Texto Base. Arnold Schönberg

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Arnold Schönberg, «La afinidad con el texto» [1912], en El estilo y la idea, Madrid,

Taurus, 1963.

Son relativamente pocas las personas capaces de comprender, en términos puramente


musicales, lo que la música expresa. El suponer que una pieza de música debe despertar
imágenes de una u otra especie y que si estas faltan la pieza no ha sido entendida o
carece de valor, es algo tan extendido como solamente puede serlo lo falso y lo vulgar.
Nadie espera tal cosa de cualquier otro arte, sino que se contenta con los efectos de sus
elementos; aunque bien es verdad que en las demás artes el tema material, el objeto
representado, se ofrece por sí mismo automáticamente al limitado poder de
comprensión del intelectualmente mediocre. Puesto que la música, como tal, carece de
tema material, hay quienes buscan a través de sus efectos la belleza de la forma
exclusivamente, y otros, procedimientos poéticos. Hasta Schopenhauer, que empieza
diciendo algo realmente exhaustivo acerca de la esencia de la música en este
maravilloso pensamiento: «El compositor revela la esencia íntima del mundo y expresa
la sabiduría más profunda en un lenguaje que su razón no comprende […]», hasta él se
extravía luego, cuando trata de traducir a nuestra terminología los detalles de ese
lenguaje que la razón no comprende. […] en esa traducción a la terminología del
lenguaje humano—que es abstracción, reducción a lo reconocible—, lo esencial, el /
lenguaje [de la esencia] del mundo—que quizá haya de permanecer incomprensible y
perceptible tan solo—se pierde. Pero aún así, está justificado su proceder, ya que,
después de todo, su aspiración como filósofo es la de representar la esencia del mundo,
su inconmensurable grandeza, en términos conceptuales que fácilmente vemos que
resultan demasiado pobres. Y los mismo acontece con Wagner, que cuando quería dar al
hombre media una noción indirecta de lo que él, como músico, había experimentado
directamente, no dudaba en añadir programas explicativos a las sinfonías de Beethoven.
Semejante procedimiento resulta desastroso cuando llega a materializarse. Porque
entonces su significado se malogra en sentido opuesto: trátase de reconocer sucesos y
sentimientos en la música, como si allí hubieran de estar forzosamente. Por el contrario,
en el caso de Wagner ocurre lo siguiente: la impresión de la «esencia del mundo»
recibida a través de la música resulta productiva para él y le estimula para su poética
transformación en elementos de otro arte distinto. Pero los sucesos y sentimientos que
aparecen en esta transformación no estaban contenidos en la música, sino que son
meramente el material que utiliza el poeta, porque un modo de expresión tan directo,
impoluto y puro, le es negado a la poesía, arte todavía limitado al sujeto-objeto.
La facultad de pura percepción es extremadamente rara y solamente la encontramos
en hombres de gran capacidad. (pp. 25-26)

[…] el que un crítico musical escriba de un autor que «su composición no ha hecho
justicia al texto del poeta» no deja de ser otra cosa que una cómoda escapatoria a este
dilema. […] / […]
En realidad, tales juicios provienen de la noción más ingenua, de un esquema
convencional, de acuerdo con el cual un determinado nivel dinámico y progresivo de la
música debe corresponder con determinadas circunstancias del poema y discurrir con
exacto paralelismo a aquellas. […] tal esquema ya hay que desecharlo por convencional
[…].
Hace algunos años quedé profundamente asombrado al descubrir en varias canciones
de Schubert que conocía bien que yo no tenía la menor idea de lo que sucedía en los
poemas en que estaban basados. Pero cuando hube leído los poemas saqué la conclusión
de que con ello nada había conseguido para aumentar la comprensión de las canciones,
ya que no me hicieron cambiar en lo más mínimo mi / concepción sobre la
interpretación musical. Por el contrario, parecía que, sin conocer el poema, yo había
captado el contenido—el contenido real—y quizá de manera aún más profunda que si
me hubiera aferrado a la simple superficialidad de los pensamientos expresados por
palabras. Más decisivo para mí que esta experiencia fue el hecho de que, inspirado por
el sonido de las primeras palabras del texto, yo había compuesto muchas de mis
canciones de un tirón hasta el final, sin preocuparme lo más mínimo por seguir el
acontecer poético y sin adaptarme a él siquiera durante el éxtasis de mi labor Solamente
dos días después pensé en volver la vista atrás para percatarme de lo que había del
contenido poético en mi composición. Quedó entonces de manifiesto, para mi asombro,
que nunca podía yo hacer justicia al poeta que cuando, guiado por mi primer contacto
directo con el sonido del principio, adivinaba todo lo que era obvio que tenía que seguir
inevitablemente de acuerdo con aquel tono.
Por tanto, llegó a estar claro para mí que la obra de arte es, como cualquier otro
organismo completo, tan homogénea en su composición que en cada pequeño detalle
revela su esencia más íntima y verdadera. Al separar cualquier parte del cuerpo humano,
siempre brota lo mismo: sangre. Al escuchar un verso de un poema, un compás de una
composición, estamos en disposición de comprender el todo. Y de igual manera, una
palabra, una mirada, un gesto, el modo de andar, o incluso el color del cabello, son
suficientes para revelar la personalidad del ser humano. Y así, yo había comprendido
completamente las canciones de Schubert a la vez que sus poemas solamente por la
música y los poemas de Stefan George solamente por su sonido, y en tal grado de
perfección que difícilmente podría lograrse mediante síntesis y análisis y que desde
luego estos no / superarían. Sin embargo, tales impresiones suelen dirigirse más tarde
hacia el intelecto instándole a que las prepare para su general aplicación, a que las
desmenuce y clasifique, a que las calibre y compruebe, a que reduzca a detalles lo que
poseemos como un todo.
Cuando Karl Kraus llama al lenguaje madre del pensamiento, y Wasily Kandinsky y
Oskar Kokoschka pintan cuadros cuyo tema objetivo no es apenas más que una excusa
para improvisar colores y formas y hacerlos expresarse como solo el músico se ha
expresado hasta ahora, son síntomas todos de una gradual expansión del conocimiento
acerca de la verdadera naturaleza del arte. Con gran alegría leí el libro de Kandinsky
Sobre lo espiritual en el arte, en el que se señala el camino para pintar y se hace surgir
la esperanza de que aquellos que interrogan acerca del texto, acerca del sujeto material,
pronto no harán más preguntas. (pp. 27-30)
[…] la correspondencia externa entre la música y el texto, como se muestra en
declamación, tempo y dinámica, tiene muy poco que ver con la correspondencia interna
y pertenece a la misma etapa de imitación primitiva de la naturaleza que el copiar de un
modelo. Las aparentes divergencias superficiales pueden ser la necesaria consecuencia
de un paralelismo en nivel más importante. (p. 31)

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