehículo, y con mucha rapidez y
profesionalidad bajaron la camilla donde se encontraba Silvia.

––Pásate por recepción para dar toda la información que puedas para su ingreso ––me
comentó uno de ellos alejándose a toda prisa de mí.

Yo asentí con la cabeza, y lentamente me dirigí hacia el mostrador que se encontraba a la


izquierda de la entrada atendido por dos recepcionistas.
––Buenas tardes ––saludé a una de ellas.

––Dígame ––me respondió sin ni siquiera levantar la vista de la pantalla de su ordenador.

––Pues la verdad es que no sé exactamente lo que tengo que decirle ––le contesté
sinceramente. En verdad no tenía ni puta idea de cómo se tramitaba una urgencia médica de este
calibre.
Ahora sí tuvo la decencia de levantar la cabeza del monitor para mirarme a los ojos.
Seguramente preguntándose el porqué era incapaz de decirle el motivo de mi acercamiento hacia
el mostrador.

––Pues si no lo sabe usted, no pretenderá que aquí lo adivinemos. ––Fue su contestación.

Su compañera la miró de reojo, sorprendida de tal respuesta; estaba completamente fuera de


lugar. Pero para qué complicarse más haciéndoselo saber. Así que me limité a contestarle lo que
debería haberle dicho desde el primer momento.

––Sus compañeros de la ambulancia me han dicho que pase por aquí para poder facilitaros
los datos del ingreso de una paciente. Para ir adelantando el papeleo, supongo.

––Haber empezado por ahí ––me contestó esta vez con una sonrisa forzada––. Dígame el
nombre de su amiga y qué es lo que le ha sucedido.

––Silvia Braojos, y han abusado de ella.

––¿Qué? ––Se le escapó un suspiro––. Lo, lo siento mucho, ¿eres su novio?

––¿Su novio? Esto… sí, sí claro. ––Tuve que mentirle, si no lo mismo no me dejaban estar
junto a ella ni me daban información alguna sobre su estado.
––Siéntese en la sala de espera que está al final del pasillo, en cuanto me digan que puedes
pasar a verla o me den alguna información nueva sobre su estado yo mismo misma saldré a
avisarle.

––Muchas gracias.

––Es lo menos que puedo hacer. Y espero que la policía pille a ese malnacido.

Asentí con la cabeza, y en silencio me dirigí hacia el lugar que me había señalado pensando
en lo que me acababa de decir.

Yo no soy una persona violenta, pero si me cruzara con el causante de esta aberración, no
creo que pudiera contenerme. Las peleas que he evitado en toda mi vida las condesaría de golpe
en tan solo una. No podría detenerme hasta verlo en el suelo inconsciente. Me da igual pudrirme
en la cárcel, ese malnacido necesita su merecido.
¿Cómo sería ese hijo de puta? Yo la dejé entrando en la casa de ese tal Luis, ¿por qué saldría
de allí tan temprano? Hombre, tampoco sé si salió temprano, lo mismo estuvo toda la noche allí y
por la mañana temprano al salir fue cuando la asaltaron. No, no puede ser, ¿por qué iba a
llamarme entonces tantas veces a los diez minutos escasos de dejarla con él? Tuvo que pasarle
algo con Luis que le hizo abandonar su piso. Sus llamadas eran para que fuera a por ella, el
mensaje de wasap confirma mi teoría. No hay otra opción posible. Ahora la duda es ¿le hizo Luis
esta salvajada? ¿O solamente se pelearon y en la calle le asaltó o asaltaron otras personas? Eso
debía averiguarlo. Juro por lo que más quiero que como esto se lo haya hecho Luis lo va a pagar
con creces.

Aunque lo primero es esperar y desear que Silvia se recupere pronto. Lo mismo es ella
misma quien desvela el misterio y el hijo de puta que le haya hecho esto pronto paga su castigo.
Que no será suficiente, nunca lo es, porque unos meses en la cárcel y una sanción económica no se
pueden equiparar a una vida destrozada, pero por lo menos no se irá de rositas. Y ya me encargaré
yo que la culpa le persiga de por vida también, muy fácil hoy en día mediante las redes sociales.

Ya llevaba casi una hora esperando saber noticias de Silvia. De vez en cuando me asomaba
por el pasillo para que la chica con la que había hablado en recepción me viera y con algún gesto
me dijera algo. Pero en todas las ocasiones su respuesta había sido la misma, negación con la
cabeza y una mueca de resignación. Me estaba desesperando. Cogí el móvil para intentar
despejarme algo, no podía ya con el dolor de cabeza tan grande que me había entrado. Lo mejor
hubiera sido intentar relajarme cerrando los ojos y recostarme sobre el sillón que me había
sentado desde que llegué. Pero tampoco podía mantenerme sin hacer nada; la imagen de Silvia con
la cara ensangrentada, la ropa despedazada, y los ojos aterrorizados, me venían a la cabeza.
Nada más desbloquearlo comprobé que no tenía mensajes ni llamadas. Tanto tiempo
obsesionado con Silvia había tenido sus consecuencias, me había aislado del mundo.

Un icono nuevo en la pantalla principal me hizo recordar algo. ¡Había quedado con una
chica! Y ni siquiera había tenido la decencia de anularla. Joder, qué lástima por Paula, se ha
debido sentir fatal al ver que pasaban las horas y no llegaba. Espero que no le haya pasado como
las películas, que va muy bien arreglada y todo el mundo sabe en la cafetería que está esperando a
alguien, y no dejan de mirarla cuando ven que lleva ya más de dos cafés y sigue sin aparecer
nadie.

Debía mandarle un mensaje disculpándome por no aparecer en nuestra cita, sé que no es


suficiente para pedirle perdón, pero qué mínimo. Solo le escribiré que lo siento, y que mejor se
olvide de mí. Ya son cerca de las siete de la tarde, había pasado el tiempo volando, aunque ni
mucho menos me había dado esa impresión.
Pensándolo mejor, retrasaría ese mensaje a la noche, cuando estuviera yo también más
calmado por si tenía que contestarle.

Ojalá no me respondiera pidiéndome una explicación, sería incapaz de dársela.

––Familiares de Silvia Braojos.

––¿Eh? Sí, yo soy su novio ––Mentí de nuevo.

––Venga conmigo, el doctor ha dado permiso para que pase a verla.

Seguí a la auxiliar hasta el final del pasillo donde se encontraba un pequeño ascensor
reservado para el personal hospitalario. Con un gesto de su mano me indicó que entrara en él. Ella
siguió mis pasos, y una vez dentro los dos pulsó el botón que nos llevaba a la octava planta. Se me
hizo interminable el tiempo que trascurrió hasta que volvió a abrirse la puerta. De nuevo, el
mismo gesto con la mano de la auxiliar para indicarme que avanzara. Lo primero que vi nada más
salir fue un letrero en la pared de enfrente que indicaba que nos encontrábamos en la planta de
psiquiatría.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo al no saber en qué estado iba a encontrarme a Silvia.
¿Me reconocería? ¿Rehuirá de mí como lo hizo en el paseo marítimo? Si, por el contrario, se
acordara de mí, ¿estaría enfadada conmigo por no haber contestado sus llamadas? ¿O en cambio
entendería mi posición y mis razones por las cuales no quise cogerle el móvil?

Esa misma noche me declaré a ella y minutos más tarde la estaba llevando a casa de otro
hombre para que se acostase con él. Era lógica mi reacción, no podía reprocharme nada, o eso me
decía mi cabeza para intentar quitarme la culpa de todo lo que le había sucedido.

––Por aquí, por favor ––me indicó la auxiliar al ver que no me animaba a continuar.

Con un leve gesto de la cabeza le di a entender que ya iba. Era complicado tener que
explicarle que necesitaba mi tiempo antes de entrar en esa habitación. Así que, sin más, tan solo
transcurridos diez metros desde que salimos del ascensor, diez pasos escasos, llegamos a la
habitación de Silvia.

––Procura no agobiarla mucho con preguntas, háblale solamente de lo que has hecho tú en
estos días, que no tenga que recordar aún nada de lo que ocurrió anoche, ya habrá tiempo para
eso. Ahora tiene que estar calmada, sin sobresaltos. La policía quería entrar ya a interrogarla,
pero el medico se lo ha prohibido. A pesar de que parece que la memoria no le falla en absoluto,
no es momento de hacerle vivir ese lamentable suceso.

Asentí con la cabeza, sin tener ni puta idea de qué decir ni hacer una vez cruzara esa puerta.
Y si no fuera por el leve empujón recibido por la auxiliar, no hubiera sido capaz de entrar. Todo lo
contrario, hubiera salido corriendo y llorando desconsoladamente, culpándome por mi cobardía
de no poder enfrentarme a su mirada.
Pero fue ella quien se enfrentó a la mía. Nada más notar que alguien invadía su espacio de
seguridad, dirigió la vista hacia el lugar de donde provenía el ruido que la había alarmado.

Me mira extrañada, no me reconoce. Estoy seguro de que no me reconoce; ha perdido la


memoria, no sabe quién soy. ¿Cómo es posible? Me sonríe; me mata esa sonrisa. Lloro, me vuelve
a mirar extrañada. He desaparecido en sus recuerdos, lo sé, lo veo en sus ojos. Por favor, Silvia,
no me destierres, no olvides todo lo que hemos vivido. Por favor, no me olvides.
PAULA

Ya estoy cambiada, maquillada, y lista para encontrar a alguien que me haga olvidar a Pablo.
De hoy no paso sin besar a un hombre, ya está bien de lamentos. Paso hasta de contestar a su
mensaje de disculpa. Lo que siento yo es el tiempo perdido con él.

Suena mi móvil, es el sonido que me avisa de un nuevo wasap. Abro enseguida la aplicación
por si se trata de mi compañera de trabajo anulando nuestra salida. Y efectivamente era ella,
aunque por suerte justo para lo contrario. Ya se encontraba esperándome en la puerta de mi casa.
Sin más demora me dirigí hacia la puerta para salir, no sin antes echar un rápido vistazo a mi
bolso para comprobar que llevaba todo lo necesario. Cartera con suficiente dinero, llaves, móvil,
preservativos, algo de pintura, ya está, no era necesario seguir mirando. Lo principal lo llevaba,
allá vamos. Como dice la canción, hoy puede ser mi gran noche.
––Ya voy, ya voy. ¿No ibas a venir más tarde? Aún es pronto para ir a la discoteca.

––Ya lo sé, pero primero debemos ir calentando, ¿no? Vayamos a tomar unas cervezas al
puerto. ¿Qué te parece la idea? Luego tenemos allí unos cuantos locales para continuar con unos
bailes y unas copas.

––Me parece estupendo. ¿Vamos en el coche? Si vamos a beber mejor sería el metro y luego
un taxi si es demasiado tarde cuando volvamos.
––De momento, vamos en el coche, luego ya veremos cómo acabamos la noche. Oye, ¿te
puedo hacer una pregunta?

––Por supuesto, dispara.

––¿Por qué precisamente hoy te has decidido a salir de fiesta? Te lo habíamos dicho cientos
de veces y siempre recibíamos la misma respuesta. Si te digo la verdad, te lo he dicho por decir,
esperaba tu “no”, como de costumbre. Y hoy salgo solamente por eso, para una vez que a ti te
apetece había que acompañarte.
––Oye, que si no te apetece no pasa nada, por mí no te preocupes.

––¡Qué dices! No me seas, ya hay que salir, una vez que se arregla una es para lucirse. Pareja
no tienes, ¿verdad?

––Esto… no ––le contesté sin poder evitar acordarme antes de Pablo.

––No lo dices muy convencida, ¿lo acabáis de dejar? ¿o es que te gustan las…?
––¿Las mujeres? ¡No! Me gustan los hombres, el problema que ahora mismo solo uno. Y
parece que no me hace mucho caso.

––¿No será ese chico que va mucho por la cafetería? Ese que siempre quieres tú atenderlo y
que solamente aparta la mirada de la pantalla de su portátil cuando viene esa que le hace caer la
baba.
––¡No! ¿Cómo se te puede ocurrir eso? ––¿Tanto se me nota?, pensé para mí misma.

––Ya, ya, claro que no es. Y el cambio de tonalidad de tu rostro a rojo guiri después de un día
en la playa no tiene nada que ver con tu contestación. Pero, oye, que no pasa nada, si no me lo
quieres decir no nos vamos a pelear por eso, hoy toca fiesta. ¡Yuhuuu! Así que vamos.

Le sonreí, hacía tiempo que no le sonreía a nadie aparte de Pablo. Se me había olvidado lo
bien que sentaba. Hoy seguro que iba a ser mi noche.
Casi media hora de trayecto, a pesar de que al sitio que íbamos no se encontraba a más de
diez kilómetros, debido al enorme atasco provocado por un accidente entre un taxi y una
motocicleta. Cuando pasamos a la altura del siniestro se encontraban discutiendo airadamente el
conductor del taxi con un chaval de no más de veinte años, seguramente porque ninguno de los dos
estaba de acuerdo con la versión del otro. Una pareja de policía local junto a ellos conseguía a
duras penas que no se enzarzaran en una pelea.

Nada más salir del coche al llegar a nuestro destino mi compañera me agarró del brazo y me
dijo a qué lugar íbamos a dirigirnos a tomar las primeras cervezas de la tarde.

––Aquí nos sentamos, ¿a qué está chulo el sitio?

––No está mal, no. Nunca había salido por esta zona de cervezas, no la conocía.

––¿Y qué me dices de las vistas? Tampoco están nada mal, ¿no?

Inocente de mí dirigí la mirada hacia el hermoso atardecer que nos ofrecía la costa, aún
abarrotada de gente apurando las últimas horas de sol de este día, y le contesté con “hermoso, sí”.
Al ver que no miraba hacia el mismo lugar que ella, me agarró la cara, y me la giró hasta que
pudiera ver las vistas a las que se refería ella. Y no eran otras que las de un chico sin camiseta, de
metro ochenta como mínimo, moreno de piel y de cabello, y un torso esculpido por el mismo
Leonardo Da Vinci.

Sinceramente, no era mi estereotipo de hombre. A mí me gustaban menos llamativos, no tan


chulos ni prepotentes como se intuía que era este ––ya se había dado cuenta de nuestra presencia y
nos había guiñado el ojo un par de veces, acompañando este gesto con una sonrisa más que
ensayada––.

A mí siempre me habían gustado los hombres que, al acercarse y decirme las primeras
palabras se pusieran nerviosos y metieran la pata tartamudeando, o diciéndome algo inapropiado
en ese momento. Eso para mí era señal inequívoca de que les importaba, de que les gustaba. Y que
por mí estaban dispuestos a superar su miedo al rechazo al acercarse. Esto me decía mucho sobre
ellos.

––¡Guauu! Está para… ––Tuve que decir para no parecer un bicho raro delante de mi amiga.
Lo normal supongo es que te gustara un Ken de estos, ¿no? Por lo menos a todas las chicas del
local parecían gustarle. Que ahora que me fijaba los clientes del local eran prácticamente chicas,
¿es que era este un local solo para mujeres? Me pareció muy raro no ver ningún hombre sentado
en las mesas degustando algo aparte de los camareros.
––Sí, está para preguntarle cuándo me va a dar el anillo.

––¿Qué anillo? ––me resultó extraña su respuesta.

Ella me miró más extrañada aún. ¿Qué es lo que me había perdido? Sonrío al ver que mi
pregunta iba completamente en serio.
––Qué anillo va a ser, tonta, el que sirve para pedir matrimonio.

Una vez dada su explicación se echó a reír de manera escandalosa. Tan escandalosa que
todos los que se encontraban en el local dirigieron la mirada hacia nosotras.

Su risa era contagiosa, a los segundos comenzaron a acompañarle un par de personas. Al


minuto el acompañamiento era prácticamente de todo el mundo que se encontraba allí, incluida yo.
Se acercó el chico del cual estábamos hablando, por supuesto con la sonrisa tan de postureo
marcada en su rostro.

––¿De nuevo aquí, Sandra? Parece que te gustan nuestras cervezas de barril ––le dijo a mi
compañera nada más llegar.

En sus miradas se notaba el deseo que sentían el uno por el otro, y el juego de tonteo en el
que se hallaban. Apuesto que ya habían dado un paso más en ese juego que digo y habían hecho
algo más serio que unos comentarios subidos de tono, o algún roce accidental en las manos con la
excusa de apartar la copa vacía de la mesa.
––Ya ves, ya sabes que no hay nadie que me ponga como tú, la cerveza, digo, en esta ciudad.
––Se rió tras soltar su comentario picante sabedora de que le iba a seguir el juego.

––Ya me lo han dicho más de una vez, sí, las cervezas como yo las ponen poquitos. ––Pasó su
brazo cerca de Sandra para colocar unos posavasos en la mesa y aprovechó para guiñarle de
nuevo el ojo. Esta se puso colorada, se notaba que le atraía el camarero a dos leguas. Y ahora
comprendía también el motivo de la elección de este lugar.

––¿Qué va a querer tu acompañante? ––Le preguntó a ella.

Me dieron ganas de decirle que la acompañante sabía hablar y decidir por sí sola, pero para
qué, tampoco ganaba mucho echándole en cara esta acción.

––Pues no sé, ¿qué vas a pedir, Paula?


––Un tercio ––le contesté directamente a él. Ya éramos mayorcitos para intermediarios.

––Muy bien ––me dijo si ni siquiera mirarme––. Y para mi clienta vip lo de siempre,
supongo.
––Así es. Oye, ¿luego vas a dar una vuelta por el Hoyo 18?

––No lo sé aún, según como termine de cansado de aquí, ¿tú si vas a pasarte seguro?

––Sí, necesito despejarme un poco, me tomaré un par de cócteles y poco más.

––Perfecto, allí nos vemos si al final decido salir. Enseguida os traigo las bebidas. Chao,
guapas.

Ya sabía dónde íbamos a parar después de este lugar.

Salvando las distancias, la relación de Sandra con el camarero me recordaba a la mía con
Pablo, pero con una diferencia enorme. Bueno, dos en realidad: la primera, es que a mí Pablo no
me había dado ninguna esperanza ni señal de acabar juntos ––salvo en la aplicación de citas––; y
segundo, yo creo que estos dos ya se habían acostado más de una vez.
––¡Ohhhh! ––exclamó Sandra tras ver alguna noticia, foto, o sabe Dios qué cosa en su
móvil––. Tía, qué fuerte. ¿Sabes qué pasó esta mañana en esta zona y a quién?

––No, no tengo ni idea ––le contesté sin mucha efusividad esperando que su respuesta fuera
algún cotilleo malo de alguna compañera o alguna gilipollez de esas que cuelgan en las redes
sociales.

––Pues es casualidad que justamente antes estábamos hablando de ella y mira tú por dónde…

––¿De quién hemos estado hablando? No sé a quién te refieres.

––A la chica que le quita el sueño a tu amor platónico.

––¿Cómo? ––No puede evitar ponerme nerviosa, ya sabía perfectamente a quién se refería, a
Silvia, pero me hice la loca.
––Sí, a esa que siempre espera el chico del portátil en la cafetería. Al que siempre quieres
atender tú nada más verlo entrar por la puerta.

––Ya, ya creo saber a quién te refieres. ––Seguí haciéndome un poco más la tonta––. ¿Qué le
ha pasado? ––pregunté intentando disimular interés.

––Pues me acaba de decir Raquel por WhatsApp, la de cocina…

––Sí, ya sé quién es Raquel. ¿Qué te ha dicho sobre ella?

––Pues me acaba de escribir diciéndome que ayer noche alguien le asaltó por la zona de los
pubs para llevarla a una nave del puerto medio abandonada y violarla.
––¡¿Qué dices?! ––Ahora sí respondí interesada.

––Como te lo estoy contando. Por lo visto, esta mañana se la han encontrado en este mismo
paseo desorientada, con la ropa rota, y llena de golpes.
––¡Joder! Vaya palo más grande.

––Me cago en la puta madre del cabrón que haya hecho eso, se le tenía que caer la polla a
pedazos. Ojalá lo pillen pronto, lo metan en la cárcel, y le peten el culo todos los días del resto de
su asquerosa vida.

––Qué mal, pobrecilla, no puedo llegar a imaginarme lo mal que lo ha tenido que pasar, y lo
mal que lo estará pasando.
––Ya te digo, pero lo peor es que seguro que esto no podrá olvidarlo jamás en su vida. Joder,
¿por qué hay gente tan hija de puta en este mundo? Si quieren follar, y son tan gilipollas y feos que
no son capaces de ligar con una chica, que cojan cincuenta euros y se vayan de putas. Así no
joderían la vida de nadie.

Sandra no paraba de hablar de los cabrones que podían llegar a ser los hombres, de lo
primitivos y manipulables que eran, pero yo no podía dejar de pensar en Pablo. Ya sabía por qué
no había acudido a nuestra cita. Una sonrisa tonta se me escapó al creer que sí podía llegar a
interesarle todavía. Sonrisa que ni por asomo se le pudo escapar a Sandra.

––¿Te estás riendo de lo que te estoy contando? ¿Te parece gracioso lo que le han hecho a
esta chica? ¿O es que te aburre mi compañía?
––No, no, perdona. Ni mucho menos me parece gracioso lo que le ha ocurrido a esta chica, al
contrario, me parece una atrocidad. Tampoco me aburre tu compañía. Es que no sé qué me pasa
que los asuntos serios me ponen nerviosa y me da por reír. Ni te imaginas lo mal que lo paso
cuando tengo que ir a un velatorio o entierro.

Mejor decirle esta pequeña mentira que la verdad. Quedaría bastante mal si le contara que
esa sonrisa era debido a la desgracia de Silvia. Pero no por lo que le había sucedido, sino porque
debido a ello Pablo no había podido acudir a nuestra cita.

No había salido la cosa como esperaba, pero aún tenía alguna oportunidad con él.
Sandra se quedó un poco pensativa tras mi respuesta, pero enseguida se echó a reír
imaginándose seguramente la situación embarazosa que le había descrito segundos antes.

––Anda, vamos, ya está bien de hablar de penurias. Hemos venido para pasarlo bien, ¿no?
Pues vamos a ir empezando que la noche es corta. A esta invito yo, en el pub te toca a ti pagar una
ronda.

Asentí con la cabeza dando mi aprobación a su propuesta. Tras ella, Sandra se levantó de la
silla para ir directamente a pagar a la barra, y como no, se dirigió al camarero que nos había
atendido para ello.
Esta, tras unas palabras y varias sonrisas le extendió un billete de veinte, y este tras
remolonear un poco con él en la caja lo metió y sacó dos billetes de diez para devolvérselos a
Sandra.

¡Será mamona! Habíamos sido invitadas por el chico y ella seguramente sabía que iba a pasar
eso. Aun así me ha dicho que la próxima me tocaba a mí.
Pero bueno, se lo ha currado. Ha conseguido su ronda gratis, pues olé por ella. Aunque
seguro que no será gratis del todo, que luego le costará esta ronda algún que otro favor con el
camarero. De nuevo me estaba riendo yo sola, y de nuevo Sandra me pilló.

––¿Otra vez riendo sola como una loca? Miedo me da preguntar por qué esta vez.

––Mejor será que no, no, mejor que no. Bueno, ¿vamos a por mi ronda? ¿O has quedado con
el camarero? ––le pregunté picarona.
––¡Serás bicho! Anda que se te escapa algo. ––Me guiñó el ojo de manera cómplice.

Salimos de ese local para dirigirnos a un pub más cerca de la playa al aire libre, y cuando
digo más cerca me refiero en la misma playa. Tuvimos que andar un poco por la arena para
acercarnos a la barra a pedir.

Tampoco había estado nunca en este; según Sandra estaba de moda. Y al parecer tenía razón.
¡Estaba petado y aún no eran ni siquiera las nueve! Mi amiga, con un alzamiento de cejas y una
leve inclinación de barbilla señalando a la camarera, que más que camarera parecía una modelo
de cualquier firma de esas que hacen desfiles por las capitales de los mejores países, y que
cualquier trapo que llevan puesto te cuesta mínimo el sueldo de seis meses, me recordó que ahora
me tocaba pedir y pagar a mí.
––Un Puerto de Indias con tónica Sweeps ––me pidió.

Asentí con la cabeza y fui directamente a pedirle las dos copas a la chica de portada de
revista retocada con Photoshop.

Tuve que esperar un buen rato para poder acercarme a ella. Estaba rodeada por una manada
de lobos, porque eso parecían, animales en época de celo peleando entre ellos y avasallando a la
hembra para ver quién era el afortunado ese día para pasar una noche en la cueva con ella.
Seguramente, ninguno de ellos conseguirá su objetivo y acabarán borrachos perdidos,
babeando por cualquiera que pasara a su lado, y terminando su gran noche en la cama solos, y
haciéndose una “grandiosa paja” pensando en lo que pudo ser esa noche y no fue.

Al fin, la chica se fijó en mí entre tanto buitre, que a pesar de tener sus copas ya en la mano
seguían ocupando la barra para no perder sus vistas.

Con dos dedos le indiqué la cantidad de copas que necesitaba, y mientras iba a por ellas y les
echaba un buen puñado de hielo, me hice un hueco entre tanta gente para acercarme y poder
pedirle. Le di sin querer a un chico con la teta en la cara al abrirme paso. A este no se le pudo
ocurrir otra cosa que ponerse la mano justo donde le había rozado mi teta, y con risa de bobo
contarle la buena suerte que había tenido al grupo de sus amigos. Muy bien, chaval, ya tienes
material para tu paja de esta noche.

Cuando llegué a la barra tuve que inclinarme un poco. Noté cómo alguien se había acercado
demasiado a mí, y prácticamente mi trasero estaba pegado a sus partes. Miré hacia atrás y lo que
vi fue un paleto con las manos en los bolsillos de los pantalones haciéndose el despistado mirando
de un sitio a otro con sonrisa de bobo también, creyéndose que no me estaba dando cuenta de lo
que estaba haciendo. Otra paja para el señor. Madre mía, ahora recuerdo por qué no me gustaba
salir de fiesta.

––¿Qué le pongo? ––me preguntó la camarera.

––Dos Puertos de Indias con tónica. ––Rápido, por favor, dije para mis adentros. Tenía que
salir de la madriguera donde me había metido.

––¡Apartad, buitres! ¡Dejad paso e iros a otro lado para charlar! Esta zona es para pedir. ––
Apareció mi amiga gritando y formando un pequeño círculo vacío de gente a su alrededor––. ¿Has
pedido ya? Estoy sedienta y con ganas de alcohol.

––Eyyyy, ya tenemos la primera con la regla de la noche. Tranquila, mujer, si necesitas que
alguien te abrace esta noche puedes contar conmigo. Yo duermo contigo las veces que hagan falta.
––Se le acercó un chico agarrándola de la cintura con total decisión y ante los vítores de su grupo
de amigos.

Lo que yo te diga, de pena lo que se puede llegar a ver en las discotecas.

––No, gracias. Para pasar noches de miedo prefiero ver alguna película de terror. Así que…
puedes ir marchándote por dónde has venido ––le contestó Sandra con descaro.
Enseguida se escuchó un “buuuuu” general provocado por el grupo de amigos del que se
había llevado tal varapalo.

––Se… serás guarra. ––Fue el único argumento que se le ocurrió a este sobre el comentario
de mi amiga.

––Lo soy, sí, pero tú nunca vas a llegar a saber hasta qué punto. Y ahora, si haces el favor,
puedes ir marchándote si no quieres que llame al de seguridad. ––Esta vez Sandra le contestó
mucho más seria.
Refunfuñando entre dientes decidió marcharse finalmente. Menos mal, me estaba empezando
a asustar.

––Qué asco de gente, de verdad, no puedo con tantos gilipollas. ¡Ahhhh! Ya está mi copa, qué
bien, sin esto créeme que no sería capaz de aguantar a tanto cretino.

Yo asentí con la cabeza, le di su bebida, cogí la mía, y nos marchamos hacia un lugar de la
sala más tranquilo donde se pudiera hablar sin tener que gritarse al oído.
Detrás de esas copas siguieron otras dos. Yo ya estaba un poco pedo, eran las cuatro de la
mañana cerca, y en todo el rato que llevábamos allí ya habíamos espantado a una decena de
chicos, y me había aprendido la vida de Raúl ––el camarero del bar de antes–– mejor casi que él
mismo. Sandra, visiblemente más perjudicada que yo, no había parado hablar de él.

Al final la noche no estaba siendo como esperaba, pero bueno… al menos me estaba
despejando y cambiando algo la rutina. No acabaría con nadie en la cama como me había
propuesto que sucediera, y terminaría usando mi pequeño juguete como casi todas las noches para
relajarme y coger rápido el sueño. Que no veía la hora ya de pillar mi cama y echarme sobre ella.
––Pues eso, que es un cabrón Raúl, pero es que es que me tiene loquita el muy hijo de puta ––
me decía Sandra por quinta vez como mínimo.

Y yo también, por quinta vez, la intentaba consolar diciéndole que todos los hombres piensan
con lo mismo, que si ella está bien cuando están juntos que se olvide de lo demás, que para
adelante, que no le dé más vueltas, ya el tiempo dirá qué tal fue esa elección. Aunque por lo poco
que pude ver de cómo la trataba él a ella, sabía perfectamente que sería él quien acabaría
rompiendo la relación en cuanto encontrara otra mujer que le atrajera más físicamente. Se le
notaba perfectamente en la mirada que no tenía preocupación alguna si esa noche, por ejemplo, no
la veía; tiraría de agenda y buscaría otra cuando viera la hora que era y estuviera todavía solo.

Y las cinco veces que le había contestado esto mismo, había repetido ella el mismo gesto.
Asentía con la cabeza, se tiraba a mi cuello para darme un abrazo, y me decía que gracias, que yo
sí sabía escuchar a la gente y no como otras.
¿Y a mí? ¿Alguien me preguntaba cómo estaba? ¿Alguien se preocupaba por mi vida
sentimental? ¿O alguien me preguntaba incluso si tenía novio o no? Ni siquiera esa pregunta, ni
siquiera eso me preguntaban. Aunque, claro, seguramente por la vida que llevaba daban por hecho
que no.

La gente cuando entabla una conversación con un amigo suele soltarlo aunque no se le
pregunte. Por ejemplo, cuando te dicen que el fin de semana tiene que ir a llenar el frigorífico al
súper con su pareja, o que esa tarde tenían pensado ir al cine y luego cenar en algún restaurante
del centro. O que estas vacaciones se van con su amorcito a la playa.

Yo nunca digo nada parecido a eso, como mucho que voy a ir a ver tal película al cine, pero
nunca con quién.
––Por fin te encuentro, ¿nos vamos a mi piso ya?

Por fin apareció el camarero buenorro para llevarse a mi amiga y echarle ese polvo
esperado. Y yo por fin podía volver a mi camita.

––¡Estaaasss aquí! Ya pensaba que no me querías. ¿Ves como si venía, Paula? ––Muakkkks
muakkks––. Me tengo que marchar. ––Se acercó para darme otro beso y poder decirme al oído,
sin que Raúl se enterara, que le iba a echar un pedazo de polvo que lo dejaría seco.
No sé para que se acercó, la verdad, porque con el ruido que hacía jamás se hubiera podido
enterar él de lo que me estaba diciendo. A menos que tuviera como súper poder un oído finísimo,
que lo dudaba bastante, vamos.

––Muy bien, demuéstrale lo que vales en la cama ––le respondí yo mostrándole la palma de
mi mano abierta para que me chocara.
Falló cuando intentó hacerlo. Madre mía, qué noche le espera, pensé.

––¿Tú no quieres venir? Estaría bien dormir los tres juntos ––me propuso Raúl con una
sonrisa que más que de un seductor parecía de un loco.

––No, gracias, iré a casa directamente ––le dije.

––Es una pena, otro día quizás.

––Esssss unaaaa penaaaa comooo te voy a dejaaaaar yo a tiiii.

Sandra se abalanzó sobre él plantándole un besazo en todos los moros. Este se la quitó de
encima rápido.
––Anda, vamos. Si no fuera por el cuerpo que tienes iba a estar yo aquí ––creí escuchar que
le decía.

––Hasta luuuuuego, amigaaaa. ––Se despidió de mí––. Espera, esperaaaa un momentooo.

––Pero, ¿qué pasa ahora? ––le recriminó Raúl enfadado viendo cómo volvía Sandra hacia mí.

––¿Tienes, tienes condones? ––me preguntó muy sería. Tan sería que parecía que se le había
ido todo el cocolón de golpe. Me dio por reír. Al parecer a ella no le hacía tanta gracia, porque
seguía mirándome fijamente esperando mi contestación sin ni siquiera pestañear.

––Sí tengo, anda toma un par de ellos, espero que no te falten ––le dije tras rebuscar en mi
pequeño bolso. Al menos mis provisiones las utilizaría alguien esa noche.

––Graaaaacias. ––Muakkks muakkks––. Qué gran amigaaa eeeeres, te quierooo. ––Se


despidió finalmente de mí para marcharse con su amor toxico. Por lo menos así lo veía yo.
Supongo que cada uno lidiamos con uno de estos. No pude evitar pensar al recordar que yo
también luchaba por alguien que lo mismo no sabía ni que existía. Aunque no sé qué es peor, sí
que te den esperanzas como el caso de mi amiga, o esas esperanzas las creemos nosotros de la
nada. Que suena incluso más tonto, pero por lo menos más fácil de salir, o eso esperaba, que fuera
más fácil olvidarlo cuando no me quedara otro remedio.

Le di el último sorbo a mi copa y salí de ese lugar por fin.

Tardé cerca de treinta minutos en llegar a mi casa. Había decidido, a pesar de vivir casi en la
otra punta de la ciudad, ir andando. Me vendría genial ese paseo para despejarme y
tranquilizarme; la falta de costumbre de alcohol me había pasado más factura de lo que pensaba.
Además, la zona por la que trascurría este trayecto era bastante concurrida e iluminada, no habría
problema alguno de que me ocurriera nada.

Nada más entrar al piso fui despojándome de todo lo que llevaba encima ––bolso, vestido,
zapatos, llaves–– por el pasillo. Cuando llegué al cuarto baño me encontraba ya completamente
desnuda, y con el móvil en la mano poniéndome al día en las redes sociales mientras expulsaba de
mi cuerpo algo de alcohol.
Tenía un wasap de mi amiga preguntándome si había llegado bien. Le contesté que sí. Acto
seguido busqué el chat de Pablo y le escribí: “Me he enterado de lo de tu amiga, lo siento
mucho. No te preocupes por no haber podido avisarme de que no vendrías a la cita, es normal
que no te acordaras siquiera. Espero que esté lo mejor posible dentro de lo que se puede estar
tras ese horrible suceso. Un beso fuerte, estoy aquí para lo que necesites, si quieres, claro”.

Lo mandé sin tan siquiera revisarlo, y tras ello me metí en la ducha para despejarme un poco.
Y ya sé que me prometí no ir más detrás de él, pero a mi favor tengo que decir que el estado de
embriaguez en el que me encontraba ayudó bastante a que cambiara de opinión.

Cogí la alcachofa y utilicé su chorro de agua para provocarme un orgasmo pensando que
Pablo se encontraba esperándome en el dormitorio, completamente desnudo y deseando mi
llegada.
Y tras este pequeño capricho que me di, me fui a la cama reventada completamente, y con una
sonrisa de oreja a oreja después del día tan intenso que había tenido.
SILVIA

Me encuentro dentro de la habitación de un hospital, creo, muy confusa y relajada, esto


segundo más que lo primero. Han debido de atiborrarme a tranquilizantes. Hay un médico con una
carpeta en la mano que no para de decirme cosas que no consigo entender. Me cuesta
concentrarme en algo por más de unos segundos.

El médico, tras cogerme de la mano y decirme “todo va a salir bien” ––de eso sí he
conseguido enterarme––, sale por la puerta entregándole la carpeta a la enfermera. Esta, tras
revisarme el suero, cogerme de la misma mano que el doctor, y decirme que todo iba a salir bien,
también igual que el doctor, me comenta que voy a recibir una visita que me iba gustar.
Asentí con la cabeza sin saber ni recordar el motivo. Alguna puerta en mi cabeza se había
cerrado con llave para no dejar salir nada del porqué me encontraba en esta habitación.

Al minuto de salir la enfermera la puerta se volvió a abrir, entró un chico bastante majete, de
mi misma edad calculé. Bastante tímido por lo que intuí. Cuando me dijo “hola” fue incapaz de
levantar la mirada del suelo. Estaba claro que no pertenecía al personal del hospital. ¿Quién era
entonces? Y, sobre todo, ¿qué quería de mí?

––Hola, ¿qué tal estás, Silvia? ––me preguntó tímidamente.

Silvia era yo, ¿no? Supongo que sí, eso ponía en la carpeta azul que tenía la auxiliar en su
mano, y también lo que pone en el cabecero de mi cama en un folio con letras Times New Roman
junto a mi historial de alergias. En ese apartado hay escrita la palabra “kiwi”.

No sé por qué se me vino a la mente la primera vez que comí esta fruta. La boca se me hizo
agua solo de pensar en su sabor dulce y ácido a partes iguales tan rico. De pequeña, mientras mi
madre me daba la espalda fregando los platos, en un descuido cogí uno, lo pelé silenciosamente, y
me lo eché a la boca. Qué bueno estaba, madre mía. Lo siguiente que recuerdo es cómo mi
garganta y mi boca comenzaban a picarme, comenzaban a picarme mucho. No podía dejar de
resoplar. Pedí a gritos a mi madre un poco de agua, me estaba asfixiando sin saber el porqué.

En cuanto mi madre se dio la vuelta y vio la piel del kiwi sobre la mesa y a su niña
suplicando por un poco de agua ––a estas alturas me ardía también todo lo relacionado con el
aparato digestivo––, soltó todo lo que tenía en la mano para cogerme en brazos, llamar a mi padre,
y salir los tres pintando hacia un hospital para inyectarme algo que consiguió que mi garganta
volviera dar paso al aire con normalidad.
Hoy, treinta años después, volvía a una habitación de hospital, pero esta vez el dolor lo sentía
mucho más abajo. ¿Habría contraído alguna infección? ¿Por eso me dolía tanto mi parte íntima?
¿Sería este tipo el causante de eso? La verdad que no tenía pinta de ir trasmitiendo enfermedades
sexuales, pero quién sabe. Y tampoco el dolor que sentía tenía pinta de infección vaginal. Ya había
yo pasado por eso y este dolor no me resultaba nada similar a otro que hubiera padecido antes.

––Lo siento ––dijo tras ver que a su saludo no le había contestado.

Se disculpaba, entonces tenía algo que ver en que yo estuviera aquí.

Me intentó agarrar de la mano, se la aparté enseguida. Malnacido hijo de puta, qué coño me
habrás pegado, putañero.

Vi cómo dos lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas, estaba arrepentido de verdad, no
sé de qué, pero estaba muy arrepentido. Fuere lo que fuere que me hubiera hecho estaba muy
dolido, casi tanto como mi vagina. Tuve que acomodarme algo mejor para ver si así remitía un
poco el dolor, estaba comenzando a ser insoportable. Seguramente los relajantes que me habían
suministrado estaban dejando de hacer su efecto. Y si esto era así mi teoría de haber contraído una
infección quedaba rota por completo.
Me daba cosa preguntarle quién era, no cabía duda que me conocía por algo más que ser
simples amigos.

Ahora mismo veía cómo estaba sufriendo al verme en la cama. Una persona que te acaba de
conocer y de echar un polvo no se pone de esa manera con nadie. Esto tiene más pinta de escena
de película la cual tu pareja viene a verte y tú no recuerdas nada debido a un golpe o trauma
sufrido. Así que eso me dejaba dos opciones, o me había golpeado o me habían atracado. O
también, ahora que caigo, podía haber pillado a este tipo, mi novio según mis divagaciones, con
otra chica en la cama y de ahí mi bloqueo, porque no he podido soportar esa escena. Aunque
claro, eso no explicaba mi dolor, así que algo se me escapa.

––Debí cogerte el teléfono ––dijo ahora llorando a lágrima tendida.

¿Debió contestarme? ¿Qué quiere decir eso? ¿Es que acaso me dio plantón y yo he hecho una
locura tras recibir su negativa?

––En la vida iba a pensar que podía ocurrirte algo tan horrible, si no, jamás te hubiera dejado
sola, no voy a perdonármelo nunca. Y nunca más voy a dejarte sola, nunca más, Silvia. Pero
quiero que me entiendas, y sepas por qué no te contesté. Ya no podía continuar más con una
relación como la nuestra.

Le cogí de la mano para que parara de hablar. Estaba claro lo que había sucedido ya. Éramos
pareja y no estábamos pasando por nuestro mejor momento. Él había decidido cortar, y yo en un
ataque de desesperación lo llamé para amenazarle con que si no volvía haría una locura. No me
cogió el teléfono y yo hice esa locura. Lo que aún no he logrado averiguar es qué es lo que hice
tan grave con mi vagina, y por qué lo pagué con ella para acabar en un hospital.
––Tranquilo, tus razones tendrías, pero todo va a volver a ser como antes. Si alguien tiene que
pedir perdón aquí soy yo, nunca debí hacer lo que hice, y mucho menos amenazarte con ello, fui
una estúpida.
Su cara de asombro me decía que algo no concordaba en mi historia. Seguramente fuera que
yo, en condiciones normales, era una persona muy orgullosa, y no está acostumbrado a que pida
perdón.

No dice nada tras mi disculpa, necesito que diga algo. No sé por qué, pero algo en mi interior
me dice que esta persona es muy importante en mi vida, no puedo perderla.
––Te quiero ––le dije tras ver que no se animaba a contestarme.

Estas palabras hicieron que su cara fuera más poema aún, ¿me estaría equivocando y esta
persona y yo no manteníamos ninguna relación? Me da que he metido la pata con esta declaración
tan repentina.

En ese momento se abrió la puerta para dar entrada a una auxiliar con una bandeja de comida,
era la hora de la cena. No tenía hambre, pero me venía que ni pintado para cambiar de tema y salir
del embrollo donde me había metido.
––Buenas noches, hoy tenemos para cenar merluza a la plancha, un poco de ensalada, un
yogurt de limón, y una riquísima pera. Veo que he interrumpido una conversación, así que voy a
dejar la bandeja donde no estorbe y continuo mi ronda. Se te ve mejor color de cara, me alegro un
montón que lo estés superando tan pronto. ––Me cogió de la mano tras decirme esto mientras me
miraba al igual que se mira a un perrillo abandonado que se encuentra en la calle. ¿A qué venía
esa mirada de dar pena? Tampoco había sido para tanto, ¿no?

––No la dejes sola, por favor. En estos momentos necesita toda la ayuda posible de su gente
más cercana. ––Pude oír cómo le decía al chico que un minuto antes me había declarado a él sin
saber si era mi novio, un amigo, un ligue, e incluso parte de mi familia. Este asintió con la cabeza
sin decir nada.

Una última mirada de la auxiliar antes de salir hacia mí, acompañada de un suspiro, y
volvimos a estar solos en la habitación este chico y yo.

Había un silencio incómodo, nadie se atrevía a decir nada, estaba claro que había metido la
pata hasta el fondo.

Se abrió otra vez la puerta, esta vez para dar paso a dos doctores. Uno se presentó como el
doctor De la Torre; por lo visto es el que llevaba mi caso; y la otra persona se presentó como la
doctora Vílchez, cuya especialidad era Psiquiatría.

Le pidieron al chico si podía dejarnos solos, necesitaban hablar conmigo unos minutos a
solas. Este de nuevo asintió sin pronunciar palabra alguna. Estaba claro que la conversación no
era su fuerte.
En cuanto salió por la puerta me preguntó la doctora cómo me encontraba.

––Bien, cómo me voy a encontrar ––le contesté––. me duele mi parte íntima, pero ya está,
solamente eso. ¿Cuándo podré marcharme?
Mi contestación por lo visto no era la esperada. Hoy estaba que me salía en este aspecto, al
parecer. Se miraron el uno al otro bastante sorprendidos. ¿Qué coño le pasaba a todo el mundo?
Ya estaba cansada de tanto misterio y miradas de pena y asombro. Decidí preguntarle sin rodeos
el motivo de mi ingreso en el hospital y salir de dudas de una vez por todas.

––¿No lo recuerdas? ––Volvió a preguntarme la psicóloga.

––No, es evidente, por eso le hago la pregunta ––le contesté de malas maneras.

––Bueno, la verdad que no sé ahora mismo si es buena idea que vuelvas a revivir un trauma
como ese. Cuando tu cerebro lo ha bloqueado es porque piensa que debe protegerte aún. Pero
tienes todo el derecho a saberlo. Además, siempre he sido partidaria de que uno debe afrontar de
frente sus problemas. Relájate, por favor, Silvia, voy a leerte el informe que nos ha facilitado la
policía, y nuestro informe clínico tras una primera valoración.

Intenté relajarme, pero no podía. Algo en mi interior hizo saltar las alarmas; quizás no había
sido buena idea, como dudaba la doctora, saber tan pronto la verdad.
Comenzó a leer el informe policial. Yo cerré los ojos, respiré hondo, y me puse a escuchar
atentamente mi historia.
PABLO

Me dan permiso para entrar en su habitación, lo hago lentamente. No me atrevo a levantar la


mirada, noto cómo mis ojos van a empezar a producir lágrimas de un momento a otro.

Me está mirando, lo presiento; sus ojos están fijos en mí, seguramente maldiciéndome por
dentro por no haberla ayudado, por no haber estado a su lado. Al fin me atrevo a levantar la
mirada y enfrentarme a la suya. Me está sonriendo. Me sorprendo, no está ni mucho menos
enfadada, al contrario, parece que mirándome así quisiera coquetear conmigo. Es lo último que
me esperaba. Le pregunto cómo se encuentra, ahora me mira extrañada, parece que está intentando
recordar las circunstancias que le han llevado hasta la habitación del hospital, y a alguien, a mí en
concreto. Nadie me ha comentado nada de que pudiera tener pérdida de memoria, así que el que
mira extrañado ahora soy yo.
No me contesta, le digo que “lo siento”. Su expresión pasa ahora de dubitativa a asombro. No
tiene ni idea a lo que me estoy refiriendo.

Se abre la puerta para dar entrada a dos doctores, se presentan ante nosotros. Uno de ellos
por lo visto es especialista psicología, mal asunto. Me invitan amablemente a salir, necesitan
hablar con ella a solas. Por supuesto, les digo que sí y salgo de la habitación. Y aunque suene mal,
agradezco abandonar esa habitación en ese momento.

Me siento incomodo, inútil, sin saber qué decir ni en qué poder ayudar.

––Tienes que entender el gran trauma que ha vivido Silvia, es normal que su cerebro haya
intentado eliminarlo, es su mecanismo de defensa. ––Intentó consolarme la auxiliar que me había
dado permiso para entrar a verla minutos antes, y que se encontraba en el pasillo justo enfrente de
la habitación de Silvia al ver las lágrimas que comenzaban a inundar mi rostro––. Normalmente,
en pocos días, vuelven a recuperar la memoria por completo, necesita un periodo de adaptación.
Verás como de aquí a nada estáis de nuevo paseando cogidos de la mano, en las salas de cine, o
cenando en algún restaurante. Volveréis a hacer vida de pareja con normalidad.

––No somos novios ––le contesté con desgana y sin saber por qué había decidido dar fin a mi
mentira.
––¿Eh? Ah, lo siento, no sé de quién pude escuchar que erais pareja.

––Seguramente de mí, es lo que dije cuando llegué con ella al hospital para que pudierais
darme noticias sobre su estado y dejarme verla sin impedimentos. Pero tan solo somos amigos,
buenos amigos, pero solamente eso.

––Tranquilo, te guardaré el secreto para que puedas seguir estando con ella ––me dijo tras
unos segundos en los que estuvo sopesando la respuesta––. Seguro que tu amiga se va a recuperar
pronto, se ve que es una chica muy fuerte.
Asentí con la cabeza intentando esbozar una media sonrisa, pero fue en vano. Poco varió de
expresión mi rostro.

––¡Noooooooooooooooo! ––Escuché gritar a Silvia desde el otro lado de la puerta.

Entré sin pensármelo, empujando incluso a la auxiliar que se encontraba en medio de mi


camino. Más tarde le pediría perdón por ello, ahora lo único que me interesaba era saber qué
coño había provocado el grito desgarrador de Silvia.
Se encontraba totalmente ida, ni siquiera los dos doctores juntos podían mantenerla quieta, no
paraba de dar golpes al colchón, a las barras laterales de la cama que servían para que el paciente
no se cayera de ella, y a toda persona que se entrometía en su ataque de cólera.

––¡Noooooo! ¡Es imposible que eso me haya pasado a mí! ¡Imposible! No, por Dios, decidme
que es mentira, nadie me ha podido hacer eso que decís. Nadie, nadie puede ser tan hijo de puta
como para hacer eso. ¡Dejadme sola! ¡No quiero saber nada de vosotros! ¡Fuera de aquí,
cabrones! ¡Fuera de aquí! ––gritaba a lágrima tendida.

––¡Tranquila, Silvia, solo quieren ayudarte al igual que yo! ¡Por favor, tranquilízate! ––le dije
nada más entrar en la habitación.
––¡¿Tú?! Cabrón, esto es por tu culpa, debías haberme cogido el teléfono, todo esto es por tu
culpa. Abandoné el piso de Luis y te llamé para que vinieras a por mí y pasaste de todo, no
quisiste saber nada. Y mira. ––Se levantó la bata del hospital para enseñarme a mí, y a todos los
que estábamos presentes en la habitación, su parte íntima. Parte íntima que estaba completamente
irritada e inflamada. No hacía falta ser ningún médico para ver que había sido forzada para hacer
algo que no quería.

De nuevo no pude evitar que las lágrimas inundaran mi cara, no sabía cómo excusarme, nunca
le había visto un enfado de esa magnitud, algo de lo más comprensivo, por otra parte.

––¿Qué? ¿No dices nada? ¿No dices nada, cabrón? ¿Te quedas callado? ––Ahora fue ella
quien comenzó a llorar. Yo le llevaba bastante ventaja en eso.
Los dos doctores que se encontraban en la habitación, junto a la auxiliar que acababa de
entrar también, estaban intentando tranquilizarla, pero no había manera.

De repente se quedó mirándome fijamente, inmóvil, sin ni siquiera pestañear.

Si digo la verdad, prefería a la Silvia enfadada. Ahora mismo no tenía ni puta idea de lo que
le pudiera estar pasando por la cabeza.
Me extendió los brazos para que le diera un abrazo. Todos los presentes nos quedamos
sorprendidos, mirándonos los unos a los otros. En un segundo, pasó de la desesperación, de no
querer saber nada de nadie, a la necesidad de un gesto afectuoso.

Me acerqué lentamente a ella con los brazos extendidos al igual que ella me recibía. Iba con
algo de miedo, no sabía si iba a pasar de repente otra vez a otro estado de ánimo una vez
abrazados.
Y no me equivocaba mucho, justo cuando mis manos rozaron su espalda se echó para atrás
dando un grito de terror.

––¡No me toques! Por favor, aléjate de mí ––me decía asustada. Aterrorizada más bien.

¿Qué le pasaba ahora? Me dice que soy un hijo de puta para luego pedirme un abrazo, y
cuando me acerco para dárselo, me dice que me vaya. No entiendo nada.
Me alejé un poco, pero enseguida me reclamó que no me fuera.

––¿Qué quieres que haga? ––le pregunté.

––Que te quedes a mi lado, pero no me toques, por favor. No sé qué me pasa, pero me
aterroriza que alguien pueda rozarme la piel, incluso tú, Pablo. Aunque sepa perfectamente que
eres incapaz de hacerme daño.
––Como quieras, me sentaré a tu lado todo el tiempo que necesites.

Asintió con la cabeza, y tras ello pidió a todo el personal sanitario que se encontraba en la
habitación que, por favor, nos dejaran solos. Estos accedieron con la condición de que a cada hora
se pasaría un auxiliar para preguntar cómo se encontraba, y que al final de la noche volvería la
psicóloga para hacerle unas cuantas preguntas más. Aceptó la condición.

Así que ahora nos encontrábamos solos en la habitación. Yo mirándola en silencio, esperando
que me dirigiera alguna palabra para empezar a entablar una conversación e intentar que todo
fuera como antes lo antes posible. Y ella con la mirada puesta en dirección a la ventana sin apenas
pestañear. Ninguno de los dos se decidía a decir nada. Y así pasamos la primera hora con la
correspondiente ronda de visita.
––¿Todo bien? ––preguntó el auxiliar. Esta vez era un chico bastante jovencillo quien se
acercaba hasta la habitación de Silvia.

Me sobresaltó, no me lo esperaba. Tanto silencio me estaba dejando medio dormido.

––Todo igual que cuando se marchó su compañera––contesté yo. Silvia no estaba por la labor
de decir nada, al parecer.
Este observó unos segundos a Silvia.

––Si necesitáis cualquier cosa no dudéis en pulsar el botón. Si no, nos vemos en la siguiente
hora ––dijo tras dar su visto bueno.
Y esta misma acción se repitió una hora después. Lo que sí varió de la anterior visita es que
en esta le pedí que se quedara con ella un par de minutos para no dejarla sola. Necesitaba salir al
final del pasillo para tomarme un café de la máquina expendedora que allí se encontraba. Tenía
que mantenerme despierto, no quería encontrarme dormido cuando Silvia decidiera decirme algo.

––No ––se negó Silvia a mi petición al auxiliar. Era la primera palabra que pronunciaba en
dos horas.
Nos dejó sorprendidos a los dos, no nos esperábamos esa reacción. No quería que la
abandonara de nuevo. Por suerte para mí, el auxiliar se ofreció a traerme ese café.

––¿Te vas a venir a mi piso cuando me den el alta? ––me preguntó en cuanto salió el auxiliar
a buscarme ese café con el propósito de quitarme el sueño.

––Claro que sí, Silvia, estaré contigo el tiempo que necesites. Me paso antes por el mío para
coger unas cosillas que necesitaré, y me acomodo en tu piso ––le respondí.
Preferí no comentarle y callarme que iba a ser difícil que le dieran el alta tan pronto, y que
me hubiera gustado que esa proposición hubiera llegado antes y en condiciones muy diferentes,
pero estaba de más, ya daba igual lo que yo pudiera sentir o dejar de sentir por ella, nada iba a
cambiar el pasado.

No se escucharon más palabras en esa habitación esa noche. Y por mucho que quise
resistirme a quedarme dormido, no lo conseguí. No sé si ella, cuando esto ocurrió, seguía
despierta o no, solo sé que cuando yo desperté, que fue cuando de nuevo un auxiliar entró para
dejar la bandeja con el desayuno de Silvia, ella ya se encontraba vestida, sentada sobre la cama, y
con la mirada, al igual que cuando me dormí, puesta en la ventana.

––Vaya, sí que has madrugado hoy. Te veo muy bien, te has levantado con el guapo subido ––
le dijo esta nada más dejar la bandeja sobre la pequeña mesita que se encontraba a la izquierda de
la cama.

––¡No, no, no, no quiero verme guapa, no quiero que me vean guapa, no quiero, no quiero! ––
comenzó a gritar Silvia.

La auxiliar se asustó, y más todavía cuando a los gritos Silvia le sumó unos tremendos tirones
de los pelos. ¡Se los estaba arrancando a puñados! Estaba completamente ida.

Tuve que ser yo quien fuera hacia ella para intentar calmarla, pero no me quedó otro remedio
que a la fuerza. En cuanto la agarré de las manos, para evitar que se hiciera más daño, ella empezó
a gritar que la soltara, que me alejara, que le estaba haciendo daño.
Por fin la auxiliar pudo reaccionar y fue a buscar al enfermero para que le pudiera
suministrar algún calmante. Y justo al minuto de inyectarle Diazepam, comenzó a relajare.

Me senté a esperar a que volviera a despertar. ¿Qué iba a hacer si no? Y en esa espera se me
hizo raro estar quieto sin hacer nada.
Ya no estamos acostumbrados, o no queremos tener tiempo libre para nosotros, para no poder
darle muchas vueltas a la cabeza a las decisiones que hemos tomado últimamente.

Para evitar pensar en nosotros tenemos el móvil. Lo cogemos y empezamos a ver redes
sociales, mensajes de correo electrónicos, las noticias que según nuestro historial de búsqueda
nos manda Google que leamos, la programación para el fin de semana, cientos de cosas
intranscendentes que la mayoría nos importa una mierda, pero nos mantiene entretenidos. Así que
me levanté para poner mi móvil a cargar. No sé cuántas horas llevaría apagado, pero necesitaba
matar el tiempo sin torturarme demasiado.
En cuanto se encendió comenzó a emitir sonidos de aplicaciones que creo no haber
escuchado nunca. Coño, se pasa uno un día y medio sin estar atento al móvil y parece que se ha
acabado el mundo. Notificaciones de Facebook, de Instagram, mensajes de correo, de WhatsApp,
de Meetic ese. Pufff, me dieron ganas de volver a apagarlo. Nada más ver la cantidad de iconos
que se situaron encima de la imagen de mi fondo de pantalla me estresé.

Un mensaje de mi jefe, preguntándome cómo iba de avanzado mi próximo proyecto, me


recordó que no podía aislarme de la vida tan fácil como creía, por mucho que hubiera prometido
no alejarme de Silvia y estar con ella todo el tiempo que fuera necesario.

Poco a poco fui contestando y mirando todas las alertas del móvil hasta que por fin solo me
quedaba una de la aplicación de Meetic por desactivar. Miré a Silvia antes de abrirla. Seguía
durmiendo. Pensé en borrarla sin hacer caso a las novedades que me advertía, ¿para qué saberlas?
Pero el aburrimiento, y la curiosidad que sentía por lo que pudieran pensar de mí, decantaron la
balanza.
Muchas sugerencias de mujeres afines a mí, según el baremo que usaba la aplicación, y tres
mensajes de algunas de ellas. Me metí en el primero: “Hola, qué tal, ¿te apetece una noche
divertida?”, me preguntaba una tal Rosademisueño24 con una foto de perfil en la que se le veían
más tetas que otra cosa.

Joder, yo creía que esta aplicación era seria y no dejaba que hubiera perfiles de este estilo.
Para terminar pagando por follar no me hacía falta darle mis datos personales a nadie, me voy de
putas y listo.

Le di a borrar enseguida. El segundo mensaje era más lógico para empezar a entablar una
conversación: “Hola, ¿qué tal? He visto que al igual que yo llevas poco tiempo registrado en
esta red social, y no sé por qué, pero me ha dado confianza tu foto de perfil. Así que después de
un par de horas he decidido escribirte. Espero que no te importe”.
En condiciones normales, por supuesto que le hubiera contestado, y animado a quedar con
ella si hubiera querido, pero no era el caso. Así que le di a borrar este mensaje también.

Y el tercer mensaje era de Paula, ¡joder! Le había dado plantón y solo había tenido la
decencia de disculparme con un simple mensaje que ni siquiera decía el motivo por el cual no
pude asistir. Seguro que me escribía para mandarme a la mierda, y con toda la razón del mundo,
también hay que decirlo. Según me comentó, gracias a mí volvía a confiar en los hombres. Y yo
voy el tercer día y la dejo tirada. Me he coronado, sí señor, con dos cojones.

Qué menos que contestarle ahora algo e inventarme una excusa para no seguir hablando más
con ella sin que crea que este cambio de actitud ha sido por culpa suya.
“Me he enterado de lo de tu amiga, lo siento mucho. No te preocupes por no haber podido
avisarme de que no vendrías a la cita, es normal que no te acordaras siquiera. Espero que esté
lo mejor posible dentro de lo que se puede estar tras ese horrible suceso. Un beso fuerte, estoy
aquí para lo que necesites, si quieres, claro”.

¿Cómo? ¿Sabía lo de Silvia? ¿Cómo era posible eso? Aunque daba por hecho que su caso ya
habría salido en todos los medios e incluso en las redes sociales, no tenía ningún dato para saber
que era amiga mía. ¿Cómo pollas lo sabía entonces? ¿A lo mejor algún transeúnte grabó con su
móvil cuando corrí hacia ella en el paseo marítimo para abrazarla y me vio? No, es imposible,
físicamente no sabe cómo soy, tan solo con la foto de perfil que puse en la página esta no puede
saber que era yo el chico que estaba desesperado viendo cómo a su amiga la habían violado.
Además, estoy bastante cambiado desde que me hice esa foto.

No puedo quedarme con las dudas, tengo que preguntarle cómo sabe el motivo por el cual no
fui a nuestra cita.
“¿Cómo puedes saberlo tú?”
PAULA

¡Pufff! Qué dolor de cabeza, qué mal, no puedo ni abrir los ojos. No me acuerdo de nada,
espero no haberla liada anoche. ¿Qué hora es? ¡Joder! ¡La cuatro del mediodía! Ya llego una hora
tarde al trabajo. ¡Ahhh! No puedo levantarme, la cabeza me va a explotar y se mueve toda la puta
habitación. No puedo ir a trabajar así, debo de llamar para decir que estoy mala, y si se enfadan,
que se enfaden. Y si quieren echarme, que lo hagan, tampoco voy a perder mucho. Además, ya
estoy hasta el mismísimo de ese trabajo, lo que voy a hacer es llamar para decir que ya no voy a ir
más. Sí, eso voy a hacer, mandarlos a la mierda. Tengo suficiente dinero ahorrado como para vivir
unos meses bastante tranquila. Directamente le mando un mensaje a Javier diciendo que tenga mi
finiquito preparado para la semana que viene.

Puff, cuántos mensajes tengo sin abrir en el móvil, qué pereza tener que leerlos todos, pero no
me queda otra. Solo espero no enterarme de algo malo que hice y que no recuerde de anoche.
El primero es de amiga, que qué bien lo pasamos anoche, que tenemos que repetir, que si bla
bla bla. Claro que sí, guapi, otra noche repetimos. El siguiente es de mi encargado, que hoy no me
he presentado al trabajo y que no me moleste en ir más, que me hará un ingreso de lo que me debe
la empresa y listo.

Pues mejor así, ya ni llamadas tengo que hacer, se han adelantado ellos.

También tengo un aviso de Meetic diciendo que Pablo me ha contestado. ¿Me ha contestado a
qué? No recuerdo que se nos quedara ninguna conversación pendiente. Verás tú si al final mis
presagios de que ayer la lié son ciertos.

Me metí en la aplicación y lo primero que veo es el mensaje que supuestamente Pablo


respondió al mío.

¡Adiós! He metido la pata hasta el fondo. ¿Cómo he podido ser tan gilipollas? Ahora qué
mierda le respondo… ¿Cómo le digo que en verdad sabía quién era? Me ha pillado hasta el fondo;
lo mejor que puedo hacer es contarle toda la verdad. Ya sabía yo que no iba a ser buena idea no
decirle quién era de primeras. Pero bueno, ya da igual. Total, es tontería después de todo lo que ha
pasado, no ha salido la cosa como pensaba.

“No voy a seguir escondiéndome, Pablo. Te mentí, yo sabía quién eras cuando te mandé el
primer mensaje para hablar contigo”.
Enseguida el chat me decía que Pablo me estaba contestando. ¡Joder, qué nervios! Seguro que
me manda a la mierda.
“¿Quién eres?”

Fue claro y directo. Mejor así, sin duda.


“La camarera que lleva sirviéndote el café dos años seguidos, el mismo tiempo que llevo
enamorada de ti”.

Pasé unos minutos de nervios hasta que por fin se decidió a contestarme. La resaca se me
había pasado por completo en estos minutos de tensión, ya ni se acordaba mi cuerpo de todo el
alcohol que le había suministrado la noche anterior.

“¿Eres Paula, la camarera de la cafetería?”

“Sí, soy Paula. La chica que no se ha atrevido a pedirte una cita directamente. Me da
vergüenza reconocerlo, pero me daba miedo que me dijeras que no”.

“Te entiendo perfectamente, conozco esa sensación, pero te puedo asegurar que no te hubiera
dicho que no”.

Claro que me entiende, lleva él más tiempo que yo metido en el mismo hoyo sin poder salir.
Si no estuviera Silvia por medio la cosa cambiaría por completo, ojalá salga bien lo planeado.
“Me he enterado por la televisión de lo que le ha pasado a tu amiga, lo siento mucho. Y
quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que quieras, aquí estaré. Para escucharte,
para ayudarte en lo que necesites, para tomarnos ese café pendiente… lo que sea, Pablo”.

Quizás esto último sobraba; ahora mismo no era el momento indicado para intentar tener una
cita con él, se veía muy egoísta por mi parte. Me di cuenta de mi gran error justo cuando pulsé el
botón de enviar. Si quería tener algo finalmente con él, debía armarme de paciencia.

“Gracias”.

Fue lo único que me contestó.

Seguramente será lo máximo que podré conseguir de él, un agradecimiento, como tantas veces
me he repetido. Ya está, le contesto con un “de nada”, y finito. Se acabó, enterrado y olvidado por
mi bien. Me desconecto de esta mierda de aplicación, y me pongo a desayunar, aunque sea
bastante tarde para esto, mientras ojeo ofertas de trabajo en el móvil.

No, no haré esto, mejor tomo algo sin hacerle ni puto caso al móvil. A tomar por culo el
Internet por un rato. Debo desconectar de todo y pensar en mí que hace años que no me paro a
hacerlo. Y ahora, por lo pronto, lo que voy a hacer es prepararme una buena tostada de jamón con
queso, y un cafecito bien caliente, caliente al igual que la ducha que me pienso dar. Luego saldré a
pasear por el parque, tomaré un par de tapas, e iré al cine a la sesión de las nueve. Luego ya iré
viendo qué más hacer, improvisaré.
“Pin–– pin”
¿Eh? Ese es el sonido que hace la aplicación de Meetic cuando recibo una notificación nueva.
Es Pablo, me acaba de escribir otro mensaje. Que si no me importa charlar un rato más con él me
pregunta, que lo necesita. ¡Pues claro que no me importa!

“Por supuesto que no me importa, háblame todo el tiempo que necesites”.

Estuvimos chateando un par de horas hasta que tuvo que decirme que continuábamos luego,
que tenía que dejarme porque había venido la policía y tenían que hacerle unas preguntas.

Nos despedimos con un hasta luego, y un emoticono por mi parte lanzando un beso con un
corazoncito. Él me respondió con otro sonrojado. Al parecer no estaba yendo tan mal como
pensaba. No estaba enfadado conmigo por ocultarle que ya sabía quién era él, y por lo visto
tampoco se le había pasado el interés por conocerme. O eso creía al menos.

Bueno… pues cambio de planes de nuevo. Tras el baño relajante que pienso darme, lo
prefiero ahora antes que la ducha, toca depilarse por completo, y cuando digo por completo es por
completo––no pude evitar que se me escapara una sonrisa lasciva al imaginarme la escena en la
que me encontraba completamente desnuda sobre las sábanas de la cama de Pablo, o sobre
cualquier otra cama, me daba igual, esperando que él, desnudo también, se echara sobre mi cuerpo
para besarme y penetrarme por primera vez. Pero un momento ––recordé–– ya me depilé por
completo ayer, mejor, una cosa menos que hacer.
Pero todo a su tiempo, vamos por partes. Lo primero es lo primero, así que vamos llenando
la bañera, poniendo algo de música, y eligiendo la ropa interior que voy a ponerme para el día de
hoy. Que lo mismo tras la charla que me ha prometido tener luego terminamos en la casa de alguno
de los dos. ¡Ayyy, qué nervios! Cómo he pasado de un estado de resignación y negación a otro de
optimismo y felicidad, qué poco necesita la vida para hacernos ver lo bonita que es. Con tan solo
una frase me ha hecho confiar en ella de nuevo.

Esta noche, Pablo “nos vamos a la cama sin pijama, sin pijama. Na nana nana nana”, me
puse a cantar animada.
SILVIA

¿Qué ha pasado? Me duele un montón la cabeza, como si me hubiera levantado tras una
resaca de época. ¿Dónde está Pablo? Uff, menos mal, sigue aquí. Qué bueno ha sido conmigo
todos estos años a pesar de que lo he tratado a patadas. Lo quiero, ahora lo sé seguro, él ha sido
siempre el amor de vida. Qué atractivo se ve ahí sentado concentrado en su móvil. Seguramente
está ojeando su correo electrónico para cerciorarse que todo en el trabajo va bien. Le estoy
robando mucho tiempo de su vida, no se merece esto, y más sabiendo cómo he sido con él. ¡Si
hasta le he pedido que me lleve a la casa de los chicos con los que me iba a acostar! Cómo no vi
que estaba enamorada de mí, qué daño le he tenido que hacer.

Sonríe, tiene una sonrisa perfecta. Pero, un momento, a los correos del trabajo no le sonríe
nadie. Esa sonrisa solo te sale cuando estás chateando con alguien que te gusta. Seguro que es así;
he llegado tarde, ya se ha fijado en otra. Es lo más normal, nadie puede estar esperando toda la
vida por algo o a alguien por muy bonito que sea eso.
Ahora lo que debo tener claro es no entrometerme en esa relación, ya le he hecho bastante
daño. Si sigue queriendo estar conmigo que sea él quien lo decida. Yo solo espero que si eso llega
a pasar, esté completamente recuperada para recibirlo como merece.

––Pablo.

––¿Eh? Silvia, ya estás despierta. ¿Cómo te encuentras?

Soltó el móvil de repente y cayó sobre el suelo. Sonó el característico sonido de pantalla
rota, pero le dio igual; solamente se preocupó de ver cómo me encontraba. Lo mismo me he
equivocado y lo que le ha sacado esa sonrisa es algún video gracioso de esos que se mandan los
colegas por WhatsApp. Yo creo que no, pero lo mismo estoy equivocada y lo tengo fácil, más fácil
de lo que pensaba para terminar junto a él.

––Mejor, con un poco dolor de cabeza, pero mucho mejor. ¿Podemos irnos ya? Bueno… si
quieres, claro está, no te puedo obligar a venir conmigo.

––No, no, tranquila, ya te dije que me iba a ir contigo el tiempo que hiciera falta.

––¿De verdad que no te importa? ––Te quiero––. ¿Y tu trabajo?

––Tampoco te preocupes por eso. Tú ahora te vas a dedicar a estar en casa tranquila, a
pasear, ir al cine, comer lo que te dé la gana, a hacer lo que te apetezca, vamos, sin obligaciones
algunas. Ya verás como con unos cuantos mimos te recuperas enseguida, y ya mismo estás de
nuevo dando saltos en algún pub de esos de moda.
––Creo que voy a cambiar un poco la rutina que llevaba después de esto. No voy a salir tanto
de fiesta, estaré mejor. ––Espero que contigo––. El sábado por la noche en casa con una pizza y
viendo una película. Así aprovecharé también el domingo para salir a andar y descubrir sitios. ––
Ojalá sea contigo también––. Tú podrías enseñarme algunas rutas, ¿no sueles salir mucho a andar?

––Sí, claro que te llevaré a andar si quieres, y me alegra ver esa actitud tan positiva que
tienes. Pero poco a poco, Silvia. Lo primero ya sabes lo que es.
––Que sí, pesado, puffff, recuperarme pronto, ya me lo has dicho tropecientas veces. ¿No
crees que la manera más rápida de conseguirlo es haciendo planes y manteniéndose ocupada?

––Esa parte del plan me parece estupenda, lo que no me cuadra mucho es que han pasado
poco más de veinticuatro horas de tu vio… incidente, perdón, y parece que estuviéramos aquí solo
por un simple esguince, o por tener una pequeña piedra en el riñón.

La verdad es que no sabía qué contestarle a eso. Todo lo que decían que me había pasado en
mi cabeza circulaba como si hubiera sido un sueño, como si no hubiera sucedido en realidad. Pero
mi estancia en el hospital y los dolores intensos en mi parte íntima, cuando pasaban los efectos de
los tranquilizantes que me suministraban, me confirmaban que ni mucho menos había sido tan solo
una pesadilla.
No pude evitar llorar al pasarse por mi mente recuerdos salteados de esa noche. Lloraba por
ver cómo lo había jodido todo. Estaba muy a gusto ese día con Pablo hablando y tomándonos unas
copas hasta que recibí el mensaje de Luis diciéndome que estaba solo en casa. ¿Por qué mierda
fui? No quería hacerlo y aun así fui. A partir de ahí todo fue de mal a peor.

––Perdón por querer superarlo lo más rápido posible ––le contesté enfadada. Pero ni mucho
menos lo estaba; tenía toda la razón, no era muy normal mi reacción, o eso creía yo también, pero
el pensar que por fin podía haber encontrado al hombre de mi vida me hacía olvidar todo lo
anterior.

Se quedó un poco pensativo, creo que me había colado con la contestación; había sido de
muy malas maneras, no se merecía que le hablara así.
––Y… y lo siento también por lo mal que te he respondido, no te lo mereces. ––Intenté
suavizar la conversación.

Extrañamente se echó a reír. Qué sonrisa más bonita tenía. Era una sonrisa sincera, de las
pocas que hoy en día se reciben, pero no tenía ni puta idea del motivo de esa reacción. Él lo tuvo
que notar en la expresión de mi cara porque se acercó para tirarme un pellizco cariñoso en la
mejilla. Yo, inconscientemente, lo aparté de mí con un manotazo cuando vi sus intenciones. Tanto
él como yo nos quedamos sorprendidos por mi reacción, ninguno de los dos nos lo esperábamos, y
ni mucho menos yo cuando lo que deseaba era justamente eso, que me tocara en todas las partes de
mi cuerpo.

No dijo nada, me medio sonrió y se dio la vuelta para sentarse de nuevo en la silla que le
había servido de cama esa noche. Yo tampoco sabía qué decir, y así en silencio estuvimos hasta
que una pareja de policías entró en la habitación sin ni siquiera tocar la puerta.
Enseguida se dieron cuenta de su falta de discreción y nos pidieron permiso para pasar una
vez dentro.

––Ya lo estáis ––contesté yo de malas maneras.

––Lo siento, tuvimos que pedir permiso antes de entrar, pero como vimos que la puerta estaba
abierta… ––Se excusaron al notar que no me había sentado nada bien su indiscreción.

––Ya da igual, díganme el motivo de su visita, ¿han dado con quien me hizo esto?

––Todavía no, pero tenemos novedades sobre el caso.

––¿Y a que esperan para decirlas? No han necesitado permiso para entrar, no creo que lo
necesiten tampoco para hablar.

––Silvia, por favor ––me pidió Pablo.

Su pequeña reprimenda consiguió que me calmara, estaba ardiendo por dentro. La pareja de
policías estaba pagando el enfado tan grande que tenía. Aún no daba con la explicación del porqué
de mi rechazo a la muestra de afecto de Pablo.
––Perdón ––me excusé ahora yo con ellos.

––No hay nada que perdonar, señora. Bueno, hemos venido porque hemos pensado que les
interesaría saber los adelantos del caso. Lo primero es que la vio… la penetra… vaya, perdonad,
pero no sé muy bien cómo decirlo para que no suene tan fuerte.

––Iba bien, la violación. Fue una violación y como tal debe juzgarse en cuanto se encuentre al
culpable. Y sí, es algo bastante fuerte, debe de sonar así, se diga cómo se diga ––le contesté
ofendida. ¡Qué mierda era esa de que sonaba fuerte! ¡Pues normal, cómo va a sonar si no, me han
follado a la fuerza golpeándome para conseguirlo!
––Vale, pues los análisis realizados nos han confirmado que la penetración no fue con un pene
al uso.

––¿Qué? ¿Cómo que no fue con un pene al uso? ¿Eso qué significa? ¿Quién me ha violado no
tiene polla y en su lugar tiene otra cosa evolucionada tipo X–men? ¿Ha abusado de mí un mutante
o que mierda me está contando?

––Silvia. ––De nuevo me recriminó Pablo, pero esta vez no consiguió calmarme.

––Lo que queremos decir es que utilizaron un consolador para la penetración.

––¿Un consolador? ––Tanto en la cara de Pablo como en la mía se nos notaba el asombro de
la noticia––. ¿Y por qué haría algo así? ¿Qué gana con eso?

––Se sorprendería y asustaría con algunos gustos sexuales de la gente. El problema es que no
hemos encontrado aún ninguna huella ni rastros donde poder buscar ADN del asaltante.
––Recuerdo, creo recordar más bien, haber visto un preservativo a mi lado cuando desperté.
––Sí, así es. Lo hemos analizado también y hemos interrogado a la persona que coincidía con
la muestra y estaba en nuestra base de datos. Un tal Luis Martín.

––¿Luis? ¿No será ese el Luis con quien te dejé esa noche? ––me preguntó Pablo exaltado.

––Sí, creo que su apellido era ese ––respondí.

––No me jodas ¿Y estaba fichado por la policía y no lo sabías? ––Pummm, golpeó la pared
con el puño cerrado––. Lo mato, te juro que mato a ese desgraciado. ––Enseguida la mano de
Pablo comenzó a sangrar del golpe tan fuerte que dio contra la pared.

––No, no puede ser. Era un tipo un poco gilipollas, pero incapaz de hacer tal barbaridad. No
sé el motivo por el cual aparece en la base de datos de la policía. Pero te aseguro que por algo
relacionado a esto seguro que no.
––Llama a una enfermera que le eche un vistazo a esa mano ––dijo el policía que nos estaba
hablando a su compañero, que se mantenía un poco al margen de todo. Este asintió y abandonó la
habitación acatando la orden.

––¿Lo conocíais entonces? Eso cambia bastante el caso.

––¿En qué cambia exactamente? Es demasiado sospechoso que un condón suyo esté en el sitio
donde ocurrió mi agresión, pero apostaría que él no ha tenido nada que ver en esto.
––¡Qué coño no ha tenido que ver! El hijo de puta ese te metió la polla esa de plástico para
no dejar ninguna huella de la barbaridad que tenía planeada. Pero es tonto hasta para eso, se
excitó demasiado, no pudo reprimirse, y se hizo una paja después. Eso fue lo que pasó. Y lo
siguiente que va a pasar es que va a tener que hacer una visita al hospital cuando lo encuentre
antes de pasar por la cárcel.

––No, Pablo. ––Intenté calmarle––. No tiene lógica ¿por qué utilizar el condón para tocarse
cuando podía hacerlo sin ponerse nada?

––¡Para no dejar pruebas! ¡Para no esparcir su semen de hijo de puta! Lo que pasa es que es
gilipollas aparte de violador, y seguramente en vez de guardarlo en el bolsillo y tirarlo lejos de
allí lo soltó. Quizás se le cayó en el almacén por salir deprisa del lugar. Lo mismo escuchó algún
ruido que le asustó y tuvo que escapar a toda prisa de allí sin darse cuenta de su fallo.
––No, tiene razón Silvia. Algo no cuadra. En las pruebas que se han realizado al esperma
encontrado en el preservativo han revelado que ya llevaba un par de días tirado en el lugar de los
hechos.

––¿Cómo que llevaba un par de días? ¿Qué quiere decir con eso? ––le preguntó Pablo.

––Pues hablando mal y claro, que se corrió en ese mismo lugar dos días antes de que a Silvia
la asaltaran.
––¿Cómo va a ser eso?, demasiada coincidencia.
––Es mucha coincidencia, pero teniendo en cuenta que es un sitio cercano a una zona de fiesta
y de botellón, y que no le pilla lejos de su casa, no sería tan raro como parece. Aparte de que tiene
una cuartada. Ya hemos estado hablando con él y se pasó toda la noche con una amiga en su piso
después de que Silvia se marchara. Es más, la chica continuaba allí cuando llegamos. Él
reconoció sin problema también que hace dos días conoció a una chica en la discoteca “El
Éxtasis”. Una chica que no había visto antes, que congeniaron bastante bien y terminaron en ese
lugar teniendo sexo después de haber bebido mucho. Cree recordar que no dejó el preservativo en
el suelo, que se lo metió en el bolsillo y lo tiró en una papelera cercana, pero iba demasiado
bebido esa noche para confirmar al cien por cien que así lo hizo. Que lo mismo sí lo dejó allí
tirado.

De la chica dice que no ha vuelto saber nada más de ella, y que sería incapaz de hacer daño a
ninguna mujer.
––¿Y del daño psicológico le ha comentado algo? ––le interrumpió Pablo.

––¿Cómo dice?

––Digo que ese tío es un hijo de puta con las mujeres, y si ha tenido algo que ver con esto me
enteraré.
––Le pido que nos deje trabajar a nosotros. Si Luis ha tenido algo que ver en esto le aseguro
que lo demostraremos, pero de momento solo podría ser culpable de tirar basura en la vía
pública.

––Pablo, te aseguro que él no ha tenido nada que ver. Que es un cabrón con las mujeres
porque se aprovecha de que está bastante bueno, sí. Que además la labia que tiene le vale para
conseguir a la que quiera, también. Pero violador te aseguro que no es, pongo la mano sobre el
fuego por él en ese aspecto. ––Intenté hacerle entrar en razón, tenía toda la pinta de hacer alguna
locura con él.

––Nos comentó también que esa noche estabas muy rara. Te acercaste a su piso después de
que por un mensaje de WhatsApp te pidiera él pasar la noche juntos. Pero una vez allí, nada más
llegar empezaste a decirle que te habías equivocado, que no debías estar en ese lugar, y que tenías
que irte rápido. Que le sentó bastante mal tu cambio de planes porque tenía pensado estar esa
noche contigo, pero tras salir tú por la puerta se sentó en el sofá y comenzó a buscar en sus
contactos a quién llamar para sustituirte. Comentó que no eran novios ni nada parecido, y que no
le debía respeto, por lo que no le pareció mal pasar la noche con otra.
––Tiene razón ––afirmé con algo de enfado y coraje al comprobar lo que mi corazón se
negaba a aceptar. Nuestra relación no se basaba en el amor. Ni por mi parte, ni mucho menos por
la suya. Él podía hacer lo que quisiera con su vida.

––Que siente mucho lo que pasó, que ojalá demos con el culpable, que está a nuestra
disposición para lo que le necesitemos, y para ti también si necesitas su apoyo. ––Asentí con la
cabeza. Tanto Luis como yo sabíamos que eso no iba a ocurrir, tenía claro que no volvería a
llamarlo en la vida.
––Bueno, ahora si nos disculpan debemos marcharnos ya. Cualquier novedad que tengamos
sobre el caso se la comunicaremos. Y cualquier cosa que necesiten pueden llamarnos sin
problema, estamos para serviles. Y tranquila, señora, verá cómo encontramos al culpable, no va a
salir de rositas de esto.

De nuevo asentí con la cabeza, y tras ello se despidieron de nosotros. Otra vez nos
encontrábamos solos Pablo y yo en la habitación. Recordé en ese momento que la noche anterior
me había quedado dormida cabreada con él y por eso no le dirigí la palabra en toda la noche.
Ahora mismo no tenía nada en contra de él, pero mi orgullo, que no era poco, hizo que me pusiera
seria con él.

Quería decirle que estaba lista para salir de allí, estaba muy agobiada de estar en el hospital,
que por favor avisara a la auxiliar para que llamara al médico y me fuera rellenando los papeles
para mi alta médica, pero no iba a ceder. Qué tontería la mía, ¿verdad? Ahora que por fin me
había dado cuenta lo importante que era Pablo en mi vida no pensaba estropear ningún momento
con él por tonterías de críos como esta.

––Pablo.

––¿Sí? ––me contestó enseguida algo sorprendido, y con la mano completamente liada tras la
cura de la enfermera. No parecía que se hubiera roto nada.
––¿Nos vamos a casa? Estoy cansada de estas paredes blancas y sosas.

––¿Estás segura? No creo que sea lo más adecuado.

–– Puede ser, pero necesito salir de aquí.

––Como quieras, voy a llamar a la enfermera para que avise al doctor y sea él quien decida.
Si dice que sí, llamo a un taxi y nos vamos para tu piso, ¿de acuerdo?

––Ok, Pablo.

Sin querer se me dibujó una sonrisa en el rostro, no pude evitar el pensar egoístamente que él
iba a estar conviviendo conmigo en los próximos días ––que esperaba que se prolongaran
bastante––. Una vida juntos, por ejemplo. Estaría bien.
Él me devolvió la sonrisa y se despidió de mí con un “hasta luego, preciosa”. Qué lindo era.
Hombres como él quedaban pocos, y podía decirlo por experiencia propia, por desgracia.

Lo primero que haré al llegar al piso será hacerle sitio en el armario para su ropa. He de
preguntarle si usa algún champú o gel especial; o cualquier otra cosa que necesite para comprarla.
Y hacerle hueco en mi vaso para el cepillo de dientes. E invitarlo a mi cama para dormir
abrazados en la posición de “la cuchara”. Y cuando se le canse el brazo de esa postura me doy la
vuelta para ser yo quien le abrace ahora hasta que se me duerma a mí también el brazo.

Aunque seguramente tarde en conseguir eso por mucho que quiera. No creo que mi mente esté
preparada ya para el contacto.
––Ya estamos aquí. Silvia, ¿todo bien? ––preguntó Pablo acompañado por una enfermera y el
doctor.

––Estupendamente, ¿podemos irnos ya, doctor?

––Me gustaría que la psicóloga del centro te hiciera una valoración antes de darte el alta.
Sinceramente, creo que es muy precipitado que abandones el hospital ya.

––Ya se lo he dicho yo, doctor, pero no me hace ningún caso. Lo mismo oyéndolo de usted
entra en razón.

––Pablo, por favor. Te puedo asegurar que lo que necesito para olvidarme de todo esto lo más
rápido posible es volver a casa. Estar aquí me recuerda constantemente el motivo de mi estancia y
así es imposible superarlo. Yo le prometo, doctor, venir las veces que haga falta a revisiones,
consultas, o a todas las mierdas que se le antoje, pero necesito empezar vida normal lo antes
posible. Además, tengo a Pablo a mi lado por si pasa algo, ¿no? ––le pregunté a Pablo con algo de
miedo por si hubiera cambiado de opinión y su respuesta fuera negativa.
––Vale ––cedió al final––. Doctor, le prometo que estaré pendiente de ella todo el tiempo. No
pienso dejarla sola en ningún momento hasta que vea que esté completamente recuperada.

Los dos nos quedamos mirando al doctor, esperando que diera la respuesta definitiva. Pero
aunque fuera negativa esa respuesta, sabía perfectamente que no podía retenerme contra mi
voluntad, así que era mejor hacerlo por las buenas. Y así fue. Tras unos segundos indeciso, cedió
finalmente y mandó al auxiliar a por un formulario de alta voluntaria al puesto de enfermería que
se encontraba al final del pasillo. Estaba claro que no se quería pillar los dedos si me ocurría algo
fuera del hospital. Estaba forzando yo mi salida del hospital firmando ese documento.

Se quedó callado y pensativo. Era normal que se sintiera inseguro dejándome marchar, aún no
sabía cómo podría reaccionar estando en casa sola; lo mismo creía que podría cometer alguna
locura. Aunque ni mucho menos se me ocurriría eso. Pero claro, es imposible que él pudiera
meterse en mi cabeza para estar seguro al cien por cien de que no lo iba a hacer. Yo solo quería
recuperar mi vida normal lo antes posible. Y para eso la mejor opción era empezar con la rutina
diaria.
Llegó el auxiliar con el formulario y un bolígrafo. El doctor cogió ambas cosas y se dirigió a
la mesita de noche de mi izquierda para apoyarse y comenzar a rellenarlo.

––¿Seguro que se quiere marchar? ––preguntó una vez más antes de escribir las primeras
palabras.

––Segurísimo ––le contesté.

––Y usted, ¿seguro que va a estar pendiente de ella en todo momento? –– le preguntó a Pablo.

––Puede estar seguro. Se lo prometo––le contestó él.


Dios mío cómo lo quiero. Después de lo mal que lo he tratado durante tantos años y las
humillaciones que ha tenido que pasar cuando le pedía que me llevara a mis citas y él, enamorado
perdido de mí, asentía con una sonrisa rota sabiendo que otro hombre me iba a tocar esa noche el
cuerpo que él anhelaba abrazar.

La seguridad con la que le contestó Pablo fue el detonante para que se decidiera a firmar los
papeles.
––Muy bien, aquí tiene. Espero que no se arrepienta. Y no olvide que tiene cita con el
psicólogo el jueves de la semana que viene a las cinco de la tarde.

––Allí estaremos.

Tras repetir que eso esperaba se despidió de nosotros y salió de la habitación para terminar
su ronda de visitas a sus pacientes.
Yo ya estaba preparada. Tenía todo recogido y metido en una maleta que no reconocía que
fuera mía. No quise preguntar de donde salió, pero seguro que fue Pablo el que se encargó de
comprarla y llevarla con todo lo necesario para pasar una temporada allí mientras yo permanecía
completamente sedada.

Estaba decorada con imágenes de unicornios, algo que me encantaba. Hasta en ese minúsculo
detalle se preocupaba por mí.

––Me encanta la maleta ––se lo hice saber.

––Me alegra que te guste, la vi en la basura y me fijé que estaba nueva. Era un desperdicio
que acabara en un vertedero ––sonrió.

Esa sonrisa me estaba empezando a obsesionar.

Sabe perfectamente que no me gusta que se gaste dinero en mí, no me lo merezco, y siempre
acabamos peleando cuando me compra algo por sorpresa o me invita. Aunque debo reconocer que
me encanta cuando lo hace.
Hoy no era el día de peleas, ni hoy ni esperaba que nunca, así que el único comentario más
que hice de la maleta fue para decir que era muy bonita y que había tenido mucha suerte
encontrándola.

––Mucha, sí ––contestó de nuevo acompañando su respuesta con la sonrisa.

Fufff, me derritió.
Cogí mi nueva maleta de unicornio toda molona, y me dirigí hacia la puerta.

––Vamos, cariño ––le dije.

Me miró extrañado, ¿había hablado en voz alta? Mierda. Me puse colorada al segundo.
Volvió a reírse.
––Las señoritas primero ––respondió.

Qué fácil lo hacía todo, qué fácil conseguía que una situación embarazosa se hiciera cómica
al segundo.
Hizo que sonriese, que lo hiciera de una manera que no recordaba haberla hecho en muchos,
pero que en muchos años. Pero desapareció cuando fui a girar el pomo de la puerta y me quedé
paralizada ante él. Era incapaz incluso de pestañear. ¿Qué me estaba pasando?

En cuanto Pablo se dio cuenta de la situación en la que me encontraba, su sonrisa también


desapareció de su rostro.

––¿Qué sucede, Silvia? ––preguntó asustado, agarrándome del brazo.

En cuanto sentí su contacto me di la vuelta gritando con todas mis fuerzas que me soltara, y
terminé golpeándolo con el puño en la cara.

Se quedó tan sorprendido de mi reacción como yo. Las manos y piernas me temblaban, su
nariz comenzaba a sangrar.

––¿Qué ha pasado? He escuchado un grito. ––Entró una enfermera corriendo a la habitación


muy preocupada.
Pablo se limpió rápidamente el hilo de sangre que corría por su mejilla con la manga de la
camiseta. Yo le supliqué que no dijera nada; de lo contrario, si se enteraba el doctor, era capaz de
anular el alta médica.

––Nada, Silvia ha creído ver una cucaracha pasar por su lado ––le contestó él.

––¿Una cucaracha aquí? ¡Qué asco! Enseguida voy a llamar al personal de limpieza que lo
compruebe.
––¿Podrían darme un Valium o algún relajante para estos días? Me encuentro ahora mismo
muy nerviosa y me gustaría prever algún ataque de ansiedad en mi piso ––le pregunté.

No estaba tan recuperada como pensaba. En cuanto me diera algunas de esas pastillas me
tomaría una. Espero que no se den cuenta del temblor de piernas tan grande que tengo. Si lo hacen,
Pablo me prohibirá salir del hospital.

––Claro que sí. Es raro que el doctor no se lo haya comentado. Lo más seguro es que tenga la
medicación en su tarjeta, y en los papeles del alta figure lo que debe tomar. Si no es así, yo misma
iré a buscarlo para comentárselo. Un momento, no tardo en volver.
––Vale, muchas gracias.

Ese par de minutos que me daba me venía de perlas para intentar dar con la manera de
abandonar esa habitación sin tener el presentimiento y el miedo que si lo hacía me iban a pasar
cosas terribles.
––Silvia, ¿qué ocurre ahora? Creo que me merezco que seas sincera conmigo. Si te da miedo
cruzar la puerta nos quedamos aquí el tiempo que haga falta. Ya te he dicho que no te voy a
abandonar, no me importa quedarme los días, semanas o meses que hagan falta durmiendo en la
silla más incómoda que se haya inventado. Solo quiero que tú estés bien y que consigas dejar en el
olvido este incidente cuanto antes.

Y tenía toda la razón, se merecía que le contara la verdad. Era lo mínimo que podía hacer por
él, no engañarle nunca más.
––Pablo, me da pánico salir de esta habitación. Pero necesito ser fuerte y hacerlo. Aunque
por lo que veo no lo soy tanto como creía. Voy a tomarme un Valium en cuanto me lo traiga la
enfermera, esperaré un poco que me haga efecto, y te pido por favor que me ayudes a salir cuando
veas que ya ha ocurrido eso. Aunque tenga que ser a cuestas, Pablo. Quiero que cuando despierte
esté ya en mi piso.

Se quedó callado mirándome fijamente. No estaba muy conforme con mi petición, algo
normal, por otro lado.

Me tenía en vilo esperando su respuesta, dependía mi salida de allí.

––No me parece bien. Me da miedo que, aunque salgas de aquí medio drogada, en el piso te
dé un ataque de ansiedad o algo peor y haya que llamar a la ambulancia para volver donde ya
estamos. ¿No crees que es mejor salir cuando de verdad estés preparada?

––No, es mejor salir de aquí hoy mismo, y si no quieres ayudarme me da igual, llamo a un taxi
y que me lleve él hasta la misma puerta de mi piso. Si hace falta le dejo la llave al taxista para que
me abra hasta la puerta si yo no puedo.

––¡Estás loca! Por muchos años que pasen y cosas que te sucedan no vas a cambiar en nada.
Solo te importa el fin, sin valorar las consecuencias ni los medios.
En ese momento entró la enfermera con dos pastillas en la mano.

––He comprobado que efectivamente el doctor ya le había recetado toda su medicación, en su


tarjeta se encuentra lista para sacarla. Sólo tienen que pasarse por una farmacia y allí se la darán.
En este papel te he puesto cada cuanto tiempo tomar cada uno de ellos.

Te he traído un par de relajantes musculares por si hoy los necesitas y no tenéis tiempo de
pasaros por la farmacia. Son muy fuertes, así que te recomiendo que cuanto antes dejes de
tomarlos mejor, y si no llegas a necesitarlos, mejor que mejor. Espero que os vaya bien y la
próxima vez que nos veamos sea en una cafetería, cine, de vacaciones, o cualquier otro sitio
distinto a este. Sería muy buena señal esa.
Tanto Pablo como yo nos despedimos de ella, y tras ello nos quedamos mirando las pastillas
que me había entregado.

––¿Entonces qué? ¿Estás conmigo? ––le pregunté.


––Fuuuu, sí, estoy contigo, joder. Siempre igual. Adelante antes de que me arrepienta, tómate
las putas pastillas esas ya.

––Gracias, gracias. ––Me dieron ganas de darle un abrazo, pero enseguida desistí de esta
idea por si al acercarme a él mi mente volvía a actuar como minutos antes lo había hecho cuando
me tocó sin yo esperarlo. Seguramente eso haría que cambiara de opinión, o como mínimo
tendríamos otra discusión––. ¿Me pasas el vaso de agua? ––le pedí.
Sin decir nada se marchó al cuarto baño para llenarme de agua un vaso pequeño de cristal
que allí se encontraba y entregármelo.

Me tomé la pastilla en cuanto me acercó el vaso y la misma suerte corrió el agua. Me senté al
borde de la cama y me dispuse a esperar que hiciera efecto.
PABLO

Parece que ya le ha hecho efecto el tranquilizante, voy a asomarme al pasillo para


cerciorarme de que no haya médicos ni personal del hospital que me vean salir con Silvia echada
a mi hombro completamente dormida.

Está vacío, perfecto. El ascensor no está muy lejos de la habitación, y creo que el coche
tampoco lo dejé muy lejos de la salida de este el rato que pude escaparme para comprar la maleta.
No me costará mucho trabajo llegar hasta el con Silvia a cuestas, esta planta no está muy
concurrida. Yo creo que la mejor manera para conseguirlo es echármela al hombro como si fuera
un saco de patatas ––aunque suene mal––. Con una mano la sujeto de las piernas para que no se
me escape, y con la otra llevo la maleta.
Sí, creo que es la mejor opción, pero primero voy a salir para darle al botón del ascensor y
que vaya subiendo o bajando mientras yo llego de nuevo ya con Silvia.

Y tras casi una hora de miedos y esfuerzos por fin estábamos ya en el piso de ella. Y todo a
pesar de algunas miradas extrañas en la calle de la gente, y de que pesaba más de lo que esperaba
––o lo mismo la falta de ejercicio en estos días han hecho que perdiera algo de forma––, pero por
fin lo habíamos conseguido.

Ahora venía un problema que no había caído antes, tenía que coger las llaves para poder
abrir la puerta y no tenía ni puta idea de dónde podían estar.
Muy bien, Pablo, me dije, ahora tienes que dejar a Silvia en el suelo para poder buscarlas. Y
aunque me daba cosa dejarla tirada, no me quedaba otra alternativa.

––¿Dónde estamos, Pablo?

Se despertó al cambiarla de posición, o al comprobar lo frío que estaba el suelo, vete tú a


saber.
––Entrando a tu piso, Silvia.

––Bien, ¿te vas a quedar conmigo a dormir esta noche?

––Si tú quieres, por supuesto.

––Quiero. ––Una pequeña pausa hizo antes de proseguir––. ¿Sabes qué?

––No, dime.
––Me apetece cenar chino.

Dicha su petición volvió a caer rendida al sueño.


Eran las cinco, demasiado temprano para pedir comida. La acomodaré en su cama, le buscaré
un pijama para que esté más cómoda ––no creo que le importe que la vea en ropa interior, no sería
la primera vez––, limpiaré un poco el piso, me ducharé tras ello, miraré en su armario por si tiene
ella algo que me pueda poner yo tipo sudadera y pantalón de chándal para estar más cómodo, y
llamaré al chino para que cuando se despierte tenga su antojo preparado.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo al pensar que podía ser un antojo de verdad. Pero al
segundo recordé lo que nos había dicho el policía: la penetración había sido con un pene de
plástico.

Difícil de creer, pero eso es lo que aseguraron. Y ellos son los expertos, así que me
tranquilicé en este aspecto.
Aunque también pudiera ser que si estuviera embarazada no fuera por causa de la violación,
si no por las relaciones consentidas días antes con Luis.

No, imposible, hubiera salido en los análisis que le hicieron en el hospital. No hay nada de
qué preocuparse, tan solo es una forma de hablar. Tengo que dejar de pensar tonterías y centrarme
en todo lo que me queda por delante por hacer. Y lo primero es entrar al piso de una vez y llevar a
Silvia hasta la cama para que descanse todo lo que necesite. Así que vamos a comenzar de una
vez.

Y tras cuatro horas casi, por fin tenía todo tachado de mi lista. Había tenido que hacerla para
que no se me pasase nada, y ya parecía que estaba todo terminado.
Barrido y fregado del piso, listo; ordenar, listo; poner lavadoras, listo; duchado y afeitado,
listo ––espero que no le haya importado que haya utilizado unas de sus cuchillas, me hacía falta
quitarme la barba como el comer, y no me he atrevido a escaparme a la tienda por si
despertaba––. También le he ordenado el armario un poco, le he cogido las cartas del buzón por si
tenía un aviso de algún certificado pendiente, y lo último que había escrito era pedir comida
china, que esperaría un poco más para llamar. Ella seguía durmiendo.

Ya estoy muy cansado para seguir haciendo cosas, mañana aprovecharé para llenar la nevera,
pasarme por mi piso para coger algunas cosillas que me van a hacer falta, y arreglar algunos
papeles como los del paro. Lo mismo tengo alguna ayuda y puedo solicitarla, me vendría bien,
aunque lo dudo. Tuve que llamar a mi jefe para despedirme en cuanto me enteré de lo de Silvia.
Ya sabía que no podría compaginar las dos cosas.
Suena mi móvil, es el sonido ese tan peculiar que hace cuando la notificación proviene de la
aplicación de citas. ¿Será Paula?
Me entra un cosquilleo en el estómago solo de pensar que fuera así. ¿Me estaré interesando
más de la cuenta por esta chica? Espero que no, precisamente no es el momento adecuado para
empezar a conocer a nadie.

Miro el móvil y efectivamente es ella. Sonrío antes incluso de leer su mensaje, mala señal.
“Espero no molestarte, solo era para preguntarte qué tal os encontrabais”.

Vaya, qué gran detalle por su parte, se preocupa también por Silvia sabiendo lo que he
podido sentir yo por ella. Ha dejado la rivalidad a un lado.

“Tranquila, no molestas. Yo estoy bien, y Silvia parece que también está algo mejor. Ya le han
dado el alta y nos encontramos en su piso. Ahora mismo está dormida y yo muerto de hambre
esperando que se despierte para cenar juntos”., le respondí.
Tardaba en contestar. ¿Habría dicho algo que le hubiera molestado? Ya habían pasado cinco
minutos desde que le había escrito y nada, no continuaba con la conversación. Qué raro. Pero justo
cuando iba a preguntarle si le ocurría algo la aplicación me avisó de que ya me había escrito.

“Me alegro un montón que ya os encontréis en casa, eso es muy buena señal. Espero que su
recuperación sea rápida”.

Bueno… para todo el tiempo que ha utilizado en responder me esperaba algo más, la verdad,
algo más elaborado. Pero lo mismo su tardanza se ha debido a que ha tenido que ir al baño, o a
cualquier otro improvisto, y no para pensar lo que iba a escribir.
“Gracias, sí, eso espero yo también, que se recupere pronto. De momento me voy a quedar
con ella en su piso hasta que esté bien”, le respondí.

Tenía que dejarle claro este punto si íbamos a empezar a conocernos. De momento, iba a
estar conviviendo con una amiga. Si no le gustaba esto podía dejar de hablarme cuando quisiera.
Yo había hecho una promesa e iba a cumplirla.

De nuevo se tomaba demasiado tiempo en contestar. Estaba algo mosca ya, seguro que la
había cagado con mi anterior comentario. A nadie le gustaría escuchar cuando está empezando a
conocer a alguien que este vive con una chica que le tiene enamorado perdido. Es comprensible.
“Si quieres, cuando tengas algo de tiempo libre podemos retomar ese café que tenemos
pendiente”, escribió después de una larga espera.

Vaya, me alegró un montón saber que aún tiene interés en mí y en conocerme mejor.
Enseguida desaparecieron mis dudas sobre si la había cagado.

Esta chica, Paula, me hacía sentir cosas de nuevo por una mujer distinta a Silvia. No quería
joderla antes incluso de conocernos en persona. Pero debía entender, aunque fuera duro, que todos
tenemos una vida a cuestas tras nosotros.
Íbamos a tener nuestra primera cita a ciegas al final. Aunque esto de llamarlo cita a ciegas no
estaba del todo bien dicho, porque ya nos conocíamos en persona aunque no hubiéramos llegado
al punto de intimar. Unas palabras creo que habíamos intercambiado solamente de cortesía entre
ambos, las típicas que se usan en una conversación camarero-cliente. Así que podía decirse que,
aunque ya nos hubiéramos visto varias veces, todavía no nos conocíamos.

“Estoy deseado ese encuentro”, le escribí.

Y tras este mensaje nuestro chat fue mucho más fluido.

Y no sé cuánto tiempo más estuvimos chateando, llegando incluso a hablar de temas más
íntimos como qué postura era nuestra preferida en el sexo, hasta que escuché a Silvia llamándome
a gritos desesperada desde el dormitorio.

¡Ostias! Se me había olvidado por completo el lugar donde me encontraba, y la razón por la
cual estaba en él. Hasta de pedir la comida china, que quería tenerla preparada para cuando
despertara.
Fui corriendo hasta el dormitorio gritándole durante el corto trayecto que nos separaba que
no se preocupara. Ni tuve tiempo de despedirme de Paula. Solté el móvil de golpe en la mesa sin
preocuparme de nada más que no fuera llegar hasta donde se encontraba Silvia.

––¡Ya estoy aquí! ¿Estás bien? Tranquila, estoy contigo, no te he dejado sola ni un momento.

––Dame la mano, Pablo, he tenido una pesadilla horrible. Me despertaba en el piso y al


llamarte no me contestabas, no estabas a mi lado. Cuando me levanté para buscarte, pensando que
lo mismo no me contestabas porque estabas durmiendo, en el comedor vi una silueta de una
persona, era tu silueta. Pero cuando te toqué el hombro cuidadosamente para llamar tu atención, la
persona que se dio la vuelta no tenía rostro, no eras tú, no sabía quién era, su cara estaba
completamente en penumbra. Di un salto hacia atrás del pánico que me entró, y cuando me
disponía a correr para huir lo más rápido posible, comprobé que en ese momento sí que podía
distinguir algo de él, su sonrisa. Me sonreía enloquecido mientras se acercaba a mí con un
consolador enorme en la mano. Intenté correr para escapar lo más rápidamente posible de él, pero
mis piernas no me respondían, y él cada vez se acercaba más. Lloraba en el sueño suplicando que
no, que no volviera a pasar por lo mismo, otra vez no sería capaz de soportarlo. Y justamente
cuando ya estaba dispuesto a ponerme la mano encima grité tan fuerte tu nombre que acto seguido
pude escucharte y con eso despertar al fin.
––Ya está, estoy aquí contigo. ¿Ves? Sí, tienes razón, ha sido una pesadilla bastante mala,
pero solo ha sido eso, un mal sueño. Tú tienes que estar segura que no voy a permitir que nada
parecido vuelva a ocurrirte. Cualquier duda que vea yo que puedas estar levemente amenazada al
ir o volver de cualquier sitio, iré contigo.

Pero en tus sueños, lo siento mucho, ahí puedo hacer poco ––le dije apartándole el flequillo
de la cara para darle un pequeño beso en la frente. Aunque desistí de esta última acción finalmente
por si me rehuía––. Ahí tienes que apañártelas tú sola, preciosa. Te puede ayudar el pensar que si
no estoy allí contigo es porque es un sueño, y que por muy malo que sea tarde o temprano
despertarás de él.
Me hizo una señal para que me sentara en la cama justo a su lado. Y eso estaba dispuesto a
hacer cuando vi que a la par de mi movimiento ella se alejaba de mí colocándose prácticamente
en el filo del otro lado de la cama.

Aún no estaba preparada para ningún contacto, rehuía de él. Mis presentimientos de que no
había sido buena idea pedir el alta voluntaria en el hospital volvieron a mi cabeza.
Al menos lo intentaba, me dije para alejar estos pensamientos al recordar que había sido ella
quien me había pedido que me acercara. Era buena señal eso.

––Gracias, Pablo ––me contestó bastante rota.

––Sabes que no tienes que dármelas, para eso están los amigos. Y ahora supongo que después
de tantas horas de sueño tendrás un hambre de mil demonios, ¿no? ¿Te apetece que llamemos al
chino? Tenía pensado tenerlo todo preparado para cuando despertaras, pero no he querido
arriesgarme a que estuviera la comida fría para cuando eso ocurriera.
Aunque en verdad esa era la idea, calentar un poco la comida en cuanto hubiera asomado por
el comedor o me hubiera llamado. Pero la irrupción de Paula había hecho que se me pasara por
completo esa llamada. Aunque claro, esto ahora mismo ni mucho menos podía decírselo a Silvia.
¡Sería un mazazo enorme para ella que pensara que existía la mínima posibilidad de dejarla sola!

––¿Cómo sabías que me apetecía comida china? Eres mi ángel de la guarda, y yo tantos años
como una estúpida sin darme cuenta.

Me acerqué a darle un pequeño beso en la frente, pero de nuevo cambié de opinión rápido
tras su reacción anterior. Qué difícil iba a ser ayudarle sin ni siquiera poder darle un abrazo.
––No sé si llegaré a tanto, pero en adivinar esto he tenido algo de ayuda, no me puedo quedar
todo el mérito. Me lo dijiste tú justo antes de caer frita en la cama ––le guiñé el ojo con una
sonrisa cómplice.

Me devolvió esa sonrisa, y a pesar de que se veía que estaba rota seguía siendo hermosa esa
sonrisa.

––Da igual que hayas tenido ayuda, desde que te vi hace años por primera vez en la
biblioteca de la universidad supe que serías especial para mí. Tienes un don para estar siempre
donde te necesito, y para decirme lo que necesito oír. Aunque por desgracia no es que
precisamente te haya hecho mucho caso. Así me ha ido de mal todo.
––Si yo fuera ese ángel que dices no te hubiera pasado lo que te ha pasado y no estaríamos en
esta situación. Y ahora voy a levantarme para pedir la comida. Vuelvo en unos segundos. ¿Rollito,
tallarines y pollo con almendras?

Asintió con la cabeza lentamente. Sus ojos tenían la pinta de comenzar a producir lágrimas de
un momento a otro. Me fui antes de que eso ocurriera, no soportaría verlo.
Al coger el móvil vi cómo tenía notificaciones pendientes por ver, una de ellas era de Paula.
Que si me ocurría algo, tardaba demasiado en contestar y se sentía mal por si era porque no tenía
ganas de hablar con ella.

Pobre, no se merece este poco interés por mi parte, pero ahora mismo por desgracia no podía
ofrecerle más.
“Lo siento, pero se acaba de despertar Silvia, mañana continuamos hablando, si te apetece,
claro”.

“Sí claro, mañana seguimos. Un beso, Pablo”.

¿Por qué mierda tengo tan mala suerte en el amor? No es justo, joder, no me merezco que me
jodan tanto. Ahora que me animo a dar el salto y aparece una chica que puede atraerme, va y le
pasa esto a Silvia.
Me sentí mal cuando volví a pensar en Silvia. Ella no tiene ni mucho menos la culpa de lo
que le había pasado. Y si en esta historia había alguna víctima era ella, no yo. La única que no
había podido elegir la situación en la que se encontraba.

¡Joder! Vaya mierda de verdad todo. Y luego dicen que a las personas buenas solo le pueden
pasar cosas buenas. ¡Y una polla!

Cogí el móvil de mala gana y busqué el número del restaurante. Lo tenía grabado, no era la
primera vez que lo llamaba para comer en casa de Silvia.
––Gestaugante tes estaciones, dígame.

––Qué coño gestaugante, será restaurante, digo yo ––le contesté de malas maneras. Él no
tendría la culpa de nada, pero estaba demasiado encendido como para controlarme. Aun así, debía
hacerlo.

––¿Perdón?

––Quisiera hacer un pedido, dos menús para llevar.

Al final pude controlarme y terminar la llamada en condiciones. Iba a tardar la comida unos
veinte minutos. Tiempo suficiente para que Silvia se diera una ducha y se pusiera cómoda mientras
yo preparaba la mesa y miraba en la tele algo que estuviera bien para entretenernos.

––Ya estoy aquí, Silvia. La comida no tardará mucho. ¿Te apetece darte una ducha mientras
preparo la mesa?
––Pues sería buena idea porque debo de dar asco, ¿no? Llevo bastante tiempo sin asearme en
condiciones. Preferiría un baño caliente para relajarme, pero para eso necesitaría más tiempo.

––No te preocupes, mañana tengo que escaparme al súper para llenar el frigo. Buscaré
también unas pocas velas y sales aromáticas para que puedas darte un baño en condiciones. Luego
añadimos mi lista de Spotify de bandas sonoras, y verás cómo te quedas nueva.
Le iba a decir también que tras ese baño podía darle un masaje relajante, pero viendo cómo
rehuía del contacto personal era tontería proponérselo. Lo mismo hasta le sentaba mal.

––Eres un sol, Pablo. ¿Te lo he dicho alguna vez?

––La verdad es que sí, varias veces, sobre todo cuando te llevaba a tus citas. ––Me reí con
este inocente comentario que al parecer a ella no le hizo ninguna gracia. Normal por otra parte,
parecía que le estaba echando en cara todas las veces que me había utilizado, aunque fuera sin
querer. Enseguida me di cuenta de que me había equivocado.

Le pedí perdón, a veces hablo sin pensar le dije.

––Sin pensar, pero tienes toda la razón, Pablo. Me he portado fatal contigo, al contrario que
tú conmigo. No hace falta ni que te pida las cosas para que tú ya sepas lo que necesito o quiero. Y
mira ahora, has dejado a un lado tu vida para ayudarme de nuevo y no dejarme sola. ¡No merezco
tu amistad! ––gritó llorando y salió corriendo hacia el cuarto baño.
––¡Silvia, por favor! ¡Ha sido sin intención! Tú sabes que jamás te echaría nada en cara, no te
lo tomes a pecho. ––Fui tras ella para evitar que se encerrara.

Pero no lo conseguí, los dos segundos que me tomó de ventaja le fueron suficientes para
cerrar la puerta y echar el pestillo.

––Silvia, por favor, sal de ahí y hablemos como personas adultas.

––¡Ah! ¡Y ahora me llamas niña chica! Muy bien, ¿tienes algún otro reproche que decirme y
ya te coronas esta noche?

––No he querido decir eso, tú sabes bien que precisamente no te veo como ninguna niña
chica.

––Claro, tú nunca quieres decir nada, pero lo dices todo.

––Silvia, por favor, lo último que me apetece es discutir contigo, y mucho menos acabar
enfadados. Si voy a convivir contigo un tiempo me gustaría que estuviéramos bien, si no va a ser
un infierno si no podemos ni hablarnos. Tú sabes lo que siento por ti. ––O sentía más bien, ya no
podía verla con los mismos ojos que antes, algo había cambiado en mí con respecto a ella por los
hechos acontecidos de estos últimos días––. ¿No era tu ángel de la guarda? Pues a los ángeles no
se les puede dar la espalda.

No me contestaba, pero tras unos diez segundos de incertidumbre escuché cómo retiraba el
pestillo y salía tras ello.

––¿Me das un abrazo? ––me preguntó.

––¿Estás segura? Porque yo lo estoy deseando.

Asintió con la cabeza dejando su mirada fija en el suelo.


Me fui acercando poco a poco, y justo cuando estaba enfrente de ella me detuve para ver su
reacción antes de rodearla con mis brazos.

Estaba con los ojos cerrados y los labios apretados, la tensión que transmitía se podía cortar
con un cuchillo.
Lentamente, comencé a abrazarla.

Un pequeño respingo acompañado de una fuerte inspiración fue la respuesta de Silvia. Me


contuve unos segundos por si me pedía que parara, pero no fue así. Rozando solamente su piel
continúe subiendo mis manos hasta llegar a la altura de la media espalda. Una vez llegado a este
punto fui apretando su cuerpo contra el mío poco a poco. Ella ofrecía una leve resistencia, pero se
dejaba atraer. Una vez que nuestros cuerpos estaban en pleno contacto fue ella quién apretó su
cuerpo contra el mío.

En mi pecho notaba algo frío, y al mirar comprobé que era por las lágrimas que estaba
derramando Silvia, me estaba empapando la camisa.
Y cuánto más era la intensidad de este llanto, más me comprimía contra su cuerpo con sus
brazos. Yo permanecía quieto, dejando que se desahogara conmigo todo el tiempo que necesitara.
Y así estuvimos hasta que el timbre del piso nos alertó que ya teníamos la comida esperando en la
puerta.

Al escucharlo, Silvia se alejó lentamente de mí, se secó las lágrimas con la manga del
pijama, y me preguntó que si no me importaba salir a recoger la comida, que ella iba a lavarse un
poco la cara e ir poniendo la mesa.

––Por supuesto que no ––le contesté.

Cuando regresé ya tenía la mitad de la mesa puesta, solo faltaban los vasos y la botella de
agua. Le dije que se sentara, que yo terminaba con eso mientras que ella podía ir buscando algo en
la tele que estuviera bien para ver.

Afirmó con la cabeza, y cuando regresé ya nos acompañaba en la mesa Jorge Javier
presentando el programa de GHVip.

Yo odiaba este tipo de telebasura, pero al parecer a ella si le hacían gracia. Así que me senté
en la mesa sin decir nada, y me puse a comer en silencio.
Cuando terminamos de cenar, ella seguía absorta viendo la tele, así que decidí quitar la mesa
y lavar los platos para dejarlo todo limpio mientras ella terminaba de ver el programa.

Al volver al salón me la encontré tumbada en el sofá durmiendo. Fui a por una manta al
armario, se la eché por encima, apagué la tele ––¡Dios, qué descanso dejar de oír a ese
presentador tan pesado!––, y me senté a descansar en el sillón relax que tenía Silvia justo al lado
del sofá para intentar dormir yo también.
Pero antes de terminar el día decidí hacer una última cosa, coger el móvil y mandarle un
mensaje a Paula.

¿Te apetece un café mañana?, le escribí.


Sin esperar su respuesta recosté el sillón, me cubrí con otra manta que había cogido también
para mí, y me dormí sin apenas darme cuenta. Estaba más cansado de lo que creía.
PAULA

Le mando un mensaje, ya no puedo aguantar más sin saber de él. Y aunque me gustaría hablar
solamente de él, no debo ser tan directa. Le escribiré haciendo referencia a los dos, a Silvia y a
él. Creo que será lo más correcto.

“Espero no molestarte, solo era para preguntarte qué tal os encontrabais encontráis”.

Listo, ahora la piedra está bajo su tejado, le toca a él mover ficha y decidir si quiere
responderme o no. Ya solo toca esperar.
Tarda bastante en contestarme, seguro que ya no quiere saber nada de mí. O tal vez es porque
se está duchando y no tiene el móvil a mano. Debo de calmarme, hasta que no vea lo que me
contesta es mejor no hacer especulaciones ni pensar cosas raras. Vaya, parece que ha sido dicho y
hecho, ya me pone la aplicación que me está escribiendo.

¡Quéééé! ¡Qué se va a quedar en casa de Silvia con ella un tiempo e incluso cabe la
posibilidad de que hasta compartan cama! Joder, ¿y ahora qué? Tengo que pensar la manera de
invertir esa situación sin que parezca ni una borde, ni una interesada. ¿Qué puedo proponerle?
Puffff, esto es más complicado de lo que pensaba. Yo creo que lo mejor es tener paciencia y
esperar a que sea él quien diga de quedar. De momento, voy a contestarle de la mejor manera
posible, diciéndole que me alegra un montón que esté mejor. Aunque por dentro piense todo lo
contrario.

Por unos segundos me dio un poco de regomello por Silvia, pero enseguida se me pasó.
Ahora que estaba más cerca que nunca de Pablo tenía que poner toda la carne en el asador. ¿No
dicen que en el amor vale todo? Pues eso, a la mierda las conciencias.
¡Y ahora va y me escribe que gracias, y que se va a quedar en su piso el tiempo que sea
necesario! ¡Pero será…!, puffff, no puedo más. No sé si decirle directamente que quiero
acostarme con él y que se convierta en mi marido, que me tiene loca, que se olvide de Silvia, y
que se busque las habichuelas ella solita, que bastante ha hecho ya él por ella, que no sea más
tonto.

De verdad, en la vida hubiera podido pensar que esto se iba a complicar tanto, me va a costar
un mundo guardar la compostura.
De momento, voy a volver a escribirle algo. Estoy tardando demasiado en hacerlo y puede
que eso le dé por pensar algo raro. Pero qué leches, le voy a decir que tenemos que retomar ese
café pendiente, que me quedé con las ganas. Ya está bien de hablar tanto de Silvia, qué narices.

¡Guau! ¡Me ha dicho que sí! ¡Y que tiene muchas ganas él también de ese café! No pinta la
cosa tan mal entonces. ¿Ves, Paula?, no debes comerte tanto la cabeza dándole veinte mil vueltas a
las cosas.
Qué guay, va todo viento en popa, parece que estamos congeniando bien, llevamos un rato y
la conversación está siendo fluida. Voy a preguntarle si conoce algún sitio chulo para ir a tomarlo
y que me sorprenda. Seguro que lo hace.

Y tras veinte minutos de mandar este mensaje sigo esperando su respuesta. Pues sí que me ha
sorprendido, sí. ¿Habrá pasado algo? Seguro, no es normal que tarde tanto con lo bien que
íbamos.

Voy a prepararme un vaso de leche con cereales mientras se decide a contestarme, me he


entrado hambre. Además, tengo que dejar el móvil a un lado porque me conozco y al final soy yo
quien le escribe de nuevo. Y eso es lo que no quiero, que piense que me tiene en la palma de la
mano. ¿O sí es lo que quiero? Ofuuuu, vaya mierda todo…
Me levanto y tiro hacia la cocina medio obligada para prepararme la cena. Y justo cuando
voy a empezar a echar los cereales al bol escucho cómo el móvil me avisa de que por fin me ha
contestado Pablo. Sé que es él porque le he puesto un sonido especial a esa aplicación cuando
recibo una notificación nueva.

Mi primer impulso es salir corriendo para contestarle, tengo ganas de saber dónde pensaba
llevarme, pero ahora debía ser él quien esperara mi respuesta. Así que me tomé mi tiempo en
preparar mi bol.

Al regresar, puse un poco de música en el salón, me senté con toda la tranquilidad del mundo,
y cogí el móvil mientras me echaba la primera cucharada de cereales a la boca. Primera
cucharada que igual que entró salió por la boca al leer su mensaje.
Yo esperando que me propusiera un lugar bonito para llevarme, y ahora resulta que me
escribe para decirme que ya no puede hablar más, que me deja por hoy, que se ha despertado
Silvia, y que adiós, Paula.

¡Me cago en todo! ¡Joder!

Mañana continuamos, claro, a tomar por culo ya hoy. Ya ni hambre tengo, muchas gracias,
Pablo, vas a conseguir que se me quede una figurita de modelito de no comer por tu culpa. A tomar
por culo la música también, me voy a la cama a ver si puedo terminar de leer el libro que tenía
pendiente.
Pero antes de que me entre sueño voy a coger mi juguete de la mesita noche y voy a tocarme
un poco pensando en ti. No sé cómo lo haces, cabrito, pero por muy enfadada que esté contigo
siempre que me meto en la cama no puedo evitar pensar que te tengo encima dándome besos por
todo el cuello mientras comienzas a penetrarme. ¡Puffff! Con solo pensarlo ni me hace falta usar
mi juguete, cómo me pones. ¿Estaré al límite de la obsesión con él? Puede ser, pero de lo que sí
estoy segura es que cuando mis pensamientos se hagan realidad esos polvos con él serán los
mejores de mi vida.

Y tras darme mi pequeño capricho del día y dejar el móvil cargando, me dormí con una
sonrisa de oreja a oreja. Mañana será mi día, me dije intentando convencerme.

Cuando desperté ya era de día. Me asusté al creer que llegaba tarde al trabajo; luego recordé
que lo había dejado. Bueno, me habían echado más bien. Así que volví a echarme sobre la cama.
¿Cómo será mi día hoy?, me pregunté.

De momento, intentaría que fuera animado.


––Ok Google, ponme la canción de los Aslandticos, Infinito. Y qué mejor que empezar con
ganas desde primera hora.

Enseguida comenzaron a sonar las primeras notas musicales de esta canción que tanto me
anima siempre que la escucho.

“Si me dieran a elegir, elegiría repetir… la la la lalala”.

Y ahora a levantarse, tengo que darle una limpieza a fondo a la casa, hace tiempo que no lo
hago y va siendo hora. Total, no tengo nada mejor que hacer hoy, por lo menos de momento.

Pero antes de ponerme manos a la obra, voy a echarle un ojo al móvil para ver las novedades
de las redes antes de dejar la cama por completo.

¡Joder! Es más tarde de lo que pensaba, cerca del mediodía. Necesitaba horas de sueño al
parecer. Algo normal por otra parte, llevo días sin dormir apenas y demasiadas cosas en la
cabeza.
Coño, unas horas sin estar atento al teléfono y parece que se ha acabado el mundo. Tengo
WhatsApp, alertas en Instagram de gente que quiere seguirme, reacciones a mis publicaciones en
Facebook. ¡Y a Pablo! Tengo un mensaje suyo también por Meetic.

Tranquila Paula, vamos a dejar este mensaje para el final, sin prisa alguna. ¿No dicen que lo
mejor siempre para el final? Pues esperemos que así sea.

Primero el Instagram. Al parecer cuatro babosos quieren seguirme. ¿Algún amigo en común?
No, pues fuera los cuatro.
Miro un poco las novedades de los que sigo yo y sus historias. Mira, mi amiga Sandra vuelve
a salir de fiesta, qué novedad. Juan sube la foto de rigor del café que se ha tomado esta mañana.
Carmen, como de costumbre, cuelga su selfie mañanero deseando los buenos días a todos. Puaff,
qué repetitivo es esto siempre, todos los días lo mismo, qué pesados y poco originales que son.
La gracia que me hace es que hay un puñado de peña que les comenta y les desea también los
buenos días todos los putos días. ¿Estaré convirtiéndome en una antisocial? No creo, lo que pasa
que la gente por aquí es muy falsa, pero seguro que piensan lo mismo que yo la mayoría.

Bueno, ahora toca Facebook. Seguramente me encontraré prácticamente las mismas


publicaciones, la gente suele subir en todas las redes lo mismo. Míralo, la primera en la frente, el
café de Juan de nuevo. A tomar por culo el Facebook, voy a pasar a los wasaps directamente.
El primero de mi madre, diciendo que cuándo voy a ir a verla, que si ya no la llamo, que
cómo me va en el trabajo.

Sí, es verdad que la tengo abandonada, una pena. Luego la llamo sin falta cuando termine de
arreglar el piso e intento buscar un día esta semana para hacerle una visita.

Otro wasap de Sandra diciéndome que su folla-amigo tiene un amigo para mí, y quiere
presentármelo esta noche.
Este mensaje sí lo voy a contestar ahora, le voy a poner que luego le confirmo. Según lo que
me haya puesto Pablo voy o no voy. Necesitaré despejarme si me da plantón de nuevo.

Mas wasaps de algunos grupos en los que estoy agregada. Estos paso de leerlos, solo dicen
estupideces de los memes que suben de vez en cuando.

Mira, ya me ha contestado Sandra que antes de las cinco le diga algo. Ok y enviar. Ya le diré
algo antes de las cinco.
Ya está, ahora el mensaje que más miedo me da. Voy a abrirlo rápido y así no hay más
nervios de los necesarios. ¿Qué si me apetece hoy ese café? ¡Pues claro! Y además me pide el
teléfono para hablar mejor por WhatsApp. ¡Uyyyy!, esto tiene buena pinta, qué mejor manera de
empezar el día, enseguida te lo doy, por supuesto.

Y ahora a esperar, no me voy ni a mover de la cama hasta que me responda. ¿Cuándo me


mandó este mensaje? Esta mañana bastante temprano por lo que veo. Seguro que es porque quiere
quedar esta misma tarde. Por suerte, el otro día dejé todo mi cuerpo bien rasurado, así que no me
demoraría mucho si dice de quedar para comer.

¡Ehhh! Ya me ha contestado por WhatsApp, tengo mucha curiosidad por ver la foto que tiene
de perfil. ¿Será alguna del verano en la que aparece sin camiseta? Me muero como sea así.
¡Madre mía! Cómo sale de guapo, le quedan esas gafas de lectura de escándalo, y qué
interesante se ve leyendo ese libro. Qué guapo es, coño.

“Buenos días, Paula, espero que no te haya importado que te haya pedido el móvil. Ya sé que
apenas nos conocemos, pero es que era un coñazo hablar por la aplicación. Y me apetecía mucho
seguir hablando contigo”.

¡Ayyyy, que me lo como! Pues claro que no me importa, al contrario, me alegra que me hayas
pedido el teléfono, a mí me daba un poco de cosa. Soy más tímida de lo que parece, le respondo
enseguida.

Mira, ya me está contestando de nuevo, parece que por WhatsApp van a ser más rápidas
nuestras conversaciones.
“Pues no lo parece, la verdad, jeje, pero por eso me gustaría tomar un café contigo esta tarde
si puede ser, para conocerte mejor”.

Voy a ser más directa, es hora de cambiar la táctica, que se entere de una vez que si quiere me
tiene.

“Cuando quieras, Pablo, solo necesito saber sitio y hora. Llevo bastante tiempo esperando
tomar ese café contigo a solas”.
Todavía no me creo que haya sido capaz de mandarle este mensaje, prácticamente le he dicho
que estoy deseando acostarme con él.

La piedra está bajo su tejado, ¡pummm! Ahí la llevas, Pablo. Te toca elegir la dirección
donde quieres que vaya nuestra relación.

“Yo también tengo ganas de un poco de intimidad contigo. ¿Te parece bien a las cinco en el
“Lemon”? ¿Lo conoces?”
“Sí, lo conozco, ponen un buen café ahí; me parece estupenda la elección. Dejo el resto de la
tarde y noche libre por si se prolonga la velada…”

Más claro no se lo puedo dejar, soy suya completamente.

“La verdad que me encantaría que se prolongara la velada como propones, pero solo me
podré escapar un par de horas como mucho de la casa de Silvia. Lo que tarde en comprar algo,
preparar una pequeña maleta con lo que me va a hacer falta de mi piso para pasar aquí una
pequeña temporada (espero que sea pequeña) y ese café contigo”.
¡Hija de puta! Hasta estando desquiciada como está ahora mismo me da por culo. No, en
serio, ¿de qué va esta tía? ¿No le va a dejar vivir tranquilo nunca?

Y ahora la gracia es que encima tengo que poner buena cara y decirle que lo primero es lo
primero, la salud de Silvia prevalece por encima de todo. El me dirá que soy un primor por
entenderlo, y me quedaré como siempre, con cara de tonta.

“Tienes pinta de ser una mujer maravillosa, gracias por entender mi situación actual. Son
muchos sentimientos los que me unen a Silvia y no puedo dejarla sola en esta situación, ahora no
puedo abandonarla”.
Pues por tonto hoy te vas a perder seguramente el polvo de tu vida. Dudo que alguien te haya
cogido con las mismas ganas que te tengo yo. Pero un momento, si quedo con él antes de ir a
comprar y de que se pase por su piso le puedo acompañar a las dos cosas, y cuando entremos en
su casa me insinuaré como quien no quiere la cosa y lo mismo esta tarde averiguo por fin si es tan
bueno en la cama como imagino.
Sí, le voy a proponer quedar antes. Con la excusa de que le puedo ayudar a escoger cosas del
súper que le pueden hacer falta a Silvia, cosas de chicas, y que él no va a caer en comprarlas,
seguro que me dice que sí.

“Oye, Pablo, perdona. ¿Qué te parece si quedamos antes y luego te acompaño al


supermercado para ayudarte con cosas que pueden hacerle falta a Silvia? Cosas de mujeres que lo
mismo tú no le das importancia pero que son imprescindibles para nosotras. Tipo compresas,
cuchillas, cremas… ¿Qué te parece la idea?”
“Me parece genial, ni se me habría pasado por la cabeza a mí comprar cosas de esas. Me
vendrá bien el punto de vista de otra mujer para eso. Aparte de que así tendremos más tiempo
para conocernos un poco más.

Me ha salido la jugada al final redonda, le voy a contestar entonces que nos vemos una hora
antes donde habíamos quedado, y enseguida comienzo a arreglarme. Tengo que pensar qué voy a
ponerme y no va a ser nada fácil. Tiene que ser algo provocativo, con un buen escote, pero sin
llamar tampoco mucho la atención.

Y para la parte de abajo tengo unos vaqueros que me quedan de escándalo. Se va a quedar
flipado cuando vea el cuerpo que escondía debajo del delantal de la cafetería. Si es un hombre
como Dios manda no puedo pasar desapercibida para él.
¡Coño! Yo creía que era más temprano, debo de empezar a arreglarme ya, el Lemon ese no
está que digamos cerca de mi piso.

Mira, me acaba de confirmar que a las cuatro allí. Perfecto, me despido de él y listo, ahora a
ponerse radiante. Luego te veo, precioso. Le di un beso a su foto de perfil antes de dejar el móvil
en la mesa para ir a darme una buena ducha.

Lo siento, Sandra, al final no vas a poder contar conmigo, me dije sonriendo al ver cómo
habían mejorado considerablemente mis planes.
SILVIA

Me desperté sola, completamente a oscuras. Enseguida comencé a sudar del miedo que
comenzó a recorrer todo mi cuerpo. No reconocía el lugar donde me encontraba, y sobre todo, lo
más preocupante, cómo había llegado hasta él.

Grité varias veces el nombre de Pablo. Fue la primera persona que se me pasó por la cabeza
para que pudiera venir a ayudarme y protegerme. Enseguida escuché su respuesta a mis suplicas,
menos mal. Mi cuerpo se relajó instantáneamente al saber que estaba cerca, y mi mente por fin
pudo centrarse y recordar en el lugar que me encontraba, mi piso.
––¿Estás bien? ––me preguntó.

Ahora sí, pensé.

Había tenido una pesadilla, de ahí mi repentino despertar. Se la conté, alguien se encontraba
en mi piso y por más que quería no podía huir de él.
Me prometió que nadie volvería a hacerme daño estando él conmigo, no me dejaría sola
nunca más.

Es un puto sol, vale millones este chico, y así se lo hice saber. Le di las gracias por todo lo
que había hecho por mí en todos estos años, y le pedí perdón por cómo lo había tratado.

Quiso darme algo de ánimos y cariño apartándome el cabello de la cara para darme un beso
cariñoso en la mejilla. Instintivamente me aparté para que no lo hiciera.
Esta reacción me sorprendió más a mí que a él. En realidad, deseaba ese beso, lo necesitaba
más bien.

Me sonrió tras mi desplante y me preguntó si me apetecía cenar comida china. ¡Estaba


deseando comer comida china, era mi cena preferida! ¿Cómo sabía que me apetecía chino?

––Me lo comentaste antes de caer dormida ––me dijo.

Bueno, sea como sea sigue siendo mi ángel. Se marchó tras este comentario para coger su
móvil y llamar al restaurante y hacerle el pedido. No sé si sería mi impresión, pero al volver lo
noté algo distinto. Como si hubiera visto o le hubieran dicho algo que no quería escuchar.
Me propuso darme una ducha mientras él iba preparando la mesa. Le dije que sería buena
idea esa, me hacía bastante falta, la verdad.

Me comentó que al día siguiente tendría que salir para llenar la nevera y coger algunas cosas
de su piso que iba a necesitar mientras conviviera conmigo.
Le pregunto si ya le he dicho que es un sol. Él me responde que sí, sobre todo cuando me
llevaba a mis citas para acostarme con otros.

¿Cómo? ¿Me acaba de mandar una indirecta por lo egoísta que había sido con él? Sí, así
había sido, y a pesar de que tenía toda la razón y que enseguida me pidió perdón por su
comentario desafortunado, no pude reprimir mi respuesta diciéndole que no debía pedir perdón
por eso, que era la puta verdad lo que había dicho, y que no merecía su amistad. Tal impotencia
me entró por todo el cuerpo que salí corriendo de la habitación, y como no, llorando de nuevo,
hacia el cuarto baño para encerrarme y maldecirme por lo gilipollas que había sido sin que nadie
pudiera verme ni oírme.

Salió detrás de mí, pero no consiguió que no llegara a mi destino y echara el pestillo por
dentro.

A través de la puerta intentaba pedirme perdón por sus palabras fuera de lugar y convencerme
para que saliera. No tenía ninguna intención de hacerlo, me daba vergüenza verlo, pero al decirme
que no eran maneras esas de tratar a un ángel de la guarda, como lo había llamado minutos antes,
consiguió que se me pasara el berrinche y salir de mi encierro momentáneo.

Nada más salí, no sé por qué, pero me apetecía mucho un abrazo de él, y así se lo hice saber.
Esta vez iba a ser fuerte y plantarme hasta que lo consiguiera.

Me preguntó antes de acercarse si estaba segura. No lo estaba, no, pero tenía que dar ese
paso, debía comenzar a superar mis miedos.
Asentí con la cabeza y acto seguido se fue acercando lentamente. Cerré los ojos y se puso
todo mi cuerpo en tensión esperando su contacto. Contacto que cuando llegó me produjo un
escalofrío. Estuve a punto de empujarle y separarlo de mí, pero debía de ser fuerte y continuar con
lo que le había pedido, y deseaba también.

Cuando por fin estaba completamente rodeada por sus brazos no pude evitar volver a llorar.
Mis lágrimas empaparon su camisa enseguida, era un caudal lo que emanaba por mis ojos en esos
momentos. Apreté su cuerpo contra el mío con todas mis fuerzas. Lo había conseguido, pronto
volvería a ser la misma de antes. Y esperaba que esa transición sucediera junto a Pablo. Sonó el
timbre, se separó de mí, me separé lentamente de él, de nuevo se me escapó un suspiro al hacerlo.
Tenía la cara completamente mojada, había llorado demasiado sin darme; lo necesitaba, al igual
que su abrazo. Le pedí si podía ser él quien abriera la puerta mientras yo me echaba un poco de
agua en la cara. Por supuesto, aceptó.

Fui al baño y vi mi reflejo en el espejo tratando de evitar derramar unas cuantas lágrimas
más. Estaba horrible, daba pena verme, no me reconocí.
Tenía el pelo enmarañado y grasiento, unas ojeras dignas de un maquillaje de mapache, la
cara hinchada, y para más inri, con la marca de las sábanas en las mejillas de tanto dormir. Vaya
cuadro estaba hecho.

Pero extrañamente me sentía bien a pesar de mi físico, me sentía libre, me sentía a gusto
conmigo mismo sin tener la necesidad de agradar a nadie. Y de nuevo no puede evitar llorar al
darme cuenta de que había vivido años engañada. Lo lejos y a la vez tan cerca que tenía la
felicidad.
Me dirigí a la cocina, no sin antes despedirme de mi nueva yo, para ir poniendo la mesa. Al
segundo viaje, cuando llevaba los cubiertos y servilletas, apareció Pablo con las dos bolsas de
comida.

En silencio, repartió los envases de plástico con la comida de cada uno en su interior.
Rollito, tallarines y ternera con patatas para él. Rollito, arroz tres delicias y pollo con almendras
para mí.

Había pedido lo de siempre, lo que sabía que me encantaba, y lo que él soportaba únicamente
de este tipo de variedad de comida. Él solamente la tomaba cuando a mí me apetecía para
acompañarme.
En silencio, nos dispusimos a cenar mientras veíamos uno de los programas de televisión que
más me gustaban, GH VIP. Esto también lo hacía por mí, él odiaba la telebasura.

Y sin saber muy bien cómo me quedé dormida y desperté en mi habitación.

Debía de ser tarde por la cantidad de luz que entraba por la ventana. Llamé a Pablo, no recibí
respuesta. Asustada, me incorporé y grité su nombre más fuerte. Nada, seguía sin respuesta. Me
asusté mucho y el corazón parecía que se me iba a salir del pecho de un momento a otro, me
oprimía, no podía respirar con normalidad. Me encontraba sola, sin nadie a mi lado para que
pudiera socorrerme, este era mi fin.

Estaba tan nerviosa y aterrorizada que no escuché la puerta abrirse. Pablo apareció con unas
bolsas en la mano, y en cuanto se dio cuenta de mi situación las soltó en el suelo y corrió en mi
ayuda. Me puso su brazo sobre los hombros y el otro justo debajo de mis pechos, me abrazó.

––Cálmate, ya estoy aquí, solo he ido un momento a comprar el desayuno, han sido sólo diez
minutos, lo siento, Silvia. Ya estoy aquí, tranquilízate, no te va a pasar nada.

Poco a poco mi ritmo cardíaco y el respiratorio fue normalizándose.


––¿Por qué me has dejado sola? Me…me prometiste que…que nunca me dejarías sola.

––Lo sé, sé que te prometí eso, pero tengo que salir, Silvia, obligatoriamente. Sea por unos
minutos solamente o algunas horas si hace falta. Lo mínimo indispensable, pero debo traer
alimentos y artículos básicos como papel higiénico por ejemplo, que se necesitan para poder
residir en una casa.
-Debemos comer, asearnos, limpiar y todo eso, Silvia. Hasta que tú estés preparada para
poder salir debo de hacerlo yo solo. A menos que tengas alguna amiga o amigo al que le podamos
dar la lista claro está, porque yo no tengo a nadie para ponerle en ese compromiso.

Era verdad eso, necesitábamos traer cosas de la calle y alguien debía de hacerlo. Así que le
di la razón preocupada por si hoy mismo tenía que dejarme sola de nuevo.
Se tuvo que dar cuenta de lo asustada que me encontraba y con una ternura que solamente
podía trasmitir él, me dijo que de momento el frigo y la despensa podíamos llenarlos haciendo un
pedido por Internet, que había muchos supermercados que admitían este tipo de servicios. Nos lo
traerían todo a casa y no habría problema alguno en tener que salir para eso.

Era increíble este hombre, cómo era capaz de buscar soluciones tan simples, pero que a mí se
me escapaban siempre, a los problemas que ya había dado por batallas perdidas.

––Eres mi salvador, ¿lo sabes? ––le dije.

––Pues sí, últimamente me lo recuerdas mucho. Aunque ya sabes también lo que opino sobre
eso. De todas formas, no cantes victoria tan pronto. Esta tarde sí o sí me tengo que escapar alguna
horilla, necesito pasarme por mi piso. Y he pensado dos cosas. La primera, aprovechar la hora de
tu siesta, salir cuando te hayas dormido, e intentar volver antes de que despiertes. Para no
arriesgarnos, si quieres puedes tomarte un relajante y así evitar que te desveles.

Y la segunda opción, es probar si puedes salir de casa y venir conmigo.

Vaya, pues sí, me había ilusionado demasiado pronto. Al final sí que me iba a quedar sola de
nuevo. Y me aterraba la idea; ambas ideas, la de quedarme sola y la de salir del piso.
Pablo se tuvo que dar cuenta de la lucha interna que estaba manteniendo en ese momento y me
pidió perdón, pero tenía que salir sí o sí. Me comentó también si tenía alguien a quien poder
llamar para quedarse ese ratillo conmigo. Algún familiar, amiga, amigo, un vecino…

Le dije que no, que me tomaba una pastilla media hora antes de irme a la cama y listo. Y que
no me dijera cuándo tenía pensado irse, ya me las apañaría como fuera.

Su piso no es que estuviera relativamente lejos, así que no creo que tuviera problema en
volver antes de que despertara. Mis siestas solían ser largas sin necesidad de ayuda, imagino que
con el relajante se alargarían algo más.
Se acercó a darme un beso en la mejilla, esta vez mi cuerpo no lo rechazó.

––Vas haciendo progresos ––me animó justo después de prometerme que no tardaría––. Y
ahora si te parece, ¿encendemos el ordenador y hacemos la lista de la compra?

Asentí con la cabeza sonriéndole. Tenía toda la razón, estaba haciendo progresos, y esperaba
que fueran lo suficientemente rápidos para que no le diera lugar a olvidarse de mí.
Media hora más tarde, ya teníamos terminada una lista de más de cien euros solamente para
darle al botón de aceptar y que nos la trajeran al piso. En ella, aparte de lo básico, habíamos
incluido algún capricho como una botella de ron, un buen surtido de ibéricos, una caja de
langostinos, una tarrina de helado… Qué narices, nos lo merecemos, me decía cada vez que
añadía algo de esto a la cesta virtual.

Me sorprendió mucho a la hora de hacer esta lista que fuera él quién se acordara de cosas,
digamos más de chicas, tipo cuchillas, compresas, cremas…
Aunque claro, conociéndolo como lo conocía, tampoco era de extrañar que no se le
escaparan estos detalles, siempre había sido una persona muy detallista.

En la página web nos advertían de que la entrega se realizaría por la tarde, y la despensa y
frigorífico estaban completamente pelados. Me dio vergüenza que pudiera pensar que era muy
descuidada para la casa. Pero lejos de hacerme sentir incómoda, hizo todo lo contrario, me dijo
que él tenía el frigo igual que yo. Que no le gustaba tirar comida y que compraba de un día para
otro siempre.

Tenía salida para todo. ¿De verdad existía un hombre tan perfecto en la vida y estaba
conviviendo conmigo ahora mismo?
Me dio mucha rabia el pensar que esa convivencia podía haber comenzado hacía años y por
causas naturales digamos.

––Esta noche te voy a preparar una cena de picoteo. Pero, ¿qué te apetece ahora? Tengo
instalada la aplicación en el móvil esa para pedir todo tipo de comida a domicilio. Podemos
comer lo que quieras.

Me apetecía algo casero, la verdad, nada de comida basura. Una sopa de picadillo, un plato
de patatas a lo pobre con huevos y pimientos, un poco de arroz, unas migas… Comida que me
hiciera sentir que estaba en casa.
Él asintió, y tras cinco minutos trasteando su móvil dijo que ya estaba todo solucionado. Que
en un par de horas llegaría. Ahora podíamos tomar el café que había salido a comprar junto a un
par de magdalenas de chocolate ––mis preferidas–– para acompañarlo.

––¿Nos sentamos a ver alguna serie en Netflix mientras desayunamos? ––me preguntó.

––Tengo pendiente una por empezar a ver, tiene muy buena pinta.

––¿A qué esperas entonces para ponérmela?, tienes buen gusto eligiendo series.

––Tengo buen gusto en todo ––le contesté pasándole mi dedo por debajo de su barbilla a la
par que me dirigía hacia la tele para encenderla.

––Ya veo, sí ––me contestó con un toque de ironía.

¿A qué ha venido eso? ¡Ah, claro! Aún me guarda lo mal que le he hecho pasar viendo cómo
me iba a la cama de no cientos, pero si bastantes hombres, dejándolo siempre a un lado como si él
en ese apartado no pudiera jugar.
No se lo puedo reprochar, ha tenido que ser bastante duro, me tengo que dar con un canto en
los dientes con que aún quiera hablarme.

––Ya verás como ya no me equivoco más en ese tipo de elecciones ––le auguré sonriéndole y
guiñándole un ojo.
En otro tiempo, este gesto le hubiera puesto nervioso. Antes me divertía mucho cuando se lo
hacía y su rostro se volvía de un color rojo intenso, y no era capaz ni de contestarme a lo que le
había preguntado. Ahora ni se inmutó.

Mi poder sobre él digamos que se había terminado. Ahora mismo sentía la misma atracción
sexual por mí que por un mueble, no le ponía nada.

Y no sabía si es porque ya se había hartado de mis tonterías, o porque la agresión que había
sufrido le había ocasionado a él también algún tipo de calentamiento de cabeza y no me quería
tocar.
Me dieron ganas en ese momento de decirle que si estaba en mi piso por obligación para
limpiar su conciencia por no haberme cogido el móvil se podía marchar ahora mismo, que no lo
necesitaba. Pero lo pensé mejor por si en verdad decidía marcharse y dejarme sola.

Prefería no saber el verdadero motivo por el cual seguía a mi lado habiendo perdido el
interés completamente por mí.

Yo soy el tipo de persona que prefiere escuchar una mentira piadosa a una verdad dolorosa.
Aunque ya sé que no es lo correcto.
––¿Te pasa algo? ¿Te encuentras bien? ––me preguntó.

––Nada. ––Estoy rota por dentro, Pablo. Te necesito y me da miedo creer que, aunque estés
aquí conmigo, ya te he perdido––. Me ha dado hambre de repente, voy a echarme la magdalena a
la boca. ¿Pongo la serie ya?

––Estoy deseando saber de qué va, adelante.

Nos dio tiempo de ver tres capítulos completos ––y eso que eran bastantes largos–– antes de
que llamaran al timbre del piso para avisarnos de que ya había llegado el repartidor.

Nos llevamos ambos un gran sobresalto; la serie era de miedo, mi género preferido tanto en
libros como en pelis, y estábamos muy metidos en la trama cuando nos interrumpieron
repentinamente.

––Voy yo a abrir ––me dijo––. Termina tú de ver el capítulo mientras voy colocando la mesa.

––No, deja que te ayude ––protesté. No estaba invalida como para no poder poner ni una
mesa.

––Esta noche preparas tú la cena si quieres, déjame esto a mí ––me contestó dándome un
nuevo beso en la mejilla que me derritió por dentro.
Mis bragas se empaparon, y mi parte íntima comenzó a arder de deseo por algo más. Un
escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar que si con tan solo esa muestra de afecto había conseguido
esa reacción en mí, miedo me daba lo que podría conseguir si llegara a sentirlo dentro de mí.

Al minuto regresó con dos bolsas de comida para abrirlas delante de mí.
Papas a lo pobre, morcilla, chorizo, y un recipiente más pequeño con algo de arroz. ¡Qué
buena pinta tenía todo! Me levanto y me lanzo a su cuello para abrazarlo.

––¡Eh, tranquila! Que al final vamos a tener que regresar al hospital, pero esta vez por mí.
¡Vaya fuerza tienes, cómo engañas! ––exclamó sonriendo sin dejar de colocar la comida en la
mesa.

No pude evitar sonreírle yo también como una boba, como si hubiera vuelto a la edad del
pavo.
Estaba demasiado ilusionada con la idea de conseguir mantener una relación con Pablo.
Aunque a la par bastante asustada también por si eso no llegara a ocurrir.

En el trascurso de estos pensamientos, Pablo se marchó y volvió de la cocina para traer los
cubiertos y platos que nos hacían faltan para comenzar a comer.

––¿Pasa algo? ––me preguntó al ver mi repentino cambio de humor.

––Nada, solamente estaba pensando que mejor me tomo la pastilla ahora para que cuando
tengas que irte ya me haya hecho efecto.

Me miró extrañado, pero al minuto me contestó que le parecía buena la idea. Se levantó de
nuevo y me trajo la pastilla del dormitorio para que me la tomara junto a un nuevo vaso con un
poco de agua.

Tras tomármela, nos quedamos en silencio durante el transcurso de la comida, al igual que en
la cena de la noche anterior. Ninguno de los dos sabía qué decir. Era una situación bastante
incómoda.
Al terminar, me ofrecí para quitar la mesa y fregar los platos. No puso impedimento alguno.
Él aprovecharía para darse una ducha de mientras, me dijo. Aunque se tuviera que poner la misma
ropa que llevaba, necesitaba esa ducha.

Cuando pasé por delante del cuarto baño tras dejar todo recogido no pude evitar imaginarme
su cuerpo completamente desnudo cayéndole el agua por encima mientras se enjabonaba.

De nuevo sentí cómo mis bragas volvían a mojarse. Joder, madre mía. Me mordí los labios y
todo inconscientemente de impotencia al no atreverme a entrar a esa habitación y meterme con él
en la ducha.
Salió del cuarto baño sin darme cuenta y me pilló de lleno con mi cara de boba apoyada en la
puerta.
––¿Qué haces? ––me preguntó.

––Nada, nada, solo intentaba escuchar si el agua estaba saliendo bien ––le contesté lo
primero que se me pasó por la cabeza medio coherente, e intentando no ponerme roja como un
tomate de la vergüenza. Aunque por el calor que desprendía mi rostro dudo haber conseguido eso.
––¿Escuchando cómo cae el agua? ¿Estás bien, Silvia?

––Es que, es que ––repetí––, creo recordar que muchos agujeros de la alcachofa estaban
tapados por la cal y salía un chorrito muy pequeño de agua debido a ello. Tan pequeño que casi no
te podías bañar. ¿Has podido ducharte bien?

––Pues la verdad es que sí, el chorro ha salido fuerte y bastante caliente. Se habrá arreglado
solo, ¿no? ––me contestó con una sonrisa torcida de incredulidad ante lo que estaba escuchando.
Sonrisa que delataba que no se creía nada de mi versión.

Pero bueno, a lo hecho pecho. Ya estaba el daño hecho; era tontería seguir intentando
excusarme por imaginarme dentro de la ducha con él. Así que le contesté que lo mismo los días
estos en los que no se había usado la ducha le habían venido bien. Y ahí acabó nuestro debate.

Además, de repente me sentí muy cansada, me entró un sueño tremendo. La pastilla estaba
empezando a hacer efecto.
––¿Te puedo pedir un favor? ––le pregunté.

––Claro, si está en mi mano sin problema.

––¿Puedes quedarte conmigo en la cama hasta que me duerma? Estoy cansadísima, no creo
que dure mucho despierta, la pastilla parece que cumple su función de maravilla. Luego puedes
aprovechar para dejarme sola e ir a tu piso. Pero que no se te olviden las llaves, porfa, por si
cuando vuelvas sigo dormida y no me entero del timbre. Suelo tener el sueño muy profundo, miedo
me da cómo puede ser este con ayuda.
––Por supuesto que me quedo contigo hasta que te duermas. ¿Quieres que entremos ya al
dormitorio?

De nuevo mi imaginación echó a volar tras escuchar esa frase. Claro que quería. Y una vez
dentro quería que nos besáramos y quitarnos la ropa poco a poco hasta quedarnos completamente
desnudos sobre la cama. Ya estando desnudos comenzaríamos con cosas más serías. Él besándome
los pechos apasionadamente, y bajando poco a poco hasta llegar a mi vagina para comprobar que
ya lo estaba esperando con ansias. Yo cogería su parte más íntima del cuerpo para ir preparándola
a lo que se le avecinaba. A una noche completa de sexo de todas las posturas habidas y por haber.

Mis bragas no es que estuvieran ya mojadas, es que prácticamente se encontraban pegadas a


mi cuerpo.
Joder, lo iba a pasar bastante mal si no se decidía a follarme pronto. Estaba realmente
cachonda. No recordaba haber estado nunca en este grado de excitación tan grande.
––Sí, quiero que entremos ya en el dormitorio ––le contesté decidida, teniendo clara la
táctica que iba a seguir para que todo lo que había imaginado ocurriera.

Nada más entrar al dormitorio me fui quitando la ropa. Primero, la parte de arriba del pijama,
seguidamente la de abajo.
Pablo se encontraba a mi espalda, así que no podía verle la cara que se le había quedado tras
esta escena. Pero me hubiera gustado un montón haberla visto.

Decidí dar un paso más y comencé a desabrocharme el sujetador. Puffff, cómo me estaba
poniendo de mal. Me estaba desnudando para Pablo por fin.

Ya solo me quedaba las braguitas para estar completamente como mi madre me trajo al
mundo. Y no tardé en dar este último paso.
Me dio algo de vergüenza cuando vi lo descuidado que tenía mi chochete. En estos días me
había crecido el vello en algunas zonas más que en otras, y parecía aquello un campo de batalla.

Pero ya era tarde para echarse atrás, pondría una luz tenue y rezaría para que pasara
inadvertido este detalle.

Me di la vuelta para sentarme sobre la cama y tirar de las sábanas para meterme debajo de
ellas ––deseando estar debajo de Pablo también en unos minutos––. Lo miré de reojo antes de
taparme. El mundo se me vino encima cuando lo vi.
Me estaba mirando, sí, estaba mirándome estando completamente desnuda, pero su mirada
estaba llena de vacío. Su mirada era la misma que la de un auxiliar cuando mira a una paciente
mientras tiene que ducharla o cambiarla. Qué digo como un auxiliar, estos lo mismo pueden llegar
a sentir algo a pesar de que eso es parte de la rutina de su trabajo. Pablo me miraba como quien
mira a su madre cuando ya está mayor y necesita prácticamente ayuda para todo, hasta para
vestirse.

Nada, no había ningún tipo de expresión en esa mirada.

Con la primera lágrima corriendo por mis ojos me di la vuelta y cubrí mi cuerpo con las
sábanas muerta de vergüenza por lo ocurrido.
No me quedaba nada de dignidad esa tarde. Aun así le pedí una última cosa, un abrazo. Lo
necesitaba.

A esto sí aceptó, y con la ropa puesta se recostó a mi lado. Me echó su brazo por encima con
las sábanas haciendo de frontera de nuestros cuerpos, y comencé a llorar como una desconsolada
hasta caer rendida de agotamiento sin poder mantenerme más tiempo despierta.
PABLO

Me desperté un poco desorientado, sin saber muy bien dónde me encontraba. Pero enseguida
un dolor punzante en la espalda me recordó dónde había dormido esa noche y en qué piso me
encontraba.

Tras unos pequeños estiramientos de cuello, y ver el móvil al lado mía, lo primero que se me
pasó por la cabeza fue mandarle un mensaje a Paula. Un mensaje pidiéndole su número de
teléfono. No me gustaba mucho hablar con ella mediante la aplicación de contactos. Y ya sabía
que era muy temprano, pero tenía muchas ganas de saber de ella. Así que dicho y hecho, mensaje
mandado, ahora a esperar su contestación.
Me levanté para ir a la cocina y ver si había algo para preparar un desayuno medio decente.
Y no, no había nada de nada, debía salir y comprar algo si queríamos tomar algo.

Así que mi siguiente paso fue ir al cuarto baño para lavarme la cara e intentar que mi aspecto
estuviera medio decente para ir a la cafetería de la esquina.

Tras ello, me asomé a la habitación de Silvia para comprobar que seguía durmiendo y que no
tendría problema si me ausentaba diez minutos.
Parecía sumida en un sueño profundo, así que no demoré más mi marcha.

Miré el móvil de nuevo antes de salir para ver si había recibido contestación de Paula. Pero
no, no me había escrito nada.

Y justo cuando regresaba con el desayuno comprado, saliendo del ascensor, escuché los
gritos de Silvia llamándome desconsoladamente.
Abrí la puerta corriendo dejando el pequeño desayuno que había traído en el suelo.

––Estoy aquí, Silvia, tranquila. No estás sola ––grité por el pasillo antes de llegar a su
habitación––. Solo he salido a comprarte el desayuno.

Se la veía muy alterada, se complicaba la idea de salir esta tarde. ¿Lo estaría haciendo
adrede para que no me escapara porque se olía que iba a ver a otra chica? No creo, estaba
sudando mucho y verdaderamente asustada tras la pesadilla que me acababa de contar que había
tenido.
Consiguió tranquilizarse tras ver que había sido tan solo un mal sueño lo que le había pasado
y que no se encontraba sola.
Me preguntó si verdaderamente me tenía que marchar esa tarde. Le contesté que sí, que no me
quedaba otra, pero que si quería podía quedarme con ella hasta que le hiciera efecto el
tranquilizante que había decidido tomar tras la comida.

Accedió a mi propuesta, y tras hacer la lista de la compra por el ordenador, ver una serie, y
comer lo que habíamos pedido por teléfono, se tomó el tranquilizante.
Yo fui al baño para darme una ducha caliente, que me hacía bastante falta, mientras ella
terminaba de recoger la mesa. Así hacíamos algo de tiempo para que la pastilla hiciera su efecto.

Antes de meterme en el agua me di cuenta que mi móvil me avisaba de una notificación


nueva. Era de Paula, me había escrito para decirme que sin problema me daba su número de
teléfono. Lo añadí a mi agenda, actualicé el WhatsApp, y le contesté ya por esa aplicación.

Le comenté si le apetecía tomar ese café que teníamos pendiente esa misma tarde, a las cinco.
Podía escaparme un par de horas y aprovechar para verla si quisiera. A las cinco en el Lemon, un
local de moda de la ciudad.
Al parecer lo conoce. Perfecto, allí nos veríamos en nada de tiempo. Qué ganas tenía de que
ocurriera eso. Y al parecer iba a ser antes de lo que esperaba.

Me dijo ella si podía ser mejor a las cuatro y así aprovechar algo más la tarde. Me parece
bien, le contesté. Dicho esto, nos despedimos, porque si seguíamos hablando no nos daría tiempo
de llegar a la hora acordada. Le mandé un emoticono lanzando un beso con un corazoncito, y me
metí en la ducha. El agua ya salía completamente caliente.

Cuando salí del cuarto baño me encontré a Silvia justo detrás de la puerta con la cara pegada
a ella. ¿Me estaba espiando? La cara que puso tras ver la mía de improviso me confirmó que así
era. No pude evitar la risa, pero sí conseguí retenerme en no hacer ningún comentario sobre esta
situación embarazosa.
Tras volver su rostro a su tonalidad normal me pidió que la acompañara al dormitorio a
acostarse, le estaba entrando sueño. Por supuesto, le dije que sí.

Cuando entré al dormitorio ella ya se encontraba prácticamente desnuda, no esperó siquiera a


llegar a la cama. ¿A qué venía eso? ¿A qué estaba jugando? Yo no quería ni mirar, y al contrario
de lo que podía pensar en un principio, sentí más vergüenza de la situación que excitación. Era
raro, pero me sentía fuera de lugar. Y mira que me había hecho pajas a lo largo de estos años
imaginando que esto llegara a ocurrir. Al parecer, llegaba tarde la oportunidad, no sentía atracción
alguna ni por Silvia, ni por su cuerpo.

Y esto lo tuvo que notar ella, porque su cara era un completo poema al ver cómo no iba hacia
su llamada.
Vi cómo una lágrima empezaba a correr por su mejilla antes de darse la vuelta y taparse con
las sábanas. Se me vino el mundo encima, no sabía dónde meterme.

––¿Puedes abrazarme mientras consigo quedarme dormida? ––me preguntó.


A esto no podía negarme. Le dije que sí, y me eché sobre la cama encima de las sábanas para
evitar el contacto directo con su cuerpo.

Su llanto ahora era más evidente tras mi abrazo. Yo me mantuve callado esperando que
remitiera pronto por la llegada del sueño.
Y por suerte este no tardó en llegar, a los diez minutos ya se había quedado rendida.

Me levanté con mucho cuidado para no despertarla, aunque por su respiración profunda se
podía intuir que no iba a ser fácil conseguir eso.

Me limpié la cara con la palma de la mano; yo también había estado llorando durante ese
abrazo. La situación estaba empezando a sobrepasarme, y no tenía claro si estaba actuando bien o
mal. Si estaba haciendo lo que debía o lo que quería.
Me peiné un poco tras ello en el cuarto baño, cogí las llaves de Silvia, y salí por la puerta al
encuentro de Paula.

Mientras caminaba hasta el lugar acordado me sentí un poco culpable por la situación. Silvia
pasándolo mal, insinuándose claramente, y yo escapándome de sus brazos para irme a los de otra.
Puffff, vaya marrón en el que me encontraba.

Pero, ¿no había estado yo cientos de veces en esa misma situación y a ella le había dado
igual? ¡Si hasta el mismo día de la agresión tras declararme me dijo que la llevara a casa de ese
tal Luis!
He peleado lo que he podido, ya no quiero luchar más en esa batalla. Bastante estoy haciendo
por ella con no dejarla sola.

Me dije estas palabras a mí mismo para convencerme de que estaba haciendo lo correcto, que
debía mirar por mí de una vez. Aunque en mi interior sabía que no sería capaz de abandonarla
nunca en la situación en la que se encontraba. Solo esperaba que Paula pudiera entender esto y ser
paciente conmigo.

Al llegar al pub donde habíamos quedado este estaba bastante animado, de más para mi
gusto. Había demasiada gente, me iba costar dar con Paula.
Miré el reloj y me di cuenta que todavía quedaban diez minutos para la hora acordada, así
que me pedí un Barceló cola para rebajar los nervios mientras esperaba.

Y justo cuando me disponía a coger mi vaso para darle el primer sorbo, alguien me abrazó
por la espalda y me dio un beso en la mejilla

––Anda que me has esperado para empezar a beber. Un Larios Rose con tónica para mí, por
favor ––pidió. ¿Paula? Supongo que sí, quién si no me estaba esperando en ese lugar.
––Es que, es que no pensaba que ibas a llegar tan temprano. Aparte de que todavía ni es la
hora acordada, ya sabes el tópico que se cierne sobre las chicas acerca de la puntualidad en las
citas. Y me daba cosa estar aquí dentro sentado sin consumir nada, y sin saber siquiera si te ibas a
presentar o no.

––¿Cómo? ¿Después de todo lo que hemos tenido que liar para poder vernos y ahora dudas de
que no fuera a venir? Vaya, vaya con Pablo, qué desconfiado.
––Tienes razón, ha sido una mala excusa, sabía que ibas a venir y por ese motivo he pedido
ya, para intentar relajarme un poco. Estoy súper nervioso, aunque no lo creas.

––Umm, eso me suena más creíble. Sobre todo porque yo estoy también muy nerviosa. No
imaginaba que al final podía llegar este día.

Se puso coloradísima en cuanto me dijo esto. De nuevo me había hecho ver que le gustaba.
Me hizo gracia su reacción y no pude evitar reírme.
Pero lejos de esconder este sentimiento se vino más arriba. A lo hecho pecho, debió de
pensar.

––Pues sí, llevo tiempo intentando conseguir una cita contigo. Me gustas, mucho, además, ¿tan
malo es eso? Yo creo que no.

No se anduvo por las ramas en absoluto. No se escondía de decir lo que pensaba o sentía. Me
encantan las personas así.
––Pues aquí estoy, lo siento por haberte hecho esperar, no tenía ni idea, si no, ten por seguro
que este día hubiera llegado mucho antes.

Le dejé entrever que a mí también me interesaba.

––Sí, por fin ––me contestó––. Aunque ciertamente no es una cita en toda regla, ¿no? Me
dijiste que tenías que hacer unas compras y pasarte por tu piso para coger unas cosas y volver
pronto con Silvia, ¿verdad?
¿Había pronunciado el nombre de Silvia con retintín?, ¿o solamente me había parecido que
había sido así? Seguramente me habría parecido, aunque si le gusto tanto como dice no creo que le
haga mucha gracia que conviva con otra chica ––y más sabiendo la relación que tenemos sí ya
conoce nuestra historia––.

––Sí, tengo que volver con Silvia, se ha quedado durmiendo y le he prometido que volvería
antes de que despertarse. Así que no puedo demorarme mucho. De aquí directo a mi piso a hacer
una pequeña maleta y a volver con ella tras ello.

––¿No había que ir de compras también?

––Ya no hace falta, esta mañana hemos hecho el pedido por Internet.

––Menos tiempo para vernos.

––Sí, eso parece. Lo siento, vaya mierda de primera cita.


––No te preocupes, seguro que en las siguientes tendremos más tiempo, ¿no?

Tras decirme esto me dio un cariñoso pellizco en la mejilla.


Y tan solo con este inocente gesto consiguió que me pusiera bravo.

¡Joder! Hace escasa una hora había tenido a Silvia en bolas y nada, y ahora llega Paula y con
tan solo tocarme la cara, hace que quiera acostarme con ella aquí mismo encima de la barra.

Sonreí al ver la ocurrencia que se me acababa de ocurrir; liarme con ella en medio del bar
sin importar quién estuviera a nuestro alrededor. La verdad que estaría bien, no era lo correcto,
pero estaría bastante bien.
––¿De qué te ríes? ––me preguntó.

Le di el último trago al cubata y le dije que de nada, de una tontería mía.

Apuró ella también el último trago de su bebida, y me dijo que ya nos podíamos ir cuando
quisiera.
Pagué la cuenta, tras discutir algo con ella porque no veía justo que yo la invitara, que lo
normal era a medias, y salimos por la puerta tras prometerle que ella pagaría la próxima vez.

Cogimos el metro para llegar antes a mi piso. A esto sí que consiguió Paula que no tuviera
que sacar la cartera, y tras dos paradas solamente llegamos a nuestro destino.

––Perdona si el piso se encuentra algo sucio, llevo días sin pasar por aquí ––le dije antes de
abrir la puerta.
––No te preocupes, peor que está el mío no lo creo, me da vergüenza decirlo, pero soy un
desastre del orden.

––Vives sola entonces.

––Sí, me vine aquí a estudiar y tras la carrera ya me quedé. Mis padres no hacen nada más
que repetirme que me vuelva al pueblo, que qué hago aquí sola, pero ya no puedo volver, me he
acostumbrado a esto.
––Lo entiendo, a mí me pasó algo parecido.

––¡Joder! ¿Y dices que está el piso mal? Madre mía, si hasta se podría comer en el suelo.

––Qué exagerada eres. Voy a ir directo al dormitorio para empezar a llenar la maleta, perdona
si no te enseño el piso, si quieres échale un ojo mientras yo cojo unas cosillas.
––No te preocupes, voy contigo y te ayudo a doblar la ropa o a lo que haga falta.

––Como quieras, no tardaré mucho. Son pocas cosas las que tengo que coger. También tendría
que mirar el buzón por si hay alguna carta urgente.
––Yo no tengo prisa, no te preocupes por mí.

Precisamente el problema de la prisa no iba por ella, todo lo contrario, con ella
permanecería toda la noche si pudiera.
Pero como no podía ser. Me tuve que dar prisa y en tan solo quince minutos ya estaba
cerrando la maleta con lo que creía que iba a necesitar.

Miré el reloj y comprobé que era más temprano de lo que creía. Solo hacía una hora y media
que había abandonado la casa de Silvia, aún debía de permanecer dormida.

Paula se encontraba sentada sobre mi cama esperando a que le dijera cuál sería el próximo
paso a dar, si ya teníamos que marcharnos, o aún quedaba algo por hacer.
Desde que se quitó su jersey no había podido apartar la vista de su escote. Se intuía que tenía
unos pechos perfectos, y mi cabeza ya estaba imaginando cosas comprometidas en esa habitación
con ella, que a duras penas conseguía controlar.

––¿Y bien? ¿Qué hacemos ahora? ––me preguntó al ver que no dejaba de mirarla.

No sé si sería mi impresión o no, pero me pareció ver en su cara una pequeña sonrisa lasciva
por un segundo, que me invitaba a echarme sobre ella.
¡Qué demonios! Ya había estado demasiado tiempo con voto de castidad, era hora de invertir
esa situación.

––Ahora me gustaría hacerte el amor como un loco.

Dicho esto me eché sobre ella y comencé a besarla de manera desenfrenada.


Ella me correspondió a esos besos comenzando a desabrocharme los botones de la camisa
sin dejar por un segundo de besarme. Acto seguido, se quitó la suya.

Yo le desabroché el sujetador sin prestarle atención siquiera de qué color era, o si era más o
menos bonito.

Necesitaba ver y tocar esos pechos ya. Y tal y como había imaginado, eran perfectos, por lo
menos para mí.
Me lancé a ellos para besarlos y estrujarlos con ansia. Paula emitió un pequeño gemido
cuando mi lengua entró en contacto con su pezón.

Joder qué empalmaera había cogido, madre mía, cuánto tiempo sin tener a una mujer en mis
manos en una situación como esta. Me estaba volviendo loco, me encontraba como un animal fuera
de sí.

Ella echó mano a mi pantalón, y con la misma destreza que me quitó los botones de la camisa,
desabrochó este igualmente. Tras ello, de un tirón me los bajó hasta los tobillos. Terminé de
quitármelos yo sin separarme mucho de ella.
Le cogí la mano para dirigírsela hacia mi parte intima a la par que le arrancaba literalmente
las bragas del cuerpo con la otra mano. Para que digan luego que los hombres no podemos hacer
dos cosas a la vez. Ella hizo lo propio con mis calzoncillos.

Ya estábamos completamente desnudos, yo echado sobre ella sin dejar de poder apartarme de
su cuerpo, y alternando besos en su boca, cuello y pechos.
Estaba deseando penetrarla, pero quería que fuera ella quién me lo dijera, quería cerciorarme
que estaba completamente preparada para recibirme. Y así fue, tan solo un minuto después me la
agarró para introducírsela ella misma.

No pude reprimir un gemido en cuanto sentí que estaba en su interior. A Paula le pasó lo
mismo.

Fue ella quien comenzó con su juego de caderas marcando el ritmo de las arremetidas que
deseaba. Yo me dejé llevar, le acompañaba con su balanceo solamente.
Pero poco a poco el ritmo fue ganando en violencia y rapidez. La habitación se estaba
impregnando del inconfundible olor a sexo, y nuestros gemidos, al igual que mis arremetidas,
ganaron en intensidad.

Estaba a punto de irme cuando ella decidió separarse para darse la vuelta y ponerse en
posición perrito.

La imagen que tenía delante de mí era de por sí sola para correrse sin hacer nada más ¡Qué
cuerpazo tenía Paula! Sí que lo disimulaba bien bajo su uniforme de camarera.
––¿Te gusta así? ––me preguntó con sonrisa maliciosa.

––Tengo la impresión que lo hagamos como lo hagamos me va a encantar.

Volvió a sonreírme de la misma manera.


Yo no demoré más la espera y me acerqué para poder continuar lo que habíamos dejado a
medias.

El pequeño parón me había venido bien, había conseguido retenerme un poco y así poder
aguantar más.

Ella, a pesar de que estaba disfrutando, o esa impresión es la que daba al menos, aún no
había conseguido llegar al orgasmo. Así que debía hacer un esfuerzo extra para lograrlo, por lo
menos en esta primera vez, que viera que éramos compatibles.
Me eché completamente sobre ella, y sin dejar de empujar comencé a darle besos por la
espalda esta vez. Sus gemidos aumentaron de intensidad, al parecer estaba a punto de llegar al
límite al igual que yo. Me animé y aumenté mi intensidad al ritmo de sus gemidos.

Me estaba dando un poco de flato, pero ahora no podía parar. Por suerte, al poco conseguí mi
objetivo, no hubiera podido aguantar mucho más a ese ritmo. Y tras tres o cuatro espasmos
después de correrse, quedó rendida sobre la cama jadeando.

Yo todavía no me había ido, y seguía con un calentón de mil demonios. Y se lo hice saber
siguiendo dentro de ella y comenzando de nuevo mis arremetidas.
Pero ella volvió a separarse, y me ordenó, en lugar de pedir, que me echara sobre la cama.
Tras ello me la agarró, y se lo introdujo en la boca.

¡Dios! ¿Y tanto tiempo he estado yo sin hacer esto? Madre mía, qué pérdida.

Ella no me comentó nada, pero me dio cosa correrme dentro de su boca la primera vez que lo
hacíamos. Así que cuando noté que ya llegaba la aparté con cuidado, y terminé yo con el trabajo.
––No te he pedido que me apartaras ––me dijo todavía con esa sonrisa picarona que estaba
comenzando a volverme loco.

––Y espero que no lo hagas nunca ––le respondí yo acercándome para darle un beso en la
mejilla.

Su sonrisa continuó en su rostro, pero ahora era distinta, parecía de otra mujer.
––Yo espero lo mismo ––me dijo ella echándose sobre mi pecho y dándome un pequeño beso
en él.

––Ha sido maravilloso, Paula, puffff, tenemos que repetirlo pronto.

––Cuando quieras, para mí también ha sido la ostia y estoy deseando hacerlo de nuevo. ¿Tú
crees que es demasiado pronto para otro? ––me insinuó cogiéndome el pene para probar si ya
estaba disponible de nuevo.
Y parecía que sí quería un segundo asalto, pero en ese momento sonó mi móvil y me acordé
de Silvia. ¡Ostias! Seguro que era ella, ya se había despertado y estaba gritando asustada sola en
el piso.

Aparté a Paula bruscamente y fui corriendo hasta el salón para atender la llamada.

––Silvia, ¿estás bien?

Ni siquiera me entretuve a comprobar quién era quien me estaba llamando, sabía que era ella.

––Esto… buenas tardes, llamo del supermercado para comentarle algo sobre el pedido que
había realizado online. Estoy tocando el portero automático y no me responde nadie. ¿Era el 2D
de la calle Julio Cortázar número 6?

––Sí, sí, esa es la dirección. Dame un minuto y enseguida le devuelvo la llamada. Sí hay
alguien en el domicilio, pero lo mismo se encuentra dormida, voy a llamarla
––Perfecto, espero su llamada.

Colgué sin esperar siquiera a despedirme, y marqué enseguida el número de Silvia.


Al segundo toque respondió mi llamada.

––¿Eres tú, Pablo? Están tocando al timbre insistentemente y estoy muy asustada, ¿dónde
estás? ¡Ay, Dios mío! Seguro que viene a por mí ¿Dónde estás, Pablo? Dime, por favor, que eres
tú el que toca, que se te han olvidado las llaves.
––No, Silvia, no soy yo. Es el empleado del supermercado que nos trae el pedido que hemos
realizado esta mañana por el ordenador, ¿te acuerdas? Me ha llamado para decirme que no le
contesta nadie. ¿Puedes abrirle y atenderle? Solo tiene que dejar las bolsas en la entrada y
marcharse, ya está todo pagado. No tienes ni que verlo si quieres, desde el salón puedes decirle
hola y adiós.

––No, no. Seguro que no es él, seguro que quien está tocando es alguien que quiere hacerme
algo malo. Ven, por favor, Pablo, por lo que más quieras, ven. Estoy asustadísima, me tiemblan las
manos y estoy sudando mucho.

––Bueno, tranquila, voy a devolverle la llamada y decirle que puede dejar las bolsas en el
suelo de la puerta de arriba del piso, tardo quince minutos en llegar.
––Vale, pero, por favor, no me cuelgues.

––No te cuelgo, te mantengo en espera un minuto para decirle al del súper eso. Cojo la
maleta, y salgo en taxi enseguida.

Sin dejar de hablarle, fui a mi dormitorio donde se encontraba completamente desnuda Paula.
¡Guau!, me dije. Ahora que la veía más tranquilamente estaba aún mejor.
––¿Todo bien, Pablo? ––me preguntó nada más verme de nuevo.

Le hice la típica señal con el dedo para que se callara mientras ponía el manos libres para
poder vestirme rápidamente.

––Sí, Silvia, luego podemos poner otro capítulo de la serie esa que a ti te gusta tanto. Claro,
podemos cocinar tallarines a la carbonara si te apetece también, todo lo que quieras. ¿Que si
puedo abrazarte esta noche mientras dormimos?

Miré antes de contestar a Paula, ella hacía lo propio, ambos con la mirada rota.

Me acababa de acostar con ella, y minutos más tarde escuchaba cómo esa misma noche iba a
estar en la cama con otra.

Me miraba fijamente esperando cuál iba a ser mi contestación.


––Sí, por supuesto que te voy a abrazar ––tuve que contestarle a Silvia apartando la vista de
Paula.

Ya solo me quedaba abrocharme los zapatos para estar completamente vestido de nuevo. En
pocos minutos había pasado de no querer irme de mi piso, a estar deseando desaparecer de él. Era
incapaz de mirar a los ojos a la mujer con la que me acababa de acostar. Me hubiera gustado
poder decirle que, por favor, tuviera paciencia, que quería intentarlo con ella, que no se apartara
de mi vida y me diera una oportunidad. Pero fui incapaz de hacerlo.

––Me tengo que ir ––le dije en cambio sin darme la vuelta.

Ella continuaba desnuda sobre mi cama.

––Enseguida me visto y salgo yo también ––me contestó tras un leve silencio incómodo entre
los dos.

––Asegúrate de que quede la puerta bien cerrada cuando salgas. Te llamo en cuanto pueda,
Paula. Hasta pronto, espero.
Dicho esto me levanté, salí del dormitorio, y abandoné el piso, mi piso.

Nada más poner un pie en la calle paré un taxi, me subí en él, le dije dónde debía llevarme, y
en silencio aguardé a que terminara mi viaje.

En el trascurso de ese viaje mandé dos wasaps, uno a Silvia diciéndole que ya estaba
llegando, y otro a Paula. A ella solo le escribí seis letras: “Perdón”.
Ninguna de las dos me contestó.

Tardé poco en llegar al piso de Silvia. Por suerte, no había mucho tráfico esa tarde. Vi lo que
marcaba el taxímetro, doce con ochenta. Busqué un billete de diez y otro de cinco en mi cartera, se
los di incluso antes que parara el coche para bajarme deprisa, le dije que podía quedarse la
vuelta, y salí a toda prisa.

Las bolsas de la compra se encontraban encima del felpudo que te daba la bienvenida al piso
de Silvia. “Bienvenido a la República independiente de mi casa” rezaba en él. Bienvenido,
Pablo, me dije melancólicamente.
Tantos años suspirando por poder entrar en ese piso y encontrarme a Silvia en él
esperándome, y ahora que ocurre esto, lo que quiero es no hacerlo. Esa es la vida, Pablo, cuando
consigues las cosas que quieres, o pierdes el interés en ellas, o ya no te hacen falta.

Busqué las llaves en el bolsillo del pantalón, abrí la puerta, cogí las seis bolsas de la compra
a la vez, y entré en mi “prisión”. Una prisión a la que me obligaba permanecer.

Me extrañó mucho cuando al entrar no escuché su voz llamándome desesperada. ¿Dónde se


encontraba? ¿Le habría pasado algo grave? ¿Un ataque de ansiedad tal vez? No, por Dios, más
desgracias no. Nadie se merece tanto.
Fui directo a su habitación soltando las bolsas de golpe en el suelo y allí me la encontré,
acurrucada debajo de las sabanas y rezando para que no le pasara nada, y para que yo llegara
pronto.

––Silvia, ya he llegado, lo siento –– me disculpé desde la puerta.


PAULA

Ya me encontraba en el bar esperando, había llegado mucho antes de lo previsto, aún


quedaban quince minutos para la hora acordada. Un pequeño vistazo rápido al local fue suficiente
para comprobar que él no había sido tan puntual de más como yo.

Decidí entrar al baño en vez de estar sentada sola esperándolo para darme los últimos
retoques de maquillaje; debía de estar perfecta hoy.
Un poco de rímel, un poco de pintalabios, las tetas en su sitio, el flequillo lo mismo. Y ya que
estoy en el lugar indicado aprovecho para hacer un “pis”. Puedo aguantar todavía, pero vayamos
que con la cerveza que pidamos me entren ganas luego y no encuentre donde orinar si ya hemos
salido de aquí.

Lista, aún quedan unos diez minutos para que el reloj marque las cuatro, pero voy a salir y
buscar un sitio bueno para cuando llegue él. ¡Coño!, si parece que ese chico de enfrente es él.
Claro que es él, y con una copa que está ya.

Voy a acercarme por la espalda para sorprenderlo con un beso.


“Muakkkkks”, le planté un beso en la mejilla.

––¡Anda que me esperas para empezar! Un Larios Rose con tónica para mí ––pedí para coger
su ritmo.

Cinco minutos bastaron para hacerle saber que me atraía. Que me atraía, y mucho, además. Él
dejó entrever que también estaba interesado en mí, aunque yo preferiría no ilusionarme tan pronto.

Me dijo que ya no hacía falta que fuéramos al supermercado ––malo, pensé, menos tiempo
para estar con él––, pero si quería podía acompañarlo a su piso para estar un poco más de tiempo
juntos. Por supuesto que acepté. Tras una leve riña por ver quién invitaba a quién, al final cedí y
dejé que fuera él quién se hiciera cargo de la cuenta, pero para el metro sí me adelante y logré
pagar el ticket de los dos.

Estaba nerviosa, muy nerviosa, y cuando en el rellano de su piso me comentó, mientras


esperábamos a que encontrara las llaves, que no me asustara por el desorden del piso, que llevaba
unos días sin pasarse por ahí y estaría descuidado, me entró el pánico y quise salir corriendo de
ese lugar. Prefería tener la duda de que lo nuestro podría funcionar algún día, a cerciorarme de
que no iba a ir a ningún lado. Lo mismo la cagaba ahí dentro y Pablo me mandaba a la mierda para
no querer saber nada más de mí.

Pero ya era tarde, había abierto la puerta y me invitaba a pasar.


Estaba llena de miedos cuando di el primer paso en su piso, pero en un segundo, cuando ya
me encontraba con medio cuerpo dentro, se esfumaron todos los miedos que revoloteaban por mi
cabeza y mi ánimo cambió.

¡Que estaba el piso desordenado dice! ¡Madre mía ¡Si hasta se podía comer en el suelo!
Nada más dejar las llaves encima de una fuente blanca en el recibidor, me invitó a esperar
sentada a que preparara la maleta, algo que no iba a llevarle mucho. Le dije que no, que iba con él
y le ayudaba en lo que pudiera. Accedió a mi petición, y mientras él me pasaba la ropa que había
elegido, yo la doblaba y colocaba con cuidado en su maleta.

Quince minutos bastaron para terminar lo que habíamos venido a hacer.

Estaba sentada en su cama, esperando a que me dijera que ya nos podíamos ir, cuando noté
que me miraba algo distinto a como lo había hecho hasta ahora; me miraba raro, como si fuera la
primera vez que me veía y no sabía a qué atenerme. O yo que sé lo que significaba esa mirada. No
sé si quería comerme, o echarme de su piso en ese momento.
––¿Y bien? ¿Qué hacemos ahora? ––le pregunté al ver que no reaccionaba.

––Ahora me gustaría hacerte el amor como un loco ––me respondió echándose sobre mí para
besarme como un animal desatado.

¡Guauuu! Qué calentón tenía ya, y lo mejor que esto acababa de empezar.
Mientras él seguía besándome yo comencé a quitarle la camisa, luego hice lo propio con la
mía. Y en cuanto dejé mis pechos al descubierto dejó de besarme en el cuello para prestarle
atención a estos.

Dios mío, qué lengua tenía, pufff, si era capaz de hacer maravillas en mi cuello, boca y
pechos con ella, miedo me daba lo que pudiera provocar si decidiera explorar mi vagina.

Ya era hora también de ver lo que escondía él debajo de sus pantalones, había que quitarlos
de en medio ya.
Él siguió mis pasos y literalmente me arrancó las bragas del cuerpo. Me cogió la mano para
dirigirla hacia su miembro, un señor miembro pude comprobar por fin.

Pero no se decidía a penetrarme, y yo no podía aguantar más sin que eso no ocurriera, así que
se la cogí de una vez por todas, y la introduje dentro de mí.

¡Madre mía! Lo hace mucho mejor de lo que había imaginado, ya estaba a punto de correrme
y acabábamos de empezar como quien dice. Como que ¡yaaa, yaaa! ¡Dios! ¡Joder!, puff. Pero
espera, que me voy otra vez, no puede ser, esto nunca me ha pasado, madre mía.
Voy a cambiar de postura y darme la vuelta, seguro que en esta posición él consigue irse
enseguida también, a los hombres les encanta esta posición.
Se echó sobre mí, y sin dejar de arremeterme comenzó a besarme en la espalda y en los
laterales del cuello. Con sus manos no sé cómo se las apañaba, pero parecía que tuviera cuatro o
cinco en vez de dos, sentía como si cada palmo de mi espalda estuviera cubierta por él.

Él había aumentado la intensidad, pero seguía sin irse. Se iba a enterar, ahora sí que sí que
iba a correrse de una vez por todas, como me llamaba Paula que iba a tener el polvo de su vida.
Me quité de debajo de él, cogí su “máquina de orgasmos”, me la eché a la boca, y comencé a
comérsela.

Su aumento de jadeos confirmó que mi idea había sido buena. No iba a soltársela hasta
cumplir mi objetivo, pero extrañamente antes de ocurrir esto él me apartó, se echó boca arriba
sobre la cama, y terminó lo que yo había empezado.

––No te he pedido que me apartaras ––le dije cuando terminó de limpiarse con unos pañuelos
que tenía en la mesita noche.
––Espero que no lo hagas nunca ––me respondió él con clarísimo doble sentido.

Sonreí, me había ganado por completo con esa respuesta. Si ya era de él antes de esto, ahora
todavía más.

Acababa de tener dos orgasmos seguidos y ya tenía ganas de repetir, y al parecer él también
seguía aún bastante animado. Así que, ¿por qué no?, pensé, podíamos ir a por otro.
Pero justo cuando me iba a echar sobre él para un segundo asalto comenzó a sonar su móvil.

Salió corriendo para contestar, seguro que quien lo llamaba era la bruja de Silvia
preguntando que dónde se encontraba.

Que se joda, que su Pablo está aquí conmigo follando. Pero espera, parece que no es Silvia,
está hablando de algo de un pedido. ¡Ah! La compra esa online que me había dicho que había
hecho del supermercado.
Colgó esa llamada pero enseguida se puso a marcar otro número de teléfono, esta vez sí se
trataba de Silvia, podía escuchar su voz de loca desde el dormitorio, incluso sin necesidad de que
pusiera Pablo el manos libres.

Volvió para comenzar a vestirse, sujetando el móvil con el hombro mientras lo hacía, para no
dejar de hablar con ella e intentar así tranquilizarla de lo que fuera que le hubiera pasado.

Que no tardaba nada en llegar, le dijo. ¿Pero no íbamos a volver a acostarnos? Mierda de tía,
de nuevo jodiéndome los planes.
––Me tengo que ir ––me dijo una vez vestido y sin ser capaz de mirarme a los ojos.

––Cuando me vista me marcho yo también ––le contesté con una lágrima en los ojos que era
tontería ocultar al encontrarme ya sola en su habitación completamente desnuda, y sin posibilidad
alguna de que pudiera verme.
No me dijo nada más, solo que tenía que irse y que dejara cerrado el piso cuando saliese. Y
no es que esperara un te quiero el primer día, pero qué mínimo un “hablamos”, un “tenemos que
repetir”, un “te llamo cuando pueda”. Yo qué sé, un algo. No la mierda esa de que me tengo que ir
y listo.

Me di la vuelta en la cama y empecé a golpear la almohada con todas mis fuerzas a la par que
maldecía a Silvia por lo perra que era, y a Pablo también por lo tonto que era al caer en todas sus
trampas. ¿No se daba cuenta que estaba siendo manipulado? Yo era lo mejor que le podía pasar en
esta vida, ¿tan difícil era de ver eso? ¿Tan difícil era, joder?
Y con este enorme enfado y odio hacia Silvia, Pablo me provocaba más pena que otra cosa,
me quedé dormida sin darme cuenta.

Era muy de noche cuando desperté. Estaba todo completamente a oscuras y silencioso. Miré
el móvil para comprobar la hora. ¡Las dos de la mañana! Madre mía, pues sí que había acabado
rendida tras el berrinche y el polvo con Pablo. Puff, debía de hacer la cama y salir enseguida de
ese piso. No fuera que Pablo decidiera volver para coger cualquier cosa olvidada, y lo que me
faltaba es que me encontrara aún allí.

Antes de salir no pude evitar echar un ojo a su cuarto baño. Parecerá raro, pero para mí,
según tenga una persona su cuarto baño de limpio, de ordenado, de los productos que utiliza para
asearse, e incluso del tipo de papel higiénico que usa, me dice mucho sobre sobre su
personalidad.
Nada más entrar en él me vino un olor refrescante a coco. Ummm, me encanta el olor a coco,
aunque no es un aroma que suele gustarle a todo el mundo, un poco arriesgada la elección de ese
ambientador. Como imaginé estaba todo impecable, todo ordenado y limpio.

Tenía los utensilios justos para considerarse un cuarto baño decente, y se notaba un huevo que
solo solía usarse por un hombre.

Nada de cremas de ningún tipo, con las cuchillas justas y de las buenas, champús y geles sin
nada especial que le caracterizaran, y sobre su pasta de dientes más de lo mismo.
Se veía espacioso. La carencia del bidet, y la sustitución de la bañera por un plato de ducha,
cosa que odiaba, así como la ausencia de otro mobiliario, lo hacía parecer más grande de lo que
en realidad era. Solo una estantería con tres colonias depositadas en ella, todas ellas de marcas
reconocidas, era lo añadido a lo básico que se podía pedir a un cuarto baño.

Cogí una de sus colonias y esparcí un poco de ella. Aspiré su olor con los ojos cerrados, y
enseguida me vino el recuerdo de Pablo horas antes cuando se encontraba encima de mí.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al vivir de nuevo ese momento tan intenso.
Pero por mucho que me apeteciera repetir, esa noche no iba a ser posible, estaba durmiendo
con otra después de acostarse conmigo. Y por muy fuerte que me pareciese, me tenía que aguantar
y callar por mi bien.
Así que era hora de volver a mi piso y dejar de calentarme la cabeza, aquí no se me había
perdido ya nada.

Pero antes de marcharme me aseguré de que me iba con todo lo que había traído. Bolso,
llaves, cartera, el móvil. ¿El móvil? No, el móvil no lo llevaba, me lo había dejado en el
dormitorio, seguro. Lo había cogido para comprobar la hora y allí lo había dejado. Y
efectivamente, allí se encontraba. Lo encendí para comprobar de nuevo la hora y me di cuenta que
tenía avisos de WhatsApp. Uno era de Pablo, ¿a la una de la mañana? Joder, ¿qué ha podido
pasar?
“¿Te apetece tomar una copa?”

¿Una copa? ¿Cuándo? ¿Ahora? El mensaje era de hacía una hora escasa, seguramente seguía
despierto. Voy a preguntarle cuándo quiere tomarse esa copa.

No tardó en contestarme: “Ahora mismo”.


Coño, pues sí que tenía ganas de verme; no hacía ni unas horas que nos habíamos separado y
ya quería quedar de nuevo. Eso era muy buena señal. Al final Silvia no iba a ser tan inconveniente
como creía. Al parecer, ya se había olvidado por completo de ella. Por lo menos en lo que
respecta a lo de dejarla sola.

“Dime dónde y salgo enseguida”.

“En la sala 23 si te viene bien, dentro de veinte minutos”.

“Que sea media hora mejor”.

“Ok, allí nos vemos, preciosa”.

Madre mía, le he dicho que sí y mira cómo estoy. Con pelos de loca, sin maquillaje, sin
ducharme, con la misma ropa que me había visto antes. Creo que me había adelantado demasiado,
no tenía que haberle dicho que sí por muchas ganas que tuviera de verle. ¿Y si le escribo para
decirle que mejor no? No, ya no puedo hacer eso, seguro que ya está arreglándose y no le sentaría
nada bien. Lo mejor que puedo hacer es ducharme aquí mismo y pintarme aunque sea los labios
con el pintalabios que tengo en el bolso. Ay, mira, también tengo rímel. Perfecto, algo es algo. Y
con respecto a la ropa, solo queda confiar en que no se hubiera fijado mucho en ella esta tarde.
Así que vamos, manos a la obra.
SILVIA

Puff, qué dolor de cabeza. ¿Cuánto tiempo llevaré dormida? Bastante, seguro, por cómo me
he levantado. ¿Estará ya Pablo aquí?, ¿le habrá dado tiempo a hacer todas las cosas que tenía que
hacer? Me da miedo llamarlo y que no me conteste, lo mismo le ha surgido un inconveniente y aún
no ha podido llegar. O lo mismo no es tan tarde como creo que es y no le ha dado tiempo a volver
aún. Voy a coger el móvil para comprobar la hora exacta que es. Joder, cerca de las ocho; desde
las tres de la tarde creo que le ha dado tiempo de sobra de preparar la maleta y volver de su casa.
No está nada mal, cinco horas de plazo para realizar esta acción. Pero noto el piso muy tranquilo,
si está aquí debe de estar leyendo o durmiendo en el sofá.

“Dinngggg doooooon”.

¡Coño! Qué susto, seguro que es él que se le han olvidado las llaves. Pues no, parece que no
había llegado aún, voy a levantarme a abrirle.

––¡Ya voy! ¡Serás muy cerebrito, pero la cabeza sigues llevándola encima porque la tienes
pegada al cuello! Pero, un momento, miro por la mirilla de la puerta y la persona que veo no tiene
nada que ver con Pablo. ¡Ahhhhhh! Salgo corriendo hacia la cama y me meto debajo de las
sabanas. Por favor, Pablo, ven ya, suplico.

Suena mi móvil, es Pablo, me dice que ya está volviendo, que no se demorará mucho más,
que no me preocupe.
––Por favor, no tardes, Pablo, por favor, por favor, por favor, ven ya ––le respondo yo
desesperada.

Y no sé cuántas veces repetí estas suplicas después de colgar hasta que por fin escuché su voz
llamándome, y sus pasos apresurados dirigiéndose hacia donde me encontraba yo.

Todavía estaba debajo de las sábanas rezando para que volviera cuando entró en la
habitación. Me quitó la ropa de encima de un tirón y me abrazó. Me abrazó como nunca nadie lo
había hecho hasta ahora. Me aferré a él como si mi vida dependiera de ello. Y en parte era
verdad, ahora mismo era él quien me sostenía en este mundo.
Su abrazo consiguió que me olvidara por completo de todo lo malo que me había pasado
recientemente, y de todos los miedos que ahora mismo padecía. Rodeada por sus brazos me sentía
en una burbuja en la cual nada ni nadie podía acceder si no le daba yo permiso.

No me quería separar de su abrazo, tuvo que ser Pablo quien, tras un periodo de tiempo, que
para él tuvo que empezar a ser incómodo, decidió separarse de mí.
––Lo siento, Silvia, me ha surgido un pequeño problema que ha hecho que me demorara algo
más de lo previsto. Te juro que quería llegar antes de que te despertaras.

––Lo he pasado mal, estaba muy asustada. Desde que te he llamado no he sido capaz de salir
de debajo de las sábanas. Pero entiendo perfectamente que tengas que salir y entrar, tienes derecho
a tu vida. Bastante haces con convivir conmigo estos días hasta que me recupere. ––Ojalá que
estos días se conviertan en una vida juntos, pensé, pero creo que era mucho pedir eso––. No
puedo pedirte que seas mi prisionero.
––Ya, te comprendo. Entiendo que te sientas mal porque piensas que me estás limitando al
tenerme en tu casa tanto tiempo y perdiendo así la oportunidad de hacer otras cosas que me
apetezcan más, o incluso de conocer a nuevas personas. Pero ya me conoces, te he hecho una
promesa y pienso cumplirla hasta el final, con todas sus consecuencias. Y me da igual lo que me
repliques, no pienso marcharme de aquí a menos que tú me lo pidas. Y aun pidiéndomelo, tengo
que estar muy seguro de que si eso llega a pasar, estás completamente recuperada. Si no fuera así,
tampoco me iría de aquí por mucho que insistieras. Y ya sé que por mi cabezonería lo más seguro
es que esté perdiéndome muchas cosas y oportunidades ahí fuera, pero ahora me toca vivir una
etapa de mi vida aquí dentro, contigo, por mucho que me joda saber que lo mismo ahí fuera hay
alguien esperándome.

¿Qué? ¿Este chico tan parecido físicamente a Pablo es Pablo? No puede ser. En todos los
años que nos conocemos jamás me había hablado de esta manera. Que le estoy jodiendo la vida
dice; ¡¿cómo es capaz de decirme eso sabiendo por todo lo que he pasado?! Le recuerdo que la
que ha sido asaltada y violada hace unos días he sido yo. Yo soy la única víctima de todo esto. Él
está aquí porque quiere, y si ha hecho esa promesa y la quiere cumplir no es culpa tampoco mía,
que la próxima vez se lo piense antes de decir nada. Va listo si piensa que voy a ser yo quien le
diga que se vaya. ¡Ja! Cuando quiera marcharse que se marche, pero de mi boca no van a salir
esas palabras. Y más queriendo todo lo contrario, que se quede para siempre. Aunque también me
vale quedarme yo en el suyo para siempre.

Pero hay algo que me tiene mosca; le pasa algo, estoy segura. No lo reconozco, y tengo que
dar con la razón de ese repentino cambio sí quiero conseguir que vuelva a enamorarse de mí.
––Lo siento, siento ser tan egoísta. Si antes lo era, ahora parece que lo soy más, y créeme que
no es mi intención, te lo juro. Me encuentro mal, muy mal, y sé que no es justo para ti, pero eres mi
bote salvavidas para salir de este naufragio en el que estoy inmersa. No tengo a nadie, solamente a
ti, y es algo que también me he dado cuenta en este tiempo. Estoy sola en esta vida cuando creía
que era justo lo contrario.

Que sí, que para salir de compras, para tomar un café, y sobre todo para pegarse una fiesta o
para echar un polvo no me faltaba gente. Gente, que no amigos, porque a ninguna de estas personas
podía considerarlas amigos. ¿Sabes cuantas personas se han pasado por el hospital para ir a
verme y preguntarme cómo me encontraba después del incidente? O mejor aún, ¿sabes cuántas
personas se han dignado siquiera a llamarme o mandarme un puto wasap para saber cómo estoy?
¿Te lo digo? Nadie, no he recibido ni un puto mensaje. ¿Y sabes por qué? Porque me he ganado a
pulso estar sola. ¡Y sé que tú no tienes la culpa de lo gilipollas que soy! Pero no te estoy
obligando a nada, ni me gustaría que te sintieras responsable de mi situación por compasión. Si
quieres estar aquí que sea porque me consideras una amiga. Una petarda de amiga, pero amiga al
fin y al cabo.

Me quedé mirándolo fijamente con media sonrisa incómoda en mi cara, esperando, o más
bien deseando escucharle decir que sí, que era su amiga y que se quedaba a mi lado porque eso
hacen los amigos, estar cuando se les necesitan.
Pero no me dijo nada, solamente se acercó a mí y me volvió a abrazar. Yo me eché a llorar
cuando esos brazos salvadores me rodearon de nuevo.

No dijo que se quedaba, pero su gesto me daba a entender que sí permanecería a mi lado
hasta que creyera necesario. Y en ese tiempo que estuviera conmigo, fuera poco o mucho, debía
echar toda la carne sobre el asador para conseguir que no se alejara de mí nunca.

––¿Quieres que te haga de cenar? ––le pregunté––. Hago unos macarrones con nata y con unos
ingredientes secretos para chuparte los dedos.
––Los ingredientes secretos no serán beicon y champiñones laminados de lata, ¿verdad? ––
me preguntó sonriéndome y recordándome con ese gesto al Pablo que yo conocía.

No pude resistirme a devolverle esa sonrisa, había acertado de pleno con los ingredientes.

––Esos mismos, sí, pero te falta uno, el más importante de todos.

––Ah, ¿sí? ¿Cuál?

––Un grandísimo toque de amor.

Dicho esto, me lancé sobre él dándole un beso en la boca.


Se quedó extrañado, parado, quieto de más, y sin decir nada, que era lo peor. Prefería que me
dijera que qué mierda acababa de hacer a esa actitud tan llena de incertidumbre.

No debí hacerlo, quizás fue demasiado precipitado, quizás siendo tan lanzada lo único que
conseguiría era que se fuera de mi piso antes de tiempo. Estaba claro que con Pablo no funcionaba
ser una chica fácil, tendría que cambiar de táctica, dejar que fuera él quien se decidiera a
acercarse a mí.

––¿Quieres que te ayude a preparar la cena? ––me preguntó sin mirarme a la cara siquiera.

––No hace falta, en diez minutos los tengo preparados. Ve poniéndote cómodo si quieres, o
deshaciendo la maleta. ¿Has traído muchas cosas?

––No, no muchas, lo justo prácticamente. Voy mejor a deshacer la maleta. ¿Dónde voy a
dormir?

––Donde quieras, si te sientes incomodo haciéndolo conmigo hay otro cuarto libre.

––Prefiero quedarme entonces en ese cuarto libre si no te importa.


––Como quieras, Pablo, voy a ir colocando yo las compras mientras se cuecen los
macarrones.

––Perfecto, Silvia, ahora te ayudo si termino antes de que acabes.

––No hace falta. Si quieres darte un baño caliente mientras yo termino puedo avisarte cuando
esté la mesa puesta. Es lo menos que puedo hacer por ti, procurar que te sientas bien mientras
convivamos juntos.

––Vale, es buena idea también esa; necesito relajarme para aclarar ideas.

––Tómate el tiempo que necesites en la bañera. Si hace falta calentamos un poco más los
macarrones cuando salgas y listo.
No dijo nada más, se dio la vuelta, cogió su maleta que se encontraba aún en mitad del
pasillo, entró en el dormitorio de invitados con ella, y mis ojos comenzaron a trabajar
produciendo lágrimas mientras me daba la vuelta yo también para dirigirme a la cocina y hacer
esos macarrones que le había prometido.

Estaba claro que algo le pasaba. ¿Habría encontrado a otra mujer y por eso rehuía de mí? Si
era así, ¿cuándo había ocurrido eso? No me había comentado nada de que estuviera conociendo a
alguien. Siempre me recordaba que el trabajo y yo lo manteníamos completamente ocupado. Decía
que no tenía tiempo libre para tonterías de esas. Pues míralo, parece que algo de tiempo sí que ha
sacado al final, ¿habrá ocurrido esto por Internet? No creo, no veo a Pablo con aplicaciones de
esas dándole a me gustas a fotos de chicas. Pero quién sabe, lo mismo yo conocía a un Pablo
completamente distinto al que era en verdad. Y quizás lo mejor que podía hacer era apartarme de
él para no joderle la vida. Bastantes años había acaparado su atención sin recibir el pobre nada de
mí a cambio; era normal que se hubiera hartado de ese juego.

Bueno, de momento voy a dejar de pensar en eso y centrarme en la cena, dejaré que las cosas
surjan por sí solas. La mayoría de las veces es peor forzarlas, así que dejaré que sea lo que tenga
que ser.
Pero por mucho que quisiera y me propusiera, Pablo se había metido muy fuerte en mi cabeza
y no había manera de dejar de pensar en él, de pensar en sus manos, en su cuerpo encima del mío
haciéndome el amor, en su abrazo después de terminar mientras me contaba los planes que había
pensado para ambos al día siguiente.

Ahora mismo lo estaba escuchando canturrear en el cuarto baño. Cerré los ojos y me imaginé
cómo se acercaba por mi espalda sin darme cuenta, con tan solo una toalla liada en su cintura, y
me abrazaba y besaba en el lateral del cuello.

“Fuuu”, un escalofrío me recorrió el cuerpo solo de pensarlo. Mis bragas se habían empapado
completamente de imaginarme estas dos acciones. Un momento, ¿a qué huele? ¡Joder! Se me
estaban quemando los macarrones, vaya mierda, si es que no estoy en lo que estoy.
––Se te han quemado por lo que veo. ––Apareció Pablo finalmente por la espalda, pero
mucho más vestido de cómo lo imaginé minutos antes.
––¡Gracias por el apunte! No me había dado cuenta de ese detalle, menos mal que has llegado
para comentarlo ––le grité encorajinada.

Él se rió de mi reacción. ¡Se estaba riendo de mí! ¡¿Pero de qué iba ahora?!
––¿De qué te ríes? ¿Te hace gracia que se me queme la comida?

––Me rio porque me gusta que vuelvas a ser la misma de antes.

Dicho esto me dio un pequeño beso en la frente y se marchó al comedor para ir preparando la
mesa.
¡Dios! Mis piernas temblaban tan solo viéndolo marcharse, con qué poco conseguía ponerme
bruta.

O sea que le gustaba que fuera la de siempre, ummm, muy bien, pues tendrá a la Silvia de
siempre si es lo que quiere.

Cogí dos platos hondos, los llené de macarrones quemados, y los dejé en la mesa.
––Aquí tienes, es lo que hay. Se han pasado un poco, pero no hay otra cosa, así que a comer
se ha dicho.

Volvió a reírse, ¿en serio le gustaba esa actitud pasota de mí? Vamos, no me jodas, Pablo.
¿Puedes tener todo de mí y te quedas con la parte que no consigues nada? Por favor, te creía más
listo.

Aunque claro, quién soy yo para reprochar a nadie esta actitud si he sido la primera en hacer
lo mismo, en ir detrás de lo imposible, en ir detrás de lo que no me conviene, y lo que es mucho
peor, en ir detrás de lo que no me quiere.
––¿Ese era tu toque especial en la comida? ¿Dejarlos en la olla más tiempo de lo necesario?
––me preguntó aun con la sonrisa en su rostro.

––Pues no, listillo. No te hagas el gracioso, sabes que eso no ha sido aposta. ¿Te gusta
echarme en cara que la he liado? Pues sí, me he equivocado, ¿contento?

––No sabes cuánto, me encanta verte así.

Ahora sí que no pude evitar sonreírle, es imposible estar mosqueada con él por más de diez
minutos seguidos.

––Anda, tonto, toma. Si ves que son incomibles te descongelo una lasaña en el microondas y
listo.

––Tranquila, no están tan quemados, es solo un poco de coña, seguro que están riquísimos.

––Pues entonces manos a la obra, que se enfrían.


Y a diferencia de nuestra cena anterior, en esta no dejamos de hablar. Nos contamos
anécdotas graciosas que nos habían ocurrido en la cocina, en la universidad, de fiesta, e incluso
situaciones embarazosas en ambientes digamos algo más personales.

La noche había comenzado perfecta, seguro que al final se decidía a dormir en mi mismo
colchón. Y quién sabe, lo mismo luego compartíamos algo más que la cama.
Pero algo se torció cuando le dije que si quería que viéramos un episodio de la serie que
teníamos comenzada. Me dijo secamente que no, que estaba cansado y que se quería ir a la cama.

Le contesté que perfecto, que podíamos dormir juntos, que me apetecía dormir abrazada. Pero
su contestación a mi sugerencia me dejó muerta.

––Solo si es completamente necesario, Silvia, si no preferiría dormir en el otro dormitorio


solo.
Sí, sí era necesario, claro que era necesario. Pero mi orgullo me impidió decirle esto. En
cambio, mi contestación fue muy distinta.

––No importa, si no te apetece no pasa nada. Podré pasar la noche tranquila sabiendo que te
encuentras justo en la habitación de al lado.

––Perfecto, ¿te has tomado ya la medicación?

––Sí ––le mentí. Llevaba toda la tarde insistiendo mucho en que me tomara las pastillas para
quedarme grogui, quería saber el motivo de esa insistencia.

––Si necesitas algo me lo dices, puedes mandarme wasap si quieres, con ese sonido suelo
despertarme. Me voy a la cama ya, mañana cuando me levante lavaré los platos. Tú has puesto la
mesa, es lo justo; hoy no tengo ganas, los pondré a remojo solamente.

––No te preocupes, lo recojo yo todo en unos minutos. Vete a la cama si estás tan cansado; en
cuanto termine voy yo también, creo que el efecto de la pastilla no va a tardar en llegar.
Se levantó, me dio un nuevo beso en la mejilla, me deseo una buena noche, y se marchó hacia
mi dormitorio de invitados.

Así, sin más. Pues andando, chaval. Si lo que quieres es irte a la cama solito, yo también
dormiré sola y tampoco me va a pasar nada, no es mi primera vez. Llevo media vida durmiendo
con hombres a mi lado, pero sintiendo que estaba sola; no me voy a sorprender que todo siga
igual.

Y tras los quince minutos que tardé en lavar los platos y en vaciarme de lágrimas, me fui yo
también a la cama. Pero no a dormir, tenía la intuición de que algo me ocultaba, y así fue. Sobre
las dos de la madrugada vi que por debajo de mi puerta apareció un hilo de luz; se había
levantado. ¿Lo mismo le había dado hambre y estaba cogiendo algo del frigo? ¿O se había
levantado para ir al baño? Tranquila, Silvia, no seas mal pensada, Pablo no te esconde nada. ¿O
sí? El sonido de la puerta que daba a la calle cerrándose confirmó que mis sospechas eran ciertas.
Pablo se había marchado a las dos de la mañana, y cuando uno sale a esa hora sin tener ningún
problema físico que te obligue a levantarte para ir a urgencias, es solo por un motivo, en su caso
por una mujer.

Me levanté para confirmar que no había sido ninguna alucinación mía su marcha, y no, no
habían sido alucinaciones. Su cama estaba completamente vacía. Fui a la cocina para llenar un
vaso de agua y tomarme mi relajante finalmente. Tenía claro que esa noche no iba a dormir hasta
que él volviera, y que esas horas de espera iban a ser de angustia. Lo mejor que podía hacer era
provocarme el sueño.
Tonta de mí, si me hubiera tomado la pastilla cuando él me lo había dicho nada de esto
hubiera pasado. Todo esto me pasa por idiota, por querer saber más de la cuenta. Pero ya era tarde
para lamentaciones, solo me quedaba la opción de acurrucarme de nuevo en la cama, y esperar
que me hiciera efecto rápido la pastilla.

Quería llamarlo para que volviera, que estaba asustada, que necesitaba un abrazo suyo, que
lo amaba y no quería se separase nunca de mí. Pero quién soy yo para cohibirle. Si él ha decidido
marcharse con otra a quedarse conmigo por algo será, bastante daño le he hecho ya todo este
tiempo, y bastante está haciendo aún por mí. No podía putearle de esa manera. Lo mejor que podía
hacer era dejar que la pastilla hiciera efecto mientras las lágrimas sacaban de mi interior todo el
dolor que sentía de un amor no correspondido.
PABLO

Fui corriendo hacia ella, le quité la sábana de un tirón y la abracé, la abracé como si mi vida
dependiera de ello.

––Ya estoy aquí, lo siento, Silvia, se me ha complicado la cosa, no era mi intención llegar tan
tarde.

Ella no podía dejar de llorar y de gritarme que tenía miedo, que dónde narices me había
metido, que por qué la había dejado sola.

Pero bueno, ¿no le dicho ya que ha sido sin querer? Aunque tampoco era del todo cierto esto,
pero no tenía por qué saber el verdadero motivo de mi tardanza. Yo también tenía derecho a un
poco de intimidad y de vida, y así se lo hice saber.

Al parecer no le sentó muy bien que se lo dijera, su cara era un poema ante mi reacción,
¿pero qué esperaba? Para una vez que me sonríe algo la suerte, ¿y quiere de nuevo meterme en el
fango? No, eso sí que no, por ahí no paso.
Me pidió perdón enseguida por su respuesta. Quizás algo de culpa había tenido yo de su
pronto, al haber tenido tan poco tacto cuando le dije que aunque permanecería con ella el tiempo
que fuera necesario, necesitaba también algo de espacio y de mi tiempo.

No tenía ningún derecho a exigirme que estuviera a todas horas junto a ella. Bastante tiempo
he estado de pringado haciendo eso para que, cuando por fin decido hacer un cambio en mi vida,
no me lo permita.

Pero más que su exigencia a permanecer con ella, lo que más me molestó fue que tras
pedirme perdón, se lanzó a darme un beso. ¿A qué venia eso? Eso sobraba en esos momentos,
sobraba completamente. Me quedé parado ¿Estará confundiendo mi afecto hacia ella con algo
más? ¡Vamos, no me jodas! Tantos años detrás de ella, y cuando consigo olvidarla y fijarme en
otra, ahora ella quiere algo conmigo. ¿De verdad la vida es tan hija de puta? ¿Qué lección
pretende darme haciéndome esto? ¿No dejarme en paz en la vida? ¿No permitirme que pueda vivir
tranquilo nunca?
Encima me ofrece instalarme en su dormitorio y dormir juntos. No, Silvia, me acabo de
acostar con otra mujer, y no voy a meterme solo unas horas después en tu cama, ni siquiera para
abrazarte como propones. No tengo tripas para eso sabiendo que esta tarde mis manos y mi cabeza
han estado con otra.
Se la ve un poco decepcionada tras decirle que dormiría en el otro dormitorio, claramente no
se esperaba encontrarse con esta nueva versión de mí, pero es lo que ha ido sembrando. ¿Qué
esperaba? Y me da mucha rabia, cojones, me da rabia de verdad, ¿por qué ha tenido que esperar a
que pasara tanto tiempo para darse cuenta que a lo mejor me quería? Esa misma noche me declaré
a ella por fin después de media vida, lo mismo algo dentro de ella hizo un chispazo. No, no puedo
darle más oportunidades, uno tiene que saber cuándo decir basta, si no la rueda no deja de dar
vueltas nunca para terminar siempre en el mismo lugar. ¿Y si soy solamente uno de sus caprichos y
decido ceder a todo lo que me dice, me olvido de Paula, y al mes o a los dos meses me da la
patada?

Yo todavía siento algo por ella, eso no se puede olvidar de la noche a la mañana, pero siento
algo muy distinto a lo que siento por Paula ahora mismo. Ella me está devolviendo la ilusión, las
ganas de querer salir con alguien cogido de la mano, de organizar viajes juntos, de buscar ofertas
por Internet para salir a comer, cenar, o cualquier otra actividad que nos llamara la atención para
hacer el próximo fin de semana.
Silvia había conseguido, tras tanto tiempo haciéndolo, que todas estas cosas ya no me las
imaginara a su lado.

Ya había terminado de deshacer la maleta y colocado mis cosas. No eran muchas, así que no
tuve problema con el poco espacio que me ofrecía la habitación donde me había instalado. Tras un
último vistazo de cómo había quedado organizado todo, cogí mi pequeño neceser, y fui hacia el
cuarto baño para darme una pequeña ducha. Esta noche me apetecía ver de nuevo a Paula, y en
cuanto Silvia se durmiera le preguntaría por WhatsApp si le apetecía salir. Debía de estar aseado
por si tocaba intimar de nuevo.
Olía mucho a quemado cuando salí del aseo. Me acerqué a la cocina preocupado y vi a Silvia
aireando la olla de macarrones mientras maldecía repetidamente su descuido. Me hizo mucha
gracia encontrarla en esa tesitura. A ella al parecer no mucha, y más aún tras escuchar mi
comentario preguntándole si el ingrediente secreto al que se refirió anteriormente era que
estuvieran quemados.

Me lo echó en cara, y más me dio por reír. No podía dejar de reír, me alegraba verla así;
ahora mismo era la Silvia de antes del incidente. Por suerte, su recuperación avanzaba con
rapidez.

Ella, entre improperio e improperio que me lanzaba, también sonrió. Vi su sonrisa justo antes
de marcharme al comedor para ir poniendo la mesa. Me ofreció tras rebajársele el calentón si
quería otra comida alternativa. Le dije que no, que me comería esos macarrones hechos con tanto
amor y carbón. Volvió a sonreírme tras ese comentario.
Durante la cena estuvo bastante comunicadora. Me habló de su infancia, de su familia, de
cosas que nunca se había atrevido ni ocurrido contarme antes en tantos años que llevábamos
conociéndonos.
Me hubiera gustado estar algo más receptivo y atento a ella en esos momentos. Cuando
alguien se abre de esa manera a otra persona, es porque goza de su completa confianza para
contarle sus secretos más profundos. Y cuando esto sucede, tienes que estar al cien por cien
pendiente de esa conversación y de ella, no se merece menos esa persona de ti. Pero yo en ese
momento no podía estarlo.

Lo sentía, lo sentía y mucho, pero por más que quería y me empeñaba no podía. Silvia no
estaba en mi cabeza. Y no estaba porque ahora mismo quien se encontraba en ella era Paula.
Me propuso ver un capítulo más de una serie que teníamos comenzada en Netflix después de
cenar. Le dije que no, que estaba cansado, y le recordé si se había tomado su medicación. No me
gustaría que en mitad de la noche se despertara, y no me viera en la habitación de al lado si al
final Paula me decía que sí podía quedar.

Me dijo que sí se la había tomado, y que se encargaba ella de recoger la mesa y lavar los
platos, que me fuera a descansar tranquilo, que era normal que estuviera cansado.

Me levanté, le di un pequeño beso en la frente, y me fui hacia mi dormitorio. Me eché sobre


la cama sin desnudarme, esperaba salir pronto de esa habitación.

Tras un leve suspiro le mandé un mensaje a Paula preguntándole si le apetecía dar una vuelta
esa noche. Lo más seguro era que me dijera que no, estábamos entre semana y lo mismo al día
siguiente tenía cosas que hacer, pero por si acaso yo ya se lo había mandado. Quería que supiera
que aunque estaba en el piso de Silvia, me acordaba de mucho de ella.

No sé si esto sería buena idea. La leyenda urbana dice que cuanto más pases de una persona
más te va a querer. He aquí el caso de Silvia, por ejemplo. Pero me niego a creer que esto sea así.
Si me apetece ver, hablar, o estar con alguien en este momento, ¿por qué me voy a privar de ello?
Prefiero perder la batalla siendo fiel a mis principios que ganarla siendo otro. La gente no cambia,
solo suele tomarse un tiempo de descanso, me repetía mi madre siempre.

Me quedé bastante tiempo mirando el móvil sujetándolo con los brazos extendidos encima de
mi cabeza, esperando su respuesta. Pero se quedó mi brazo dormido antes de llegar esa respuesta.
Así que mejor dejarlo sobre la mesita y esperar tranquilo pensando dónde podíamos ir a tomar
una copa.
Y con la sonrisa en la cara de niño que está en la edad del pavo me quedé dormido esperando
recibir su mensaje diciéndome “por supuesto, dime dónde nos vemos”.

Al parecer sí era verdad que estaba realmente cansado, porque no tardó mucho esto en
ocurrir.

Me sobresalté cuando el móvil por fin me avisó de la respuesta que estaba esperando. Tuve
suerte de despertarme tan solo con el mensaje a pesar del sueño profundo en el que estaba
inmerso.
Su contestación fue que por supuesto le gustaría, y en media hora le dije que nos podíamos
ver en un local que no estaba muy lejos de donde nos encontrábamos los dos, y que a mí me
encantaba desde el primer día que di con él por casualidad.

Esta vez su respuesta sí fue enseguida, y por suerte afirmativa también.


No podía perder más tiempo, ya estaba vestido, solo tenía que peinarme un poco y echarme
algo de colonia. Marcharía enseguida a nuestro nuevo encuentro.

Salí con mucho cuidado del dormitorio para no despertar a Silvia. Aunque si se había tomado
ese relajante tan fuerte como me había dicho, no debería haber problema alguno.

Entré al cuarto de baño, entorné la puerta, puse la linterna del móvil para poder verme en el
espejo sin tener que encender la luz, me peiné con los dedos, como siempre hacía, le guiñé a mi
reflejo en el espejo, y me dije que hoy por fin cambiaría mi suerte.
Después de mi pequeño toque de automotivación salí del piso al encuentro de Paula.

Y cuando llegué al lugar acordado, allí sentada estaba ya ella, con una copa en la mano, en la
barra esperándome.

Estaba preciosa, era preciosa más bien.


Me acerqué por la espalda con mucho cuidado de que no notara mi presencia, al igual que
ella hizo conmigo en nuestra primera, la abracé sin que se lo pudiera esperar, y le di un beso en la
mejilla.

Y mi sorpresa fue al ver que ni se inmutó de mi gesto cariñoso, como si supiera que
solamente era yo quien podía acercarse a ella para poder darle un beso, y como si fuera lo más
normal del mundo en una segunda cita aparecer de este modo.

––¿No te asusta que alguien se te acerque por la espalda para darte un beso? ––le pregunté
mientras me sentaba en el asiento libre que tenía reservado Paula para mí.
––Me hubiera asustado si no llego a saber quién me estaba besando, pero tu colonia te ha
delatado, es imposible que ese aroma no lo relacione ya contigo.

––¿Mi colonia?, ¿tanta me echo? Pues anda, debo de controlarme por lo visto.

––No, no te echas mucho, pero los perfumes buenos tienen eso, que se te queda el aroma. Mi
cuerpo aún huele a él ––dijo estas últimas palabras sonrojándose.
––Pues habrá que acercarse a menudo para ir renovando ese olor, ¿no? ––le contesté yo
dándole un beso en la boca esta vez.

––Esa sería una buena idea. ––Fue su respuesta––. Por cierto, el sitio este está bastante bien,
lo había visto desde fuera pero nunca me había decidido a entrar.

––A mí me gusta mucho, siempre que puedo me paso por aquí para tomarme una cerveza.
Aunque sea solo, me da igual.
––Pues ya siempre que quieras puedes tomarte esa cerveza acompañado, solo tienes que
llamarme o mandarme un mensaje.

––Lo tendré en cuenta, muy en cuenta, puedes estar segura.

––¡Eyyy! ¡Paula! ¿Qué haces tú por aquí? No te imaginaba en ambientes como este.

Un amigo de ella, al parecer, nos interrumpió justo cuando le iba a proponer de pasarnos por
mi piso con la excusa de que se me había olvidado antes recoger algo importante. Pero, un
momento, me suena un montón la cara de este tío, ¿de qué? Piensa, Pablo, seguro que te has
cruzado con él en algún lado, lo tengo que conocer seguro.

––Pues ya ves, descubriendo sitios nuevos con un amigo, hay que ver de todo ––le contestó
Paula bastante nerviosa. Nerviosa de más.
Seguramente sería un antiguo novio, de ahí esa reacción, es normal que se encontrara bastante
incómoda.

A mí sinceramente me daba igual habernos encontrado con su ex, es lógico que hubiera tenido
anteriores parejas, era una chica guapa y bastante agradable. Lo raro sería lo contrario con la
cantidad de buitres que hay sueltos por la calle.

––Encantado, yo soy Luis ––se auto presentó ofreciéndome su mano.

¿Luis? ¿Había dicho Luis? ¡Joder! ¡Ya sé de qué me sonaba el cabrón este, era con el ultimo
tío que había estado Silvia antes de su incidente! Lo había visto en alguna que otra foto que me
había enseñado Silvia.

Seguía con la mano extendida esperando que yo se la estrechara. ¡¿Pero de qué iba?! Por su
culpa habían violado a Silvia, por su culpa le habían destrozado la vida, lo que me apetecía no era
precisamente darle la mano, sino darle un puñetazo para destrozarle esa cara de chulo de mierda
que tenía.

Paula se dio cuenta de que algo había alterado mi estado de ánimo y rápidamente reclamó la
atención de Luis para apartarlo de mi campo visual.

––Si no te importa, Luis, estamos hablando de un tema delicado y nos gustaría estar solos,
sobras en este momento.

Luis no dejaba de mirarme, ya sin el ofrecimiento de su mano, seguramente se estaría


preguntando qué coño me pasaba. No lo conocía de nada para recibirlo de esa manera.

––Tranquilo, amigo, a esta solo me la he tirado una vez y paso de hacerlo de nuevo, tiene
unos gustos muy raros echando polvos. Es toda tuya ––me dijo finalmente sonriéndome.
Había pensado seguramente que ese rechazo mío era debido a un tema de celos, que tenía
miedo de que él me la quitara. No tenía ni puta idea de lo que realmente pasaba por mi cabeza en
esos momentos.
Pero espera, ¿había dicho que se había acostado con Paula?

Ahora dirigí la mirada hacia ella; su rostro había enrojecido notablemente. Seguramente por
eso estaba tan nerviosa al principio con su llegada, le daba miedo que pudiera salir ese tema.
Lo más seguro es que tampoco supiera Paula la relación entre este hombre y Silvia.

––Ya sabes mi teléfono por si me necesitas esta noche. Lo del otro día estuvo bien, pero esta
vez decido yo el sitio. Hace frio para repetir en la calle. ––Se despidió de esta manera de Paula.

Esta ni siquiera se dignó a contestarle, lógico por otra parte después de escucharlo. En
cambio comenzó a intentar explicarme qué era lo que estaba pasando ahí.
––Lo siento, Pablo. Luis fue un error que cometí hace tiempo una noche que me pasé con la
bebida. Es un impresentable, lo sé, y no sabes lo que me arrepiento de haberme liado con él.

––Mucho tiempo, ¿no ha dicho el otro día?

––¿Eh? Sí, sí, claro, pero quiero pensar que hace bastante más tiempo de eso. Me muero de
vergüenza al recordar que fue hace nada.
––¿Ya chateabas conmigo cuando ocurrió eso? ––le pregunté temeroso de saber su respuesta.

––¡No! ¡Por Dios, no! Te conocía, por supuesto que ya sabía de ti, pero aparte de darte los
buenos días o las buenas tardes, y preguntarte si querías lo mismo de siempre en la cafetería
donde te veía, no había cruzado todavía otras palabras contigo.

Su respuesta parecía sincera, pero había algo en mi interior que me decía que algo no era del
todo cierto en lo que acababa de contarme, que se escondía algo más. Aun así decidí creerla, no
iba a joder algo que parecía podía ser hermoso por tan solo una intuición.
Pero lo que no podía dejar pasar de largo es si ella conocía la relación que tenía este tal Luis
con Silvia. Al parecer este cabrón tenía un imán para las chicas que me gustaban.

––¡Pero que me estás contando! ¡Qué hijo de puta!, ¿de verdad la echó de su casa a esas
horas? Yo sabía que era un chulo, un payaso, un creído, un malcriado, pero no imaginaba también
hasta qué punto podía ser de cabrón. ¿Por su culpa dices entonces que le ocurrió eso a Silvia?,
joder, no puedo creérmelo. ¿Y la policía lo ha investigado? Lo mismo fue ella quien decidió
marcharse por su propio pie, y cabreado porque se quedaba con el calentón, decidió salir a
buscarla y terminar lo que creía haber empezado.

––Sí, fueron a hacerle unas preguntas, pero aparte de algunas coincidencias con él en el lugar
de los hechos, no pudieron demostrar nada. Además, por lo visto al marcharse Silvia de su piso él
llamó a una amiga para sustituirla, y esta ha corroborado su versión.
––¿Y qué coincidencias son esas?

––Encontraron un condón de estos raros de ahora que te estimulan con semen suyo en la nave
donde violaron a Silvia.
––¿Y eso son coincidencias? ¡Joder!, ¿que más necesitan? Blanco y en botella, ¿o es que si no
aparece un video abusando de ella como prueba no hay delito?

––El condón por lo visto no era de esa noche, lo analizaron y comprobaron que ya llevaba
unos días ahí tirado. Además, por lo visto la violación no fue una violación digamos al uso,
utilizaron un consolador para abusar de ella.
––¿Qué me estás contando ¿Y qué placer puede provocar eso?

––No lo sé, a algún perturbado seguramente.

––Todo lo ocurrido me parece muy raro, Pablo. Una violación realizada con un trozo de
plástico, aparece un condón con esperma del tío que acabas de abandonar su casa, y que resulta
que ese condón no es de ese día. Que Silvia no tenga en su cuerpo señales de haberse resistido.
No sé, Pablo, todo esto es muy raro.
––¿Cómo sabes si Silvia tiene o no señales en su cuerpo por haberse resistido? Que yo sepa
ese detalle no ha salido en ningún medio.

––¿Qué? No lo sé, supongo que no tiene porque ningún medio ha hablado sobre eso. Ya sabes
cómo somos las personas, lo hubieran dicho para aumentar el morbo si tuviera algún tipo de
lesión aparte de las evidentes, y de las psicológicas provocadas por esta aberración.

––Supongo que tienes razón. Solo hace falta ver las colas que se forman en las autovías
cuando un coche se encuentra en el arcén, aunque solamente sea porque se le ha pinchado una
rueda, porque la gente reduce para ver qué ocurre.
O las noticias que salen en la tele, que parece que solo ocurren en el mundo miserias y
desastres. Es lo único que nos interesa, por lo visto.

––Sí, así somos por desgracia, nos atrae el morbo. Pero tú tranquilo, Pablo, ya verás cómo
dan con el hijo de puta que hizo eso a Silvia. Sea este impresentable de Luis, o sea cualquier otro.
Y ahora, ¿qué tal si seguimos la noche como si nadie hubiera aparecido y me cuentas a qué ha
venido ese mensaje tan apresurado para quedar? ––Cambió de tema, pasándome su dedo índice
por la mejilla, y sonriéndome maliciosamente.

––¿De verdad lo quieres saber? ––le pregunté después de darle un gran sorbo a mi bebida.

Nunca había sido lanzado con las mujeres, todo lo contrario, pero no sé lo que provocaba
Paula en mi interior que conseguía sacar mi lado más animal.

Ella cogió su bebida también, la levantó a la altura de su boca, y antes de darle un pequeño
sorbo asintió con la cabeza sin apartar la mirada de mí.

Me acerqué a su oído y le dije unas palabras que en la vida podía llegar a imaginar que
terminaría diciendo a una chica.
––Para follarte como nadie te ha follado hasta ahora ––le dije decidido.
Se apartó unos centímetros de mí tras escucharme, me miró, y me contestó con tan solo cuatro
palabras, no hicieron falta más.

––Vayamos a mi casa.

Dicho esto se terminó su copa de un solo sorbo ––a pesar de quedar casi la mitad de su
contenido––, me agarró del brazo, y me arrastró literalmente hasta la salida.

No tardamos mucho en llegar a su piso, tan solo quince minutos andando apresuradamente
bastaron para estar en él.

Y mucho menos aún tardamos en quedarnos sin ropa y tirarnos sobre su cama, para comenzar
a besarnos y a tocarnos como si no hubiera un mañana.
Nos olvidamos de los preliminares, el calentón que llevábamos desde que salimos del bar
estaba siendo ya insoportable.

Así que tuvo que dejarme de prestar atención unos segundos para coger de su mesita de noche
un condón y empezar con lo que ambos deseábamos ya. Ella misma lo abrió, y me ordenó, más que
pedir, tras ello que me echara hacia atrás para poder colocármelo con su boca.

Ansioso y sin dejar de poder mirarla, me preparé para recibir el contacto de sus labios en ese
lugar tan sensible.
Y justo cuando ocurrió esto, se cargó de pasión esa parte de mi cuerpo con ganas por
empezar a trabajar esa noche.

Pasión de más, nunca me había ocurrido nada parecido, me quemaba literalmente, y debido a
esa quemazón no pude disfrutar de lo debido de ver cómo Paula se subía encima de mí para
comenzar a hacerme el amor.

El calor no cesaba y comencé a asustarme, ¿qué mierda me ocurría? Ella tuvo que notar que
algo no iba bien cuando se detuvo a mirarme y vio que mi cara precisamente no era la de estar
echando un polvo ni mucho menos. Me preguntó si me pasaba algo deteniéndose completamente a
la espera de recibir mi contestación.

Le dije que sí, que me quemaba mucho, y no sabía el porqué.

Ella se rió tras escucharme y verme tan asustado por pensar que algo malo me estaba
pasando. Yo le pregunté enfadado que por qué se reía, que a mí no me causaba ni puta gracia esa
situación.

––No te enfades, tonto, sientes calor porque el preservativo que estamos usando tiene esa
propiedad, tiene efecto calor que produce un mayor placer para los dos según dicen.
––¡Joder! Pues podías haberme avisado, y yo que creía que algo me pasaba y ahora resulta
que es la mierda del látex este que tengo colocado. Qué susto he pillado.
––Si te molesta puedes quitártelo, estoy tomando las pastillas y no habrá problema de tener un
desliz.

––El condón no es solamente para no quedarse embarazada ––le recordé de una manera
delicada para que no se sintiera ofendida por pensar que podía padecer alguna enfermedad de
trasmisión sexual.
––Ya, ya, también es para evitar enfermedades, pero estoy segura que lo único que me puedes
pegar al acostarte conmigo son los orgasmos. ––Me dio un pequeño beso tras decirme esto––. Y te
aseguro que yo estoy completamente limpia también. No hay peligro alguno, pero ya como te
sientas más cómodo. Puedo mirar también por si tengo otros preservativos más normales.

––Da igual, parece que se está pasando el efecto este y la cosa se está normalizando, ¿por
dónde íbamos? ––le pregunté cogiéndole del trasero para atraerla hacia mí y poder darle un beso.

––Pues creo que yo andaba por aquí subida ––Fuuu, suspiró cuando volvió a introducirse
dentro de mí––, ¿no?
––Pues creo que sí, y si no era por este punto exactamente por donde nos encontrábamos, no
me importa mucho, porque este tampoco está nada mal.

Ella me sonrió y comenzó a aumentar el ritmo y la intensidad de sus acometidas sobre mí. Ya
las palabras sobraban a partir de este punto, solo quedaba disfrutar del momento y de nuestros
cuerpos hasta conseguir el orgasmo. Orgasmo que no tardó en llegar por ambas partes.

––Temo engancharme a esto, Pablo, me gusta demasiado hacerlo contigo, y voy a querer
repetir siempre que pueda, ¿tú estarías dispuesto a ayudarme con este problema? ––me preguntó
justo después de terminar, abrazada a mí, y mirándome a los ojos.
––No te preocupes por eso, siempre que quieras, estando cerca yo, lo haremos. Me vuelve
loco a mí también ––le contesté apartándole un mechón de la cara para poder darle un beso en la
boca.

Ella correspondió a ese beso con otro mucho más apasionado. Beso que hizo efecto
enseguida en mi cuerpo. Ese beso siguió a otro, y a otro, y a un toqueteo de sus senos por mi parte,
y a otro de mi pene por la suya. De nuevo estábamos los dos excitados y preparados para otro
asalto de puro y salvaje sexo. Madre mía, lo que provocaba esta mujer en mí, ¡joder! No sé yo
cuánto podía aguantar junto a ella a ese ritmo.

Pero, de momento, esa preocupación debía dejarla a un lado, ahora debía centrarme en
disfrutar al cien por cien de lo que estábamos haciendo.
Al terminar me pasó una pequeña toallita para limpiarme ––esa vez con el ímpetu ni nos
habíamos acordado de usar el condón––, se dio la vuelta sin decir ni mu, y con un pequeño gesto
me indicó que la abrazara. Cosa que por supuesto hice.

Y en esta postura, la de la típica cuchara, nos quedamos dormidos en su cama completamente


rendidos después de dos buenos polvos.
Me desperté con los primeros rayos de sol de un nuevo día, y con el brazo completamente
dormido de estar tantas horas aguantando el peso de la cabeza de Paula.

Ella continuaba dormida, debía de ser sigiloso en levantarme, vestirme, e irme sin que ella se
diera cuenta.
Y aunque me hubiera gustado esperarme para que fuera yo lo primero que viera Paula al abrir
los ojos, Silvia debía de estar a punto de despertar y debía de encontrarme junto a ella cuando eso
ocurriera.

Me reí yo solo al ver en la situación en la que me encontraba. De estar años y años sin
acompañante para dormir, y consolándome yo solo para apaciguar un poco el apetito sexual, a
salir de la cama de una mujer para meterme en la de otra.

Cómo puede cambiar la vida de uno en tan solo unos pocos días. Qué digo días, incluso en
tan solo unas horas puede darte un giro radical. Para bueno y para malo claro estaba. Y mi
situación por muy bonita que pudiera verse desde fuera, ni mucho menos era así.
¿Dónde está el calcetín que me falta? No lo veía por ninguna parte. Me agaché para mirar
debajo de la cama, y sí, allí estaba junto a un objeto que tenía forma ¿de pene? ¡Joder! Qué pedazo
de consolador tenía Paula, ahora me siento un poco mal sabiendo que es este el tamaño al que está
acostumbrada. Precisamente no es que yo la tuviera pequeña ni mucho menos, pero comparado
con esta de plástico se quedaba en una birria, madre mía. Ya no sé cómo reaccionaré la próxima
vez que nos acostemos sabiendo esto.

Cogí el calcetín rápidamente para ponérmelo, y quitarme el bicho ese de la vista y de la


cabeza de una vez. Me coloqué mis zapatillas tras ello, ya me encontraba completamente vestido y
listo para marcharme.

Antes de salir del dormitorio eché la mirada atrás por última vez para ver a Paula. Seguía
durmiendo como un bebé, no había conseguido perturbar su sueño el que me alejara de ella.

––Hasta luego ––susurré con la esperanza de que su subconsciente le hiciera llegar este
mensaje.

Dicho esto, me apresuré en salir de ese piso para dirigirme al de Silvia. No sin antes hacer
una leve parada en la cafetería que se encontraba cerca de la calle donde vivía para comprar dos
euros de churros y dos tazas de chocolate. Eso es lo que desayunaríamos ese día Silvia y yo.

Entré con mucho cuidado al piso ––a este paso me iba a especializar en pasar inadvertido y
lo mismo mi próximo trabajo pudiera ser de detective–– por si aún se encontraba durmiendo, que
así continuara.
Me asomé a su dormitorio y por suerte así era, seguía acostada y sumida en un sueño
profundo.

Miré la hora en el móvil, las ocho y media, demasiado temprano para despertarla a pesar de
que los churros fríos ni mucho menos sentaban igual que los calientes. A unas malas volvería a la
cafetería para comprar otros dos euros.

Así que decidí irme al salón, sentarme en el sofá con los auriculares puestos para escuchar lo
nuevo de Beret, y descansar un poco tras una noche atareada sin dormir. Que fuera Silvia quien me
despertara a mí cuando se levantara, y ya veíamos qué desayunar y hacer.
Y esto no tardó mucho en pasar, porque justo cuando iba a empezar la tercera canción de mi
lista de Spotify titulada “Renacer” Silvia me cogió del brazo para zarandearlo y conseguir así que
saliera de mi retardo.

––Buenos días, ¿qué tal la noche? ¿había mucha gente de marcha hoy? ––me dijo en cuanto me
vio abrir los ojos de golpe asustado, de muy malas maneras.

––¿Qué? ¿Había gente en dónde? Yo qué sé la gente que había en la calle esta noche ––le
respondí sin saber muy bien qué me estaba preguntando.
––¿Ah, no? ¿Y cómo que estás durmiendo en el sofá con la misma ropa con la que te fuiste
ayer a la cama? ¿Es que te gusta dormir con vaqueros, camisa y zapatos? No parece muy cómodo
eso, la verdad.

––Pues porque ayer caí rendido en la cama nada más echarme en ella. Pero a medianoche me
desvelé y me vine aquí para ver un poco la tele mientras recuperaba de nuevo el sueño, y aquí
tumbado parece que lo recuperé.

––¡Ah, sí! Muy raro que en ninguna de las dos veces que te has acostado no se te haya
ocurrido ponerte cómodo, ¿no? Es que ni siquiera los zapatos te has quitado.
––¿Esto es un interrogatorio? Ya te he dicho que no me he movido de aquí, no empieces con
tus paranoias.

––No has salido, ¿no? ¿Para nada dices?

––No, no he salido, pero estás consiguiendo que lo haga ahora mismo como sigas insistiendo.

––Entonces, ¿de dónde han salido estos churros y los dos vasos de chocolate? ¿Cortesía de la
aplicación de ayer por haber hecho un pedido al mediodía?

¡Ostias! No me acordaba de este detalle, ahora sí que no tenía escapatoria. ¡Pero qué quiere
que le diga! ¿Que vengo de pasar con otra la noche mientras a ella la dejé acostada y medio
drogada para poder escaparme tranquilo? Me ha pillado, ya está, ella tiene que saber que si sigue
metiéndome los dedos para que hable va a descubrir algo que seguramente no quiere escuchar.

––Pues… Cuando me levanté la primera vez se me ocurrió que lo mismo cuando te


despertaras te apetecería tomar algo de chocolate. Fui a la cafetería de la esquina y me traje unos
pocos churros para acompañar esa taza de chocolate.
––¿Y no te acordabas de eso? Como dices que no has salido para nada…
––¡No, no me acordaba, Silvia; me acabas de despertar de repente y ahora mismo lo único
que se me pasa por la cabeza es por qué me estoy llevando esta mierda de reprimenda por tu parte
sin venir a cuenta! Te has despertado y aquí estoy, ¿no? Y cuando te fuiste a la cama aquí estaba,
¿no? Por qué entonces te empeñas en saber si me he escapado o no, qué más da, ¿no?

Se quedó mirándome fijamente, tenía la mirada rota, algo en su interior se había


desquebrajado. Sus ojos comenzaron a llorar, y seguía sin apartar la vista de los míos. Ahora
quien comenzaba a romperse era yo, me sentía mal por tener que engañarla y defender mi mentira
de esta forma tan inadecuada, a base de gritos y reproches.
––¿Sabes lo que más me duele de todo esto Pablo? ––me preguntó al fin.

No sé yo si prefería el silencio rompedor que había en ese momento instalado entre los dos, a
saber el motivo verdadero de sus lágrimas.

––No lo sé, ni lo quiero saber ––le respondí todavía muy encendido. Mi cabezonería me
impedía cambiar mi versión a estas alturas.
––No me duele que te hayas escapado esta noche para dar una vuelta con los amigos o con
alguna amiga. Es normal que te apetezca despejarte de mí y de esta situación en la que te has visto
involucrado sin comerlo ni beberlo. Entiendo que quieras escapar de ella, te entiendo
perfectamente, pero solo tenías que decírmelo, no hacía falta que me engañaras ni que me incitaras
a tomar los relajantes para asegurarte de que no me despertaría.

––¿Aun sigues con eso?

––Déjame terminar, por favor, Pablo. Sé que te fuiste, no me tomé esas pastillas, no me las
tomé porque tenía una intuición, y tonta de mí quise comprobarlo. Maldita sea la hora que te mentí
yo también al decirte que sí me la había tomado.
Hizo una pequeña pausa, a lo mejor esperaba que yo dijera algo o me acercara a ella para
abrazarla, ¡o qué demonios se yo que es lo que quería que hiciera en ese momento! Yo estaba
completamente paralizado escuchándola, cayéndome el cielo encima de lo miserable que estaba
quedando. Estaba quedando porque lo había sido, no hay más. Había sido un puto miserable que
no ha podido ser sincero con su mejor amiga, y decirle que estaba empezando a conocer a una
chica, y que necesitaba escaparse para verla.

––Sé que me mentiste porque te oí salir y no dije ni hice nada para impedirlo. No quería que
te fueras, al contrario, lo que quería es que en ese momento estuvieras junto a mí abrazándome.
Pero, ¿quién soy yo para impedírtelo? Bastante has hecho en el pasado por mí, y bastante estás
haciendo también ahora, más de lo que deberías incluso. Así que me quedé en la habitación
llorando y muerta de miedo hasta que el agotamiento pudo conmigo.

Cuando has llegado esta mañana estaba despierta también, he podido dormir apenas tres
horas en toda la noche, y ni mucho menos seguidas. Me he hecho la dormida para ver si ese abrazo
que añoré anoche llegaba por fin y me recomponía. Pero tampoco ha llegado. Y ahora cuando solo
te pido que me seas sincero, vas y no eres capaz de serlo. ¿Sabes qué, Pablo?
––¡Qué Silvia! ¡Qué es lo que tengo que saber! ––le grité sin saber muy bien por qué le
contestaba de esa manera. Todo lo que me estaba diciendo era cierto, no podía contradecirle en
nada. Y quizás al no tener argumentos mi única forma de defenderme era esta, levantando más la
voz creyendo que así ganaría la discusión.

––No quiero echarte la culpa de nada, y mucho menos que te sientas culpable de lo ocurrido,
pero la noche en la que me agredieron salí del piso de Luis por ti.
–– ¡Lo que me faltaba por oír! ¡¿Ahora me echas en cara que todo lo sucedido fue culpa
mía!?! ¡¿Yo te dije que te fueras con ese malnacido?! ¡¿O que no te lo follaras al final?! ¡Vamos,
no me jodas!

––Pablo, escúchame, no es lo que piensas, yo me fui de allí porque…

––¡No tengo que escuchar nada! ¿Sabes qué? Me voy, ya estoy harto de ser siempre el que
sale perdiendo por no mirar por mí. Te quise, Silvia, te quise y mucho, lo sabes. Y quizás esta
hubiera sido la oportunidad perfecta para poder conquistarte, aunque suene mal, pero ya es tarde,
ya es muy tarde. Me voy, no voy a desperdiciar mi tiempo en algo que se sabe que es imposible.
Fui directo al cuarto de baño sin decir nada más para recoger mis cuatro cosas de aseo que
había traído de mi piso, luego continuaría en el dormitorio donde me había asentado, y haría lo
propio con mi ropa.

Ella seguía inmóvil en el mismo sitio donde la había dejado con la palabra en la boca, no
dijo nada más desde que le di la espalda. En cambio, su llanto sí llegaba hasta mis oídos, y
directamente de estos pasaban al corazón para desquebrajarme por dentro.

No podía echarme atrás, ya estaba el paso dado, tenía que continuar con mi vida y dejar a
Silvia de una vez por todas. Estaba claro que si mantenía el contacto con ella jamás llegaría a
ocurrir esto.
Me dolía el alma verla así, me dolía mucho más que si me lo estuvieran haciendo a mí. Pero
uno en la vida tiene que tomar decisiones duras, y bastante tiempo había pospuesto yo esta.

Ya tenía todo de nuevo en la maleta, no habían pasado ni veinticuatro horas desde que la
había desecho. Al cerrarla vi cómo una lágrima se estrellaba contra ella. Era mía, yo también
había comenzado a llorar sin haberme dado cuenta. Salí del dormitorio derecho hacia la salida del
piso sin desviar la mirada hacia ella, me daba miedo que al hacerlo cambiara de opinión. Me
conocía y sabía que era débil en esto.

––Hasta siempre ––me despedí de ella dando un portazo para enfatizar más mis palabras. Una
vez fuera me derrumbé por completo, y caí al suelo de culo, para terminar de llorar y soltar todo
lo que había estado evitando hasta ese momento. Golpeé el suelo de rabia, golpeé la pared, golpeé
la maleta, me golpeé a mí mismo.
Intenté calmarme tras ver cómo mis nudillos comenzaban a sangrar, pero fue en vano. El
llanto de Silvia que me llegaba desde el otro lado de la puerta propició que volviera a empezar de
nuevo.
Yo siempre he sido muy iluso en creer que uno solo tiene un amor verdadero en toda su vida,
y que tendrá que luchar por él hasta el final con todas las consecuencias que conlleve si quiere
conseguirlo.

Si uno está seguro de quien es, adelante, tarde o temprano lo conseguirá, está predestinado a
que eso llegue a pasar.
Yo estaba convencido de que el mío era Silvia, y me estaba rindiendo finalmente.

Ahora rezaba por equivocarme. Por equivocarme en mis dos teorías. En la teoría de que uno
solamente podría ser feliz al lado del amor de su vida, y en la de que si eso no fuera así, que mi
amor no fuera Silvia.

Me levanté después de limpiarme con la manga de la camisa las últimas lágrimas que me
quedaban. Se me habían gastado por completo, y mi corazón necesitaba un descanso para poder
seguir latiendo.
––Hasta siempre ––me despedí de nuevo, esta vez del lugar donde me encontraba, y sin que
nadie aparte de mí pudiera escucharme.

Antes de salir a la calle, y exponerme en este estado a toda la gente que se encontraba en ella,
me detuve para respirar profundo, bajar la mirada, y a paso ligero dirigirme a mi piso.

En cuanto llegara desconectaría el móvil y me echaría en la cama. Solo me levantaría de ella


para comer e ir al baño cuando no me quedara otra. Necesitaba aclarar las ideas, y ver en verdad
qué es lo que quería y necesitaba.
Pero mis planes se truncaron cuando dos calles antes de llegar a la mía me avisó el móvil de
que tenía un nuevo wasap.

Pensé en no abrirlo, ni siquiera quería saber quién me lo escribía, pero la curiosidad pudo
conmigo. El último que veré en los próximos días, me prometí. Aunque me veía con poca
confianza para cumplir esto, la verdad, viendo lo poco que me había costado resistirme a este.
Ojalá no fuera de Silvia, lo mismo todo lo fuerte que había intentado mantenerme se venía abajo.

No, no era de ella, pero sí de otra mujer, de Paula. No sé yo si hubiera preferido el de Silvia,
no estaba ni mucho menos en condiciones de hablar con ella. De momento iba a dejar ese mensaje
sin abrirlo.
Necesitaba aclarar ideas, y una conversación con Paula de lo bien que estuvo lo de anoche, y
de que deberíamos repetir pronto no me iba ayudar para nada. Quizá después de una ducha, de
ponerme cómodo, y de mirar qué podía echarme a la boca de la nevera, le contestaba.

Pero de nuevo mi intención se fue al garete cuando una vez tirado literalmente sobre la cama,
cogí el móvil para volver a ver las mismas fotos y memes compartidas por mis amigos en las
redes sociales. Las mismas tonterías una y otra vez que siempre volvía a ver por aburrimiento o
por costumbre, no lo sé ya. El caso es que cuando menos lo esperaba ya estaba metido de nuevo
en Instagram o Facebook.
En ese momento vi de nuevo el aviso del mensaje de Paula. Decidí abrirlo finalmente.

“¿Qué tal? ¿Despierto ya? Yo no podía dormir después de cómo me has dejado”.

Al parecer este había sido enviado mucho antes de lo que creía. Seguramente cuando estaba
discutiendo con Silvia y por eso no me di cuenta cuando sonó el móvil. Luego me había mandado
otro, este fue el que escuché justo cuando iba a entrar a mi bloque.

“Veo que sigues durmiendo, no me gustaría pensar que no contestas porque no quieres
cuentas conmigo ––añadía un emoticono triste después de esta frase––. Bueno, ya me dices
cuando te despiertes si te apetece tomar algo. Si quieres, vamos, un beso fuerte”.

Puff ¿y ahora qué le escribo? Que me apetece tomar algo no, que debería quedar con ella, sí.
No puedo aislarme tampoco por mucho que piense que es lo correcto. Quizás lo mejor que podría
hacer es ir más despacio con Paula, tomarlo con algo más de calma. Habíamos empezado
demasiado fuerte y lo mismo estaba confundiendo ganas con amor. Necesitaba un tiempo para
saber si la quería o no.
Sí, eso haría, le escribiría un mensaje diciendo que me había peleado con Silvia y que me
había vuelto a mi piso, que hoy no saldría, tenía que hacer limpieza a fondo y una buena compra.
Que mañana buscaría un hueco para vernos.

Tras enviar el mensaje me quedé un rato esperando su respuesta, pero esta no llegaba, lo
mismo le había sentado mal que le dijera que ya hablaríamos. Hoy no me apetecía verla. Ni a ella
ni a nadie. Mañana le mandaría un nuevo mensaje excusándome por la forma de contestarle si le
había sentado mal, y que si la podía compensar invitándola a comer o tomar algo. Hoy dejaría ya
el tema por zanjado, no le daría más vueltas.

Solté el móvil en la mesita, cerré los ojos, y me dejé atrapar por la cama.
PAULA

No tardé mucho en encontrar el bar donde habíamos quedado, el GPS del móvil ha sido uno
de los mejores inventos de la historia, por lo menos para mí que me oriento como el culo.

El bar estaba lleno, pero con un simple vistazo comprobé que Pablo no había llegado, no era
muy grande el local. Me senté en la barra y con mi bolso ocupé otro taburete para tenerlo libre y
que se pudiera sentar mi cita.
––¿Qué te pongo, guapa? ––Se acercó el camarero para preguntarme.

¡Cojones! De momento voy a ponerme un poco cómoda, ya después veré qué pedir. Qué
rapidez, madre mía.

––Larios Rose con tónica, por favor ––le contesté con toda la parsimonia del mundo tras
quitarme la rebeca y colgarla a mi espalda.
No me contestó, solamente se dio la vuelta y empezó a coger todo lo que le haría falta para
preparar mi bebida. Preparación que tuvo la misma rapidez que su pregunta.

––Siete euros, guapa. ––Volvió a dirigirme la palabra tras dejarme la copa con el ticket de
pago.

Cogí el bolso y rebusqué en el monedero para darle lo justo. No sé por qué, pero no me había
caído nada bien este camarero, no le dejaría ni un céntimo de propina. Cogió el dinero y se
marchó de nuevo sin decir nada. Al parecer era mutua la primera impresión de ambos.
Cogí la copa y me giré para ver si ya había llegado Pablo. Aún no, comprobé, se retrasaba al
parecer. Un pequeño escenario improvisado en medio del pub llamó mi atención. Había un grupo
de tres personas jóvenes preparando sus instrumentos para comenzar a tocar.

Vaya, pensé, tranquilidad, lo que se dice tranquilidad, no vamos a tener aquí.

Volví a darme la vuelta para darle un nuevo sorbo a la copa cuando noté que alguien se me
acercaba por la espalda. Se acercaba y mucho, de más diría yo. Pero justo cuando me iba a dar la
vuelta para ver qué gilipollas era quien se estaba haciendo el gracioso me vino un aroma
conocido, el del perfume que usa Pablo. Cerré los ojos y me preparé para recibir su beso por la
espalda.
Uff, un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me besó en el cuello.
Me preguntó que por qué no me había asustado, si era normal que los chicos se me acercaran
por la espalda y me dieran besos.

Le dije que su colonia le había delatado. Se rió, yo dejé caer que mi cuerpo aún olía a él, él
me tiró una directa, más que indirecta, diciendo que ese olor había que ir renovándolo de vez en
cuando.
Había empezado la noche tarde, pero pintaba bastante bien, o eso creía, porque a los diez
minutos apareció Luis y no tardó en reconocerme.

¡Joder, qué mala suerte! Mira que hay sitios en la ciudad para salir de fiesta, y tengo que
coincidir con él justo aquí y cuando estoy con Pablo.

Me puse nerviosa cuando me saludó, tenía que despacharlo rápido. Le dejé entrever que
estaba con un amigo especial y su presencia estorbaba en estos momentos.
Miré a Pablo con el rabillo del ojo para ver la reacción que estaba teniendo, miraba
extrañado a Luis, como intentando adivinar qué relación es la que tenía con él, o había tenido en el
pasado. Tendría suerte si este fuera su pensamiento, y no lo relacionara para nada con Silvia.

Pero la cosa se torció cuando el muy espabilado se auto presentó a Pablo diciendo que se
llamaba Luis. Seguramente ya sí que metería a Silvia en esa ecuación en cuanto relacionara su
nombre con ella. Me apostaba el cuello que esta le había enseñado fotos de él del Facebook, o del
perfil de WhatsApp para que le diera su opinión sobre él.

¡Mierda! Ni un puto golpe de suerte tenía en la vida. Cuando creía que se estaba enderezando
la cosa, ¡zas! En toda la boca me golpeaba de nuevo.
Luis extendió su mano para estrecharla con la de Pablo, pero este no le devolvía el gesto. En
cambio, lo miraba desafiante a los ojos.

No había ninguna duda ya, sabía quién era. El único que se encontraba ahora mismo perdido
y no tenía ni puta idea de lo que estaba ocurriendo era Luis.

Amablemente, le insistí que nos dejara a solas, que teníamos que hablar de un tema delicado.
Pero no me hizo caso, ahora él también miraba a los ojos a Pablo preguntándose qué mierda le
pasaba para tratarlo con ese menosprecio sin conocerlo de nada.
Empezó a reírse, y tras esa risa forzada le comentó que estuviera tranquilo, que yo no le
interesaba, que me había follado una vez y con eso le bastaba.

¡Pero, qué coño! ¡Será cabrón! Ahora Pablo a quien miraba era a mí, y de una manera muy
distinta a como lo había hecho con Luis. Su mirada me pedía explicaciones. Me puse muy
nerviosa, me estaba ruborizando. Luis dijo no sé qué más de un teléfono, pero tanto Pablo como yo
no le prestábamos atención ya.

Le dije que era verdad, que me había acostado hace tiempo con él, pero que fue un error de
una noche de borrachera.
El hizo hincapié en que Luis había dicho que fue el otro día cuando se acostó conmigo, y que
si cuando eso pasó ya había comenzado a chatear conmigo.

––¡Por supuesto que no! ––le dije. Esta vez sí le decía la pura verdad. Se quedó más tranquilo
tras mi afirmación, y tras ello me confirmó lo que yo sabía ya, la relación de Luis con Silvia.
Saqué mi mejor faceta de actriz para hacerme la sorprendida. Al parecer no era tan mala
como creía, se creyó por completo que no estaba al tanto del asunto. Bien, no se iba a estropear la
noche como creía. Estupendo, Paula, relájate, seguimos por la buena senda tras pillar un bache en
el camino.

Pero Pablo, a raíz de este incidente no paraba de hablar de Silvia, había que dar un giro a esa
conversación, debíamos hablar de nosotros, de películas y viajes por hacer los dos juntos, Silvia
no pintaba nada en estos momentos. Le pregunté de manera picarona a qué había venido su
llamada en mitad de la noche tan apresurada, si es que le apetecía tanto verme.

Se acercó a mi oído tras dar un largo trago a su copa y me contestó que para follarme.
¡Pufff! Madre mía, qué calentón me ha entrado de repente. Lástima que no nos encontráramos
en un lugar privado para lanzarme encima de él como una desesperada. Tendremos que esperar un
poco a llegar a mi piso que nos pilla más cerca esta vez. Tranquila, Paula, que lo vas a hacer de
nuevo con él, me dije a mí misma para controlarme un poco. Porque lo que me apetecía en ese
momento hacer estaba tipificado como delito rodeada de tanta gente.

––Vayamos a mi casa ––le dije.

Me terminé la copa de un nuevo trago, le agarré del brazo, y le llevé hasta la salida.
En nada habíamos llegado al piso, y en nada también nos encontrábamos desnudos sobre mis
sábanas estampadas con dibujos de los años noventa. Siempre he sido un poco friki, lo reconozco.

Cuando ya no podía aguantar más sin sentirlo dentro de mí me giré para coger un preservativo
de mi mesita noche. Lo abrí y acomodé a Pablo para poder ponérselo con la boca. Esto les
encanta a todos los tíos, no falla nunca, los pone a cien siempre. Pero algo raro noté en su rostro
cuando ya colocado me acomodaba para poder subirme encima de él. Su cara precisamente no era
en ese momento de satisfacción, como debería ser, ¿le habría mordido sin darme cuenta?
Creyendo que había sido eso, y que se le pasaría enseguida, comencé a hacer lo que tenía
pensado. Pero él seguía igual. No, no había sido un mordisco desafortunado, algo le ocurría. Así
que paré para preguntárselo.

Me contestó que sí le ocurría algo, que le ardía. Yo no pude aguantarme la risa, lo dijo
completamente asustado, como si se le fuera a caer a pedazos de un momento a otro.
De qué me reía, me preguntó enfadado. Pues de que el preservativo que le había colocado
provocaba ese efecto, no me había acordado de comentárselo, le contesté.

Una vez sabido dónde estaba el problema se rió conmigo del mal trago que había pasado, y
después de esto, por fin pudimos continuar sin problema con lo que habíamos empezado. ¡Y vaya
que si pudimos! Era maravilloso tener sexo con Pablo. ¡Joder! Ya tenía ganas de más y aún me
estaba limpiando con la toallita de aseo mis partes.

––Temo engancharme a esto ––le confesé a la par que me echaba a su lado para poder
abrazarle a la altura del pecho.
Y no sé si era lo más apropiado insistirle tanto en decirle que me gustaba, pero era la puta
verdad, lo amaba casi más que podía amarme a mí misma. En la vida podría imaginarse lo que
sería capaz de hacer por él, o peor aún, lo que había sido capaz de hacer por tenerlo entre mis
manos.

Así que era tontería lamentarse de haberlo dicho. Ya la piedra está en tu tejado, Pablo, te toca
dejarla o devolverla. Y por suerte me la devolvió.

Me puso más caliente aún de lo que me encontraba, que mira que eso era difícil, cuando me
dijo que a él también le encantaba acostarse conmigo, y que lo haríamos siempre que nos fuera
posible.
Me dio un beso en la boca que fue el preámbulo de un nuevo polvo de infarto. Un polvazo de
la ostia, todo hay que decirlo. Me dejó exhausta hasta el punto de caer rendida en la cama y
dormirme abrazada a él en tan solo unos minutos tras terminar.

No sé qué hora sería cuando desperté, lo único que me importó es que el lado de la cama que
ocupaba Pablo antes de dormirme estaba frío y vacío. Me había dejado sola sin despedirse
siquiera. O lo mismo sí que lo hizo, pero no me di cuenta debido al sueño tan profundo que cogí.
¡O lo mismo había ocurrido algo mucho mejor! Me había dejado una nota en algún lado de la casa
despidiéndose de mí, diciéndome lo mucho que le gusta estar conmigo, que tener sexo juntos era
algo mágico, y que no habiéndose alejado de mí aún, ya me echaba de menos.

Me levanté de golpe con la ilusión de encontrar esta nota, ilusión que se esfumó de la misma
manera que llegó al comprobar que no era como había imaginado, no existía dicha nota.

¿Pero qué esperaba? ¿Qué me jurara amor eterno con tres polvos y dos citas? Qué tonta era
por pensar así, demasiadas películas Disney había visto; más me valía volver a la realidad y
mandarle un mensaje deseándole los buenos días. ¿O lo mismo era demasiado temprano y
continuaba durmiendo? ¡A la mierda el esperar a que sea el hombre siempre quien tenga la
iniciativa! ¡Las princesas Disney al poder y a creer en el amor! Aunque a veces acabe
destrozándote por confiar tanto en él.

Le escribí deseándole los buenos días, y diciéndole que había sido maravilloso lo de esa
noche.

Me eché sobre la cama, con los brazos extendidos sujetando el móvil, esperando su respuesta
con sonrisa bobalicona de adolescente que cree haber encontrado su primer y único amor.
Pero pasaban los minutos y mi móvil no me informaba de novedad alguna.
¡Puffff! Vaya mierda es esto del amor, lo complicado y bonito que es a la vez. Pero ya que me
había decidido a ser yo quien daría el primer paso, seguiría con esa idea. Así que de nuevo le
escribí diciéndole que cuando se despertara me avisara si le apetecía quedar. Daba por hecho que
no me había contestado al primer mensaje porque seguía acostado. No quería ni imaginar que no
lo hacía porque no le apetecía hablar conmigo.

Esta vez sí tuve la suerte y me contestó a los pocos minutos, la aplicación ya me avisaba que
estaba escribiéndome.
¡Ostias! ¡No puede ser! ¿Qué se ha ido de la casa de Silvia por una pelea y que vuelve a su
piso? No me lo creo, no puedo tener esa suerte, eso no va conmigo, nunca me ha pasado. Pero que
no quiere verme hoy, que mañana si eso. ¡Y una mierda! Si tienes que limpiar el piso y llenar la
nevera como dices, ahí voy a estar yo contigo para ayudarte. Quiero que sepa que voy a estar
siempre a su lado en todo lo que necesite. Tanto para lo bueno como para lo malo, como dicen los
curas en las bodas.

Así que lo que voy a empezar a hacer ya es arreglarme, y presentarme en su piso lo antes
posible con mis utensilios y botes de limpieza para poner en regla su piso, e irnos a la cama de
nuevo.

No veo la hora de estar otra vez entre sus brazos.


Y eso hice, en menos de una hora me encontraba en chándal, tocando el timbre de su puerta
––pero eso sí, algo maquillada–– con una bolsa llena de botes de limpieza y trapos, sonriendo
sola, imaginándome la cara que pondría Pablo en cuanto abriera la puerta y me viera con esas
pintas.

Pero la sonrisa que mantenía se borró cuando al tocar por tercera vez el timbre seguía sin
abrirme. ¿Me habría visto por la mirilla y había decidido no darme paso? Ya estaba de nuevo con
pensamientos negativos, no iba a cambiar nunca, ¡afuuuu! ¿Por qué no iba a querer abrirme Pablo?
Seguro que no lo hacía porque después de contestarme se había quedado dormido de nuevo, o
porque estaba limpiando con los cascos puestos, al igual que hago yo, y no puede oírme. O porque
había bajado al súper a hacer la compra y llenar el frigo.

Voy a llamarlo y termino de tantas especulaciones.


––¿Sí? ––contestó al tercer tono soñoliento. Estaba durmiendo, por eso no me abría,
confirmado ya.

––Pablo, soy Paula ¿estás en tu piso?

––Sí, hoy solo saldré de aquí para bajar al súper y comprar unas cosillas que me hacen falta,
ya te lo he dicho en el mensaje de WhatsApp, tengo que poner al día mi piso.
––Perfecto, porque estoy en tu puerta esperando a que me abras para ayudarte con la
limpieza. ––Toqué el timbre de nuevo para confirmar que decía la verdad.

––¿Cómo dices? ¿Qué estás en el rellano? Joder, que es verdad, pero, ¿qué haces aquí?
––Ayudarte, ya te lo he dicho. ¿Me vas a abrir la puerta o no?

––La puerta, sí, voy, un segundo.

Desde donde me encontraba podía oír cómo sus pasos se acercaban hacia mí. De nuevo la
sonrisa se apoderó de mi rostro cuando vi cómo comenzaba abrirse la puerta. Solté todo lo que
llevaba en las manos y me lancé a su cuello para abrazarle.

––En un plis plas acabamos con la faena, y esta noche después de descansar un poco podemos
escaparnos a tomar algo ––le dije.

Me separó de su cuerpo con brusquedad, algo no iba bien.


––¿Quién te ha dicho que vengas Sil… Paula?

––Na…nadie, pero yo he pensado que te haría ilusión, y que te gustaría que estuviera aquí
contigo ayudándote. Lo ––snif––, lo siento si me he equivocado, ha ––snif––, ha sido si querer.

Por más que me propuse parar mi llanto no lo conseguía, no lograba detenerlo, y de la


impotencia que me dio de no saber qué hacer y decir, lo único que lograba es que fuera en
aumento.
––No, lo siento yo, no he dormido apenas hoy, y cuando no descanso lo suficiente tengo un
carácter que ni yo mismo me aguanto.

––No, tienes razón, esto me pasa por meterme en donde no me importa. Ahora mismo cojo
mis cosas y me doy la vuelta por donde he venido. Cuando te apetezca, tengas algo de tiempo, y
mejor despertar, me llamas si quieres.

––No, por favor, quédate. Te agradezco mucho que hayas querido venir a ayudarme, me
vendrá muy bien. ¿Nos ponemos manos a la obra? Si le damos caña nos da tiempo seguro de
descansar un poco antes de empezar a arreglarnos, para dar una vuelta esta noche como has
propuesto.
––¿Lo…lo dices en serio?

––Ven aquí, anda, dame un abrazo, lo necesito.

¡Y por supuesto que le di ese abrazo! ¡No había otra cosa en el mundo en ese momento que
deseara más!
Hundí mi cabeza en su pecho, cerrando los ojos con todas mis fuerzas, intentando que ese
momento se hiciera eterno.

Delicadamente, con tan solo un dedo, me elevó la barbilla para besarme.

––¿Vamos al lio? ––me preguntó con una mirada y actitud muy diferente a la que me había
recibido.
Asentí con la cabeza limpiándome la última lágrima que corría por mis mejillas. Por suerte,
su beso había conseguido terminar con esta muestra de debilidad. Y ya sé que me castigaba mucho
al pensar que esta teoría era así, que quien llora es porque ha perdido la batalla que mantiene con
su interior, pero por más que había querido cambiar esa idea y obligarme a verlo de otra forma,
con veinte y nueve años que tenía ya, aún no lo había logrado. Y lo peor de todo, que había
perdido la esperanza de conseguirlo.

Tras mi consentimiento me dio paso a su piso echándose a un lado de la puerta.


––¿Por dónde quieres que empiece? ––le pregunté alzando la bolsa donde llevaba todos los
enseres de limpieza.

––Pues si quieres yo me encargo de los más feo, digamos, el cuarto de baño y la cocina. Tú
puedes empezar por el comedor y los dormitorios. Conforme vayamos avanzando nos echamos una
mano el uno al otro, ¿qué te parece?

––Que manos a la obra, cuanto antes terminemos antes estamos tomando algo, ¿no?

––O antes estamos en la cama, ¿no? ––me contestó él acercándose para volver a rodearme
con sus brazos y besarme.

Me separé de él enseguida, y riendo le dije que debíamos centrarnos en la limpieza, que no


había traspuesto de mi piso hacia el suyo con dos bolsas llenas de trapos y botes para echar un
polvo. Que venía a trabajar, y luego ya veríamos lo que pasaría cuando terminara, debíamos ir por
partes como decía la canción de Estopa.

––Me parece perfecto, muy bien, pero ya te advierto que a mí me gusta limpiar ligero de ropa,
lo digo por si luego te arrepientes de estas palabras ––me contestó mientras comenzaba a quitarse
la camiseta.
Fuuu, madre mía, qué cuerpo tenía el condenado. Pues sí, tenía toda la razón, ya me estaba
arrepintiendo, pero lo primero era lo primero en este momento. Había venido a limpiar, ya habría
tiempo más tarde para el placer. Por mucho que deseara lo segundo ahora mismo.

Así que, sin mediar palabra alguna más, me di la vuelta y comencé con mi cometido.

Bueno, antes de comenzar puse los auriculares al móvil, abrí la aplicación de la radio, y
conecté el altavoz. “Déjala que baile”, de Melendi y Alejandro Sanz fue la canción que estaba
sonando en ese momento. ¡Me encantaba esa canción! Qué mejor para ir empezando a remover
muebles.
Tres horas más tardes habíamos terminado por completo la limpieza y volvíamos a entablar
una conversación sentados en el sofá. En todo ese tiempo no habíamos intercambiado ni una sola
palabra, tan solo unas cuantas miradas disimuladas el uno al otro, por lo menos por mi parte. No
había podido evitar echarle un ojo a ese torso perfectamente modelado por los dioses, como diría
alguna amiga mía.
––¿Se nos ha pasado algo por alto? ––le pregunté bastante cansada y sudada, echando mi
mano sobre su muslo.

Noté que esa zona cambiaba de estado, sonreí al comprobar el efecto que causaba en su
cuerpo.
Él también sonrió y me miró algo resignado. ¿Qué quieres que haga? Somos así de primitivos
los hombres, decía esa mirada.

––Ya solo nos falta una buena ducha y un pequeño descanso antes de salir a despejarnos un
poco, ¿no?

––Me parece bien ––le contesté.

––Hoy no me apetece hacer nada más, voy a dejar la compra para otro día. ¿Qué te apetece
comer? Invito yo. ¿Has probado esta aplicación para pedir a domicilio? Tienes toda clase de
comida: italiana, china, japonesa, comida tradicional, árabe… dime qué te apetece, lo que sea.

––Con una ensalada César me conformo.

––¿Qué? Ni hablar, me niego a que comas eso solamente. Has trabajado mucho y necesitas
reponer fuerzas, las necesitarás para esta noche.
Me guiñó el ojo tras ese comentario subidito de tono, que consiguió subirme los colores.

––Vale, ¿un arroz tres delicias junto a un rollito de primavera te parece bien?

––Ummm, algo mejor, pero vale, acepto. Pediré entonces dos menús, y si sobra algo me lo
como yo mañana.
––Me parece bien.

––Pues mira, yo voy a querer un rollito también, tallarines de segundo, y ternera con patatas
de tercero.

––Uggg, ¿las carnes de esos restaurantes no dicen que salen de los gatos? Qué asco.

––Sí, por eso. Me gusta la carne de gato, ¿la has probado? Está deliciosa.

––¡Qué dices! ¡Ni loca comería yo eso! Solo de pensarlo se me revuelve el estómago.

––Ja, ja ––se rió––. Como tengamos que creer todo lo que se dice ni comíamos, ni salíamos a
la calle por miedo a pillar algo.
––Ya sabes el refrán, cuando el río suena…

––Cuando el río suena me como lo que traiga. Sea gato, ternera, pollo, o yo que sé qué
animal. Es mejor muchas veces no saber nada ni preguntar. A mí me gusta, ¿sí? Pues ya está, no
necesito saber nada más.
––Yo no, a mí me gusta saber lo que estoy comiendo, y cómo lo han cocinado.

––Ok, dejemos el tema de la comida a un lado y pasemos a algo más serio. ¿Te apetece que
nos duchemos juntos mientras esperamos a que vengan?
––¿Que si me apetece? La pregunta bien formulada es: ¿a qué estamos esperando?

––Tienes razón, ¿a qué estamos esperando?

Dicho y hecho, en segundos estábamos dentro de la ducha empapados por fuera, y lo que es
mejor, por dentro también.
No llegamos a tener sexo finalmente ahí dentro, aunque me quedé con todas las ganas la
verdad, pero fue muy bonito también enjabonarnos el uno al otro, y besarnos mientras que el agua
no dejaba de resbalar por nuestros cuerpos.

El timbre, anunciándonos que ya teníamos la comida en la puerta, fue lo único que pudo
sacarnos de ese momento película.

––Continuamos esto más tarde, si te parece ––me dijo tras un último beso, y dejarme con un
calentón de mil demonios que no pude reprimirlo por más tiempo. Cogí la alcachofa de la ducha y
la dirigí hacia la parte de mi cuerpo que pedía una estimulación.
––¡Paula! ¿Sales ya? Ya está puesta la mesa.

––¡Vooooy ¡Voooooy! ¡Pufff! Madre mía.

––¿Estás bien? ––Entró al baño preocupado por mi tardanza, corriendo la cortina de la ducha
sin avisar, y pillándome de lleno terminando la faena. ¡Qué vergüenza!
––Vaya, vaya, pues sí que estabas bien ––me dijo sonriendo––. Te espero en el comedor, ya
está todo preparado. Y guárdate algo de ganas para esta noche, anda.

––Por supuesto, siempre tengo ganas contigo cerca ––le respondí colorada perdida, y bastante
incómoda por la situación.

Al encontrarme de nuevo con él en el salón no sabía a dónde mirar. Él tuvo que notar que no
estaba cómoda, y enseguida se levantó de su silla para acercarse a mí, y decirme al oído unas
palabras que consiguieron de nuevo remover algo en mi interior.
––Me ha encantado verte masturbarte, ni te imaginas cómo me has puesto.

No pude aguantarme, me lancé sobre él y empecé a besarle como loca en la boca, en el


cuello, en el pecho… No podía dejar de hacerlo, estaba como poseída, y la única forma de
tranquilizarme era sintiéndome dentro de él.

Me agarró del trasero para poder levantarme y llevarme en brazos hasta el dormitorio.
¡Sí! Íbamos a hacerlo, menos mal, no es nada bueno retener estos calentones.
Y vaya si lo hicimos. ¡Guauu! Es increíble cómo puede haber tanta diferencia entre acostarte
con un hombre y con otro. Tampoco es que me haya acostado con muchos, la verdad, pero ninguno
me ha hecho sentir algo ni lo más rematadamente parecido a lo que me hace sentir Pablo. Supongo
que eso es una señal de que él es el hombre de mi vida.

––Nos hemos dejado la cena sin empezar ––me recordó sonriendo tras cinco minutos de
descanso obligado, echado sobre mí todavía.
No quería que se apartara de mi lado, me gustaría permanecer en esa posición todo el día,
pero tenía razón, debíamos levantarnos para reponer fuerzas e intentar, por un tiempo al menos,
dejar de pensar en sexo.

––Vamos a levantarnos entonces antes de que se enfríe más, si no, no habrá quien se la coma.

Me dio un nuevo beso en la boca, a la par que me agarraba un pecho.


––¿Estás segura que quieres levantarte? ––me preguntó tras eso.

––Pues no, no lo tengo nada claro, y más si me haces esto, pero creo que es lo que debemos
hacer.

No dejaba de mirarme maliciosamente, si continuaba unos segundos más haciendo lo mismo,


cambiaría de opinión sí o sí, y nadie lograría que saliera de esa habitación sin haberlo hecho de
nuevo. Por suerte dejó de hacerlo y se incorporó para comenzar a vestirse y salir de la habitación.
Yo salí detrás de él vestida solamente con mi ropa interior. Una bocanada de aire fresco me
golpeó nada más dejar la habitación que agradecí. Necesitaba dejar de respirar por unos minutos
el ambiente cargado de sexo que habíamos logrado concentrar en la habitación.
Pablo, cuando me vio aparecer por el salón tan ligera de ropa, me preguntó entre risas que si
así era como solía comer tendría que invitarme más a menudo.

––Eso tendremos que hablarlo entonces ––le contesté cogiendo asiento justo enfrente de él.
No podía dejar de mirarlo incluso comiendo, estaba completamente enamorada de él. Y eso era
algo que me aterrorizaba e ilusionaba a la vez.

Porque antes de conocernos más a fondo me gustaba, sí, me gustaba y mucho. Pero tenía la
esperanza de tenerlo idealizado, y que llegado el momento de conocernos mejor no sería para
tanto y lo acabaría bajando del altar. Pero ha ocurrido todo lo contrario, es justo como creía que
era en todos los aspectos, incluso en la cama, que mira que ahí había puesto el listón bastante alto.

Pero por suerte todo iba viento en popa, los días, las semanas, y los meses iban pasando y
seguíamos igual de apasionados e ilusionados. Ya hasta la ropa de Pablo ocupaba un lugar en mi
armario, así como su cepillo de dientes, su cuchilla, y un champú especial que solía usar. También
en su piso había bastantes cosas mías. Todas las semanas convivíamos en un piso o en el otro. Y
como por suerte no se encontraba muy lejos el uno del otro, si nos hacía falta algo que estuviera en
el otro piso, en veinte minutos estábamos de regreso y juntos de nuevo. Y lo mejor de todo era que
Silvia había desaparecido por completo de nuestras vidas, no había ya ningún obstáculo en nuestra
historia que pudiera joderla.

O eso creía…
SILVIA

Llevaba despierta unas tres horas cuando escuché cómo se abría la puerta del piso
cuidadosamente. Me acurruqué debajo de las sábanas rezando porque fuera Pablo, cerrando los
ojos con tanta fuerza que hasta me hice daño. La siguiente puerta que se abrió fue la del
dormitorio, donde me encontraba yo. Por suerte, el aroma inconfundible del perfume Adolfo
Domínguez XS que usaba Pablo, invadió enseguida la habitación, y ahí terminó mi temor, por fin
había regresado.

Me relajé esperando un beso suyo de buenos días, y quién sabe, lo mismo se echaba junto a
mí; eso sería como un sueño ahora mismo. Pero nada de esto pasó. Al igual que apareció por la
puerta, desapareció. Solo se asomó un par de segundos para comprobar que aún seguía
durmiendo.
Tras tan solo unas horas de descanso sin llorar, comencé de nuevo a hacerlo. Venía de pasar
la noche con otra mujer, seguro. ¿Cómo pretendía que ahora me besara a mí? Quizás otro hombre
lo hubiera hecho sin problemas, pero quien conociera a Pablo sabría que eso no pasaría, que él
sería incapaz de engañar a nadie.

Después de un rato en la cama pensando si era mejor hacerme la tonta y no decirle nada de
que sabía que me había dejado sola, o por lo contrario decírselo, que lo admitiera, y que me
confirmara lo que temía, decidí levantarme y tomar la segunda opción.

Al salir me encontré encima de la mesa del salón una bolsa con churros envueltos
acompañados de dos vasos de chocolate ––ya fríos–– en su interior.

Lo primero que se me pasó por la cabeza al ver que me había comprado mi desayuno
preferido es que lo había hecho porque necesitaba redimirse de algo que había hecho mal.

La mayoría de las personas por desgracia somos así, siempre pensamos que cuando nos tratan
bien de repente es porque algo grave ha pasado y quieren entretenernos de alguna forma.

Y la mayoría de las veces, por desgracia también, no nos equivocamos mucho al pensar así.
Se encontraba con la misma ropa con la que se fue a la cama, con los auriculares puestos, y
completamente dormido en tan solo quince minutos que llevaba en el piso. Había tenido una noche
ajetreada al parecer.

Me dio mucho coraje verlo tan tranquilo después de saber que me había mentido y no pude
contenerme de despertarlo bruscamente cogiéndolo del brazo.

––¿Qué tal la noche? ––le pregunté enfadada.


Su primera reacción ––aparte del susto por desprenderse del sueño tan repentinamente–– fue
hacerse el tonto y negar todo.

Y a pesar de que cada vez mis preguntas eran más evidentes de que sabía perfectamente que
no había estado en la habitación contigua a la mía, él seguía negándolo.
Y tanto meter los dedos en la llaga que al final acabé buscando lo que no quería encontrar.

––Aquí estoy ––me dijo––. Te fuiste a la cama y estaba contigo, te has levantado y aquí sigo,
¿qué más importa? Te has dado cuenta de que has dormido toda la noche sola, ¿no? Pues ya está.
––Pareció decirme con su contestación. ¿Me estaba tratando como una niña chica? ¿Ojos que no
ven corazón que no siente? No, amigo, las cosas no son así, la confianza y el respeto están muy
por encima de todo eso.

Y así se lo hice saber. Lo que más me dolía en ese momento no es que se hubiera marchado,
sino que me hubiera mentido para poder hacerlo. A mí me dice que le apetece salir porque quiere
darse una vuelta con los amigos, porque ha conocido a una chica y necesita verla, o simplemente
porque necesita despejarse de mí, y me duele, me duele porque me da miedo quedarme sola. En
cuanto noto que no hay nadie conocido a mi alrededor se me aparece en cualquier esquina el
acosador que me agredió esperando esa oportunidad para atacarme de nuevo. Pero el hecho de
que me mintiera me dolía mucho más que sentirme aterrorizada.
Se enfadó bastante, mucho más de lo que estaba. Creo que se sentía mal por lo que había
hecho y se estaba quedando sin argumentos para justificarse. Y quizá lo que iba a añadir a la
conversación ahora mismo sería la guinda del pastel, pero necesitaba que lo escuchara. Era muy
egoísta por mi parte, pero debía soltar la última bala que me quedaba en la recamara.

Le dije que la noche en la que sucedió todo yo salí de la casa de Luis por él. Porque me había
dado cuenta que al que amaba en verdad era a él. Pero esto último no me dejó que lo terminara de
decir. En cuanto escuchó que salí en busca de él pensó que le estaba echando la culpa de todo lo
sucedido, y ni mucho menos era esa mi intención. Solo quería decirle que lo amaba, que en ese
momento exacto me di cuenta de eso. Pero me era imposible poder aclarárselo, no atendía a
explicaciones; gritaba como un loco diciendo que ya no aguantaba más a mi lado, para finalmente
darse la vuelta y comenzar a meter sus pertenencias de nuevo en su maleta.

Nunca lo había visto así, ya llevaba unos días que se comportaba bastante raro conmigo.
Estaba claro lo que pasaba, me había convertido en un estorbo para él.
Paralizada, viendo y escuchando cómo cada vez le quedaba menos a Pablo para terminar de
recoger sus cosas y abandonarme para siempre ––podía llamarlo intuición femenina, o como me
diera la gana––, pero estaba segura de que no iba a cambiar de idea.

Un hasta siempre seguido de un portazo fue el detonante para volver a recobrar la movilidad,
y cómo no, volver a llorar por enésima vez quizás en las últimas ocho horas.

Salí corriendo hacia la puerta, quería volver a abrirla y salir en su busca para poder darle un
beso. Quería creer que solo con eso bastaría para que volviera de la mano conmigo al interior del
piso, y poder comenzar una relación normal de una vez por todas.
Como suele pasar en las películas, con tan solo un abrazo, y un beso dado con los ojos
llorosos se dan cuenta que son el uno para el otro, y que merece la pena intentarlo una vez más.

A unas malas, si lo del beso no funcionaba como esperaba, me tiraría al suelo de rodillas
suplicándole una oportunidad, que estábamos hechos el uno para el otro, que por lo menos me
diera unos minutos para poder decirle todo lo que tenía guardado desde hacía tiempo, que me
dejara al menos contarle que lo amaba.
Sé que lo mismo este “te quiero” llegaba demasiado tarde, que lo más seguro que ya se lo
hubiera dicho otra persona y por eso ya se había olvidado de mí. Tanto tiempo suplicando un te
quiero que nunca llega tiene que doler y desgastar demasiado.

Él había luchado bastante por conseguir escuchar el mío; ahora llegaba mi turno de pelear por
tener el suyo. Aunque tuviera que rebajarme y suplicar como tenía pensado.

Pero una vez llegado a la puerta no fui capaz ni del beso ni de las declaraciones. Me tiré al
suelo, sí, pero para seguir llorando a lágrima tendida mientras golpeaba la puerta suplicando que
volviera.
Por mucho que quisiera y deseara, no me atrevía a joderle más la vida. Ya había decidido con
quién quedarse, no me quedaba otra que desearle que fuera feliz. Te lo mereces, Pablo. No voy a
interferir más en tu vida.

Por mucho que no quiera hacerlo, por mucho que me duela, es lo justo; debo de pagarte de
alguna forma todo lo que has hecho por mí durante todos estos años. Y lo mejor que se me ocurre
es dejarte en paz.

Y eso hice, dejar que pasaran las horas, los días, y los meses sin intentar ponerme en contacto
con él, sin ver sus redes sociales, e incluso sin mirar si conservaba en el WhatsApp la misma foto
de perfil o si subía estados nuevos.
No fue nada fácil reprimirme, más bien todo lo contrario. No había día que no me acordara
de él y se me escapara alguna lágrima al ver lo que había perdido.

La primera semana estuve a punto de ceder prácticamente todos los días, y para evitar
tentaciones pensé en borrar su número. Luego vi que era un poco absurdo esto, porque si quería
ponerme en contacto con él había muchas formas posibles. Por medio de Instagram, de Facebook,
de Twitter.

La segunda medida que tomé fue que en todas las redes sociales en las que lo tenía agregado
añadí la opción de no ver sus publicaciones. No lo bloqueé porque no quería que pensara que
estaba enfadada con él, pero como si lo hubiera hecho.
No es que él fuera tampoco una persona muy participativa por estas redes; no había subido
nada en años en ninguna de ellas, todo lo que aparecía en su muro era porque lo habían etiquetado
en alguna foto o meme. Y normalmente, por no decir siempre, era yo quien le había puesto esa
etiqueta.
Pero, si la chica con la que estaba era de subir fotos me rompería ver una con los dos juntos
sonriéndole a la cámara, y acompañada de un estado diciendo lo felices que eran.

Así que evitando ver sus publicaciones, lograba ahorrarme ese dolor.
Esta era otra medida inofensiva, la verdad, porque en cualquier momento podía ir a la
configuración de la aplicación y volver a activar su perfil. Pero confiaba que ese hecho no se
daría.

Recibía la visita dos días en semana de una psicóloga que me había asignado la Seguridad
Social. Siempre me repetía prácticamente las mismas preguntas. Que cómo estoy, que qué había
comido, que si venían familiares o amigos a verme habitualmente, que si necesitaba más
medicación o aún me quedaba…

Pufff, parrafadas nada más, pero al menos me servía para mantener el contacto con alguien y
no aislarme por completo del mundo.
Las últimas semanas hasta había conseguido salir de mi piso para dar un paseo junto a ella
llegando hasta el parque que se encontraba a unos cuatrocientos metros de distancia.

Parecen pocos progresos en tanto tiempo trascurrido ya, pero para mí había sido todo un
logro.

Me había intentado convencer Isabel, que es como se llamaba la psicóloga, en ese corto
paseo a pararnos un rato para tomar un helado o un café en una cafetería que nos pillaba de paso a
la vuelta, pero me había negado en rotundo; había demasiada gente en su interior, y no estaba aún
preparada para mantener el contacto con nadie.
El único que mantenía, y porque no me quedaba otra, era el de tener que abrirle la puerta al
chico, o a la chica que se encargaba de traerme la compra del supermercado a domicilio.

Y la ropa, con lo que me gustaba antes darme mi paseo por el centro para ver los escaparates
de las tiendas, ahora ese paseo lo hacía por las páginas de Internet a través de la pantalla del
ordenador, y si veía que algo me gustaba lo pedía, y a los días me lo traía un repartidor a la puerta
del piso al igual que la comida.

Me había propuesto como reto personal a corto plazo coger el móvil y buscar entre mis
contactos a alguna antigua amiga ––para quedar con un hombre no estaba preparada todavía––
para llamarla o mandarle un mensaje y salir una tarde a tomar un café, un té, o lo que encartara.
Debía comenzar a hacer vida normal como me recomendaba la psicóloga, no podía estar más
tiempo lamentándome por lo ocurrido hacía medio año prácticamente.

Pero esto de hacer la llamada a alguna amiga ya me lo había propuesto la semana pasada, y la
anterior, y la anterior de la anterior…Y nada, todo seguía igual. Aquí continuaba, encerrada, echa
un trapo, y sin apenas ducharme. ¿Para qué iba a hacerlo si nadie iba a venir a verme ni yo tenía la
intención de salir?
“Toc Toc”

¡¿Eh?!¿Están llamando a la puerta? Pero… pero si no espero a nadie. Bueno… no espero


nada más bien. ¿Quién será? Lo mismo es algún comercial queriéndome vender algo, o una pareja
de testigos de Jehová, o vete tú a saber. Voy a mirar por la mirilla de la puerta para comprobarlo
con cuidado de no hacer ruido.
¿Quéééé? No, no puede ser verdad.
PABLO

¡Joder! ¿Quién coño llama al móvil a estas horas? Puff, no es tan temprano la verdad, me dije
al comprobar la hora en el despertador digital que tenía en la mesita noche. El problema era la
hora en la que me había acostado yo.

––¿Sí?

––Pablo, soy Paula. ¿Estás en tu piso?

Le dije que sí de mala gana, ¿no le había escrito en el mensaje que me venía a mi piso a
descansar, y que ya quedaríamos mañana? ¿Para qué pregunta de nuevo si estoy o no en él?

¿Cómo? ¿Qué está en mi rellano? ¡Lo que me faltaba! Que ha venido a ayudarme dice.

Como para confirmar lo que estaba diciendo, el timbre de mi puerta sonó cuando terminó de
hablar.

––Voy a abrirte ––le dije soltando el móvil y levantándome de mala gana. ¿Cómo no iba a
abrirle estando ya aquí?

Y nada más hacerlo se abalanzó hacia mi cuello y comenzó a darme besos.


––Los dos acabamos con la faena en un santiamén, y esta noche, después de descansar un
poco, podemos salir a dar una vuelta y tomar algo si te apetece ––me propuso.

––¿Quién te ha dicho que vengas, Sil… Paula? ––le espeté de malas maneras, y
equivocándome de nombre para más inri.

Fue tan desproporcionada mi reacción, que provocó al momento las lágrimas de Paula.
Enseguida me di cuenta de que me había equivocado, y cambié de actitud. Le pedí perdón,
achaqué mi mala reacción a la falta de sueño, y le dije que me parecía perfecto el plan que había
propuesto.

––¿Lo dices en serio? ––me preguntó bastante dudosa por si no estuviera diciendo la verdad.

Asentí con la cabeza y le pedí un abrazo. Se lanzó de nuevo a mis brazos, y tras unos
segundos le incliné con suavidad la barbilla para poder besarla.
Tras este beso la invité a pasar, y una vez dentro repartirnos las tareas de limpieza. Por
supuesto, yo me quedé con las más feas y personales: el cuarto baño y la cocina. A ella le pareció
bien mi partición. Perfecto pues.
Levanté los brazos y me desprendí de la camiseta. Siempre que me ponía a hacer limpieza a
fondo me gustaba estar cómodo, y así se lo hice saber.

Y por la mirada que me devolvió no le importó nada en absoluto mi costumbre.


Sin decir palabra alguna más, se dio la vuelta, y comenzó a sacar cosas de las bolsas que
había traído, colocándolas encima de la mesa del comedor. Yo hice lo propio, y me dirigí a la
cocina con la idea de no salir en un buen rato de ella, escuchando la música de cadena Dial, que
había puesto Paula desde su móvil.

Bueno, la escuchaba a ella más que a la radio. ¡Cantaba en un tono de voz altísimo! Se notaba
que se encontraba feliz de estar ahí.

Después de tres horas por fin habíamos terminado. Nos tiramos literalmente sobre el sofá a la
par, exhaustos y sudorosos.
Me preguntó si se nos había pasado algo por alto. Y la idea de ponerme a pensar si había
quedado algo por limpiar se desvaneció por completo de mi cabeza en cuanto puso su mano cerca
de mi entrepierna.

Ella notó enseguida la erección que provocó su gesto inocente y me sonrió maliciosamente,
como diciéndome que ya me valía. No me había hecho nada aún y cómo me había puesto.

Yo le devolví esa sonrisa sonrojado, no podía hacer otra cosa; el daño ya estaba hecho.
Intenté decirle con la mirada que se lo tomara como un cumplido, ¿no?
Y para salir de este embrollo cambié de tema proponiéndole comer en casa comida china ––
no me apetecía nada salir–– y mientras llegaba podíamos aprovechar para darnos una ducha
juntos.

Le pareció bien la idea, así que dicho y hecho. A los cinco minutos estábamos desnudos
completamente, cayendo el agua por encima de nuestros cuerpos, y enjabonándonos el uno al otro.

Y justo cuando ya me proponía a dar un paso más, porque tenía un calentón de mil demonios,
sonó el timbre avisándonos de que ya estaba la comida aquí.

Pufff, qué oportuno; siempre tarda una vida en llegar, y hoy está aquí en menos de veinte
minutos. Bueno, qué le vamos a hacer, posponemos un poco lo que tenía pensado hacer y listo,
tenemos toda la noche por delante.

Le dije que terminara de ducharse tranquila, yo empezaría a poner la mesa para que cuando
ella saliera estuviera todo listo.

Pero cuando terminé de preparar todo ella seguía dentro de la ducha. ¿Le habrá pasado algo?
Entré asustado al cuarto baño para preguntarle si iba todo bien.
Y sí, sí le pasaba algo, pero precisamente no era nada malo, ¡se estaba masturbando usando
la alcachofa de la ducha para ello! Vaya, vaya, al parecer había decidido que no podía esperar un
poco más a que llegara la hora de irse a la cama.
Sonriéndole, le dije que la esperaba en el comedor intentando quitar hierro al asunto. En su
cara se veía perfectamente que la situación le había sido incomoda.

Cuando se sentó a mi lado para comenzar a comer la noté incómoda, así que le dije lo que de
verdad se me había pasado por la cabeza al verla tocarse.
Me había puesto cardiaco, y quería verla más veces así. Que se dejara de gilipolleces de
esos tópicos antiguos de que las tías si se tocan son unas guarras, o que si lo hacen es porque no
hay nadie que las aguante. Las tías, al igual que los tíos, si les apetece masturbase lo hacen y
punto. Es algo natural, nada de tabúes en el siglo XXI con tonterías de estas.

Y nada más terminar de decirle esto, como si fuera la señal de salida de una carrera, se
abalanzó sobre mí para darme besos y tocarme en mi parte intima desenfrenadamente.

Enseguida entré al juego cogiéndola del trasero para llevarla al dormitorio y terminar con lo
que se había empezado en la ducha. ¡A la mierda si la comida se enfriaba! Ya sí que no había
marcha atrás.
Y vaya si no la hubo. ¡Fuuu! Esta vez ni me acordé de que había que ponerse condón. Debía
de tener cuidado con esos arreones de ímpetu, precisamente las consecuencias no eran para
tomarlas a la ligera. Aunque creo recordar que tomaba la píldora. Sí, me lo dijo.

Así que no tengo por qué preocuparme por eso, de momento, lo mejor que podíamos hacer es
reponer fuerzas antes de que se enfriara más la comida. Y aunque estaba muy a gusto entre sus
brazos, le tuve que decir de levantarnos.

A regañadientes me dijo que sí, pero seguía sin moverse, no me quedaba otra que dar yo el
primer paso, si no vería imposible que cenáramos esa noche por las ganas que tenía ella en salir
de la habitación.
Y cuando ya me disponía a cortar mi rollito para comenzar a hincarle el diente, apareció por
el comedor en ropa interior. ¡Madre mía! Quizás no fue tan buena idea levantarse tan pronto de la
cama viéndola de nuevo. Pero bueno, debía de controlarme un poco, teníamos toda la noche para
nosotros. “Tranquilo, Pablo”, me dije, “lo primero es comer”.

Y vaya si tuvimos la noche, y el día siguiente también. Y el otro, y el otro… sin apenas darme
cuenta estaba de lleno metido en una relación con Paula.

Pasaban las semanas, los meses, y cada vez me encontraba más a gusto a su lado. Ella tenía
todo lo que siempre había deseado en una mujer. Aunque no quería mentirme y decir que me había
olvidado por completo de Silvia.
Había perdido el contacto con ella, sí, pero no había día que no me acordara de ella y me
preguntara cómo estaría.

El día que salí de su casa y me harté de llorar en su rellano me dije que ya no había marcha
atrás. Silvia era mi amor platónico, el que nunca se olvida pero que nunca se tiene. Y Paula era el
amor de mi vida, ella hacía que la palabra amor cumpliera con su definición a la perfección. Y
aunque solo llevábamos unos seis meses escasos juntos, no había noche que durmiéramos
separados. Cada uno teníamos en el piso del otro lo necesario para poder pasar una temporada en
él. Así lo habíamos hablado, una semana de convivencia en el mío, otra en el de ella.

Y justo nos encontrábamos en el suyo cuando nos despertaron tocando el timbre a unas horas
bastantes inoportunas de la mañana.
Tras preguntarnos quién podía ser, y decidir que lo más seguro era alguien que se había
equivocado y no merecía la pena levantarse a abrir, volvió a sonar.

Al final, Paula se levantó malhumorada a abrir la puerta. Solo llevaba puesto un camisón, ni
rastro de su ropa interior debajo de él. Nos habíamos acostumbrado a dormir desnudos, y ya no
podíamos hacerlo de otra forma.

Yo medio me incorporé de la cama para intentar escuchar lo que se hablaba, por si tenía que
salir corriendo hacia la puerta e intervenir de alguna manera. Pero por más que me concentraba en
intentar escuchar qué pasaba en la entrada del piso no lograba oír nada. Así que decidí ponerme
los pantalones del pijama y salir a comprobarlo.
––¿Quién es Paula? ¡¿Pero, qué demonios!?
PAULA

––¿Paula Garzón?

––Sí, soy yo. ¿Qué queréis? ¿Quiénes sois? ––les pregunté asustada. Aunque perfectamente
podía intuir quiénes eran estos dos hombres y por qué estaban preguntando por mí. Confiaba que
mi buena suerte continuara, pero al parecer esta se había acabado, como siempre me había
pasado. Siempre me abandonaba, más tarde o más temprano, pero siempre me quedaba sin ella. Y
esta vez no iba a ser una excepción, por mucho empeño que hubiera puesto en incriminar a otro.
¡Joder! Mira que lo había preparado y estudiado todo a conciencia para que no hubiera cabos
sueltos. ¿Qué mierda es lo que habrá jodido todo el plan perfecto? ¿Qué se me habrá pasado por
alto? Tenía todo bien atado. Hasta tuve que acostarme con el tonto engreído ese de Luis, que era el
que se estaba acostando en ese momento con Silvia, y esperar a la ocasión perfecta, para que
recayera en él toda la culpa.
––Supongo que ya sabes por qué estamos aquí, ¿no?

––Sí, lo sé, era cuestión de tiempo.

––Mejor, eso nos facilitará el trabajo. Debes acompañarnos a comisaria.

––¿Quién es, Paula? ¡¿Pero qué demonios?! ¿Qué hacéis vosotros aquí?

––Pues eso mismo podríamos preguntarle nosotros, ¿qué hace aquí?, ¿usted no era el amigo
de Silvia?

––Sí, sí, lo soy. Pero ¿qué tiene que ver ella con Paula?

––Más de lo que cree. Y viendo que están juntos podemos atar unos cuantos cabos que
teníamos sueltos. Mejor que nos acompañe a comisaría también, nos vendrá bien a todos.

––No entiendo nada. Paula, ¿de qué va esto?

––Lo siento, Pablo, tenía que hacer algo ––le dije como pude; mis ojos habían comenzado a
derramar lágrimas en modo torrencial, y el pecho me oprimía de tal forma que me dolía hasta el
simple hecho de respirar.
Ya está, se había acabado mi cuento. Ahora es cuando llegaba la parte del libro en la que
suelen decir que la mala acabó confinada y olvidada mientras los buenos continuaron sus vidas
juntos, felices, y recordando este momento como una pequeña anécdota que fortaleció su historia
de amor.
––¿Pero hacer qué? ¿Por qué? No entiendo, Paula.

––Por qué va a ser, por ti Pablo, por ti.

No había otro motivo, todo lo había hecho por él. Y seguramente había causado mucho daño
con mis actos, pero no vi otra forma de conseguir mi objetivo. Y de lo único que me arrepentía es
de que no hubiera salido como esperaba, me habían pillado finalmente.

Ahora pasaría unos cuantos años en prisión, pero más me dolía la perdida de Pablo. Lo había
perdido por completo, y para siempre.

No me quedaba otra que contar todo y acarrear con las consecuencias, me lo merecía, la
verdad.
––Por favor, tienen que acompañarnos, no podemos demorarnos más. ––Nos pidió de nuevo
el policía que había venido a buscarme vestido de paisano.

––Deme dos minutos para ponerme algo más decente ––le reclamé.

Asintió con la cabeza ruborizándose un poco al darse cuenta de cómo iba vestida, con tan
solo un camisón sin nada de ropa interior debajo de él.
––Y usted debería hacer lo mismo ––recomendó a Pablo.

Pablo también asintió y se dio la vuelta sin decir nada. Con la cabeza agachada y la mirada
perdida comenzó a vestirse.

No sé si sabía ya el motivo por el cual habían venido a buscarme; lo más seguro era que
empezara a atar cabos, pero tenía claro que si aún no lo sabía acabaría enterándose tarde o
temprano. Y no me perdonaría en la vida mi error.

Y así pasó, una hora más tarde, y delante mía, le explicaron el motivo por el cual había sido
detenida, preguntándole si estaba al tanto de los hechos.

––¡Por Dios, no! ––Fue lo único que le escuché decir en mi presencia.

Ni un “cómo pudiste”, ni un “me mentiste”, ni un “no me esperaba esto de ti”. Nada, no fue
capaz de decirme ni recriminarme nada.

Eso me mataba, me mataba porque no tenía ni la más remota idea de lo que le pasaba por la
cabeza en estos momentos.

Una mirada con lágrimas en los ojos fue lo único capaz de dirigirme antes de abandonar la
sala en la que permanecíamos juntos, y desaparecer de mi vida para siempre.

Ni un simple adiós. Así se acababa mi historia con él.


PABLO

¿Pero qué hacían estos dos en la casa de Paula? ¿Cómo sabían que yo me encontraba aquí?
¿Se lo habría dicho Silvia? Imposible, jamás le comenté que estaba saliendo con la chica que nos
servía el café en la cafetería de nuestros encuentros. Y a pesar de que ni mucho menos la había
bloqueado en redes sociales, tampoco podía saberlo mediante ellas al no haber subido ni
etiquetado ninguna foto junto a ella.

Pero un momento, estaban buscando a Paula no a mí. ¿Por qué?


Los policías de paisano me preguntaron que qué es lo que hacía yo allí. Estaba claro que la
sorpresa también se la llevaron ellos al verme a mí junto a ella.

Le pregunté a Paula de qué iba todo esto, me pidió perdón, y me dijo que lo tenía que hacer.
¿Perdón por qué? ¿Hacer qué? Cada vez estaba más perdido.

––Hacerlo por ti ––respondió.

El policía nos pidió que los acompañáramos a la comisaría, allí supongo que me enteraré de
lo que iba todo esto.

Me di la vuelta para vestirme sin dejar de darle vueltas a la cabeza preguntándome qué es lo
que había hecho tan grave Paula por mí como para venir personalmente la policía a buscarla.

¡Joder! No, no puede ser, no es verdad, imposible. La Paula que yo conozco no ha podido ser
capaz de hacer lo que me están diciendo. Y hasta que ella misma no lo confirmó delante mía, no
me lo pude creer.

Por mí había sido. Se intentaba excusar. ¡¿Pero cómo era capaz de decir eso?! ¡¿Cómo era
capaz de meterme a mí en medio de tal atrocidad?!

Vi cómo se la llevaban al calabozo mientras seguía pidiéndome perdón desconsoladamente.


Tuve que salir de la habitación, necesitaba estar solo para asimilar tal golpe y aclarar algunas
ideas.

No volvería a ver a Paula en mi vida, eso lo tenía claro. Vendería mi piso, buscaría otro, me
borraría de las redes sociales, cambiaría de ciudad. Cualquier medida era poca sabiendo lo que
había sido capaz, en nombre del amor según ella, para que no pudiera dar de nuevo conmigo.
¡Y una mierda! Tal salvajada nunca podía ser en nombre del amor, todo lo contrario; en todo
caso esas aberraciones se hacen en nombre del odio.
Lo que no llegaba a entender era la necesidad de hacerlo, por mucho que creía ella que era
justificable. ¡Si ya había conseguido llamar mi atención! Pero para qué darle más vueltas, ya nada
de esto importaba, ahora solo se me pasaba por la cabeza una cosa, una persona más bien. Y tenía
la necesidad de verla.
SILVIA

¡Es Pablo! ¡Joder! Y yo con estas pintas.

––Un segundo, enseguida salgo ––grité desde el otro lado de la puerta dándome la vuelta
hacia el cuarto baño para arreglarme un poco el pelo y echarme algo de perfume.
––¿Sí? ––pregunté antes de abrir la puerta aun sabiendo perfectamente quién era.

––Silvia soy yo, Pablo ––me respondió desde el otro lado.

Abrí la puerta finalmente y me encontré a un Pablo completamente distinto al que conocía.


Cabizbajo, llorando, y bastante dejado físicamente.
––¿Qué sucede, Pablo? Entra, no te quedes en el rellano, pasa.

––¿No lo sabes aún? ––me preguntó.

––¿Saber el qué? –– le respondí preocupada.

En ese momento comenzó a sonar mi móvil.

Miré a Pablo extrañada. No sé por qué, pero me daba la sensación de que él sabía el motivo
de esa llamada.

Con un ligero movimiento de cabeza me invitó a contestar.


––¿Sí? ––respondí sin apartar la mirada de Pablo––. Sí, soy yo... ¿Cómo? ¿Una chica? ¿Con
quién dice que estaba cuando se la detuvo?… ¿Está seguro?… Sí, sí, claro, lo antes posible me
paso por ahí. Gracias por avisarme y por su insistencia en mi caso y eficacia. Colgué el teléfono
sin saber muy bien cómo asimilar toda la información que acababa de recibir.

Miré a Pablo, necesitaba una explicación por su parte.

––¿Tú lo sabias, Pablo?

––Te juro por lo que más quiero que no tenía ni idea. Me he enterado tan solo un par de horas
antes que tú. En la vida se me ocurriría empezar o continuar con una relación sabiendo una cosa
así.

Es más, la hubiera denunciado yo mismo si lo hubiera sabido antes. Créeme, Silvia, nunca he
dejado de quererte, jamás aceptaría algo así ni aunque no conociera a la víctima. Imagínate
sabiendo que eras tú la implicada. Lo siento de verdad, Silvia, lo siento en el alma.
––¿Por qué me pides perdón si no sabías nada?

––Pues por estar tan ciego, por estar tan obsesionado en alejarme de ti y no darme cuenta de
todas las pistas que me indicaban que Paula podía tener relación con el caso.
––Que conociera a Luis y que curiosamente se hubiera acostado con él en un almacén del
puerto unos días antes de que ocurriera tu ataque. Curiosamente en el mismo lugar donde ocurrió
tu agresión.

Que tuviera en casa los mismos condones raros que nos dijeron los policías que habían
utilizado para recubrir el consolador que usaron contigo.

Que me dijera que le encantaban esos chismes, que los usaba muy a menudo, y cuando
utilizamos uno por primera vez los dos juntos para variar un poco en la cama, lo tuviera sin
estrenar metido en su embalaje de plástico todavía.
Que conociera tu vida y la mía tan bien siendo tan solo la camarera que nos ponía unos cafés
de vez en cuando.

Debí darme cuenta de que algo no pintaba bien. Por eso lo siento, Silvia.

––No te preocupes, estabas enamorado, lo entiendo. Yo también he estado muy ciega durante
mucho tiempo.
––No, no sé si era enamoramiento, si era atracción, o si era mi única salida para poder
olvidarte.

––¿Olvidarme por qué?

––Porque estaba loco por ti y no me hacías caso alguno. Me he tirado demasiados años de
pagafantas y no veía otra forma mejor de terminar con eso. Una mancha de mora se quita con otra
mora, ¿no?
––¿Y aún me quieres olvidar? ––le pregunté con miedo de escuchar algo que no quería.

––Nunca he dejado de olvidarte, Silvia, solo he podido apartarme, pero no conseguí dejar de
quererte.

Sus ojos comenzaron a ponerse vidriosos, en nada derramarían lágrimas.


Esto, con diferencia, era lo más bonito que me habían dicho nunca. Y Pablo, con diferencia
también, era lo mejor que me había pasado nunca.

Ahora era él quien esperaba con miedo mi respuesta. No quería darle más suspense a la
escena.

––Pues no lo hagas. No lo hagas, Pablo, porque yo tampoco dejaré de hacerlo.

Dicho esto, me acerqué a él para darle un beso apasionado en la boca que llevaba tiempo
esperando.
Su lengua enseguida se puso a jugar con la mía, y sus brazos tardaron poco en cogerme del
trasero para llevarme hasta el dormitorio, que de sobra sabía dónde estaba.

Me lanzó literalmente sobre el colchón, y comenzó a quitarse la ropa.


De un tirón se desprendió de su camisa ––vi cómo unos cuantos botones saltaban de ella y
terminaron golpeando contra el suelo––. Los pantalones también tardaron poco en acabar en el
mismo lugar junto a sus calzoncillos.

Completamente desnudo, se lanzó sobre mí para quitarme la ropa, más bien arrancármela.

Cuando nos encontrábamos los dos completamente desnudos, se detuvo unos segundos para
mirarme de arriba abajo. Un suspiro se le escapó cuando terminó de hacerlo.
––¿Sabes cuánto tiempo he soñado con este momento? ––me preguntó.

––No lo sé, pero de lo que sí estoy segura es que no es un sueño ––le respondí.

––Mi vida a tu lado siempre será un sueño. ––Fue su contestación.

El resto de palabras sobraban. Continuamos con lo que habíamos comenzado y dejado a


medias, deseando que esta historia ya no tuviera un final…
PAULA

––Paula, ya sabemos el motivo de tu malestar, de tus vómitos diarios, y de los dolores


constantes que sufres ––me dijo la doctora de la prisión.

––¿Qué me pasa? ¿Es grave? ––le pregunté.

––Bueno, yo no diría que fuera grave, pero sí algo muy serio. ¿Cuánto tiempo hace que no te
baja la regla?

¡¿Quééé?! Joder, es verdad, hace meses que no me baja. Eso solo podía significar una cosa…

––Estas encinta, Paula. Y perdona si me meto donde no debo pero ¿sabes quién es el padre?

––Sí. ––Sonreí. Sabía perfectamente quién era el padre––. Y ten por seguro que me voy a
encargar de que él también lo sepa.

––Paula, ¿de qué te ríes?

––De que me has dado la mejor noticia de mi vida…

Continuará…
SOBRE EL AUTOR

Nací en Algeciras en 1982, ciudad de la que vine siendo aún bastante pequeño. Actualmente
resido en Cenes de la Vega, Granada, trabajando de cartero desde hace diez años. Compagino este
trabajo con algunos estudios por la tarde. Estudios tan diversos como el idioma de la lengua
árabe. También intento sacar tiempo libre para todas las actividades al aire libre de aventura que
se me presentan, (escalada, rafting, vías ferratas, etc.) y por supuesto para mi nuevo hobby
descubierto que me sirve para desconectar de todo, la escritura.

Una nueva afición que surgió de la nada, de un ¿por qué no?, de una pasión por la lectura, y de una
manía por querer cambiar los finales o el rumbo de algunos de los personajes de los libros que
pasaban por mis manos. Así que un día decidí escribir mi propia historia. Y digo mi propia
historia porque en ella he añadido bastantes vivencias, detalles personales, y personas que se han
cruzado en mi vida.

“Si no tardas mucho, te espero toda la vida” es mi primera novela escrita, con la que he
conseguido cumplir un sueño.
Le siguió una segunda parte enseguida, “Bienvenida al resto de mi vida”. No podía dejar la
historia de Lucas inacabada.

Y tras finalizar esta biología continué con dos nuevos proyectos. Ya no consigo estar más de dos
tardes seguidas alejado del ordenador, “Todos somos el secreto de alguien” y “No me olvides”.
Ambos con bastantes toques personales.

También podría gustarte