Fisiologia Del Placer Tomo Primero 1070401 PDF

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FISIOLOGIA DEL PLAGER

Versión española de la 5.’ edición italiana

CARMEN DE BURGOS

___________________________
TOMO PRIMERO

CASA EDITORIAL MAÜCC1.-MAIL0RCA, 166.-BARCELONA


FISIOLOGIA DEL PLACER
OBRAS DEL MISMO AUTOR

de venta en esta Casa Editorial

Higiene del amor, 2 tomos.


Los amores do los hombres, 2 tomos.

PRÓJIMAS A PUBLICARSE

El arte de elegir marido.


El arte de elegir mujer.

í
flSIOLDGlÄ DEL PLACER
POR

PABLO MANTEGAZZA

Jactamur in alto
U¡rbis et sterili vita labore périt.
MARCIAL

VERSIÓN ESPAÑOLA

CARMEN DE BURGOS

________
TOMO PRIMERO

BARCELONA
CASA EDITORIAL MAUCCI
Gran medalla de oro en las Exposiciones de Viena de 1903, Madrid 1907,
Budapest 1907 y gran premio en la de Buenos Aires 1910
MALLORCA, 166

Buenos Aires, Maucci Hermanos, Sarmiento, 1057 al 1065


ES PROPIEDAD DE ESTA CASA EDITORIAL

Compuesto en máquina «Typograph».—Barcelona


A MI MADRE

Ofrezco esta espiga del campo,


cultivado con tanto amor para -ella.
ì
BIOGRAFIA DEL LIBRO

Primera página

Este libro, fué ideado en Pavía leí 22 de No­


viembre de 1852; ten este día escribí todo su plan
general, y terminé la obra el 15 de Abril de 1854
en París. Lo escribí en 185 horas, distribuidas en
48 días de trabajo'. No quise leer ningún libro
que tratase del placer, para hallarme libre de
todo prejuicio y atenermle solamente á mis obser­
vaciones personales y £ las dei la sociedad, pe
este modo mi libro, bueno ó malo, representa el
modo de pensar sencillo y sincero de un hombre.
Siempre he creído' que hasta un pésimo libro de
filosofía no es del todo inútil cuando se ha escrito
sin ayuda de hbros de consulta y puede servir co­
mo documento histórico para la historia natural de
los errores. Las compilaciones, cuando no sirven
para adaptar la ciencia á una forma más asimi­
lable, no hacen más que atestar las bibliotecas é
impedir el progreso de la civilización, que miden
algunos por la estadística tipográfica.
He escrito este libro en la época más borrascosa
de mi vida; cuando los ensueños del porvenir, tel
impulso de las pasiones y las ilusiones de la ju­
ventud chocan por vez primera, en un conflicto
8 PABLO MANTEGAZZA

terrible, con la triste realidad del presente, con las


dudas heladas de la mente y con el desaliento
de la vida. Los observadores perspicaces hallarán
en el libro las huellas de esta tempestad; por
lo demás no ofrezco en él más que una serie de
fragmentos sobre una idea, que para ser tratada
dignamente exigía una inteligencia más madura.
Me dijeron que los placeres amenguan según pasa
la juventud y que ésta es la edad de la alegría:
y he querido, por lo tanto, probar á escribir su
historia á los veintidós años. Este estudio es ¡el
primer paso que doy en un sendero que he elegido
para avanzar en él durante mi vida; es un en­
sayo del método que pienso seguir en el estudio
fisiológico del hombre moral, al cual quiero dedi­
car mis escasas fuerzas. Los pensadores hofirados
pueden aconsejarme. No imploro indulgencia, ni
deseo severidad; exijo solamente que los que me
juzguen lean por entero mi libro. Si he equivocado
el camino, qún es tiempo de retroceder; y en el
que me patentice mi error tendré la fortuna de
hallar un amigo.
Si el reconocer los propios errores puede hacer
menos severa la crítica, confieso que hallo algo
descuidado el estilo de mi obra; valga de ate­
nuante esta disculpa ya que no puedo revisar las
pruebas de imprenta por hallarme lejos de mi
país. La parte que trata de los placeres de la in­
teligencia está muy incompleta; muchas formas
complejas de gozo he olvidado, muchas lagunas
no se pueden llenar más que con la historia del
dolor, que tal vez escribiré algún día, cuando po­
sea más experiencia de la vida. Los placeres de la
melancolía los he omitido porque forman el con­
fín nebuloso, que separa los dos mundos de la
alegría y el dolor.
Espero sin miedo y sin petulante confianza el
FISIOLOGIA DEL PLACER 9

juicio que merezca mi obra; y estrecho la mano,


con el pensamiento, á todos los que leal y vale­
rosamente me digan la verdad.
París, 15 de Abril de 1854.

Página segunda

Este pobre libro no ha muerto aún; después


de haber sido acogido por la crítica con mucha
indulgencia y de haber acompañado al autor en
dos hemisferios atravesando los pueblos de tres
partes del mundo, va á cambiar su ajada vesti­
dura por otra más nueva.
He seguido todos los consejos que la crítica
me ha dado por medio de los leales cultivadores
de la verdad; y si no he podido quitar á mi li­
bro todos los defectos, espero presentarlo^ al pú­
blico culto y delicado con los errores ¡muy ate­
nuados.
Trato de estudiar formas nuevas de los pla­
ceres poco advertidos y he dilatado el horizonte
con largos viajes, enriqueciendo mi trabajo con
nuevos capítulos stfbre los placeres de la embria­
guez, sobre la etnografía, sobre la ciencia y so­
bre la filosofía del placer.
Ahí va mi libro: fiado en los que aman la ver­
dad, no se enoja con la crítica leal por severa que
sea; va á consolar la vida de los que sufren recor­
dándoles que el hombre tiene grandes momentos
de gozo en la tierra y á encaminar á los que go-
zan de placeres poco nobles á buscar alegrías más
dignas. Que vuelva á mí, avalorado por el apre­
cio de mis compatriotas y por la estimación de los
buenos.
Milán, 24 de Julio de 1859.
10 PABLO MANTEGAZZA

Página tercera

Al dar el pasaporte, á ¡este hijo de mi juventud,


para que por tercera vez se presente al público,
doy pruebas de cariñosa complacencia y de un
gran sobresalto. >
La complacencia se comprende fácilmente; mas
para que no tratéis de hallar en ella un pecadillo
de soberbia, os diré que si mi libro ha cumplido
ya sus trece años sin morir, se deben un po­
quito á su buena constitución, pero muchísimo á
su título y al fin que se prefijaba al nacer. A
todos agrada verse reproducidos en el espejo de
otra conciencia; á todos place acompañar en su
trabajo al hombre que con el escalpelo en la
mano y los lentes sobre los ojos va esplorando ó
estudiando los campos misteriosos donde nacen
la alegría y el dolor.
Mi sobresalto es mías difícil de comprender y
necesito explicarme'. Releyendo á los treinta y cin­
co años lo que había escrito á los veintidós, que­
rría disculparme de ciertos lunares del libro; que­
rría con las tijeras del hombre ya formado, pu­
rificarlo de la fogosidad del joven; por otro lado,
el que ha metido una vez los dedos en el tintero
y se ha resignado á seguir toda la vida con este
vicio, debe corregirse á sí mismo en otros libros,
pero sin efectuar más que pequeñas limaduras
á los antiguos, para que el moho no llegue á
manchar las manos de los lectores. De este modo
todos los que ¡aspiran á tener un humilde lugar en
el mundo literario ó científico de su país (aunque
sea el último) presentarían en los frutos dados en
sus diversas edades, materiales preciosísimos para
una historia natural del ingenio humano y de sus
tisiologìa del placer 11

evoluciones. Cuando un misino libro, se modela


á través de la edad y de las vicisitudes de un
autor, se amolda, se pliega y se transforma de
modo que apenas se puede reconocer su primitiva
idea y causa una sensación de pena y disgusto. Me
parece una agreste ¿asa de campo que imita á
un palacio1, ó un jardín que semeja una plaza.
Cuanto' se haga en esta transformación, sea bueno,
ó malo, siempre resulta inútil. Dejemos al jo­
ven su exaltación, al adulto su equilibrio, al viejo
su avaricia: á cada árbol su fruto, á cada edad, su
obra, i
Por esto en la edad madura os presento el tra­
bajo ¡de mi juventud con ligeras modificaciones.
Tomad al joven por lo que es en sí, esperando á
juzgar Áal hombre más tarde.
Pavía, 12 de Noviembre de 1866.

Fagina cuarta

En poco más de un año la «Fisiología del placer»


completa un tercer ciclo de su existencia. El edi­
tor me anuncia que, bajo alegres auspicios, está
para renacer por cuarta vez, y quiero acompañar
con un afectuoso saludo á este vastago de mi pri­
mera juventud, para que se prepare á vivir ¡una
existencia prolongada y fructífera.
Llegado en la actualidad á esa época de la vida
en que creemos estar afianzados en la cumbre del
monte, sólo porque descendemos lentamente por
el declive de la parábola, he querido releer este
libro como sí no fuese mío; he querido hacer un
frío exámen de conciencia para ver si mi «Fisio­
logía del placer» era un libro moral. Ahora bien,
si me concedéis el peligroso derecho de ser juez de
mí mismo, creo que esta obra es honesta y que
12 PABLO MANTEGAZZA

su lectura puede inspirar honrados pensamientos


y acciones generosas.—No tengo el menor remordi­
miento de haber halagado la lascivia ni de ha­
ber acariciado las debilidades humanas.
La naturaleza nos ha concedido grandes goces
en el mundo de los sentidos, pero yo he demos­
trado que las alegrías mayores son las que se
hallan conformes á la naturaleza y que los pla­
ceres más intensos se encuentran sobre la altura
del sentimiento; en la lucha valerosa de las pa­
siones y en el hermoso trabajo mental.
En el curso de mi vida he recibido mas de una
vez cartas elocuentes de gratitud por haber sabido
arrancar á algún ánimo noble y generoso de las
muelles voluptuosidades contrarias á la natura,-
leza; por haber enderezado á magnánimos pro­
pósitos á un alma descorazonada y cansada; y de
este bien que ha hecho mi libro quiero que me
permitáis complacerme plenamente.
Tengo tanta fe en la eficacia de la satisfacción
moral que ha de mejorar y elevar al hombre
que prometo, para dentro de pocos años, á todos
los que leen con gusto mis libros y á todo el que
Ime quiere bien, dos nuevos volúmenes «El Epi­
curo» y un ensayo de cuadros de la naturaleza
humana que tratará' de las «Alegrías del hom­
bre» descritas como cuadros naturales y estudia­
das corno hechos científicos.
Uno de los caracteres más notorios de nuestra
moderna civilización es la hipocresía. Ni religio­
sos, ni racionalistas, ni libres, ni esclavos, ni gran­
des, ni pequeños, ni púdicos, ni corrompidos, de­
jamos de envolvernos en una niebla de cínico
escepticismo que nos fatiga y nos hace impoten­
tes.
Pues bien, es preciso con los brazos entrelaza­
dos y la frente alta mirar al rostro de quien ha
FISIOLOGÍA DEL PLACER 13

gritado durante tantos siglos: «hermano aprende


á morir» y gritar más fuerte aún: «hermano, apren­
de á vivir.»
Florencia, 13 de Marzo de 1868.

Página quinta

Mi editor, que ¡es una perla, me anuncia que


quiere cambiar cada hoja de mi libro en una
página de metal y parece no hallar dificultad en
nuevas composiciones de caracteres, quiere ha­
cer una quinta y última edición estereotipada. La
inesperada noticia me causa escalofríos de terror,
al ver fundidas en inexorable y permanente me­
tal los garrapatos de mi juventud. Pero vencida
la modestia y volviéndome soberbio por las qui­
nientas y liliputienses planchas de bronce, en que
va á transformarse mi «Fisiología del placer», to­
mo el aire enfático de legislador y de profeta y
desde lo alto de mis tablas de la ley, auguro salud
á la humanidad venidera, y pongo al frente (de
mi libro este Decálogo de Epicuro con el que cada
individuo podrá ser feliz siempre que quiera.

I. Trabajar constantemente.
II. Amar siempre.
III. Amar á la mujer más que á sí propio.
IV. No poner jamás en el balance activo de
la vida el agradecimiento de los demás.
V. En vez de odiar, educar; en lugar de des­
preciar, sonreír.
VI. De la ortiga sacar el hilo, del ajenjo la
medicina.
VII. No humillarse sino para socorrer a los
caídos.
VIII. Tener siempre más ingenio que ambición.
14 PABLO MANTEGAZZA

IX. Preguntarse todas las noches á sí mismo.


¿Qué he hecho hoy de bueno?
X. Tener siempre en la biblioteca propia un
libro nuevo, en la bodega una botella
llena y en el jardín una flor virgen.
He dicho;
Florencia, 10 de Marzo de 1870. ■

Ultima página

Mi editor me incita á pecar, no sé resistirme


y !me doy por vencido. ¿Cuándo una mujer ha
sabido cerrar sus oídos al que le decía: qué bella
eres? y ¿qué autor, por modesto que sea, no ha
sonreído cuando el editor le ha dicho: ¿sabes, tu
libro después de treinta y seis años de vida no ha
muerto; aún goza de buena salud? Aunque fuese
el más avaro de los hombres no rehusaría jamás
ofrecer ,una nueva vestidura al hijo afortunado
que ha sabido vivir tanto y sin aparatos orto­
pédicos de crítica laudatoria.
Sólo' que el volver á ver después de tantos años
un hijo de papel es un placer lleno de melancolía
muy semejante á la triste voluptuosidad de vol­
ver íá contemplar con los cabellos grises y el
rostro arrugado á la jovencita amada en la pri­
mavera de la vida. Antiguamente los epicureistas
egoístas, hallaban tanto dolor en esa voluptuo­
sidad, que la evitaban por todos los medios, no
consintiendo en volver á ver vieja á la mujer
que habían amado joven. Las rosas disecadas en
las hojas de los libros y las mujeres momificadas
en los museos de la vida, se parecen mucho y las
segundas son más horribles aún que las primeras.
Sin embargo, los libros, corno son aún más nues­
tros que nuestras amantes se parecen á nuestros
tisiologìa del placer 15

hij os, por estar formados con sangre de nuestro


corazón y con la médula de nuestra alma. Y nin­
guna madre besa con menos pasión á un hijo,
porque al cabo de tanto tiempo le halle calvo
y estropeado por la edad.
Mi Fisiología del placer pensada y escrita á los
veintidós años, en el primer impulso de la fecun­
didad, tiene todos los defectos de la exaltada pu­
bertad y salió de mi cerebro como una erupción
*,
volcánica. Sin embargo en ella estaban encerra­
dos todos mis libros sucesivos, que con la calma
de los años descendieron del monte, no como lava
ardiente, sino como el fresco y claro surtidor de
una roca. De esta primera fisiología se derivan la
del amor, la del dolor, la del odio y mis otras obras
de menor importancia que son también páginas
de la psicología humana.
Y no sólo estos libros fueron hijos del primero,
sino toda mi vida, pues aunque al primer golpe
de vista pueda parecer vagabunda y caprichosa,
va unida siempre al pensamiento expresado en
la primera página de la Fisiología del placer, esto
es á dedicar todas mis energías al estudio moral
del hombre. Primero médico, después patólogo, lue­
go antropólogo; pero siempre atento al análisis
psicológico de la criatura más bella, más infeliz
y más compleja que existe en nuestro planeta.
Hasta en la pequeña parte de mi vida dedicada
á la política, traté de estudiar al hombre que for­
maba las leyes, más que las leyes mismas, (en
los consejos del Común, en la [Cámara y en ¡el
Senado, verdaderos laboratorios de análisis psi­
cológicos. l
Ahora que llego al fin de mi jornada me enjugo
el sudor de la frente y me digo á mí mismo: II
prirnum nascens é l'ultimum moriéns y contemplo
con serena complacencia mi Museo de antropolo­
16 PABLO MANTEGAZZA

gía, mi Cátedra de antropología, mi Archivo, la


Escuela antropológica y por último el Museo psi­
cológico; plantas nacidas en la misma tierra en
que nació el arbolillo de la Fisiología del placer.
Puedo haber parecido vagabundo y polígamo de
varias ciencias, pero la brújula no se míe ha es­
capado jamás de las manos y el polo Ú que se­
ñalaba inmóvil y constante mi aguja era el cono­
cimiento del hombre, mas no> para saciar una esté­
ril curiosidad científica, sino con el fin de mejo­
rarle, de acrecentarle el patrimonio del placer,
de amenguar el tributo del dolor.
Si he logrado mi objeto lo dirá la posteridad.
Por lo que respecta á este libro puedo creer que
también en otros países ha sido juzgado con mu­
cha benevolencia pues está traducido al francés,
al alemán y al polaco; y entre nosotros, después
de muchas ediciones, ha merecido el supremo ho­
nor de la estereotipia y de las imitaciones.
Pero el editor quiere á toda costa que al libro
antiguo se le confeccione un nuevo ropaje, esto
es un nuevo prólogo, y aquí está ya escrito bajo
la inspiración de una melancolía suave, propia
del que después de haber trabajado toda la jor­
nada, siente la necesidad de sentarse y reposar.
Florencia, 13 de Febrero de 1890.

Novísima página

Pero editor veneradísimo, gentilísimo y archi-


queridísimo ¿es verdad eso que usted me escribe?
En su carta del veintiocho de Julio me dice us­
ted que mi Fisiología del placer no ha muerto, que
muchos la piden y que usted no tiene lun solo
ejemplar. ¿Conque este libro, escrito á los vein­
tidós años, en pleno furor de mi primera juventud,
FISIOLOGÍA DEL PLACER 17

ha sobrevivido casi á dos generaciones de hom­


bres y á tres do editores: y usted para bautizarle
quiere un nuevo prólogo, que será el séptimo?
Treves, que de ediciones y de política librera
entiende lo mismo que un ministro oportunista
que todos conocemos., me ha dicho siempre que
cuando un libro vive cinco años no muere jamás.
No sé si él tendrá siempre y en todos los casos
razón, mas lo que sé es que si no- he olvidado la
aritmética el número 5 está contenido en el 44
casi nueve veces, por lo cual mi Fisiología del
placer debe estar no sólo viva, sino joven aún
y destinada á una longevidad matusaleniana.
Y al ¡escribirme no sé si es usted cortés ó se­
ductor; me dice que llame á este prólogo Mití­
sima página ya que en el 90 escribí la ultima
que acompañaba á la undécima edición estereo­
tipada. Pero mi queridísimo editor, ultísima es
una palabra que no existe en nuestro diccionario,
ni se lee más que en los cartelones do las repre­
sentaciones teatrales. Además estoy persuadido que
último es una palabra falsa, porque en la vida del
hombre y en la de la naturaleza nada es último.
¿Qué hay verdaderamente wZsfmo en el mundo?
Nada. No es la muerte, porque ésta no es mas
que una transformación de una forma en otra.
No es el amor, porque se tiran demasiadas edi­
ciones, no siempre mejoradas, pero esperando siem­
pre una nueva. No son las leyes ni los impulsos
de avance del progreso; ni los errores, ni la ver­
dad. Ultimo, es cuando más una pausa, un reposo,
una tregua, mas los movimientos, las evoluciones
se suceden con eternas vicisitudes los unos á los
otros, colmo los actos de una comedia ó de un
drama, que no sabemos cuando están empezados
ni cuándo acabarán.
Fisiología del placer—T. I.—2
18 PABLO MANTEGAZZA

De modo que la ultísima que usted me propone


escribir al frente de la nueva edición de pmi li­
bro es el superlativo de una cosa que no existe;
¡como quien dice el superlativo de un cero!
No queriendo que el público culto se ría detrás
de nosotros pensaba llamar esta página superúl-
ti/ma; en esta época de superhombres y supermujeres
el vocablo hubiese alcanzado tal vez fortuna en
el ambiente del nuevo arcaísmo ó barroquismo
que nos circunda, pero yo fui siempre rebelde
á copiar lo que hacen otros.
Conque ahí va, ni ultísima, ni superúltima. Lla­
me usted como quiera á esta pobre página que
me pide con tanta insistencia y que he escrito con
una melancolía llena de dulzura.
Digo melancolía y no soberbia, porque yo creo
que la suerte de mi primer hijo de papel se debe
más que á sus méritos al asunto de que trata.
El placer es el polo á que se han dirigido con
insistente y fatal atracción los cuerpos y las almas
de todos los hombres que existieron, existen y
existirán sobre nuestra pequeña esfera planetaria;
y el dolor es el otro polo del que siempre huye,
no sólo la humanidad, sino la infinita legión de
los seres vivos.
Si el mundo que llamamos físico se gobierna
por atracciones y repulsiones, ien el mundo psí­
quico el placer y el dolor acercan ó alejan los
hombres y las cosas. Y así debe de ser, ya que
todos somos engendrados en un éxtasis de volup­
tuosidad y nacemos en un espasmo de dolor, ¡y.
este hecho ¡nos condena desde la cuna al sepulcro
á oscilar como un péndulo entre los dos polos
opuestos del placer y del dolor.
Por pudor, por soberbia, por capricho! estético,
moral ó religioso han vestido y revestido esos
dos polos fatales de nombres diversos y altisor
FISIOLOGIA DEL PLACEE 19

nantes. A veces se denominan gloria, ó vanidad,


riqueza ó dignidad, deber ó derecho, amor pa­
trio, sacrificio, ideal, etc., etc., mas arrancando los
oropeles y las vestiduras y dejando desnudo el
esqueleto de la humana psicología, hallaremos siem­
pre en el fondo un placer que se busca y un dolor
que se rechaza.
Siempre se ha dicho' que la única verdad indis­
cutible es la matemática: pues bien, el placer y
el dolor son más fuertes que las matemáticas y
demuestran su infalibilidad desde que el placer
compartido entre dos redobla y el dolor si «e
divide disminuye.
Tal es la causa de que este volumen dedicado
por completo al análisis del placer, se lea cua­
renta y cuatro años después de ser escrito y por
la que,—casi después de medio siglo,—he tenido el
gusto de escribir para usted esta ultimísima ó
superúltima introducción.
Si los lectores impacientes no quieren leerla,
la culpa será de usted; pero el pecado, de todos
modos venial. Un viejo proverbio dice: «el em­
bajador no lleva pluma.»
Serenella (San Ter-enzo), 3 de Agosto de 1898.

Pablo Mantegazza.
INTRODUCCION

El placer es un fenómeno elemental de la vida


que en sí mismo no puede definirse. Este libro
está destinado á describir la apariencia sensible
y á formar su historia; pero aunque en vez de
reducirse á un ligero bosquejo fuese ¡un tratado
de varios volúmenes, no serviría nunca para
determinar los caracteres esenciales del placer.
Por otra parte la definición de un objeto de todos
conocido y de cuya realidad específica nadie pue­
de dudar, es solamjente un lujo de gimnasia ló­
gica á que renuncio sin remordimiento. Y si al­
guien fuese del parecer contrario y me preguntase
con insistencia una definición, le diría que la 'doy
con este libro y que por prolija que pueda parecer,
para mí resulta incompleta y breve.
El placer es una sensación que presenta los ca­
racteres generales de esta forma de manifestación
vital. Los elementos ¡esenciales que le constitu­
yen son además un agente cualquiera externo ó
interno sobre un punto sensible de nuestro cuerpo,
la modificación particular despertada por la fi­
bra sensible y la conciencia de la sensación. El
fenómeno se verifica en los dominios del sistema
nervioso; y, como cualquier sensación, puede te­
FISIOLOGIA DEL PLACER 21

ner su primer origen en los nervios periféricos


ó en el centro cerebro-espinal. Tal vez él placer
brota directamente en un nervio sensorio modi­
ficado de un modo particular, y los centros nervios-
sos no participan de la acción que percibe la con­
ciencia. En cambio otras veces trasmiten los ner­
vios ,al encéfalo una impresión que, modificada
de varios modos produce un placer; ó á veces los
mismos centros, elaborando antiguos materiales re­
cogidos por los sentidos, producen sensaciones
agradables. En estos dos casos el placer se pro­
duce en el mismo: cerebro y se irradia por los
nervios periféricos para descargarse de una ten­
sión excesiva ó para exhibir su fisonomía par­
ticular.
El carácter por el cual la sensación del placer se
diferencia de cualquier otra, nos es desconocida y
debe consistir en una mutación particular de la
pulpa nerviosa sensible, que se escapa á nuestros
sentidos. Esta modificación específica puede for­
mar el único1 elemento de una sensación ó puede
asociarnos ;á otros muchos cambios particulares,
de los cuales provienen otros tantos placeres, di­
versos los unos de los otros, pero que todos están
unidos por un carácter que le es común.
El placer es casi siempre una sensación exa­
gerada, una manifestación de exuberancia de fuer­
za local ó general. Su gozo exige gran consumo
de materia, y presenta como todos los demás fe­
nómenos de la vida una parábola. El placer au­
menta hasta un punto máximo y después decrece
hasta desvanecerse por completo. Cuanto más bre­
ve sea la línfea que une Jos diversos estadios,
tanto más intenso es el placer, y viceversa. Al­
gunos placeres tienen líneas tan extensas de au­
menta) y disminución, que el gasto de fuerza que
se efectúa para gozarlo se distribuye en una in­
22 PABLO MANTEGAZZA

finita duración de tiempo, y la sensación, al lle­


gar al punto máximo de decrecimiento, puede sur­
gir de nuevo para formar una nueva parábola.
—En este caso la línea trazada por la sensación
puede parecer casi recta, porque proviene de un
arco de círculo muy amplio.—Las observaciones
microscópicas (de un observador diligente mues­
tran sin embargo', que esta línea, recta en apa­
riencia, presenta á largos intervalos, honduras y
protuberancias que sirven para indicar las (on­
dulaciones de los grados del placer. De todos mo­
dos, cada clase de placer recibe al nacer una suma
determinada de fuerza, que no se puede aumentar
más que con pérdida de los elementos reservados
para otros goces. Los delirios transitorios de los
sentidos consuman con llama voracísima el com­
bustible destinado, á mantener siempre viva la ale­
gre calma del intelecto; y la mente ávida de as­
pirar á los placeres sublimes, que no se hallan
más que elevándose, se cierne sobre las cenizas
del sentimiento y de los sentidos. En éste, como
en otros muchos casos, la intensidad equivale á
la extensión.
En general el placer presenta siempre la razón
de sí mismo y acompaña á la satisfacción de una
necesidad. Cuando ésta no se dirige á un fin di­
recto contribuye á hermosear la vida y concurre
ial fin ¡supremo de hacer amar la existencia y de
defenderla de las potencias enemigas. Cuando el
placer es causa ó efecto de un mal, es que nos
hallamos en condiciones patológicas. En el pri­
mer caso el hombre por ser libre abusa de un
bien, del cual, hasta cierto punto puede disponer
y después presenta un fenómeno de patología mo­
ral. En el segundo caso á veces una lesión orgá­
nica de los centros sensorios ó de los nervios
periféricos invierte el orden de las cosas y hace
FISIOLOGIA DEL PLACEE 23

surgir un placer de la presencia de un mal. Por


esto hay que establecer dos ciaseis de placeres,
tos fisiológicos y los patológicos. Los primeros es­
tán conformes con las leyes ordinarias de la or­
ganización y, en vez de perjudicarla, la conservan
y mejoran; mientras los segundos constituyen siem­
pre una deformidad ó una enfermedad. Este he­
cho! se aclarará en los diferentes casos particula­
res.
Los placeres no son objetos que existen por
si mismos, ni hechos delicados y misteriosos que
nosotros no conocemos más que por medio de
nuestra conciencia, no subsisten aislados, pero for­
man uno de los momentos ó fenómenos simples de
la vida. Yo, sin embargo, ateniéndome á la fa­
tal imperfección con que los hombres estudian
cortando y destruyendo las cosas para analizar­
las, dividiré los placeres en varias clases, tomando
por base de las clasificaciones las fuentes de que
provienen. Dividiré, por lo tanto, los placeres en
las tres clases siguientes:
I. Placeres de los sentidos.
II. Placeres del sentimiento.
III. Placeres de la inteligencia.
No juzgo deber mío el justificar esta división,
á la que no concedo ninguna importancia y que
adopto solamente como un medio, adecuado para
relacionar los hechos que tienen más analogía entre
sí. Lo1 mismo digo respecto á las clasificaciones
que he dado de los sentimientos y de las faculta­
des mentales. Si entrase en sutilezas psicológicas,
me enredaría en largas é inútiles discusiones y
esto podría parecer en mí soberbia ó temeridad.
Por otra parte, mi libro es un sencillo trabajo
de observación y de análisis anatómico deí hom­
bre moral y quiero alejarme todo lo posible de
las teorías y de las hipótesis.
PRIMERA PARTE
ANALISIS

?' • j i m n ■. i ■ i, i
De los placeres de los sentidos

CAPITULO PRIMERO
Placeres del tacto en general; fisiología comparada;
tacto específico
Una parte importantísima del sistema nervioso
esparcida por toda la superficie sensible del cuer­
po nos hace notar las impresiones que ejercen so­
bre nosotros los agentes externos y algunas modi­
ficaciones moleculares que provienen de nosotros
mismos. El yo de este modo se pone en relación
con el mando externo y tiene conciencia de las
alteraciones generales del organismo. El aparato
orgánico destinado á esta función constituye el
sentido del tacto, el cual produce tres categorías
de sensaciones, diversas las unas de las otras por
la naturaleza y por el fin á que se dirigen. Al­
gunas de ellas sirven para darnos á conocer los
caracteres físicos y matemáticos de los cuerpos,
tienen su centro de acción en la mano y forman
FISIOLOGIA DEL PLACER 25

el verdadero sentido específico del tacto. Otras nos


advierten las alteraciones externas menos mecá­
nicas, (temperatura, electricidad, etc.,) y las in­
ternas comprendidas bajo el nombre de sensibilidad
general. Las últimas sensaciones que se refieren
al tacto, tienen por móvil la unión de los sexos
para la gran función de la reproducción, y se pue­
den comprender bajo el nombre de sentido sexual
ó erótico. Esta división es, sin embargo artificial
y no sirve más que para estudiar mejor Jos múl­
tiples placeres que se derivan de sentido del tacto.
Los placeres táctiles deben ser los más difun­
didos en el reino animal, porque cada ser sensi­
ble tiene necesariamente que ponerse en contacto
con los cuerpos que le rodean, los cuales no pue­
den siempre ejercer igual acción, por lo cual, de
la preferencia de unos y la repulsión de otros debe
nacer el placer. El infusorio (amiba) que está for­
mado por una blandísima pasta que se modela
según los objetos que halla, cambiando á cada
instante de forma y aprisionando en su masa los
cuerpos orgánicos de que se nutre5 si es sensible
y está dotado de conciencia, no debe sentir otro
placer que el del tacto, al cual, por privado el
sér de los otros sentidos, debe concederle cierta
variedad de sensaciones según los cuerpos con
que el animal se pone en contacto. Desde ¡esta
primera forma de la materia viva ascendiendo
en la escala animal, los placeres del tacto van
creciendo según se va complicando el aparato sen­
sorio y el centro nervioso que debe sentir Jas
impresiones transmitidas por los hilos telegráfi­
cos de los nervios táctiles. En muchísimos anima­
les inferiores el tacto parece concedido solamente
á algunos apéndices del organismo, el cual en
todo lo restante del cuerpo está recubierto por una
corteza dura é insensible. Cuanto más nos ácér-
26 PABLO MANTEGAZZA

camíos á las clases superiores, vemos extenderse el


campo de la sensibilidad, la cual se modifica en
diversos puntos y se concentra, aumentando ¡de
este modo la comunicación entre el mundo ex­
terno y los centros de la inteligencia y del senti­
miento; Ningún animal supera sin embargo en
su perfección táctil al hombre. Este posee un ins­
trumento maravilloso que de múltiples modos abar­
ca los cuerpos más menudos y se desliza pol­
las superficies de las grandes masas, sirviendo
á la par de máquina motriz y sensoria, que trans­
mite al centro director infinitos conocimientos. Su
piel casi desprovista de vello es muy sensible;
la civilización enseñándole á cubrirse el cuerpo,
aumenta aún' más su delicadeza y á sus órganos
genitales se transmiten los impulsos del sentimien­
to para concederle la más intensa voluptuosidad.
Además ¡de las ordinarias condiciones para la
producción de cualquier placer, conviene distin­
guir ,en los placeres del tacto los tres .elementos
que 'lo constituyen: esto es la impresión del cuer­
po interno ó externo sobre la parte sensible, Ja
estructura del nervio que transmite la impresión
y la naturaleza del centro que la recibe y la mo­
difica, transformando el hecho mecánico del con­
tacto de dos cuerpos en un hecho dinámico, ó
sea en una sensación. La menor modificación de
alguno de estos elementos puede cambiar la sen­
sación táctil, volviéndola más ó menos agrada­
ble, indiferente ó dolorosa.
Dejando aparte las sensaciones dolorosas, de
las cuales no debemos tratar, hay que estudiar,
por qué una misma impresión puede dar lugar á
una sensación indiferente ó agradable; debiendo
indagar el origen del placer táctil.
El aparato sensorio, formado por el aparato cen­
tral ó por los nervios periféricos repartidos en
FISIOLOGIA DEL PLACER 27

órganos formados de un modo adecuado á su dis­


tribución, que determinan sus funciones y tienen
sus necesidades que deben satisfacerse. El ejer­
cicio regular de una función va siempre acojm-
pañado de placer, cuando la mente fija su atención
en las sensaciones que llegan á la conciencia y no
está distraída por sensaciones distintas ó por otras
ideas. Cuanto más fuerte es la necesidad de ejer­
citar una función y cuanta mayor es la atención
de la mente, tanto más aumenta el placer. Esto
se advierte perfectamente por medio el sentido
del tacto. El niño que no conoce nada del mundo,
siente la urgente necesidad de descubrir los ca­
racteres de los cuerpos que le rodean; por esto
un instinto poderoso le obliga á coger todos los
cuerpos que puede alcanzar en el diminuto hori­
zonte, limitado por la pequenez de sus brazos.
Aplica la superficie de sus manos sobre los cuer­
pos, los levanta, los agita, los tira ai suelo para
cogerlos al instante, los pasa de una mano á otra;
en una palabra, los estudia haciendo una serie de
graciosos movimientos que 'el vulgo llama juegos.
En estos primeros ejercicios del tacto el niño ex­
perimenta un inmenso, placel’ y con frecuencia
lo demuestra con la serena expresión de la fiso­
nomía y con sonrisas. Esto entraña todos los ele­
mentos del placer; poderosa necesidad, novedad
de sensaciones, gran atención; y goza de una ale­
gría exclusivamente propia de su edad que es im­
posible de imagnar en la edad avanzada. Poco
á poco el niño llega á conocer las propiedades fí­
sicas de los objetos que ordinariamente están cer­
ca de él y como ya no le pueden causar nuevos
placeres, no siente ya necesidad de ellos ni les
presta atención. Entonces halla un nuevo resorte
para tantear la primera prueba de su debilidad,
de su fuerza motriz sobre los mismos objetos;
28 PABLO MANTEGAZZA

y rompiéndolos ó desgarrándolos cambia sus ca­


racteres físicos y experimenta nuevos placeres.
Pero cuando los fragmentos de los primeros ob­
jetos ¡los tiene ya bastante estudiados, alza sus
pequeños dedos extendidos, busca nueva materia
para satisfacer sus deseos. Si la obtiene experi­
mentará tanto y mayor placer cuanto más diverso
sea del que ha experimentado ya, y sobre el nue­
vo objeto intentará las primeras experiencias de
análisis destructor. Así poco á poco el hombre-
niño, al llegar á muchacho, ó adolescente pierde
un manantial de alegría porque los objetos que
le rodean le son perfectamente conocidos y el
hábito le ha hecho indiferentes las sensaciones
que le causaron tanto placer en los primeros días de
la vida. Pero si á un hombre adulto le es abso­
lutamente imposible por más esfuerzos que haga
de atención y de fantasía, hallar en un pliego de
papel todos los placeres que un niño goza al des­
truirlo, los placeres del tacto no le son negados.
Existen algunos cuerpos que, aunque conocidos
pueden por su estructura particular producir sen­
saciones agradables, no teniendo la imaginación
preocupada con otra idea y poniendo la atención
necesaria. Así en los momentos de ocio ó de re­
poso se puede gozar grandísima voluptuosidad al
pasar la palma de la mano sobre terciopelo ó
seda, al deslizar los dedos entre largos y finos
cabellos, ó al oprimir paseando un suelo tenuemen­
te cubierto de nieve recién caída, en tanto que una
persona (distraída ó preocupada podría caminar
con los pies desnudos sobre una piel de marta
sin experimentar la menor sensación de placer.
Aunque hay que advertir que si se presta juna
atención especial á una sensación táctil, no siem­
pre resulta agradable. Para gozar de estos pla­
ceres delicadísimos es necesaria una sensibilidad
FISIOLOGIA DEL PLACER 29

esquisita ^concedida á pocos individuos; además


que (Cualidades desconocidas limitan el placer lal
contacto de algunos cuerpos. Sin pretender reve­
lar el misterio de las sensaciones, trataremos de
hacer un ligero análisis de este hecho.
Un cuerpo que se pone en contacto con los
nervios sensorios, no alterará ni ofenderá la estruc­
tura orgánica; pero ejercitará el ejercicio del tac­
to sin consolarlo. Con frecuencia el reposo mez­
clado oor brevísimos intervalos con el ejercicio,
el cambio de sensaciones en breve espacio de tiem­
po, y otras circunstancias, pueden hacer agrada­
ble una sensación táctil. Los placeres que se go­
zan por este medio no se producen por la satis­
facción de una necesidad, sino por el ejercicio
particular de una función natural.
Se experimentan placeres particulares tocando
ó frotando los cuerpos lisos, como los mármoles,
los metales, el talco, la piedra saponaria, etc. En
estos casos el placer dura pocos instantes y no
se difunde casi nunca más que en la parte del
cuerpo que está en contacto siendo tanto mayor
cuanto más nuevo es el contacto y cuando menos
ejercitadas están las impresiones táctiles. Así el
contacto del vientre ó de los muslos con una
pila de mármol, en un individuo que no se haya
bañado^ jamás, será más voluptuoso que el con­
tacto! de la mano con la misma materia.
Se logran placeres táctiles poniendo la piel en
contacto con los cuerpos que tienen una super­
ficie subdividida y que al mismo, tiempo son li­
sos y suaves. Entonces el tacto íes impresionado
de un modo singular y los más pequeños filamentos
nerviosos puestos en contactos infinitos con un
cuerpo que le ejercitan sin cansarlos promueven
el placer. Este puede durar más ó menos según
de lo que proceda y con frecuencia se difunde le­
30 PABLO MANTEGAZZA

jos de los nervios productores causando


* escalo­
fríos voluptuosos y á veces suspiros. Estos pla­
ceres se experimentan al tocar las ropas forra­
das de pieles, las madejas de seda, los cabellos,
al ¡oprimir con el pie los copos de nieve, etc.
Otros placeres se obtienen por medio del con­
tacto
* de los cuerpos ásperos, ya sea recorriendo
su superficie, ya restrayendo
* su polvo entre las
manos. Se experimentan sensaciones de esta na­
*
turaleza pasando la palma de la mano sobre una
piedra arenosa ó sobre una página escrita y se­
cada con polvos de salvadera; al restregar entre
los dedos azúcar, arena ó esmeril; al macerar mi­
ga de pan entre las dos palmas de las manos, etc.
En estos casos el placer se * produce por una li­
gera irritación que acumula sobre una serie de
puntos separados de la piel, sensaciones algo fuer-'
tes. No* puede durar más que breve tiempo y
raras veces se ¡extiende fuera de su campo* de
acción.
Se halla otro placer táctil al manejar un cuerpo
blando que, sin ensuciar la piel se * modele por la
presión, cambiando á cada momento de forma.
Este placer está complicado con otras sensaciones
que pertenecen á la vista y con la de la necesidad
de variar de formia á las materias que nos rodean.
Sensaciones parecidas se experimentan, oprimien­
do entre los dedos miga de pan, creta, cera ó
materias semejantes, al preparar el gluten, intro­
duciendo harina en un saquito de tela y cogién­
dola bajo un hilillo de agua, al apretar entre los
dedos almáciga, etc. En todos estos casos se irrita
muchas veces el tacto; al cabo de * un rato se
experimenta un pasajero estado morboso; la ma­
no no cesaría jamás de oprimir entre los dedos
la pasta y los dientes masticarían un sin fin de
tiempo la resina que no se puede desprender, si
fisiologìa del placer 31

la razón ó el cansancio de los músculos no hi­


ciese cesar leí frívolo' entretenimiento. Estos pla­
ceres no abarcan más que el campo sensorio de
la acción.
Se experimlentan otros placeres haciendo correr
entre las manos varios cuerpos cilindricos de pe­
queño diámetro, como trocitos de mina de lápiz,
pequeños cilindros metálicos, ¡etc. El placer que
se advierte es ligero y puramente local.
Se gozan placeres táctiles haciendo girar bajo la
palma de la mano un cuerpo perfectamente es­
férico. Este placer es local, pero puede llegar á
bastante grado de intensidad.
Otra frase de los placeres táctiles consiste en
manejar cuerpos elásticos, que cediendo á una
ligera presión, incitan la parte oprimida á reno­
var el contacto; estos goces son débiles, siempre
locales, pero muy varios según la forma del cuer­
po. Se experimentan otros semejantes manejando
la goma elástica, ó materias ¡afines, como son las
láminas de acero y los juncos al oprimir entre
las manos una pelota de cuero llena de aire, etc.
Se producen otros placeres táctiles al lanzar al
aire un cuerpo' de cierto peso y al recibirlo de
nuevo en la palma de la mano para echarlo otra
vez al alto; ó también al determinar el peso de
un cuerpo que en poco volumen sea muy pesado;
de estos goces se puede formar idea haciendo sal­
tar sobre la mano una bala de fusil ó manejando
una pequeña de cañón. Estas sensaciones como
las ¡de la clase anterior son ¡agradables especial­
mente por la alternativa del reposo con el ejer­
cicio del sentido. >
Otras sensaciones agradables se hallan al eje­
cutar una acción cualquiera con Un cuerpo que
se halle sobre otro y ceda más ó menos al choque.
Por esto se sienten infinitos placeres cortando tro,-
32 PABLO MANTEGAZZA

zos del blando tejido de una calabaza con un cu-


chillo ¡muy afilado ó clavando un clavo en una
plancha ¡metálica. Entre estas sensaciones extre­
mad de resistencia mínima y máxima están las
de arrancar un clavo de una mesa de madera,
segar, horadar, formar la cabeza á una varita,
de hierro clavada entre dos planchas metálicas
agujereadas, cepillar y otro sin fin de operaciones
que sería prolijo enumerar. Todos estos placeres
son complejos, residuos de la necesidad de ejer­
citar los rmisculos, del placer de lograr un objeto
y de otras causas que pueden provenir de las fa­
cultades superiores.
He tratado de reunir en algunos grupos las sen­
saciones agradables del tacto, sin pretender enu­
merarlas todas. Hay sin embargo una que mere­
ce especial atención y ésta es la que está consti­
tuida por las cosquillas. Tocando en pequeños in­
tervalos algunas partes de nuestro cuerpo ya con
los propios dedos, ya con los de otros y hasta
con un cuerpo extraño, se produce en muchísimos
individuos ,una sensación particular, que sólo es
agradable hasta cierto punto, y puede convertirse
en insoportable y dolorosa cuando
* se continúa
ó se exagera la acción que la produce. Para que
las (Cosquillas se produzcan hace falta una gran
sensibilidad, por lo que no todos los individuos
ni todas las partes del cuerpo pueden proporcionar
este placer. La planta de los pies, la cavidad axi­
lar, el vientre y en general todas las articulacio­
nes, son las regiones que más experimentan esta
especie de sensación. Los individuos de tempera­
mento pervioso, los niños y las mujeres son en
general los más predispuestos, y algunos tan sen­
sibles, que basta á excitarlos el que se acerque
una persona en actitud de producir las cosquillas.
El contacto de un cuerpo extraño origina esta sen­
FISIOLOGÍA DEL PLACER 33

sación con tanta mayor facilidad cuanto más té-


nue y subdivididoi sea; por esto una pajita, luna
pluma ó una escobilla son terribles armas para
producir las cosquillas. La mano obra en este
sentido por presentar una gran superficie de con­
tacto y una movilidad, elementos indispensables
para desarrollar este género de sensaciones. De
todos modos el primer efecto del contacto es una
risa exagerada acompañada de movimientos con­
vulsivos encaminados á huir del cuerpo que nos
toca. El rostro se enciende, el pulso se acelera, el
placer se difunde por toda la superficie del cuer­
po, se lanzan gritos agudos, la respiración es irre­
gular y si nos atacan con insistencia y no <nos
podemos defender, el placer cesa y la sensación
nos induce á librarnos con la fuga ó á vengarnos
de quien abusa de nuestra paciencia. La muerte
puede ser consecuencia de unas cosquillas dema­
siado prolongadas.
Todos estos fenómenos son singularísimos, me­
recen toda la atención del fisiólogo y se derivan
de los hechos ordinarios del sistema nervioso. Por
una parte sufrimos una sensación ligera y por otra
una reacción extraordinaria de todos los múscu­
los, y hasta del diafragma, que llega á entrar
en verdadera convulsión. La reacción entre la cau­
sa y el efecto^ es verdaderamente desproporcionado
y nos induce á sospechar que este hecho puede
hacer pasar de la salud á la enfermedad, ó que
pertenece á la clase de los placeres patológicos.
Los placeres del tacto específico presentan en
su fisonomía un cuadro muy interesante. Cuando
no son muy fuertes y puramente locales, no se
tienen signos sensibles de la sensación. En otros
casos la mímica del placer es diversa según su
naturaleza. Se derivan del contacto de cuerpos li-
Fisioloflía del placer—T. I.—3
34 PABLO MANTEGAZZA

sos ó muy subdivididos, el rostro permanece in­


móvil y con gesto de atención, los ojos lánguidos y
fijos, los labios entreabiertos. Si el placer aumen­
ta, los ojos se cierran en seguida, la cabeza se
vuelve ligeramente hacia un lado ó se inclina so­
bre el hombro que corresponde á la mano que
provoca el placer; los ángulos de la boca se con­
traen con gesto de muda sonrisa y alguna vez lan­
zan suspiros ó palabras sueltas. Si el placer lle­
ga al grado máximo todo el organismo puede par­
ticipar de las sensaciones agradables y entonces
los hombros se acercan á la cabeza, el cuerpo
se encoge sobre sí mismo, se advierten escalo­
fríos, se aprietan los dientes y el aire que se
inspira por la boca entreabierta produce un su­
surro y un ligero silbido como al entrar en el
agua fría. Cuando el placer del tacto proviene de
vencer una resistencia la fisonomía es muy di­
versa; el rostro refleja complaciente calma, los
ojos brillan, la boca se cierra con energía ó acom­
paña los movimientos de la mano y á veces los
dientes de la mandíbula superior muerden el la­
bio inferior. Con los pies ó con otras partes del
cuerpo se hacen á veces movimientos; con fre­
cuencia se canta ó se acompaña la acción que
produce el placer con palabras enérgicas muy re­
petidas, ó con voces que imitan el rumor pro­
ducido por la acción (ep la, u la, sac sac, tic tac,
frr frr, y otros rumores parecidos.)
Los sonidos ó las palabras con que el hombre
acompaña á veces el ejercicio muscular que le
causa placer, parecen el efecto^ de una relación
simpática en la que entran los órganos de la voz
y que sirven para hacer más agradable el tra­
bajo. Nadie ignora que el labrador acompaña el
trabajo con el canto y que los marineros y los
faquines forman un coro de voces cuando entre
fisiologìa del placer 35
todos han de mover un cuerpo pesado. Los negros,
bajo el azote del sol brasileño sienten la nece­
sidad de animarse,—cuando- experimentan fatigas
musculares,—con gritos, con exclamaciones y has­
ta agitando- piedrecillas dentro de una lata.
La influencia de los placeres táctiles sobre la
vida no es muy grande. Sirven para entretener
algún rato-, pero no pueden contribuir más que por
breve espacio á la felicidad de los individuos. Sus
sensaciones semejantes á las voluptuosas presen­
tan el primer aspecto que he descrito y perfec­
cionan la sensibilidad general, pero influyen muy
poco en la educación del tacto. Pueden gozarse
también con manos deformes con tal que los ner­
vios sean muy susceptibles de apreciar las sen­
saciones. Guando se abusa de -estos goces pueden
conducir á la molicie y á la lascivia. Los pla­
ceres que s-e experimentan con -el manejo de ins­
trumentos técnicos perfeccionan mucho el sentido
del tacto; la habilidad plástica sólo la pueden go­
zar las manos de los artistas.
Los placeres táctiles de la primera categoría
son más numerosos y más fuertes en el bello sexo,
en la edad juvenil, en los países cálidos y tem­
plados, en los individuos de temperamento ner­
vioso ó que viven con recelo y en los pueblos sin
civilizar. Los romanos del imperio fueron maes­
tros en el arte de gozar estas sensaciones, que al
presente proporcionan infinitas delicias á los pue­
blos del Asia. Su perfección es siempre signo de
decadencia y de prostitución de la inteligencia y
del sentimiento. Los placeres táctiles no volup­
tuosos, son mejor apreciados por los hombres en
la primera infancia y también, por individuos ro­
bustos y por todos los que se ejercitan en un
arte manual.
CAPITULO II

Placeres de la sensibilidad general; placeres pato­


lógicos del tacto

Los placeres que se derivan del tacto que se


halla esparcido' por toda la superficie sensible del
cuerpo, son muy varios según la naturaleza de
la necesidad que se satisface y según la parte del
cuerpo que advierte la sensación. Algunos son pa­
recidos y se confunden con los placeres del tacto
específico; mientras otros que se sienten en las
partes más profundas son muy distintos.
Los cambios de temperatura son manantial de
infinitos placeres, que se pueden agrupar en dos
amlplias clasificaciones según provengan del au­
mento ó disminución del calórico. Cuando nos
hallamos en un ambiente excesivamente cálido y
no nos podemos librar prontamente de la tempe­
ratura que constantemente produce nuestro cuer­
po, ó que recibimos del exterior, sentimos ver­
dadera necesidad de refrescarnos y buscamos con
avidez los cuerpos que puedan absorber parte de
nuestro calor. La satisfacción de esta necesidad
causa siempre un placer que varía según sea el
cuerpo que lo sustrae un gas ó un líquido,—el
mejor es el agua,—ó bien un cuerpo sólido cual­
FISIOLOGIA DEL PLACER 37

quiera. La disminución de la temperatura sin em­


bargo, debe ser siempre moderada y en propor­
ción á la necesidad que se siente.
La brisa de la tarde después de un día caluroso,
el agitar un abanico, el asomiarse á la ventana
ó estar al aire libre y el salir de una habitación
caldeada, nos proporcionan placeres de esta na­
turaleza. El aire, sin embargo, cuando proviene del
viento, puede darnos placeres independientes de
su temperatura, como por ejemplo, un cosquilleo
que ejercite la sensibilidad cutánea. Pero esto de­
pende de la idiosincrasia individual; hay muchos
que no salen de casa cuando hace aire porque les
aturde ó les pone de malísimo humor; y en cam­
bio otros sienten voluptuosidad infinita al caminar
alzando la cabeza desafiando los vientos más fuer­
tes ó al estar inmóviles sobre el castillo en la
popa de una nave que con las velas desplegadas
se desliza sobre las ondas del Océano. He que­
rido estudiar las varias sensaciones que se pueden
sentir paseando impelido ó en contra del viento
vivo, sobre la ribera de un lago, ya recibiéndolo
sobre el cuerpo ó ya abriendo un amplio y fuerte
paraguas. Los placeres que se experimentan en
este caso son de dos clases, y consisten ó en la
victoria de la resistencia ó en dejarse transportar
por una potencia que, amenaza con echarnos por
tierra y que se pone en contacto con nuestra piel
al través de los poros de los vestidos. El agua que
el viento eleva y que desciende comlo fina pulve­
rización, causa al caer sobre el rostro gran volup­
tuosidad. Un placer particular que pertenece tam­
bién á esta clasificación consiste en estar de pie
sobre un vehículo mirando el lugar hacía que
se corre.
El agua fría sustrae del cuerpo del calórico
antes que el aire, que es un malísimo conductor;
38 PABLO MANTEGAZZA

y el contacto del agua aunque es más mecánico


resulta más voluptuoso. Las sensaciones varían
mucho según se bañe una sola parte del cuerpo,
nos sumerjamos en agua, nos rociemos, ó reci­
bamos un hilo delgado desde bastante altura. Per­
tenecen á este género los placeres que provienen
de lavarse, nadar, tomar baños fríos, duchas, et­
cétera. Los cuerpos sólidos que nos pueden pro­
ducir cierto placer al enfriarnos, no son más que
los buenos conductores del calórico. La volup­
tuosidad es muy varía según la forma y la na­
turaleza del cuerpo, ó según el modo como se
aplica y la parte que recibe la impresión. Entre
estos placeres, están los que se advierten al po­
nerse una camisa de hilo ó al restregar el cuerpo
desnudo entre dos sábanas, al apoyar el rostro
sobre una superficie de mármol y al tocar con las
manos calientes, metales, vidrios, etc. Otros in­
finitos placeres se pueden gozar por la extracción
del calórico bebiendo líquidos fríos ó helados ó
al recibir irrigaciones y enemas.
En contra de estos placeres hay los del aumento
de calórico y son tan diversos de los primeros
cuanto son distintas las sensaciones del calor y
del frío; pero ,se puede afirmar, sin temor de
equivocarse, que en general son más intensos que
los primeros, suponiendo iguales circunstancias;
y esto se debe tal vez á la exaltación de la sensi­
bilidad que hay con el aumento de temperatura.
Así que un baño frío reprime los deseos eróticos,
mientras un baño caliente los exalta, embotando
ó despertando las erecciones de los genitales. Por
no entrar en .excesivas sutilezas no hablaré de
estos placeres en particular, sólo diré que tienen
la propiedad de durar mucho y de aumentar bas­
tante al poco tiempo de experimentarlos. Así el
placer de echarse en el estío en un lecho fresco,
FISIOLOGIA DEL PLACER 39

cesa pronto porque el calor que comunicamos á


las sábanas le calienta y mientras en invierno
no acertamos á abandonar las templadas mantas y
se necesitan á veces hercúleas fuerzas y actos de
verdadero heroísmo para aventurarse á los rigo­
res del mundo externo.
No es preciso esplicar por qué los placeres que
provienen del cambio de temperatura varían más
según el clima, el país, y las estaciones. En la
Guyana y en las'islas Madera, donde la temperatura
es casi uniforme en todo leí año estos placeres de­
ben ser menos numerosos y Estudiados que en los
países donde el cambio de las estaciones nos ha­
ce vivir en cuatro climas diversos en un sólo
año. Las idiosincracias individuales para estos pla­
ceres son infinitas. Algunos tiemblan voluptuosa­
mente con la menuda lluvia de una ducha fría ó
echándose en el agua de un río y sólo se sienten
vigorosos en el invierno, mientras otros tiritan
á las primeras brumas y noi aspiran más que á
sentir los ardientes soplos de los lentos céfiros de
Julio y los dardos del sol canicular. Otros, más
afortunados,—á los que yo pertenezco,—se frotan
alegremente las manos al ver caer la nieve ¿ó
al oprimirla paseando en una fría mañana de Ene­
ro, en. tanto que en él estío saben probar la vo­
luptuosidad ¡de estar á pie firme contemplando
el sol con los ojos entornados, recibiendo^ sus ra­
yos perpendiculares que penetran en los profun­
dos tejidos con sensación compleja y voluptuosa
que no pueden apreciar más que los equilibrados
y los que impunemente puedan soportar el sol
de Julio1.
También el estado eléctrico de Ja atmósfera in­
fluye mucho sobre el bienestar general, y produ­
ce algunos placeres particulares ó modifica los
que previenen de otras causas. Pero de ellos no
40 PABLO MANTEGAZZA

tenemos noticias exactas como ignoramos Jos in­


finitos elementos que modifican el aire en los di­
versos países y en las distintas horas del día. Las
epidermis más perfectas no pueden apreciar más
que variaciones apenas sensibles en el aire de
opuestos hemisferios, mientras nuestros pulmones
advierten diferencias notables en la atmósfera á
pocas millas de distancia.
No podemos conocer los caracteres físicos de los
órganos que constituyen nuestro cuerpo sip sec­
cionarlos sobre los cadáveres de nuestros herma­
nos; pero cuando vivimos recibimos de esos ór­
ganos una sensación que revela de su existencia y
que modificada por su modo de ser, se confunde
y se unifica en la conciencia con las demás que
emanan de todos los puntos del organismo. Así
aunque cerremos los ojos, sin estar turbados por
alguna sensación externa, por alguna idea, y sin
pensar, tenemos la conciencia de existir. Este sen­
cillísimo hecho psíquico está constituido, en par­
te, por las infinitas impresiones ejercitadas por
la materia viva sobre los nervios del sentido y
en parte por la conciencia que los advierte y los
unifica. Es un fenómeno, fundamental de la vida
que debe ser diverso, en los animales, en los dis­
tintos individuos de la especie humana y en los
momentos infinitos en que se subdivide la vida
de cada individuo1. Si se pudiese representar con
un signo sensible y exacto este hechp en todos los
séres vivos, se podrían reunir otras tantas fór­
mulas que explicarían las múltiples variedades de
la materia viva. Este fenómeno, es de tiempo en
tiempo del dominio del tacto y emanan de él tal
vez el mayor número de placeres. Cuando los ór­
ganos están perfectamente sanos, y el intrincado
mecanismo de la vida intelectual procede de su
vigor, entonces el hombre se siente y goza de la
FISIOLOGIA DEL PLACER 41

vida, probando uno de los placeres más sencillos


y al mismo tiempo más complejos. Este placer es
propio de todas las edades, ,de todos los tiempos
y de todos los países. Los que no lo gozan paden
cen una enfermedad que se 'Observa con frecuen­
cia en los melancólicos, en los hipocondríacos y
en los neuróticos. Es uno de los placeres menos
intensos pero que dura tanto como la vida y que
no se interrumpe más que por los dolores que
le alteran. En la juventud lo1 advierte el hombre
en toda su fuerza y más de una vez se le ve or­
gulloso de sí mismo y del mundo que le rodea,
caminar altanero y risueño con la conciencia de
su fuerza que se difunde por su rostro que irra­
dia destellos de alegría. Ese placer primitivo no
ha crecido con la civilización; fué el primer hombre
el primero á experimentarlo cuando después de
admirar la magnífica naturaleza que le rodeaba
echó una ojeada sobre sí .mismo y gozó toda su
intensidad, como lo goza el niño que, despertán­
dose en su cuna, mira alrededor y sonríe, como
el filósofo que, sano de cuerpo y espíritu, sin
reflexionar, se contempla y se restrega las ma­
nos. i
La necesidad del sueño es una de las más in­
dispensables de satisfacer; pero como en él la
atención no, es posible y la conciencia se obscurece,
casi no se experimentan placeres. Agradables son
á veces los momentos que le preceden^ cuando se
empiezan á confundir las ideas y la luz de la in­
teligencia se apaga poco á poco. Entonces gozamos
las primicias de un placer que urge de una necesi­
dad satisfecha. Algunos desean que los despierten
antes de la hora acostumbrada para disfrutar este
placer, el cual es más voluptuoso que por la no­
che porque el cambio del sueño al despertar es
jnás largo. Los sueños pueden proporcionar algu­
42 PABLO MANTEGAZZA

nos placeres, pero pertenecen á los fenómenos


intelectuales y más adelante trataremos de ellos.
Una necesidad jjue se confunde frecuentemente
con la del sueño, es el reposo. Los placeres que
se derivan de él son más intensos y voluptuosos.
Los gozan en toda su fuerza los convalecientes
que tras una larga enfermedad se levantan por
primera vez y después de breve ratoi vuelven al
lecho; entonces, antes de adormecerse, no se ex­
perimenta ningún dolor y parece el lecho un pa­
raíso; los más diminutos puntos del cuerpo han
adquirido una exquisita sensibilidad, y se lian con­
vertido', por decirlo así, en otros tantos centros
de sensaciones y siente dulzura infinita al apo­
yarse en los muelles colchones. Los músculos se
adaptan al más completo reposo, se sienten latir
algunas arterias; alguna vez se advierte ligero es­
tremecimiento en el corazón; parece que del cuerpo
al lecho se establece una corriente templada y
trepidante y por último' vemos acercarse el sueño
como un amigo esperado. Placeres semejantes go­
zan los que se acuestan después de largas ca­
minatas ó de grandes fatigas. Casi siempre estos
placeres son generales, pero pueden también ser
locales, cuando no está en reposo más que una
parte del cuerpo.
Placeres del todo contrarios á los precedentes,
pero también vivísimos, se gozan al mover de di­
versos modos los músculos, ya sea ejercitando un
solo miembro, ya transportando el cuerpo; de un
lugar á otro. Estos placeres se derivan de la satis­
facción de una necesidad. No trataré más que de
alguno de ellos, limitándome particularmente el
hablar de algunos que constituyen verdaderos jue­
gos. A los placeres locales de este género pertene­
cen los de romper con los dientes las pepitas de
las frutas, hacer esfuerzos con los brazos, mover
FISIOLOGIA DEL PLACER 43

los dedos, las piernas, etc. Más generales son á


veces el pasear, correr, saltar, ir en coche, bailar,
montar á caballo, columpiarse, etc. Estos goces,
son más vivos en la primera edad de la vida, y
en los individuos que tienen muy desarrollado
el sistema muscular.
Las grandes funciones de la vida vegetativa, es­
tando casi por completo fuera del dominio de la
voluntad, nos proporcionan poquísimos placeres
y en cambio indirectamente, nos pueden causar
muchas alegrías negativas. El hígado, el bazo, el
corazón, etc., no nos pueden proporcionar pla­
cer más que al cesar algún dolor que los ator­
menta; sin embargo, ellos contribuyen también
cuando se goza de completa salud á producir la
sensación sintética de la vida, de que ya he ha­
blado.
El organo respiratorio comunica directamente
con el exterior y puede procurarnos placeres, aun­
que sean más ó menos negativos. Si no tuvié­
semos alguna vez los pulmones llenos de aire en­
rarecido ó caliente, no experimentaríamos satis­
facción al respirar un aire puro ó fresco; pin
las irritaciones de la pituitaria ó de cualquier
punto de la mucosa respiratoria, no gozaríamos
la voluptuosidad de un rumoroso estornudo; si
no sintiésemos tristeza ó no tuviésemos altera­
dos por cualquier causa los nervios respiratorios
no nos conformaríamos con un prolongado bos­
tezo; y, en fin, si no tuviésemos alguna vez resen­
tido el tejido pulmonar no experimentaríamos el
placer de sentir libre de nuevo, el uso de la res­
piración.
El aparato gastro-entèrico no produce placeres
intensos más que cuando se comunica con el mun­
do exterior. Cuando entran los alimentos se ad­
vierte el gusto, dispensador de fáciles goces, y
44 PABLO MANTEGAZZA

que se asocia con el tacto; pero las sensaciones


que á este ¡sentido se refieren van siempre acom­
pañadas de las del gusto y las trataremos al mismo
tiempo que éste. ¡El exófago, no proporciona pla­
cer. El estómago; rara vez se complace con los
alimentos que recibe ¡y el bienestar que se ad­
vierte durante una buena digestión es un placer
muy general y (Complejo, que se deriva especial­
mente de la satisfacción del hombre, por la agra­
dable excitación de la circulación y de la plétora
que ocasionan la ¡absorción de los materiales más
solubles y de otros elementos menos conocidos.
El tubo intestinal ¡rechaza cualquier placer posi­
tivo menos el que proviene de la defecación, que
en individuos muy ¡sensibles puede llegar á te­
ner bastante intensidad. En el acto de expeler las
heces se advierte ¡el placer que causa la satisfac­
ción de una neóesidad y tes tantjo| ¡mayor, cuanto más
se ejercita la ¡resistencia de los músculos sin can­
sarlos. Cuando ¡no se hace ejercicio, ó es muy
exagerado, no se ¡experimenta este placer ó es
apenas sensible. Al ¡terminar la evacuación es ma­
yor la voluptuosidad ¡producida por el movimiento
de todos los ¡movimientos intestinales y de las
visceras que vuelven ¡á llenar el vacío formado,
asociándose á ella Ja tranquilidad de la mucosa del
recto que deja de estar irritada. Este placer se
advierte mejor sentándose ¡sobre una silla cómo­
da después de Ja defecación. La voluptuosidad
que se experimenta ¡con la inyección de algunos
enemas es casi patológica.
La emisión de la orina va acompañada á veces
de placer en algunas condiciones fisiológicas, es­
pecialmente cuando la yegiga está muy llena; en
este caso algunos individuos muy sensibles sien­
ten el movimiento de la vegiga al expeler el orín.
FISIOLOGIA DEL PLACER 45

El placer, sin embargo, es ligero y sólo dura


breves instantes.
Todos los placeres de que he hablado varían
mucho' en los diversos individuos y son tanto más
fuertes, cuanto mayor ¡es su sensibilidad. Los apre­
cian mejor las mujeres ó los pueblos afeminados
y entregados á ¡la molicie.
La fisonomía de ¡los que los experimentan va­
ría mucho y no haremos más que trazarla á gran­
des rasgos.
Los placeres que provienen del enfriamiento del
cuerpo
* se expresan ¡con escalofríos y suspiros, apre­
tando los ojos y los dientes. Cuando el cuerpo que
nos refresca es (el aire abrimos la boca y dilata­
mos ampliamente el tórax haciendo profundas ins­
piraciones. Otras veces el placer se demuestra
solamente por una fisonomía animada. Cuando el
placer proviene del aumento de calórico, la mí­
mica varía según el medio con que nos calentamos.
En general si el calor es tibio nos iencoge(mos
sobre nosotros mismos entornando los ojos y son­
riendo. El agua caliente produce languidez y des­
pierta ideas lascivas. El calor directo del sol cuan­
do causa placer, exalta al grado máximo la hin­
chazón herpética de la piel; la faz se arrebola y
la respiración es lenta y rumorosa. El enjugarse
el sudor resulta voluptuoso y evita la excesiva
tensión de la piel. El placer de calentarse al fuego,
tiene una fisonomía especial y diversa según las
condiciones recíprocas de la temperatura de nues­
tro cuerpo y de las materias en combustión con
que nos calentamos. Cuando nos acercamos al
fuego con el sólo objeto de calentarnos, el pla­
cer es muy sencillo; va acompañado muchas ve­
ces de restregones de manos y de actos que sirven
para presentar al calor la mayor parte de nuestro
cuerpo. A veces el estar al fuego se convierte en
46 PABLO MANTEGAZZA

verdadera ocupación y entonces ¡el placer se com­


plica con otros, con» el de pasar el tiempo sin
fatigarse, gozar especial recogimiento y ejercitar
el tacto atizando de cuando en cuando el combus­
tible con las tenazas, alterando la disposición de
la lumbre de mil modos y contemplar el espec­
táculo' siempre nuevo que presentan los trémulas
llamas, las cerúleas espirales del humo y el cam­
bio de color de los carbones que van cubriéndose
lentamente de ceniza. En este caso la fisonomía
presenta una mímica poco viva, ó se adapta á un
mudo recogimiento y á una agradable tranquili­
dad.
El bienestar general que proviene de la salud,
revela á la fisonomía un carácter particular cons­
tituyendo una de las partes menos mudables de
mímica habitual del rostro. Los grados mínimos de
una calma tranquila se demuestra con la serenidad
y la expresión de las líneas, con la facilidad para
la risa y con una singular vivacidad de los gestos.
En las manifestaciones de los actos intelectuales
alcanza gran importancia este placer general que
llamamos buen humor.
Los placeres que se gozan en el reposo ó en los
momentos precedentes al sueño, se expresan por
grandísima languidez y por el abandono del cuer­
po á las leyes físicas. Si se está sentado, el tronco
queda derecho ó se pliega la cabeza sobre el cue­
llo dejándola caer sobre el pecho; los brazos es­
tán cruzados ó pendientes y los pies extendidos ó
apoyados. El tener bajos los párpados es signo
de inmenso cansancio ó de gran voluptuosidad.
La persona que está cansada y se acuesta, trata
de ejercitar el menor número posible de músculos
y después se echa completamente horizontal con
las piernas y los brazos abiertos y aspirando pro­
fundamente; los suspiros y las aspiraciones pro­
FISIOLOGIA DEL PLACEE 47

tongadas son frecuentes también. La mímica de


un holgazán que por la mañana está disfrutando
de las trasposición del sueño á la vigilia ó vice­
versa, es á mi parecer lo bastante expresiva para
probar que los placeres que se gozan son infinitos.
Comienza por abrir los ojos á la vida, y las imá­
genes de los objetos que le rodean, confundién­
dose con los últimos fantasmas de la noche, for­
man mil combinaciones fantasmagóricas; los pár­
pados vuelven á entornarse lentamente para al­
zarse otra vez poco á poco y de este modo advierte
las alternativas entre el mundo externo y la nada,
donde vagan inciertas sombras, únicas que de­
notan la vida latente de una mente soñolienta. Pero
la respiración se hace más frecuente; la sangre
circulando más cálida y acelerada por todos los
tejidos, poco á poco devuelve la vida al espíritu
y el feliz mortal se agita ligeramente, extiende
los miembros y exhala un bostezo prolongado^ á
causa de la gran voluptuosidad que le embarga.
La mímica del placer que nace del movimiento
es muy diversa de la del reposo; la faz se anima,
brillan los ojos y muchos músculos que no in­
fluyen directamente en la acción que se ejecuta,
adquieren rasgos simpáticos. La risa, los gritos,
los mismos movimientos de los miembros son otras
tantas expresiones de estos placeres jque no se go­
zan sino después del.reposo; como éstos no se
experimentan en toda su plenitud sino después
de una fatiga prolongada.
Los placeres negativos que provienen de la in­
terrupción de los dolores pueden tener una fisom>
mía muy significativa, tanto más viva, cuanto más
fuerte ha sido el dolor. Largos y repetidos sus­
piros, la risa, los cantos, los gritos de alegría,
la calma y languidez de la fisonomía, son otros
tantos elementos que se combinan entre sí de di­
48 PABLO MANTEGAZZA

versos modos, formando cuadros fisonómicos que


varían por múltiples circunstancias.
El complejo placer que se disfruta después de un
espléndido festín, puede adquirir una fisonomía
muy expresiva. El que lo goza se halla sentado
y en actitud de calma y reposo; su fisonomía
está roja y turgente; la boca entreabierta, sus
ángulos, retrayéndose un poco, simulan el prin­
cipio de una sonrisa y alargan los carrillos, los
ojos están brillantes y se mueven lentamente en
un pequeño horizonte, mirando sin ver; las ma­
nos generalmente se cruzan sobre el vientre, cual
si fueran |á sentir los voluptuosos estremecimien­
tos de las viandas que están digeriéndose en el
estómago, el cual dilatado é irritado ligeramente,
difunde en torno suyo una tibia sensación pro­
ducida por ondas circulares. En suma, la expre­
sión característica es de soberana felicidad.
El ligero esbozo que he hecho de la fisonomía
de los placeres de la sensibilidad general no sir­
ve sino para indicar con ligeros rasgos los tipos
principales de una mímica variadísima, que me
es imposible describir completamente.
El ejercicio de estos diversos placeres, influye
para el perfeccionamiento del tacto general y obra
de igual modo en los placeres táctiles del pri­
mer orden, de que ya he hablado. El bienestar
general modifica por entero el organismo, y pre­
dispone á gozar todos los demás placeres; su fal­
ta constituye un verdadero principio de dolor, por­
que la alegría no se siente en toda su intensidad,
sirviendo en parte para saturar y compensar el
dolor presente. Los diversos grados de este pla­
cer primitivo ejercen después una gran influen­
cia en la estadística de los placeres de la vida de
cada individuo. Los placeres del movimiento, sien­
do causa indirecta del desarrollo de los músculos
FISIOLOGIA DEL PLACER 49

embotan la excesiva sensibilidad para las impre­


siones leves y disminuyen los placeres voluptuosos
y el erotismo nervioso, que es tormento y deli­
cia del sexo bello.
Todos los placeres de que voy hablando son
fisiológicos, porque están conformes con las le­
yes naturales que rigen el sistema nervioso y por­
que todas las personas bien organizadas los pue­
den gozar. Mas hay otros que pertenecen también
al tacto y que se pueden llamar patológicos. Un
placer anormal del tacto específico y general pue­
de provenir ó de una condición particular del
centro cerebral ó de los nervios táctiles, ó de un
estado morboso pasajero de la misma parte del
organismo.
Son placeres patológicos dependientes de la cons­
titución los que sienten algunos individuos al ma­
nejar cuerpos sucios como el fango, los excre­
mentos q el golpearse la cabeza contra los cuer­
pos duros, darse puñetazos, etc.
Los placeres morbosos que provienen á veces
de una condición enfermiza pasajera son muy va­
rios. Los sarnosos y los individuos que padecen
cualquier enfermedad cutánea acompañada de ex­
citación, sienten intenso placer al rascarse lace­
rándose las costras y las escamas que le ensu­
cian la piel. El que tiene una llaga, experimenta á
veces verdadera voluptuosidad al oprimir los con­
tornos y también al estrujar los botones carnosos
que van formando la cicatriz. Recuerdo á un viejo
que me confesaba sentir un placer extraordinario,
que para él no tenía igual, al rascarse los contor­
nos rojizos de una llaga senil que tenía hacía al­
gunos años en una pierna. El que es propenso á la
fiebre violenta se metería en un baño helado y
en cambio los que caminan entre las nieves de los
Fisiología del placer—T. I.—4
50 PABLO MANTEGAZZA

Alpes ise sienten impulsados á ceder á la volup­


tuosidad de acostarse sobre ella para dormir un
sueño que se confundiría prontamente con la muer­
te. En fin las alienaciones mentales pueden volver
agradables los dolores, las contusiones, las heri­
das profundas y otras lesiones dolorosísimas por
sí mismas.
Los primeros placeres no son patológicos más
que de un modo relativo, porque si todos los
hombres Jos pudieran gustar no "serian tenidos
por ¡morbosos; no producen ningún daño mate­
rial, pero son contrarios al sentimiento! de lo be­
llo y generalmente son signo de inteligencia ob­
tusa y de instintos bajos y mezquinos.
Los segundos placeres perjudican á veces direc­
tamente el organismo!, por lo que son esencialmen­
te patológicos, invirtiendo las leyes de la natu­
raleza, la cual acompaña siempre á un placer con
la satisfacción de una necesidad conforme á nues­
tro' bienestar.
La fisonomía de estos placeres es repugnante,
como puede observarse en los rostros de los ni­
ños que juegan en el fango ensuciándose la faz y
las manos ó contemplando el furor de los sarnosos
cuando se rascan. No s«m raros, sin embargo, los
casos en que la fisonomía refleja la irradiación de
una alegría purísima, pero entonces leí placer es
sólo patológico en su origen, y su goce lo vuelve
saludable. Una llaga irritada puede causar, por
esto, voluptuosidad sobrehumana, al cubrirla de
hilas con suave ungüento.
CAPITULO III

De algunos ejercicios y algunos juegos fundados


sobre los placeres del tacto específico y el ge­
neral.

Muchos juegos tienen por principal elemento un


placer del tacto: pero unos pertenecen á los ejer­
cicios gimnásticos y otros son simples juegos. No
trataré más que de algunos que podrán servir de
tipo para otros semejantes.
Uno de los movimientos más sencillos y llenos
de alegría es el paseo, que reducido á su mayor
simplicidad, se reduce á la función del movimiento
hecho para ejercitar los músculos. Pero raras ve­
ces este placer es tan sencillo sino que se com­
plica con otros goces como los de ver, conver­
sar, llegar á algún sitio, ocupar el tiempo, leer,
etcétera. En todos los casos, el elemento' fundamen­
tal é indispensable de este entretenimiento es el
movimiento de los músculos de las extremidades
inferiores y del tronco. El hombre está formado
en su mayor parte por carne y huesos y aunque
la pequeña masa cerebral tenga bajo un yugo
poderoso á todo, el organismo, no. puede evitar
las necesidades de tanta materia viva que con
voz imperiosa demanda nutrición y trabajo. En
52 PABLO MANTEGAZZA

todas las ocupaciones sedentarias las piernas ha­


cen poco ejercicio, con los lánguidos pasos que
se dan por las habitaciones de una casa ó por
los movimientos con que se agitan sobre la ta­
rima de una mesa y al cabo de cierto tiempo
se experimenta la necesidad de salir al aire libre
y de pasear. Entonces los músculos por la fuer­
za acumulada con exceso en sus fibras, se mue­
ven con vivacidad y en sus movimientos sentimos
la satisfacción de una necesidad. El pecho se di­
lata con el aire puro que aspira la boca á gran­
des bocanadas, el pulso se acelera y todo el cuer­
po experimenta indecible bienestar. La variación
del paso, la naturaleza del suelo y de los objetos
que nos rodean varían múltiplemente los place­
res de un paseo; pero lo que más lo modifica es
el grado de sensibilidad ó de inteligencia de cada
uno. El que sólo pasea por entretener algunas
horas del día, ocioso ó cuando más consagrado á
vulgares ocupaciones, no advierte más que el lán­
guido placer de mover mecánicamente las pier­
nas, mientras que el hombre que ha pasado lar­
gas ¡horas en el gabinete de estudio ó que es
exquisitamente sensible, se prepara á dar un pa­
seo como si fuese á una verdadera fiesta. Reco­
gido en sí mismo siente todas las impresiones del
mundo externo; el suave contacto del suelo con
la planta de los pies y el estremecimiento de las
visceras en sus cavidades. Generalmente su paso
es desigual, ya sea por la costumbre de no cui­
darse de las mezquindades de la vida, ya porque
queriendo aprovechar el tiempo y hacer un gran
ejercicio de músculos, corre al principio y alza
los pies desmesuradamente, como he visto hacer
á un célebre profesor de cirujía. La vista y la in­
teligencia hacen amenísimo un paseo á quien pien­
sa y siente. En general este entretenimiento se
FISIOLOGIA DEL PLACER 53
goza más en los países fríos y templados. Las
mujeres y los individuos muy débiles no hallan
en él más que lánguidos placeres, ya porque su
vida es sedentaria, ya porque el esfuerzo que ha­
cen al moverse exige demasiada fatiga.
La carrera es la exageración del paseos y puede
causar también vivos placeres, que, sin embargo,
están reservados para los niños y los jóvenes.
La exuberancia de la vida hace necesario! un ejer­
cicio más violento y después de la carrera es más
agradable el simple caminar. El aire que nos orea,
el sacudimiento de las visceras, las alternativas
del movimiento, son otros tantos placeres que se
confunden en el „goce general. Para el que está
provisto de piernas largas y sabe guardar el equi­
librio, la carrera por un declive está llena de
voluptuosidad. Los ojos eligen rápidamente el lu­
gar donde deben apoyarse los pies y éstos corrien­
do se precipitan hacia adelante; el cuerpo, con
una serie de movimientos que le excitan y que
ejercitan el movimiento, es sacudido en todas sus
fibras sin experimentar una gran fatiga. En el
placer de la carrera, como en todos los que se
vence una dificultad, el sentimiento' de la emula­
ción puede formar gran parte.
El salto no proporciona placer por la sensión
táctil más que cuando! es poco alto; en otros ca­
sos la complacencia de haber hecho un esfuerzo
ó de haber dado' una prueba de valor, compensan
la molestia que el cuerpo experimenta. En los
saltos que se dan á gran altura en el agua se ad­
vierte temblorosa voluptuosidad al sentirse sus­
pendido en el aire. Al saltar sobre un cuerpo
elástico experimentamos el placer de una resis­
tencia vencida, que vuelve á impulsarnos.
El ejercicio saludable de la natación, produce
placeres muy complejos que se derivan casi to­
54 PABLO MANTEGAZZA

dos del tacto. En agua estancada los placeres se


reducen al enfriamiento de la piel, al ejercicio
muscular y al contacto de toda la superficie del
cuerpo con una substancia que tan fácilmente cede
á nuestros movimientos. En un lago ó en el mar
agitado por las olas se añade el placer de alzarse
y hundirse y el de romperse las olas contra nues­
tro cuerpo cuando nadamos contra ellas. Pero
la voluptuosidad máxima se halla al nadar por los
ríos de rápida corriente; ésta nos arrastra y so­
mos impelidos velozmente y sin esfuerzo. Los le­
ves movimientos de nuestros brazos redoblan la
celeridad y vemos huir rápidamente las riberas,
mientras el agua temblando junto á nosotros pro­
duce exquisito y delicado cosquilleo. Las particu­
laridades del placer de la natación son infinitas y
se perdería mucho tiempo teniendo que descu­
brirlas todas.
El baile es un placer muy complejo y que por
los diversos elementos que le forman pertenece
en gran parte también al sentidoi del oído. Sin
embargo, como el hecho fundamental es un mon
vimiento y uno de los ornamentos más brillan­
tes que le sirven de marco es el instinto sexual,
creo que se debe tratar de él en este lugar. Este
placer, reducido' á su elemental sencillez, puede
ser gozado por un solo individuo', que baila sin
acompañamiento de música. En este caso el pla­
cer se reduce al ejercicio de algunos músculos
que se mueven rítmicamente, alternando' con el
reposo y la acción. Si á este individuo se asocia
otra persona del mismo sexo, el placer aumenta
un grado por la participación de las sensaciones.
Si el compañero de este entretenimiento es de
otro sexo y si es hermoso y joven, al pálido'
placer del movimiento se asocian los estremeci­
mientos palpitantes de un inocente abrazo y los
FISIOLOGIA DEL PLACER 55

más ligeros contactos producen infinita voluptuo­


sidad. En fin, si se baila con música, ésta hace
el efecto del sol que, apareciendo sobre el hori­
zonte, despierta á la vida al mundo. Todos los
placeres se confunden entonces y se unifican con
la armonía. Los giros rápidos, los lánguidos aban­
donos, la gracia genital, las elegantes posturas de
los movimientos alternativos se asocian al pal­
pitar del seno, á la confusión de los tibios alien­
tos, á las miradas furtivas, á los suspiros interrum­
pidos, á la opresión de las manos y al convulso
empuje de los flancos. Entonces el hombre ufano
de sentir estremecer bajo sus manos una criatura
viviente que le sigue en sus movimientos, en ¡el
ritmo tempestuoso indicado por la armonía, • se
turba y goza uno, de los más hermosos momen­
tos de la vida. La mujer con su exquisita sensi­
bilidad se siente arrastrada y elevada en los ver­
tiginosos giros por una mano que la oprime ha­
cia su pecho del cual retira el seno palpitante
con ficticia esquivez; se olvida de que existe y
con el rostro encendido y los ojos extraviados,
vuelve de nuevo á su sitio que más de una vez
si fuese ella sola no sabría encontrar. El esplen­
dor de las luces y de los vistosos trajes, los per­
fumes y otros infinitos detalles del lujo, adornan
maravillosamente los placeres del baile sin cam­
biar su esencia. En la edad juvenil y especialmente
para las mujeres es este unoi de los más violentos
placeres de donde con frecuencia brotan graves
desdichas y precoces llantos. El baile gozado en
toda su intensidad es un placer verdaderamente
convulso y un verdadero subdelirio de los sen­
tidos. (*) 1 I ; !
(*) Ninguna nación, al menos de las que nos son más conocidas, go­
za de los placeres del baile tanto como la francesa.—Ved cómo Mr. Gui­
llard traduce acertadamente este párrafo en una edición francesa de mi
56 PABLO MANTEGAZZA

En los ejercicios gimnásticos el placer es tanto


mayor cuanto más esfuerzo muscular se emplea en
ellos y cuanta más necesidad se siente de ejercitar­
los. Los individuos que tienen músculos ligeros,
sutiles, no encuentran ningún placer en los es­
fuerzos que les resultan fatigosos. El placer es muy
variado en los diversos casos, pero nunca es vo­
luptuoso y se denota siempre con la fisonomía
del agrado y del esfuerzo. El vencer una resisten­
cia bajo nuestro empuje, el alternar el ejercicio
con el reposo y la rápida sucesión de sensaciones
fuertes, son los principales elementos que cons­
tituyen los placeres de ios varios ejercicios gim­
násticos.
Todos estos placeres son causa del ejercicio de
un movimiento que surge en nosotros y que se
comunica á nuestro cuerpo y á otros objetos. Se
pueden disfrutar, á veces otros muchos por la
sensación de un movimiento que nos sea comu­
nicado.
El ejercicio de la equitación va acompañado
de muchísimos placeres que varían entre muy vas­
tos confines. El mantenerse firme sobre los es­
tribos con el cuerpo bien colocado sobre la silla,
nos produce el elemental placer de hallarnos á
distancia de la tierra, sobre el dorso de un animal,
---------- nniíBim
libro, impresa en Bruselas por Schnne y que está de nuevo incompleta
por error del editor:
«Les vertigineux tourbillons, le mol abandon, les grâces et les élégan­
tes agaceries de mouvernensts se. marient aux palpitations du sein, tau
souffe desl tiédes haleines, aux oeillades furtives, aux soupirs entrecoupés,
aux ■serrements des mains et aux convulsives ondulations de ia taille.
C'est alors que l'homme, heureux de sentir frémir sous sa main une
créature vivante dont tous les mouvements souples et ardents, provoqués
par l’harmonie, cèdent aux siens, se laisse aller au bonheur de jouir des
plus beaux moments de la vie. C’est alors que la femme, dans 'tout
l’orgasme de son exquise sensibilité, se sentant soulevée et entraînée par
une main qui la tient pressée contre une poitrine, en éloigne son sein pal­
pitant, tout en voulant cependant être plus prés encore. C'est alors que
la femme oublie de vivre, et que e visage enlflammé, l'oeil troublé, et
onduie acpr.son cavalier, elle va rependre sa place, que bien souvent
elle aurait difficilement retrouvée seule...»
FISIOLOGIA DEL PLACER 57

que con el calor de su cuerpo y con sus estremeci­


mientos musculares nos revela una vida fuerte y
vivaz. Apenas una ligera presión de nuestra mano-
impone un lento paso al corcel, nuestro cuerpo
se conmueve y advierte el placer de un movimiento
que realizamos sin fatiga. Los ojos se dilatan sobre
un amplio horizonte ó se detienen á examinar
los varios movimientos de las orejas y la elegante
silueta de la cabeza del caballo. La mano que
guía, está presta á interpretar los deseos de la
voluntad, mientras la otra acaricia la fina piel ó
juega con las crines del caballo. Pero el fácil mo­
vimiento del paso cansa pronto al jinete, que, aflo­
jando las riendas, ordena el trote y empieza á
sentir el movimiento de las visceras por los alter­
nativos saltos de su caballo. La agradable presión
de los pies sobre los estribos, en los que únicamente
se apoya á veces el cuerpo y el movimiento inci­
tante de todo el organismo, hacen muy agradable
el trote especialmente cuando se monta á la in­
glesa pues en este caso los muslos, alzándose con­
tinuamente, evitan las sacudidas bruscas. Sin em­
bargo, el mayor placer se experimenta en el ga­
lope ó en la carrera. Entonces somos llevados
en vuelo sin sacudidas, como si navegásemos sor
bre largas ondas en el aire, que ofrece bastante
resistencia para producir en torno de nuestro cuer­
po un viento que nos refresca y nos exalta. El
placer esencial de montar á caballo depende de la
naturaleza del movimiento que nos es comuni­
cado y no se puede definir por sí mismo. Los
artificios de la equitación constituyen infinitas va­
riedades que sólo pueden experimentar los que
se ejercitan mucho tiempo en este arte agradable
é higiénico.
El ir en coche es una sensación que puede resul­
tar agradable cuando1 el movimiento es bastante
58 PABLO MANTEGAZZA

uniforme y el cuerpo se halla en condiciones fa­


vorables para gozar con el impulso que se Je
comunica. Es mayor el placer cuando somos lle­
vados en la dirección en que acostumbramos á
movernos, pues en este caso todos los elementos
reciben un movimiento análogo al usado siem­
pre; el movimiento contrario para algunos indi­
viduos resulta molesto y les causa náuseas y do­
lor de cabeza. Antiguamente en los vehículos sin
muelles y sobre los caminos desiguales y pedre­
gosos no podrían gozarse los placeres que hoy
goza un ciudadano que muellemente sentado so­
bre los almohadones blandísimos de un coche corre
rápidamente sobre el suave asfalto de una ciudad.
Para muchos individuos este placer es casi indi­
ferente, en tanto que para otros resulta volup­
tuoso y saludable.
Las inciertas ondulaciones, el rápido vuelo, las
varias impresiones del movible campo en que se
encuentra sumergido el aeronauta tienen que pro­
porcionar intensos placeres de varias naturalezas.
Muchos juegos deben su principal atracción á
los placeres del tacto; el columpio, el juegoi de
pelota ó de balón, el billar, y otros muchos per­
tenecen á esta clase y los placeres que proporcio­
nan constan de los varios elementos que ya que­
dan analizados y que se combinan entre sí de
diverso modo. Casi siempre la compañía y la emu­
lación forman la parte principalísima de estos en­
tretenimientos.
CAPITULO IV

Placeres sexuales; fisiología comparada y análisis.

La naturaleza, precisada á conservar la especie


á través de los siglos, á pesar del conflicto de los
elementos morales, ha dotado al hombre y á la
mujer de una poderosa necesidad de unirse para
consumar en un sublime delirio' de espasmos volup­
tuosos, un acto por el cual se produce una nueva
existencia. Para esto se sirve de dos ele|mentos
esenciales, de una potencia pronta á la acción
de un instinto colocado en el centro cerebral, y de
órganos muy sensibles, que al ponerse en con­
tacto producen el piayor de los placeres de los
sentidos. La unión de los sexos en el grado más
ínfimo se observa hasta en los animales inferio­
res, en muchas ,de las cuales el placer de la có­
pula se reduce únicamente al contacto ó á la
atracción de los órganos genitales. Ascendiendo
desde los seres inferiores á los superiores de la
escala animal, se .ofrece un espectáculo estupendo
al observar la múltiplé variedad con que se van
agrupando para el ¿echo fundamental, que sirve
casi de esqueleto á otros infinitos elementos que
Embellecen y perfeccionan ¡el placer de la có­
pula. Ante todo la naturaleza comienza embelle­
60 FABLO MANTEGAZZA

ciendo las formas externas de los dos séres que


deben unirse en el misterioso lazo, cual si in­
vitase á una fiesta y hace más íntimo é intenso
el contacto de las dos superficies que deben tocarse.
Pero antes la naturaleza añade á los órganos esen­
ciales otros de puro lujo de voluptuosidad; adorna
el fenómeno mecánico con delicadísima galantería
que se observa ya esbozada en los animales in­
feriores en las luchas y juegos que preceden á
la cópula, hasta que al llegar á los animales su­
periores, á todos los deleites del sentido1, une los
primeros esbozos del sentimiento que, asociándose
á aquél, producen mil combinaciones deliciosas.
Las gradaciones del placer crecen en forma é
intensidad poco á poco; van complicándose los
órganos sexuales y se van perfeccionando los cen­
tros nerviosos. La prolongada unión de algunos in­
sectos y la muerte que hiere á los machos inme-
diatamente á la cópula, hace sospechar que estos
animales inferiores deben estar favorecidos por
la naturaleza con más intensa voluptuosidad; pero
la imperfección del contacto de sus miembros y
la sencillez de su sistema nervioso hacen poco
verosímil esta opinión. Además de todo sólo pue­
den emitirse opiniones probables, señalando á gran­
des rasgos la línea ascendente que une á todos
los séres vivos.
Las criaturas humanas han sido pródigamente
organizadas para los placeres sexuales. La natura­
leza derramó sus tesoros ornando de las mayores
seducciones la aproximación de los sexos, como
para compensar al hombre de la pérdida de tanta
fuerza y á la mujer de tantos dolores y tantos
sacrificios como le cuestan breves momentos de
voluptuosidad. Las riquezas más preciadas del sen­
timiento y de la inteligencia se muestran profu­
samente len el dichoso instante que precede iá
FISIOLOGIA DEL PLACER 61

la unión sexual, hasta que llegado' el momento


supremo-, todos los goces se funden en una apo­
teosis de voluptuosidad, en una desordenada dGa­
licia, que no tiene nombre, ni ponderación posi­
ble. Pero no trazaremos mas que contornos ligeros
y vagos que servirán más para adivinar que para
describir.
La fuerza motriz é inicial de todos los fenóme­
nos de la voluptuosidad sexual es el instinto po­
deroso que, desde la pubertad hasta la época de
la impotencia, nos impele á aproximarnos á per­
sonas de otro sexo que se hallan en las mismas con­
diciones de deseo y de fuerza y que pueden sa­
tisfacer nuestras necesidades. Este impulso- es en
su íntima naturaleza absolutamente ciega y las
demás facultades no- hacen más que contenerle y
modificarle en la forma, sin alterar para nada
la esencia. El padre y la fuerza irresistible cons­
tituyen la principal causa del placer intenso que
acompaña á la satisfacción del apetito. Después
la voluptuosidad es tanto más grande cuanto ma­
yor es el número de necesidades que se satisfa­
cen en la unión final. Así la reunión, de dos séres
que se hallan en la obscuridad sin conocerse y
que se entregan al goce carnal, es un hecho sim-
piicísimo en el que no interviene más que el ins­
tinto del sentido. Pero generalmente no sucede
así. La vaga tendencia de aproximación hacia el
otro sexo, produce avidez de ver y de buscar y
si nos hallamos junto á un sér <¿ue apaga en nos­
otros hasta el sentimiento de lo bello;, solamente
impulsados por lo verdadero ó por lo bueno nues­
tros deseos indeterminados se fijan sobre aquel
objeto y se inflaman con la mayor violencia pro­
duciendo una pasión. Sin embargo, desde el im­
pulso del deseo á la satisfacción del placer hay
gran distancia henchida de alegrías y de emo­
62 PABLO MANTEGAZZA

ciones deliciosas, que perteneciendo al sentimiento


y á la inteligencia, describiremos en otro lugar.
Para reducir con pocas palabras á una fórmula
todos los fenómenos que preceden á la voluptuosi­
dad, puede afirmarse que la naturaleza ha en­
cargado ¡á la mujer el poder retardar por cierto
tiempo el ataque, entablando una lucha difícil,
entre ambos, que hace la victoria más grata cuan­
to más ruda y larga es la escaramuza. La hembra
salvaje, perseguida por el varón, huye y se es­
conde, mientras la doncella civilizada, con las ar­
mas del pudor, exalta, é irrita hasta el grados má­
ximo los ardientes deseos de su amante, al que
no concede el triunfo, sino tras difíciles pruebas.
Las complicaciones de este acto, de intento sim­
plificado por mí, son infinitas y provienen de to­
das las pasiones grandes y pequeñas que hacen
latir el corazón humano de alegría ó de dolor.
También la parte puramente física del placer
amoroso, de la que me limito á hablar, es ri­
quísima en delicias que pueden dividirse en goces
que proceden y que acompañan á la unión de los
sexos. ,Casi todos ellos pertenecen al sentido del
tacto, pocos á la vista y ninguno á los restantes
sentidos.
La mera aproximación ó contacto de dos per­
sonas que se aman, pone á todos los nervios sen­
sitivos del tacto en un estado de erotismo^ y de
hiperestesia. Los más inocentes contactos cons­
tituyen origen de placer; la epidermis se caldea,
tiemblan los labios entrecortando las palabras, la
respiración y la circulación redoblan su actividad
y el pecho anhelante exhala prolongados suspiros.
En tales momentos en que la inteligencia calla
por completo y no razona^ toda la actividad vital,
llevada al grados máximo de tensión^ se concentra
en el sentido del tacto. Entonces las partes más
FISIOLOGIA DEL PLACER 63

sensibles del cuerpo1 se aproximan recíprocamente


y se encuentran. Las manos se estrechan entre
múltiples caricias, los labios se unen y cambian
con hálito ardoroso besos ardientes que no' son
mas que espasmos voluptuosos producidos al jun­
tarse y oprimirse las partes sensibilísimas pro­
vistas de innumerables nervios. Si los labios per­
manecen unidos largo tiempo las lenguas se en­
cuentran frecuentemente enviándose torrentes de
voluptuosidad. El organismo se halla en un estado
de completa perturbación y Jos escalofríos y los®
susurros reiterados indican el 'estado de tensión
en que se halla todo el sistema nervioso. Los
ojos casi siempre están lánguidos y entornados
para no distraer con las imágenes de los objetos
externos la percepción de los estremecimientos
deliciosos, procedentes de todo el organismo'.
Respetemos en silencio el misterio de estos ins­
tantes solemnes en que el sentido del tacto se re­
concentra en un sólo punto del cuerpo, que parece
no haber experimentado jamás los placeres meno­
res (ante la nueva sensación que les comprende y
resume. El misterio' se consuma y el placer, irra­
diando á torrentes desde los miembros genitales
á toda la vasta red de los nervios sensarios, difunde
tanta voluptuosidad que destruiría el débil orga­
nismo si se prolongase mucho. En tan breve lucha
la inteligencia da escasas señales de vida con fra­
ses entrecortadas que, cuando más, consisten en
exclamaciones mezcladas con suspiros ó en ver­
daderos gritos: á veces la perturbación es tal que
las personas parecen atacadas de un verdadero
acceso convulsivo. La risa es rarísima y semeja
una sonrisa prolongada y trémula; á veces la glo­
tis se oprime y la respiración se hace estertórea y
silbante. ■ ' 1
El origen de tanta voluptuosidad tiene que pro­
64 PABLO MANTEGAZZA

ceder de la estructura particular de los nervios sen­


sorios de los órganos genitales y de los centros
nerviosos, pero no podemos conocerla experimen­
talmente. La acción en sí misma es sencillísima
y no consiste mas que en el contacto y en el fro­
tamiento recíproco de dos partes sensibles. El fe­
nómeno esencial de la cópula estriba en la po­
lución y es producido por la contracción espas-
módica de las vejiguillas espermáticas que lle­
gan al grado máximo del espasmo venéreo. El
hombre puede en cierto modo, prolongar la ac­
ción á modificar la forma, mas en el último ins­
tante la naturaleza sola se encarga del acto fun­
damental del fenómeno!, en cuya ejecución para
nada interviene la voluntad.
Durante la cópula, los dos sexos proceden con
diversa actividad. La mujer, siendo esencialmente
pasiva, puede realizarte hasta sin conocimiento
y sin placer, mientras que el hombre necesita
toda su energía. Más de una vez sucede que un
pensamiento importuno, el temor, la imágen de
un objeto asqueroso, ú otra causa análoga, hacen
pasajeramente impotente al hombre más fogoso
par» el amor y entonces debe renunciar á una
batalla ya comenzada. En este caso llega disfra-
zadamente al aparato genital una parte del ero­
tismo nervioso y queda atacado instantáneamente
de la más fatal impotencia. Este fenómeno no
puede, sin embargo, sobrevenir mas que en el
primer instante, después del cual la acción se
precipita hasta el fin con la irresistible necesidad
de una ley ineludible de la naturaleza.
Al placer sexual m* se refiere solamente la sen­
sación propia de los órganos genitales, y las que
se experimentan en cualquier parte del cuerpo
por el contacto de los dos sexos, sino cualquier
otra modificación del tacto que revelen deseo ó
FISIOLOGÍA DEL PLACER 65

pensamiento erótico. La sensación más inocente


en la infancia ó en la vejez puede resultar vo­
luptuosa en la juventud, despertando repentina­
mente un espasmo en los miembros genitales. Otras
veces en la misma edad juvenil una sensación
táctil puede llegar á ser voluptuosa por la conges­
tión espermática ó por cualquier circunstancia ac­
cidental que producen de pronto una conmoción
en los órganos genitales. Entre ellos figuran el
tocar terciopelos ó pieles, el acostarse en lechos
blandos, el columpiarse, el tomar baños calien­
tes, etc. Los placeres que se experimentan en es­
tos casos no resultan sexuales sino cuando, desper­
tando imágenes lascivas, producen conmoción en
los órganos genitales. Esta distinción es muy esen­
cial, porque un mismo placer puede cambiar de
naturaleza, según sea sexual ó puramente táctil.
A los placeres venéreos pertenecen, aunque in­
directamente, la alegría originada por las imá­
genes lascivas, por la lectura de ciertos libros,
por las conversaciones sobre determinados asun­
tos y por otros motivos semejantes; mas todo esto
se refiere al sentimiento y á la inteligencia.
Pueden existir también placeres venéreos, muy
semejantes á los naturales y sin ningún contacto
sensual, en la polución nocturna producida du­
rante un sueño lascivo. En este caso puede acon­
tecer que la mente, llena de ideas híbricas y de
obscenas imágenes, sea causa del sueño ó del pla­
cer y aún con más frecuencia puede suceder que
los órganos genitales, hallándose en estado de hi­
perestesia y de congestión espermática, envíen al
cerebro tales sensaciones que instiguen á la ima­
ginación, la cual, sin el frenoi del raciocinio, pro­
duzca tal perturbación que semeje el verdadero
ayuntamiento sexual. Sin embargo, este placer re-
Fisiología del placer—T. I.—5
66 PABLO MANTEGAZZA

sulta incompleto, porque el conocimiento no se


despierta sino imperfectamente. Cuando realmente
se repasa la voluntad falta. .Frecuentemente la
escena es bastante1 viva para despertar en el acto
de la polución ó poco después; tal vez el sueño
se interrumpe desde luego y, entonces, levantán­
dose puede impedirse el fenómeno. Sin embargo,
esto sucede muy raras veces y en las personas
castas, en vez de ser nocivo resulta saludable,
librándolas de una molesta congestión espermá-
tica. Si la evacuación se ha producido sin placer
y sin el precedente de un sueño lascivo, el fe­
nómeno es verdaderamente morboso y, si se res­
pite, es preciso1 recurrir á un médico. Sin entrar
en muchas particularidades de la polución noc­
turna fisiológica puede decirse que es propia de
la prolongada castidad, de la alimentación fuerte
y excitante, de la obsesión de una idea lasciva,
del sueño1 después de una comida ó de una esplén­
dida cena y de dormir largo tiempo en lecho
muelle, después de un día sin cansancio.
Todos estos placeres son fisiológicos, es decir,
conformes ¡á la naturaleza y no Resultan culpa­
bles más que cuando son gozados á despecho de
las útiles facultades del sentimiento ó de la in­
teligencia. El hombre que sabe despreciarlos aun­
que los desee, consigue una de las victorias más
raras y difíciles ya que los placeres sexuales cons­
tituyen la voluptuosidad más violenta de los senti­
dos y para muchos individuos, la mayor de toda
la vida.
Los placeres venéreos gozados con prudencia
no dominan mas que un tiempo limitado al hom­
bre, ejerciendo aún mienor influencia en la mu
jer. La debilidad que ellos producen atacan los
músculos, los sentidos, los sentimientos y la in­
teligencia. El pensamiento1 es tardo y enloquecedor
FISIOLOGÍA DEL PLACEE, 67
durante estos fenómenos; las sensaciones son apa­
gadas, el aumento del apetito y la necesidad de
reposo invitan al hombre á reparar las pérdidas de
energía y á reanimar con el sueño su abatido
sistema nervioso. La vida entera queda también
modificada por el conjunto de actos voluptuosos
y el sentimiento! refleja su inevitable influjo. El
ejercicio de las funciones sexuales constituye el
primer anillo de la cadena social, nos vuelve más
afectuosos ly predispuestos á compadecer y per­
donar, mientras el triunfo completo sobre los ins­
tintos carnales, sublima las facultades intelectivas
á costa del sentimiento, ó nos hace esclavos de
los brutales placeres de la mesa, cuando el ¡es­
píritu no siente mas que vagas necesidades.
Los placeres sexuales tienen importancia muy
diversa en la vida de cada individuo. El que es
capaz de gozar con los tesoros de la inteligencia
ó con las delicadezas del sentimiento, no dedica
á los sentidos sino una pequeña parte de sí mismo,
que muchas veces sacrifica á despecho', robán­
dola de altares más sublimes; mientras que el
hombre que por imperfección congènita ó ¡envile­
cimiento' social no es apto para los goces supe­
riores, dedica casi todas sus fuerzas á las ¡lu­
chas amorosas. La monótona y desvaída estafa de
la vida de muchos individuos, no tiene otra tra­
ma que una serie más ó menos interrumpida de
puntos marcados por transitorios delirios de abra­
zos vulgares.
CAPITULO V

Diferencia de los placeres sexuales según la edad,


la constitución, la condición social, el sexo, el
clima, la época y otras condiciones externas.

Los placeres sexuales varían mucho de natura­


leza é intensidad según múltiples condiciones, las
cuales pueden ser congénitas é inmutables ó ac­
cidentales y variables. Esto se comprende fácil­
mente siendo el placer una sensación causada por
infinitos elementos, dependientes los unos de los
otros en que todos ejercitan su influencia sobre
el resultado final, cosa que puede experimentarse
cuando sentimos placeres muy varios, ejercitando
un acto, que aparentemente siempre es igual en
sí mismo.
La constitución que tanto influye en todos los
actos de la vida, también imprime una marca es­
pecial á la naturaleza de los placeres venéreos.
Sin embargo, de esto no pueden hacerse más que
inducciones más ó menos probables. En general,
se puede decir que tos placeres son mayores cuan­
to más viva es la sensibilidad y la inteligencia
y cuanto más enérgico es el instinto sexual.
Sin embargo', los dos primeros elementos ejer­
citan la influencia máxima, por lo que un indivi­
fisiologìa del placer 69

dúo dotado de temperamento erótico más exigente,


pero de sentidos obtusos, goza mucho menos que
otro que experimenta todas las sensaciones de un
modo exagerado, que tiene facultades intelectua­
les muy lúcidas y una conciencia delicadísima para
comprender lo que siente y analizar las infinitas
gradaciones kdel placer. Los individuos de tem­
peramento nervioso, los que tiene la piel morena
y fina, las formas redondeadas, los labios gruesos
y la laringe prominente gozan generalmente mucho
más que los que se hallan en circunstancias opues­
tas. Sin embargo', he notado una excepción y es
que algunos seres muy sensibles no llegan más
que rara vez y después de larga experiencia á los
grados máximos del placer, ya que no pudiéndolo
soportar cuando por su excesiva fuerza le lleva
á un verdadero delirio, contraen espasmódicamente
los músculos de los órganos genitales y la eva­
cuación se produce sin placer, forzada por la com­
presión de los filamentos nerviosos excitados.
Una tradición universal juzga lascivos á los jo­
robados, á los enanos y, en general á todos los in­
dividuos de pequeña estatura y larga nariz. Aun­
que esta afirmación no esté científicamente com­
probada, acontece muchas veces que estos indivi­
duos son voluptuosísimos; por lo * cual es muy
probable que sus placeres sean muy intensos por
hallarse dotados de una exquisita sensibilidad. La
facultad generadora no ha sido concedida ¡más
que á la edad de mayor vigor, en la cual el orga­
nismo desenvuelve una fuerza muy superior á la
que necesita para conservar su propia vitalidad;
de donde se deduce que los placeres venéreos son
propios de la edad fecunda y del período de ma­
yor energía. En los primeros años de la pubertad y
de la juventud estos placeres son generalmente
muy intensos, pero menos refinados; mientras que
70 PABLO MANTEGAZZA

después, desde los cuarenta años, la experiencia y


la necesidad de reavivar con cierto estudio sen­
saciones entibiadas por el hábito, los placeres se
vuelven más exquisitos. Antes de esta edad, cuando
el ímpetu de los ardientes deseos juveniles se unen
á la lujuria estudiada, estos placeres llegan á su
máxima potencia. Esto sucede en general de los
veinte á los treinta años. Sin embargo, el hom­
bre puede abusar de sí mismo exigiendo placeres á
los órganos que la naturaleza no ha puesto toda­
vía en acción ó ha condenado ya al reposo. Las
lánguidas sensaciones que se experimentan en es­
tos casos pertenecen á los placeres patológicos y
condenan á los culpables á sufrir, como si la na­
turaleza hubiese fijado invariablemente á cada in­
dividuo una medida determinada de placer y do­
lor, que no es posible aumentar ni disminuir; por
lo cual cuando se pretende aumentar la dosis de
placer destinada á cada uno, una mano invisible
deja caer un granito sobre la balanza del dolor,
donde ya no se altera el equilibrio.
Muchas veces han disputado los fisiólogos so­
bre si la naturaleza se ha mostrado' parcial con
uno de los sexos, concediéndole mayores prerro­
gativas en el banquete del amor. Si bien esta cues­
tión no puede resolverse con experiencias y prue­
bas rigurosas, creo que puede afirmarse con bas­
tante seguridad que la mujer goza mucho más
que el hombre en el delirio del amor, dejando á un
lado las excepciones que se derivan de la com­
plexión individual.
He aquí la razón, fundada en la materia y en
la fisiología. El aparato voluptuoso de la mujer
es más complicado que el del hombre. La vagina
es en ella el órgano, fundamental del placer al en­
contrarse con el órgano viril; pero éste no tiene
mas que el prepucio, para contrarrestar el com-

■’s
FISIOLOGIA DEL PLACER 71

plicado vestíbulo del templo de Venus, á la boca


del útero que en muchas mujeres es el origen de
los placeres más intensos, mientras en otras, do­
tadas de una exagerada sensibilidad noi puede su­
frir impunemente el contacto de un cuerpo extraño.
La estructura de los órganos genitales femeninos
hace únicamente doloroso la desfloración, que tam­
poco es del todo anodina para el hombre1.
Los órganos genitales femeninos en la parte que
sirve de instrumento al placer están cubiertos por
una membrána mucosa, humedecida constantemen­
te; y, siendo internos conservan ilesa su sensibi­
lidad. El hombre tiene la mayor parte del órgano
cubierto del mismo tegumento, aunque se halla
mucho más en contacto con los objetos exterio­
res.
El aparato1 femenino destinado á los placeres
sexuales tiene una superficie mluchoi más exten­
sa que la del hombre. ,
La mujer está dotada de una sensibilidad más
exquisita que el hombre, por la que siente con
más intensidad la influencia de los objetos ex­
ternos.
Durante la cópula, la mujer resulta eminente­
mente pasiva, por no emplear el más pequeño
esfuerzo. En los placeres venéreos no sufre mas
oue una ligera debilidad, derivada del agotamien­
to en que cae el sistema nervioso y se halla antes
que el hombre en disposición de renovar el acto.
La mujer físicamente está siempre dispuesta á
la cópula, mientras el hombre sólo puede hacerlo
algunas veces.
Algunas mujeres experimentan muchas polucio­
nes en el tiempo en que el hombre sólo tiene
una sola.
La mujer, aun cuando- esconde las palpitaciones
del seno y sus vehementes anhelos bajo amplios
72 PABLO MANTEGAZ2A

vestidos, aspira con mayor transporte que el hom­


bre estos placeres y los hace más seductores por
el misterio que le imponen el pudor y las con­
veniencias sociales.
En fin, la naturaleza en la función generadora,
debe á la mujer una compensación del acerbo do­
lor y de los peligros que le reserva y le concede
una voluptuosidad, que le hace olvidar la larga
serie de sacrificios que le impone el acceder á
la necesidad arrolladora.
Hay, sin embargo, un hecho que parece con­
tradecir estas razones y por el cual algunos afir­
man lo contrario de cuanto he pretendido pro­
bar; este hecho es la absoluta indiferencia y has­
ta el enojo que demuestran muchas meretrices
al recibir los placeres pagados. En este caso en­
tramos dentro de un terreno que pertenece abier­
tamente á la patología moral y se halla fuera de
las condiciones ordinarias. Por otra parte, el abu­
so de la cópula hace indiferente para la mujer este
acto, al cual ha de coadyuvar para producir pla­
cer y necesita una irritación local más intensa y
más prolongada para llegar á una polución com­
pleta. Casi todas las rameras tienen, sin embargo,
un amante al cual conceden el cuerpo y el amor,
y en los goces que le reservan prueban que pue­
den otorgar un placer, que no dividen con la turba
de sus poseedores. Este hecho no tiene importancia
y sirve tan sólo para patentizar cómo, en todos
los actos de la mujer el sentimiento entra icomo
elemento esencialísimo y logra modificar un acto
al cual somos arrastrados con tanta fuerza por
leyes anatómicas y fisiológicas.
La condición social modifica también la natu­
raleza ¡de los placeres venéreos, sea por la in­
fluencia que ejerce sobre la estructura orgáni­
ca, sea por las modificaciones que imprime ep
FISIOLOGIA DEL PLACER 73

las predisposiciones morales. El hombre que gana


el pan sobre el campo que cultiva ó en ingrato
taller y el que dedica la parte principal de su ener­
gía iá lois trabajos intelectuales, reservan para el
sensualismo' poquísima fuerza, porque al acostar­
se tse encuentra rendido' y no puede mostrarse
enérgico en la lucha amorosa. Los que viven en
la abundancia, los que procuran la delicadeza del
sentido del tacto, educándolo en la molicie, los
que se atiborran de suculentas comidas y de be­
bidas excitantes, están desde luego más predis­
puestos á embriagarse con la voluptuosidad de
los jardines citrinos.
Los placeres sexuales son también modificados
por el clima, el cual influye mucho más Isobre
su repetición que sobre su esencia. De hecho en
los países cálidos donde la naturaleza se muestra
con todo el lujo y la pompa de su exuberancia,
los hombres se abandonan con mayor violencia
á la cópula y están dotados de un aparato genital
más enérgico1. Pero así como en estos países el
excesivo, calor, obliga á renunciar casi en abso­
luto lá los vestidos que defienden el cuerpo de los
agentes exteriores, la sensibilidad se aminora, tanto
más porque al ardiente transporte del organismo
le falta la infinita delicadeza procedente de la
civilización.
En los países fríos, á veces los deseos son me­
nos vivos, pero la inclemencia de la temperatura
aproxima á los individuos y hace entrar como
elemento de voluptuosidad en los placeres vené­
reos el contacto del cuerpo y el grato contraste
del hospitalario ambiente de la casa con el frío
viento que azota los muros. Puede decirse que
en esto la naturaleza se muestra próvida de ale­
grías. El africano, de temperamento erótico tiene
Ja epidermis poco sensible y la inteligencia ob­
74 PABLO MANTEGAZZA

tusa, por lo cual goza solamente con violencia en


el placer fundamental de la cúpula, mientras que
el helado sueco en su muelle lecho goza plena­
mente las delicadas alegrías que, á guisa de orna­
mento espléndido, preceden y acompañan (á la
lucha amorosa. ¡Ah! si á un hombre nacido en
los trópicos le fuese concedida la lúcida inteligen­
cia y la esquisita sensibilidad de un europeo. Mo­
riría agotado por el paroxismo de la voluptuosidad.
Esto se refiere solamente á los indígenas de la
zona tórrida. El europeo establecido ó nacido en
ella se halla en condiciones desfavorables para
el ejercicio' de las funciones reproductivas, porque,
le invade el ocio, le enervan la suavidad del clima
y otras muchas circunstancias le impelen á gozar
con mayor transporte estos placeres; pero por
otra parte sus fuerzas son muy escasas tardando
más á repararlas. Esta es una de las causas menos
advertidas y más esenciales de la diversa morta­
lidad de la raza blanca en los países templados
y ardientes de las distintas zonas del globo. (E1
mismo europeo en una región fría es más enér­
gico para el amor y se halla menos impelido ¡á
gozar, mientras en los trópicos se siente más débil
y arrastrado con más ímpetu á ceder á un goce
que le aniquila.
Tal vez las estaciones ejercen sobre estos pla­
ceres la misma influencia que los chinos.
Aunque la vida de la humanidad experimenta
en el siglo presente en las facultades físicas y
morales algunas modificaciones que influyen so­
bre la generación, son tanto más marcadas cuanto
más importante es la facultad que se modifica.
Así yo creo que la facultad generadora es .una
de las que se conservan más ilesas entre el trá­
fago de las generaciones, porque está señalada
por la naturaleza como la más importante en el
FISIOLOGÍA DEL PLACER 75
/
orden orgánico, tiene límites más definidos y no
se doblegan al embate de los agentes externos. Ha­
blando solamente del elemento del placer que en­
tra en el ejercicio de esta función, puede afirmar­
se que podrían haber sido más intensos en la in­
fancia de la humanidad, pero1 que ahora son más
delicados y multiformes. La cópula de los prime­
ros hombres desnudos, sobre el ávido1 terreno se­
ría violentísima, mas ciertamente no puede com­
pararse á la palpitación que se experimenta bajo<
el tibio edredón de blandísima pluma.
Además el ejercicio de una facultad la perfec­
ciona y el individuo perfeccionado deja como he­
rencia natural á la generación siguiente, una pon
tencia mas delicada y niás fuerte. Si bien al na­
cer se recibe en esta corta influencia civilizadora,
al través de largos siglos el influjo se debe ha­
cer sentir hasta en el ejercicio de la facultad fun­
damental. En todos los tiempos los placeres se­
xuales fueron más exquisitos cuanto más refinados,
creciendo siempre con detrimento de otros pla­
ceres más sublimes y de la dignidad humana.
Cuando las naciones, depuestas las armas, des­
cansan sobre los laureles, no hallan solaz sufi­
ciente en el cultivo1 de las artes ó en el estudio
de las letras y de las ciencias y no hallan camino
más abierto que el de los placeres de los senti­
dos se arrojan en ello con ávido anhelo, llegando
á formas inauditas y horrendas de voluptuosidad.
La historia nos presenta múltiples ejemplos, so­
bre los cuales no puedo filosofar sin alejarme
de mi propósito.
Todas estas circunstancias modifican la varie­
dad compleja de los placeres venéreos en la vida
de un individuo y de una generación; pero hay
infinidad de causas que obran sobre estos place­
res y que tienden á variar su intensidad, su na­
76 PABLO MANTEGAZZA

turaleza y sus mismos fines. Sin embargo este


es un argumento delicadísimo y sobre el cual,
como sobre otros muchos que se refieren á este
asunto, debo correr un velo. Diré tan sólo que
estos placeres son tanto más vivos cuanto más
espontáneo fue el deseo que indujo á gozarlos y
cuanto más verdadera era la necesidad física. Los
placeres procedentes de una veleidad ó capricho
pasajero son también menos vivos que los que
origina la naturaleza y nacen en un cuerpo casto
y robusto. En el medio social en que vivimos en
Europa, la hora más propicia para estos placeres,
es la que sigue al despertar por la mañana. Por
la noche la vida intelectual y sensitiva descansan
casi en absoluto, en beneficio de la nutrición ge­
neral, por la que al despertar nos hallajmos en
las condiciones más favorables para producir todo
el esfuerzo que requiere la cópula. Además, los
órganos genitales, por la posición en que dormi­
mos, se encuentran en condiciones muy favora­
bles á las sensaciones producidas por estos pla­
ceres.
CAPITULO VI

Placeres sexuales patológicos

El hombre, que abusa de todo, no podía con­


tentarse con los placeres naturales que acompa­
ñan á la unión sexual, sea porque el hábito vuelve
insípida la sensación más exquisita, sea porque la
avidez de goces le lleva á imaginar nuevas volup­
tuosidades, sea porque la complicación de las con­
diciones sociales en que se encuentra hacen im­
posible muchas veces la satisfacción de las ne­
cesidades naturales. Por todas estas razones, el
hombre ¡con artificios más ó menos rebuscados,
procuró imitar el mecanismo de la cópula, pro­
poniéndose como último' y único fin, los placeres
que la naturaleza emplea como medios para con­
seguir fines más sagrados. De aquí proceden el
onanismo, la pederastía, la bestialidad y otras
bajezas por el estilo, que no pueden expresarse
mas que con palabras griegas ó latinas, porque
no tienen otros nombres en ninguna lengua.
Si bien sobre este asunto tendríamos infinitas
cosas que decir y si bien el objeto descriptivo y
científico de este libro haría perdonable la imL
pudicia al escribir, sin embargo quiero respetar
el pudor y la delicadeza de los que tengan ne­
78 PABLO MANTEGAZZA

cesidad de leerlo y omitiendo el entrar en de­


talles que puedan ofenderles, trataré la materia
de un modo general.
Dejando aparte los placeres patológico-sexuales
menos frecuentes, voy á hablar de la mastur­
bación, vicio más frecuente de lo que se imagina
y que, oculto en el más impenetrable misterijo,
corroe lentamente la fuerza y la inteligencia más
robustas, modificando en absoluto la generación.
El que es bastante casto para no conocer este
género de placeres, no debe negarse á creer en
la existencia de este vicio casi universal, pues
interrogando á sus amigos, observando y estu­
diando se persuadirá de esta verdad y podrá ejer­
cer la benéfica influencia del consejo y del ejem­
plo entre los que le rodean. El que se atreviese
á afirmar que este placer no es propio mas que
de las personas de inteligencia obtusa y de senti­
mientos depravados, debe recordar que entre los
poquísimos grandes hombres que han tenido |el
valor [de escribir la verdad, dos se declaran cul­
pables (de esta depravación: Goethe y Rousseau.
Las causas que arrastran al hombre con un ímpetu
irresistible |á experimentar los placeres reproba­
dos por la naturaleza, son infinitas ¡y no haré
más que indicar las principales.
La enseñanza y el ejemplo son en la niñez y
en la juventud el medio más frecuente para que
este vicio se difunda como un contagio'. Algunas
veces un niño, llevándose la mano á sus órganos
genitales aprende á abusar de sí mismo; pero ape­
nas ha conocido el fatal misterio, aspira con ávido
afán 'á enseñárselo á sus compañeros, sea por
descargar su propia conciencia de un precoz remor­
dimiento, sea porque los placeres compartidos son
más vivos y además porque este goce refiriéndose
al instinto de la generación, aun cuando, se aleja
FISIOLOGIA DEL PLACER 79

del rumbo natural, entraña una tendencia á apro­


ximarse los cuerpos y á consagrarse á placeres
procedentes [de un sér imaginario y lejano.
Rara vez alguna dolencia que produce ¡un íestí-
mulo !y una irritación grandísima en el aparato
genital, origina el onanismo, como- sucede , con el
herpetismo y los cálculos urinarios.
De cualquier modo que haya sido aprendido
el arte nefando1 son infinitas las causas que tien­
den á no dejarla olvidar y entre ellos el deseo
de placeres, el ¡ocio, las necesidades sexuales no
satisfechas, los peligros procedentes de la cópula,
la vehemencia, el deseo, el despecho', el mal humor,
el hastío de los placeres naturales, el hábito, et­
cétera.
En el primer período de corrupción} cuando
el goce lucha todavía con el deber, las caídas son
raras y van seguidas de largo- y acerbo remordi­
miento. El cuerpo-, prematuramente perturbado por
una sacudida y una pérdida que no puede soportar,
alza su voz imperiosa y llena de espanto al cul­
pable por la postración y el entorpecimiento que
traen consigo la satisfacción de -estos placeres.
Entonces hace un gran esfuerzo para vencer ¡al
enemigo, .mas á la menor tregua se encuentra
herido á traición por el inexorable adversario que
le halla privado de fuerza y á los pocos momen­
tos le deja confuso y sorprendido de haber pe­
dido tan pronto. Así, alternando los triunfos con
las derrotas, los remordimientos son cada vez me­
nos amargos, los jóvenes pierden el respeto de
sí mismos, se resignan á pagar un tributo á la
debilidad humana, arrastrando- consigo durante to­
da la vida una dolencia moral que los condena á
una vejez prematura.
Infinitos son los grados de lujuria en los distin­
tos individuos en relación con el instinto y el ra­
80 PABLO MANTEGAZZA

ciocinio de cada uno, por lo cual son también muy


diferentes los ¡efectos que proceden de la satisr
facción de estos placeres solitarios. Afortunada­
mente los casos de onanismo llevado al último
extremo por la mayor tolerancia del organismo,
son raros, si bien algunos autores que han escrito
sobre este asunto, han atenuado las consecuencias
de este vicio falseando la verdad con grandísimo
daño de los culpables; los cuales al leer esos libros
creen no tener ningún síntoma de la terrible po­
dredumbre dorsal y burlándose Vdel escritor que
había pretendido aterrarlos con el vaticinio de
tremendos males, continúan con su acostumbrada
flaqueza en su nefanda costumbre. La verdad debe
ser respetada y adorada como una religión y por
amor suyo debe reconocerse que la mayor parte
de los hombres consagrados á los placeres del
onanismo, ¡no cometen' jamás tales excesos hasta
el punto de conducirles á una enfermedad mortal ó
grave. Mas no por esto queda su culpa impune,
pues la naturaleza los condena á descender un
grado en la escala intelectual en que habían na­
cido.
¡ Oh, jóvenes, que leéis mis páginas! lleváos la
mano al corazón y confesadme si no os ha con­
turbado nunca el remordimiento por haber cedido
á ¡un bajísimo instinto y si este recuerdo no ha
turbado las más hermosas horas de la vida. Es­
táis en la edad en que los sentidos, los sentimien­
tos y la inteligencia se halla en todo su apogeo
y os abren infinitos horizontes de alegría; vues­
tra imaginación hermosea los objetos que os cir­
cundan y hace latir vuestro corazón con la esplén­
dida fantasmagoría de los sueños del porvenir.
El amor, la amistad, la gloria, la ciencia os col­
man de esperanzas y os hace suspirar el pensa­
miento de que vuestra vida será demasiado breve
FISIOLOGÍA DEL PLACER 81

para abarcar el mundo que os rodea; por lo que


no debéis sacrificar todo esto al miserable pla­
cer de unos instantes que os dejan envilecidos,
estúpidos é impotentes para todo. La inteligen­
cia más lúcida se obscurece; la pronta y tenaz
memoria de la juventud, flaquea; la imaginación
no vuelve á reflejar en su luciente espejo Jos
fúlgidos colores de vuestra fantasía, la voluntad
se embota; una molesta inquietud atormenta y
sume (largas horas en un estado de indiferencia
y ¡de ocio intelectual, que debe odiarse más que
la muerte. Vuestro cuerpo acompaña en su dolor
al sentimiento y á la inteligencia; las digestiones
se tornan difíciles; se experimentan dolorosas sen­
saciones en el sacro y también frecuentes náuseas;
la piel, espejo de la salud general, palidece; y la
fisonomía adquiere un aspecto contraído^ y escuá­
lido que revela casi siempre la culpa á los ojos
de un inteligente observador. Más de una vez he
leído con pesar este triste misterio en el rostro
de mis condiscípulos y declarándoles bruscamen­
te mi fatal sospecha, les he llegado á inducir á
confidencias que no les han sido inútiles.
Mas los inconvenientes indicados aún son to­
lerables y los jóvenes se resignan á pasar algunas
horas en la sonnolencia ó en fáciles ocupaciones,
esperando que el reparador proceso de la nutri­
ción les devuelva las fuerzas para abusar de sí
mismos. Entonces el espasmo habitual en que tie­
nen los órganos genitales unidos á las lasciva,»
imágenes de la mente hacen recaer en la culpa.
Otras veces el aniquilamiento y la impotencia para
producir otras sensaciones para las cuales se ne­
cesita toda la energía vital, arrastran hacia el
malhadado placer, para experimentar una con­
moción reveladora de vida. Una existencia des-
Fisiología del placer—T. I.—6
82 PABLO MANTEGAZZA

lizada entre ocupaciones lánguidas, entre largas


horas de sueño y de pereza, entre alternativas
de ira y de despecho, una existencia salpicada de
las habituales impurezas es una vida vil y mi­
serable. Vosotros, los que, esclavizados por los
prejuicios, os encerráis en el angosto sendero de
una vida moldeada en externos convencionalismos;
vosotros, ¡que vivís sin haberos preguntado- por
qué iy para qué vivís; vosotros, que no sois mas
que iuna cifra muerta en la fórmula de una ge­
neración, continuad en vuestras impurezas, ya que
no sois capaces de apreciar alegrías más elevadas.
Pero todos los que habéis roto la cadena de los
prejuicios, elevándoos á las cimas del pensamiento
y dirigís libremente la mirada al horizonte que os
circunda, con el fin de averiguar dónde nacisteis;
vosotros los que comprendéis los supremos go­
ces del pensamiento1 y que orientáis vuestra vida
hacia ¡un objeto determinado, sea hacia la reli­
gión, hacia la ciencia, hacia la gloria ó hacia el
amor; por vuestra sagrada dignidad de hombres,
no cedáis á un vicio que os precipitará desde las
alturas ¡á que estáis destinados, hasta el fango y
que romperá en vuestras manos las armas con
que debéis combatir al formidable enemigo que
invade el camino de lo verdadero, de lo bello y
de lo bueno. Si no conocéis aún los solitarios pla­
ceres, no los estudiéis á guisa de curiosidad ó
de experimento', porque la prueba resultará pe­
ligrosa. [Si fatalmente los habéis llegado á cono­
cer en la infancia de vuestras facultades, comL
batid el enemigo- con el arma más poderosa que
posee el hombre, con la suprema facultad que
le unifica y le sublima, con el albedrío. Educad tan
preciosa potencia con ejercicios generosos y has­
ta temerarios; afrentad empresas difíciles; esfor­
zaos por combatir lo que parece invencible, enea-
FISIOLOGIA DEL PLACER 83

minad la vida hacia los fines legítimos que la


naturaleza le impone; y entonces experimentaréis
el placer sublime de haber vencido; lo cual bien
vale el sacrificio, de los espasmos voluptuosos. Si
.la naturaleza sólo, os ha concedido una voluntad
endeble confiad vuestro secreto á un amigo, pe­
didle ayuda para vencer al enemigo por la emu­
lación del premio ó del castigo; en suma, haceos
dignos de las victorias más difíciles y de la palma
más gloriosa.
Antes de terminar este asunto; sobre el cual
podría escribir un extenso volumen, indicaré una
cuestión que con él se relaciona y que aún no ha
sido tratada. Los placeres del onanismo son más
perjudiciales á los sentidos y á la inteligencia que
íoss de la cópula, aunque son por su naturaleza tan
afines. La primera razón que acude á la mente
para explicar este hecho, es que la naturaleza
castiga al culpable que la engaña burlándose de
sus sagrados fines; mas este es argumento que se
refuta fácilmente. Otros creerán que el arrepen­
timiento y la vergüenza que producen los pla­
ceres solitarios, originan una perturbación general
que no trae consigo la cópula. Sin embargo, este
argumento es muy débil, ya que muchas veces
en la cópula el arrepentimiento, y el temor de
las consecuencias son mucho más terribles, sin
que por esto se originen los trastornos físicos y
morales que ocasiona el onanismo. La facilidad
de repetir los actos lascivos del onanismo no bas­
tan á explicar los efectos de una sola polución
manual, comparados con ios de una polución na­
tural. La hipótesis del desarrollo de electricidad
en el contacto de los dos sexos es puramente gra­
tuita, si bien no puede desecharse en absoluto.
Si sobre este asunto tan delicado y difícil ¡me
fuese permitido emitir una opinión probable, di­
84 PABLO MANTEGAZZA

ría que en el onanismo y en la cópula los efectos


son iguales en cuanto á la pérdida material ¡de
la esperma, pero que en el primer caso, el orga­
nismo debe verificar un esfuerzo desproporción
nado para conseguir el delirio del placer, no lle­
gando al espasmo natural que sólo puede origi­
narse del contacto de los dos sexos. En la cópula
sentimos un erotismo extraordinario, que se halla
compensado con un proporcionado^ placer por lo
que hay poco desarrollo de fuerza; mientras que
en el onanismo hay un erotismo mediocre, al cual
sigue un placer extraordinario, por lo cual exis­
te desproporción entre la causa y el efecto, per­
turbándose el sistema nervioso. Esta hipótesis es­
taría justificada por la observación que demues­
tra que una polución procedente del onanismo es
menos perjudicial cuanto más vehemente fué el
deseo que impele á la culpa, y que la cópula de­
bilita tanto menos cuanto más anhelada fué la
unión. No es improbable por lo tanto, que en
el terrible conflicto de la voluptuosidad entre los
dos sexos, se desencadenen corrientes vitales que
se transmiten de un cuerpo á otro y que, equili­
brándose se compensan recíprocamente. De todos
modos, este asunto no está aún comprobado', de­
biendo estudiarse profundamente, porque puede
irradiar mucha luz sobre la misteriosa acción del
sistema nervioso.
CAPITULO VII

De los placeres del gusto en general; Fisiología


comparada.—Dif erencías

Si el severo pensador no adora más que la idea


y desprecia los triviales placeres del gusto, si la
mujer grácil y sentimental quiere realizar el su­
blime sueño de Byron no viviendo más que de
afectos; el verdadero filósofo que ha puesto una
mano intrépida y tranquila sobre la materia viva
y siente sus palpitaciones, ve en el humano re­
baño una turba de animales inteligentes, que pien­
san en comer y beber con gusto; frecuentemente
escucha decir á su oído que las horas pasadas en
los alegres convites y en las espléndidas cenas
son de las más hermosas de la vida y esta ver­
dad no le sobresalta ni le hace enrojecer por
haber nacido hombre. La próvida naturaleza, que
nos impuso el vivir con imperiosa orden, puso
en nosotros una poderosa necesidad de nutrirnos
y nos dió, con la satisfacción de esta necesidad,,
una larga serie de goces. Mías esto no bastaba;
generosa como siempre hacia su .predilecta cria­
tura. adornó la necesidad y el placer que había
concedido por ley necesaria de la vida á todos
los animales, con la abundancia del arte y con
86 PABLO MANTEGAZZA

los delicados signos del sentimiento, creando de


este modo un verdadero mundo de combinaciones
y de fenómenos físicos y morales que en su esen­
cia y objeto debía ser siempre el mismo.
El hecho fundamental de la alimentación como
es la introducción en nuestro cuerpo de materias
aptas para reparar el consumo continuo de fuer­
zas que exige el ejercicioi de la vida, el placer
esencial ha de consistir en el contacto del alimento
con los órganos destinados á elaborarlo y por
lo tanto ha de ser una sensación táctil. Los anima­
les más rudimentarios, en los cuales parece que
la nutrición proviene por sola asimilación deben
sentir el placer del gusto en todos los puntos de
su cuerpo^, si la materia que los forma es sensible,
ya esté provista de sutilísimos filamentos nervio­
sos que no poetemos ver ó ya esté compenetrada
de un modo homogéneo por un elemento orgá­
nico que sienta. De todos modos esta sensación
agradable debe confundirse con otras infinitas que
nazcan de la satisfacción de otras necesidades cons­
tituyendo el complejo sentido de la vida. Ascen­
diendo un grado en la escala de los séres vivos,
vemos á algunos infusorios compuestos de una
pasta homogénea, que abrazan los cuerpos de que
se nutren, abriendo' en cualquier punto de su cuer­
po una boca y un estómago que no se cierra ape­
nas se termina la digestión. Si estos séres sienten
el placer del gusto', lo advertirán en todos los
puntos de su cuerpo que alternativamente estén en
contacto con el alimento. Ascendiendo aún más
se hallan animales que tienen una cavidad per­
manente destinada á recibir el alimento', por lo
que la sensación del gusto' al estar localizada debe
ser más intensa. Sin embargo, es muy probable
que la sensación no sea más que táctil; y que la
diferencia no consista más que en la naturaleza

/
FISIOLOGIA DEL PLACER 87

del cuerpo, que se pone en contacto con el organo


sensible. En los animales inferiores provistos de
un sistema nervioso muy simple, un mismo ner-'
vio debe dar una sensación táctil pura, si se pone
en contacto con un cuerpo cualquiera indiferente;
una sensación táctil genital si se verifica con los
órganos destinados á la generación y en fin debe
producir sensaciones del gusto si el cuerpo con
que se pone en contacto es nutritivo. Igual se
podría tal vez decir de los demás sentidos. (Si
pasamos bruscamente de Jos primeros bosquejos
de la vida á los animales superiores provistos de
dos sistemas nerviosos bien distintos, vemos di­
rigir los nervios en la vida animal á la abertura
por donde entran los alimentos, mientras el res­
to del aparato digestivo está casi por completo
bajo el dominio de los nervios gástricos. De osLe
modo descubrimos el tacto del gusto, ya delineado
y distinto del tacto interno, aunque en los insectos
y en otros séres superiores este tacto noi se puede
llamar tal vez específico. Pero señalando á gran-
des rasgos las modificaciones del sentido del gusto
en los animales, llegamos á la forma más com­
pleja de la organización y vemos señalado á ellos
un sistema especial de nervios, que, al menos fi-
silógicamente, se pueden tener por los del tacto
específico. Las sensaciones del gusto en los ani­
males superiores varían de grado y de naturaleza,
ya por la diversa organización de los nervios sen­
sorios, y del centro cerebral ó ya por la distinta
manera con que los alimentos se ponen en con­
tacto con las papilas sensibles. Por esto se halla
poco desarrollado el gusto en los pájaros que en­
gullen rápidamente el alimento, y en los peces
que, por esa parte tienen los órganos tapizados
de membranas duras y cartilaginosas. En los ma­
míferos vemos á veces la superficie del sentido
88 PABLO MANTEGAZZA

del gusto muy extensa y complicada por papilas


de diversa naturaleza que multiplicándose y va­
riando de mil modos el contacto! de los puntos
sensibles con la materia alimenticia, deben sen­
tir infinitos grados de este placer. Además con­
servan el alimento algún tiempo en la boca, donde
al triturarlo con los dientes se mezcla con la sa­
liva, que en parte eligiendo', y en parte teniendo
suspendidas las pequeñas partes de la materia
las pone en contacto con los nervios en la forma
más adecuada para dar una sensación delicada é
intensa.
Si bien hay algún animal entre los mamíferos
que tenga el aparato del gusto más desarrollado
que el hombre, se puede afirmar, sin 'temor de
equivocarse, que ninguno de ellos saca de este sen­
tido tantos placeres como los que goza la criatura
predilecta de la naturaleza, la cual, con la inteli­
gencia del arte multiplica los sabores y con la
delicada atención sabe llevar á un grado elevado
de intensidad una sensación que, por la estructura
orgánica del sentido, sería débil y fqgaz.
Los placeres del gusto constan de varios elemen­
tos, que se combinan entre sí de diversos modos,
y de los cuales unos son necesarios y de primer
orden y otros hechos secundarios y de puro re­
finamiento. Las condiciones que se verifican en
cualquier placer del gusto, son una sensación tác­
til y otra específica ó gustatoria. Los elementos
secundarios son la contemplación del alimento,
el olor que esparce y todo lo, que puede volver
bello, lo que sólo era bueno. El fenómeno1 primi­
tivo y esencial de la satisfacción del hambre no
es preciso para que el hombre experimente el
placer, aunque asociándosie á los otros elementos de
la voluptuosidad, hace más deliciosa y completa
la sensación. El hombre es el sér vivo que se
FISIOLOGIA DEL PLACEE 89

puede extender por más amplios horizontes, de


los que hasta cierto punto puede dilatar y restringir
los límites; sabe comer y beber sin hambre, mas
con placer y muchas veces sin que se pueda decir
que es un caso patológico. Hablando antes de
los placeres morbosos del gusto, trataremos de
trazar algunas líneas de división entre los pla­
ceres fisiológicos y morbosos que pertenecen á
este sentido.
Las leyes generales que regulan los otros pla­
ceres influyen del mismo modo en los del gusto.
Cuanto más fuerte sea la necesidad de comer y
beber, más delicado' el aparato nervioso y más
intensa la atención que se presta, mayor resulta
también el placer. Hay casos también en que la
mayor intensidad del goce depende de la natura­
leza molecular del alimento y esto se debe á mis­
teriosos fenómenos de la sensación que se escapan
completamente á nuestras más prolijas indaga­
ciones. Dos individuos que estén en la misma con­
dición de apetito, de sensibilidad y de atención ex­
perimentan diverso' placer, si el uno come pan
moreno y el otro saborea una deliciosa hogaza.
El estómago del rico y el del pobre reciben con
la misma indiferencia las artificiosas viandas y
los más sencillos alimentos, porque hallan en ellos
los materiales adecuados para restaurar los da­
ños del tiempo y de la vida; pero el primero
mastica lentamente y saborea con voluptuosidad
los jugos preparados en su laboratorio gastro­
nómico, mientras el otro engulle precipitadamente
su desabrido cocido. Este fenómeno, sin embargo,
es esencialmente providencial, y prueba que el
hombre al instituir en el transcurso de los siglos
el progreso de los placeres del gusto, constituyó
un medio poderoso de riqueza y civilización.
Otro fecundísimo manantial de la variedad en­
90 PABLO MANTEGAZZA

tre los placeres del gusto


* es la idiosincrasia indi­
vidual. Todos saben lo que varían los gustos de
una á otra persona y que algunos muestran gran
alegría solamente al aspirar tel olor de cualquier
vianda, en tanto que otras no prestan atención sino
á lo que comen, hallando desaborido
* * que
todo lo
no puede saciar su apetito. Otras son especialistas
y les están vedados muchos placeres puesto que
aborrecen infinitos alimentos que causan la ¡de­
licia de las demás personas. En esto la única ley
que se puede trazar es la señalada por la herencia
natural. Si los gustos de los padres coinciden en
sus preferencias, los hijos, reproducirán probable­
mente la misma especialidad del gusto; en tanto que
si son distintos, los hijos pueden tener sólo los
del padre ó los de la madre ó combinarse de di­
versos modos. Rara vez cuando la preferencia de
los padres son diametralmente opuestas, y se di­
viden casi en dos campos todos los placeres del
gusto, el hijo puede adquirir el gusto más univer­
sal y completo hallando delicado cualquier ali­
*,
mento y pudiendo gozar de todas las sensaciones
del gusto con la intensidad y el refinamiento que
es propia solamente de los especialistas y verda­
deros sibaritas. Por ejemplo, en mí, este hecho
se verifica completamente.
Los placeres del gusto varían en los dos sexos
y el hombre fué también en esto privilegiado por
la naturaleza que se mostró len muchos casos tan
parcial con él. La mujer, aunque es más sensi­
ble que el hombre, es poco egoísta para analizar
y preferir estos placeres sensuales. Por otra parte,
la delicadeza de sus órganos digestivos y las va­
rias especialidades de sus gustos caprichosos, la
privan más de una vez, de los placeres más inten­
sos. No puede soportar los austeros sabores de los
alcohólicos y de las drogas y cifra su delicia en
FISIOLOGÍA DEL PLACER 91

los dulces, en los ácidos y en los vegetales. No


faltan las excepciones en algún caso, pero no bas­
tan para destruir la regla general. En fisiología
moral no se trazan jamás líneas rectas, ni se en­
cierran los hechos entre geométricos espacios; se
señalan solamente trazos esfumados y líneas cur­
vas. El que quisiese hacerlo de otro modo, traba­
jaría con un escalpelo en la niebla ó querría me­
dir con el brazo los confines del cielo.
Las sensaciones del gusto tan delicadas y va­
riables no pueden conservarse iguales en todas
las edades, puesto que todos los días se va cam­
biando el telar sobre el cual se teje la estofa de
la vida. En los primeros meses de la infancia
los placeres del gusto deben ser muy ténues, ya
que los niños toman un solo, alimento y la aten­
ción es muy ligera. El voraz apetito: de esa edad
puede suplir en parte estos defectos, pero sólo
en la intensidad, jamás en la extensión. En la
niñez los placeres del gusto son muy intensos y
variados, ya sea por la novedad de las sensacio­
nes, ya por la falta de otros muchos goces, ya
en fin por el saludable apetito de aqbellos tiem­
pos dichosos. Al aparecer sobre el horizonte de
la vida el sol del amor, el placer del gusto palidece
delante de tan espléndida luz y despreciado' y
confuso forma la mínima parte de los placeres
de la juventud. Por otra parte, las tempestades
de esta época borrascosa, y la fuerza incitante
que agita y conmueve todo el organismo, hacen
poco apto al hombre para gozar los tranquilos
placeres de la mesa. Pero en cuanto' el sol de la
juventud se obscurece y oculta, el astro menor
del gusto vuelve á enviar una luz trémula, pero
suave, que hace palpitar de esperanza al hombre
adulto dispuesto á economizar dinero y tiempo.
Entonces es cuando el hombre señala como punto
92 PABLO MANTEGAZZA

culminante de su jornada diaria la hora de la


comida, entonces estimula con el arte el perdido
apetito<; y si en la infancia fue goloso por instinto,
entonces lo es por refinamiento; y nadie mejor
que él sabe deslizar suavemente la lengua en la
boca para recoger los más imperceptibles deta­
lles de una sensación deliciosa que se apaga. Pero
los idientes vacilan, los sentidos se embotan y la
escuálida vejez ve desvanecerse también los fá­
ciles goces del gusto que, á pesar de todos los
artificios ¡del arte y de la paciente atención ide
todo el egoísmo, no puede reproducir los incitan­
tes apetitos de la niñez, ni las tranquilas medita­
ciones gastronómicas que llenaban de tejidos adi­
posos el dichoso vientre en la edad adulta.
En los distintos países es 'diverso también el
grado del apetito, los gustos y placeres. La fama
voraz de los lapones les hace engullir con volup­
tuosidad enormes pedazos ude grasa y lazas de
aguardiente, mientras el árabe se contenta por
varios días con un saquito de dátiles. Los pueblos
del norte de Europa que asocian el refinamiento
del arte al apetito' más insaciable, gozan más que
otras naciones de los placeres del gusto; el español
más glotón, dando un suspiro profundo de impo­
tencia y envidia, puede apenas, pensar en los fa­
bulosos estómagos de Viena y Pctersburgo.
En general la necesidad del alimento' y los pla­
ceres del gusto son tal vez más modificados por
la raza que por el clima. En la América meri­
dional los habitantes de Rio Janeiro son mucho
más glotones que los de Buenos Aires y Montevideo,
aunque estos últimos viven en un país mucho me­
nos cálido que aquéllos. He visto á los ingleses
y alemanes conservar sus hábitos devoradores en
el Paraguay y sobre el Ecuador y osaré decir que
en la escala de los placeres de la gula en Europa,
fisiologìa del placer 93

los lombardos y los franceses están sobre todos


los otros, en tanto que el cero se señalaría por
los españoles.
Inútil es decir que el pobre goza míenos que el
rico. Sin embargo, este último necesita gran es­
tudio y tenaz voluntad para conservar ileso el
apetito sometido á las continuas batallas que le
da su cocina; y más de una vez, abusando de es­
tos placeres, llega á envidiar desde su carruaje al
obrero que calentándose al medio día con la estufa
de la naturaleza, apoyado en una • columna, de­
vora con soberana complacencia su seco pan de
maíz.
Según las diversas épocas, han variado, mucho
los placeres del gusto. En los primeros siglos de
la vida humana el apetito suplió al arte; aquél
cubrió con su espléndido manto el hambre primi­
tiva que, en medio de la vida agitada de aquellos
tiempos, debió ser verdaderamente gigantesca si
se piensa en las comidas de Ulises y Eneas. Sin
embargo, el apetito existe aún y podemos alabarnos
de gozar de sus placeres mejor que nuestros an­
tecesores. .Gozamos de los tesoros del arte tami­
zado, por la herencia de la memoria, gozamos con
nervios más delicados y exquisitos por el per­
feccionamiento de la naturaleza y, en fin, podría­
mos volver glotón al más atemperado romano de
los tiempos de Augusto con sólo, invitarle á una
simple comida de una de nuestras fondas.
Después de haber hecho, un ligero esbozo sobre
las diferencias de los placeres del gusto, debemos
añadir que los disfrutarían con la mayor inten­
sidad los convalecientes que pudieran impunemen­
te abandonarse á los goces de una mesa suntuo­
samente preparada con los alimentos más exqui­
sitos de toda la tierra.
Los placeres del gusto exigen poquísimo dispen­
94 PABLO MANTEGAZZA

dio de fuerza nerviosa y la mente no los parti­


cipa mas que con una mediana atención. El cere­
bro de los glotones reposa mucho y si la inexo-
rabie naturaleza no abriese su estómago y no
obstruyese las vías por las cuales circula una san­
gre demasiado llena de quilo, estos felices trago­
nes no morirían jamás. Sin embargo, los place­
res de la mesa no se pueden estudiar á fondo
impunemente; la inteligencia se embota y toda
la fuerza destinada á la vida y al pensamiento
se consume en la serie no interrumpida de las
felices digestiones. Rarísimos son los hombres glo­
tones que hayan sido genios. Los escasos ejemplos
que hay no deben envalentonar á los gastrónomos
porque es que en ellos ó el estómago era de una
potencia extraordinaria ó la grandísima actividad
de la vida intelectual devoraba la enorme masa
de combustible nutritivo que introducían. Los pla­
ceres del gusto influyen menos sobre el senta­
miento; los glotones por instinto, pueden tener
un corazón más excelente que los que comen muy
reflexivamlente, que son siempre más ó menos
egoístas. Con frecuencia la glotonería va unida á
los sentimientos imperfectos y triviales.
La fisonomía propia de los placeres del gusto
tiene expresiones muy interesantes, pero que es­
tán todas en los confines de una alegría tranquila
ó de una calmosa complacencia. El grado mí­
nimo del placer se expresa por una vivacidad de
los movimientos que sirven para coger los ali­
mentos y cierta serenidad del rostro. Cuando el
placer se vuelve más delicado; los movimientos son
menos incitantes, y pueden en los grados mayo­
res reducirse á los estrictamente necesarios; en
ese caso la mente está atenta á sentir; entonces el
cuerpo' se inclina muellemente sobre sí mismo
y se recoge plácidamente durante el delicioso tra-
FISIOLOGÍA DEL PLACEE 95

bajo. Los ojos brillan, pero están fijos y apenas


se separan del reducido' horizonte del plato que
se tiene delante; las mandíbulas se mueven len­
tamente y la lengua, haciendo' deslizarse al ali­
mento por todos los puntos más sensibles de la
boca, estudia la armonía de las diversas sensa­
ciones. Por último, cuando la bebida ó el alimento
están para huir de nuestro análisis, parece que
nos mandan un afectuoso saludo al enviarnos el
último, el más intenso placer; entonces los labios
se cierran y todos los músculos ejecutan el ¡ma­
yor esfuerzo para prolongar el delicioso momento,
que siempre resulta demasiado breve y es el que
da una fisonomía particular al glotón que hace
pasar un sabroso bocado del inundo de la vida
animal al de la vegetativa. El sacrificio ha sido
consumado y la boca, abriéndose prolongadamen­
te, deja salir con lenta espiración el flato, como
para exprimir la satisfacción de aquel momento.
Alguna vez la mandíbula se alza y se baja para
recoger los últimos detalles del placer, hasta que
se abre impaciente para recibir una nueva presa,
que produce también una nueva sensación^ la cual,
confundiéndose con las últjmas oscilaciones de la
primera, crea un fenómeno de verdadera melo­
día; y es cierto, en el .placer del gusto' existen
armonías y melodías. Todas las sensaciones tác­
tiles y del gusto que un misino bocado producen
en los diversos puntos de la boca se unen con ad­
mirable acorde producen la armonía^ mientras
la última sensación que huye, combinándose con la
que le sucede forma una melodía. Esta varía se­
gún que las sensaciones que se unen en un acor­
de, sean de igual naturaleza según que no varíen
mas que en un grado, ó que sean de diversa índole.
Sobre la ^armonía cíe los sabores está fundada
Va parte elemental de la gastronomía que consiste
96 PABLO MANTEGAZZA

en preparar y condimentar las viandas, mientras


en la melodía de los placeres del gusto se apoya
la parte más sublime de esta ciencia,. jque trata
de la sucesión de las viandas y de las diversais
combinaciones de los vinos. Una comida no es
más que un concierto de la armonía y melodía
del gusto, en el cual se respetan algunas leyes in­
mutables, fundamentales, casi matemáticas que lle­
van á su mayor perfección el genio del artista.
Nuestro Rajberti con su libro «El arte de ¡con­
vidar» ha escrito un precioso fragmento de mú­
sica y de moral gastronómica.
No he señalado sino los rayos más caracterís­
ticos de la fisonomía de los placeres del gusto.
Las exclamaciones de agrado, el aplicarse la ma­
no sobre el pecho, cual si se quisiese acompañar
el descendimiento' de la preciada materia alimen­
ticia y otros infinitos detalles de mímica, forman
otros tantos accidentes de este cuadro que he per­
*
dido solamente esbozar. Sólo diré, antes de termi­
nar este asunto', que en el gusto, como en el sen­
tido de la generación el placer máximo es el que
se verifica el acto' esencial de la función. No se
puede engañar impunemente a la naturaleza; se
puede simular el acto' del amor sin llenarlo, se
puede mascar sin ingerir, pero él placer más in­
tenso se goza solamente cuando el fin de la natu­
raleza está cumplido
*, cuando no se cometen cul­
pables reticencias, cuando la masa alimenticia en­
tra en el dominio de la vida vegetativa.
CAPITULO Vili

Bosquejo analítico de los placeres del gusto

Coimo los placeres del gusto son infinitos y en­


tre sus diversas modificaciones ¡es imposible el
definirlos ¡y clasificarlos según la naturaleza ín­
tima de las sensaciones, solamente- se pueden tra­
zar algunos límites muy vagos en un campo tan
incierto y 'misterioso.
Uno de los principales elemlentos de los pla­
ceres del gusto' consiste en la sensación táctil, la
cual muchas veces es la primera fuente de ellos y
está especialmente modificada por los caracteres
físicos de los alimentos. Así la temperatura de
un alimento puede por sí sola producir un placer
y acerca de esto se nota una ley fisiológica muy
interesante. En las sensaciones del gusto, el frío
puede producir placeres más intensos que el calor,
placeres que son casi puramente táctiles; en tanto
que el calor, no hace, la mayor piarte de las ve­
ces, más que aumentar un gradoi de perfección
á 'la sensación específica del ¡gustó, no sirviendo mías
que indirectamente para el efecto del placer. Así,
cuando en el caluroso estío bebemos con delicia
líquidos helados ó sentimos fundirse en la ar-
Fisiología del placer—T. I.—7
98 PABLO MANTEGAZZA

diente boca la nieve suavísima ó granujienta de


un sorbete, experimentamos el máximo placer de
la sensación táctil del frío y no es por el sabor;
en tanto que raras veces podemos hallar placer
en un alimento por la sola razón de estar caliente.
Sería preciso encontrarse entre los hielos de la
Siberia para sentir tal vez un placer al beber
una taza de agua pura y caliente. Sin embargo,
aunque la elevación de la temperatura noi pueda,
por sí sola, producir una sensación agradable, con­
curre indirectamente á hacer nías variados é in­
tensos los placeres del gusto, y esto sucede por
dos razones; jorque los nervios quedan por el
calor del alimento ingerido en un estado de hipe-
restenia del sentido y porque la temperatura ten­
diendo á alejar las moléculas de los cuerpos dis­
minuyen las coexiones. Y aún es probable que
el insensible estremecimiento molecular que debe
necesariamente presentar un cuerpo caliente, pue­
da concurrir á la causa productora del placer. De
todos modos bien sabemos que el arte de calen­
tar las viandas es una parte esencial de la gastrono­
mía y que un mismo alimento' y una misma be­
bida pueden cambiar de sabor, según los grados
de su temperatura. Basta para esto citar la di­
ferencia de sabor que liay entre la leche templada
y la fría.
Un segundo demiento' físico, que contribuye á
la producción de los placeres del gusto, es el estado
líquido ó sólido del alimento. La sensación agrada­
ble producida por una bebida es mucho más sim­
ple y uniforme que la que se obtiene con un ali­
mento' sólido. Se puede decir que los placeres de
beber son más fugaces y más delicados, pero me­
nos elevados que los de comer. Bebiendo', repo­
samos los músculos que están lánguidamente aten­
tos á recoger sensaciones que no se olrecen tan
fisiologìa del placer 99

espontáneas y sentimos la voluptuosidad de un


placer que no' nos causa ninguna fatiga. Cuando
más nos contentamos con retener algún tiempo la
bebida en la boca, tratando de prestar la mayor
atención al delicioso momento en que la tragamos.
Sin embargo, si se pudiese hacer una estadística
comparada de los placeres del gusto probados por
una generación entera se hallaría que los de la
bebida superan muchoi á los de comer.
A las bebidas pertenecen los alcohólicos, el ca­
fé, el té, el mate, el guaraná y oitras substancias
misteriosas menos conocidas, qué merecían for­
mar una clase especial de alimentos que, bajo el
nombre de nerviosos, debían ponerse ál lado de
los respiratorios y los plásticos, poderosos fac­
tores de la civilización de los pueblos y cuya
influencia debe estudiar profundamente el que
quiera escribir una historia natural de la huma­
nidad. El análisis de los infinitos placeres que pro­
porcionan estas bebidas nos haría hablar de los
del sentimiento’ y de la inteligencia, porque ellas
extienden su acción sobre todo el campo de la
actividad humana, entrando! como cifra formida­
ble en todas las fórmulas que representan las.
cuestiones más vulgares y los problemas más abs­
trusos de la vida social. Sólo diré que los alimen­
tos ¡nerviosos se pueden dividir en dos amplias
clasificaciones, según provengan de los alcohóli­
cos (ó de los cafés, osando llamar de este modo
al íé y otras bebidas afines.
El vino es el legítimo soberano de las legiones
innumerables de los alcohólicos2 que representa
todos los tesoros de la voluptuosidad, pues nos
proporciona desde el vaporoso Champagne al aus­
tero jugo de las viñas de O porto; desde el liquidé’
volcánico de los racimos crecidos sobre la lava
del Vesubio á los espesos vinos de Málaga. Los
100 PABLO MANTEGAZZA

placeres que guardamos odiosamente1 en las es­


tanterías de nuestras bodegas, pertenecen al gusto,
pero son realzados al grado máximoi por los goces
que vienen detrás de vaciar las botellas y de que
se hablará más adelante al tratar de otras sen­
saciones que pertenecen á la misma clase.
El café, á veces, cojmo su hermano menor el te,
se sonríe piadosa y despectivamente de los ru­
bicundos alcohólicos, mostrando! con aire de triun­
fo el noble cortejo de placeres que le acompaña.
El delicioso perfume de una taza de moka pro­
porciona al cerebro una vida tranquila y labo­
riosa. Los nervios trasmiten sensaciones más vi­
vas é intensas y la mente crea pensamiento! ¡so­
bre pensamientos; la fantasía agita su portentoso
caleidóxopo creando imágenes sobre imágenes y
la conciencia, reflejando en su brillante espejo
todos los reflejos de la inteligencia y del corazón,
torna al hombre orgulloso, de sí mismo. Pero, el
trazar más rasgos de este cuadro me haría entrar
en el campo de los placeres intelectuales y pie
basta este leve bosquejo para señalar la prin­
cipal razón, de que el café resulte tan delicioso
para quien piensa y siente. ¡Sin emibargo', estos
goces no están al alcance de todos, como sucede
con los que se hallan en el fondo de una botella
y muchos ni han soñado que el café pueda dar
otros placeres que los de su ¡sabor y el de una
fácil digestión.
El mate, preparado con la infusión de las hojas
tostadas del Ilex paraguayensis es una bebida tó­
nica y estimulante que causa la delicia de los
habitantes del Río de la Plata y del Paraguay y
que con menos frecuencia se consume también
en el Brasil, en Bolivia y en la costa del océano
Pacífiüo. Lo mismo al entrar en el palacio del
presidente que bajo él techo de barro de la ca­
FISIOLOGIA DEL PLACER 101

baña del gaucho, una mano¡ amiga os presenta leí


mate, cuya ardiente infusión se sorbí© con una
cañita de plata. Con nueva azúcar y nueva |agua
caliente reproducen con las mismas hojas ya ¡em­
pleadas, la misma bebida y ésta circula de mano¡
en mam) sin que jamás se cambien ¡el recipiente
ni la cañita y hasta que no se rechaza siguen
sirviendo el consabido mate, llegando algunos afi­
cionados a tomarlo hasta treinta veces ó más al
día. Esta bebida que contiene una gran cantidad
de cafeína, produce una agradable excitación en
los sentidos y en la inteligencia; ¡el mismo modo
de sorberla y tomarla á cada instante produce
muchos placeres accesorios, conservando anima­
da la conversación, matando la tristeza á alfiler
razos y más que nada reuniendo len una álimós-
fera común de sensación á las diversas personas
que se hallan juntas. "Al europeo le repugna con
frecuencia este ilimitado! comunismo y rehuye un
placer que lespontáneamleiite nos traslada á la di­
chosa época de leche y miel len que la descon­
fianza y el temor de terribles enfermedades no
había aún desterrado de la mesa la taza común.
Sin embargo, yo confieso que vería con dolor el
que las naciones americanas abandonasen la ca­
ñita ¡del mate, viéndole humear ¡en elegantes ta­
zas de porcelana y lanzaría una imprecación con­
tra el libelo inexorable de la civilización que tien­
de ¡á limitar la fisonomía típica de los diversos
pueblos esparciendo' de una á otra parte la des­
confianza entre los hombres agrupados en socie­
dad.
El guaraná, hecho con los frutos de la Paullinia
sorbilis es una bebida aristocrática reservada por
su elevado precio para los ricos del Brasil y Bo-
livia. Se toma fría y azucarada, tiene un sabor
agradable que recuerda el de Jas frambuesas y el
102 PABLO MANTEGAZZA 1

chocolate; evita la inercia y leí sueño y predis­


pone para los trabajos intelectuales y para las
alegrías del amor. (*) ¡
Los alimentos sólidos nos pueden proporcionar
muchísimos placeres solamente por su estado fí­
sico y por las sencillas sensaciones táctiles que
de ellos se derivan. La relativa blandura del ali­
mento ejercita los músculos y el tacto sin cansarlos
y causa algunos placeres de los cuales se puede
formar idea comiendo tarta y gelatina. Otras ve­
ces la blandura ó finura del tejidoi es un manan­
tial de placer, como se observa comiendo mo­
llejas de ternera, sesos, coliflores y las frutas car­
nosas. También la estructura granular multipli­
cando los puntos de contacto parece que incita el
sentido del tacto como sucede cuando se comen
las ovas de algunos peces. El conjunto suavemente
fibroso nos da parecidas y agradables sensaciones,
como se advierte saboreando la carne de buey
bien tierno y perfectamente cocido. Otro placer
causa la elasticidad de los alimentos y éste pue­
de llegar á tal grado que determine un movimiento
casi convulsivo en las mandíbulas. Las voluptuo­
sas mujeres orientales en los largos ocios é in­
terminables bostezos del harem, ejercitan los dien­
tes con pastillas de almáciga y con otras resi­
nas que modelándose bajo la presión, cambian
á cada momento de forma sin deshacerse. Algu­
nos alimentos nos ofrecen al principioi una resis­
tencia ficticia, la cual cede después de un rato
dejando en la boca un polvillo ó una pasta blanda;
se gozan placeres de este género comiendo varias
clases de dulces esponjosos, alguna frituras muy
tostadas y toda clase de buñuelos. Otro género de

(*) Véase Mantegazza.—«Del guaraná, nuevo alimento nervioso.» «Pes­


quisas1 experimentales».—Milán, 1865. ■
FISIOLOGIA DEL PLACER 103

placeres táctiles del gusto los produce, un alimento


sólido que, fundiéndose se vuelve líquido en la
boca como la manteca y algunos preparados cu­
linarios. En fin un placer particular se experi­
menta con la mediana resistencia que ofrece un
alimento que obliga á emplear algún esfuerzo, co­
mo por ejemplo al comer el crocante, y el turrón, ó
al cascar entre los dientes los huesos de las fru­
tas y las nueces; estos últimos placeres los puer
den disfrutar solamente algunos privilegiados.
Todas estas sensaciones táctiles se combinan des­
pués de mil modos diversos produciendo! muchos
placeres muy complejos. Una causa principal de
estas combinaciones es la mezcla de los cuerpos
sólidos con los líquidos ó de alimentos de diversa
cohesión: Baste recordar el placer que se experi­
menta comiendo pan de centeno con nata de leche
ó beef-steak con manteca. Los europeos acostum­
bran á disfrutar con la asociación del pan á casi
todas las viandas, en tantoi que los chinos lo sus­
tituyen por el arroz. En estos casos, la costumbre
ejercita una influencia máxima en la producción
del placer.
El elemento característico de los placeres del
gusto consiste en la sensación específica propia
de este sentido. No todos los sabores son agra­
dables, sin que podamos explicarnos la causa. En
general las substancias que pueden nutrirnos tie­
nen buen sabor, mientras las materias inertes ó
perjudiciales son insípidas ó desagradables. Sin
embargo', en esto hay numerosas excepciones.
Los sabores fundamentales que están más ge­
neralizados en las substancias alimenticias y que
pueden por sí solos producir placer, lejercitando;
de un modo específico ¡el sentido del gusto, son:
el dulce, amargo, salado, ácido y grasicnto.
El dulce en general puede causar placeres en lo­
104 PABLO MANTEGAZZA

dos sus grados; le prefieren las mujeres y los ni­


ños y puede asociarse á casi todos los sabores,
pero proporciona los mayores placeres uniéndose
á los elementos vegetales; raras veces armoniza
con los amargos y grasicntos.
El amargo^ no es agradable ¡más que para po­
quísimos individuos y siempre en ínfimos grados.
No agrada en general sino * ,á los paladares sen
veros de los hombres adultos.
El sabor salado no gusta mas que en sus meno­
res grados; armoniza con pocos sabores, pero for­
ma infinitas combinaciones con los alimentos que
dan el máximo placer por sus caracteres físicos.
En general es agradable á todos.
El ácido no agrada más que en los ínfimos gra­
dos; se une muy bien con lo dulce, raras veces
con lo salado y la grasa y casi nunca con lo amar­
go. Lo prefieren los paladares que gustan del dulce.
La grasa casi nunca agrada por sí soja y, en
general, los placeres que- proporciona se realzan
con sensaciones táctiles ó por sabores fuertes. No1
se conocen leyes que regulen su preferencia, pero
quiero advertir que este sabor es preferido por
algunos predispuestos !á la tisis.
Además de estas causas fundaméntales existen
otras infinitas que no tienen ¡nombres particula­
res, pero que se denominan como la substancia que
los produce. En el caos de estas sensaciones ape­
nas es posible trazar algunos ligeros límites.
Se experimentan muchos placeres por la delica­
deza de la sensación, la que es tan fugaz y ligera
que nos obliga á prestar mucha atención. Un her­
moso ejemplo lo tenemos en el te, que exhala un
perfume tan delicado que se escapa á los palada­
res poco perfeccionados ó al que está distraído1.
Un placer contrario al anterior se obtiene por
la fuerza de la sensación, la cual no puede ser
fisiologìa del placer 105

agradable mas que cuando los nervios son ca­


paces de soportarla sin estar demasiado débiles;
el rom, la canela, los pepinillos, y otros infinitos
alimentos causan estos placeres.
Entre estos dos extremos existe una escala innu­
merable de placeres grandes y pequeños que no
se 'pueden definir ni clasificar y que combinándose
de 'mil modos constituyen la delicia de los gas­
trónomos. Sin embargo, ninguno podrá nunca ex­
plicar por qué es tan delicioso el aroma de la
vainilla y por qué la carne del cerdo' es más in­
sípida que la del buey.
En los placeres del gusto, como son infinitas
las idiosincrasias individuales, es muy difícil tra­
zar los límites entre las sensaciones fisiológicas
y fas patológicas. El que huye al solo olor del
queso; no tiene el derecho de llamar patológico
el placer del que halla delicioso un pedazo de
queso de Gorgonzola en leí que crecen vigorosos
infinitos ¡criptógamos entre cuyo boscaje tal vez
van paciendo las larvas de algunos insectos y
miríadas de infusorios. Hay alimentos que agra­
dan ;á la generalidad de los hombres, mientras
otros dividen el campo de los preferidos en más
partes. Afortunadamente casi todos 'están de acuer­
do al hallar buenos los alimentos más aptos para
reparar las pérdidas del organismo; mientras los
adversarios más furibundos del campo gastronó­
mico no se ocupan más que de la supremacía de los
alimentos de puro lujo. Las ostras, los caracoles,
el caviar, el ajenjo, siempre han tenido! entusiastas
y enemigos implacables; pero no son alimentos
necesarios para la vida del hombre, mientras las
espigas de los cereales y las carnes de los herbí­
voros seguirán al hombre len todas sus ¡emigra­
ciones. La aversión de pueblos enteros por al­
gunos alimentos es un fenómeno patológico! y só-
106 PABLO MANTEGAZZA ¡ ;

lo el hábito vuelve glotón de hormigas al salvaje


del Océano', á los chinos de nidos de golondrina
y al americano de la Florida de la carne de perro.
El placer patológico del gusto comienza sólo«
cuando' lo produce una substancia que no puede ser
nutritiva. Las histéricas que desmenuzan con in­
finito placer entre sus dientes un trozo de carbón
ó que se esconden para abandonarse con trans­
portes ¡á una espléndida comida de ceniza, tierra
ó cal experimentan placeres morbosos. El pla­
cer patológico en todo caso se produce por un vi­
cio heredado ó adventicio y pasajero de la orga­
nización. Conozco un señor formal que está pri­
vado del sentido del olfato y casi completamente
del gusto; no siente más que el sabor dulce, por
lo que siempre tiene sobre su mesa una abundante
cantidad de azúcar, con la cual condimenta el
cocido, el buey, la cecina y todas las viandas que
por sí mismas no son dulces.
«■
U? ■ - ’,z


CAPITULO IX

De algunos entretenimientos fundados en los place­


res del gusto.—Filosofía gastronómica

El bruto, como siempre que tiene hambre pue­


de hallar alimento, el placer que experimenta,
puede im'edirse por el grado de apetito y la na­
turaleza del alimento que ha podido encontrar;
pero el hombre, después de haber multiplicado
hasta el infinito los placeres del gusto con los ar­
tificios de la gastronomía, regula también el tiem­
po y el Imodo de comer y beber, de modo que tiene
el máximo placer en no alterar el orden de sus
trabajos.
La parte más embrutecida de la humanidad se
distingue apenas de las bestias y come irregu­
larmente sin tiempo' ni medida, pero el hombre
civilizado distribuye en diferentes horas sus co­
midas, reglamentándolas más, según las necesi­
dades de su cerebro' que de su estómago. Según
las naciones, la condición social y las costumbres,
es diversa la distribución de las comidas, pero
el aspecto más completo de los placeres gastro­
nómicos del día se halla en la distribución del
desayuno, comida, merienda y cena. Para cada
una "de estas comidas hay diversas leyes que las
108 PABLO MANTEGAZZA

gobiernan ¡y tiene una fisonomía moral particu­


lar que permitiría escribir detalladamente una fi­
siología, pero yo no liaré más que un ligero ¡es­
bozo.
El desayuno', es la primera comida á 'la que lle­
vamos toda la virginidad de un apetito que ¡re­
posa desde hace bastante tiempo. Los abusos gas­
tronómicos y los caprichos de un estómago- débil
durante largo tiempo privan á muchísimos indi­
viduos del placer de desayunarse con apetito; pero
los niños, los jóvenes y los que en la edad adulta
han ¡conservado su estómago con toda la fuerza
digestiva ¡de sus primeros años, al poco tiempo-
de levantarse sienten verdadera necesidad de co¡-
mer y se disponen á desayunarse sonriendo y
frotándose las manos. La razón modera, sin em­
bargo, en muchos casos las prehensiones del es­
tómago', para no turbar el trabajo ya comenzado-
ó que hay que hacer con precisión; por lo cual
el alimento' suele ser escaso y tomado apresurada­
mente. El desayuno ¡es una comida á que se pres­
ta poca atención, que se hace solo ó en familia
y durante la cual se habla jioco y se piensa menos
en lo que se come. Los proyectos del día ocupan
nuestra atención, el tiempo' nos apremia y sólo
tratamos de satisfacer el apetito, sin buscar en
este acto un placer. En suma, reduciendo á una
fórmula la fisiología del desayuno, se puede de­
cir que para constituirla esencialmente se unen
el estímulo del apetito y el placer de una nece­
sidad satisfecha. Este es el desayuno que puede
servir de modelo para el desayuno fisiológico por
excelencia; por lo demás, hay tanta variedad en
esta comida, como número de individuos. Para al­
gunos es el momento más importante de la pri­
mera mitad del día, para otros está abolido por
el régimen de dieta que siguen y algunos felices
FISIOLOGÍA DEL PLACER 109

mortales invierten dos ó tres horas en desayunos


ver d ad er amenlie f abuloso s.
Los niños y las pocas personas que conservan
inalterable iel apetito de su infancia suelen hacer
un segundo desayuno, pero esta comida noi tiene
ningún valor moral y por el modo de efectuarse
recuerda la comida de los hebreos que, con el
báculo en la mano, y en pie se disponían á par­
tir de Egipto. En los países fríos, donde el apetito,
puede llamarse hambre casi siempre, el segundo
desayuno constituye á veces una seria ocupación,
pero no difiere mucho del primero por su valor
fisiológico. Tal es el luncheón de los ingleses.
La refección más importante, que equivale á
una verdadera pausa en las ocupaciones del día
es la que bajo el humilde nombre de comida
reune en torno de la mesa á toda la familia, ó
con los nombres más espléndidos de convite ó
banquete reune muchas personas para (una ver­
dadera fiesta en la que pueden tomar parte los
sentimientos más nobles y la más mezquina va­
nidad. La comida de un solo individuo no es más
que una serie de placeres sensuales del gusto y
no tiene ningún valor psicológico. Si se sientan á
la mesa dos ó tres personas, pero comiendo cada
una por su cuenta, tenemos una comida com­
puesta que puede ser embellecida por la conver­
sación, pero no constituye aún un hecho moral.
Este no, existe más que cuando varias personas
unidas en familia por los vínculos del parentes­
co ó de la amistad, se reunen en una sola mesa
para comer los misinos manjares. Entonces hay
un entretenimiento' complejo, una verdadera fiesta
en la que á los placeres del sentido' se asocian en
admirable consorcio las delicias del sentimiento.
En la comida de familia, la mayor parte ¿del
placer se halla constituida por el sentimiento, y
110 PABLO MANTEGAZZA

cuando éste es menor, las más exquisitas viandas


no pueden suplir al tesoro que falta, transfor­
mando á cada individuo en un animal que come
para sí. La atmósfera moral que en sí confunde
y unifica los goces de la comida, es el sentimiento
social primitivo, es el afecto que reune los miem­
bros de la familia; el placer de descansar de las
fatigas del día, de verse, de estar juntos, de ha­
blarse, de bromear, son otros tantos elementos
que hacen felices las horas en que en tan reducido
espacio se hallan reunidos tantos efectos y tantas
alegrías. Todo lo que tiende á reunir á los indi­
viduos y á inspirar el recogimiento, reaviva los
placeres de la comida. Así nada hay más deli­
cioso que la mesa de una familia suiza que en
su casa de madera bien cerrada y caliente ve
caer la nieve al través de las pequeñas ventanas,
á la ténue luz de una linterna, mientras la fa­
milia se halla sentada con una tranquilidad ejem­
plar y un orden matemático alrededor de la me­
sa. Las mismas pondiciones morales tiene la co­
mida de una familia india que desbandada por el
campo se recoge al medio día en torno de una
mesa sucia y desordenada permaneciendo' unos
sentados y los otros en pie. Fácilmente comprende­
remos la diferencia de estas dos comidas sin ser
indios ni suizos, porque podemos recordar los ti­
bios y misteriosos agapes de las noches de in­
vierno y las distraídas comidas de los días ,de
verano. JSn general puede decirse que yendo de
Norte :á Sur, la comida disminuye de proporción y
belleza hasta que en la zona tórrida cambia por
completo su fisonomía.
En Ja comida, el sentimiento que domina en
general es menos elevado en las mesas humildes,
pero los esplendores del lujo, cubren m'ás de una
vez con suntuoso manto pasiones de una mez-
FISIOLOGIA DEL PLACER 111
quindad verdaderamente desconsoladora. El con­
vite más noble íes aquel en que se tributa un
homenaje á la hospitalidad y se honra de un
modo especial á la persona invitada; los que in­
vitan tienen las solicitudes de una cortesía na­
tural, las atenciones de estimación ó de respeto y
el convidado la expresión del agradecimiento. Este
cambio de nobles afectos, esparce sobre toda la
comida su benéfica influencia y reaviva y eleva
las alegrías más vulgares de los sentidos que se
ofrecen como sacrificio en el altar del sentimiento.
Sin embargo1, son rarísimos los convites que se
elevan á tanta dignidad; y con frecuencia en torno
de una espléndida mesa se reunen hombres que
se odian ó desprecian, pero de los cuales se men­
diga ¡vilmente protección ó á los que se quiere
imponer el yugo del agradecimiento humillándo­
los con el látigo de una petulante riqueza. Enton­
ces las leves y forzadas sonrisas, las mentiras!
estudiadas y las atrevidas adulaciones esparcen
sobre la mesa una alegría falsa y verdaderamente
patológica, que llega á veces á embotar los pla­
ceres del sentido del gusto, para los que falta la
atención necesaria. Además de estas dos varieda­
des de convites, hay otra última fase: cuando mu­
chas personas que se conocen se reúnen en torno
de una mesa fulgurante con todas las exuberan­
cias del arte gastronómico1 y donde se dedica una
verdadera fiesta ¡á los placeres del gusto, á los
que se asocian los del olfato, el oído¡ y la vista y
á veces tal vez los sexuales. Guando estas comidas
no se convierten en orgías, pueden elevarse á cier­
to grado por la perfección del arte y del sentimien­
to de lo bello; y entonces la alegría que rebosa
por todas partes entre las risas desordenadas y
el centelleo del espíritu, no1 es verdaderamente cul­
pable. i ¡ I ' .
112 PABLO MANTEGAZZA

La merienda íes la comida meridional por ex­


celencia y para su completa propiedad y per­
fección no se puede hacer mas que bajo la bó­
veda de un cielo azul, sobre el césped y las flores.
Alegre y vivaz destierra el orden y la etiqueta y
se compone de frutas, dulces, leche y otros ali­
mentos sencillos y ligeros. Los juegos, las bromas
y la música son sus ornamentos más naturales.
La cena presenta dos variedades bien distin­
tas y que difieren inmensamente entre sí. La cena
de familia es una comida delicada, amenizada por
una tranquila alegría y un recogimiento' particu­
lar. Los trabajos del día han terminado y la men­
te reposa en una tranquila contemplación del pa­
sado, en una vaga é indefinida esperanza del por­
venir. Entonces la conciencia refleja más puras
las imágenes y el hombre honrado goza de una
calma serena y suave. Es la hora de las confiden­
cias y de las dulces amonestaciones, de las ¡na­
rraciones dilatadas y de las interminables charlas
del hogar. ¡Felices los que han podido, gozar en
toda su pureza la alegría de una cena de familia!
La segunda variedad de la cena se halla cons­
tituida por una fiestecita consagrada á la lujuria
del gusto y en la cual basta la veleidad de un
apetito caprichoso para honrar dignamente las ex­
quisitas viandas y los vinos deliciosos que rea­
vivan deseos artificiales. Esta cena, aun en su ma­
nifestación más honesta, oscila entre la comida
y Ja orgía; y casi siempre la templanza se halla
tan comprometida, que huye de los alegres comen­
sales desde el momento en que se reunen y sólo
reaparece acompañada por el remordimiento.
CAPITULO X

I
j De los placeres del olfato

Entre todos los sentidos, el que nos ofrece pla­


ceres más escasos y fugaces es el olfato, que en
el hombre casi parece un ornamento de puro lujo.
En muchísimos animales inferiores, este sentido
falta por completo ó se confunde con otros, mien­
tras en varios mamíferos es mucho más perfec­
to que en el hombre, por loi cual probablemente
experimentarán placeres más numerosos é inten­
sos. Bastará recordar al perro, que corre casi todoi
el día con el hocico atento á recoger las emana­
ciones olorosas que de todas partes llegan á su
húmeda y delicada nariz. Como no existe ni me­
tro ni otra medida para graduar el placer, el que
quisiera sostener que el hombre goza con el ol­
fato más que el perro, tendría suficientes razo­
nes para defender su asunto.
Los placeres del olfato no tienen casi nunca
la razón de sí mismos como otros sentidos; por­
que los olores más delicados y suaves no los dan
las substancias alimenticias á las cuales parece
que la naturaleza debiera acercarnos con los atrac­
tivos de deliciosos perfumes. El ejercicio mode­
rado del olfato no basta para producir un placer,
Fisiología del placer—T. I.—8
114 PABLO MANTEGAZZA

como sucede con casi todas las demás faculta­


des y los olores agradables se hallan esparcidos
en tres reinos de la naturaleza sin ley ni medida;
se puede decir que abundan en el reino vegetal y,
especialmente en las flores, siendo menos frecuen­
te en el animal y rarísimos en el reino inorgá­
nico. Pero nadie sabrá explicar por qué la humil­
de violeta esconde en sus pétalos tan suave per­
fume, mientras la hermosa flor del Arwn dracuncu­
lus esparce un olor casi fétido y repugnante.
El elemento fundamental de los placeres del ol­
fato nos es desconocido'. Generalmente es un fe­
nómeno procedente de un sencillísimo! contacto
entre las partículas olorosas que flotan en el aire,
con los nervios olfatorios; mas alguna vez se aso­
cia á este placer una sensación puramente táctil,
pero que raras veces, sin embargo, es el manantial
de las sensaciones agradables.
Los placeres del olfato' varían más que los otros
en los diversos individuos, porque las sensaciones
que los producen son tan delicadas y pertenecen
á un sentido' menos importante en la economía
animal. En general, sobre el goce de los olores más
fuertes concuerdan casi todos, en tanto que son
muy diversas las preferencias cuanto menos in­
tensas son las sensaciones. De todos modos, lois
placeres varían hasta el infinito y se obtienen
á diario las pruebas más obias en la vida fami­
liar. El placer no' es verdaderamente patológico
mas que cuando lo causa una substancia que as­
pirada puede ser perjudicial. Pero como en to­
das las cuestiones el consentimiento! universal tiene
tanta preponderancia, me atrevo á decir que son
morbosos los gustos de recrearse con la asafétida,
£1 ajo y el cuerno quemado.
En general, los placeres del olfato son más ex­
quisitos en el bello sexo; porque la mujer tiene
fisiologìa del placer 115

los nervios más delicados y porque no embota su


nariz con los brutales placeres del tabaco-. Estos
débiles goces son menos pálidos en la plenitud
de la vida, en los países cálidos, en el estío- y entre
las clases elevadas de la sociedad.
Tienen estos placeres escasa acción en la vida
y su influencia es apenas sensible. Con un grado
mediano de atención se educa el espíritu de obser­
vación y la afición al olor de las flores hace más
delicado el gusto de lo bello. El abuso- de estos
goces vuelve á los individuos decadentes y afe­
minados. 1 ! | i ' í ! i
La fisonomía de estos placeres es muy sencilla
y en los ínfimos grados no consiste más que en
la clausura de la boca y en la aspiración prolon­
gada ó interrumpida. Las líneas del rostro acu­
san una tranquila atención. En los grados máxi­
mos del placer, la inspiración es muy profunda,
el tórax se dilata mucho, simulando un suspiro
verdadero, y detrás viene una larga y rumorosa
inspiración en la cual los rasgos de la cara refle­
jan intenso agrado; los ojos, más de una vez, se
entornan p se esconden completamente bajo el
velo ¡de los párpados; las exclamaciones y los
movimientos ¡de sorpresa completan este cuadro.
Alguna vez la reminiscencia que nos queda de
un olor agradable nos tiene por algún tiempo
mudos y absortos con los ojos alzados al cielo y
la faz envuelta en una expresión de gran severidad.
Estos placeres hacen sonreír alguna vez, pero no
producen nunca la risa.
Los placeres táctiles del olfato- son muy limi­
tados y no constituyen, las más de las veces, más
que una simple irritación ó un verdadero cos­
quilleo- de los nervios táctiles de la pituitaria;
y cuando la reacción es tan fuerte que produce un
estornudo que persiste un rato, como una des-
1Í6 PABLO MANTEGAZZA
I

carga nerviosa, la tensión del sentido puedo ser


muy desagradable. Se obtiene la prueba, oliendo
tabaco, vinagre puro, menudísimos cristalitos de
ácido benzoico, ú otras substancias parecidas.
Los placeres específicos del olfato no> se pueden
dividir más que en dos clases, según que la sen­
sación sea delicada ó fuerte. A los placeres exqui­
sitos pertenecen los productos de los perfumes
obtenidos de la violeta, la rosa, reseda, ámbar
y otros infinitos cuerpos. A los placeres intensos
fenecen los perfumes de la magnolia, vainilla, al­
mizcle, pacholí, etc.
Hay algunos olores que no agradan más que por
su delicadeza y por la constante atención que
exige el probarlos, como sucede con el de la rosa
de te, con el te mismo y con algunos otros.
Otras veces el olor es fuerte, complejo y, casi
diré misterioso, por lo cual ha de emplearse cierto
esfuerzo para educar los nervios y hallarlo agra­
dable. Es una verdadera lucha en que salimos
victoriosos del olor con las armas del sentido y
de la voluntad. Los olores del opio y de pan­
chas resinas pueden proporcionar un ejemplo de
este género de sensaciones poco estudiadas.
Más de una vez el placer no se produce por
la sensación específica, sino1 por la agradable ima­
gen que de ella nos queda. Así el marinero que
percibe olor de pesca, recuerda con alegría el
Océano y la nave predilecta; el veterano; lleno
de cicatrices y de gloria, aspira con voluptuosi­
dad el acre perfume de la pólvora, mientras ¡el
montañés, transplantado á las monótonas llanu­
ras, aspira con delicia el olor resinoso del pino. En
todos estos casos, como en otros semejantes, el
sentimiento se asocia al sentido; produciendo^ un
placer complejo y que puede llegar al grado má-
i[ximo de intensidad.
CAPITULO XI

Del uso del tabaco y de algunos pasatiempos que


se pueden idear por el sentido del olfato.

La civilización humana no lia sabido aún fun­


dar sobre el sentido del pífalo más que el mez­
quino goce de oler rapé que, encerrándose en el
estrecho círculo de pocas sensaciones, nos priva
de gozar placeres más delicados de este sentido.
El tabaco en el olfato proporciona el placer por
una irritación táctil, por un ligero perfume y,
más que nada, constituye la pausa de una ocupa­
ción intermitente que nos hace descansar al in­
terrumpir nuestro trabajo. Otras veces hace me­
nos insoportables nuestros ocios dividiéndolos en
los diferentes intervalos que pasan de una á otra
toma de rapé.
Otras veces la tabaquera nos evita la pesadez ó
el sueño, y en sociedad sirve para entretener las
manos cuando noi se sabe qué hacer de ellas; en
fin, es un objeto íal que se llega á tomar afecto
por llevarlo siempre en nosotros y en el que po­
demos dejar caer un destello de vanidad, usándola
de plata ó de oro y abriéndola de continuo ante
los que humildemente se contentan con una de
hueso ó de madera. Cedemos con gusto estos pía-
118 PABLO MANTEGAZZA

ceres á los hombres de todas clases y á las mu­


jeres, que por pasar de cierta edad ó por su det-
formidad no aspiran á los placeres del bello sexo;
pero negamos la tabaquera á las jóvenes hermo-
sas que deben conservar su delicada nariz para
los perfumes de la reseda y de la rosa.
Un goce, que pertenece por igual á los placeres
del olfato y del gusto es el de fumar 'tabaco, so­
bre el que debemos ‘hablar sin odio y sin amor
poniéndonos en un término medio; entre los in­
cansables aficionados que viven todo el día en una
atmósfera de humo "y los displicentes y delicados
enemigos del tabaco, que maldicen á ia pobre
nicotina, acusándola de corrupción y envenena­
miento.
El placer de fumar es muy complejo y consta
de muchos elementos de que trataremos uno por
uno. El acto de prepararse á fumar desarrolla la
serie de placeres y ocupaciones fáciles é intere­
santes que requieren el encender el cigarro ó el
cargar la pipa. El que haya observado á un fu­
mador de buen gusto en el momento en que ha­
ce sus preparativos para entregarse á su predi­
lecto placer, debe comprender que aquel momen­
to es delicioso; y no puede ser de otro modo,
ya que la esperanza de gozar y el placer de pre­
pararse con sus propias manos y sin fatiga aquel
gusto, son elementos que deben producir una sen­
sación agradable, cuando; se ponga en ello, aunque
no sea más que mediana atención.
El segundo elemento que forma parte de este
placer tan complejo es la sensación del gusto,
la cual en la pipa se reduce al sabor del humo,
y en el cigarro consta además de la sensación
de la saliva con que se impregnan las partes so­
lubles |de las hojas del tabaco. Las infinitas va­
riedades del acre perfume forman mil combina-
FISIOLOGÍA DEL PLACEE 119

clones de placeres conocidos solamente por los


consumados fumadores. Sin embargo, 'en general
los nervios gustatorios y táctiles de la boca están
en un estada de irritación agradable, de verda­
dero orgasmo, y el hombre gusta sin comer.
El sentido táctil de los labios y de los músculos
de la boca concurre también al placer con los
movimientos alternativos y delicados que son pre­
cisos para aspirar él humo, retenerlo artística­
mente en la boca y hacerlo salir despüés.
El olfato tiene gran parte en este placer. De
todos modos no es indispensable, pues el señor de
Bérgamioi, que antes cité y que carece por com­
pleto del sentido' del olfato y casi también del gusto,
halla placer al fumar. Generalmente el perfume
del tabaco’ se aspira por las narices con el humo
que sale de la boca; pero puede pasar también
de la boca á las narices por los conductos in­
teriores. Los que saben lanzar en columna el hu­
mo por la nariz, experimentan también el placer
de una ligera irritación de la pituitaria al cual se
une la complacencia de un juego caprichoso.
La vista paga también su tributo á los fuma­
dores entreteniéndolos con los juegos de la lenta
combustión y con los cambios que presenta el
humo al confundirse con la atmósfera. La prueba
de que este placer existe en el entretenimiento
es ésta: que poquísimos hallan placer al fumar
en ,1a obscuridad, donde no puede la vista con­
templar más que el punto incandescente del ta­
baco quemado.
Los efectos fisiológicos de la nicotina y de los
demás principios volátiles y olorosos que se ab­
sorben y obran preferentemente sobre el sistema
nervioso, tienen también una gran influencia en
los placeres de fumar, contribuyen especialmente
á facilitar las digestiones, y conducir la sensibili-
120 PABLO MANTEGAZZA

dad general á un ¡estado particular de embotamien­


to eretístico, que puede llegar á la voluptuosidad.
Los fumadores incipientes se embriagan y sufren;
los adeptos se adormecen y, si son muy sensibles,
sienten en toda la superficie cutánea una tibia
¡sensación ó una excitación ligera que es imuy
agradable. En fin, los veteranos del arte, ni se em­
briagan ni se adormecen, pero se sienten bien^ ex­
presando con esta frase la sensación indefinida
de las delicias que experimentan al fumar.
Sin embargo, estos placeres 110 existen por sí
solos, pero se combinan entre sí en un acorde que
los unifica y los exalta, formando una sensación
única y agradable. Son fútiles todas las cuestiones
que se agitan á diario sobre la verdadera esencia
del placer de fumar y de si pertenece al gusto, al
olfato ó á la vista. Ninguno' de estos sentidos goza
por sí sólo, pero concurren por su parte á pro­
ducir placer; y la diferencia individual es la que
hace predilecta una sensación especial. El elemento
que reune todos los goces en uno¡ soto, sirviendo,
—como quien dice,—de cemento, les el gusto de
hacer algo, de entretener de cuando en cuando el
trabajo, ó distraer el ocio- como ya hemos dicho
al hablar del rapé. El ocio absoluto es insoporta­
ble aun á los más inertes, mas el trabajo cansa
y en cambio agrada á pocos. Pero el fumar es
una verdadera transacción de la conciencia, un
verdadero
* tratado de paz entre la inercia y la
actividad, entre el odio al trabajo! y la aversión
al ocio. Fumando no se trabaja, pero se hace
algo; la conciencia no nos puede echar en cara
el peso enorme de la palabra perezoso, cuando
tenemos en la boca el cigarro1 ó la pipa. Los
más vulgares y también los más numerosos fu­
madores, no han sabido' hallar jamás en el fumar
otro placer que éste y muchísimos también se
FISIOLOGIA DEL PLACER 121
han impuesto de buen grado un verdadero mar-
tildo para poder entrar en la escala de los fuma­
dores y hallar el medio de entretener algunas
horas de la vida. Esto resulta irrisorio y son des­
preciados por los verdaderos artistas que fuman
con conciencia y ciencia analizando con la volup­
tuosidad de una larga experiencia los goces que
se encierran en un perfumado cigarro. De todos
modos, los placeres de fumar no son patológicos
para la mayor parte de los hombres, y los que
tienen aún la ingenuidad de desear la inocencia
de la Arcadia, no1 conocen al hombre y olvidan
que acumula á cada instante mucha fuerza ner­
viosa ¡que le obliga á buscar movimiento y ac­
ción. ¿El que quiera limitar la potencia humana
es como si encerrase un león en una jaula de
mimbres.
Los placeres del olfato, por ser efímeros, están
muy descuidados en los progresos de la civiliza­
ción y no han dado aún lugar á invenciones de
complejos entretenimientos. En Europa el mez­
quino uso del tabaco, las esencias con que perfu­
mamos nuestros vestidos y 'el tributo que nos
ofrece la horticultura con el cultivo de plantas
olorosas, ¡son los únicos goces que se conceden
á este sentido1. En Oriente el olfato' es menos olvi­
dado que entre nosotros y en las habitaciones
de los ricos arden perfumes deliciosos. Estos go­
ces, sin embargo', son elementales y no, consti­
tuyen aún juego, ó entretenimiento. La futura ci­
vilización llenará esta laguna, mas en tanto1, yo, tra­
tando de levantar un borde de la cortina que se­
para el presente del porvenir, osaré decir que
puede imaginarse el camino1 que se debe seguir
para ¡preparar algunos entretenimientos basados
en el olfato.
La armonía y la melodía de los olores, deben
122 PABLO MANTEGAZZA

existir, como existe el ¡acorde en las demás sen­


saciones. Se puede idear un instrumento que con­
tenga muchos olores en distintos departamentos
y por el cual se puedan hacer salir los diversos
efluvios ¡con una medida reglamentaria por la ex­
periencia; algunos muelles bastarían para abrir
y cerrar alternativamente el paso ¡á los perfu­
mes, produciendo con los acordes de armonía y
melodía una verdadera música olorosa. Las gra­
daciones, los aumentos y disminuciones de un mis­
mo olor, los lentos efluvios y las rápidas corrientes,
los acordes armónicos y la alternativa de los con­
trastes pueden dar elementos para crear una nue­
va música del olfato, que debe tener las mismas
leyes, los mismos artistas que la del oído; y, por
último, se pueden aislar los dos conductos de la
nariz con un sencillo aparato1, hallando de este mo­
do un nuevo manantial de combinaciones y pla­
ceres. Nadie, hasta ahora que yo- sepa, ha bus­
cado el acorde de dos sencillas notas que se ob­
tendrían aislando los dos conductos de la nariz y
aspirando por uno el perfume de una violeta y
por el otro el de una rosa. Además podrían ha­
cerse instrumentos para el uso común y en los
espectáculos públicos se podría, con máquinas in­
geniosas, dar en vastos recintos caprichosos con­
ciertos de armonía nasal, donde las corrientes olo­
rosas, sencillas y llenas de acordes, saldrían mis­
teriosas, y serían aspiradas por las atentas nari­
ces de los espectadores, vertiéndose después otras
corrientes que desvanecerían las primeras y for­
marían con ellas un acorde melódico1.
CAPITULO XII

De los placeres del oído en general.—(Fisiología com­


parada—Diferencias.—Fisonomía.—Difluencia

Entre todos los sentidos, el que proporciona, pla­


ceres más intensos, después del tacto, es el oído.
Este hecho tiene una gran importancia fisiológica,
porque constituye una excepción de las leyes más
elementales que gobiernan los placeres. Hasta aho­
ra habíamos observado, que la voluptuosidad más
intensa acompañaba á la satisfacción de las ne­
cesidades más poderosas y marcadas por la na­
turaleza como necesarias; y ahora vemos nacer
una fecundísima corriente de placeres, de sensa­
ciones de puro, lujo, que no son necesarias á la
vida del individuo ni á la de la especie. Además,
habíamos observado) que el hombre ha podido, con
el arte extender los límites de los placeres con­
cedidos por la naturaleza y que1 eran consecuen­
cia necesaria de condiciones fisiológicas, pero sin
producir jamás una sensación agradable de nue­
vo orden. Y aquí vemos que el hombre, creando
la música, que no existe en la naturaleza, se abre
un dilatado horizonte de glorias sublimes y de­
licadas y por las cuales adquiere de este modo
una necesidad artificial.
124 PABLO MANTEGAZZA

Muchísimos animales inferiores se hallan des­


provistos del sentido del oído. Los que le tienen
en sus formas más elementales no pueden expe­
rimentar mas que sensaciones muy confusas y
fuertes. En los grados más elevados de la escala
animal, donde el oído, presenta casi la misma es­
tructura que el del hombre, no podemos decir si
el sencillo ejercicio de este sentido resultará agra­
dable. Es cierto, sin embargo, que muchos ma­
míferos y tal vez también los reptiles y los peces,
saben distinguir los sonidos armónicos y pare­
cen hallarse complacidos y dan señales de gozo.
La inteligencia para esto no presta ninguna in­
fluencia sobre la perfección de los placeres, puesto
que todos los días vemos al estúpido mirto' que
acompaña alegremente con su canto el son del
organillo mientras el inteligente perro ladra deses­
perado al oír un delicioso concierto. Entre todos
los animales inferiores al hombre, los pájaros son
tal vez los únicos que pueden gozar de una mú­
sica, de que ellos mismos son autores. Los filó­
sofos que quieren humillar la dignidad humana,
como si no estuviésemos ya bastante rebajados,
pretenden que hemos aprendido los primeros ele­
mentos musicales de tos pájaros. Aunque la fisono­
mía de los animales sea diversa de la nuestra,
podemos leer la alegría y el dolor hasta en un
pájaro y si aunque sólo sea una vez hemos po­
dido, espiar de cerca al ruiseñor en sus ejercicios
musicales, habremos observado' con su cabecita
atenta, sus ojos brillantes y fijos, que escucha su
canto, con el que parece jugar, repitiendo las no­
tas que le deleitan, ó estudiando sencillísimas va­
riaciones.
Analizando los placeres del oído, vemos que las
mayores diferencias se derivan del carácter de
estas mismas sensaciones. Por esto no haremos más
FISIOLOGÍA DEL PLACER Ï25
que pasar al vuelo sobre las condiciones indivi­
duales y sobre los demás elementos externos que
pueden modificar un mismo placer del oído.
Casi todos los hombres gozan de la música, po­
cos son indiferentes á ella; pero entre Cuvier, que
bacía un esfuerzo sobre sí mismoi para oír ad­
mirablemente el címbalo de su hija predilecta y
Rossini, que desde que nació hasta que murió
vivió en un atmósfera de armonía, de la cual
sentía tanta necesidad corno del aire, existen in­
finita variedad de oídos más ó menos sensibles
á las delicias de la música. Los hombres, por lo
tanto, se pueden dividir en tres clases. Los pri­
meros no saben gozar más que de la música eje­
cutada por los otros, los segundos la pueden re­
petir y los últimos la saben crear. Inútil es decir
que en el mundo musical estas tres clases de per­
sonas están diversamente privilegiadas y que so­
lamente los maestros pueden aspirar á los pla­
ceres más sublimes del oído.
Hasta ahora es imposible distinguir por algún
signo especial al hombre que confunde el tam­
bor del saltimbanqui con los trinos de Paganini,
del que está destinado á encontrar un nuevo mun­
do en las regiones de la armonía y hasta el ór­
gano musical de los frenólogos puede arrojarse,
sin remordimiento y sin escrúpuloi en el alma­
cén de los errores pasados, donde existe aún abier­
ta una inmensa laguna para los errores del por­
venir. Nadie tiene derecho! para acusar de obtuso
de inteligencia á quien permanece indiferente an­
te el torrente más impetuoso de armonía, porque
la historia nos muestra muchos ejemplos de gran­
des intelectuales que no sabían distinguir un acor­
de armónico’ de un chillido y las vulgares obser­
vaciones nos presentan todos los días ejecutores
distintos de música y aficionados apasionados en­
/

126 PABLO MANTEGAZZA

tre personas de cerebro pequeño». Los placeres


del oído tienen á veces cierta unión con el senti­
miento» y con frecuencia los hombres egoístas y
brutales ¡sonríen compasivamente de los que se
conmueven con las delicias de una melodía.
La mujer puede gozar más que el hombre de las
delicias sensitivas de la música, pero» es inferior
al hombre en el goce de los tesoros intelectuales
que pertenecen á estos placeres, y que forman la
parte más preciada de ellos. Raras veces puede
llegar á la sublime voluptuosidad de la creación,
como lo prueba claramente la estadística de los
compositores de música.
El hombre-niño comienza á sentir los placeres
de la música, pero éstos no se reducen más que
á la pura sensación auditiva, que debe ser además
incompleta y confusa. Según crece, goza más de
estos placeres, pero su continua distracción y la
imperfección de las facultades intelectuales le im­
piden saborearlo por completo. En la edad de
la fantasía y del genio» es cuando la música abre
todos sus tesoros de armonía, llevando» al grado
máximo de exaltación todas las facultades cere­
brales. En la edad adulta la experiencia suple, coi­
me en otras sensaciones, á la virginidad y á la
lujuria del placer, por lo» que éste es más tran­
quilo, pero puede ser aún más intenso» y delicioso.
Cuando el hombre desciende por la curva de la
parábola, volviendo» al lugar de donde vino, el oído
se embota, la fantasía se halla opaca y los pla­
ceres del oído disminuyen.
La verdadera patria de la música es Italia y
el oído menos armónico de Europa podría decirse
que es la nebulosa Inglaterra. La música tiene nece­
sidad de un cieloi tibio y sereno, de campos siem­
pre verdes, de flores olorosas y no» se eleva á
las regiones más sublimes sino cuando» se acerca
FISIOLOGÍA DEL PLACER 127

á su hermana legítima y predilecta la poesía.


Arriesga también sus delicados pies sobre la nie­
ve del Norte, pero, fácilmente se entumece, y si
la industria humana la defiende como una flor
exótica poniéndola en tibio invernadero, los tecos
que emana son artificiales y no difunde más que
una armonía estudiada y ampulosa que apenas
puede esconder entre los pliegues de su manto
la falta de inspiración. La Europa del Norte cuenta
con algunos célebres compositores y una larga
escala de artistas perfectos; pero en ningún país
como en Italia los placeres de la música son tan
universales. En Florencia y en Ñápeles el vulgo
repite por las calles las arias de Rossini, Bellini,
Donizetti, y Verdi. Fuera de Europa, en las gran­
des colonias de todas las partes del mundo, hasta
en alguna orda salvaje, todas las naciones tienen
una música, pero raras veces puede ser impuner
mente sentida por nuestro oído.
Hasta en los más remotos tiempos de la civili­
zación el hombre cortó una caña y dió con ella
las primeras pruebas de armonía; más en ninguna
época los placeres del oído fueron tan intensos
como en la actualidad. Aumentaron siempre por el
perfeccionamiento del arte y del sentido y por
acumularse los tesoros recogidos por los genios
creadores, oscilando, según las necesidades de la
paz y la guerra. La música deja sentir sus ar­
monías aun entre el choque de las armas y el
tronar del cañón; pero no< muestra toda su pom­
pa más que sentida bajo, la sombra de los olivos.
Inútil es decir que estos placeres los experimen­
tan más á menudo las clases elevadas de la so­
ciedad. Hay, sin embargo, muchas excepciones y
más |de una vez el obrero se queda con la boca
abierta delante de un desafinado, guitarrillo, míen-
128 PABLO MANTEGAZZA

tras el rico bosteza en su palcoi con la sinfonía


de «Guillermo Tell» ó el «Miserere de Trovador.»
La influencia de los placeres del oído; es inmensa
y se extiende sobre todas las facultades menta­
les y sobre el corazón. El estudioi de la influen­
cia que ejerce la música en la humana civiliza­
ción lo han hecho ya grandes filósofos, pero cier­
tamente no se halla aún agotado. Yo no< puedo
hablar de ello sin parecer soberbiamente atrevido
y sin alejarme demasiado de mi asunto; por lo
que, tratando de analizar la razón de estos pla­
ceres, me contentaré con dar algunos signos para
este fin.
La fisonomía de los placeres del oídoi presenta
una serie infinita de imágenes que varían según
el carácter de las sensaciones, por loi que un pin­
tor fisonomista podría hacer una completa galería
de cuadros con la expresión de estos placeres que
reflejan desde la alegría más exaltada y bulliciosa,
hasta la melancolía más suave y risueña y el
tranquilo llanto.
Los sonidos no armónicos, cuando causan pla­
cer, no abren más que indirectamente despertan­
do un sentimiento ó un recuerdo, por lo que la ex­
presión es diversa sin que presente .ningún sig­
no propio de los placeres auditivos.
Un simple sonido armónico no hace más que
interesarnos, ejercitando' de un modo! agradable,
el sentido del oído. En este caso el rostro expresa
una plácida atención, los ojos están fijos y la
boca permanece frecuentemente abierta, como! casi
siempre acontece en estos placeres.
Si la armonía crece en intensidad y delicadeza
se pueden gozar con ella muy diversos placeres,
según sea alegre ó triste. En el primer caso los
ojos brillan y se dilatan y los ángulos de la boca
entreabierta se elevan algo, iniciando una sonrisa.
FISIOLOGIA DEL PLACER 129
Si la música es triste, los párpados se entornan y
los ángulos de la boca se bajan. De todos modos
la expresión del rostro es ¡muy diversa, según
los casos, pues unas veces el individuo' se prepara
á gozar estas sensaciones analizando' los elemen­
tos que las causan y en otros la armonía no es
más que un instrumento' que despierta y exalta
el sentimiento' y la inteligencia. Cuando la música
tiene por objeto' el arte, y el placer es todo en las
sensaciones, nos vemos impelidos á acompañar con
el gesto, con la voz ó con el pensamiento las ca­
dencias armónicas y para muchos es una necesidad
irresistible y forma parte de los elementos ca­
racterísticos de la fisonomía de estos placeres.
Entonces acompañamos la música subiendo, ba­
jando y moviendo' lateralmente la cabeza, incli­
nando el cuerpo ó un brazo' ó una mano; otras
veces producimos rumores pegando acompasada­
mente con las manos ó los pies sobre algún ob­
jeto cercano. Cuando estamos sentados movemos
generalmente los pies y si estamos derechos nos
servimos frecuentemente de las manos que con
la dilatada ayuda del brazo nos ofrece vasto cam­
po de acción para experimentar todas las gra­
daciones del placer. Con la música alegre se ríe
pocas veces, pero se sonríe siempre y la necesi­
dad de acompañarla con movimientos es tan po­
derosa que nos obliga á mover casi todos los
músculos del cuerpo. El baile primitivo' río de­
bió ser otra cosa que la expresión de un placer
musical que tendía á expansionarse. Las excla­
maciones de gozo pueden llegar hasta el delirio
y se manifiestan con apretones de manos y abra­
zos afectuosos. En todas estas expresiones se ve
una tendencia á la expansión y al movimiento.
Raras veces se suspira y llora. La música paté-
Fisiología del placer—T. I.—9
130 Pablo Mantegazza

tica inspira con frecuencia al éxtasis y al recogi­


miento; los gestos son raros i y lentos, los pus-
piros prolongados y á veces la tensión nerviosa
restablece el equilibrio con el llanto'. En los gra­
dos máximos del placer el rostro palidece, los ojos
se entristecen, agitan el cuerpo estremecimientos,
susurros y escalofríos de una voluptuosidad mis­
teriosa. Otras veces el cuerpo está inmóvil, casi
cataléptico, y el individuo parece hallarse en un
verdadero éxtasis. Un amigo mío, en los grados
máximos de los placeres musicales, advierte que se
le pone, como vulgarmente se dice, carne de ga­
llina.
Estos breves trazos expresan la fisonomía ge­
neral de los placeres musicales, pero el cuadro se
completa con la expresión de todos los sentimien­
tos nobles y bajos, buenos y malos, pues todos
ellos pueden ser suscitados por las delicias de la
armonía. A veces no pensamos en la música que
nos embriaga y nos transporta la fantasía á re­
giones lejanas; recordamos alegres escenas ó llo­
ramos dolores pasados, y si vivimos en el tor­
bellino de una vida agitada soñamos con una exis­
tencia sosegada y tranquila; ya odiamos profunda­
mente ó amamos con exaltación según esté nues­
tra mente y según la naturaleza de la música
que nos conmueve. En estos casos la fisonomía de­
be ser estudiada en los placeres del sentimiento.
Aquí basta añadir que todo el eje del cerebro y
la espina dorsal puede conmoverse con los pla­
ceres del oído y que indirectamente también la
circulación y la respiración pueden tomar parte
en ellos. Frecuentemente el corazón late con más
fuerza y á veces se sienten palpitaciones y la res­
piración es lenta y afanosa. El enrojecer y el pa­
lidecer del rostro y el indefinido' sentimiento que
conmueve todas las visceras prueban que hasta
FISIOLOGÍA DEL PLACER 131

el sistema gangliar puede entrar como factor en.


las expresiones del placer auditivo.
¡El campo' que divide la fisiología de los pla­
ceres del oído de su patología, tiene confines bien
!marcad¡os. En los placeres más intensos de la
armonía coinciden casi tíodos los hombres, lo que
no sucede con los menores. Ciertamente que los
gustos ¡más caprichosos del oído
* no influyen so­
bre ¡la salud del cuerpo
*, pero muchos de ellos
se pueden llamar moralmente patológicos, porque
se alejan del tipo de perfección estética que ál na­
cer recibimos de la naturaleza. Por lo tanto, po­
dernos llamar morbosos los placeres de los que
se complacen con las desagradables armonías de
una lima estridente, de un tenedor que rechina
sobre un plato; con los crujidos de las articulacio­
nes de los dedos y con el ladrido de un can.
CAPITULO XIII

Análisis de los placeres del oído.—(Placeres que se


derivan de los rumores y los sonidos armóni­
cos.

Los infinitos placeres que se gozan por medio


del oído se pueden dividir en dos grandes clases,
según estén producidos por rumores ó por so­
nidos.
Un ruido cualquiera piuede ser á veces agra­
dable por la sola razón de ejercitar el sentido
auditivo^, sin cansarlo. En este casoi el placer casi
siempre ¡es débil, á menos que razones especia­
les no concurran á aumentarlo; por ejemplo el
prisionero que pasó largos años sumido en el
silencio de una cárcel, si sale por breve espacio
de aquel lugar, escucha con ansia y avidez los
rumores |de la vida laboriosa que le rodea. Por
la ¡misma razón el sordo que llega á curarse con
la ¡extracción de la materia sebácea que obtu­
raba su oído, se ejercita, con la ingenuidad in­
fantil en producir rumores de toda clase para per­
suadirse de que oye. Fuera de estos casos excep­
cionales, isólo el niño goza con cualquier ruido
con tal que sea nuevo y noi le canse. Los infinitos
rumores y las exclamaciones desentonadas con que
fisiologìa del placer 133
se complace el hombre-niño, son para él estudio
de sensaciones y fuente de jplaceres.
Algunos rumores son agradables por ser inter­
mitentes, pues reposan y ejercitan alternativamen­
te el sentido del oído. Así no habrá nadie que
no haya pasado algún rato de su vida agitando so­
bre los morillos de la chimenea, ó moviendo el
pie contra el suelo en el aburrimiento de una in­
sípida conversación. Estas sensaciones agradables
son tal vez el primer elemento de la música ó,
por lo menos, forman un anillo, de unión entre las
dos clases de los placeres del oído.
Un ruido fuerte é inopinado, „que rompa el si­
lencio cesando súbitamente, puede causar placer
por la excitación que comunica á los nervios sen­
sorios, en este caso la sensación no debe ser ni
demasiado fuerte ni débil. El silbido de una lo­
comotora, el disparo de un fusil, el ruido de los
cohetes, un solo tañido de campana que se pierda
en el aire ó en el chapoteo de un cuerpo, pesado
que cae en el agua desde alto, pueden causar pla­
ceres de esta naturaleza.
Otras veces la sensación es agradable por un
rasgo particular que cosquillea ó conmueve de
un modo especial á los nervios del oído; á esta
clase pertenecen los placeres más misteriosos y
extraños del oído. Citaré solamente el verter los
granos de una fanega en otra medida; el rasgar
una tela de algodón, el volcar un carro, de arena,
el susurro de las frondas, el mugir de los torren­
tes, el ruido del oleaje, el rumor del viento, el re­
tumbar del truenoi y otros mil rumores de na­
turaleza muy diversa. Si pudiésemos ver el mo­
vimiento, molecular de un nervio que siente y de
un cerebro que percibe podríamos descubrir ¡los
misterios de estas sensaciones, mas por hoy esta
inocente curiosidad nos está prohibida.
134 PABLO MANTEGAZZA

Un rumor puede convertirse en placer cuando


sin cambiar de naturaleza, varía de extensión as­
cendiendo ó decreciendo poco á poco. En este caso
la razón principal del placer está en la prolon­
gada atención, la cual eleva las sensaciones á ma­
yor grado de intensidad. Para esto' bastará recor­
dar el ruido de un carruaje ó de un tren que se
aleja ó se acerca y el estremecimiento vacilante de
un fleje metálico. Cuando el sonido decrece, nues­
tro oído recoge ávidamente las últimas (Ondula­
ciones sonoras que se van perdiendo como para,
medir la delicadeza del sentido.
Otro placer existe en el contraste de los ruidos
que se suceden y que pueden diferir de naturaleza
ó de intensidad ó de ambos elementos. Por esto
el constante martillear del forjador que machaca
unas veces sobre el yunque y otras sobre el hie­
rro ardiente puede producir placer, lo mismo que
el eco que nos interesa tan vivamente por la con­
frontación de la analogía de los sonidos.
Los goces mayores que proporcionan los rumores
no son las sensaciones por sí mismas, sino por
las imágenes é ideas que despiertan. En este caso
el sentido no sirve más que de instrumento y el
placer es casi exclusivo' del sentimiento ó de la
inteligencia.
Algunos ruidos tempestuosos como el del mar­
tillar ó el estallar de la fragua pueden despertar
la actividad y la energía; otros rumores monótonos
y lentos ¡como el del péndulo ó del río pueden
inspirarnos la calma y el reposo. El susurrar de
las frondas y el batir (de las aguas de un lago
sobre la arena de la ribera nos transportan á
úna suave melancolía y á voluptuosidad indes'-
criptible. ¡Otras veces el roce de un vestido de
seda puede despertar imágenes lascivas; con fre­
cuencia el vaso que se rompe nos hace reir al
TISIOLOOÍA DEL PLACER 135
pensar en el estupor de quien lo ha dejado¡ caer;
y, en fin, son tales y tantos los manantiales ¡de
placer, que el enumerarlos tan sólo sería un tra­
bajo ímprobo. Baste decir que en cualquier caso
el placer producido por un rumor puede llegar
al grado máximo del humano sentir. Por esto
se puede imaginar la delirante alegría de un pri­
sionero condenado á muerte que después de tra­
bajar pacientemente largas horas en la puerta que
le encierra escucha después de haber perdido toda
esperanza el estallido1 de la cerradura que ha arran­
cado.
El análisis de los placeres producidos por los so­
nidos armónicos es muy difícil y se necesitaría
un profundo conocimiento de la música; no po­
dré trazar, por lo tanto, mas que un ligero é
incompleto esbozo.
El simple acorde de dos notas producidas al
mismo tiempo y sucesivamente nos da el primer
elemento ídel placer musical, que puede llegar á
varios grados de intensidad según la naturaleza de
los sonidos y el tiempo que regula la armonía
y la melancolía. En general, la sucesión de las po­
cas notas que alternan, nos inspira suave melan­
colía, cuando son de un tono! menor. Por esto
podemos hallar muy interesante el sencillo1 canto
de un campesino, el son de una zampoñaa ó el
tañido lento y monótono1 de una campana. Otras
veces, pocas notas muy bajas, pueden causar por
breve espacio la impresión del terror que tam­
bién tiene cierta voluptuosidad.
El tiempo musical puede solamente variar íel
placer con las mismas notas, ora llevándonos á
la alegría más exaltada, ora inspirándonos la me­
ditación. En general la música alegra con un tiem­
po menos largo que el de la música triste. El
vivo y alegre repique de las campanas que tocan
136 PABLO MANTEGAZZA

á fiesta puede volverse triste y monótono si ¡se


produce lentamente.
La repetición de una misma nota es un elemento
que concurre al placer, especialmente cuando con
ella se busca un concepto armonioso; en este caso
parece que la música al dejarnos, va repitiendo
su último' saludo.
La pausa puede ser de un efecto, sorprendente,
ya porque perfecciona un acorde de melodía, ya
porque hace descansar un poco al oído que llena
de sensaciones, ya, en fin, porque produce una po­
derosa necesidad de nuevas armonías. Cuando, una
orquesta entera, desplegando todos los tesoros de
la música en medio de una tempestuosa volup­
tuosidad que inunda nuestros sentidos, se para un
rato, quedamos suspensos, perplejos y, casi diré,
invadidos por un sagrado terror, que nos hace
á un tiempo, desear que aquel momento! solemne
se prolongue y termine. ¡ Desdichados los que rom­
pen el venerado silencio con un aplauso!
Un manantial fecundísimo de la voluptuosidad
más sencilla del oído consiste en la naturaleza del
sonido que por sí misma no se puede definir. Una
ínisma nota que suene sobre la cuerda de |un
arpa ó la piel de un tambor produce sensaciones
muy diversas.
La laringe del hombre es el instrumento musical
más perfecto, es una máquina viviente en la cual
la armonía se difunde directamente desde un alma
inspirada sin el intermedio1 de un objeto externo
que nos roba tantos tesoros de placer. Sin embar­
go; la razón principal de que nos resulte tan grata
una voz armoniosa es la simpatía que liga el hom­
bre al hombre, por lo que todo lo que es nuestro
nos interesa y conmueve. En la armonía de un
instrumento admiramos al ¡artista; mas, sin ¡sa­
berlo, extendemos nuestra aprobación al orden
FISIOLOGIA DEL PLACER 137

mecánico; mientras la voz humana que sale de


un pecho inspirado llega á nuestro oído como
si dijéramos desnuda, aún cálida y palpitante de
vida. La voz baja, en genéral, inspira sentimientos
solemnes, ideas graves, profundos dolores, en tan­
to que las agudas originan dulces afectos y des­
piertan imágenes delicadas. De las notas tremendas
de Marini, que parecían salir de una profunda y
retumbante caverna, á las voluptuosas y suaves
notas de la Malibrán, hay un largo camino donde
se alinean infinita variedad de voces miás ó me­
nos armónicas y deliciosas que se comprenden
bajo los nombres genéricos de soprano, contralto,
tenor, barítono y bajo, pero que forman otros tan­
tos instrumentos diversos los unos de los otros.
Después de la voz humana, los sonidos más ricos
de armonía salen de las vibrantes cuerdas del
piano, uno de los pocos instrumentos que, con
la grave solemnidad del órgano, permiten centu­
plicar las combinaciones de la armonía y de la
melodía. Del piano al tambor existe un arsenal de
instrumentos musicales más ó menos perfectos y
que, por su naturaleza, son adaptables á producir
algunos sentimientos especiales y á revelar par­
ticulares misterios de armonía, por lo que se po­
dría estudiar la fisiología de alguno' de ellos. En
general el i nstrumento es tanto más agradable cuan­
to menos recuerdan sus notas su origen mecánico.
El ¡clarinete da una música que huele á madera;
en ¡la flauta se siente el soplo; con el violín nos
viene ¡á la miente la imágen de una cuerda que
estalla. Los grandes artistas, sin embargo, juegan
con las imperfecciones de los instrumentos y nos
arroban' con las ¡notas más puras y más armó­
nicas.
Pero los tesoros más misteriosos de la volup­
tuosidad musical consisten en el pensamiento ó
138 PABLO MANTEGAZZA

en él concepto que regula el ¡orden de las notas


y de los acordes, descubriendo de este modo' nue­
vos mundos armónicos. Las leyes de la acústica
son matemáticas y el que conozca el contrapunto
puede combinar un acorde musical; pero sola­
mente el genio sabe adivinar los desconocidos ma­
nantiales de la armonía más sublime, creando con
pocas notas y simples acordes un pensamiento
que conmueva ó exalte á una generación entera.
Todos pueden con las letras del alfabeto escri­
bir palabras; pero Dante solamente pudo crear
la sublime combinación de la Divina Comedia, igual
que Bellini por medio de las notas pudo dar for­
ma á Norma, un verdadero' y nuevo mundo de
melodía y sentimiento. El que no¡ ha podido com­
binar en su mente un soto acorde original, ¡no
puede comprender lo que sucedería en el cerebro
de Roissini cuando pensaba en la música y ni
la fantasía más exaltada puede explorar regiones
tan desconocidas. El pensamiento1 primitivo es en la
música, como en el lenguaje ordinario, una idea
ó un sentimiento, mas en tanto que el pensamiento
que forma la palabra se viste de forma deter­
minada y fija, el concepto que induce la espléndida
veste de la música, se crea de un modo vago
é indeciso.
La palabra es la tradución del pensamiento; mien­
tras la música es el verdadero lenguaje del sen­
timiento'. La mente que piensa y el corazón que
siente, no dividen los elementos de acción que
tos comprenden, pero vibran en una atmósfera en
que no se pueden trazar líneas; por lo que la mú­
sica es la verdadera fotografía del pensamiento,
el verdadero lenguaje universal. Así como la imá-
gen de los objetos es siempre más bella que ellos,
porque la crea la fantasía, así la idea más sim­
ple ó el afecto más pequeño representado por el
FISIOLOGIA DBL PLACER 139

lenguaje de la música, se eleva á una esfera más


alta como si saltase de la clase media á la alta
aristocracia. Por esto me atrevo á decir con una
frase altisonante que «la música es la poesía del
pensamiento, como el verso es la música de Ja
palabra.»
Todos estos elementos del placer musical, que
hasta aquí he considerado aisladamente, se con­
funden después y se combinan de mil modos, for­
mando' goces complejos y variados. La ópera, en
música es la verdadera apoteosis de los place­
res idel oído y su verdadera fiesta. Allí el sim-
pie ¡concepto musical se traduce al mismo tiem­
po en la lengua de todos los instrumentos (á cuya
cabeza está la laringe humana,) que con sus dis­
tintas notas forman un concierto de mil armonías
y mil melodías. Solamente entonces se revela la
idea del maestro en toda la grandeza del con­
cepto y con toda la pompa de las formas y él
es dichoso por haber sabido crear con la mágica
varita de su genio aquel conjunto, que durante
un rato esparce torrentes voluptuosos entre la
multitud. En esas representaciones podemos gozar
todas las delicias de la música; la suavidad de las
notas lentas y delicadas; la tempestad de los acor­
des; el aterciopelado son de una voz de contralto;
los espasmos del violín; el silencio solemne que
separa dos mundos de armonía y el fragoroso
tronar de toda la orquesta; en una palabra, todos
los tesoros que sabe extraer el genio del filón
inagotable de la música.
CAPITULO XIV

De los placeres de la vista en general.—'Fisiología


comparada. — Diferencia. — Influencia. — Fiso­
nomía.—Placeres patológicos.

Comenzando por el sentido más simple y pri­


mitivo, que es el del tacto, hemos visto que las
sensaciones se van poco á poco complicando con
nuevos elementos intelectuales; por lo que los sen­
tidos se hacen menos sensuales y más instrumen­
tales. En el tacto, el placer es local por excelen­
cia y está contenido casi siempre en los confi­
nes de la sensación. En el gusto asciende un grado,
pero» la diferencia es poco sensible. En el olfato
se comienza á extender el campo del placer y
más de una vez traspasando, los límites de la sen­
sación entra en un campo, más elevado. En el
oído la complicación se advierte más y no la
podemos separar sino violentando, á la natura­
leza y destruyendo el placer, el cual por los ner­
vios sensorios, se irradia á todo, el campo cere­
bral. Por último, en la vista hallamos los pla­
ceres más complejos y más intelectuales, que no,
permanecen casi nunca en el círculo de la sen­
sación, sino que comunicándose con una rapidez
extraordinaria á lías facultades intelectuales las po­
FISIOLOGÍA DEL PLACER 141
nen en acción. Parieoe que el oído es el sentido;
del corazón y la vista á su vez, el de la miente.
Este hecho, que forma parte de las acciones más
misteriosas del cerebro', es inexplicable; peroi po­
demos entenderlo, mejor dicho, sentirlo, confron­
tando las sensaciones que experimentamos al ver
una persona amada y al oir su voz. En los dos
caso« gozamos de un placer algo diverso: en el
primero la mente simpatiza con la sensación, la
cual semeja por su naturaleza espiritual una idea
ó una imágen, mientras en el segundo caso nos
conmovemos y sentimos que en el placer entra
más el afecto que el pensamiento. Para probar
esto, bromeando con las palabras podemos de­
cir que el ojo es el oído de la mente, como el
oído es el ojo del corazón.
Algunos animales tienen una vista más perfec­
cionada que la del hombre, el cual no podría se­
guramente, como el condor, ver desde lo alto del
Chimborazo pastar una oveja en lo profundo de un
valle. Sin embargo, así como la inteligencia en­
tra, casi siempre, en la elaboración de las sen­
saciones de la vista, y aporta un carácter ideal,
se puede decir, sin temor de equivocarse, que
el hombre goza más que los otros animales de
ios placeres de la vista.
Las diferencias individuales que pueden hacer
variar dilatadamente los placeres de la vista cons­
tituidos por la mayor ó menor perfección del ojo,
y, sobre todo, por el desarrolla intelectual, que
tanta parte toma en estas sensaciones con el ele­
mento de la atención. El miope no puede gozar
los placeres de la perspectiva y de los extensos
panoramas, en tanto que el présbita no, puede
deleitarse ¡mas que de un modo incompleto con
los placeres del microcosmos que le rodea. Los de­
fectos del sentido influyen menos que los de la in-
142 PABLO MANTEGAZZA

teligencia para disminuir los placeres de la vista,


por lo que e| más desgraciado miope, que no
puede dilatar su horizonte más que al alcance
de su brazo, puede gozar con el microscopio en una
hora, más que cuanto haya gozado un sér vul­
gar de gran vista que haya dado la vuelta al
mundo.
La mujer goza en general mucho menos que el
hombre de los placeres de la vista. A veces una
mujer á la vista de un objeto se detiene en el pla­
cer ante el barniz, sutilísimo de la sensación, mien­
tras el hombre en el mismo tiempo^ ha recorrido
ya un mundo de imágenes y de ideas.
En la primera época de la vida, el hombre ve,
pero no mira; por lo que el placer debe ser muy
débil. Cuando comienza á fijar sus ojos incons­
cientes y vagos sobre un objeto, la novedad de
las sensaciones debe suplir al defecto de la fa­
cultad intelectual y puede experimentar un pla­
cer que será tantoi más intenso cuanto más se
avanza por el camino de la vida. En la niñez la
virginidad del sentido se va perdiendo poco á
poco á la vista de nuevos objetos, por lo que se
van limitando los confines de nuestro horizonte
visual, al mismo tiempo que los placeres se per­
feccionan con el desarrollo del cerebro. En esta
edad los placeres de la vista son más sensuales
que en la sucesiva. En la juventud el dominio de
otras facultades y la multitud de sensaciones que
se hallan y se confunden quitan algo de la aten­
ción necesaria al goce de los placeres de la vista,
los cuales no se prueban en toda su plenitud has­
ta la edad adulta que tiene ya toda la calma nece­
saria para el análisis. Después, cuando los ojos
pierden su viveza, el hombre ve. poco á poco anu­
blarse el horizonte y contempla algo opaco el
FISIOLOGÍA DEL PLACER 113
velo que le separa del mundo, del que pronta­
mente será excluido.
Los placeres de la vista son mayores en los
países predilectos de la naturaleza donde el cielo
sonríe siempre á las bellezas de la tierra. Tam­
bién el rico goza más que el pobre de los placeres
de la vista, porque muchos de estos goces se com­
pran y se venden. Nosotros gozamos más que
nuestros padres porque la civilización va dilatan­
do el horizonte que nos rodea é inventando nue­
vas combinaciones de placeres.
La influencia de estos goces es muy benéfica
para perfeccionar la vista y la inteligencia y siem­
pre aumentan los tesoros que guardamos en la
espléndida pinacoteca de la imaginación. Los ojos
que han mirado, mucho, ven más que los que se
han pasado media vida entre los soñolientos pár­
pados. Un mismo objeto visto en distintas épo­
cas nos da imágenes diversas, cuando no tene­
mos sentidos bastante delicados para distinguir
los más pequeños grados de diferencia de las sen­
saciones. La costumbre de mirar nos adiestra en
las observaciones y en los análisis y de este mo­
do toma parte para educar la mente en los estu­
dios concienzudos y profundos. La naturaleza de
los objetos que vemos con más frecuencia tiende
también á inspirarnos los sentimientos y las ideas
que á ellos se refieren, contribuyendo^ por este
medio á trazarnos un sendero á través de la lla­
nura de la vida. Por esto las escenas de la natura­
leza nos inspiran cierta serenidad en la mente y
el corazón que tiende á esparcir una calma sua­
ve sobre toda la vida; la contemplación continua
de las obras de la pintura y escultura nos educa
el sentimiento de lo bello; por esto algunos pre­
tenden que el pueblo de Carrara presenta formas
muy bellas porque desde hace muchos siglos tiene
144 PABLO MANTEGAZZA

ante su vista las obras de los escultores que con­


curren de todas las partes del mundo á la patria
del mármol. La razón de este fenómeno está en
las leyes que rigen á la inteligencia y que no de­
bemos tratar aquí.
La fisonomía de los placeres de la vista pre­
senta muchos caracteres propios de los goces in­
telectuales, con tal que se excluyan los que se re­
fieren á los sentimientos que pueden estar ins­
pirados por estas sensaciones. Los placeres puros
de la vista tienen expresiones muy sencillas. Cuan­
do nos interesa algún objeto, expresa el rostro
una tranquila atención que ascendiendo gradual­
mente puede poner los ojos fijos y protuberantes
y hacernos inclinar el cuello ó todo el cuerpo
hacia el objeto que observamos. Cuando anali­
zamos una sensación compleja giramos la mirada
por todo el campo del horizonte visual, detenién­
donos de cuando en cuando á mirar los detalles.
Son frecuentes las sonrisas y las exclamaciones
de sorpresa no faltan casi nunca en cuanto ¡al
placer es algo' intenso. Alguna vez nos echamos
hacia atrás y uniendo las manos por las palmas
las acercamos ial pecho, estol constituye una mí­
mica característica de estos placeres. En los gra­
dos máximos de estos goces, la cabeza se cae
hacia atrás y oscila de derecha á izquierda y á
veces se frotan las manos una con otra. Recuer­
do haber besado una vez en un verdadero^ trans­
porte de alegría al microscopio que me presen­
taba tan abundantes imágenes.
Cuando vemos un objeto animado ó una ima­
gen que lo representa, modelamos más de una
vez sin verto de nuevo, el rostro y la expresión
de la figura. El Hércules de Canova presenta los
signos característicos de la ira y de la fuerza, en
tanto que la señora muerta retratada por Bar-
fisiologìa del placer 145
tolini en Santa Cruz en Florencia, predispone á
la compasión y al llanto. El elemento principal que
puede por sí solo reunir todos los placeres de la
vista es la mímica activa y misteriosa de los ojos,
que no se puede definir, pero que la advertimos
perfectamente. Observando con atención los ojos
de algunas personas que miran un cuadro, se pue­
den casi siempre medir los grados de su buen
gusto y del placer que experimentan; como es
muy sencillo distinguir la mirada penetrante, ana­
lítica, del artista, de la ojeada vaga é indiferente
de un curioso que mendiga con su oído un juicio
de algún vecino para componer su rostro con los
signos de la admiración ó la crítica. En estas ob­
servaciones hay que calcular las diferencias que
la mímica presenta en las diversas condiciones
del sexo, temperamento, edad, nación y otros mu­
chos elementos. Ante un mismo cuadro se hallan
muchas personas que sienten igualmente; pero la
mujer llora y el hombre suspira, el nervioso mue­
ve todos los músculos del rostro y el linfático es­
tá impasible; el niño salta y grita y el anciano se
apoya inmóvil y atento sobre su bastón; el na­
politano gesticula y el inglés permanece impene­
trable, rígido y con las manos en los bolsillos.
La patología del sentido de la vista presenta
placeres morbosos de varias naturalezas: á uno
le agradan los colores más llamativos y los con­
trastes más desagradables; otros gozan viendo el
verde junto al azul; el amarillo intenso cerca del
rojo más fuerte; otros se dilatan con los objetos
más extraños y monstruosos ó sienten especial
predilección por los ornamentos más barrocos y
las obras de cualquier albañil que se juzga artista.
En la historia del arte hay épocas en las cuales
parece que una epidemia invade á los pintores y
Fisiología del placer—T. I.—10
146 PABLO MANTEGAZZA

á los aficionados que hallan bello y admirable


lo grosero y risible. Hoy día por ejemplo, mu­
chos arquitectos se complacen con sus obras, pero
los placeres que experimentan son seguramente
patológicos, porque el sentimiento estético se ha­
lla en ellos verdaderamente enfermo. ¡Ojalá esta
afección no pase á estado crónico! Pero la opi­
nión pública en tanto debe condenar al reposo á
los enfermos y convalecientes.
La mayor parte de los placeres patológicos de
la vista no se derivan de un defecto del sentido,
sino de una enfermedad del sentimiento. Por es­
to las imágenes obscenas no agradan mas que á
personas sin pudor, y las cimentas riñas de ga­
llos no pueden regocijar más que á hombres in­
cultos y crueles.
CAPITULO XV

De los placeres de la vista que proceden de la no­


vedad de las sensaciones y de los caracteres ma­
temáticos de los cuerpos.

Un objeto que no hayamos visto nunca, excita


nuestra curiosidad y ha de ser extraño ó contra­
rio á las leyes de lo bello, para que el placer que
nos causa con la novedad de la sensación sea
eclipsado1. El placer es tanto mayor cuanto más
distinto es el objeto de los que ya conocemos y
cuantos ¡más elementos encierra en sí para cau­
sar placer. El objeto que nos proporciona este gé­
nero de goce se llama curioso1 ó interesante. To­
dos . durante el transcurso de la vida experimen­
tan alguno de estos placeres que se complican
con otros elementos y sensaciones de la vista y
de lOtros sentidos.
Este primer género de placeres de la vista se
halla, casi siempre, enlazado con elementos inte­
lectuales, como la curiosidad, el afán de lo mara­
villoso y los diversos sentimientos que nos pre­
disponen á hallar interesante una clase especial
de objetos. Solamente el niño puede gozar es­
tas sensaciones en toda su pureza cuando comienza
148 PABLO MANTEGAZZA

á mirar en torno suyo para conocer ql mundo


para que ha nacidos
jEl número de los objetos puede ser por sí sólo
un manantial de placer, ejercitando, ó mejor di­
cho', interesando de un modo especial el sentido
de la vista. Un solo cuerpo, aislado en un grande
espacio, llama nuestra atención y nos interesa; así
como un número infinito' de objetos que abarque
en el mismo espacio nuestra vista, puede causar­
nos una agradable sorpresa. Estos son los place­
res más simples que se derivan del carácter ma­
temático de los cuerpos y que no' se deben con­
fundir con aquellos en que el número no forma más
que un elemento secundario é instrumental. Es­
tamos acostumbrados á ver que las sillas se apo­
yan en cuatro patas, si viésemos una con seis
nos produciría risa, pero en este caso el número
no es la causa necesaria del placer, que procede
del contraste y de lo ridículo del objeto y no de
la curiosidad de saber por qué aquella silla tiene
la pretensión de tener dos miembros más que
las otras.
‘La dimensión de un cuerpo' puede proporcionar
placer cuando es extraordinariamente grande ó
extremadamente pequeña. Estas sensaciones se
complican casi siempre con el placer de la no­
vedad, que sin embargo, no entra como elemen­
to esencial. Todos los que por primera vez se ha­
llan á orillas del mar experimentan un placer in­
finito, en el cual entra también la inmensidad del
placer que se extiende ante sus ojos, aunque á
veces la fantasía ha hecho imaginar un espacio
aún más dilatado que el verdadero.
La distancia de los objetos no nos interesa casi
nunca por sí sola, pero nos causa placer propor­
cionándonos ideas ó sentimientos diversos. Los lí­
mites de nuestro horizonte visual son inmensos
FISIOLOGÍA DEL PLACER 149
y están limitados por un lado' por el microscopio
que nos muestra un infusorio del tamaño de una
diezmilésima de milímetro y por otro por el te­
lescopio que pone ante nuestra vista millones de
soles, entre los cuales la tierra representa un me­
nudo grano de arena. En igualdad de circunstan­
cias un objeto cercano nos incita á observarlo, al
deseo de poseerlo', y á la necesidad de amarlo,
mientras un cuerpo extremadamente alejado nos
inspira admiración y asombro. Un objeto cercano
se mira, uno lejano se contempla; el primero nos
interesa,—interés en que entra también como ele­
mento secundario el corazón,—-en tanto que el se­
gundo nos sorprende.
La forma de los objetos nos puede por sí sola
interesar vivamente por sus elementos geométricos
que, en unión al número, á la grandeza y á la
distancia, forman el orden y la simetría. El hom­
bre se halla organizado de tal modo, que no halla
bello mas que el objeto' que por sus proporciones
corresponde al tipo. que conserva inalterable en su
mente desde que nació. La simetría es un manan­
tial fecundísimo de placeres que se derivan de las
propiedades matemáticas de los cuerpos. El ar­
tista puede hallar nuevas combinaciones de or­
den y medida, pero no> puede nunca alejarse del
tipo invariable fijado por la ciencia más inmu­
table y severa. Nadie ha pensado jamás en demos­
trar y discutir las leyes fundamentales de la si­
metría, porque sería un trabajo' inútil; están es­
critas con caracteres indelebles en nuestro cere­
bro como condición necesaria de su organización.
Además nadie podrá explicarse por qúé la vista
de una esfera perfecta produce mayor placer que
el de una masa informe, del misino modo que no
se puede demostrar que dos y dos hacen cuatro.
Las hipótesis que á este fin se pueden imaginar
150 PABLO MANTEGAZZA

no son más que peticiones de principio, más ó


menos ingeniosas.
El número forma parte también como- elemento
necesario en los placeres de la simetría, ya que
ésta no puede existir sin diversas partes, las cua­
les se pueden numerar. Una serie de objetos de
la misma naturaleza puede causarnos sensacio­
nes agradables, diversas entre sí, según que el
orden principal en que se distribuyan esté re­
presentado por números pares ó impares. Lo mis­
mo se puede decir de la relación numérica de las
diversas partes de un cuerpo. En general el or­
den más simple y regular se señala con números
pares, y ,el placer más elemental de la simetría
consiste en colocar dos cuerpos uno junto al otro.
El orden señalado para los números impares causa
ya un placer complejo, para el que se necesitan
por lo menos tres objetos ó tres elementos geo­
métricos de un mismo cuerpo.
Sin embargo, en la simetría el número no, es
más que un elemento secundario de las proporcio­
nes geométricas; y aunque varios objetos estén
aislados entre sí y dispuestos en cualquier orden,
tendemos á reunirlos por medio de líneas ima­
ginarias, construyendo verdaderas figuras. De es­
te modo, sin saberlo; juzgamos simétrico un cuer­
po ó un sistema de objetos cuando- las líneas que
los definen forman una figura geométrica regu­
lar. Los placeres más sencillos de orden y sime­
tría, los causan las más elementales figuras geo­
métricas, Gomo las líneas paralelas y perpendicu­
lares, los triángulos, rombos, cuadrados, polígo­
nos y todas las figuras representadas por líneas
rectas. Se obtienen nuevas combinaciones de go­
ces con las figuras curvilíneas del círculo, elipse,
parábola, ó por la combinación de líneas curvas
y rectas. Pasando de la geometría plana á la de
FISIOLOGIA DEL PLACER 151
los sólidos, hallamos los placeres de la vista que
causan los cuerpos cristalizados y los objetos que
los imitan, puesto que muchos representan gro­
seramente cuerpos terminados por facetas regu­
lares y simétricas. Las casas, las piedras, los li­
bros y diversas partes de las mesas y sillas son
variedades de prismas, en tanto que en objetos
de loza, en los vasos y botellas vemos segmentos
de esfera. Los grados máximos del placer de la
simetría se enlazan con elementos intelectuales de
un orden superior, por lo que los objetos se lla­
man bellos cuando el orden de sus partes lestá
de acuerdo con sus funciones y corresponde exac­
tamente al tipo ideal que tenemos formado. La
geometría abandona, casi por completo, á los se­
res organizados, pero; hasta en el hombre, el más
perfecto de ellos, se hallan aún elementos ma­
temáticos sencillísimos y proporciones simétricas
señaladas por puntos y rectas.
Aunque hallamos infinitos placeres en la sime-
tina existe también una belleza irregular, una es­
tética del desorden, lo que prueba que en el com­
plicado' mecanismo de la humana facultad, donde
se confunden infinitos elementos, se puede obte­
ner idénticos efectos con las causas más distintas,
y esto debe servir de norma á los filósofos que
quieren simplificar lo que es complejo, medir lo
inmensurable, llevando1 de este modo¡ á la fisio­
logía el problema de la cuadratura del círculo.
CAPITULO XVI

De los placeres de la vista que provienen de los


caracteres físicos de los cuerpos

Los caracteres de orden matemático- forman ca­


si el esqueleto de los placeres de la vista, pero
por sí solos no producen más que sensaciones
débiles y lánguidas, aunque se reavivan cuando1
se asocian con algunos caracteres físicos.
Un placer muy elemental es el que causa |un
cuerpo que se mueve; en este caso el objeto1 que
observamos cambia á cada instante sus relaciones
con los cuerpos que le rodean y al seguirle con la
vista ejercitamos de un modo especial este sen­
tido, recibiendo á cada instante sensaciones pare­
cidas, ¡que se renuevan siempre. Un movimiento
apenas sensible nos interesa porque debemos ejer­
citar cierto esfuerzo para reconocerlo. A veces un
movimiento rapidísimo no1 nos resulta agradable
mas que cuando1 dura poco- tiempo-, pues en tal
caso el rápido cambio del ejercicio1 violento del
sentido al completo- reposo produce un placer de
contraste, en tanto que si el movimiento continuase
por mucho tiempo, nos cansaría. También puede
resultar grato el movimiento por su intermiten­
cia ó remitencia.
FISIOLOGIA DEL PLACER 153
El cuerpo más indiferente por sí mismo nos cau­
sa placer cuando^ aparece y desaparece alternati­
vamente por un rato. Por esto', un movimiento
variado que á veces se amortigua y otras se ace­
lera, nos entretiene cuando le prestamos la de­
bida atención, que es lo que hace sentir todos los
placeres, pero especialmente los más leves. Otras
veces ¡el cambio' de movimientos diversos ó la unión
de varios puede producir cierto goce, como sucede
al entrar en una fábrica de hilados de seda ó de
algodón, donde el rápido girar de tantas ruecas y
el continuo movimiento' de tantas manos laborio­
sas nos sorprende y regocija. En general los pla­
ceres que la vista experimenta por el movimiento
de los objetos van unidos casi siempre á las ideas
que nos despiertan. Un movimiento lento' y monó­
tono puede inspirar melancolía, en tanto' que el
activo' movimiento' de la multitud laboriosa de una
oficina nos despierta la actividad y la energía.
La diversa intensidad de la luz produce infi­
nitos placeres, independientes del color. La luz
es un elemento esencial de la vida y experimen­
tamos esta necesidad como la del aire y el ali­
mento. Entre las complejas y gratas sensaciones
que disfruta el hombre sano de alma y cuerpo
cuando se despierta a la luz del día, entra corno
principal elemento', la alegría de volver á ver los
rayos solares, ya sea por reflejo' directo ó por
refracción. La obscuridad no causa placer más
que un instante y es negativo' este goce, pues sir­
ve para hacernos apreciar mejor el tesoro de la
luz; y no podemos tolerar la obscuridad mas que
cuando perdemos al dormir la conciencia de nues­
tras sensaciones ó cuando nós hallamos en con­
diciones morbosas, ya por tener la vista enferma
ó cansada, ya porque la tristeza nos invita á la
soledad y el silencio. En los demás casos, la luz nos
154 PABLO MANTEGAZZA

da vida y alegría y disfrutamos de ella hasta el


grado' que nos permiten nuestros ojos. Cuando
durante algunas horas hemos estado sepultados
en las entrañas de una mina, guiados por la débil
luz de una linterna nauseabunda y humeante, ve­
mos con verdadero transporte de alegría la luz
del cielo y aspiramos plenamente el aire libre.,
Los placeres que causa el diverso grado de in­
tensidad de la luz varían mucho según sea di­
recta ó difusa; en el primer caso> no podemos
tolerarla mas que hasta cierto punto y más nos
deleitamos ante una luz suave que nos induce al
recogimiento y á la melancolía. La luz incierta
nos interesa vivamente por la vaga penumbra que
esparce sobre los objetos y por el carácter so­
lemne y misterioso que les presta. Nada incita
mejor á la meditación que la suave tonalidad de
una cámara, donde apenas se entreven los objetos.
¡ Qué deliciosa resulta la triste voluptuosidad de
ios crepúsculos y la vaga claridad de las noches
de luna, cantadas por todos los poetas! La luz
viva y directa causa infinitos placeres cuando se
halla subdividida por trozos obscuros y poco lu­
minosos, pues en este caso podemos gozarla en
sus mayores grados de intensidad. No se puede mi­
rar impunemente la luz de sol, pero se goza de la
luz intensa y de los resplandores del hierro que ar­
de sobre el yunque en que martilla el herrero.
Lols placeres de esU.; sensaciones son vivos y
rápidos, disminuyendo mucho de intensidad cuan­
do la luz aparece poco á poco ó permanece mu­
cho tiempo ante nuestros ojos sin cambiar de
aspecto. El placer llega al grado máximo cuando la
luz vivísima contrasta con la completa obscuridad
y cuando los puntos luminosos son múltiples y
varios. Se experimentan sensaciones de esta na­
turaleza cuando en medio de las tinieblas de un
FISIOLOGIA DEL PLACER 155

temporal nocturno se ve desgarrarse el firmamen­


to al brillar un relámpago ó al culebreo de un rayo
que, surcando el aire, deja caer su lluvia de oro, y
cuando pasamos de la obscuridad á un salón
alumbrado por miles de luces.
Los contrastes de los grados medios de luz for­
man los variados placeres que se gozan en la
sombra, que . pueden ser de un efecto sorpren­
dente aunque les falta la ayuda de lois colores. La
simple sombra de un cuerpo nos interesa por la
confrontación que hacemos entre dos sensacio­
nes y por el carácter misterioso' que nos ofrece
una figura que, sin el brío de los colores y sobre
un plano representa una imágen vaga y capri­
chosa. La combinación de varias sombras espar­
cen un atractivo especial sobre múltiples espec­
táculos de la naturaleza y contribuyen en gran
parte al efecto de las obras pictóricas.
El más vago ornamento de los placeres de la
vista lo dan los colores, los cuales constituyen un
verdadero lujo en el fenómeno^ de estas sensa­
ciones, ya que no> podemos distinguir los objetos
unos de otros, aunque reflejan distintos grados de
luz, si no fuera por el color. Los placeres ¡más
simples que se refieren á este orden de sensa­
ciones, los causa un color único, que nos 'interesa
por su carácter especial y por su vivacidad. A
veces nos agrada un cuerpo por la sola razón de
ser encalmado y en general los colores que pro­
ducen los placeres más vivos son el rojo, azul,
verde y amarillo. Sin embargo', como la idiosin­
crasia individual varía hasta el infinito, noi falta
quien prefiere los colores ténues, como el gris,
violeta y tostado, ó los falsos colores del blanco y
negro. Casi siempre los colores aislados no pro­
ducen placer mas que cuando’ son muy vivos ó
en casos raros, cuando están en el grado máximo
156 PABLO MANTEGAZZA

de palidez. Los tonos primitivos pueden resultar


agradables también en sus grados más intensos,
mientras que los vagos y mixtos agradan general­
mente en las tonalidades más débiles. En el pri­
mer caso el placer lo causa principalmente la vi­
veza de la sensación, en tanto que en el segundo
la mente se complace con una imágeii débil que
llama nuestra atención y ejercita suavemente el
sentido de la vista. Sin embargo, los colores dan la
magnitud del placer al combinarse y unirse. Las
combinaciones agradables más simples son las for­
madas por dos colores como el verde y el rojo, el
blanco y el negro, el azul y el encarnado, el celes­
te y el plata, el rojo y el dorado; pero los efectos
más sorprendentes se obtienen con la unión de
infinitas tintas, que se combinan en mil acordes
de armonía. La melodía de los colores es mucho
más pobre de placeres que la armonía y apenas
se puede recordar la sensación agradable que se
produce fijando la mirada, fatigada de un viaje por
medio- de la nieve, sobre un verde campo-.
La reflexión de la luz contribuye á acrecentar
los placeres de la vista, procurándonos algunas
sensaciones que son, casi siempre, agradables, por­
que son raras. Se refieren al reflejo de machos
metales, al brillo- de la mica y al particular cente­
lleo de algunas piedras preciosas. Otros placeres
parecidos se obtienen por medio de la descom­
posición de la luz, que nos muestra los siete co­
lores del iris y á veces colora todos los objetos
de un solo tinte extraño-, cuando los contemplamos
con un vidrio- encarnado. Los cuerpos semidiá­
fanos ó transp aren tes originan algunos placeres,
que deben su origen á la vaguedad de la sensa­
ción; como se prueba mirandoi una luz encerra­
da en una lámpara de alabastro.
Todos estos elementos físicos de los placeres
FISIOLOGIA DEL PLACER 157

de la vista se asocian, casi siempre, dando lugar á


sensaciones interesantísimas y complejas que de­
ben su carácter agradable á la unión armónica que
los liga entre sí. Bastan algunos (ejemplos: una
hermosa nevada nos complace, porque la vista se
ejercita con una multitud de copitos ligeros, mo­
vibles y de intensa blancura, por lo que se unen
para producir este placer el elemento matemá­
tico', del número de los objetos que se presentan
de una vez á nuestra vista y los elementos físicos
del movimiento y de la viveza de su color. A cada
camlbio' de dirección, de movimiento- ó de nú­
mero de los copos de nieve, cambia también la
intensidad del placer. Una locomotora que pasa
ante nosotros, nos interesa porque se mueve con
una rapidez extraordinaria y porque nos presenta
una infinidad de movimientos alternos y continuos,
y de una vez contemplamos el resplandor de su
ardiente horno, las bocanadas de humo- denso y
negruzco, la cenicienta columna del vapor y la
multitud de vagones que arrastra. Lo mismo pue­
de decirse de otros espectáculos, en los que originan
casi siempre el principal motivo del placer, la
exageración ó la novedad de una ó más sensa­
ciones.
CAPITULO XVII

De los placeres de la vista en el orden moral

La parte que toman la inteligencia y el senti­


miento en los placeres de la vista es tan esencial
y necesaria, que voy á tratar de ella en este lu­
gar, aunque no1 pertenece rigurosamente á la his­
toria de los goces de los sentidos.
Un objeto cualquiera, que atrae hacia sí nues­
tras miradas con una sensación agradable, inte­
resa casi siempre algunas de las facultades supe­
riores, como la inteligencia ó el corazón, hacién­
donos pensar ó sentir. Sin embargo, muchas ve­
ces nuestra voluntad contiene las sensaciones al
pasar á las regiones superiores y precisamente
donde termina el sentido comienzan los dominios
de la mente y del sentimiento; por lo que nos ha­
llamos en un estado de oscilación indeterminada
entre dos regiones del mundo sensible. En este
caso, tenemos la conciencia simple de una sensa­
ción visual, pero no pensamos, porque estamos
absortos y en un éxtasis contemplativo que no
es ni sensual ni intelectual, pero que participa de
uno y otro elemento y que no se puede expresar
con palabras, porque no se ha concebido aún el
pensamiento. Este estado vago y misterioso es de
fisiologìa del placer 159
diversa índole que el objeto que miramos, y aca­
ba por definirse y formularse en un pensamiento
ó un afecto apenas el estado de tensión sensitiva
deja pasar esta calma pasiva y momentánea, tras­
ladando la sensación al campo de la inteligen;-
cia y del corazón. Por esto más de una vez nos
paramos en nuestro paseo ante una cruz que se
halla en el cruce de dos caminos; la percepción
sencillísima por sí misma, de aquel objeto, no nos
interesa, pero1 lo contemplamos con gozosa calma
y con melancolía sin que por esto le amemos ni le
odiemos ’y sin que su contemplación nos "haya
inspirado la menor idea. Otras veces miramos son­
riendo á un niño que duerme en su cuna, sin
que nos inspire ningún afecto y sin que aquella
imagen ejercite de cualquier modo nuestro pen­
samiento. Es una emanación armoniosa del co­
razón, que se confunde con la imagen de los ojos,
un pensamiento sin forma que permanece en estado
latente y no se expresa, Este hecho psicológico es
delicadísimo y requiere gran práctica de observa­
ción para sorprenderlo; pero no por esto es me­
nos cierto, y cualquiera puede hacer la prueba
por sí mismo. Siempre es muy fugaz y raras ve­
ces se verifica este hecho en toda su pureza.
Muchos objetos, con sus caracteres matemáti­
cos y físicos, desarrollan de pronto en nosotros
una idea primitiva é indefinida que al cabo de un
rato forma la primera causa del placer. La sime­
tría y la proporción nos inspiran ideas de calma
y orden y reposamos la mirada con verdadera
complacencia sobre los objetos que la presentan.
El desorden y la confusión nos dán á veces una
imagen ridicula, que nos divierte por el contras­
te que presenta con el tipo de perfección que tene­
mos formado, ó bien nos inspira un terror que
puede ser agradable. La historia de lo ridículo
160 PABLO MANTEGAZZA

se hallará en los placeres de la inteligencia, que


es de donde emana. La belleza que procede de
la falta de simetría y orden se puede mejor adi­
vinar que explicar. Tal vez puede decirse que la
brusca rebelión de todas las leyes más respeta­
das, agrada por el arrojo que revela en la natu­
raleza ó en el arte que se hacen culpables de esa
falta, ¡porque la fuerza siempre tiene algo gran­
dioso que exalta y agrada. El desorden de los
objetos inanimados puede gustarnos, especialmen­
te cuando' están en movimiento, porque nos dan
imágenes de una ficción de vida. Generalmente el
tradicional desorden de las prenderías nos resulta
más grato que la ordenada y regular distribu­
ción de las piezas de paño del almacén de un co­
merciante; del mismo modo el sublime càos de
un océano que ruge es un espectáculo- más bello
que el tranquilo estanque de un jardín.
La inmensidad de algunas imágenes nos inspira
la idea de la infinita grandeza del mundo y de
nuestra pequenez, de lo que resulta un contraste
agradable al poder abarcar con nuestras miradas
tan dilatado horizonte. Cuando contemplamos des­
de la plaza el vasto mar y la ondulación celeste
que se confunde á lo lejos en un horizonte in­
cierto y nebuloso, tenemos bajo nuestra vista una
imágen sensible del infinito y con la mirada os­
cilante vagamos sobre aquel dilatado desierto de
agua buscando un confín y un punto* firme en
que fijar los ojos, sin llegarlo á encontrar; la
imprevista aparición de una vela en medio* de
aquella inmensidad que se confunde, reanima nues­
tro sentimiento haciéndole intervenir en nuestro
placer; y al mismo tiempo gozamos la purísima
idea del infinito y el afecto simpático' que senti­
mos por lo que está vivo y es humano. Este es
el elemento fundamental del placer que se ex p e-
FISIOLOGÍA DEL PLACE!? 161

rimenta á la vista del miar y que forma casi el


telar sobre el cual se pueden tejer las más esplén­
didas combinaciones de los goces del sentimien­
to y de la inteligencia.
La extremada pequeñez de los objetos suscita
también en nosotros la idea del infinito mostrán­
donos los confines del microcosmos, que son co­
mo los límites del cielo. Los placeres que en este
caso se disfrutan forman la principal atracción de
los tesoros microscópicos. Es verdaderamente sin­
gular el hecho que nos hace muchas veces amar
algunos objetos por la sola razón de su pequeñez,
parece que asociamos á ellos la idea de debilidad y
que nos sentimos atraídos á compadecerlos y pro­
tegerlos, aun cuando no> tengan vida. Otras veces
despiertan en nosotros el deseo de poseerlos, pol­
lo que, tomándolos entre las manos y mirándolos
con interés, expresa nuestro' rostro afecto y simpa­
tía. Este singular género de placeres no se experi­
menta en toda su fuerza más que cuando el ob­
jeto está bien definido y constituye un verdadero
individuo. Por esto' el anguloso fragmento de una
roca, aunque sea pequeño no causa en nosotros
el placer que sentimos al contemplar una pie-
drecilla lisa y redondita; y también la barba de
una pluma nos interesa cuando es muy diminuta.
Estos placeres, mínimos por sí mismos, se com­
binan frecuentemente con alguna atractiva sen­
sación táctil.
El movimiento contribuye á los placeres morales
de la vista con múltiples elementos; ante todo
siendo uno de los síntomas esenciales (de toda
clase de vida, nos despierta la simpatía que te­
nemos por todo sér vivo. Cuando el movimiento'
intenso está producido por la industria humana,
nos alegramos complaciéndonos de nuestro poder.
Fisiología del placer—T. I.—11
162 PABLO MANTEGAZZA

Cuando el movimiento es natural, despierta casi


siempre en nosotros sentimientos más humildes
y delicados, exceptuando, sin embargo, los casos
en que tratamos de descubrir un movimiento^ que
se revela espontáneamente á nuestros ojos.
Los movimientos naturales producen dos cla­
ses de placeres bien diversos, según sean alter­
nos ó continuos. En general los primeros nos con­
mueven con afectuosa melancolía, mientras los se­
gundos nos hacen probar los placeres grandio­
sos y tristes que se obtienen con las imágenes de
lo infinito. La ola que rugiente se estrella sobre
la playa y después se aleja para volverse á acer­
car, nos interesa y nos consuela, porque representa
el movimiento alterno de nuestra vida; el día des­
pués que la noche, el reposo' tras la fatiga, la risa
alternando con el llanto, la vuelta después de la
marcha. A veces el correr lento y continuo del
agua de un río' nos tiene absortos en una atenta
contemplación que resulta agradable sólo por la
grandeza de las ideas que nos inspira. La onda
que corre bajo nuestros pies, que juega y se mue­
ve, pem que pasa y no vuelve, el remolino que gira
y se confunde en seguida con otro que le alcan­
za y esparce; la hoja que cae del árbol y es arras­
trada por el huracán para no volver, son elemen­
tos de una fórmula terrible de la eternidad, un
ejemplo del siempre, idea que nos conmueve, pero
que no asusta, cual si fuese demasiado inmensa
para nosotros, pobres s'eres de un día. El suicida
que se abalanza sobre un río para precipitarse
en él, se echaría más fácilmente hacia atrás si en
lugar de las inexorables ondas del agua que pasan y
no vuelve, viese la alegre sucesión de las ondas
de un lago.
También la luz en sus diversos grados de in­
tensidad puede tener un valor moral. Cuando es
FISIOLOGIA DEL PLACEE. 163

fuerte (nos despierta á la vida, en tanto que si


es (débil é incierta nos inspira melancolía y cal­
ma. .La luz de mediana intensidad pero trémula
tiene tun atractivo' especial y se experimenta una
tranquila voluptuosidad, como por ejemplo en las
espléndidas noches de luna.
Los colores tienen un valor moral de cierta im­
portancia en los placeres de la vista. Decimos que
son .alegres el rojo, azul y verde, mientras juz­
gamos tristes el negro, gris ceniciento y el blan­
co puro y virginal. Este hecho;, que se advierte en
todos los idiomas, demuestra más que nada la
naturaleza intelectual de las sensaciones de la vis­
ta. Casi todos tienen una especial simpatía por
algún color; á mí por ejemplo me encanta |el
azul. ,En los países cálidos se prefieren colores
muy vivos, mientras que en los lugares donde el
sol brilla pocas veces, los hombres prefieren las
tintas inciertas y obscuras. Muchas tribus negras
tienen verdadera pasión por los colores más chi­
llones. (Algunos colores producen inmensos pla­
ceres por 10' que nos recuerdan, y el desterrado
llora (á veces de gozo, á la vista de una enseña
nacional.
Los seres vivos nos interesan muchas veces sólo
con verlos, por el parentesco natural que tenemos
con ellos y el placer es en general tanto' mayor
cuanto' más se nos asemejan.
Los vegetales, aunque están muy distantes de
nosotros, respecto al parentesco natural y aunque
su contemplación resulta fría y tranquila, nos in­
teresan más que Jos minerales en la parte que
se refiere á Jos placeres de la vista, proporcionado
un elemento misterioso que se deriva del puesto
que ocupan en ,1a escala de los seres vivos, y
que es independiente, hasta cierto punto, de los
placeres de naturaleza física que nos pueden dar.
164 PABLO MANTEGAZZA

El prisionero que tras los barrotes de su reja des­


cubre una delicada plantita de trigo experimenta
un placer mucho mayor que si hubiese hallado
un mineral de los más interesantes. Las partes
de las plantas que en general nos interesan (más
son las flores; porque en ellas se muestra la vi­
da con todo el lujo
* de sus variaciones y nos cau­
san una sensación agradable, porque se acerca
á la que producen en nosotros los animales. La
belleza de las formas y la variedad de los colo­
res tienen también gran parte en el placer que
dan’ las flores, pero no constituyen el elemento
esencial. Las florecillas más humildes nos intere­
san más que una hermosa flor de cera ó de porcela­
na; porque están yivas y porque una misteriosa
simpatía nos liga ,á estos seres delicados, á estas
tiernas criaturas del mundo
* vegetal.
Los animales causan placer cuando no son repul­
sivos ,ó temibles; todos, sin embargo, pueden en
alguna circunstancia concurrir ,al goce de la vista.
El sapo se admira en las vitrinas de los museos,
con el mismo interés con que se vé al tigre ence­
rrado entre hierros. Algunos animales nos agra­
dan por su pequenez y el placer que se experi­
menta contemplando una hormiga que corre so­
bre nuestra mano, desaparecería al momento
* si
tuviese iel tamaño de un conejo. Otros animales
alegran la vista con el brío de los colores, con la
vivacidad de los movimientos y con sus formas
extrañas: algunos de ellos inspiran afecto, otros
laboriosidad. Las fieras .nos deleitan por su po­
tencia muscular. Los animales de sangre fría pro­
porcionan ¡á la vista placeres muy parecidos á
los ¡de los objetos inanimados, mientras los se­
res ide sangre caliente nos inspiran afecto fácilmen­
te. Para valuar, aunque imperfectamente, esta di­
ferencia, bastará recordar la fría sensación que
fisiologìa del placer 165

sentimos contemplando un pez, que se agita en


la piscina de un jardín y el tibio- placer que se
experimenta mirando á un pájaro que salta li­
bremente ante nosotros.
El hombre es el animal que más nos interesa,
y es muy natural, siendo- el más hermoso- de la
tierra y hermano nuestro. Más de una vez, me he
quedado- un rato admirando la belleza de las for­
mas y la nobleza que caracterizan á este bípedo
sublime. La vista del hombre despierta ese sú­
bito afecto que es el fundamento- y la razón de la
primitiva sociedad. El placer que experimentamos,
por lo tanto, es debido á ese sentimiento y á
los vínculos de afecto que nos ligan á la persona
á quien vemos. Entre la afectuosa mirada de una
madre que devora con los ojos al niño que tiene
entre los brazos y la vaga ojeada que lanzamos
al que pasa por la calle á nuestro lado-, hay un
mundo- entero de sensaciones y de placeres que
pertenecen al sentimiento-. Si se pudiese sorprender
la mímica de los ojos, por medio de la fotogra­
fía, se tendría representada la historia del senti­
miento, que puede revelarse en toda la verdad de
su naturaleza íntima y en todos los grados de po­
der con un solo movimiento de la vista.
El encuentro de las miradas es un principio de
inmenso placer. Cuando tenemos ante nuestra vis­
ta á un hombre podemos contemplarle y anali­
zarle de pies á cabeza; mas si se aleja sin haber­
nos visto quedamos incomunicados y las sensa­
ciones y las ideas que nos ha despertado- se en­
cierran en los límites de nuestro yo. Pero si al
poco rat-o nuestros ojos se encuentran con los su­
yos sentimos un íntimo transporte de fraternidad
y mentalmente nos saludamos de hombre á hom­
bre. Esta misteriosa y telegráfica corresponden­
cia de los ojos no puede verificarse más que entre
166 PABLO MANTEGAZZA

seres de la misma especie y también cuando nues­


tra mirada se halla con la del perro que nos ama
ó del caballo predilecto, pero en estos casos el
placer es lánguido« y puramente sensual. A veces
el hombre habla con sus semejantes solamente
con el movimiento de los ojos y ambos se com­
prenden y las -dos conciencias parecen unirse la
una á la otra, como dos soldados mudos que ha­
llasen escrita la orden que los declaraba herma­
nos de armas. -El análisis del cruce de miradas
merecería por sí solo largos estudios y pacientes
pesquisas que darían mucha luz sobre la fisio­
logía moral. Pero hasta que se realicen, basta
decir que los placeres de este género- son mixtos
de sentimiento y sensación, por lo- que los estu­
diaremos en la historia de los goces del corazón.
Una sensación visual puede ser también agra­
dable por el recuerdo que despierta en nosotros;
en este caso es cuando se verifica el fenómeno-
de que he hablado al principio de este capítulo-.
El desterrado que al volver á su patria, al divisar
desde una colina una mancha blanca que él reco­
noce por su hogar, la contempla con verdadero
transporte de alegría, sin que la imagen sea por
sí misma atractiva, ni él recuerde ni sienta nada.
Contempla un objeto que le es querido y del que
adora hasta la imágen y permanece suspenso en­
tre la sensación y el mundo de recuerdos que en­
cierran sus muros y mira sin cesar llorando de
alegría aVite una imágen que es siempre la ¡mis­
ma, pero que para él aparece más intensamente
cuanto más la contempla. Bajo« este ¡aspecto-, el
valor moral de los objetos puede aumentar ó dis­
minuir el placer que nos causa con sus imágenes.
La vista de una encina puede hacer delirar de
alegría á un europeo que desde hace muchos años
no vé más que palmas y heléchos. Una mujer hi­
FISIOLOGIA DEL PLACER 167
lando puede arrancar lágrimas á un soldado« que
recuerda á su anciana madre y las veladas del
hogar. Yo no puedo« ver, sin alegrarme, «el patio de
una casa donde crezca la hierba, porque sobre la
hierba de un patio di los primeros pasos y he pa­
sado« las más dichosas horas de mi infancia, ca­
zando insectos y buscando guijarros caprichosos y
allí experimenté las sensaciones más puras.
La pasión dominante hace grata la vista de los
objetos que á ella se refieren. El sibarita contempla
con gozo el venerado« polvo de una botella á la
que piensa dar un asalto«, mientras «el bibliófilo
palpita de júbilo« al divisar en los departamentos
de una librería un volumen que aún no posee.
De este modo hasta los objetos más indiferentes
y menos llamativos pueden causar placer. El ma-
lacólogo vuelve á su casa regocijado« de su paseo,
contemplando un nuevo caracol, que rápidamente
se encierra «en su concha, mientras el anatómico
permanece inmóvil con «el escalpelo en la mano
conmovido por sublime complacencia al hallarse
ante un cadáver fétido« y repugnante, porque tiene
bajo su vista un filamento nervioso.
CAPITULO XVIII

De los juegos y de los entretenimientos fundados


en los placeres de la vista.

Los elementos de los placeres, que hemos es­


tudiado en el sentido de la vista, se combinan
entre sí de diversos modos, formando complejos
goces. He violentado' á veces á la naturaleza para
poder analizar de algún modo los placeres más
misteriosos y desconocidos que existen en los sen­
tidos y ahora voy á trazar á grandes rasgos los
juegos y entretenimientos que‘ se fundan en es­
tos goces.
La variedad de los espectáculos de la natura­
leza es tan infinita que los ojos no' se cansan ja­
más de contemplarla; algunas imágenes tienen tal
atractivo, que las hallamos siempre nuevas y be­
llas; sin embargo^ en este caso las sensaciones
no son nunca iguales, porque el sentido se modi­
fica con nuestra organización y las condiciones
externas que ejercen tanto influjo. La voluptuo­
sidad que se experimenta al contemplar el fir­
mamento es infinita, por ser uno de los espectácu­
los más grandiosos, y atractivos con que se de­
leitan los ojos, lo, mismo cuaiido el sol se des­
taca sobre campo azul, que cuando la noche ex­
FISIOLOGIA del placer .169

tiende su manto tachonado' de estrellas, cuando


las nubes flotan como blanquecinos copos en la
extensión celeste, que cuando' avanzan negras y
tempestuosas lanzando rayos; ya cuando el hori­
zonte aparece poéticamente fantástico con el arco
iris ó en el mágico' caleidóscopo’ crepuscular y
hasta en la uniforme obscuridad del horizonte
tenebroso en que no titilan las estrellas el cielo
es un continuo placer para la vista, un cuadro
eterno sobre el que el grandioso pincel de la na­
turaleza pinta á cada hora del día las imágenes
más sublimes y terribles, los caprichos de la fan­
tasía más genial, un lienzo que sobre su fondo
inmutable presenta una perspectiva de mundos
dilatados como los espacios del universo y que
sobre su sutil barniz no se desdeña de mostrarnos
las escenas de una linterna mágica. El que desee
indagar las razones del placer que causa la con­
templación del cielo, puede hallarla en los capí­
tulos precedentes.
Los espectáculos de la naturaleza constituyen
una de las principales delicias de los viajes que
para muchos hombres constituyen la mayor ale­
gría de su vida. La contemplación de los monu­
mentos y de las obras humanas nos abre ¡otro
nuevo horizonte de placeres que son más afec­
tivos y menos intelectuales que los anteriores.
Los placeres artificiales de la vista no se pue­
den generalmente confrontar con los que espontá­
neamente nos ofrece la naturaleza; y las mejores
obras de arte de las galerías de cuadros son ante
los modelos naturales tan artificiosas como los
herbarios disecados en comparación de los pra­
dos y los montes.
Los ¡placeres más sencillos que se refieren á
esto son los que produce las copias de la natura­
170 PABLO MANTEGAZZA

leza, especialmente las de las artes maestras la


pintura ¡y la escultura.
El análisis de los placeres de la pintura es in­
teresantísimo, pero no podré hacerlo más que li­
geramente. El mayor interés que nos causan los
trabajos de este arte consiste en. el agrado- de
ver imitada la naturaleza, de tal modo que los
ojos casi están engañados y la inteligencia se ma­
ravilla al pensar cómo un hombre habrá podido
representar, sobre un plano y con pocos colores,
imágenes que semejan á los verdaderos objetos.
Por esto un vulgar racimo de uvas, que nunca
puede llegar á interesarnos, si está pintado con
perfección nos agrada contemplarlo'. Este primer
elemento forma parte de todos los placeres que
brinda la pintura y constituye casi por sí sólo
las sensaciones que nos dan las representaciones
de los objetos inanimados. El segundo elemento,
que unido al anterior forma los efectos más pro­
digiosos, es el agrado- de ver sorprendida á la
naturaleza en un tacto rápido y pasajero, por me­
dio del cual podemos contemplar á cada momen­
to una escena que ocurre raras veces ó que ya
ha -pasado-. El paisajista fija sobre un lienzo el
estallido de un relámpago y el leve movimiento
de las ondas; del mismo modo que las figuras re­
presentan en los cuadros las pasiones humanas
llegando á sorprender hasta el llameante movi­
miento de las miradas iracundas, y la voluptuosa
languidez de las amorosas. Otras veces el arte reu­
ne en breve .espacio bellezas infinitas ó las per­
fecciona elevándolas á un grado' superior del na­
tural. Así el pintor ornamental reune los elemen­
tos de la simetría, que se hallan diseminados en
la naturaleza y crea nuevas combinaciones; co­
mo el paisajista nos presenta sobre un solo lien­
zo los elementos de tantos paisajes haciendo una
FISIOLOGIA DEL PLACER 171
verdadera creación. Por este medio podemos, sin
salir de casa, viajar por todas las regiones de la
tierra y conmovernos con escenas afectuosas y
con los delitos más atroces; descansar con la cal­
ma de una figura angelical que duerme ó tiem­
blan ante los fragores de las batallas. Los place­
res sensuales que causa la pintura son motivados
también por la atención llevada hasta el análisis,
el afán de observación y de posesión y la vani­
dad en todas sus formas.
La escultura nos proporciona muchos goces pa­
recidos |á los de la pintura, pero de los que se
hallan excluidas las sensaciones que dan los colo­
res. El placer es más sensitivo y menos intelec­
tual, porque no* se tienen figuras, sino formas, y
la fantasía reposa hallándose ante imágenes que
tanto se parecen á las que dan los objetos ver­
daderos.
La arquitectura, el cincelado y todas las artes
que imitan los objetos, nos producen placeres se­
mejantes á los precedentes ó que varían muy po­
co. En general el placer es tanto mayor cuanta
más predisposición estética tengamos para aquel
arte. El profano ve, el aficionado mira y el ar­
tista se ensimisma y se unifica con la obra de
arte. Estos tres individuos caminan por un mismo
camino, pero se quedan á distintas distancias. Ca-
nova contemplando la Venus de {Medicis, debía
temblar de voluptuosidad; en tanto que Davy, des­
pués de atravesar una galería escultórica, no* se
paraba ante una estátua más que para exclamar:
«¡Qué hermoso trozo de carbonato calcáreo!»
El caleidóscopo, el estereóscopo, el diorama, la
linterna mágica, el estereoscopio' y otros juegos
parecidos, se fundan en los placeres de la vista y
nos divierten con la variedad de las imágenes y
con la imitación de la naturaleza.
172 PABLO MANTEGAZZA

La fantasmagoría es un entretenimiento poco


conocido que puede resultar de efecto sorprenden­
te. Nos hallamos sumergidos en una obscuridad
profunda que al cabo de un rato se interrumpe
por un punto luminoso, que por su pequenez nos
parece hallarse muy distante; mas al poco tiempo
se agranda, adquiere forma precisa y parece co­
rrer hacia nosotros, hasta que la figura, que casi
siempre es terrorífica, alcanza extraordinaria ¡al­
tura y amenaza precipitarse sobre nosotros y des­
pués se repliega, se achica y se aleja para desva­
necerse en la obscuridad que parece tragársela.
Los lentes y los espejos que agrandan, disminu­
yen y multiplican las imágenes pueden entrete­
nernos por la novedad de las sensaciones.
El espejo' plano refleja la imágen de los cuerpos
en su tamaño natural y nos agrada por las nue­
vas sensaciones que experimentamos, pero aún más
por ver reflejada nuestra imágen, uno de los ob­
jetos más interesantes para nosotros. Si embargo,
en este caso el placer deriva casi por completo
de un sentimiento, y el espejo refleja al par que
nuestros trazos, nuestra vanidad y egoísmo. Es­
tos goces son inocentes y se disculpan con gusto á
la mujer que encerrada en su tocador trata de re­
sultar bella y seductora.
Los fuegos artificiales se fundan en los place­
res de la vista, á los que se asocian algunas sen­
saciones del oído. La intensidad de la luz, la fuer­
za de los colores y el movimiento de las imá-
genes son los tres elementos que constituyen su
belleza. Los placeres que se experimentan con
el arte pirotécnico, se hallan también unidos ele­
mentos morales, para comprobarlo, basta recor­
dar la blanquísima luz de bengala que nos pro­
duce la sensación de calma en unión del esplendor
y la fuerza y el vertiginoso movimiento de un
FISIOLOGÍA DEL PLACER 173
girasol luminoso que embriaga la vista con los des­
tellos que lanza y la rapidez con que gira. Los
fuegos artificiales en conjunto y reducidos á una
fórmula general que nos representa casi el valor
fisiológico se puede decir que son la expresión
más verdadera del regocijo popular, que surge de
improviso con el estallido y los rápidos destellos
que lanzan los luminosos juegos, la brillante es­
tela que dejan los cohetes á su paso
* y al estreme­
cimiento de la lluvia de fuego
* y al escuchar las
detonaciones de las granadas y petardos. Por esto,
desde la fiesta de una aldea hasta las de la so­
lemne coronación de un rey, terminan con fuegos
artificiales; en el villorrio se contentan con el
disparo de una docena de insolentes morteretes y
de algunos cohetes, mientras en el segundo espec­
táculo se admira todo el aparato fulgurante de
los palacios luminosos y los productos más fa­
bulosos de la pirotécnica.
Voy á trazar un bosquejo histórico de los fuegos
artificiales:
En todas las épocas, el pueblo y los reyes halla­
ron mucho placer encendiendo grandes fogatas
en señal de júbilo. Se pueden citar, entre otros,
á los chinos, egipcios, griegos y romanos.
Lo siento por la memoria de Schwartz, al que
se atribuye la invención de la pólvora; pero
* tengo
que advertir que mil ochocientos años antes del
nacimiento de este monje alemán ya se habían
quemado fuegos artificiales.
Si se da crédito á los historiadores griegos, nos
enteramos de que se quemó un fuego * artificial
por orden de Alejandro el Grande para celebrar
su entrada en Babilonia.
Flaminio, el conquistador de Grecia, que vivió
ciento cincuenta años antes de Jesucristo, halló
174 PABLO MANTEGAZZA

en uso los fuegos ¡artificiales en las principales


ciudades que conquistó.
Los griegos los habían tomado de los indios.
Filostrato, el historiador de Lenno, que vivía
en el siglo iv de nuestra era, dice que los fuegos
artificiales se empleaban en Egipto .y en la India
desde hacía mucho tiempo, y que no servían sólo
para los festejos públicos, sino también para de­
fender las ciudades incendiándolas, y cita una for­
taleza cerca del río Hyphesis considerada como
inexpugnable, porque sus defensores, que por esto
se les juzgaba parientes de los dioses, lanzaban allí
grandes fulgores y relámpagos.
Floro, contemporáneo de Adriano y que, por
consiguiente precedió á Filostrato dos siglos, nos
refiere la misma historia.
Claudiano, en la descripción que hace de las
fiestas ordenadas en Roma en tiempo de Teodoro,
mil ciento cincuenta años antes de que la pólvora
fuese común en Europa, dice:
«Se aflojaba, mediante contrapesos escondidos,
una máquina de teatro, cuyas decoraciones más
altas se disponían en forma de coros musicales;
las llamas se movían por todos lados, el fuego
formaba variados turbiones circulares y globula-
dos que recorrían la superficie del tablado sin
estropearlo, casi jugando con su vivo y desigual
movimiento, y estas apariencias de incendio no
dan por su instabilidad motivo alguno de temor,
danzan por todos lados sin causar daño alguno.
O estas son las serpentinas y girándulas de
hoy, ó yo no comprendo nada.
Aun citaré, antes de terminal’ con los tiempos
antiguos, á un tal Alberto, que existió trescientos
años antes de Schwartz. Alberto, en su tratado de
Lo 'maravilloso en el mundo (De mirabilibus mun-
di), traza la descripción de los cohetes voladores.
FISIOLOGIA DEL PLACER 175

Demostrada la existencia de los fuegos artifi­


ciales en la antigüedad y en la edad media repu­
tada bárbara, pasemos directamente á Los tiem­
pos modernos.
Los fuegos artificiales tomaron incremento en
Italia, hacia el fin del siglo xv, y se empleaban
especialmente para la celebración de las fiestas
religiosas, aunque solamente en las grandes so­
lemnidades.
Los florentinos y los habitantes de Siena fue­
ron los ¡artífices más hábiles, según dice Vanoc-
chiro, un italiano que escribió sobre la artillería
en 1572. Los fuegos artificiales de Florencia y Sie­
na se preparaban sobre teatros de madera y se
decoraban con estátuas y pinturas á gran eleva­
ción.
El mismo historiador añade que los florentinos
iluminaban además el teatro, y que las estatuas
lanzaban rayos de fuego- por la boca y los ojos.
De Florencia pasaron los fuegos artificiales á
Roma, donde ¡se usaron exclusivamente para San
Juan, la Asunción, las fiestas de San Pedro y San
Pablo y en los festejos que se verificaban por la
elección de los papas.
Diego Ufano-, que vivió en 1617, dice que los
fuegos artificiales pasaron á España y Francia
hacia fines del siglo vi, pero en estos países eran
de antigua sencillez, consistiendo en algunas es­
pirales acompañadas de varios palos guarnecidos
de trapos blancos alquitranados.
En tanto, los artífices italianos habían pasado
los Alpes y sus maravillosas invenciones causaron
en Francia general admiración.
Uno de los fuegos artificiales más antiguos fue
el que se quemó en 1559, en Rennes, sobre el
Vesle, por orden de Enrique II. Representaba un
176 PABLO MANTEGAZZA

combate naval, y este novísimo espectáculo cau­


só inmenso asombro.
En 1606, el duque de Sully dió una espléndida
fiesta ante los muros de Fontainebleau y Trai-
zier refiere en su Tratado de los fuegos (artifi­
ciales que se dió un simulacro de batalla donde
los fuegos artificiales tuvieron prodigiosa parti­
cipación.
En los primeros años del siglo xvn los fuegos
artificiales adquirieron gran incremento' y fueron
verdaderas obras de arte. Al presente han lle­
gado á los límites de lo maravilloso, merced á
los incesantes progresos del arte pirotécnico, y
no sólo han alcanzado el más alto grado de per­
fección, sino que se han popularizado tanto, que
no hay ciudad, por pequeña que sea, que no ce­
lebre sus fiestas con candelas romanas y bombas
luminosas.
Las iluminaciones son sencillísimos fuegos arti­
ficiales que representan un goce tranquilo y du­
radero. Su valor moral está fundado en la influen­
cia fisiológica de la luz. El montañés anuncia sus
fiestas encendiendo1 hogueras, que brillan sobre
las cimas de los montes, como estrellas, con las
que parecen confundirse, mientras en las ciudades
se iluminan los bailes con torrentes de luz, que
lanzan espléndidas luces y múltiples candelabros.
La luz fué adorada por los orientales bajo va­
rias formas; acoge en torno del hogar á los hom­
bres de todas las naciones y alegra y vivifica en
unión ¡del calórico, su fiel compañero.
Los placeres de la vista tienen grandísima par­
te en todos los juegos y en una infinidad de en­
tretenimientos ¡muy complejos que se estudiarán
después. El baile, el teatro, la caza, la pesca y to­
dos los espectáculos grandes y pequeños desde
el Nacimiento mecánico hasta la grao exposición
FISIOLOGIA DEL PLACER 177

de Londres, son ¡otras tantas fiestas para el sen­


tido de la vista que abren ante el hombre un
inconmensurable horizonte de placeres, de que no
hemos trazado más que los límites. El arte ¡no
ha agotado ¡aún todas las combinaciones de los
elementos ya conocidos, como el ingenie humano
no ha plantado aún la columna de Hércules en los
confines del mundo. Se dará con la óptica el mis­
mo salto que Galileo' y veremos abrirse abun­
dantes manantiales de placer. Contemplamos con
el microscopio las moléculas más recónditas de
los cuerpos, en tanto' que descubriremos nuevas
regiones de mundos regulados por otras leyes de
movimiento. Las obras más modernas de micros­
copía y astronomía envejecerán en un día, pero
el hombre estará contento! de sí mismo; y así
sucede siempre, puestpi que los materiales reco­
gidos por nuestrso antecesores con orden y á fuer­
za de estudio, quedan anulados por generaciones
posteriores, sobre las ruinas de la ciencia que nun­
ca reposa y se renueva siempre con la alternativa
de la escuadra del arquitecto que construye y del
vandálico martillo que aniquila.

Fisiología, del placer—T. I.—12


CAPITULO XIX

De los placeres de la embriaguez y de su influen­


cia sobre la salud de los individuos y sobre el pro­
greso de la civilización.

Sería muy difícil determinar con una cifra apro-


ximativa el número de hombres que se entregan
á tos placeres de la embriaguez, pero aún es más
difícil el hallar un país ó una raza que los desco­
nozca. El poderoso inglés combate su spleen con
tos deliciosos vinos de Jerez y Oporto que ha he­
cho llevar á la India para perfeccionar su delicado
aroma; un habitante de Kamtschatka ingiere un
fragmento de hongo (Amonita muscaria) pasa una
noche delirando y al día siguiente bebe su propia
orina narcotizada, para prolongar las horas de
felicidad. El descendiente de los Incas bebe la
turbia chicha 'en que se advierte aún el pingüe acei­
te del centeno que fué masticado por la sucia!
boca para formar el fermento de esta singular sa­
ludable bebida y el tártaro
* se embriaga con kan-
yangtsyen (carne de cordero fermentada, arroz y
otros vegetales) ó con el predilecto koumiss que
obtiene por la fermentación de la leche de yer
gua. En Oriente se come, se bebe y se fuma opio;
en Bolivia y en el Perú se mastica la coca. Si
fisiologìa del placer 179

en algún remoto país halláis aún una tribu sal­


vaje que no conozca una bebida alcohólica ó un
veneno alcohólico, estad seguros de que la ci­
vilización les llevará rápidamente el alcohol bajo
todas las formas y con todas sus consecuencias.
Por esto el escéptico piensa que el hombre, crea­
do. esencial y exclusivamente para gozar, busca en
las substancias embriagadoras fáciles placeres, que
es completamente inútil combatir. El moralista
frunce las cejas, recuerda el pecado original y
maldice al hombre pecaminoso y corrompido. El fi­
lósofo .ni ríe ni maldice, pero estudiando busca
en la humana naturaleza la primitiva causa de
los vicios y virtudes, persuadido de que las apli­
caciones prácticas, verdaderamente útiles, deben
apoyarse siempre en el conocimiento exacto de la
materia de que estamos formados.
El hombre ha hecho fermentar el jugo de uva
y ha recogido las gotitas que destilan las cápsu­
las de las adormideras, guiado por el instinto que
le ha hecho hallar la quina en los bosques de la
Cordigliera y la perla en el fondo del mar. Si
aprendió á embriagarse al azar, transmitió des­
pués con . su sangre este nuevo vicio- á sus des­
cendientes y lo hizo por aquel derecho natural de
herencia que quiere que el bien y el mal pasen
de una generación á otra como moneda corrien­
te que cambia de valor y de forma, pero que cir­
cula sin reposo de una á otra mano.
La embriaguez es un delirio, pasajero ó una
exaltación de una ó más facultades del -eje cerebro­
espinal producida por la introducción en nuestro
organismo de cualquier substancia adecuada. To­
das las substancias embriagadoras producen so­
bre nosotros algunos efectos generales y originan
también iguales placeres. La que sirve de trama á
todas las otras, es la sensación exagerada de exis­
180 PABLO MANTEGAZZA

tir que precede á las demás y casi siempre las


excede. En Los primeros momentos de la embria­
guez tenemos la conciencia de completa excesiva
y imás sensible vida; nos producimos artificial­
mente un estado de bienestar de que se goza bajo
la doble influencia de una salud vigorosa y de
una pasión regocijada. Antes se exaltan muchas
facultades del sentimiento y el pensamiento, hay
más ó menos exaltación y del estado de apatía en
que se halla el individuo, pasa á una sobrexcita­
ción que puede variar de intensidad y naturaleza,
pero que siempre revela una actividad febril. Has­
ta los primeros grados de la embriaguez no pode­
mos asistir al espectáculo de vida activa en que
entran nuestras facultades; pero
* después la exal­
tación desordenada y excesiva de algunos placea­
res lleva á la razón hasta los torbellinos de la
anarquía y experimentamos el estremecimiento
confuso de un verdadero ditirambo en que todos los
elementos del bien y del mal, rotos los diques
que los contenían, se unen para abandonarse en
común á una licencia desenfrenada y á una ver­
dadera bacanal.
Otro carácter general de los placeres /le la em­
briaguez que constituye su fisonomía típica es el de
inundar todos los dominios de la mente y del co­
razón desterrando' los cuidados importunos, las
secretas angustias del porvenir ó los remordimien­
tos del pasado. La confusión y desorden de los ele­
mentos intelectuales, el precipicio de los pensa­
mientos que se aglomeran se desbordan en torren­
tes de palabras y forman un alud en que la con­
ciencia apenas puede hermanar en el presente
y olvida él pasado y el futuro, como la polvareda
que levanta una danza tumultuosa no nos permite
descubrir los objetos que nos rodean y las cabe-
FISIOLOGIA DEL PLACER 181

citas blondas y rizosas en que hacía poco fijába­


mos nuestras (miradas.
La historia de la embriaguez, considerada bajo
el múltiple aspecto de la filosofía, d|fe la higiene
y de la moral, está aún por hacer, y yo no trato
más que de esfumar algunas líneas para indicar
que se puede construir un' palacio donde no hago
mas que alzar una tienda. De todos modos, el que
quiera escribir la historia natural de la embria­
guez debe dividirla en alcohólica, narcótica y ca­
fetea.
Los alcohólicos fermentados y destilados comien­
zan !á agradar (al sentido' del gusto antes de entrar
en los dominios internos de nuestro organismo'
y en esto consiste una gran parte de su valor. Cuan­
do están en el estómago los absorbe fácilmente el
torrente de la circulación y ésta los transporta á
los centros nerviosos y disemina por toda la sen­
sible red de nuestro cuerpo los principios embria­
gadores del alcohol. Una sensación de vigor y bien­
estar, en una palabra un ,aumento de vida, nos
advierte de esta benéfica absorción y nos halla­
mos en el umbral de uno de los mayores placeres.
Aumentando la cantidad de líquido^ alcohólico la
hiperestenia general crece tanto que adquiere una
fisonomía especial que demuestra la hilaridad y
la alegría. Se habla mucho' hallando relaciones
más delicadas y fecundas en los objetos que nos
rodean y considerando las cuestiones sociales des­
de un punto de vista especial. Entonces somos
optimistas como lo son casi siempre los hombres
de excelente constitución física y moral. En aquel
instante experimentamos una modificación en el
trabajo intelectual y aún más en el carácter. La
necesidad ¡de comunicación de los propios pen­
samientos, el movimiento' de ideas é imágenes nos
vuelven más expansivos, más sociales, más bené-
182 PABLO MANTEGAZZA

fíeos. Hablo siempre de la regla y no de las ex­


cepciones, pues algunos bajo¡ la influencia del vino
se ponen tristes, obstinados, extraviados; estos des­
graciados son poquísimos y dudo mucho del es­
tado fisiológico de su constitución cerebro-espinal.
El hecho común observado en todas las épocas
es el de que el alcohol vuelve más generosos
y sensibles los afectos del corazón.
Cuando comienza la embriaguez, los inúsculos
que antes querían ¡mioverse con excesiva conti­
nuidad, vacilan y se niegan á cumplir su misión,
los sentidos se turban más, el borracho se va
aislando del mundo externo, y aturdídose en de­
lirios tempestuosos del pensamiento viven para
sí sólo y el placer experimentado con anteriori­
dad se obscurece rápidamente por un sopor que
cierra la entrada del mundoi externo y del san­
tuario intelectual puesto que se deja de tener con­
ciencia de la vida. En los últimos períodos de la
embriaguez la voluntad lucha largo rato' contra
los obscuros nubarrones que llegan por todas par­
tes á cubrir el horizonte de nuestra vida intelec­
tual y el sopor alterna con rápidas vibraciones de
un delirio vivo y centelleante, como una noche
tempestuosa se ilumina con la luz de los relám­
pagos; pero este estado es siempre culpable y
repugnante, como la agonía del pensamiento y de la
dignidad humana, y no puede agradar mas que al
hombre de instintos groseros ó que ha apagado
con el abuso de la vida, las nobles facultades con
que la naturaleza le había dotado.
La embriaguez narcótica es de índole muy di­
versa de la que causan los alcohólicos; varía según
las diversas substancias que la producen, pero
proporciona placeres inconmensurables, terribles,
peligrosos. Sólo la costumbre puede volver agra­
dable el amargor nauseabundo del opio, ó de la
FISIOLOGIA DEL PLACEE 183
coca ya que los placeres del gusto' son en este caso
menos importantes que en la embriaguez alcohó­
lica. La absorción de estas substancias es lenta y
sólo después de transcurrir algún tiempo comien­
zan á envolvernos un sutilísimo velo que se coloca
entre el ¡narcotizado y el mundo externo: se ve,
como cuando se contempla una luz tras una lám­
para de alabastro; el tacto se siente como si se
tocase un vidrio cubierto de tela de araña y el
pensamiento se halla como en los vagos momen­
tos que preceden al sueño en una cálida siesta
tropical. El primer grado del narcotismo lo cons­
tituye la conciencia de existir llevado al máxi­
mo grado de perfección y una calma impertur­
bable. El Aríe/ oriental puede decirse que es una
lámpara que se ve brillar muy lejos.
El narcotizado es optimista y los cuidados afa­
nosos de la existencia social no pueden influir un.
ápice en la impenetrable felicidad que parece en­
volverle. Sin embargo, no tiene necesidad de co­
municar su placer y se va inmovilizando cuando
más perfeccionado es el kief. Recuerdo, que bajo
la influencia de la coca, estuve completamente
inmóvil durante algunas horas, sin mover un sólo
músculo', sin abrir los ojos y sin dormir, sintién­
dome incapaz de desear nada mejor que aquel
estado. (*)
Los placeres más intensos que proporcionan los
narcóticos se hallan constituidos por alucinacio­
nes que aparecen involuntariamente ante la vista,
apenas aumentamos la dosis narcotizante. No hay
fantasía tan ardiente, ni pincel tan veloz que pue­
da imaginar ó pintar las mil imágenes que, cual
un caos acuden á nuestros ojos cerrados, se inte-

(*) Mantegazza.—Sobre las propiedades higiénicas y medicinales de la


casa y sobre los alimentos ¡nerviosos en general.
184 PABLO MANTEGAZZA

rruinpen y suceden con la rapidez de un cinei-


matógrafo y á veces con la calma de una mano
invisible que cambiase los vidrios de una linter­
na mágica. Poned en un caleidóscopo las escenas
más brillantes y grandiosas de la naturaleza y las
más ridiculas caricaturas; los personajes histó­
ricos más severos y los insectos más caprichosos;
loé colores intensos del iris y las variadas tintas
de los mosaicos romanos; las flores más bellas
y los monstruos más fantásticos; en suma^ todos
los elementos buenos y malos, grandes y microscó­
picos de la creación; agitad aquel instrumento
con las leyes de una estética nueva, ardiente y
tendréis una pálida idea de la fantasmagoría del
opio y de la coca. He probado ambas substancias
y os aseguro que no lie experimentado nunca ni
sospechaba que lo hubiese un placer sensual tan
intenso. No es extraño que después de viajar por
aquellas regiones misteriosas que separan la nada
de la creación más fulgurante de luz y forma,
después de haberse creído1 al borde del sepulcro ó
ya .muerto, tras goce tan intenso; una prudente y
virtuosa madre de familia al aprender á conocer
en Salta, (Confederación Argentina) los placeres
de la coca, abandonase todos sus afectos, los há­
bitos de la familia y hasta una vida cómoda, pa­
ra sepultarse en una humilde casa de campos y en­
tregarse á las misteriosas delicias de la hoja bo­
liviana. Sólo entonces se puede creer como algu­
nos obreros chinos á quienes se les negó la acos­
tumbrada ración de opio, se echasen al mar, es­
perando ahogarse en sus ondas y el que los ingles
ses empleen las palabras emcliained, fettered, ens-
laved, que pintan al vivo á los fumadores de opio.
Cierto que gran parte de la vida se debe consu­
mir en alucinaciones pues aunque duran poco tiem­
po; cuando se mastica una bola de coca bastan
FISIOLOGÍA DEL PLACER 185

dos ó tres sorbos de jugo para que vuelvan á


aparecer. Un coqúero puede interrumpir y renovar
voluntariamente este espléndido espectáculo que
le embriaga, y separarlo con intervalos má¡s ó me­
nos largos del que dá realce al cuadro.
Los más atrevidos aficionados á los placeres
narcóticos no se contentan con la dichosa tranqui­
lidad de las alucinaciones más variadas, sino que
avanzando más, llegan al delirio, que es espantoso,
y una vez experimentado1 o visto en otios causa
pavor, tal es el trastorno1 físico y moral que pro­
duce. Cuando lo causa la coca, la conciencia per­
manece activa por lo que nos da la imágen fiel
de la terrible borrasca del yo y esto redobla y cen­
tuplica el placer.
Los excitantes cafeicos, esto es, el cafe, el te,
el guaraná chocolate, el inate y otras substancias
. menos conocidas producen aunque raras veces una
embriaguez particular que sólo1 la advierten per­
sonas de sensibilidad muy exquisita y cuando se
abusa de ellas. En este caso se experimenta una
sensación agradable de erotismo convulsivo qiue
extravía la razón, hace moverse continuamente y
expansionarse en mil caprichosos excesos de sen­
sibilidad que invaden y alucinan.Esta es la fase
de embriaguez cafeica más común, la he expe­
rimentado en el transcurso de mi vida, una vez
bebiendo cinco tazas seguidas de café muy fuerte
y otra en América después de sorber una taza del
chocolate más exquisito de la costa del Peiú. Con
el café experimentan todos distintos efectos, muy
pocos saben distinguir y definir las diversas gra­
daciones de bienestar que produce, pero uno de
los mayores placeres se debe á una rapida exal­
tación de la sensibilidad y del pensamiento que,
desde la simple conciencia de un placer definido,
186 PABLO MANTEGAZZA

puede llegar hasta un verdadero' acceso de erotismo


fosfórico y convulsivo.
La embriaguez alcohólica no es fisiológica mas
que al principio'. Desde Platón que aseveraba el vino
llena nuestra alma, hasta Plinio que escribía: vino
aluntur sanguis calorque hominum, los filósofos y
los poetas, á menos que hayan sido hipocondría­
cos, todos expresaron como mejor pudieron la
preciosa cualidad del jugo de la uva; y, por si al­
guno tuviese algún escrúpulo, puedo citar las pa­
labras de San Crisòstomo en las que reparaba,
en asunto tan delicado, con golpe firme y seguro,
los dos campos de la fisiología y la patología di­
ciendo: 'Vinum Dei, ebrietas opus diaboli est.
En la vida del individuo', los alcohólicos usados
con moderación fortifican el cuerpo, sirven ali­
mentos nerviosos y respiratorios y prestan ener­
gía á nuestra debilidad moral, nos ayudan á lu­
char contra el dolor, del cual hasta cierto punto
son un contraveneno.
En la vida colectiva de las naciones, estas bebi­
das contribuyen á la unión de los individuos en
el mosaico social, acercan á los alejados, recuer­
dan á los ausentes, desarrollan una fuerza física
y moral que no puede representarse por cifras,
pero que es un poderoso factor civilizador. Una
sociedad de hombres abstinentes, en iguales cir­
cunstancias, será más fría, pensadora y prudente,
pero también más egoísta y desconfiada que la
que corona de pámpanos sus cabezas.
La embriaguez alcohólica en sus grados mayores
es siempre culpable; embrutece á los individuos,
prostituye la sociedad y no puede ir nunca acom­
pañada de sentimientos delicados, de buenas cos­
tumbres y del desarrollo social. Muchas razas in­
dias de América meridional se van extinguiendo'
y algunas desaparecieron ya porque al ponerse
FISIOLOGÍA DEL PLACER 187
en contacto con la civilización europea, no ha­
llaron en ella más ventaja que el uso de los al-
cohólicosv al que se abandonaron con toda la de­
senfrenada violencia del instinto salvaje y bajo
los rayos de un sol tropical van destruyendo mí­
seramente la trama de su vida.
La embriaguez alcohólica es más peligrosa en
los niños, en las mujeres y en el hombre salvaje.
El usar narcóticos con el único fin del placer
es muy peligroso y sólo quien tiene una voluntad
de hierro puede probarlos sin correr sobre; la
irresistible pendiente del vicio. Procuran grandes
placeres, fáciles para todos; el que ha abusado una
vez de ellos es cada día más débil para resistirlos,
y la razón, obscureciéndose, le hace inepto para
gozar otros placeres ¡y la embriaguez narcótica
se va haciendo más voluptuosa cuanto más se re­
pite y analiza. El que ha experimentado una vez
por sí mismo las alucinaciones de un narcótico,
comprende perfectamente el que gran parte de
la humanidad abuse del opio, 'del haschisch y
de la coca.
El uso del opio no es más peligroso que el de
los alcohólicos y no debemos mirarlo con el pre­
juicio á que han inducido las narraciones poco
exactas de los viajeros. No es que trate de invadir
el campo de la medicina, pero sostengo que esta
opinión la debo á experiencias propias y á observa­
ciones de amigos míos que han vivido en Oriente
muchos años.
La embriaguez narcótica es peligrosa en los ni­
ños, en los hombres robustos y de temperamento
sanguíneo y, sobre todo, en los que por ley de
herencia se hallan predispuestos á la qpoplegía
y á las alucinaciones mentales.
La embriaguez cafeica, preferida por los hom­
bres de exquisito sentimiento y de inteligencia
188 PABLO MANTEGAZZA

vivaz, es nociva solamente en casos muy raros,


como en las personas nerviosas, en países muy
elevados ó secos como el norte de la Confedera­
ción Argentina, Potosí, Chuquisaca y en general la
parte alta de BOlivia.
Si para terminar estas observaciones fisiológi­
cas se me permitiese concluir este capítulo con
dos palabras de moral, diría que no es de temer
nunca la embriaguez cafeica, que no se debe tras­
pasar nunca los límites del primer período, de la
alcohólica, y que jamás se deben probar los te­
rribles goces de los narcóticos más que en caso
de violentos dolores morales.
* f.£££££*&££££&££&£

CAPITULO XX

De los placeres negativos que se derivan de los


sentidos

La disminución ó el término de una sensación


desagradable puede constituir un placer, que se
llama negativo, porque no existiría si antes no
se hubiese sufrido un dolor. El número de estos
placeres es infinito' y corresponde precisamente á
la inmensa variedad de los dolores, por lo que al­
gunos, exagerando el hecho, pretenden falsamente
que todo goce proviene de la terminación de un
dolor. Basta la observación más vulgar para re­
conocer el error de estos filósofos. El deseo y
la necesidad no¡ son siempre dolores y constitu­
yen siempre la iniciación del placer; el estado in­
termedio entre la aspiración y el goce es con
frecuencia origen de alegría y no resulta desagra­
dable más que cuando, se desespera de llegar al
fin, ó cuando la necesidad es tan urgente é impe­
riosa que necesita satisfacción pronta que, por
circunstancias accidentales, se hace á veces espe­
rar demasiado. Sin embargo, muchos placeres son
de puro lujo, y surgen en nosotros sin el precedente
de una necesidad ó de un deseo. Nos podemos ha­
llar en la más dichosa calma y sin ningún deseo,
190 PABLO MANTEGAZZA

pero si al cabo de un rato venios una hermosa


flor ó llega á nuestro oído una música deliciosa,
nuestros sentidos gozan un placer que no ha bro­
tado de ninguna necesidad y que no ha sido pre­
cedido por ningún dolor. El placer tiene orígenes
muy diversos y el que lo quiere explicar forzán­
dolo con una artificial teoría, se engaña á sí mismo
mutilando la naturaleza.
Los placeres que proceden del término de un do­
lor se llaman impropiamente negativos para dis­
tinguirlos de los otros; pero consisten en una sen­
sación positiva que no es indiferente, sino agra­
dable, porque sucede á una sensación enojosa. El
placer, como hemos visto es una exagerada sen­
sación ó mejor dicho, más perfecta, por lo que
no puede durar mucho tiempo, ni se puede re­
presentar jamás con una línea recta. Su valor es
siempre relativo al estado accidental y momen­
táneo de la sensibilidad fisiológica. En el estado
de absoluta calma ó de verdadera apatía nerviosa,
la menor sensación exagerada puede producir pla­
cer, en tanto que en un estado de sobrexcitación
del sentido es necesaria mayor intensidad para
causar una sensación agradable. Si viviésemos siem­
pre en medio de armonías, necesitaríamos una mú­
sica sobrehumana para alegrarnos; así como los
placeres de la vista no existirían si pudiésemos
tener durante un rato ante nuestros ojos todos
los objetos visibles en todas sus infinitas combi­
naciones. Cuando el sentido ha percibido el dolor,
su sola cesación es ya un bien jque nos causa
placer y la vida de algunos hombres está tan
llena de dolores que la única parte de placer que
les es permitida es el alivio en sus males.
Cuanto más intenso es el dolor y más rápido é
imprevisto su término, tanto mayor es el placer.
Si el mal es antiguo, también el placer dura más,
FISIOLOGÍA DEL PLACER 191

porque al cabo de un rato comparamos el bienes­


tar actual con el dolor que por mucho tiempo
habíamos analizado. Las expresiones de estos pla­
ceres son muy variadas y ofrecen á veces los ras­
gos de las más vivas satisfacciones y del delirio
más regocijado. Con frecuencia se confunden en
la fisonomía los síntomas del dolor que acaba
con, los del goce que comienza y las lágrimas
corren aún sobre el rostro que sonríe. Los con­
trastes de la risa y el llanto forman las combina­
ciones más extrañas é interesantes, que recuerdan
en general el espectáculo del sol que aparece al
terminar un temporal.
De todos los sentidos, el que nos ofrece sin duda
ninguna mayor número de «placeres negativos es
el tacto, por la sencilla razón de que por sí solo
causa todos los dolores físicos. Los nervios espe­
cíficos no causan jamás verdaderos dolores, sino
sensaciones desagradables, por lo que se puede
decir que en el dominio de los sentidos son ma­
yores los placeres que los dolores, ya que excep­
tuando el tacto, los otros cuatro sentidos no pue­
den contraponer á una infinidad de placeres más
que un pequeñísimo número de sensaciones des­
agradables. Sin embargo, tal vez este lujo de pla­
ceres, de que regocijaría un optimista im es mas
oue acárente, porque <el equilibrio se restablece1
por la superabundancia de los dolores táctiles.
Además el cerebro, el corazón y todas las vis­
ceras no nos producen sensaciones agradables y
no concurren más que al bienestar general, en
tanto que el dolor impera en todas ellas como
soberano absoluto, extendiendo sus dominios ien
los dos mundos del sistema cerebro-espinal y de
la red gangliar.
Todas las partes sensibles del cuerpo nos pue­
den causar placeres táctiles negativo« y más que
192 PABLO MANTEGAZZA

ninguna las que enferman más fácilmente y nos


hacen sufrir. En general, después que los nervios
han experimentado' ¿ma neuralgia se pueden go­
zar estos placeres. Un ejemplo vulgar es cuando
terminan de doler las muelas, pues entonces se
experimenta un intenso placer que se demuestra
con signos de la alegría más desenfrenada y ex­
traña. El dolor de cabeza es otra de las causas
más generales de estos placeres y así sucede fre­
cuentemente que del dolor nace la alegría, como
de ésta surge el dolor. De la dicha es siempre gene­
rosa fuente la naturaleza, mientras que de la des­
ventura, la mayor parte de las veces es culpable
el hombre, que abusa de sí mismo, tratando de
traspasar los límites de la alegría que están tan
confinados.
El instinto y la experiencia nos defienden de las
sensaciones desagradables del gusto; por esto si
gozamos de algunos placeres negativos de este sen­
tido, debernos hallarnos reconocidos al inexperto
cocinero que alguna vez nos atosiga con los abor­
tos de la cocina ó al farmacéutico que por orden
del médico nos prepara sus ’horribles drogas. Sin
embargo, estos placeres son poco intensos, por la
raZon de que no se pueden sentir sin la desagrada­
ble sensación que los ha causado. El informal
sabor del aceite rancio de ricino desaparece con
mucha lentitud de nuestra boca; y, cuando cesa,
nos hallamos bastante despechados para alegrarnos
porque desaparece el mal gusto, hallando' muy
justos el sagrado derecho de tener por lo menos
en estado anodino el atormentado sentido del gusto.
Las sensaciones desagradables del olfato son á
veces fisiológicas, puesto que nadie puede impedir
á tos otros el ejercicio de la última función intes­
tinal, ni enagenar por un momento la propia na­
riz. Además en la naturaleza la putrefacción no
FISIOLOGÍA DEL PLACER 193

cesa un instante al pasar la materia viva al mun­


do de la materia muerta y los volcanes y las sul­
fataras no cesan de vomitar en la atmósfera to­
rrentes de ácido sulfúrico; por lo que aún en el
estado más primitivo de ignorante inocencia, la na­
riz del hombre debe haber sentido los dolores y
los placeres negativos que le correspondían.
El oído nos ofrece poquísimos placeres de esta
naturaleza y los pocos que presenta se derivan
generalmente del reposo y del cansancio' que tam­
bién es siempre un gradoi mínimo de dolor. Para
comprender estos placeres basta recordar el agra­
do con que se dejan de escuchar los gritos desga­
rradores de un asilo de niños de pecho ó el chi­
rrido de la lima, ó el martilleo ensordecedor y
formidable del calderero ó del cerrajero.
Entre todos Jos sentidos, la vista nos ofrece el
menor número de placeres negativos, porque el
simple movimiento de bajar los párpados y el
aceleramiento' de la marcha bastan á defendernos
de las imágenes más asquerosas y desagradables.

Fisiología del placer—T. I.—13


i ' f ; II
V
De los placeres del sentimiento

< CAPITULO I

Fisiología general de los placeres del sentimiento

Los placeres más voluptuosos ó delicados de


los sentidos pueden llegar al delirio' por algunos
instantes, señalando' aquí y ¡allá nuestro camino de
puntos esplendentes, pero no' pueden difundir su
benéfica influencia por toda la vida constituir
nuestra única felicidad. Aunque se reuniera en un
feliz acorde todos los placeres sensuales formando
una |Orgía sublime, ésta no duraría mas que po­
cas horas y en nuestra vida no se destacaría mas
que como una espléndida, ¡gema. A veces un so­
lo sentimiento puede difundir en torno suyo ¡una
delicia capaz por sí sola de conmover hondamen­
te nuestra vida y hacernos de este modo' más fe­
lices. Los placeres más tempestuosos y atracti­
vos de los sentidos pueden irradiar sus brillantes
facetas, pero enmudecen todos ante la purísima
luz de un afecto que los eclipsa y confunde. Los
FISIOLOGIA DEL PLACER 195

primeros no pueden combatir la adversidad del


destino ni resistir al torrente de los males físicos,
pero el sentimiento' nos puede hacer sonreír aún
sobre el patíbulo1 ó entre las agonías de la muer­
te, elevándonos á la apoteosis de la dignidad hu­
mana. Los placeres sensuales son chispazos que
esmaltan la [atmósfera de la vida y se apagan
dejando' obscuras cenizas, mientras que el (sen­
timiento es un perfume armonioso sin forma y
sin límites, que se irradia en ondas y oscilaciones
misteriosas.
El sentimiento es una flor tan delicada y de­
liciosa, que el hombre más intrépido' y analítico
debe sentir miedo, de herir con ¡el escalpelo' los
pétalos perfumados; es una flor que crece en la
tibia atmósfera del corazón y no resiste á la he­
lada brisa del norte intelectual. El que trata de
estudiarlo, se halla entre las manos una estrella apa­
gada, unas hojas secas, un verdadero' cadáver sin
movimiento ni forma. Pero la inexorable ciencia
que todo to' analiza para descubrir entre las des­
garradas fibras el misterio de la vida, debe res­
petar como cosa sagrada el sentimiento, debe con­
tentarse con poner suavemente una mano sobre
el corazón para sentir las palpitaciones lentas y
deliciosas y estudiar en los ojos la sublimidad que
(tos anim¡a¿ puede llegar, si quiere, hasta á la
profanación de medirlo y pesarlo' sobre la ba­
lanza para determinar la temperatura pero ¡ ay del
que quiera avanzar más! Terminada la sacrilega
obra hallará muerta su propia vida moral; como
el anatómico que hubiese querido' estudiar en sí
mismo hundiendo el escalpelo en sus propias vis­
ceras; aunque muriese lacerado, difundiendo la úl­
tima palpitación vital en una espantosa sonrisa,
la humanidad entera no le perdonaría nunca la
sacrilega profanación y esparciría con horror sus
196 PABLO MANTEGAZZA

cenizas. Muchos grandes hombres esgrimieron an­


te sus contemporáneos el frío y sútil hierro ¡del
análisis y los conmovieron con sublime espantoj
pero ninguno osó jamás dirigir su profanador es­
calpelo contra el sentimiento', sin que los hombres
le maldijeran.
Aunque no puedo ni debo analizar el sentimien­
to^ trataré^ sin embargo, de dar una imágen de
él trazando algunos rasgos que sirvan de guía en
el estudio de los placeres de este nuevo mundo
moral.
En todos los placeres estudiados hasta ¡ahora,
aunque no' hayamos podido determinar la esen­
cia de la sensación que los constituye, hemos se­
guido el fenómeno desde su origen hasta su ¡ex­
presión externa y hemos podido determinar el
lugar donde residían. Pero ahora nos hallamos en
un sitio indeterminado y tenemos que estudiar
una fuerza sin conocer el órgano que la produce.
En los sentidos, el placer nace principalmente de
los nervios sensorios y el cerebro ayuda sola­
mente con sus elementos intelectuales transfor­
mando en sensaciones una simple impresión. Aquí
por el contrario, el placer surge de aquellas re­
giones misteriosas de que ningún filósofo ha po­
dido trazar una carta geográfica; de un campo
donde los generosos esfuerzos de los espiritualis­
tas, así como' las valerosas hipótesis de los ma­
terialistas^ no han podido’ hallar un sendero; de
allí donde siempre se escribirá región desconocida.
Pero á pesar de todo, es cierto que el sistema de
los nervios gangliares forma piarte integrante y
necesaria del telar del sentimiento' y aunque esto
no se ha probado por razones científicas está en
la conciencia de la humanidad. El hombre que
ama ó que odia no experimenta ninguna sensación
en el cerebro1, ni siente fatigado su cuerpo, des­
fisiologìa del placer 197
pués del desahogo de la violenta cólera, en tan­
to que á veces siente conmovidas sus visceras
y advierte verdadera angustia en el corazón. Ade­
más en el esqueleto de los idiomas se hallan las
verdades más grandiosas ¡y la palabra que ex­
presa la viscera de la circulación se emplea siem­
pre como sinónimo del sentimiento. Cuál es la
influencia especial que ejerza el corazón sobre
los diversos centros gangliares, se ignora por com­
pleto. Es lo más probable que el origen inicial
del afecto se halle en el cerebro' y que éste re­
verbere su acción sobre la red ganglionar. Sin
embargo, nuestra ignorancia en este asunto, es
tan profunda que no nos es permitido concebir una
hipótesis probable.
Nuestra conciencia, primera y única maestra
de la verdadera filosofía fisiológica, nos enseña la
inmensa diferencia que hay entre una sensación,
un .sentimiento' y una idea. En la primera seguimos
los pasos del fenómeno,- y si con el pensamiento
queremos formarnos una idea abstracta, nos la
figuramos como un cambio misterioso entre el
mundo externo y nuestra conciencia, como una
correspondencia telegráfica con la que nos po­
nemos en comunicación con el mundo que nos
rodea. Pero si tratamos de formar un concepto
del sentimiento, esforzándonos por descubrir el
carácter general de todos los afectos, vemos que
esta fuerza es una emanación que nace en nos­
otros y que tiende á difundirse por fuera, por lo
que es casi la reciprocidad del saludo que el mundo
externo' nos envía por medio de los sentidos. Sin
embargo, mientras la sensación es una verdadera
descarga ó una corriente formada, aún én sus
máximos grados, por una serie no interrumpida
de chispazos, el sentimiento es una emanación in­
definida é indefinible que procede de nuestro yo}
198 PABLO MANTEGAZZA

llevando una fuerza latiente de lacción que per­


manece indeterminada hasta que la inteligencia
no formula y fija sus límites. Al mismo tiem­
po que se eleva en nosotros esta niebla moral ad­
quirimos la conciencia y después experimentamos
una verdadera sensación interna que nos conmueve
de un modo especial y cuyos elementos provienen
de la acción intelectual más sencilla. Para acla­
rar el concepto se puede decir que el sentimiento
es una sensación secundaria de un orden superior,
que es á la sensación de los sentidos como la co­
rriente ¡eléctrica de inducción es ¡á la corriente
simple. De todos modos nuestra conciencia nos ad­
vierte ¡las menores gradaciones de intensidad y
de naturaleza de las emanaciones afectivas por
lo que no sólo son tan diversos los sentimientos
del odio y del amor, sino que son infinitas tam­
bién las diferencias entre los grados extremos de
la soberbia. Otra diferencia esencial entre las sen­
saciones y los sentimientos consiste en que mien­
tras las primeras pueden asociarse,—pero no so­
breponerse y confundirse,—los afectos, partiendo
de jos puntos más distantes se reunen frecuente­
mente en una atmósfera dividiéndose ¡y modifi­
cándose de mil modos. Así si vemos una hermosa
flor, al mismo tiempo que oímos y nos regocija­
mos con pna música, las dos sensaciones agrada­
bles son simultáneas, pero no se confunden, en
tanto que si contemplamos con placer á un niño
y al mismo tiempo nos sentirnos lisonjeados por
una alabanza que nos exalta, experimentamos un
sólo y complejo placer, en que se unen los dos
diversos sentimientos que, modificándose, produ­
cen una sola resultante.
El fenómeno más sencillo de la afectividad es
la emanación indistinta que hace brotar en nos­
otros una sensación; pero esto no constituye to­
fisiologìa del placer 199
do el npundo del sentimiento. La corriente misterio­
sa que sale de nosotros busca un punto de apoyo
ó iun espejo en que reflejarse, y si lo halla vuelve de
nuevo á nuestra conciencia modificada en la esen­
*
cia y en la forma, produciendo una nueva sen­
sación interna más compleja. Así la sola contem­
plación d'e un hombre que sufre hace nacer en nos­
otros un sentimiento^ afectuoso de compasión que,
tendiendo á expansionarse fuera, se demuestra has­
ta con una sencilla mirada que es intérprete del
sentimiento' que nos inspira. Si este afectuoso mo­
vimiento ejercita en nosotros, de un modo agra­
dable, la primitiva facultad de la benevolencia,
experimentamos uno de los placeres más senci­
llos del sentimiento; pero si nuestra mirada, pe­
netrando1 en el corazón del hombre jjue sufre, es
comprendida, nuestra aparición afectuosa se re­
fleja en nosotros, acompañada de un nuevo ele­
mento que la eleva á un grado * mayor de perfec­
ción y sentimos entonces el placer de ser compren­
didos. Alguna vez esta reflexión moral se hace en
el mismo lugar de donde ha partido* el sentimiento,
por lo que la emanación afectuosa no cambia de
naturaleza, sino
* que crece de intensidad, en tanto
que otras veces, volviendo á nosotros, reaviva un
nuevo sentimiento que al cabo * de un rato toma
parte en la acción. De este modo, cuando llenos de
afecto corremos á echarnos en los brazos de un
*,
amigo en lugar de sentirnos estrechados por un
abrazo amoroso, nos vemos rechazados ó com­
prendemos su mofa, el sentimiento
* benévolo que
vuelve á nosotros hiere directamente el amor pro­
*,
pio el cual, entrando súbitamente en acción, su­
ple y anula con su emanación poderosa el primer
sentimiento! que había brotadoi en nosotros. Por
la misma causa porque irritando* *
un nervio sen­
sorio se produce una corriente muscular refleja,
200 PABLO MANTEGAZZA

algunos sentimientos puestos en acción, suscitan,


por reacción, otros afectos. 1
La historia del sentimiento' consiste en una com­
plicada serie de reflexiones morales en que se aso­
cian frecuentemente muchos elementos intelectua­
les, por lo que también las ideas pueden suscitar
los afectos y viceversa. En los casos más sencillos
la emanación piarte de nosotros y se dirige á nos­
otros ¡mismos ó á objetos inanimados; si se re­
fleja en nosotros, nuestra es sólo la actividad, en
tanto que los afectos más complejos entran siem­
pre por lo menos dos hombres que se ¡envían
necesariamente sus afectos anulándolos ó asocián­
dolos de mil modos, formando la historia de los
goces y de los dolores del sentimiento. Bajo este
aspecto los sentimientos ¡son verdaderos sentidos
del corazón que sirven para comunicarnos con
el mundo moral; son fuerzas primitivas, que al
ponerse en movimiento', pueden despertar al mis­
mo tiempo todas las facultades más sublimes de
la inteligencia.
Los placeres del sentimiento se pueden dividir
en dos grandes clases. Los primeros los produce
el simple ejercicio' de una facultad fisiológica y
son independientes de las modificaciones que ex­
perimenta el sentimiento' al reflejarse en nosotros
mismos. Por esto el hombre que se ama á sí mis­
mo, ó mira afectuosamente un objeto que le es
querido,, disfruta un placer al que no se une el
sentimiento de otro, hombre. Sin embargo, á al­
gunos goces de esta primera clase pertenecen tam­
bién los afectos más elevados que se relacionan
con la conciencia de los demás, como cuando se
dirige nuestro1 afecto hacia una persona lejana ó
imaginaria. Los placeres de la segunda clase son
los más completos y numerosos y proceden siem­
pre de la participación de dos criaturas, de la
FISIOLOGÍA DEL PLACER 201
asociación de dos sentimientos parecidos ó afines.
El sentimiento que brota de un alma inspirada
se difunde en torno de ella buscando una atmós­
fera que lo confunda y unifique. Cuando el afecto
está solo permanece sin forma, sin color, sin vida;
mientras que al ponerse en contacto con su her­
mano' parece estremecerse de alegría y lasocián-
dose á él forman un concierto armónico deliran­
te, que volviendo iá los dos corazones de donde
ha emanado, los hacen oscilar con misteriosa vo­
luptuosidad. Sucede en este caso lo que ocurre
con la luz que no toma forma ni muestra los te­
soros ¡de su potencia mas que cuando halla [un
cuerpo que la absorbe ó la refleja. Atraviesa los
interminables espacios del vacío, dejándolos fríos
y obscuros, en tanto que si halla solamente la
punta de una aguja, se detiene formando mil jue­
gos y difundiendo en rayos la vida que encierra
en su fecundo seno. Esta imágen de la luz puede
aplicarse para retratar los nuevos misterios del
sentimiento. ¡Así como hay en la naturaleza al­
gunos cuerpos que emanan por sí mismos la luz
y no la reciben nunca, así hay algunas almas que
llenas de afecto', no hacen durante toda su vida
mas que esparcir á su alrededor la armonía de sus
sentimientos, sin poder jamás estremecerse con
el goce de un afectó que venga á ellos desde fuera.
La débil luz que les llega de las almas hermanas
es tan ténue que no puede atravesar la aureola
luminosa que las circunda y viven de la luz que
emanan, corno los soles que guían á los planetas
en los espacios celestes. Otros hombres por el con­
trario, semejantes á los cuerpos opacos, no ha­
cen mas que absorber la luz que emana del co­
razón de los demás, y no reflejan un soto rayo.
Semejantes á los planetas, éstos se caldean é ilu­
minan con los soles del sentimiento, que, incapa­
202 PABLO MANTEGAZZA

ces de ¡odio ni desprecio', continúan su tranquilo y


resignado curso dejando' caer sobre ellos una lu­
minosa lluvia de lágrimas, llorando' por no po­
der hallar otros espléndidos soles que irradiasen
una luz potente á su corazón, obligado por |una
ley fatal á palpitar y á vivir de las propias inspi­
raciones. La eterna historia del egoísmo y del
corazón se puede comparar con las leyes de la
óptica; todos los corazones humanos Se pueden
dividir en cuatro, clases; blancos que reflejan siem­
pre; negros que siempre absorben; transparentes
dejan pasar la luz y grises que absorben y refle­
jan: éstos son los más vulgares.
En las dos primeras divisiones de los placeres
del sentimiento se puede aún dar un corte arti­
ficial formando dos géneros más de goces. La pri­
mera se experimenta al cumplir una acción dic­
tada por el sentimiento, que tiene también sus
necesidades como las demás facultades; y la se­
gunda se disfruta al ver ejercitado! en otro, el sen­
timiento. De este modo un sólo afecto produce
cuatro placeres de diversa forma; pero, todos 11er
van el sello, de la fraternidad de su origen. He
aquí un ejemplo: la conciencia de haber obrado
el bien nos alegra, y en esté caso gozamos de la
emanación que brota de nosotros indistinta y sin
forma; si infundimos nuestra afectividad en ¡una
mirada compasiva experimentamos un placer más
complicado á que se asocia también el reflejo de
otro corazón que palpita al unísono del nuestro.
Si nos hallamos presentes á una acción generosa
nos conmovemos dulcemente y él mismo senti­
miento se ejercita de distinto modo, y en Tin con
el sacrificio de nosotros mismos, enjugamos una
lágrima, consolando ó socorriendo á nuestro, her­
mano y experimentamos completa satisfacción y
gozamos del placer del sentimiento puesto en ac­
FISIOLOGÍA DEL PLACEE 203
ción. Todos los sentimientos buenos que nos dan
los placeres fisiológicos nos abren cuatro fuentes
de alegría; y si una de ellas se agotase, debemos
sospechar que el afecto- no era puro ó que al me­
nos en parte se halla anulado por algún sentimiento
patológico. Sólo en los casos más exaltados de pa­
tología moral puede un afecto morboso darnos
las cuatro variedades dé placer; en las condiciones
ordinarias el hombre puede gozar haciendo daño,
pero raras veces puede complacerse al sentirse
malvado- y mucho menos puede experimentar pla­
cer viendo una mala ¡acción. Este hecho- psicoló­
gico es consolador, porque nos demuestra que el
mal no es una condición necesaria para la vida
moral del hombre, sino- una verdadera enferme­
dad, un verdadero aborto- que aparece en sus ele­
mentos monstruoso é incompleto.
Los límites de las regiones del sentimiento se
hallan bien trazados y distintos por los reinos cer­
canos del sentimiento y de la inteligencia, ¡aunque
innumerables caminos ponen en comunicación és­
tos diversos países. La conciencia de la humanidad
ha escrito- de este modo- la palabra en el corazón;
y el peregrino1 que por las heladas regiones de la
mente ó por los ardientes placeres de los sentidos
pasa ¡á la zona tórrida del afecto, descubre pronto
en ¡qué nuevo clima se halla. Este país tiene con­
fines naturales que los movimientos políticos no
pueden nunca alterar, sus provincias apenas se
distinguen y sobre la inmensa llanura los filóso­
fos trazaron y volvieron á trazar planos geográ­
ficos, sin que jamás haya acertado una sola orien­
tación. Yo no puedo intentar la difícil prueba y
sólo puedo dirigirme con la brújula de la con­
ciencia al través del país misterioso y casi desco­
nocido, partiendo de un punto cardinal para llegar
á otro sin dejar detrás ni un palmo- de terreno. Co­
204 PABLO MANTEGAZZA

menzaré por los placeres más sencillos para seguir


con los más complejos y elevados; iré de los sen­
timientos del yo á. los del til, tratando' de seguir un
orden natural. En una palabra trataré de recorrer
en pocas páginas el inmenso camino que va desde
el afecto' de nosotros mismos al placer del martirio,
del egoísmo al sacrificio. No me detendré mas
que un instante sobre los placeres patológicos del
corazón, porque temería tocar cuestiones dema,-
siado delicadas y peligrosas. El joven puede va­
lerosamente llevar por un instante la luz de la
verdad en medio de los tenebrosos reinos del mal,
pero sólo al hombre envejecido por la experien­
cia se le permite estudiar bajo el microscopio,
la estructura íntima de las llagas morales y es­
cribir su dolorosa historia.
CAPITULO II

De los placeres fisiológicos que proceden del amor


á nosotros mismos

El sentimiento más sencillo y elemental es el


que nos impele á amarnos á nosotros mismos, á
defendernos del mal y á procurarnos cuanto nos
causa placer. Tiene infinitos nombres, pero es siem­
pre una facultad primitiva que preexiste a cual­
quier raciocinio, que entra súbitamente en acción,
apenas el niño sale del seno materno y tal vez antes,
que cesa únicamente con el último^ suspiro y que
hace sentir su voz aún á la conciencia del már­
tir que sonríe entre las llamas de una hoguera.
El ejercicio', mejor dicho, la satisfacción de este
sentimiento! produce un placer de que no nos da­
mos cuenta mas que cuando' llega á los máximos
grados.
Este placer es uno' de los más difíciles de definir
porque nace de un sentimiento' que en $us grados
ínfimos es muy indeterminado. En la más tierna
infancia falta la capacidad de una profunda refle­
xión y nuestra conciencia es poco' analítica, por
lo que no nos damos cuenta de amarnos y por eso
no disfrutamos de este placer. En la juventud los
sentimientos del yo se hallan sofocados por la im­
206 PABLO MANTEGAZZA

periosa profusión ele los afectos que se desbordan


del alma apasionada y que tienden á esparcirse
fuera de nosotros. Pero más tarde, cuando han
cesado las borrascas del corazón, sobre las tran­
quilas ondas de nuestra conciencia se puede ver
sobre el fondo un sentimiento que forma siempre
parte integrante de todos nuestros actos morales,
que más de una vez fué el que calmó ó levantó
una tempestad, pero que no le habíamos visto
hasta entonces, que es cuando el hombre tiene
la suficiente calma para poder apreciar un placer
que cuando no se halla exaltado no es morboso.
El placer que nace del amor á nosotros mismos
nos presenta^ como todos los goces, un fenómeno
de reflexión en el cual el camino recorrido' desde
la partida á lia vuelta es brevísimo. Desde todos los
puntos sensibles del cuerpo parten muchas im­
presiones que, llegando! á nuestra conciencia, se
unifican en la compleja sensación vital; y ésta
despierta el afectuoso sentimiento hacia nosotros
mismos que reverbera tranquilo' y suave en las
sensaciones que le han producido'. Si con una imá-
gen se pudiese representar este placer, ..se debía
poner de un lado el espejo- de la conciencia que re­
fleja la imágen de la vida, y del otro el sentimiento
que la contempla y se complace. Pero como la
figura es muy pálida é incierta, no se ve apenas se
encrespa el oscilante velo de nuestra conciencia; sin
embargo la imágen no' desaparece nunca y forma
por sí sola el fondo sobre que se trazan todas las
escenas afectivas.
Este 'goce tiend(e á concentrarnos en nosotros mis­
mos, cual si fuese tan ténue y delicado que el me­
nor movimiento le desvaneciese ; por esto el hom­
bre que goza con iei amor á sí mismo es reconcen­
trado y apenas sonríe. Si sus facciones expresan
intenso placer y si él se contempla de continuo en
FISIOLOGÍA DEL PLACER 207
el tranquilo lago de la propia conciencia compla­
ciéndose con su imágen afectuosamente es egoís­
ta y el goce que experimenta resulta culpable.
En este casoi tenemos unoi de los ejemplos más
delicados de un afecto' indefinido, vago, que cam­
bia de naturaleza ¡apenas asciende un grado y que
presenta un tinte tan leve y esfumado que casi
no se destaca del horizonte en que aparece. Este
placer es muy difícil que exista soloi y que la
conciencia lo pueda reflejar un soloi instante en
toda su pureza. Generalmente se asocia á los pla­
ceres de los sentidos y de la inteligencia, á los
que añade un nuevo elemento. Cuando gozamos de
ver, de escuchar ó de pensar; nos alegramos sin
querer de sentir nuestro yo que ve, oye y piensa.
Los sentimientos que nacen después en nosotros,
y en nosotros mismos terminan, tienen por nece­
sario campo de acción este afecto- primitivo. Por
esto todos los placeres de la vanidad, de la gloria y
del pudor, son hilos tejidos sobre la urdimbre del
amor hacia nosotros mismos.
Este goce lo disfruta más el hombre que la mu­
jer y crece más y más según la civilización se
perfecciona. Es el efecto de nuestra organización,
la consecuencia necesaria de nuestra individuali­
dad; por lo que en el dominio de los afectos del
yo, á todos encadena y dirige, y no entra el placer
primitivo del sentimiento social ó del afecto del
tú ni aún en su mayor sencillez. j
CAPITULO III

De los placeres del egoísmo

El egoísmo es una de las enfermedades morales


más difundidas la cual á modo de epidemia ataca
á las generaciones de todos los países y de todos
los tiempos, por lo que casi se la podría considerar
como una condición necesaria á la vida del Homo
sapiens. Adquiere infinitas formas, pero único' en
su esencia, la escrutadora mirada del observador
le descubre^ aunque se encubra con el pomposo
manto de la hipocresía más opaca; es un formi­
dable elemenfo que en todas las cuestiones de la
vida aparece sigilosamente, cual si caminase con
la punta de los pies y con zapatos de terciopelo,
sorprendiéndonos sin advertirlo y ordenando con
preponderancia y pertinaz obstinación en todas
nuestras deliberaciones. Lo mismo, cuando en el
consejo de la inteligencia está perorando el intei-
rés, que cuando los sentimientos más generosos
se consultan para decidir el sacrificio más sublime,
el taciturno huésped entra por puertecilla misterio-
sa, que él sabe abrirse, y con helada y silenciosa
sonrisa sitia á los afectos más sublimes, delibera
con ellos y, posando su mano de plomo sobre la
balanza del deber, arroja su firma sobre el voto
FISIOLOGIA DEL PLACEE 209

de la asamblea. Algunas veces los afectos se coali­


gan en una santa alianza para excluir de sus con­
sejos al terrible huésped, oponiéndo para defen­
derse leí honor, la generosidad, el sentimiento del
deber y otros de los menos incorruptibles, pero
el egoísmo' llega siempre de improviso y seduce y
engaña á los centinelas y se presenta en el con­
sejo. La razón demostró, con el arte de la dia­
léctica, en el augustoi consejo' de los afectos no­
bles que el despreciable huésped noi se hallaba en­
tre ellos, y éstos, en la ingenuidad de su grandeza,
lo creyeron, pero el maligno espíritu, punque hu­
biera debido1 retirarse ante tanto esplendor, había
detenido' por un instante la pluma en la mano' del
deber, secretario de la noble asamblea, cuando
iba á escribir la sublime decisión. La pluma poco
segura había vacilado', los primeros caracteres es-
grafiados quedaron confusos é inciertos y el egoís­
mo, retirándose sonreía á hurtadillas con risa cí­
nica y glacial.
Los placeres del egoísmo no se derivan mas que
del excesivo amor hacia nosotros mismos, por el
que exageramos la cifra individual; disminuyendo
de este modo el valor numérico de la cifra social.
De este modo reducimos á la mínima parte el tri­
buto que como individuos de la sociedad debíamos
pagar á nuestro prójimo y conservamos el capi­
tal para nosotros mismos. En los grados mínimos
de esta enfermedad el hombre no se cree egoísta,
pero se ama y sin saberlo, decide en beneficio
propio las cuestiones que el sentimiento lleva ante
el tribunal del deber. En los grados máximos,
el egoísmo llega á veces al consejo petulante y
con pies de plomo y el hombre osa confesarse á
sí mismo que se ama sobre todas las cosas, po­
ne entre él y el mundo externo una compacta
Fisiología del placer—T. I.—14
210 PABLO MANTEGAZZA

trinchera gue loi aísla y lo individualiza, y cier­


tamente no hay atmósfera más impenetrable que
la del egoísmo. . i
Los sentimientos más nobles, las aspiraciones
más ardientes y afectuosas dirigen sus baterías
contra aquella fortaleza; pero los proyectiles son
rechazados y caen á los pies de aquel infranquea­
ble muro. Algunas veces el jefe del fuerte, para
que no le llegue á turbar el estallido' de la artille­
ría, se atreve hasta á enviar algunos sicarios invi­
sibles que matan á los valientes soldados, y la
sangre y lps cadáveres putrefactos forman en torno
de la fortaleza una espantosa peste, sobre la que
no puede arriesgar el pie delicado' algún noble sen­
timiento, aún cuando tras la lucha generosa qui­
siera poner en juego medios conciliadores y pa­
cíficos. El egoísmo permanece solo é imperturbable
en su castillo!, se basta a sí propio! y no se comu­
nica con el mundo' exterior, mas que desde lo alto
de la torre, desde donde contempla fríamente con
su anteojo de larga vista la lucha de las humanas
pasiones, y se sonríe. A veces para distraerse man­
da a sus servidores que inviten á alguien al con­
vite. En tales casos caldea sus heladas ¡estancias,
donde se congelarían los demás, prepara espléndida
comida y sienta en torno de su m|ésa á los invitados
que, conmovidos por su cortesía y enardecidos
por los vinos y licores, expresan su reconocimiento
al dueño del castillo. El, entanto, continúa comien­
do', sonríe silenciosamente; y cuando las chan­
zas de sus huéspedes comienzan á cansarle y abu­
rrirle los arroja fuera de su casa con su eterna
sonrisa. A veces llega á tal exquisitez de senti­
mientos que coloca en su museo las imágenes de
las personas á quienes ha concedido hospitalidad
ún día y ¡aunque ¿as colecciona muere sin guar­
dar nfepto á los recuerdos de su vida.
FISIOLOGIA DEL PLACER 211
El egoísmo en su perfección ideal es una dolencia
extraña que si bien inspira cierto horror, no está
desprovista de grandeza por lo que puede discul­
parse en los grandes hombres que elevándose por
la escala del análisis á las purísimas regiones ide
la inteligencia, se colocan una mano, sobre el co­
razón y no advierten sus latidos. Las variedades
más extraordinarias del egoísmo constituyen mues­
tras interesantes por su raza, que podrían colocarse
en los museos como fenómenos morales; pero la
masa anónima que constituye el vulgo de los egoís­
tas, es de una monotonía desoladora, por lo que el
hombre que ha dado algunos pasos en el sendero
de la vida, experimenta verdadera necesidad de
confortar su vista con imágenes más seductoras.
La turba de los egoístas es una multitud de hom­
bres vulgares, que llegando por un esfuerzo in­
finito á sacrificios de una mezquindad ridicula,
cree compensar con (usura las concesiones que
hacen ¡ái su propio bienestar en cada momento
de la vida; son hombres que, porque no han aser
sinado' ó robado jamás se creen honrados; son
personas que no, han podido imaginar que el es­
pasmo de un sentimiento pueda influir sobre la
balanza del dolor más que la pérdida de un millar
de liras; son sujetos que creen y creerán siem­
pre hasta la muerte, que todos los dolores pueden
pagarse y que, sobre todas las cuentas morales,
puede escribirse, un saldado^ restableciendo así
el equilibrio entre el cargo y data en el libro talo­
nario, del corazón. Tales hombres son ciertamente
de una mediocridad irritante, porque se aman á
sí mismos complaciéndose en su inutilidad inte­
lectual; porque se juzgan filósofos por haber lle­
gado al sublime teorema de que es bueno' todo
lo que no está castigado, en el código; hombres que
se atreven á calificar de locura el sentimiento,
212 PABLO MANTEGAZZA

cuando traspasa cierta medida; que llegan, en


fin, al sacrilegio de sonreírse cínicamente en me­
dio del fango de una baja mediocridad, risa que
no puede perdonarse más que al hombre que con­
templa la humanidad entera desde la altura en
que fluctuaba la mente de Goethe.
El egoísmo, como sentimiento morboso que nace
de la hipertrofia de un afecto fisiológico no pro­
porciona más que incompletos goces. El hombre
se pomplace en amarse y en cuidar su preciosa
existencia que ama sobre todas las cosas; pero
no puede gozar viendo que sus semejantes experi­
mentan el mismo placér. El egoísta se complace á
veces con la generosidad de otros, no porque ésta
eleve en su espíritu un noble sentimiento de co­
munidad de acción, sino porque el afecto de 'los
demás es un preciosísimo capital de reserva al
que puede recurrir en ocasiones desgraciadas, cuan­
do se sienta capaz de realizar un esfuerzo de
gratitud. El egoísta adora el egoísmo en sí, pero
lo detesta en los demás y frecuentemente cultiva
con amorosa solicitud en los otros los sentimien­
tos más generosos, porque éstos forman el árbol
vigoroso del cual extrae como un parásito el ali­
mento' y la vida.
Los placeres del egoísmo' en el estado de fuer­
za latente, se reducen á una deleitosísima contem­
plación moral del propio' individuo, en la que el
sentimiento está en reposo largas horas, como una
coquetuela, ante el espejo de su propia concien­
cia, recreándose ante las más gratas imágenes con
las cuales juega y sonríe haciendo las muecas más
ridiculas y afectuosas. El egoísta tiene siempre ante
sí al propio individuo' al que acaricia con solicitud
maternal, besa con amantes transportes, abraza
con el afecto de un amigo', al que venera como á
un padre, respeta como á un grande hombre y
FISIOLOGÍA DEL PLACER 213

venera como á un Dios. Sacrifica á un sólo ídolo


los perfumes destinados por la naturaleza á tan­
tos altares, convirtiéndose >en un verdadero auto-
maniático. En los momentos más dichosos de su
existencia se reconcentra en sí mismo y apenas
se digna echar mentalmente una mirada furtiva
al mundo externo para atraérselo hacia sí; evita
los rumores y el movimiento y se esconde en su
concha de caracol apenas el menor céfiro amenaza
su preciosa existencia. Su fisonomía expresa casi
siempre un goce tranquilo, cual si la risa y los
movimientos musculares pudiesen turbar su cal­
ma ó desperdiciar una milésima de fuerza vital,
que economiza hasta la mezquindad. Sin embargo,
creedlo, no es feliz, como no lo es el avaro, á
quien se le parece. La naturaleza ha hecho ¡al
hombre para el trabajoi y le ha concedido tanta
fuerza para que la usase en el torbellino de 1a.
acción y en la lucha social; le ha dado generosa­
mente un exceso de combustible para que pudiese
encender alguna vez espléndidas hogueras que es­
parciesen en torno suyo la luz y el calor y le ha
concedido el derecho de algunos sublimes desaho­
gos. El egoísta, apenas ha sentido' alborear, Ja
razón devora con los ojos el propio montón de
leña, la mide, la pesa y subdividiéndola infinita­
mente enciende un humildísimo- haz que esparce
más humo que luz, y en torno del cual se acurru­
ca absorbiendo ávidamente el escaso* calor que
emana. Se vuelve á calentar raras veces y muere
de frío- antes que agotar el combustible, sin ha­
ber gozado jamás la generosa llama de una ho­
guera; pero en vano quiere impunemente bur­
larse de la naturaleza y el que quiere vivir más,
vive ínenos que los demás.
El egoísmo nace con nosotros, pero
* no crece
vigoroso ni produce placer más que en la edad
214 PABLO MANTEGAZZA
I

adulta. En la niñez comienza á germinar, pero su


tallo mezquino y sutil permanece inadvertido en
Jeil campo del corazón; en la juventud es aún
más ¡difícil descubrirlo, porque una exuberantíe
vegetación de árboles y flores lo esconden; pero
en ¡cuanto va declinando la primavera de la vida,
la humilde plantita, crecida á la sombra de sus
generosas hermanas, se aleja y crece, viviendo á
expensas de los pétalos perfumados que deja caer
el amor y de las verdes hojas desprendidas del ár­
bol de las ilusiones, y poco á poco crece, se alza,
se convierte en arbusto, después en un árbol y
extendiendo por amplio' espacio sus raíces, absorbe
los jugos que antes bastaban á una vegetación com­
pleta, formando él sólo, campo, prado y floresta.
¡Ay si el joven, abusando de una precoz inteligen­
cia se vuelve avaro de vida á los veinte años!
Si es mediocre se hace el más perfecto' egoísta y
si tiene una chispa genial llega á espantosa gran­
deza. Algunas veces se ha visto a algunos jóvenes
en la flor de su vida segar el prado aún verde
y florido de los afectos generosos y hacer una ho­
guera para ¡abonar con sus cenizas la pequeña
planta del egoísmo; el joven egoísta causa espanto
y temor y su risa cínica que se dibuja tras ¡su
incipiente bozo, da miedo. Desde la edad adulta
hasta la muerte, los placeres del egoísmo van au­
mentando y en la vejez son casi fisiológicos. En­
tonces la luz de la vida es tan trémula y opaca
que se perdona al hombre que con ambas manos
defiende la preciosa llama y trata de reanimarla
con su aliento, alejando1 con energía al que tratase
de sustraerle un solo rayo de luz. En esta época
el egoísmo se llama amor á la vida y el viejo
con las manos descarnadas y firmes batalla largo
espacio con la muerte que juega en torno de la
FISIOLOGIA DEL PLACEE 215

lucecilla de su existencia y cuandoi menos se es­


pera, la apaga.
Inútil es decir que estos placeres morbosos
los disfruta más el hombre que la mujer. Es muy
difícil averiguar si el egoísmo fue mayor en los
tiempos antiguos que en nuestros días. Si se qui­
siese creer la vulgar opinión se diría que somos
más egoístas que nuestros antecesores y que este
afecto morboso va aumentando al par que la civi­
lización. Los hombres de todas las épocas se desen­
cadenaron siempre contra sus contemporáneos gri­
tando que eran peores que sus progenitores; por
lo que, si eso fuese verdad, debíamos ser á estas
horas una turba de afeminados, cobardes y bár­
baros, cosa que afortunadamente no sucede. Ac­
tualmente parece que el egoísmo- crece muy vi­
goroso en Inglaterra. ¡ i
CAPITULO IV

De los placeres que proceden de los sentimientos


mixtos de primera y segunda persona y especial­
mente de la alegría del pudor.

Los sentimientos puros del yo que emanan de


nosotros y en nosotros se reflejan, se reducen al
amor hacia nosotros misinos, que en los grados
máximos se llama egoísmo, por lo que nos ofrece
poca variedad de placeres. Pasando de los afectos
individuales á gquellos que se exteriorizan, ha­
llamos algunos sentimientos mixtos que forman
un verdadero puente natural entre éstos y aquéllos,
participando de la naturaelza de unos y otros, por
lo que me atrevo á llamarlos afectos mixtos de
primera y segunda persona. A éstos pertenecen el
pudor y la infinita variedad ele sentimientos que
toman los nombres de amor propio, honor, am­
bición y soberbia. En todos estos afectos la con­
ciencia refleja una imágen de nuestro! yo, que
es ya secundaria, al volver á nosotros después
de haber salido del mundo moral que nos rodea,
como veremos con más claridad hablando de ca­
sos especiales.
El sentimiento mixto que más se aproxima á
los afectos de primera persona es el pudor, que
FISIOLOGIA DEL PLACER 217

constituye uno de los estremecimientos más inde­


finidos y .vagos del corazón humano, uno de los más
delicados perfumes del sentimiento. En el niño
el pudor no existe aún y él satisface las necesida­
des de la naturaleza con la ingenuidad de su ig­
norancia. |Apenas aparecen los primeros albores
de la razón, este sentimiento se muestra vago y
confuso y el hombre-niño siente verdadera necesi­
dad de cubrirse ciertas partes y de esconderse pa­
ra satisfacer algunas enojosas necesidades de la
vida. Desjoués comienza á dividir las .partes del
cuerpo en decentes é indecentes, pero sin saber dar
una razón, cosa que resulta difícil hasta á los
filósofos. Las partes que hallamos verdadera ne­
cesidad de esconder son los órganos genitales, con
sus adyacentes. En la mujer el campo del pudor
es más dilatado y defiende de ajenas miradas el
sepo con la misma celosa solicitud con que cubre
otras partes más ocultas. En los grados más ele­
vados de este sentimiento, la mujer enrojece al
mostrar desnuda la suave redondez de un hom­
bro, el rosado, piececito ó el borde de un encaje
que adorna una blanca enagua y asoma atrevido
del casto traje. En todos los casos los extraños
miedos y la caprichosa susceptibilidad de este sen­
timiento se refieren siempre á las funciones se­
xuales, por lo que es poderosa la necesidad de
cubrir y esconder una parte del cuerpo, cuanto
más directa es su misteriosa unión con los órganos
genitales. Las curvas elegantes de las piernas se
custodian de las miradas extrañas con más celo
que los brazos, porque tras aquéllas, la lasciva fan­
tasía corre llena de deseos hacia las regiones de
la voluptuosidad. Por la misma razón la mujer pre­
fiere mostrar la pierna entera cubierta de una me­
dia encarnada, mejor que dejar transparentar en­
tre los pliegues de una falda una blanca enagua,
218 PABLO MANTEGAZZA

porque en general él últimoi veto que defiende el


pudor es blanco. i
La relación anatómica explica los demás mis­
terios del pudor. Este emana sus perfumes más
deliciosos en la edad fecunda desde que aparece
hasta que se oculta el sol del amor, y defiende con
mayor energía sus misterios, cuando los profanó
con la mirada una persona del otro sexoi iniciada
ya por la edad en la escuela amorosa. Sin embargo,
este sentimiento no' necesita la presencia de otra
persona para despertarse y la mujer pudorosa se
cubre aún cuando está sola y defiende su vista de
las imágenes desvergonzadas que lleva consigo^ por
necesidad de la naturaleza.
Algunos filósofos quisieron profanar esta flor
delicada, demostrando que el pudor no es más
que un efecto del hábito1 de cubrirse; y hasta
hubo quien osó llamarle caricatura ridicula de
la civilización. Estos locos se deben unir á aque­
llos que tratan de que el hombre ande á cuatro
patas y á todos los filósofos que abusan de su in­
genio para destruir el concepto de la humana dig­
nidad. Si algunos salvajes van siempre desnudos,
si otros se aparecen en presencia de los viajeros,
la humanidad entera con la repugnancia que ex­
perimenta ante estos hechos, protesta contra una
verdadera enfermedad moral, que es la consecuen­
cia de una organización imperfecta. Aunque se
pudiese demostrar que el primer hombre no’ enro­
jeció al mostrarse desnudo ante la primera mujer,
se podría siempre sostener que el pudor surge en
nosotros después del completo’ desarrollo de nues­
tra inteligencia y de nuestro corazón y que desde
ese momento se constituye en una verdadera fa­
cultad primitiva que se transmite á las genera?
cienes por herencia natural. Además muchos ani­
males de los más inteligentes nos muestran es-
FISIOLOGIA DEL PLACER 219

hozados los primeros rayos del pudor, ocultando! á


los ojos de los curiosos los misterios de sus amo­
res. La costumbre íes un excelente medio para per­
feccionar las fuerzas existentes, transportándolas
de una vida latente y soñolienta á un extraordinario
desarrollo; pero nunca ha podido' crear una fa­
cultad, y si la humanidad viviese aún millones
de siglos, será siempre posible unir la facultad
primitiva que tuvo desde su nacimiento, con las
más espléndidas y complicadas manifestaciones de
fuerza y se podría establecer la filiación natu­
ral. -i
Además el pudor tiene en sí mismo la propia
razón y se puede definir como un artificio de la
naturaleza para hacer más seductores los goces
físicos del amor, velando misteriosamente una fun­
ción que, públicamente satisfecha^ sería trivial y
repugnante. "La mujer que contemplamos envuel­
ta en amplios vestidos nos deja apenas adivinar
los tesoros que esconde, con algunas líneas atre­
vidas que se destacan entre los movibles pliegues
de sus vestiduras. Entonces la fantasía nos hermo­
sea inmensamente lo que visto en su desnudez
podía interesarnos apenas un momento y desea­
mos vivamente ahondar nuestras miradas en aque­
llas desconocidas regiones que parecen encerrar
tantas delicias. Si nuestra miaño quiere atrevida­
mente rasgar el velo que defiende el santuario,
la mujer se defiende con el pudor, y la tranquila
dignidad de una mirada basta á confundir al pro­
fano' é insolente. Sólo después de larga lucha, la
mujer retirándose poco á poco, cuando ya no
tiene (más que un sólo palmo de terreno donde
defenderse, es cuando' cede al feroz deseo de una
larga impaciencia y levanta el último velo' del
pudor, sacrificando sobre el amoroso altar un sen­
timiento delicado que debe ceder al poder de una
220 PABLO MANTEGAZZA

pasión ineludible. La sublimidad del arfe demos­


trada por la naturaleza en este caso1 es maravi­
llosa; pone uno' frente al otroi á los dos enemigos
de fuerzas desiguales y encarga á uno de ¡ellos
de eludir los ataques del contrario; de modo que
divierte al adversario con ceder poco á poco el
terreno' hasta que se da por vencido' y al caer
sonríe del ameno juego sostenido con tanta maes­
tría. Desde la primera y ardiente mirada de dos
enamorados hasta la pudorosa caída de sus pár­
pados, entre las mil alternativas de fuga deseada
y de una anhelante victoria, el pudor acompaña
á los dos amantes como un ángel que los sigue y
los defiende y como un prudente secretario que
hace de económico cajero á dos derrochadores que
malgastarían en un día las riquezas de Creso; el
pudor no se separa más que cuando su economía
ha podido conceder la prodigalidad de un momen­
to y el velo del pudor que arde emana un suave
perfume que armoniza con los demás placeres
de aquellos dichosos momentos. La naturaleza quie­
re hacer brillar el último rayo' de poesía sobre
un acto mecánico y de necesaria brutalidad y lo
atenúa ¡con el delicado sacrificio que el pudor
hace al amor. j
Cada vez que el pudor satisface sus necesidades,
el hombre experimenta un placer que expresa con
signos de recogimiento y que se asemeja á los
goces que sentimos al calentarnos en una tempe- •
ratura tibia cuando, tiritamos de frío. Nadie pue­
de imaginar sin conmoverse el placer que debe
sentir una virgen cuando, al salir del baño se
precipita en la sábana en que se envuelve encogién­
dose y mirando en torno suyo' con aire miedoso y
trémulo. El que haya visto la Venus de Canova que
sale del baño debe temblar de púdica voluptuo­
sidad con sólo recordarla. Los placeres del pudor
FISIOLOGIA DEL PLACER 221
se expresan también con la risa, especialmente
cuando asalta el miedo de verse sorprendido en
un estado! de indecente desnudez.
Estos exquisitos goces están reservados en toda
su pureza al bello sexo, del que constituyen un
precioso ornamento. Con horror se ve á la mujer
prostituir el propio' pudor en desvergonzados ex­
cesos. Aunque el pudor llegue á una susceptibilidad
morbosa, :no puede desagradar jamás, porque es
casi siempre seguro! indicio de los afectos jmás
delicados y generosos. La mujer que al momento,
osa fijar sus ojos en el rostroi de un hombre y
que no enrojece al oprimirla un joven su mano,
me causa miedo y pienso que debe ser una flor
sin perfume.
El sentimiento del pudor en toda su perfección
se asocia á algunos elementos intelectuales y se
complace no sólo en el pudor corporal sino en el
de las ideas, las imágenes y todos los objetos
físicos y morales que pueden ser decentes ó inde­
centes.
Sería una cuestión de las más delicadas, y al
mismo tiempo más profundas, el seguir las diver­
sas modificaciones impresas ¡al pudor en el trans­
curso del tiempo y de las diversas civilizaciones;
pero tenemos que prescindir de hacerlo-, aunque
con disgusto por no alejarnos demasiado de nues­
tro tema. Creemos sin embargo, este hecho oscila
en un horizonte vastísimo, porque es un sentir
miento- elevado y de puro- lujo en nuestra natu­
raleza moral, pero su desarrollo está siempre en
razón del progreso civil de los pueblos. Para se­
ñalar el inmenso, campo que abarca esta cuestión
diremos solamente que entre los indígenas de Othi-
ti que sacrificaban sin escrúpulos al dios amor ante
todos, y los ingleses que sienten horror de nom­
brar él vientre y los calzoncillos, se hallan las
222 PABLO MANTEGAZZA

mujeres de Musgo en el Africa central, las cuales


rechazan con horror la idea de abandonar por
un sólo instante el frac que cubre la parte que
se halla entre el dorso y las costillas y dejan des­
cubierto el resto del cuerpo' á las miradas pro­
fanas.
He tratado con pocas palabras de trazar los
confines indeterminados de uno, de los sentimien­
tos más misteriosos, que yo definiría de buena
gana diciendo' que es un respeto físico hacia nos­
otros mismos.
CAPITULO V

De los placeres que proceden del sentimiento de


I la propia dignidad y del honor

Del misino modo que nuestra imagen física al


reflejarse en nuestra fantasía se contempla con
placer por el amor á nosotros mismos, así la
imagen moral representada en el mismo espejo
despierta nuevos sentimientos de un orden más
elevado1. Cuando todas las facultades elementales
del corazón forman un conjunto armónico, senti­
mos nuestra dignidad y experimentamos secreta
complacencia. Cuando nuestra imagen moral se
refleja en toda su pureza nos admiramos sin so­
berbia y sin vileza, porque la contemplamos co­
mo el santo estandarte de la humanidad entera,
que debemos custodiar y defender, aún á costa
de nuestra vida.
El intenso placer que se disfruta al sentirnos
dignos de nosotros mismos es una sensación inde­
terminada é indefinible pero que resulta de la
unión de muchos elementos. Apenas la razón nos
enseña á leer en el misterioso libro de la con­
ciencia, comprendemos que tenemos deberes más
ó menos difíciles que llenar y nos sentimos lla­
mados á una lucha generosa, en la cual debemos

i{« ■
i.
224 PABLO MANTEGAZZA

vencer con ¡el ardor que presta el valor y la fuer­


za que da la paciencia a enemigos formidables.
Admiramos de lejos el magnífico' espectáculo de
un panorama moral, donde la virtud y la religión
nos están contemplando- para coronar nuestra sien
victoriosa. Entonces experimentamos un sentimien­
to indefinible en que el temblor de la temida lucha
se mezcla con el deseo del triunfo', y con una ojea­
da mental medimos nuestras fuerzas y la distan­
cia de la meta á que debemos llegar. Si el miedo
nos vence, desde el primer instante renunciamos
á la generosa lucha y confesando' nuestra vileza,
destrozamos nuestra dignidad al nacer, cometiendo
un verdadero infanticidio moral. Por esto vivie­
ron muchos hombres sin advertir la alegría pu­
rísima de este sentimiento'. A veces, después de
haber dudado durante algún tiempo, nos juzgamos
capaces de vencer los difíciles combates ó quer­
remos, por lo menos, probar nuestras fuerzas;
entonces surge en nosotros en toda su majestad
el sentimiento de la dignidad que se convierte en
un aliado' inseparable.
Este noble sentimiento- no transige' con el ene-
migo que trata de corromperle por medio de so­
fismas y seducciones. Cuando- nos olvidamos de
que tenemos por aliado un ángel celestial en la
guerra de la virtud contra el vicio-, y tratamos de
entablar pactos vergonzosos con el incansable ene­
migo que nos atormenta sin cesar, el noble amigo-
deja oír su voz imperiosa y rasga el tratado de
paz, que tal vez habíamos ya firmado. Este sen­
timiento puede morir sobre el campo de batalla,
entre un alud de enemigos, pero- no- nos traiciona
jamás. Más de una vez nosotros mismos para li­
brarnos de su importunidad, cometemos el sacri­
legio de apuñalarlo-, pero- de su cadáver parece
que se eleva una protesta que nos maldice y nos
FISIOLOGÍA DEL PLACER 225

condena á eterno remordimiento. Otras veces, no


pudiendO' soportar el combate, tratamos de ob­
tener una tregua y á escondidas amordazamos á
nuestro aliado para que calle un momento, en
tanto que estamos próximos á acariciar á nuestro
enemigo. Inútil empresa, porque á los pocos ins­
tantes nuestra dignidad alza con más fuerza su
voz y nos echa en cara la baja traición.
Los goces de este sentimiento, cuando es per­
fecto, Jo disfrutan sólo algunos individuos que,
incansables en la lucha, m> reposan un sólo ins­
tante; miran siempre cara á cara al enemigo y
mueren en el campo de batalla conservando in­
maculada su conciencia. Sin embargo, casi todos
los hombres cuentan en los combates una con­
tinua alternativa de victorias y derrotas y su dig­
nidad, aunque no los abandona, ostenta signos de
mil cicatrices. Otras veces se halla estropeada y
deforme y semeja á uno de aquellos viejos invá­
lidos que dejaron alguno de sus miembros sobre los
campos napoleónicos.
Los placeres que proceden de la satisfacción
de este sentimiento son tranquilos y duraderos y
esparcen una atmósfera armoniosa sobre toda la
vida; irradian una luz tenue y suave y sólo» brilla
intensamente en medio de la desventura; enton­
ces parece que estos placeres son un verdadero
fondo de reserva, el último premio que la virtud
concede al hombre sobre la tierra.
Aunque es cierto que estos goces se hallan al me­
nos en esbozo en casi todos los hombres, sus ema­
naciones son tranquilas y delicadas que la con­
ciencia opaca de muchos no los refleja más que
de un modo confuso; para remediar este defecto,
la naturaleza parece que ha querido» colocar en
nosotros otro sentimiento de reserva, el cual aun-
Fisiología del placer—T. I.—15
I
226 PABLO MANTEGAZZA

que de orden menos ideal, fuese más accesible á


todos, y creó el honor.
Si al elemento purísimo y transparente de nues­
tra dignidad añadiésemos una dosis pequeñísima
de amor propio-, que es de un color muy intenso,
damos al primero un tono visible á los ojos de
los más enfermos. Para esto basta únicamente ha­
cer que nuestra dignidad sufra una segunda re­
flexión para emanarla de nuestra conciencia á
la sociedad humana. Entonces al rayo purísimo de
nuestra imagen moral se asocia á algo plástico y
sensible y al recibirla de nuevo en la conciencia,
sentimos más intensamente. El honor es uno de los
sentimientos más indefinibles, porque es un ver­
dadero medio término-, una imágen de media tin­
ta, adaptada por la naturaleza á la humaná de­
bilidad. El hombre de elevado corazón se defiende
de las bajezas con el sólo- sentimiento^ de su pro­
pia dignidad y para él el honor no es más que
un sinónimo; aunque se hallase aislado- por com­
pleto de la humanidad no bajaría la talla, porque
respeta la propia imágen moral, como una cosa
santa y no puede tolerar los vituperios de su mis­
mo aliado. A veces el hombre vulgar necesita por
el contrario la ayuda de la humanidad entera para
no rebajar su dignidad y tiene necesidad del te­
rrible fantasma del deshonor para no- darse por
vencido al primer cruce de armas. El hombre
elevado ve abierto el santuario y desnudo el Dios;
en tanto- que el hombre vulgar necesita tabernáculo
y reliquia y la humanidad entera va repitiendo!
que bajo- el espléndido manto- cargado de oro y
gemas, que él adora, existe un dios formidable que
no se puede ofender impunemente. De este modo
obedece á una potencia misteriosa que, humillán­
dole la cerviz, no le- deja mirar á lo alto, y cuyo
nombre basta para hacerle temblar de pavor; éste
FISIOLOGIA DEL PLACER 227

es supersticioso, en tanto que el hombre que sien­


te su propia dignidad, es religioso.
Poco á poco el honor se va alejando de su pri­
mitivo tipo de perfección, se acerca al amor pro­
pio y llega á confundirse con la vanidad. Las pa­
redes del tabernáculo^ se van engrosando á cada
momento, mientras que el dios que está encerrado
se va empequeñeciendo;, hasta desaparecer com­
pletamente. De este modo' puede existir un hom­
bre que no se haya rebajado con ninguna avilanr
tez, pero que no haya experimentado' el sentimiento
de la propia dignidad. Ha obedecido; á un código,
que halló ya escrito; al nacer, y ha adorado' á un
Dios que no ha conocido jamás.
Las leyes que regulan los placeres de la dignidad
propia y del honor son las mismas^ porque se ha­
llan determinadas por idéntica naturaleza. Son ca­
si siempre negativos y se derivan de la reparación
de una ofensa. La dignidad y el honor no pueden
nunca transigir sin llevar el hierro homicida, por
lo que al permanecer inmaculados producen un
goce tranquilo que generalmente no se advierte.
Cuando; se hallan expuestos á grave peligro sur­
gen animosos para el combate y descansan gozo­
sos sobre sus altares. El honor tiene alegrías más
tempestuosas, por lo mismo que es más irritable
que su hermana y emprende la lucha á cada
momento; la dignidad sólo se complace con las
grandes batallas en tanto que el honor sirve para
las escaramuzas.
La influencia de estos placeres se advierte so­
bre todos los sentimientos más nobles y generosos
y la virtud es siempre la primera invitada á sus
fiestas. Leyendo la Historia se ven muchas acciones
heroicas que se deben á la satisfacción de estos
sentimientos; y, revisando los archivos de nuestra
memoria, casi todos podrán recordar el haber ex­
228 PABLO MANTEGAZZA

perimentado' estos goces. Afortunadamente el ho­


nor no es letra muerta más que para algunos indi­
viduos.
El hombre y la mujer sienten igualmente la pro­
pia dignidad y el honor; la expresión de estos senti­
mientos es sin embargo, más seductora en la mu­
jer, porque el valor moral, acompañado de la de­
bilidad física, inspira mayor simpatía y veneración.
Los primeros placeres de esta naturaleza se ex­
perimentan en la niñez, pero no aparecen en toda
su tranquila majestad hasta más adelante. ¡Son
goces de toda la vida que en las personas viles ter­
minan con la juventud; pasada ésta, crecen nues­
tros enemigos morales en número y fuerza y si
nuestra dignidad sostiene hasta entonces débilmen­
te .sus fuerzas, cae vencida. Algunos individuos
desde los primeros años de su vida se encierran
en una fortaleza inexpugnable dentro de la cual
conservan ilesa su dignidad durante toda su vida.
La fisonomía de estos goces expresa perfectamen­
te en sus caracteres físicos su naturaleza moral.
El hombre que tiene conciencia de su dignidad ó
que satisface su honor, eleva la cabeza con al­
tiva tranquilidad y, mirando en torno suyo, pare­
ce que lanza una mirada de generosa compasión á.
la avilantez que pisotea. Algunas veces se cru­
zan los brazos y se toma la actitud de un hombre
que resiste el combate. Sin embargo, con frecuen­
cia las eman|aciones de estos placeres son tan
lentas y tranquilas que hacen oscilar suavemente
toda el alma sin que se exterioricen. Otras veces
la vista es el único intérprete y la sola é indefini­
ble expresión.
Me atrevo' á decir que el sentimiento de la dig­
nidad no puede tener goces patológicos. Se apoya
sobre un pedestal tan elevado, que el mal no puede
llegar hasta él. El hombre que se condecora con
TISIOLOGIA DEL PLACER

una cinta comprada con avilantez y oro y se pa­


vonea ante el espejo diciendo: «mi dignidad se halla
satisfecha», se miente descaradamente á sí mis­
mo, profanando una santa palabra, puesto que
él sólo goza con la vanidad.
La patología moral del honor es á veces rica
en placeres morbosos para los que no bastaría
la clínica más vasta. El duelo es una de las pro­
fanaciones más insolentes de este noble sentimiento
y los goces que puede producir son verdadera­
mente culpables. Todos los días contemplamos ri­
diculas complacencias del amor propio, que camina
bajo el descarado incógnito con el nombre de
honor. Los falsos goces de este sentimiento, ape­
nas se pueden distinguir de los de la vanidad y
para conocerlos es preciso distinguirlos y defi­
nirlos. Se hallan formados con inmutables elemen­
tos de nuestra dignidad, que pasa inalterable al
través de los siglos, y por el reflejo burlón de la
opinión pública, que cambia á cada generación.
En esta segunda parte se apoya la única causa de
tan morbosos placeres.
CAPITULO VI

De los placeres fisiológicos del amor propio

La imagen intelectual de nosotros mismos, re­


flejada en el espejo' de nuestra conciencia, presta
vida á uno de los sentimientos más enérgicos y
varios; esto es al amor propio. Nuestra dignidad,
aun en sus grados máximos, no es nunca culpable,
en tanto que el agrado que sentimos al contemplar
nuestra mente sólo, es inocente en los primeros
grados. En el reino del corazón el mérito de la
victoria es siempre real y la libertad nos hace
responsables de nuestras acciones; pero en las
lucubraciones de la inteligencia la fortuna entra
más que la virtud y no podemos usurparnos al­
gún grado de mérito sin pecar de soberbios.
Una diferencia capital que existe entre la re­
flexión de nuestra imágen moral y de nuestra
figura intelectual, consiste en que la primera no
puede reflejarse entera é intacta, mientras que la
segunda puede presentarnos una á una ó combi­
nadas de mil modos las caras de sus polígonos. Por
esto el menor rasguño hecho á nuestro honor,
descompone completamente la fisonomía de nues­
tra dignidad, que es una é invisible, y en cam­
bio podemos complacernos de ser excelentes mú­
FISIOLOGIA DEL PLACER 231
sicos aunque en el resto de nuestra conciencia se
refleje la imágen de la más crasa ignorancia. Los
placeres de la dignidad son mucho más sensitivos
que los del amor propio, porque aquéllos son
producto de la imágen del corazón reflejada ¡en
él; y éstos llegan á veces por las frías regiones
de la inteligencia. El que no advierta al primer
golpe de vista estas diferencias puede confrontar
los dos placeres que se experimentan al hallarse
honrado y al creerse inteligente. El primer goce es
suave y armonioso y radica en el corazón; á ve­
ces el segundo es frío y más ideal, porque es
mixto de sentimiento é inteligencia.
Como hemos visto, el sentimiento de nuestra
dignidad se puede considerar como una fuerza pri­
mitiva que nos impulsa á hacer el bien; por el
contrario el amor propio nos guía hacia la ver­
dad y la belleza y es la fuerza motriz é inicial
de la máquina de la civilización. Soto el genio
puede obrar por impulso de la mente y todos
los demás individuos se convierten en obreros del
edificio social, por varias razones; una de las pri­
meras la satisfacción del amor propio. Suponga­
mos por un momento á la humanidad privada del
amor propio, y la veremos transformada en un
rebaño de bestias, vagando por los bosques. La
naturaleza dirige sus fines más elevados á un in­
menso placer, y así como á las funciones sexua­
les concedía la copa de la voluptuosidad táctil,
á las funciones necesarias é ineludibles de la hu­
mana civilización, donaba las infinitas satisfac­
ciones del amor propio. El placer que experimentó
el primer hombre al vencer una dificultad le com­
pensó con usura de las fatigas empleadas; apren­
dió á conocer un nuevo manantial de goces y
la naturaleza, económica y generosa al mismo tiem­
po, compensó con el placer la fatiga para que el
232 PABLO MANTEGAZZA

movimiento de la civilización fuese continuo y


progresivo. Sin este artificio el hombre se hu­
biese contentado con los felices goces de los sen­
tidos y no hubiera empleado nunca las fuerzas que
tema y que no podía ejercitar sin cansancio.
El placer más sencillo
* del amor propio consiste
en la satisfacción de este sentimiento, que brota
de nosotros y en nosotros termina. Este goce ele­
mental se halla también en los animales, y forma
parte de casi todas nuestras ocupaciones, desde
las más fáciles á las más difíciles. El niño, que
echando en el suelo comienza con las manos y
los pies á inteníar los primeros movimientos para
aproximarse á un objeto que se halla cercano, y
tras largos esfuerzos lo * coge, experimenta el pri­
mero y el más sencillo de todos los placeres del
amor propio, el de llegar á conseguir lo * que que­
ría. Los trabajos más elementales que son nece­
sarios para el ejercicio de nuestra vida nos pro­
porcionan una satisfacción del amor propio en la
niñez; no podemos seguramente recordar el aire
de triunfo con que por primera vez llevamos la
cuchara á nuestra boca, ó la soberana felicidad
con que colocados en medio de una habitación
pudimos con infinito estudio recorrer el espacio
de pocos pasos hasta precipitarnos en las rodillas
de nuestra madre, que nos estrechaba sonriendo
entre sus brazos. El andar era entonces para -nos­
otros un trabajo de alta mecánica que resultaba
difícil, y el realizarlo
* lisonjeaba nuestro amor pro­
pio, que no puede estar satisfecho sin el triunfo
de una dificultad.
Como es natural, el placer resulta tanto mayor
cuanto más difícil es el trabajo, y el niño que aL
canza con su raqueta el volante lanzado- en /el
aire, experimenta un placer del amor propio, lo
mismo que el autor que escribe la dichosa pala­
TISIOLOGIA DEL PLACER 233

bra fin en una obra que le costó largos años de


fatiga, aunque estos seres no gozan con la misma
medida la misma gloria.
Estos placeres individuales, aunque son infini­
tos, no forman más que un solo hemisferio en el
mundo del amor propio, el cual no se satisface
completamente más que con el reflejo- de la apro­
bación de los demás. El amor propio exteriorizado,
forma un verdadero sentimiento- secundario, que
en sus grados fisiológicos puede denominarse apro­
bación y emulación. Este nuevo afecto que nace
de la reflexión del amor propio extereorizado, es
más limitado y traspasando sus límites naturales
degenera en vanidad y en ambición. El hombre
puede esconder en sí la más petulante soberbia
sin ser culpable; pero resulta ridículo en cuanto
deja vislumbrar un rayo de ella bajo la forma de
la vanidad; y esto es justo, puesto- que en el pri­
mer caso nadie sufre, y en el segundo el amor
propio de los demás empieza á verse compro­
metido.
La medida de la aprobación no se señala tanto
por el mérito de la acción, cuanto por el número
de los que aprueban y aún más del valor de la
alabanza. No nos puede complacer una acción
indiferente y fácil sin entrar en el campo de la
patología moral más ridicula; en tanto que nos
venios arrastrados sin querer á beber hasta -el
fondo el cáliz de la alabanza cuando es excesiva
á nuestros méritos. En este caso, aun cuando la
razón refuta al principio- el encomio que repugna
por ser adulación, hacemos con una ingenuidad
verdaderamente digna de compasión, hercúleos es­
fuerzos para demostrarnos á nosotros mismos que
podemos, sin saberlo-, merecer el elogio que se
presenta de un modo tan cortés y con mirada tan
234 PABLO MANTEGAZZA

benévola. Y la adulación es un contrabandista tan


astuto que sabría seducir á un Catón que estu­
viese de centinela, y por esto es preciso adver­
tir: «¡Atrás la adulación no puede pasar!» Los
aduaneros que llegan á la sublime virtud de de­
tener al más formidable de todos los contraban­
distas, merecen una medalla de oro con el título
de grandes hombres.
El amor propio es tal vez el sentimiento más
susceptible de nuestro corazón, que rarísimas ve­
ces goza de completa salud y casi siempre pasa
la vida en la convalecencia de ligeras enfermedades
intermitentes. Como todos los hombres están so­
metidos á esta epidemia, por eso se perdonan re­
cíprocamente esta enfermedad moral, considerán­
dola como una triste necesidad con el desprecio
que se siente por un resfriado en el invierno.
Algunos gozan por algunos momentos una hermosa
salud y repiten á todos que son humildes y mo­
destos, y de este modo enferman también de so­
berbia.
Los goces del amor propio' se fundan sobre la
moneda corriente del mérito', que cambia de va­
lor á cada soplo de viento, cual si siguiese las
oscilaciones de la banca más desequilibrada del
mundo. También en la aprobación que concedemos
á nuestros trabajos, nos atenemos casi siempre
al valor que puede dárseles sobre la plaza pú­
blica de la opinión; por esto' más de una vez La­
cemos grandes balances, que casi siempre son erro­
res de la exageración. Cuando' debemos gozar de
las alabanzas ajenas, entonces condenamos al si­
lencio á la razón que sería para nosotros el me­
jor agente y escogemos por medianero el necio
respeto humano. En el mercado' no se hallan más
que géneros ínfimos y nuestros productos, aunque
FISIOLOGIA DEL PLACER 235
sean vulgares pueden alcanzar alto valor; en tan­
to que cuando concurren en unánime masa los
artistas más sublimes, nuestros trabajos tienen que
ser muy superiores para atraer por un momento
la mirada incierta de la estúpida multitud que
compra y vende la alabanza. Esta razón explica
una infinidad de pequeños y grandes misterios en
la vida de los individuos y de las naciones. Se com­
prende, por ejemplo, por qué un hombre que
es grande, por una simple hipertrofia de una fa­
cultad intelectual de segundo orden es tan petu­
lante; se adivina por qué un hombre de mediocre
ingenio se aisla del mundo para simular un filosó­
fico estoicismo; ó bien se pavonea en medio de
un círculo de hombres ineptos. Por último se com­
prende por qué una lucecilla que brilló en un si­
glo de obscuridad fué tomada por un sol. Pero
también existen algunos astros que logran brillar
en medio de un torrente luminoso.
Los goces fisiológicos del amor propio y de la
aprobación los aprecia mejor el hombre que la
mujer y más en la edad adulta que en la juventud
y en la vejez. Prosperan orgullosos en todos los
climas, en todos los países y en todas las épocas.
Alegran la vida de los individuos y figurando como
primer factor en la civilización de las naciones
sirven para preparar nuevos manantiales de pla­
cer á nuestros descendientes.
La fisonomía de estos placeres tiene pocas líneas,
porque son bastante tranquilos; generalmente los
ojos expresan el goce brillando de un modo desu­
sado, y los labios dibujan una sonrisa. Algunas!
veces la fisonomía se complica con movimientos
más exaltados, con el frotamiento de las manos,
con saltos y exclamaciones de gozo- ó con algunos
movimientos extraños. Cada uno puede consultar
236 PABLO MANTEGAZZA

su memoria y recordar algún cuadro de su ga-


lería.
Todos tenemos hermoso museo celosamente ce­
rrado por pudor á los ojos profanos; y en esto
hacemos bien, porque abundan las imágenes ridi­
culas y deformes.
CAPITULO VII

De los placeres semi-patológicos de la gloria y de


la ambición

Las gradaciones por que el amor propio atra­


viesa desde la soberbia hasta el frenesí de la
alabanza, son infinitas. Entre tantos matices cam­
pean dos figuras colosales que por su desmesurada
grandeza llegan á hacerse admirar, aunque fre­
cuentemente »el pedestal que las sostiene se apoya
en el campo de la patología moral. Llámanse amor
á la gloria y ambición, y aunque agiten él cora­
zón de un sólo hombre pueden trasformar los
destinos de la humanidad entera.
La gloria, que es tal vez una de las palabras
más grandes y de las cosas más pequeñas, cons­
tituye el punto culminante á que puede llegar
la propia estimación y donde llega ál grado má­
ximo halla la satisfacción más completa. El hom­
bre dominado por este frenesí apenas conoce el
mundo, dirige una ávida y penetrante mirada so­
bre la múltiple red de caminos que guían al in­
genio humano y, haciendo un rápido exámen de
conciencia, mide sus propias fuerzas y la impor­
tancia del objeto, y se traza un camino que le
guíe á la inmortalidad. Pocos afortunados miden
238 PABLO MANTEGAZZA

de un golpe su propia inteligencia, el siglo en que


nacieron y la distancia que deben recorrer para
llegar con rapidez telegráfica á la meta anhelada.
Sin embargo', casi todos ellos tienen derecho' á as­
pirar á la gloria, escudriñan todos los caminos,
querrían recorrerlos raudamente, pero' dan algunos
pasos por un sendero é impacientes de hallarlo
demasiado angosto vuelven furiosamente al punto
de partida maldiciendo' en su insano furor á la
naturaleza, que no les concede una vida de largos
siglos. Por fin, desplegados de inútiles aspiracio­
nes y rendidos de la lucha, lanzan un postrer sa­
ludo de despedida á las regiones que no' pueden
recorrer y entran mudas y tranquilas, ya que no
contentas en un camino definitivo'.
El amor ¡a la gloria no puede permitirse más
que al genio y cuando vibra en los labios de los
mediocres es una profanación ó una blasfemia. La
grandeza de esta pasión es proporcionada á la
altura de la inteligencia que la guía y cuando lle­
ga al fanatismo inflama y devora al que la siente,
pero ilumina á la humanidad. Más de una vez,
el genio se ofrece como espontánea víctima sobre
el altar de la humana civilización y, consumién­
dose, brilla entre las tinieblas y se esparce. El
enciende su propia hoguera, pero* la humanidad,
alumbrada por aquel sol de un instante, avanza
un pasoi y se'detiene esperando una nueva víctima
y un nuevo relámpago de luz.
Puede afirmarse que la turba que forma la hu­
mana familia es un rebajto de ciegos que camina
á tientas en las tinieblas, dirigiendo' sus pasos
según los diques en que se encierran el 'espacio
y el tiempo en que vivieron. Una generación com­
pleta es una fórmula en que todos tos factores tie­
nen carácter general, una misma naturaleza, pero
con distinto valor. Mas aparece un genio y las
FISIOLOGIA DEL PLACER 239
atónitas miradas de la multitud se dirigen bus­
cando luz y calor y él ilumina sus pasos y con.
el látigo les obliga á correr por un instante para
ganar el tiempo' perdido y mientras él brilla, los
hombres corren detrás. Cuando el fuego se apaga,
cuando el astro se oculta, la fórmula cambia y la
humanidad se dirige por otro camino.
Los goces de la gloria brillan comoi los soles,
pero se adquieren á mucho coste. Apenas el ge­
nio camina por la ruta que se ha trazado, mil ener
migos le rodean tratando' de detenerle en su atre­
vido viaje. Los prejuicios, la envidia, el odio, la
ignorancia, dificultan sus pasos; mas él debe luchar
valerosamente, vencer y ,caminar hacia adelante.
Pero esto no basta: aspira con afán á los aplau­
sos, á las coronas de laurel, á los triunfos; mas
á veces recorre un largo camino^ sin que un sólo
aplauso reanime su ¡espíritu abatido, sin que una
mano piadosa le sostenga en la áspera lucha ó
le dirija al extremo' horizonte para recibir el pre­
mio que le ¡espera. Camina solo, y en silencio por
lo que con frecuencia teme haber equivocado el
camino ó hablar un idioma que los demás no le
pueden entender. Entonces duda, se interroga, se
desvela, sueña, piensa ó delira hasta que alen­
tado por la propia conciencia que refleja su mente
en toda su grandeza, adquiere valor y avanza. Ge­
neralmente la gloria no se alcanza más que al final
del largo viaje; y otras sólo' corona la fama^ la
frente de un cadáver ó las cenizas de un sepulcro,
del que estaban para apoderarse los fríos arqueó­
logos. Una vida consagrada á la gloria se destaca
casi siempre sobre un radiante fondo de esperanza,
sobre el cual se dibuja una hoja marchita de
laurel.
F1 relámpago de un momento de gloria esparce
tanta luz que basta para iluminar la obscuridad
240 PABLO MANTEGAZZA

de largos años de trabajos y de miseria. Enton­


ces el hombre se eleva sobre sí mismo, llevando
por un instante el corazón á la altura de las re­
giones superiores de la mente, donde todo es re­
gocijo por el maravilloso espectáculo que desde
allí se contempla. El más desenfrenado delirio no
es suficiente en aquel instante para expresar la
plenitud del gozo que, brotando de todos lados,
no encuentra en los pobres medios de ¡nuestro
organismo signos que puedan representarlo. Por
esto el genio no- se satisface más que con las su­
blimes apoteosis, y guiado por la desenfrenada
fantasía, sueña glorias mayores y triunfos más es­
pléndidos y cuenta con avidez de usurero el ca­
pital que encierra su mente para ver si puede
aún sacarle mayor interés.
Si la gloria no tiene más que un solo manto que
dedica al genio, la ambición tiene en su almacén
túnicas de todas las medidas que se adaptan £
toda la escala del ingenio humano. Esta pasión es
menos elevada que la primera y no es tan pura,
porque encierra siempre en sí algún elemento mor­
boso. La gloria contempla la inmortalidad y mide
la propia grandeza, no la pequeñez ajena; en tan­
to que la ambición trata, sobre todo, de sobrepujar
á los demás, resultando después que eran ovejas
ó leones. La primera se puede expresar con Ja
imagen del que, absorto en un éxtasis sublimé,
contempla el cielo ; mientras la segunda debe re­
presentarse como un honibré que sobre lo alto
de un collado contempla sonriendo el enjambre
de un pueblo que se agita en el valle al que puede
atemorizar precipitando desde lo alto un trozo de
roca.
El hombre ávido de gloria se dirige hacia la
verdad y no se contenta más que con un premio
merecido, en tanto que el ambicioso se sirve ¡de
FISIOLOGIA DEL PLACER 241
todas las pasiones grandes y pequeñas, de los pre­
juicios y de la avilantez piara elevarse y nunca
se cuida de si el trono sobre el cual se pavonea
reposa sobre el fango ó sobre el mármol. Otra di­
ferencia capital, que existe entre los placeres de
la gloria y los de la ambición, consiste en que los
primeros se pueden gozar en toda su pureza has­
ta en la soledad de un estudio, mientras los segun­
dos no brillan más que en él torbellino de la ac­
ción y del mando. El ambicioso anhela el poder,
y sus goces se hallan siempre relacionados con
el placer intelectual de ejercitar el poder de su
voluntad sobre los demás individuos.
El ambicioso practica el bien, cuando, le reporta
alguna utilidad, pero raras veces tiene en él nin­
gún mérito. Generalmente es un verdadero mono­
maniaco en que no domina más que una facultad
y las demás no son sino instrumentos ó esclavos.
Es, con la misma indiferencia, egoísta y generoso,
leal en su palabra y perjuro', superticioso, y es­
céptico, verdugo y bienhechor. Si este loco' su­
blime llega algunas veces á elevarse sin cometer
delitos, no tiene mérito' alguno, porque la opinión
pública que lo elevó le impuso el deber de prac­
ticar el bien. De todos modos el lenguaje vulgar
juez inapelable de tantas cuestiones, decide por sí
solo que la ambición es una pasión neutra, que
se halla entre los confines del bien y del mal y á
la que hay que añadir siempre otra palabra para
determinar su valor moral. De este modo se dice
una noble ambición, como se puede decir una am­
bición culpable.
Los goces de la ambición son tan intensos que
bastan por sí solos á satisfacer la vida moral de
un individúo y participan de todos los demás pla-
Eisiologla del placer—T. I.—16
242 PABLO MANTEGAZZA

ceres. Esta pasión es aún más insaciable que el


amor á la gloria y se convierte en verdadera ra­
bia y furor que sólo halla descanso en la tumba.
El .ambicioso se conturba por el goce al primer
honor que recibe, pero no se detiene un solo¡ ins­
tante; mira en torno suyo, para ver si las som­
bras ocultan á algún rival y corre hacia adelante
y devora las distancias, primero á pie, luego. á
caballo; después por medios más veloces. Su lo­
comotora se precipita con la máxima tensión y
el combustible no es suficiente á producir la des­
mesurada fuerza que él necesita. Echa en el ful­
gurante hornillo de su caldera, las generaciones y
temiendoi á cada instante que el fuego le va á fal­
tar llega á arrojar sus efectos, sus amistades, el
amor, hasta la propia dignidad y, si le falta el
medio' de ser feliz tras la fulgurante carrera con
que atraviesa el mundo; quema su propio> cora­
zón y esparce sus cenizas. A veces la caldera es­
talla y él queda aniquilado á la mitad del camino;
herido, y moribundo va tanteando hasta las ruinas
para ver si su nombre se ha salvado y al espirar
aún sueña con nuevas máquinas y nuevas carre­
ras. Aunque Napoleón se hubiera apoderado de
toda Europa no. hubiese muerto satisfecho.
La gloria y la ¡ambición son dos pasiones que
surgen con la razón y no se ocultan más que al
morir. En la juventud tienen una luz viva, pero
aún alcanza esta más potencia en los años sucesi­
vos. Sus goces están reservados casi solamente al
hombre, pero cuando la mujer puede ser digna de
ellos, llega ¡á nuestra altura.
En todos los países y en todas las épocas hubo
mártires de la gloria y de la ambición. El genio
pudo crear civilización, pero no obedeció; en tanto
que la ambición crece siempre más exaltada en
FISIOLOGIA DEL PLACER 243

medio del combate de los intereses y de la vanidad


el saludo tempestuoso' de los grandes centros so­
ciales. Esta enfermedad debe hallarse ciertamente
más difundida en París y en Londres que en las
montañas de Suiza ó en las florestas americanas.
CAPITULO VIII

De los complejos placeres del amor propio.—Filoso­


fía de los premios

El amor propio se halla tan estrechamente unido


á todos los placeres, que en la organización mo­
ral, yo diría que equivale al tejido celular, por
esto resulta muy difícil aislarlo completamente de
los demás afectos en los análisis de las humanas
pasiones.
Los placeres de los sentidos, asociándose al agra­
do del amor propio, forman muchísimos juegos
y muchos entretenimientos. Raras veces una co­
mida ó un baile, no cuenta entre sus invitados,
con una numerosa escala de las variedades del
amor propio. Generalmente estas fiestas se deben
á la satisfacción de una vanidad, en torno de la
cual se agrupan de mil modos vanaglorias gran­
des y pequeñas de todas las formas y colores.
Los goces de los más nobles sentimientos ó de
los trabajos intelectuales, tienen también siempre
por inseparable compañero al amor propio, que
los sigue como su sombra y en los casos más ino­
centes se contentan con darnos su aprobación. El
amor al prójimo y el amor á la ciencia, en el
estado de pureza absoluta, se conocen apenas como
FISIOLOGIA DEL PLACER 245
cuerpos rarísimos en los museos del bien y aún
temo que los químic-os que declararon cuerpos
simples á aquellos dos elementos se hayan en­
gañado. Esta broma no debe hacer sonreír sutil­
mente á algún cínico, porque no ha ser inter­
pretada como falta de fe moral. Ejl hombre lleva
siempre en sí la naturaleza flaca é imperfecta y
el pecado original hace sentir en diversos grados
su podredumbre desde el patíbulo al instituto be­
néfico. Si fuésemos perfectos no tendríamos nece­
sidad de aspirar á las dichas celestiales.
Algunos placeres complejos del amor propio que
se pueden reunir en un grupo muy natural son los
premios. Excluyendo de las recompensas las que
satisfacen el sentimiento de la propiedad y otras
necesidades menos nobles, las demás son satis­
facciones más ó menos puras del amor propio.
Desde el individuo que se ofrece á sí mismo un
paseo si termina su trabajo, hasta el legislador
que propone un premio, que tal vez no existe,
al que obedezca su código, el hombre emplea siem­
pre un artificio moral para hacer más fácil y po­
sible un trabajo que por sí mismo sería muy di­
fícil. En este caso parece que nosotros mismos reco­
nocernos con la mayor humildad, nuestra flaque­
za y nos servimos de este medio para llegar ¡al
bien.
Apenas salidos del materno seno, cuando nues­
tro oído comienza á distinguir los sonidos y la
razón confusa descorre las sombras del pensa­
miento, la madre calma nuestro llanto di ciándonos
que aquello es vergonzoso, ó mostrándonos como
ejemplo un hermanito mayor que tiene el mérito
de no chillar. Entonces nosotros, sin saberlo, co­
menzamos á palpitar con los goces del amor pro­
pio y fingiéndonos fuertes, consumamos un ver­
dadero sacrificio y nos hacemos dignos del ga­
246 PABLO MANTEGAZZA

lardón. Tal vez la desmesurada ambición de Ale­


jandro comenzó á dejarse sentir de este modo
desde su cuna. Niños aún, debemos dejar nuestros
juegos modernos y los expansivos goces de nues­
tra libertad para sujetarnos á la mesa de trabajo,
en donde apenas llegamos, tenemos que empuñar
el formidable instrumento de la pluma para co­
menzar el trabajo. Entonces nos rebelamos á la
impuesta fatiga y lloramos, pero se halla dentro
de nosotros el arma homicida del amor propio y
el cebo que se nos presenta halla siempre un ape­
tito voraz que nunca se sacia. La promesa de una
palabra de elogio nos hace inclinar el cuello al
yugo y nos sentimos felices cuando al fin de la
sudada página, bañada tal vez con nuestras lá­
grimas y sobre la que la inexperta mano tanteó
las primeras pruebas caligráficas, vemos escrito
por mano del maestro’ la palabra: bien. Desde en­
tonces lodo el sistema de educación a'fectiva y
mental se asemeja á una pesca ingeniosa, á la
antigua historia ele la amarga medicina mezclada
con miel, al anzuelo y al cebo. Después de consu­
mir la tercera parte de la vida para poder llegar
á obreros sociales, reímos compasivamente, pen­
sando en el inmenso valor que hemos dadoi á una
palabra ó á un premio’ y, sin saberlo, hacemos de
nosotros mismos la burla más ridicula y sangrien­
ta, porque el anzuelo le tenemos aún delante y el
pescador no ha hecho más que cambiar el cimbel
adaptándole ingeniosamente á nuestro gusto y á
la amplitud de nuestras fauces ensanchadas. Pri­
mero la mamá con las caricias y con el premio
de un muy bien; después el maestro con el vale ó
el dorado volumen; luego la sociedad entera con
sus aplausos, con sus cátedras, con sus diplomas
de pergamino’, con sus insignias, con sus coronas;
pero siempre pescador y pez, anzuelo y cebo.
FISIOLOGIA DEL PLACER 247

Sobre este argumento se podría escribir un vo­


lumen de anotaciones y análisis de los goces que
puede proporcionar á un hombre un trozo de cinta,
cosa que merecería muchas y tristes páginas. So­
lamente añadiré que los hombres que saben pesar
el valor del señuelo y saben reirse del engaño,
se dejan con la misma facilidad que los demás,
sorprender por tel traidor anzuelo, que se les pre­
senta en un momento de distracción ó de hambre
verdaderamente canina. ¡ Felices los pocos que sa­
ben vivir en sus tranquilas aguas, porque ellos
pueden reír de corazón, viendo los ridículos mo¡-
vimientos y las grotescas actitudes de los crédulos
pececillos sostenidos en el aire por la caña del
pescador, que se divierte en balancearlos de aquí
para allá sin reposo!...
CAPITULO IX

Patología del amor propio.—Placeres de la soberbia

Todas las veces que contemplamos con ¡exce­


siva complacencia nuestra imágen intelectual refle­
jada en la conciencia, experimentamos un placer
culpable y nos volvemos soberbios.
Este nuevo sentimiento en sus ínfimos grados
se confunde con el amor propio, por lo que se le
puede aún colocar entre los afectos nobles, en
este caso es cuando se determina la naturaleza fi­
siológica con un buen adjetivo y se llama -fiereza;
palabra que sirve para indicar la reacción má­
xima del sentimiento de la propia dignidad.
El hombre soberbio se complace en sí mismo y
en sus obras y haciéndose juez de sí propio« se
juzga grande, generoso, sublime. Entonces contem­
pla entera su imagen moral, se cree un hombre su­
perior y se declara excelente artista, sublime ora­
dor y divino poeta. El goce que él experimenta,
puede llegar á la mayor intensidad y sólo es mo-
ralmente patológico porque ofende el sentimiento
de la verdad y á la humanidad entera.
La soberbia es siempre ridicula y necia, por­
que une el esfuerzo de la ostentación y la gran­
deza del deseo, asociándose en una horrible ca­
FISIOLOGIA DEL PLACER 249

ricatura moral la verdad á lo falso, lo grande á


lo pequeño. Esto causa en nosotros la misma sen­
sación que un enano que camina sobre zancos,
que un tirano de comedia que quisiere recibir el
título de majestad fuera de la escena y sin repre­
sentar ya su papel. Si esta caricatura fuese (Un
juego, nos haría reir de buena gana, pero nues­
tro amor propio, ofendido por una superioridad
usurpada se vuelve contra nosotros y sufre. Los
hombres superiores llegan alguna vez á reirse de
la soberbia, mas en este caso representan á los
señores de la inteligencia, pero si llegasen al co­
razón, sentirían una mordedura aunque fuese tan
sólo como un alfilerazo.
Los goces de la soberbia no los pueden disfru­
tar más que una inteligencia plegada en infinitos
dobleces, como dijo un célebre italiano, y es por
que se parte de un error del intelecto'. El soberbio
tiene siempre ante sus ojos un anteojo de larga
vista, cuando se juzga á sí mismo y á los demás,
sólo que con la diferencia de que en el primer
caso lo tiene como es natural con el ocular apli­
cado á los ojos, por lo que contempla su imágen
agrandada millones de veces; en tanto que en el
segundo caso, sin advertirlo, vuelve el instrumen­
to y aplica á los ojos el objetivo y ve todas las
cosas empequeñecidas. Este hombre feliz no se
engaña jamás y nada puede persuadirle de que
ve las cosas al revés; defiende con la obstinación
de la ignorancia su propio error, porque la idea
de ver grandes á los otros y pequeño á sí mismo
le resulta insoportable y continúa gozando del bri­
llante juego' de óptica que le entretiene. Dichoso
él que puede alcanzar sin fatiga los laureles que
cultiva en su propio jardín y que puede ingenua­
mente aplaudirse. En su imperturbable compla­
cencia no» bastan á distraerle las risas y los sil­
250 PABLO MANTEGAZZA

bidos de la multitud, atónita de tanta petulancia.


La mofa y el desprecio son á sus ojos armas al­
zadas contra su colosal figura por la envidia de
los séres mediocres y atreviéndose á colocarse con
sacrilega profanación entre los genios, no com­
prendidos, se envuelve majestuosamente en el man­
to de un generoso perdón ó por lo menos de una
filosófica resignación.
Sin embargo, Ja soberbia aparece raras veces
en esta fabulosa grandeza y por lo general es
mezquina y necia. Entonces la verdad deja sen­
tir de cuando en cuando su voz y las pálidas y
solitarias complacencias alternan continuamente
con desprecios gavilanteces. Mas el hombre so­
berbio, aunque humillado hasta el suelo por la fuer­
za de la verdad y la risa de la multitud, no se da
jamás del todo por vencido y para sus adentros
exclama siempre: «¡Soy un grande hombre!»
Los goces de la soberbia tienen todos una fiso­
nomía muy ridicula y no los puede retratar dig­
namente más -que el pincel del caricaturista. El
soberbio satisfecho, tiene siempre en sus líneas
algo pesado y ampuloso, y se eleva con un es­
fuerzo muscular extraordinario^ para ganar algunas
líneas de altura y no' perder un palmo de gran­
deza. La fisonomía es tan característica que no
me detendré ¡á describirla y encargaré á mis lec­
tores que vean las bellas figuras que nos han
dado Engel y Lavater y los ejemplares vivien­
tes que pasean y, más aún recorren en carruaje,
las calles de nuestra ciudad.
Estos placeres existen en todas las edades, en
todos los países y en todos los tiempos. Crecen
más vigorosos en el sexo masculino, en la edad
adulta y en las naciones menos civilizadas.
La influencia de estos mezquinos goces es muy
perjudicial y se deja sentir en todas las facultades
FISIOLOGIA DEL PLACEE

mentales y en el corazón. No pueden existir sin


la ignorancia, su madre legítima, odian la ciencia
y detienen en muy estrechos límites nuestro per­
feccionamiento. Además el hombre soberbio cu­
briéndose de afeites, de pelucas y adornos se mue­
ve torpemente y no puede demostrar su alegría
sin desconponer la magnificencia de los estudiados
pliegues, ni inclinarse á coger una flor ni á soi-
correr al desvalido que sufre, sin que se sienta el
crujido del complicado- sistema entre el cual se
encierra como en un estuche.
CAPITULO X

Patología de la aprobación; placeres de la vanidad

La soberbia en el estado de pureza se recon­


centra en sí misma, pero se exterioriza fácilmente
por las numerosas heridas de su revestimiento, y
después de difundirse en el mundo que la rodea
vuelve á su palacio de cartón más necia y más
deforme haciéndose llamar vanidad que es á la
soberbia como; la aprobación es al amor propio,
y es natural que el que mucho se aprecia exija
elogios y coronas.
La soberbia es muy sencilla en su esencia, en
tanto que la vanidad se complica con todos los
elementos sociales y presenta un arsenal completo
de formas, cada una más ridicula que la otra.
Se hallan aglomeradas en orden en un inmenso
museo y como tengo escaso espacio¡ para descri­
birlo voy á clasificar estos objetos morales en
tres clases vanidad física, vanidad moral y vani­
dad intelectual.
El amor hacia nuestra imágen física reflejado
fuera de nosotros, constituye la primera forma de
vanidad, que no es más que la necesidad de ver
admirada nuestra belleza. Esta pasión es pequeña,
pero es iexig¡ent¡e y caprichosa y casi exclusivamente
FISIOLOGIA DEL PLACEE, 253

entrega sus dones al bello sexo que la adora como


á un Dios; por esto tendría que transformarme
en mujer por algunos momentos para poder re­
velar estos impenetrables misterios. Esperemos que
haya alguna tan valerosa que nos revele los te­
soros de alegrías morales que experimentan con
el tocado que ha de lucir en el baile, en el estudio
de la manera más distinguida de calzar un guante,
hasta en los grandes resortes de una mirada in­
tencionada. Si sus compañeras tratasen de cas­
tigarla por profanar el santuario! de su coquetería,
que se refugie en nuestro bando y allí hallará
seguro' asilo. .
La vanidad física en sus grados menores y en
su forma más ingénua es la causa de una gran
parte de los pecados veniales que cometemos to­
dos los días sin advertirlo. Cuando escuchamos
alabanzas á nuestros ojos, al caballo, ó nuestros
trajes experimentamos siempre cierto placer, que
varía según el grado de nuestra pequeflez moral,
aunque nos cause tal vez risa el elogio1 y el mérito
que nuestra vanidad quiere usurpar. La alegría
que advertimos en este caso es natural y casi
limpia de culpa cuando nos alaba una persona
de otro sexo1; porque es ley natural que el hom­
bre y la mujer traten alternativamente de agra­
darse, declarándose recíproca guerra de seducción.
La culpa aumenta un grado cuando empleamos
cierto arte para embellecernos y hacernos más
dignos de las .alabanzas, que por instinto' y ex­
periencia hallamos tan ¡gratas á nuestro corazón.
La naturaleza en ¡estos goces ejercita una influen­
cia máxima en comparación con la educación; y
las complacencias de ¡la vanidad comienzan á ale­
grarnos hasta en los primeros años de nuestra
existencia. Todos pueden observar en los niños la
diferencia que existe respecto á este asunto entre
254 PABLO MANTEGAZZA

los dos sexos. El niño, grita, vocea y juega para


sí, sin cuidarse de que le observen; en tanto que
la niña que viste su muñeca ante otras personas,
mira de soslayo si la observan y emplea parte de
su atención en dar cierta gracia y elegancia á
sus movimientos. Este hecho sencillísimo, que pue­
den contemplar los observadores menos atentos,
nos revela el misterio de su existencia, la forma
moral de los dos sexos.
Sin embargo-, estos pecados veniales no nos pro­
porcionan más que placeres muy lánguidos y sólo
en los grados máximos, cuando toma el nombre de
verdadera pasión, es cuando la vanidad ofrece al
culpable los goces más intensos, que se convierten,
para él, en verdadera necesidad. La mujer, vana
por naturaleza, se estudia á sí misma en todos los
movimientos y todo el exterior de su persona,
tratando de sacar el más alto interés al capital
que le concedió la naturaleza, ocultando con toda
clase de artificios sus defectos. Distraída por há­
bito-, llega con su voluntad á adquirir el espíritu
de observación en alto grado; impaciente y vo­
luble, se sacrifica á largas torturas con su prolijo
tocado y sentada ante el espejo aprende la mímica
y hasta el arte de mover los labios con -elegancia.
Los sacrificios más penosos le son recompensados
con usura cuando al entrar en un salón ve fijarse
en ella todas las miradas y escucha de toda la
concurrencia frases de elogio y admiración; en­
tonces baja tímidamente los ojos y se sonroja;
pero no es el pudor el que arrebola su rostro, sino
la plenitud del gozo que la inmunda y que tiene
que ocultar, absorbiéndolo poco á poco á riesgo
de ahogarse; pero no lo olvida jamás un solo
instante y al avanzar hacia el asiento- que le ofre­
cen á porfía cien adoradores, estudia el movimien­
to de sus pies y las ondulaciones de sus caderas y
FISIOLOGIA DEL PLACER 255
en las miradas que lanza, recuerda los movimien­
tos aprendidos ante el espejo, para reflejar la ti­
midez al bajar los párpados y mostrar intensa pa­
sión al lanzar ardientes miradas, y es tan pródiga
con todos que no olvida á ninguno de los que tejen
su corona, ni deja sin mirar ni al más deforme ó
al más viejo' de sus cortesanos. Si involuntaria­
mente sus ojos se detuviesen algunos instantes más
de lo equitativo sobre alguno, repara con pres­
teza el error del corazón y dirige sus miradas
hacia los míseros mortales que absorbían la luz
y la vida de sus pupilas y con un sólo parpadeo
parece compensarlos del cruel olvido, dejando caer
sobre ellos un rayo de afectuoso y benévolo per­
dón. Otras veces, cuando' puede causar herida más
profunda, finge indiferencia ó desprecio y alter­
nativamente mira con ojos ardientes, tras las lar­
gas ausencias de sus ojos suspirados y le complace
el hacer palpitar de gozo ó palidecer de dolor á
su víctima, que se halla pendiente de un signo
suyo. Pero ¿quién podrá nunca descubrir todos los
misterios de la política maquiavélica que se en­
cierran con arte tenebroso en los gabinetes de las
damas más hermosas? Si no habéis visto nunca á
una mujer acusada de vanidosa y la queréis ab­
solver al hallarla vestida con humilde traje ó tal
vez descuidado, miradla bien de pies á cabeza,
porque ni un cabello e$lá desordenado al acaso,
ni un pliegue del vestido' cae espontáneamente.
La guedeja que se escapa de su trenza fué colo­
cada así por una mano inteligente y artística, el
botón del traje que parece que se ha desbrochado
casualmente, fué soltado hábilmente para que la
mirada al penetrar por aquella pequeña abertura
pudiese adivinar más fácilmente los tesoros que
parecían esconderse; y tal vez se consultó dilata­
damente hasta decidir cuál de los botones debía
256 PABLO MANTEGAZZA

quedar desabrochado como por olvido. En fin una


mujer vanidosa aunque viviese eternamente sola
se compondría para agradarse á sí misma y hasta
para morir querría tal vez componerse de un mo­
do, seductor y digno.
Si la mujer es maestra de los goces de la vani­
dad, á veces el hombre es también digno de ser
su pareja con la diferencia que en él es mucho
mayor el grado de culpa. Algunas veces el hom­
bre que ha trabajado antes de entrar en un apo­
sento se arregla los bigotes ó consulta furtiva­
mente un espejito para ver si la cabellera conser­
va aún el artístico, desorden que debe darle aún
un aire sin ganas para mostrar su espléndida den­
tadura, ó abandona sobre la mesa su mano, que
mereció elogios alguna vez. Hasta el hombre que
ha libado los goces de la gloria, no olvida casi nun­
ca los humildes halagos de la vanidad y aban­
donándose á un exagerado cinismo en el modo
de vestir y de andar se regocija al advertir que
le observan y le señalan con el dedo,. Algunas veces
los grandes hombres llegaron á estudiar ante el
espejo el desorden del cabello, el ridículo nudo
de una corbata ó cualquier otroi detalle.
La vanidad moral está menos definida que la
anterior, pero no, es menos rica en goces culpables.
En los grados ínfimos, el hombre no hace más que
complacerse de un modo exagerado de las alaban­
zas que se tributan á las dotes de su corazón; en
tanto que en los grados máximos exageran el mé­
rito de sus buenas acciones, ó Ijien las hace con
el único fin de la alabanza, llegando á una verda­
dera hipocresía del sentimiento. Todo afecto bueno
ó malo puede tener la misma vanidad aunque en
este campo las gradaciones por que se pasa del
bien al mal son infinitas, podremos determinar
los límites que separan la fisiología de la patología.
FISIOLOGÍA DEL PLACER 257

El hombre que en el café echa con estudiada in­


diferencia una moneda de plata al pobre que le
pide una limosna y se complace con el asombro
que despierta en los demás esta caridad desusada,
experimenta un placer patológico'. Loi piismo le
sucede al que tiene sobre su mesa de trabajo las
cartas que ha recibido' tal vez hace un mes, para
hacer creer á la gente que es su correspondencia
diaria; al que huye con horror para no presen­
ciar la muerte inocente de un ave, tal vez desti­
nada á aparecer en su mesa; y al que desprecia
su título de conde y casi por mofa lo ostenta en
el sitio más innoble de su morada; todos estos
son dignos hermanos del primero.
Las formas más frecuentes de la vanidad moral
son tres. La primera comprende todos los hábitos
monstruosos y mezquinos del sentimiento de la
propia dignidad y del honor y todos los estados
raquíticos y deformes que se adquieren por tratar
de contener la ambición; la segunda la constituyen
todas las hipocresías del sentimiento benéfico y
de los sentimientos generosos; y la última abraza
todo el sentimiento en general y nos hace gozar por
la complacencia de creernos delicados y sentimen­
tales. Esta última fase de la vanidad es más fre­
cuente en la mujer y en una clase ridicula de hom­
bres, que se juzgan dotados de un alto sentir,
porque no pueden tolerar el olor del tabaco' y
por ser pálidos y débiles.
Bajo cualquier forma la vanidad moral es la
más necia y ridicula; es siempre mezquina y baja
y no se puede compadecer á los que la padecen
porque prostituye el sentimiento, esclavizándole á
un fin mezquino. La vanidad física hace reir mu­
chas veces con su necia ingenuidad como una ver­
dadera caricatura moral ó nos interesa con la per-
Fisiología del placer.—T. I.—17
258 PABLO MANTEGAZZA

fección de sus artificios, pero de todos modos es


una pasión pequeña, que no usurpa el cetro ó la
corona del rey y que presenta siempre una armo­
nía entre la pequenez del objeto y la pobreza de
los medios. La vanidad moral casi nunca «nos pue­
de hacer reir de un modo franco y expansivo, por­
que siempre tiene una forma monstruosa y es una
verdadera profanación del corazón que ofende el
sentimiento' de la dignidad humana.
También la inteligencia tiene vanidad y las ala­
banzas desproporcionadas á nuestros méritos in­
telectuales pueden despertar en nosotros una ale­
gría culpable. Cuando' llegamos con nuestro lar-
te á causar la adulación, somos hipócritas respecto
¿l la mente, como< en los casos anteriores lo éramos
respecto al corazón. Estos placeres monstruosos
son muy análogos á los de la vanidad moral, y
son más fríos peroi no menos mezquinos. El sen­
tido común juzga á primera vista la pequenez de
estas complacencias y las denomina vanagloria, am­
bición, veleidad del amor propio. El filósofo moral
las clasifica fríamente en su clínica, pero anali­
zándose á sí mismo, halla casi siempre una larga
serie de pequeños defectos semejantes y remor­
dimientos análogos. El hombre que sabe escribir
multitud de renglones acentuados y rimados, y
que por sólo esto- se juzga poeta y lleva siempre
consigo los desahogos de su propio genio y siem­
pre está pronto á fastidiar al individuo! cortés que
se presta á escucharle, en su afán de gloria, ex­
perimenta con seguridad placeres morbosos. El
autor que sepulta bajo un montón de libros en
su mesa de trabajo! el último opúsculo que ha
publicado', dejando que se vea como al azar su
nombre, experimenta también un placer culpable
cuando alguno llega á descubrir el precioso tra­
bajo, que parecía esconderse con tan ingenua hu­
FISIOLOGIA DEL PLACER 259
mildad. El estudioso que amontona en su ’habi­
tación libros alemanes, ingleses, griegos ó españo­
les, quiere demostrar que sabe aquellos idiomas;
otras veces se olvida de apagar su lámpara del
escritorio hasta el medio día para hacer creer
que ha velado toda la noche y ha sudado lar­
gas horas sobre un montón de libros que están
abiertos unos sobre otros y que tienen interca­
ladas entre sus páginas infinidad de papeles de
todos los colores y tamaños. Que me perdonen
los autores si he revelado alguno de los secretos
de su política vanidosa, porque la naturaleza de
mi libro exigía citar algún ejemplo y si ellos con­
sultan su propia conciencia hallarán que tengo!
el mérito de la atenuación y que no he revelado!
las ¡más ridiculas é increíbles de sus vanidades.
Yo también perdono á ellos de buen grado sus
placeres patológicos porque me burlo algo de sus
culpas.
Todos los placeres de la vanidad que hemos di­
vidido artificialmente en tres clases, no difieren
más que en su origen y proceden todos de satis­
facción de la aprobación degenerada ó llevada á
un extremo' grado de morbosa fuerza. General­
mente se combinan entre sí de diversos modos
en un mismo individuo, el cual no abandona el
cultivo de un ramo especial, sinoi cuando espera
recoger frutos mayores. Entonces llega á sacrifi­
car dos vástagos más pequeños de la misma plan­
ta para que el brote predilecto crezca con más
vigor. Nuestra conciencia y la opinión pública nos
hacen dicidir en tan difícil elección. La planta
de la vanidad que es perenne y muy vivaz llena
siempre de tiernos vástagos hasta á los troncos
desgajados, por lo que cuando puede brotar en
un solo tronco alto y erguido, se rodea rápidamente
junto á tierra de una familia de nuevos tallos
260 PABLO MANTEGAZZA

que forman una corona. Por esto la mujer, que


después de interrogarse ha hallado que su corazón
y su mente prometían muy poco, se dedica espe­
cialmente á la vanidad física, tantoi más cuanto
que la belleza es en su sexo más apreciada por
el mundo que la rodea y ella está convencida que
la turba que aplaude ó silba se halla más dis­
puesta á ensalzar la voluptuosa ondulación de sus
caderas, ó el estudiado movimientos de un piece-
cilloi revoltoso que asoma y se esconde bajo la
falda, que todos los tesoros más valiosos de la
inteligencia ó del corazón.
La vanidad en todas sus formas es siempre fa­
tal para la vida del corazón, el cual se debilita y
muere. La planta que se encorva y se modela
bajo las tijeras de un jardinero no, puede volver
á erguirse ¡alta y majestuosa, y, raquítica y de­
forme, no dá flores ni frutos. La mujer que quiere
agradar á todos no puede amar á ninguno y cuan­
do el hombre le pide el corazón ella no sabe ha­
llarlo, porque le ha desmenuzado¡ y ha dado un
pedacito á todos sus adoradores, que fueron otros
tantos mirlos. Algunas veces advierte el vacío, y
pone en lugar de la preciosa viscera que ha derro­
chado- un corazón artificial de papel ó de guta­
percha que algunas veces engaña á los cortos de
vista. Estos corazones tienen la ventaja de resis­
tir las intemperies y no envejecer jamás. jQué
el cielo- piadosoi nos los aleje!
Estos goces son propios de todas las edades,
pero la vanidad física naturalmente no puede bri­
llar más que en la juventud sin correr el riesgo
de causar la burla hasta de los niños. Las otras
dos variedades se experimentan en algunos ca­
sos, aún más en la edad adulta. La civilización es
muy favorable á estas pasioncillas que con tal
que sean estrañas y caprichosas, hallan en los
FISIOLOGIA DEL PLACEE 261

almacenes de la moda nuevos trajes con que en­


mascarar á un necio que siempre es el mismo.
Además creo
* que hasta en el paraíso' terrenal es­
tos pecados debieron estar á la orden del día,
y que tal vez el día del juicio! los hombres dispu­
tarán por la supremacía de los puestos y las mu­
jeres coquetearán.
Los goces de la vanidad se ocultan con tal ar­
tificio que se conoce poco su fisonomía. Sin em­
bargo alguna vez despiden tanta luz que los ojos
brillan y toda la fisonomía se ilumina. Con fre­
cuencia difieren las expansiones del placer y el
hombre vano al volver á su cuarto se restriega
las manos, sonríe ante el espejo ó se abandona á
la mas desenfrenada alegría riendo á carcajadas,
saltando, gesticulando, hablando' ó cantando.
CAPITULO XI

De los placeres fisiológicos relativos á la primera


persona del verbo haber

Aunque algunos filósofos, que fabrican al hom­


bre en su cerebro, pretenden que el sentimiento
de la propiedad no es natural en nosotros, si no,
una de las tristes consecuencias de la civilización
que privó al hombre de la dichosa floresta y de
la carne cruda para llevarlo1 á los nidos de corrup­
ción de nuestras ciudades; es sin embargo' cierto
que en todas las lenguas del mundo1 las palabras
mió y tugo tuvieron inmenso valor, por lo que
el que escribiese su fisiología haría la historia de
la humanidad. El niño, que apenas conoce una
docena de palabras, estrecha con transporte de
alegría el juguete que le han regalado' y le defiende
con toda la fuerza de sus tiernos brazos, gritando
al que trata de arrebatárselo' es mió; el rey que
manda millones de hombres y que ve que su ve­
cino le quita un palmo de terreno, alza el grito
de guerra y reconquistando con un mar de san­
gre sus propios derechos, exclama triunfalmente:
Es mió. Entre el niño' y el rey se hallan todos los
hombres que tratan de extender sobre la mayor
cantidad posible de objetos la palabra mió; se ha-
f
FISIOLOGIA DEL PLACER 263

lian los tribunales que condenan á pérdida de la


libertad al que comete un error moral en el uso
de los pronombres posesivos; en fin están los
misterios infinitos que esconde en su conjugación
el verbo tener. Si faltase la propiedad, la unión
social se rompería, si se tratase de intentar la
Utopia del comunismo, los hombres que se aman
y respetan se volverían rebaños de lobos que se
emprenderían en lucha sangrienta. Por fortuna los
delirios de los filósofos perturban á parte del pue­
blo, pero no llegan á infringir las leyes de la natu-
, raleza, ni á detener un solo, paso' el movimiento
del mundo, moral. Aún los mismos salvajes que
no conocen la diferencia que existe entre el tomar
y el robar, aunque vayan errando por los bosques,
sin casa ni terrenos propios, saben, sin embargo,
defenderse del brutal compañero que quiere coger
los frutos que se llevan ¡á la boca, conocen la
palabra mío y tuyo y, p’or lo tanto, están dotados
del sentimiento de la propiedad. Tampoco existe
ningún idioma que no encierre estas palabras en
su léxico; y, aunque faltasen, se hallaría este sen­
timiento aunque fuese en un estado incierto y con­
fuso. Tal vez el gallo que defiende su serrallo de
las osadías de un rival siente el mío y el tuyo, aun­
que no tenga de esto idea clara.
El sentimiento de la propiedad nos obliga á bus­
car y nos compensa de nuestras fatigas el tener.
Sin embargo; el afecto fisiológico no' se satisface
más que cuando tenemos el derecho de poseer y
poseemos, y ante todo el mundo, podemos decir
que un objeto cualquiera es nuestro. Entonces,
mentalmente, imprimimos con estas palabras so­
bre aquel objeto un sello invisible, que lo hace
más querido é interesante á nuestros ojos. Parece
que adquiere un carácter individual, típicamente
nuestro, cuaj. si se reflejase en él un rayo de núes-
264 PABLO MANTEGAZZA

tro yo, que le iluminara haciéndole brillar con


una luz espléndida y suave. Podemos perfecta­
mente analizar ¡estas sensaciones en nosotros mis­
mos, confrontando la emoción que no produce un
objeto que no es nuestro con la originada por
uno que nos pertenece. En el primer caso, vemos,
miramos y deseamos, en tanto que en el segundo
contemplamos ó amamos y la sensación es agra­
dable y se halla complicada por el afecto que la
acompaña. ¡ 1 : ¡
El placer más sencillo que nos causa este senti­
miento, consiste en la atención que prestamos á
los objetos, que ya poseemos por derecho heredi­
tario', y tal vez antes de tenerles este afecto. En­
tonces nos agrada el ser ricos, el poseer un objeto
bello y precioso, según extendamos nuestra obser­
vación sobre un horizonte más ó menos dilatado».
Los goces que se obtienen en este caso son débiles,
porque no los ha precedido el deseoi y poseemos
antes de ser ya adultos. Los mayores placeres
que proceden del verbo tener son lo que siguiendo
el orden más natural y primitivo' de las cosas,
tienen por necesaria introducción el verbo buscar ;
y su extensión se halla siempre en razón directa
de la intensidad del deseo y no' del valor de la
cosa. El bibliómano, que después de muchos años
de impacientes pesquisas, se halla en posesión de
un raro volumen que faltaba en su biblioteca, ex­
perimenta mayor goce que el monarca poderoso
que recibe la noticia de que las armas victorio­
sas de sus generales han añadido á sus dominios
un nuevo territorio. Otras veces las complacencias
del amor propio se asocian á los placeres de este
sentimiento y gozamos al mostrar á los conocidos
nuestras posesiones y los objetos que conserva­
mos. [ ¡ ! ' 1
Todas las cosas que son nuestras nos pueden.
FISIOLOGIA DEL PLACER 265

proporcionar algunos placeres que difieren poco en


su esencia; en general el placer más completo de
la posesión consiste en contemplar un objeto pe­
queño que podamos tener en la mano y custodiar
en nuestro bolsillo. En este caso parece que el pro­
nombre posesivo se convierte en un comparativo
y el sentimiento de la propiedad queda satisfecho
de la manera más conforme á su íntima naturaleza
moral. Cuando un objeto es 'demasiado grande,
para que podamos moverlo ó transportarlo, aun­
que nos pertenezca, comprendemos que puede cam­
biar de dueño con facilidad, mientras que el pe­
queño, que podemos ocultar entre las manos, for­
ma como parte de nosotros mismos y es efectiva­
mente nuestro. El niño rico á quien le regala su
padre un vasto jardín, se regocija, pero expresa
de un modo tranquilo su alegría; en tanto que si
le entregan un valioso objeto fungible, ríe y salta y
después de remirar el dón recibido se lo> guarda
triunfalmente en el bolsillo y corre á encerrarlo
bajo llave. En fin se puede decir que los bienes
móviles son mucho más nuestros que los inmóviles;
pues aun cuando^ éstos pueden proporcionarlo ma­
yor, no se deriva del puro sentimiento de la pror-
piedad, sino de la esperanza de gozar en el porvenir
otros placeres procedentes de posesión y que nos
proporcionarán la casa ú otros bienes. El que
no comprenda esta diferencia, que piense en el
placer que experimentaría lal poseer una alhaja
ó una viña y se explicará la variedad de los dos
placeres. ¡
Hay un objetó que forma una clasificación dis­
tinta, y Ique nos da los mayores goces del sentimien­
to de la propiedad; y cuando leí hacemos saltar
voluptuosamente en nuestra mano, sabemos que
es nuestro y que el pronombre posesivo llega en
este caso al grado superlativo. El dinero reune en
266 PABLO MANTEGAZZA

sí los placeres ideales y tranquilos que nos dan


les bienes inmuebles y los goces plásticos y exal­
tados de los bienes muebles; permanece inmuta­
ble si nos agrada conservarlo en un armario y
se transforma de mil modos, si le queremos aban­
donar á la vida borrascosa para que ha nacido,
proporcionándonos al transformarse toda la gama
de placeres que se pueden obtener con el senti­
miento de la propiedad. Es una fórmula material
que ha encarnado en sí los elementos de los dos
verbos predilectos de la raza humana, el tener
y el poder; es una letra de cambio, que se paga
siempre á la vista en todo tiempo y en todos los
países, una joya que brillando ante nuestra fan­
tasía, suscita en un relámpago una turba de de­
seos.
El faquín que recibe espléndida propina corre
gozoso por su camino, mientras con la mano en
el bolsillo hace saltar la moneda de plata que sue­
na vibrante entre tres ó cuatro, de cobre, escucha
con suave complacencia el argentino tintineo y
advierte el agradable peso que despierta en su
bolsillo el sentido del tacto sin cansarlo, mientras
la fantasía pasa revista á la innumerable escala de
sus deseos que desde hacía tanto tiempo permane­
cían sin satisfacerse; sonriendo á todos con aire de
triunfo, da á uno, un amigable golpecito, juega
con otro, da á todos alguna esperanza, hasta que
los deseos le apremian gozosamente, acosándole y
llevándole en triunfo, con lo cual el pobre po­
seedor permanece turbado entre tanta confusión
y experimenta un verdadero delirio posesivo. Go­
za por un momento aquella dicha y se detiene
á saborearla, pues comprende que cuando la desen­
frenada turba de sus deseos se canse y él les mues­
tre la pobre moneda que ha de saciarlas, se mo­
farán de él y, abismándose de nuevo en la amar­
FISIOLOGÍA DEL PLACER 267

gura de su miseria, tendrá que limitarse á apaci­


guar con una copita de aguardiente, al más íniimo
de sus deseos.
El banquero que ¡en los últimos días del año
permanece sobre su libro talonario pesa en su
balanza posesiva el cargo y data y cuando
* llega
por fin á la cifra final y halla que ha ganado un
millón, tira la pluma sobre el escritorio y, mirando
en torno suyo, halla demasiado angosto el despa­
cho y demasiado humildes los muebles de su ha­
bitación. No ve ni palpa el dinero, pero con la
imaginación estruja entre sus manos el precioso
saco, que por su urdimbre de malla deja traslucir
rayos de luz vivísima y exclama regocijado: «¡ho-
sana, victoria!» Pero la turba de deseos es aún
más numerosa y exigente que en el caso anterior
y después de vaciar el saco, sueña nuevos planes,
anhela nuevas conquistas, que le concedan triunfos
aún más espléndidos, sobre los tenebrosos y ás­
peros campos de las cifras de sus rendimientos.
Los placeres que proporcionan los metales no­
bles, acuñados en monedas, son tan complejos, que
*
habría que intentar un largo análisis para descri­
birlos. Comprenden algunos goces de los sentidos,
como al escuchar el tintineo del oroi y la plata, el
de los inocentes juegos de la mano que pesa ó
se hunde en un saco* de doblones, ó el argentino
sonido de una lluvia de duros que cae sobre una
mesa. Los idemás sentimientos parecen invitados
á la fiesta de la posesión y á todos se les hacen
grandes promesas. Hasta la rígida inteligencia se
digna sonreír ante el brillo del oro y sueña con
bibliotecas maravillosas, con viajes trasatlánticos
y con experiencias sin fin. Parece que el oro es el
extracto más condensado y que en un pequeño
volumen encierra la quinta esencia de todos los
goces, la fórmula que puede reunir en sí todas las
268 PABLO MANTEGAZZA

combinaciones posibles de los deseos. El hombre


que posee la joya más preciosa no- ve más que
este objeto, no goza más que con él y por él, en
tanto que el rayo de luz que despide una moneda
se prolonga en -el infinito ¡en el mundo externo-
y resulta como un espejo ¡en el cual vemos re­
flejarse todos los goces, que, riendo y danzando,
nos invitan á su regocijo; y aquel espectáculo de
prosperidad ¡moral varía á dada momento, según los
movimientos que imprime el deseo al caleidós-
copo de nuestra fantasía.
Los goces de la posesión los experimenta el hom­
bre en todas las edades, pero brillan con más in­
tensidad cuando- comienza á descender por la curva
de la parábola. En la juventud predomina, casi
siempre en nuestro- libro talonario el dar al haber,
en tanto que -en la edad adulta y en la vejez se
observa una relación inversa. En los últimos años
de la vida diez páginas bastan apenas para con­
tener la partida del haber, mientras que la de dar
se encierra en pocos renglones, trazados siempre
con caracteres temblorosos y confusos; hasta que
después viene la muerte á restablecer bruscamen­
te el ¡equilibrio-, llevando todas las cifras del haber
sobre la partida del dar. La civilización va siem­
pre aumentando ¡el valor del verbo tener y el nú­
mero de los goces que nos proporciona por lo
cual el comunismo- resulta una utopia más im­
practicable cuanto- más envejece la humanidad.
La mujer posee- menos que el hombre, y gene­
ralmente no sabe conjugar -el singular del verbo
tener, que para ella se reduce á la primera persona
del plural. Sustituye casi siempre las personas de
este v-e-rbo; que para ella ¡es imperfecto, con las
del verbo- dar.
La influencia de estos placeres no- e¡s benéfica
más que cuando se contienen en el estrechísimo
FISIOLOGIA DEL PLACER 269

círculo fisiológico que se les concede, sirviendo


como instrumento preciosísimoi de la humana ci­
vilización. Muchos hombres estudian y trabajan
por tener y de este modo dejan á sus sucesores
preciosos tesoros de inventos y descubrimientos
que ellos acumularon en la carrera de sus Jar-
gas y pacientes investigaciones.
La expresión general de la fisonomía de estos
goces se puede representar con la mirada ávida
y fija que contempla y con la miaño que aprisiona
los objetos. Fuera de estos dos rasgos caracte­
rísticos, no hay ninguno especial para estos pla­
ceres. Cuando se puede pronunciar por primera
vez la primera persona del formidable verbo, en­
tonces la alegría es tranquila y casi no se advierte,
porque se absorbe poco á poco; después surge la
razón y al confrontar los diversos grados del tener,
el rico es feliz de hallarse en grado comparativo
ó superlativo y puede ver surgir una chispa de
goce de la tranquila complacencia de la posesión,
que se esparce por toda su vida. Entonces una
sonrisa de inefable agrado, el frotarse las manos,
ó una postura cómoda pueden expresar el placer.
Sin embargo, .los grados máximos se experimen­
tan en el cambio inesperado de la miseria a la
opulencia y entonces se expresa con un verdadero
delirio' que llega á veces á conducir á incurable
locura. El placer de convertirse en millonario
con un billete de lotería es uno de los más inten­
sos que se pueden experimentar; porque durante
un espacio de tiempo se agolpan todos los goces
posibles, hallándose en el estado de esperanza an­
te la mente, y todos los deseos, precipitándose
en masa, cual si quisiesen volver á entrar por una
estrecha puertecilla, hacen nacer tal desconcierto
en todas nuestras facultades que nos llevan á un
estado de verdadero frenesí. En igualdad de cir­
270 PABLO MANTEGAZZA

cunstancias el hombre que más goza al convertirse


en millonario no es ni el pobre ni el rico
*, sino el
bien acomodado. De todos modos el hombre que
disfruta intensamente el goce de la posesión, corre
precipitadamente en busca de los parientes y ami­
gos con los que poder desahogar parte de su pla­
cer; salta, canta como un loco, da golpes en las
mesas y en las sillas, arroja cosas por la ventana y
hace mil extravagancias. Otras veces permanece
atontado, ensimismado sin poder hablar. ¡Dicho­
sos los que siquiera una vez en la vida pueden
gozar de tal delirio, aún á riesgo de resultar ridícu­
los por algunos minutos!
CAPITULO XII

De los placeres complejos y patológicos del senti-


' 1 miento de la propiedad

Entre las formas más complejas de goces que


puede presentar el sentimiento de la propiedad,
una de las más comunes y más definibles és la
que se experimenta con la conservación de las co­
sas; y puede llegar á constituir una verdadera
pasión que los frenólogos hacen residir en el órgano
de la adquisición.
En algunos animales la hallamos bajo la forma
de instinto embrionario el sentimiento de la pro¡-
piedad y el placer de la conservación. Todos sa­
ben que las urracas recogen y esconden muchos
objetos que no son comestibles: pues bien en al­
gunos hombres el amor á coleccionar se halla
precisamente en el estado' embrionario de las urra­
cas y acumulan sobre sus mesas y en multitud
de cajitas todo género de cosas, Sin precisar un
fin especial en sus trabajosas recolecciones. E^ste
instinto es propio solamente de cerebros peque­
ños y, si liay algunas de gran ingenio que tam­
bién lo1 tienen, se ríen ellos mismos de su manía.
Esta tendencia se desarrolla desde la primera in­
fancia y no cambia más que en la naturaleza del
272 PABLO MANTEGAZZA

objeto. Yo, por ejemplo, cuando era muy peque­


ño, coleccioné con verdadero! entusiasmo piedre-
cillas y guijarros monísimos, sin ser mineralogis­
ta; después reuní» en cajas infinidad de insectos,
sin ser entomólogo; más tarde, me dediqué á las
plantas y las intercalé entre las páginas de mi
diccionario latino; luego coleccioné monedas an­
tiguas, conchas y substancias químicas; ahora soy
bibliómano, y creo que lo seré aún por mucho
tiempo y os confieso que hace pocos años fui
tan frívolo que recogí judías de diversos colores
y me complacía mucho el contemplarlas.
Cuando el prurito' de la recolección constituye
una verdadera piasión, la ¡naturaleza de los ob­
jetos influye poquísimo sobre los placeres que se
experimentan al reunir una tras otra una serie de
unidades ¡y el goce mayor consisto en satisfacer
una verdadera necesidad moral- En este caso el
fanático coleccionador, aunque se hallase encerra­
do' en una cárcel hallaría seguramente el medio de
entregarse á su pasión y coleccionaría migajas de
pan, arañas, piedrecillas ó huesos de la carne que
le sirvieran de alimento. El jplacer del coleccio­
nador se halla complicado por el afecto particular
que se tiene á los objetos que se buscan y á los
estudios que se hacen, como se observa en los
malacólogos, en los botánicosa numismáticos, bi­
bliófilos y en toda la humana turba de los espe­
cialistas más incansables.
El placer del coleccionador comienza con el ha­
llazgo1 del primer objeto que sirve de unidad fun­
damental y consiste ten el agrado que se (experi­
menta al encontrarlo. La primera moneda que se
coloca en un armario vacío comienza á dar vida
á la colección, como el primer libro que se des­
taca solitario en una amplia librería está llamando
con impaciencia á los demás hermanos que han
fisiologìa del placer 273
de venir á hacerle compañía. Sin einbargo, enton­
ces el placer está solamente en perspectiva y se
reduce lá grandes esperanzas. La alegría especial de
coleccionar no aparece hasta que á la unidad fun­
damental ise añade una segunda; desde este mo­
mento la serie se aumenta y el coleccionador ca­
da vez que coloca un nuevo objetoi experimenta
un vivo placer, contempla con mqyor agrado^ el
principio de la larga serie y poco á poco; el nú­
mero de la unidad crece hasta el infinito' y él se
halla obligado á la dulce necesidad de clasificar,
numerar, hacer catálogos, divisiones y cajitas; en­
tonces disfruta de un mundo de delicias y co­
giendo en sus manos cada objeto con veneración
los mira y remira, los palpa y acaricia y colocán­
dolo en el lugar establecido por la naturaleza emi­
nentemente ordenadora de su cerebro, sonríe con
inefable complacencia. No os riáis de él aunque
los objetos que adore sean arañas, lagartos ó hier­
bas secas; es un hombre feliz y se le debe respe­
tar. Alejado del mundo ve representado en su co­
lección el fruto precioso de sus largas pesquisas;
contempla ante sí el museo de la propia memoria
y de sus goces más queridos. El caracol que tiene
afectuosamente entre las manos, fué el suspirado
don de un generoso amigo; la araña que contem­
pla extasiado constituye el recuerdo de un trabajo
que le valió un diploma académico; la hierba seca
que hace ondear contra la luz para verla mejor,
fué recogida por él en una larga peregrinación
sobre los montes ó le recuerda tal vez el delicioso
paseo dado con un amigo ausente y que ya no exis­
te. Sus estudios se hallan encarnados en sus co­
lecciones y cada objeto es para él un amigo que
le habla, sin la ayuda de la, voz, una lengua mis­
teriosa que él sólo comprende. Cuando regresa
Fisiología del placer.—T. I.—18
274 PABLO MANTEGAZZA

el paciente coleccionador, despechado por alguna


ofensa de la ambición ó entristecido de alguna
desventura, olvida sus afanes y se serena su ros­
tro al mostrar á un visitante sus colecciones,; y,
abandonándose á una ingènua expansión, cuenta
las interminables alternativas por que ha pasado
su trabajo, los inocentes artificios y las prolijas
pesquisas que le han costado una medalla extraña
ó un precioso manuscrito. ¡ Cuántas veces en las
horas de desaliento pasea entre sus tesoros y,
abriendo distraídamente una cajita, se queda con­
templando un rato un objeto, que le recuerda fe­
lices glorias ya olvidadas, y vuelve á sonreír y
á gozar pensando en completar la colección, meta
de sus deseos, sueño de toda su vida! Os lo re­
pito, respetad á este hombre, porque es inocente
y feliz; y yo, que me he concedido con osadía el
derecho de escribir la historia del placer, os digo
que su alegría es fisiológica.
Todos los objetos pueden recogerse, sin que el
infatigable dueño de la colección sea culpable. Mu­
chas personas ricas y frívolas coleccionan en sus
casas un verdadera arsenal de monadas y jugue­
tes que convierten las viviendas en almacenes de
quincallería; ó repletan sus estufas de las plan­
tas más vulgares del mundo, sólo por ser de la
China ó de Australia, porque cuestan mucho y
porque el jardinera dijo que un señor encopetado
no puede dejar de poseerlas. Estas frívolas pa­
sioncillas favorecen la industria y el comercio y
son inofensivas. La patología del espíritu de co­
leccionar se halla formada casi toda por un solo
objeto, que no se puede acumular sin culpa y
sin que el apasionado especialista llegue á estar
acusado por la opinión pública de avaro.
Las monedas se pueden coleccionar inocente­
mente cuando es por estudio ; pero el avaro; por
FISIOLOGIA DEL' PLACER 275
el contrario, prefiere las monedas modernas y mide
el valor moral de su colección con papel corriente
en la Bolsa. Ama especialmente los doblones, pre­
fiere siempre el oro á la plata y oculta su gabi­
nete numismático de las miradas de los profanos,
al revés de lo que hacen los demás colecciona­
dores. En esto, sin embargo, no comete un gran
error, pues ninguna colección tiene un número
tan grande de aficionados; por el contrario se
puede decir que estos objetos forman una espe­
cialidad universal y que todos se complacen en
coleccionar oro y plata acuñada en hermosas on­
zas y napoleones. La única diferencia consiste en
esto: en que el avaro encierra en sus armarios
el curso del dinero, en que goza contemplándolo
inmóvil mientras los demás se complacen en po­
nerla en circulación, disfrutando con los juegos de
óptica moral que produce su carrera brillante y
arrebatada, y es cierto, porque el oro al correa
presenta hermosísimos juegos de fantasmagoría.
Ante todo aparece sobre el horizonte infinito de
la esperanza un punto brillantísimo que perma­
nece en los confines del cielo lejano; invocado
por nuestras ardientes aspiraciones, se aproxima
tal vez á nosotros y agrandándose paulatinamente
se cierne sobre nuestras cabezas, inundándonos
en un mar de luz. Entonces, aturdidos con tanta
claridad, caminamos á tientas, forcejeando con la
masa luminosa que nos rodea, esparciendo en tor­
no nuestro torrentes de chispas. Cuando nos li­
bertamos de la áurea embriaguez queremos apo­
derarnos del movible elemento, pero él se aie^-
ja de nosotros, retrocede y vuelve al lejano! confín,
donde brilla eternamente como la estrella polar
que en nuestro- hemisferio jamás se oculta y que
sirve para dirigir en sus viajes á todos los que no
han sabido encontrar mejor brújula. La vida mo­
276 PABLO MANTEGAZZA

ral del oro, como la vida de un sóloi ducado de


nuestro bolsillo, puede representarse por un ies-
pectáculo de fantasmagoría. Al principio la incierta
y leve manía de posesión se agiganta; palpamos
amorosamente la moneda por un instante, pero ella
se aleja y nos abandona para correr hacia otro
bolsillo, que la espera impaciente y del que huirá
de nuevo.
Tan sólo el avaro detiene la carrera del elemento
más voluble y movible y, encerrándole en sus fuer­
tes armarios, le castiga por las largas correrías y
por los juegos de óptica que había hecho hasta
entonces. Su imágen es "hiperbólica ó 'falsa, por­
que el avaro en su afán de posesión, siente verdade­
ra complacencia al detener su movimiento, al en­
cerrar entre barrotes aquella indómita fiera. Para
él, el dinero es un sér vivo, pues sostiene con él
largos y misteriosos coloquios, porque le ama con
transporte y delicadeza, como á un amigo, como
á un amante y le adora como ál dios de la fuerza
y del poder.
Los moralistas y los poetas de todas las nacio­
nes y de todos los tiempos han halladoi en la
avaricia una fecunda mina de inspiración, pero
aún no la han agotado porque es una pasión que,
llegando' á los grados máximos, funde en sí todos
los elementos morales é intelectuales del hombre,
presentando á los filósofos el análisis más deli­
cado y minucioso y al poeta las formas más ex­
trañas y ridiculas. El avaro, en toda la idealidad
de su perfección, se halla alegre de haber encon­
trado un altar ante el que únicamente se humilla
y es feliz de haber encontrado entre el hielo de
sus afectos una planta que puede cultivar y cre­
cer vigorosa; es dichoso por haber descubierto
en sí una pasión que puede proporcionarle las vi­
vas emociones de los afectos juveniles. En el furor
FISIOLOGIA DEL PLACER 277

de su goce, halla leve cualquier1 sacrificio, quema


incienso ante el númen que adora y, si hallase en
un prendero que quisiese comprar su corazón la­
cerado y exagüe, lo vendería por unos céntimos,
para poder añadir una nueva cifra (al precioso
capital.
Respecto á esto no particulizaré por no repetir
cosas ya dichas y me contentaré con expresar
con una fórmula general la naturaleza de los go­
ces morbosos de la avaricia.
El avaro es siempre viejo; si algunas veces tiene
los cabellos negros y el cútis aún fresco es un caso
raro, un monstruo que ha nacido sin afectos. Ha
visto ocultarse ya uño tras otroi los astros de la
juventud, y las pálidas alegrías que resplandecen
aún en su obscuro horizonte noi le bastan; enton­
ces es cuandoi se vuelve avaro1 y, recogiendo los
fragmentos esparcidos de sus ruinas morales, las
funde en un crisol para elevar un pedestal que
sostenga el nuevo dios, descubierto en sus tene­
brosas excavaciones. El númen que adora es frío y
mudo, pero se apoya sobre un soporte aún ca­
liente ¡á que él comunica vida y calor. El senti­
miento de la propiedad, llevado hasta el delirio
y sostenido por la onda del sacrificio y por la
vehemencia del afecto', semeja á un esqueleto re­
vestido de púrpura y calentado junto á una jes- .
tufa. La rabiosa tenacidad de la vejez, que ño
deja nunca caer de sus tenazas de hierro lo que
ha conseguido agarrar, se une con el ímpetu de
la pasión y con el ardor del deseo juvenil. Este
astro es el último sol que ilumina los postreros
días de la existencia y se oculta con ella, brillando
siempre con una luz tanto más viva cuanto más
cercana está á apagarse. El hombre que hasta la
vejez ha contemplado en su horizonte tantos as­
tros, no vé más que un solo sol; y sí antes, en el
278 PABLO MANTEGAZZA

culto de sus placeres había sido politeísta, se vuel­


ve entonces sencillo y puro deísta.
Los goces de la avaricia son en general pías
exaltados en iel hombre que en la mujer. Lo que
ignoro es si antiguamente existían más ó menos
que hoy. Las costumbres comerciales predisponen
á gozar de estos placeres morbosos y se puede
decir con seguridad que los hebreos que desde
largos siglos se dedicaron al tráfico, debieron á
esta circunstancia la tradicional acusación, que es
exactísima, aunque honrosas excepciones hagan
creer loi contrario al que quisiese fundar luna ley
sobre un número demasiado pequeño de casos.
La influencia de estos placeres es pésima y los
sentimientos más nobles mueren en el clima po­
lar en que crece próspera la avaricia, que es la
planta más septentrional que se conoce, excep­
tuando tal vez el egoísmo, del que es digna her­
mana. i
Su fisonomía es tranquila y se expresa con son­
risas heladas ó con carcajadas estridentes. La mí­
mica del avaro, se concentra, casi por completo,
en la mirada que contempla los destellos del oro
y en la mano que palpa cuidadosamente los dis­
cos metálicos.
CAPITULO XIII

De los goces patológicos que proceden de un error


de gramática moral en el uso de los pronombres
posesivos.

El hombre, que ¡es culpable de una verdadera


falta de falsificación de firmas morales, sustitu­
yendo la palabra mío á todos los demás pronom­
bres posesivos, íes un ladrón y el sentimiento de
la propiedad, ofendido directamente en el legíti­
mo posesor, se alarma al reverberar len la con­
ciencia de la sociedad que le acusa de un delito.
*
Cuando se comete el hurto por puro interés, el
hombre lucha con el sentimiento del deber y con
otros afectos más ó menos nobles, por lo que la
victoria del mal sobre el bien no puede ser acom­
pañada por la más pequeña satisfacción. En este
caso el placer de poseer y de conseguir el objeto
se halla equilibrado y hasta sobrepujado por la
violencia que se debe hacer á las imperiosas ne­
cesidades de los nobles sentimientos y también
si tiene indiferencia ó dolor. Sólo después de lar­
ga carrera por el vicio es cuando la experiencia
de la culpa hace enmudecer casi por completo
la voz del bien, que apenas se deja sentir débil
y trémula, y el ladrón goza con la posesión de
280 PABLO MANTEGAZZA

una cosa que Ho es suya, satisfecho con. el abuso


más miserable de un sentimiento natural apro­
bado por el código de todos los pueblos civili­
zados. i I
Sin embargo, algunas veces el hurto' resulta agra­
dable en las primeras pruebas, porque satisface
una ¡necesidad patológica que nace de un primitivo
sentimiento morboso que se halla en nosotros y
que pide imperiosamente de nuestra voluntad ejer­
cicio y vida. Por esto en la infancia el hombre
roba los juguetes de sus hermanos, los libros de
sus condiscípulos y cuando le descubren Sus maes­
tros se atemoriza, pierò no se corrige y volvién­
dose más astuto, se entrega con mayor circuns­
pección á los peligrosos abusos de los pronombres
posesivos. El hombre ladrón por instinto1 transige
con los sentimientos buenos que existen en todos
los hombres, al menos en estado embrionario, y
comienza generalmente por robar objetos de es­
caso valor para reducir el remordimiento á los
mínimos términos; después concede á su culpable
necesidad mayores satisfacciones, roba alimentos,
después juguetes, libros, utensilios, joyas, hasta
que no pudicndo avanzar más en la escala de los
objetos comunes, roba todo con placer, hasta que
se halla frente á frente con el dinero, única cosa
que hasta entonces había respetado su sentimiento
de propiedad. Parece que la moneda más insig­
nificante representa en sí mayor derecho de po­
sesión que cualquier objeto precioso y para los
ladrones novicios forma por sí sola un campo vir­
gen que exige aún la lucha primitiva del bien y
del mal, la cual se renueva más formidable y san­
grienta. Por esto muchos hombres que nacen la­
drones por instinto, no pueden llegar en su clase
á la aristocracia del robo, y respetando el dinero,
se apoderan de los demás objetos de todas cía-
fisiologìa del placer 281

ses. Peno este dique no detiene la, corriente impe­


tuosa más que por un instante y, pasado éste, la
necesidad de robar arrastra al precipicio, llegan­
do hasta donde la miopía de los tribunales y la
ingeniosa estructura de las ganzúas lo permiten.
El placer elemental del hurto, hecho por ins­
tinto, consiste en la ilegítima satisfacción del sen­
timiento de la propiedad, y de la primitiva nece­
sidad de conquistar con la astucia un objeto que
se halla defendido y custodiado. La esencia del
goce del robo estriba en la maliciosa compla­
cencia de cometer una acción baja ,y de vencer
á un enemigo que vela constantemente custodian­
do la propiedad. Por esto el placer crece cuanto
más difícil es el hurto y cuanto más paciente y
tenebroso fue leí rodeo que nos hizo posesores
ilegítimos de jas cosas de los demás. El ladrón
artista sólo se satisface cuando da un admirable
golpe de mano, digno del más hábil prestidigitador,
al sacar de los bolsillos ajenos un objeto en pleno
día, en medio de la turba bulliciosa de las calles,
viendo ¡á su víctima continuar impasible por su
camino^, creyéndose aún inviolada en sus derechos
áe poseedor. Este goce sencillo Ó intenso’ puede
servir de tipo
* más complejo de los ladrones, cu­
yos placeres se complican con el amor propio,
el amor á la lucha ó á la sed de sangre.
La manía, teórica de robar puede asociarse, co­
mo todos saben, á los sentimientos más nobles
y resulta solamente culpable cuando pasa al cam­
po de la práctica. Conozco un médico' joven á
quien le complace mucho el coger de ios bolsi­
llos de sus amigos los pañuelos, libros y relojes y
que ríe con alegría vivísima cuando después de
haber saboreado algunos momentos el inocente go­
ce de ver confusos á los desvalijados, corre á
restituirles los objetos; esto no le impide nata-
282 PABLO MANTEGAZZA

raímente ¡el ser uno de los hombres más elegantes


y de los corazones más generosos que se han cono­
cido.
El amior al hurtó es afortunadamente una en­
fermedad que no llega nunca á convertirse en
epidémica y que aparece sin regla ni medida en los
dos sexos y en los diversos países; la civilización
puede aumentar el número de los ladrones pro­
fesionales, pero no puede influir en la estadística
de los aficionados á este arte que se ocultan espon­
táneamente como los genios y se desarrollan ellos
solos, llegando algunas veces á un grado muy peli­
groso de perfección.
Cuando la presencia de los demás no impide al
ladrón el manifestar su gozo, ríe de buena gana,
se frota las manos y siempre su fisonomía expresa
un aire malicioso, que revela el carácter morboso'
de su alegría. Algunas veces se burla de su víc­
tima, cual si estuviese presente, volviendo de este
modo ridicula ante sus ojos una desventura, que
hace sufrir á los hombres de bien, ofendiendo
sus nobles sentimientos. |

FIN DEL TOMO PRIMERO


ÍNDICE

Págs.

Dedicatoria....................................................................... 5
Biografía del libro...................................................... 7
Introducción.................................................................. 20

PRIMERA PARTE

Análisis

De los placeres de los sentidos

Capítulo primero. — Placeres del tacto en ge­


neral ; fisiología comparada; tacto específico. 24
Cap. II. — Placeres de la sensibilidad general;
placeres patológicos del tacto. ...... 36
Cap. III. — De algunos ejercicios y. algunos jue­
gos fundados sobre los placeres del tacto espe­
cífico y el general. . ■, . , 51
I
284 INDICE

Págs.

Cap. IV. — Placeres sexuales ; fisiología compara­


da y análisis. ........................................................ , 59
Cap. V. — Diferencia de los placeres sexuales se­
gún la edad, la constitución, la condición so­
cial, el sexo, el clima, la época y otras condi­
ciones externas............................................................. 68
Cap. VI. — Placeres sexuales patológicos. ... 77
Cap. VII. — De los placeres del gusto en gene­
ral ; fisiología comparada; diferencias. ... 85
Cap. VIII. — Bosquejo analítico de los placeres del
gusto.................................................................................. 97
Cap. IX. — De algunos entretenimientos fundados
en los placeres del gusto; filosofía gastronó­
mica............................................................. . 107
Cap. X.—De los placeres idel olfato. . . . 113
Cap. XI. — Del uso del tabaco y de algunos pa­
satiempos que se pueden idear por el sentido
del olfato.................................................................. . 117
Cap. XII. — De los placeres ¡del pido en gene­
ral ; fisiología comparada; diferencias ; fisono­
mía ; influencia............................................................ 123
Cap. XIII. — Análisis de los placeres del 'oído;
placeres que se derivan de los rumores y los so­
nidos armónicos............................................................ 132
Cap. XIV. —- De los placeres de la vista en ge­
neral fisiología comparada; diferencia; in­
fluencia ; fisonomía; placeres patológicos. . . 140
Cap. XV. — De los placeres de la vista que pro­
ceden de la novedad de'las sensaciones y de
I f
INDICE 285

Págs.

los caracteres matemáticos de los cuerpos. . 147


Cap. XVI. — De los placeres de la vista que
provienen de los caracteres físicos de los cuer­
pos ............................................................................. , 152
Cap. XVII. — De los placeres d® la vista en el
orden moral.................................................................. 158
Cap. XIX. — De los placeres de la embriaguez
y de su influencia sobre la salud de los indi­
viduos y sobre el progreso de la civilización. . 178
Cap. XX. — De los placeres negativos que se de­
rivan de los sentidos. ............................................. 189

II

De los placeres del sentimiento

Capítulo primero. — Fisiología general de los


placeres del sentimiento........................................... 194
Cap. II.—De los placeres fisiológicos que pro­
ceden del amor á nosotros mismos..................... 205
Cap. III.—De los placeres del egoísmo. . . . 208
Cap. IV. — De los placeres que proceden de los
sentimientos de primera y segunda persona y
especialmente de la alegría del pudor. . . . 216
Cap. V. — De los placeres que proceden del sen­
timiento de la propia dignidad y del honor. . 223
Cap. VI. — De los placeres fisiológicos del amor
propio............................................................. , ■> , 230
286 INDICE

í Págs.

Cap. VII. — De los placeres semi-patológicos de la


gloria y de la ambición........................................... 237
Cap. VIII. — De los complejos placeres del amor
propio; filosofía de los premios. .................................. 244
Cap. IX. — Patología del amor propio; placeres
de la soberbia................................................................. 248
Cap. X. — Patología de la aprobación ; placeres
de la vanidad. ........... 252
Cap. XI. De los placeres fisiológicos relativos
á la primera persona del verbo haber. . . . 262
Cap. XII. — De los placeres ¡complejos y’ pato­
lógicos del sentimiento de la propiedad. . . 272
Cap. XIII. — De los goces patológicos que pro­
ceden de un error de gramática moral en el uso
de los pronombres posesivos................................. 279
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