Las Jugadas Que Importan PDF
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JUGADAS
QUE
IMPORTAN
JONATHAN ROWSON
Edición original:
The Moves That Matter: A Chess Grandmaster on the Game of Life,
Bloomsbury, 2019
De esta edición:
© Turner Publicaciones SL, 2021
Diego de León, 30
28006 Madrid
www.turnerlibros.com
De la traducción:
© Daniel López, 2021
Diseño de la colección:
Enric Satué
Ilustración de cubierta:
© Hombre de negocios observando el futuro con telescopio en
una torre inestable, concepto surrealista, diseño de Francescoch
[Getty Images]
ISBN: 978-84-18428-48-7
DL: M-6290-2021
Impreso en España
Prólogo 13
Introducción 15
E
n cierta ocasión, un joven desorientado acudió a un templo de
las afueras de su ciudad en busca de ayuda. Se sentía agotado,
cansado de fingir que conocía el sentido de la vida.
El maestro del templo lo observó atentamente. “¿Qué has estudia-
do?”, le preguntó.
“Lo único que me ha cautivado realmente ha sido el ajedrez”.
El maestro buscó a su ayudante más cercano y, después de recordar-
le sus votos de confianza y obediencia, le ordenó que fuese a buscar un
juego de ajedrez y una espada bien afilada.
Mientras tanto, el maestro se dirigió al joven: “Jugarás una partida
de ajedrez con mi ayudante y le cortaré la cabeza al que pierda. Si el
ajedrez es la única cosa que te merece la pena en el mundo, pero no
eres capaz de ganar a alguien que apenas conoce sus reglas, no mere-
ces que tu vida se salve”.
Durante el transcurso de la partida, el joven empezó a temblar; la
posibilidad de su muerte lo devolvió a la vida por primera vez en mu-
cho tiempo. Pero, repentinamente, algo sucedió. Después de unas
cuantas jugadas bien conocidas, el joven redescubrió la dicha de la
concentración y la belleza de las ideas; su comprensión superior del
juego se hizo patente.
Cuando advirtió que pronto realizaría jaque mate, miró a su opo-
nente. El ayudante del maestro no tenía nada que ver con él. En el
tablero de ajedrez se mostró dubitativo, pero su semblante fue disci-
plinado, dignificado y pleno de bondad y de vida.
Las próximas jugadas podrían ser decisivas, pero en ese momento el
joven cambió de estrategia. Se limitó a conservar su ventaja y comenzó a
realizar pequeños errores con el objetivo de continuar la partida. El maes-
tro se dio cuenta y puso fin al juego tirando todas las piezas del tablero.
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“No hace falta que alguien muera hoy –dijo–. En el camino de la vida,
solo existen dos cosas son importantes: la concentración y la compasión
plena. Hoy, joven, has aprendido ambas cosas”.
Aun así, el maestro no resultó concluyente. Los jugadores sabían
que la partida podía haber acabado de una manera bien distinta. El
joven permaneció durante un tiempo en el templo y los rivales se hi-
cieron amigos de por vida, aunque no se sabe si volvieron a jugar al
ajedrez en alguna otra ocasión.
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INTRODUCCIÓN
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ecir que el ajedrez es tan solo un juego es lo mismo que afir-
mar que el corazón es tan solo un músculo. Existe un órgano
encargado de bombear la sangre a todo el cuerpo, pero el
corazón es también lo que sostiene la vida, da significado al amor y
otorga sentido al coraje. Del mismo modo, el ajedrez es tan solo un
tablero con sesenta y cuatro casillas, treinta y dos piezas y algunas
reglas, pero también ha llegado a ser una metáfora de las grandes y pe-
queñas batallas humanas, así como un espejo encantado de la psique
humana y un icono de lo profundo y lo difícil.
No se puede afirmar que en el ajedrez se encuentra el sentido de la
vida, pero sí que proporciona las condiciones necesarias para una vi
da significativa. Ya sea a través del trabajo, del amor o del arte, la vida
comienza a tener más sentido cuando somos responsables de alguien o
de algo. La responsabilidad no siempre es placentera o positiva, pero
sin duda alguna es premeditada; añade significado y sentido a la vida
y ayuda a responder la eterna pregunta que nos hacemos todos los
seres humanos: ¿Qué debo hacer? Nuestra vida contiene muchas aris-
tas, pero en última instancia está determinada por el secreto a voces
de nuestra inevitable muerte. El ajedrez estimula el sentido de la vida
porque se trata precisamente de un encuentro disfrazado con la muer-
te, y sentimos la responsabilidad de tener que seguir vivos jugada a
jugada.
El ajedrez es una guerra sublimada en la que los jugadores están
obligados a acabar con su rival, pero a diferencia del horror macabro
de la guerra, la pomposidad marcial de este juego posibilita la expe-
riencia de la liberación estética. Cada partida es una narración geomé-
trica única cuyos protagonistas se esfuerzan al máximo por destruirse
mutuamente, pero, aun así, la lógica que opera en el trasfondo de la
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con los mejores jugadores del mundo, para terminar haciendo algo
que un gran maestro no suele hacer: un arduo pero maduro proceso
de distanciamiento con respecto al juego para construir una vida pro-
fesional y familiar al margen del ajedrez.
En un ensayo en The New Yorker sobre el famoso match* entre Bobby
Fischer y Borís Spasky del año 1972, el polifacético George Steiner
reflexiona acerca de la “profundidad trivial” que caracteriza al ajedrez
y que constituye una de sus cualidades más curiosas. Steiner describe
al ajedrez como un juego “totalmente insignificante pero enormemen-
te profundo a la vez”. La misma descripción puede hacerse de otras
actividades e incluso de la vida misma. Aun así, según Steiner, “no
tenemos ninguna formulación lógico-filosófica para caracterizar esta
amalgama tan extraña”.1
Como gran maestro de ajedrez que una vez vivió en exclusiva por
y para este juego, y que ahora rememora aquella intensidad como
padre y filósofo, he llegado a comprender bien esa “extraña amalga-
ma” de insignificancia sumamente significativa o, si se prefiere, de
insignificante profundidad. He aprendido que, precisamente porque
el ajedrez es a la vez algo que en realidad no tiene mucha importan-
cia y algo que importa enormemente, este juego es mucho más que
un juego: es una puerta de entrada al enigma de la vida. Este libro
gira en torno al desafío de llevar una vida buena en el contexto de
este misterio.
El ajedrez ha sido testigo silencioso de la historia del ser humano
desde hace mil quinientos años como mínimo, sufriendo cambios gra-
duales a medida que el mundo se transformaba. No parece creíble la
idea de que el juego surgió de repente, en un lugar y tiempo determi-
nados. En el ajedrez convergieron diversas influencias y evolucionó hasta
llegar a su forma actual.
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más con el sentido de emergencia que con esta misma. Pensar es algo
que hacemos conscientemente, pero también es algo que sucede por sí
mismo en algunas ocasiones. Cuando meditamos acerca de la posición
que tenemos ante nosotros, las ideas se entrecruzan y llegan a confi-
gurar sistemas de armonía y sentido, pero entonces nos percatamos
de un detalle prosaico y desagradable que lo echa todo por tierra,
convirtiéndolos en un disparate. Aun así, las agrupaciones de ideas se
reconstruyen de nuevo y sentimos que es el momento de tomar una
decisión. Este torbellino de significaciones no ocurre efectivamente
en el tablero, sino en el espacio liminar que se constituye entre nuestra
mente y los mundos posibles sobre el tablero. Muchos de estos signi-
ficados permanecen implícitos, y como mucho viven y mueren en el
lapso de duración de la partida. Tal y como ocurre con la vida en ge
neral, necesitamos filtrar las significaciones. Un exceso de sentido es
peor aún que ningún sentido en absoluto.
El ajedrez está cargado de sentido para aquellos que lo practican,
pero resulta muy complicado exponer todo lo que significa a un pú-
blico general. Ya que ajedrez tiene un sentido fundamentalmente im-
plícito, la relación entre el juego y la vida no se capta con paralelismos
simplistas que lo expliciten –afirmaciones como que el ajedrez tiene
que ver con el pensamiento proyectivo, el conocimiento del adversa-
rio o cosas parecidas–. En su lugar, de lo que se trata es de descubrir
y filtrar, mediante la experiencia técnica y profesional, un conjunto
de asociaciones codificadas, sutiles e integradas. La investigación, por
tanto, tiene que ser profundamente personal. Digo esto como alguien
que ha vivido con intensidad en dos mundos solapados, gustosamente
perdido entre las sesenta y cuatro casillas, pero también buscándose a
sí mismo en espacios más allá del tablero. Para mí, el puente que une
estos dos mundos es la metáfora; el sentido metafórico del ajedrez ha
sido la historia de mi vida.
En muchos sentidos, le debo todo al ajedrez. Aprendí a jugar por
la influencia de mi familia en Aberdeen, Escocia, cuando tenía cinco
años. Mi madre me enseñó las reglas básicas y se aseguró de que las
aprendiera bien. Siempre había un tablero de ajedrez en casa. Mi her-
mano Mark me ganaba convincentemente e incluso se regocijaba en la
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