John Ford - Peter Bogdanovich PDF
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Peter Bogdanovich
John Ford
ePUB v1.0
minicaja 01.09.12
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Título original: John Ford
Peter Bogdanovich, 1971.
Traducción: Fernando Santos Fontenla
Diseño de portada: minicaja
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PARA TIPI QUE ANDA
La investigación de la filmografía la
hizo Polly Platt. Frances Doal transcribió
la entrevista, y Mae Woods mecanografió
el manuscrito.
Aunque en gran medida ha vuelto
a elaborarse parte del material utilizado,
en la parte I apareció inicialmente
con el título "The Autum of John
Ford" ("El otoño de John Ford) en la
revista Esquire (abril 1964) y se reproduce
con permiso de dicha revista. Mi
agradecimiento a todas estas personas
y a John Ford.
P.B.
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John Ford
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«Coge todo lo que hayas oído decir» —dice James Stewart—; «todo lo
que hayas oído decir en tu vida… multiplícalo por cien, y seguirás sin tener
una idea de John Ford».
—Vendrá por esa cuesta en cualquier momento —dijo Danny Borzage, y volvió a
mirar a la carretera. Era un viejo barbudo de aire juvenil, vestido con el azul y el
amarillo de la caballería de los Estados Unidos en 1878, y tocaba Greensleeves en el
acordeón. Era poco más de las 8,30 de la mañana en Monument Valley; el sol
calentaba, pero el viento era fresco. La mayor parte de la enorme compañía de El
Gran Combate se estaba preparando para las primeras escenas del día, mientras una
pareja estaba al lado oyendo cómo tocaba el acordeón—. Siempre lo toca por él
cuando…
—¡Danny, aquí llega!
Acababa de aparecer en la cuesta un «jeep» furgoneta blanco. Borzage fue
rápidamente al borde de la carretera; cuando se acercó el coche empezó a tocar
Bringing in the Sheaves [«Trayendo las gavillas»], y siguió tocando mientras el coche
frenaba lentamente hasta quedar a unos diez metros de distancia, y todos los actores
quedaban en silencio.
John Ford iba en el asiento delantero, miraba por la ventana a través de sus
gruesas gafas, cubierto el ojo izquierdo por un parche negro. Llevaba un viejo
sombrero de fieltro de ala ancha ladeado hacia la izquierda —en la banda de cuero,
una diminuta pluma naranja—, y estaba mascando un cigarro corto sin encender.
Se acercó el «atrezzista» y le dio una taza de café, que bebió lentamente mientras
miraba por el parabrisas. Borzage tocó She Wore a Yellow Ribbon[1]. William Clothier
(director de fotografía) y Frank Beetson (vestuario) salieron del coche y se quedaron
junto a la ventanilla del director; se les unieron Wingate Smith (primer ayudante de
dirección) y el hijo de Ford, Patrick, que estaba encargado de la caballería de la
película. Junto a la ventanilla se celebró una conferencia en voz baja. Borzage tocaba
The Wild Colonial Boy [«El loco muchacho colonial»], mientras el grupo se deshacía
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y uno por uno se alejaba tras cumplir sus instrucciones. Beetson abrió la puerta del
coche.
Salió Ford, que se quedó mirando en torno un momento; con una mano sostenía
la taza, la otra la puso sobre la cadera. Era delgado, casi frágil, pero cuando se dirigió
hacia la cámara andaba con brío, moviendo los brazos, balanceando algo el cuerpo en
ambas direcciones, y de pronto comprendía uno de dónde había sacado John Wayne
su forma de andar.
Cuando se acercaba, la gente se apartaba de su camino. Tenía una severa cara
yanqui, casi desagradable, con algo de barba en las mejillas hundidas. Llevaba una
chaqueta militar de un caqui desvaído y unos pantalones del mismo color bastante
sueltos; en el cuello llevaba anudado un pañuelo naranja, y los cordones de las
zapatillas azules, que colgaban, estaban desatados. Borzage tocó We Will Gather at
the River [«Nos reuniremos junto al río»]. Ford pasó junto a un navajo y movió la
mano derecha como en saludo. Dijo:
—Yat'hey, shi'kis.
—Yat'hey —respondió el hombre.
Para la primera escena, Ford colocó algunos indios a caballo en la sombra y otros
al sol. Sal Mineo (en el papel de un joven cheyenne) tenía que tirar su fusil al suelo,
enfadado, saltar al caballo y marcharse. Ford estaba solo, frotándose las manos; el
anillo de sello de oro que llevaba en la mano izquierda tenía en las iniciales un surco
profundo hecho por las miles de cerillas de cocina que había encendido en él. Por
todas partes había mucho ruido. Ford exclamó:
—¡Wingate! ¿Qué pasa? ¿Una huelga? ¿Un motín?
—¡Bien! ¡Vamos a callarnos, por favor! —gritó Smith por un altavoz. Ford estaba
mirando a los indios.
—Muchas mulas no llevan puesta la manta en esta escena —dijo al jefe de
continuidad—. La lleva en la mano —en su forma de hablar se apreciaba un leve pero
claro acento del Maine—. Vale, ¿sabe alguien de algún motivo para que no rodemos
esto? Si nadie lo tiene, adelante.
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Durante un ensayo del diálogo, Ford vio en el fondo a uno de los jóvenes navajos
que sonreía a la cámara. Lo llamó aparte, le hizo agacharse ante él y le dio unos
azotes.
La compañía se echó a reír, el joven se echó atrás con una risa nerviosa, y Ford
hizo en broma un gesto como si fuera a darle un puñetazo.
Empezó a rodar la cámara. Mineo corrió a su caballo, que se echó atrás y le
impidió montar; enfadado, agarró las riendas y se subió a él, le pegó un golpe y se
marchó seguido de varios guerreros.
—Eso está bien —dijo Ford—. Que lo revelen —Mineo volvió y preguntó si
podía probar otra vez. Ford se le quedó mirando un momento—. ¿Quieres hacerlo
otra vez con la cámara vacía, Sal? —Mineo sonrió.
—Me pareció bastante torpe —dijo.
—Estabas muy enfadado —explicó Ford— y te equivocaste. Me gustó.
Perfectamente adecuado. No quiero que parezca perfecto, como en el circo —Mineo
desmontó y empezó a alejarse. Ford le gritó—: Pero puedes volver a hacerlo con la
cámara vacía, Sal.
Monument Valley está en la reserva de los indios navajos, a caballo entre las
fronteras de Arizona y Utah. Sus colinas y mesas rojas fueron causadas por la
erosión, y los indios les pusieron el nombre de las formas que tenían: los mitones, el
Gran Hogan, las Tres Hermanas, aunque las sombras hacen que su aspecto cambie a
cada hora. John Ford ha rodado allí, en su totalidad o en parte, nueve películas: La
diligencia, Pasión de los fuertes, Fort apache, La legión invencible, Wagon Master
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(«El jefe de la caravana»), Río Grande, Centauros del desierto, El sargento negro, El
gran combate. En Hollywood lo llaman la tierra de Ford; ha quedado tan identificado
con él que otros directores opinan que el hacer una película allí sería plagio.
Hoy, los exteriores son una extensión de terreno arenoso, encerrado entre paredes
verticales de piedra roja por dos de sus lados, con un cañón estrecho en el otro
extremo.
Wingate Smith gritó por el altavoz:
—¡Dick Widmark, Pat Wayne ,Dobe Carey, Ben Johnson! ¡Venid hacia la
cámara! —éstos se acercaron a caballo.
—Cuando salgas por allá, Dick —señaló—, gritas: «¡Escuadrón, aaaaalto!» Pat,
tú esperas hasta que haya muerto el eco y luego gritas: «¡Escuadrón, aaaaalto!» —(el
segundo aaaaalto era en un tono más bajo que el primero). Se volvió a poner el
cigarro en la boca. Widmark y Wayne probaron una vez—. Vale. Acuérdate de
esperar hasta que ya no se oiga el eco, Pat —se volvió a Johnson y Harry (Dobe)
Carey, hijo—. Cuando grite Dick, vosotros dos avanzáis hasta quedar a unos dos
metros de él. ¿Comprendéis? ¿Eh?
—Sí, señor —asintieron ambos al mismo tiempo.
—Vale —dijo Ford, frotándose las manos—. Acércate a trote rápido, Dick.
Estamos al principio del argumento y los caballos todavía no están cansados.
Tras el plano inicial, Ford se acercó para tener a los cuatro jinetes en un ángulo
más próximo. Johnson llevaba un guión rojo y blanco, su caballo iba nervioso.
—Deja que esté nervioso —dijo Ford, empujando al caballo por la grupa—. Mira,
Dick. Mira por ese cañón —y empezó a improvisar el diálogo—. Dices: «¡Plumtree!
No me gusta el aspecto que tiene esto. Ve a echar una ojeada a ese cañón.» Ben, tú
aguantas un momento —el supervisor del guión iba apuntando a toda la velocidad
que podía—. Dick dice: «Ve con él, Jones —Ford hizo una pausa—. ¡Jones! —otra
pausa—. ¡Jones!» —señaló a Carey—. Y tú dices: «Soy Smith, mi capitán» —se
volvió a Widmark—: Bueno, vale, vete con él —Ford cogió el cigarro por abajo y se
echó más atrás el sombrero—. Cuando grite Jones la segunda vez, Dobe, miras en
torno a tí. Estás pensando: «¿Quién diablos es Jones?» Luego oyes: «¡Jones!» Te
pones el dedo en el pecho y dices: «Soy Smith, mi capitán.» Ben, haz como que te da
cien patadas tener que ir hasta allá; te levantas en los estribos.
Rodó la cámara y Widmark llamó a Jones por tercera vez.
—Yo soy Smith, mi capitán —dijo Carey.
—Soy Smith, mi capitán —interrumpió Ford—. No trates de aumentar tu papel.
—Sí, señor —asintió Carey nervioso. Segunda toma y—: Yo soy Smith, mi
capitán.
—¡Tú no eres Smith! —gritó Ford—. Deja de intentar pisarle la escena al viejo
Ben —Carey asintió otra vez y se excusó.
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Tercera toma y dice:
—Aquí Smith, mi capitán —una pausa.
—Ejem —dijo Ford.
A la cuarta toma salió bien el diálogo. Johnson clavó el guión en el suelo y los
dos salieron galopando hacia el cañón.
—Está bien —dijo Ford.
Ford y los actores cenaron en un pequeño edificio de adobe, parte del Refugio de
Goulding, que está en la parte más baja de la Rock Dor Mesa. Junto al porche había
una campanita para anunciar la cena, que nunca se tocaba hasta que el director había
ocupado su asiento a la cabecera de la tercera mesa a partir de la puerta.
Aquella noche llevaba una chaqueta azul marino, pantalones caqui, y debajo, la
chaqueta del pijama, con el cuello medio subido, y encima un jersey viejo. No llevaba
sombrero y tenía el pelo blanco y fino. Sacó la navaja de mango de hueso y golpeó en
la mesa.
—Tengo hambre —dijo.
Poco después habían llegado todos y se servía la comida. Bernard Smith (el
coproductor) dijo algo acerca del rodaje del día y Ford llamó a Pat Wayne.
—¡Sí, señor!
—¿Dónde está el tazón? —Wayne se levantó a coger un tazón de madera (lleno
de dólares y de bastantes monedas sueltas) del piano.
—Hay una multa de medio dólar —explicó Carroll Baker— por hablar del trabajo
o de las películas del señor Ford en la mesa.
—¿Cuánto debe ya? —preguntó Ford.
—Con esta última vez, dos dólares, señor —dijo Wayne.
El coproductor dijo que pagaría más tarde.
—El otro día —dijo la señorita Baker— me estaba hablando el señor Ford de
Hombres intrépidos y se detuvo, pagó sus cincuenta centavos y luego acabó de
contarme el asunto.
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Gilbert Roland hizo un gesto para pedir algo desde el otro lado de la mesa, y Ford
dijo:
—Un momento Luis —en realidad, Roland se llama Luis Antonio Alonso—,
sabes que no se debe señalar. Sólo se señala con el dedo a tres cosas —Ford hizo una
pausa mientras Víctor pasaba una bandeja a Roland—: se puede señalar con el dedo a
los productores, a los retretes y a la pastelería francesa.
«Ford siempre odió a los policías religiosamente, como por fe», recuerda
Parrish. «Despreciaba enormemente todo tipo de autoridad, de influencia
paterna sobre él; a todos los productores, a todo el dinero; eran sus
enemigos. En El delator, el primer día de rodaje reunió a todos los actores y
los técnicos en medio del estudio y llevó allí al productor. 'Mirad bien a este
tío, dijo Ford, y lo agarró por la barbilla. 'Este es Cliff Reid. Es el productor.
Miradlo ahora porque no lo vais a volver a ver en el estudio hasta que esté
terminada la película.' Y fue así. Nunca volvimos a verlo. Desapareció
sencillamente.»
Después de la cena, que pasó jugando a las quince preguntas (nadie pudo adivinar
el objeto de Ford, que eran las zapatillas de Sherlock Holmes), el director se quedó un
rato fumando un cigarro que antes había partido en dos con la navaja, y charlando
con los actores.
—Ciudadanos de segunda, eso es lo que somos —dijo tamborileando con los
dedos en la mesa—. En tiempos ni siquiera se permitía que se enterrara a los actores
en el camposanto. Ya sabéis lo que quiero decir, cuando gritaban: «¡Quitad la ropa de
las vallas, están llegando los actores!» Se levantó y se colocó detrás de su hijo, que
seguía sentado a la mesa de al lado y empezó a inspeccionarle la cabeza.
—¿Qué es esto? —y luego con sorpresa burlona—: ¡Oh! —y se dirigió a la puerta
—. Voy a llamar a tu madre —Pat se levantó y se fueron juntos.
«Le aseguro», dice Harry Goulding, que antes era el propietario del
Refugio de Monument Valley, «que pa los navajos el señor Ford es una
especie de santo. Ca vez que pasan un mal momento, macho, aquí llega esto,
como un milagro. En la depresión, las estaban pasando morás. Rediez, si
hubiera entrado en nuestra tienda un indio con un dólar para comprar, la
señora Goulding y yo nos desmayamos. Bueno, llega el señor Ford para
hacer La diligencia y dio empleo a veinte indios y se salvaron muchas vidas.
Luego, cuando acababa de rodar AQUÍ La legión invencible, tuvimos una
tormenta que dejó el valle tapado bajo casi cuatro metros de nieve. Nos
echaron comida los aviones del Ejército. Gracias a eso y a los doscientos mil
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dólares que había dejado él, pues se impidió otra tragedia. Y en el sesenta y
tres se enteró de que aquí sus amigos iban a pasar hambre y aquí se plantó a
hacer El último combate. Sabe usté que lo han adoptado en la tribu navajo.
Tienen un nombre especial pa él. Lo llaman Natani Nez. Es un nombre pa él
solo. Natani Nez quiere decir el Soldado Alto.»
A 40 kilómetros del Refugio corre el Río San Juan. Por encima se yerguen rocas
rojas, y en la ribera hay arbolitos, hierba y montones de madera plateada de haber
estado tiempo a la deriva. El agua es de color barro.
Los navajos y sus mujeres, que hacían de cheyennes, estaban a caballo con sus
«travois»[2], reunidos a la orilla del río; entre ellos había varios especialistas vestidos
y maquillados de indios. En la roca de arriba, y a varios centenares de metros del
borde, estaba la caballería. Lee y Frank Bradley, intérpretes navajos que habían
trabajado en otras once películas de Ford, gritaban instrucciones por unos altavoces a
los indios. Wingate Smith daba órdenes a gritos.
Ford, agarrando al vuelo a uno de los vaqueros, le preguntó:
—¿Puede Carroll entrar al río en el carromato?
—Bueno, donde yo entré…
—No me cuentes tu vida —dijo Ford, tirando el puro—; limítate a contestarme —
el hombre dijo que sí—. Bien —dijo Ford, con un golpe seco de cabeza. Se sacó del
bolsillo de atrás un largo pañuelo blanco. A su lado estaba Beetson, que le alargó un
altavoz—. Vale, Lee, Frank. Empezad a pasar a vuestra gente —se metió en la boca
una esquina del pañuelo, la mayor parte del cual le colgaba por el pecho—. ¡Con
calma! —los intérpretes comunicaron las instrucciones y los navajos fueron entrando
lentamente en el agua. Ford llamó a Chuck Hayward («especialista»), que estaba a
mitad del río—. ¡Vale, páralos ahí, Chuck! Así está bien —los navajos estaban
repartidos por el río, cada uno en su lugar—. ¡Llenad esos espacios vacíos y subid ahí
los «travois»!
Luego Ford dio instrucciones a la caballería, a la que apuntaba la cámara:
—Vale, rodamos —dijo Ford.
—Velocidad —dijo el operador, Eddie Garvín.
—Vale, ¡Dick! —la caballería cabalgó a un trote firme—. Vale ya. ¡Lee! ¡Frank!
¡Ponedlos en marcha!
La tribu empezó a desplazarse lentamente por el agua de abajo. Widmark levantó
el brazo:
—Escuadrón, ¡aaaaalto! —y Pat Wayne hizo de eco (una nota más bajo). Se
detuvo la caballería y Widmark miró a los indios de abajo. La cámara siguió su
mirada lentamente; pasó en panorámica desde los soldados, y por las pendientes
pedregosas y áridas, hasta llegar a los navajos; algunos habían llegado a la otra orilla,
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otros seguían avanzando por el río gris, y sus caballos saltaban arriba y abajo. Lo
único que se oía era el relinchar de los caballos y el paso de los cuerpos por el río.
—¡Está bien! Ahora vamos a sacar a esa gente de ahí; tienen que secarse…
Dadles café o algo…
«Me anduve con mucho cuidado», dice Stewart, «con cuidado de verdad
en El hombre que mató a Liberty Valance. Además, no hacía más que meterse
con Duke Wayne. Estábamos en las dos últimas semanas de rodaje y ni un
murmullo. Luego, un día, estábamos rodando la escena del funeral… Allí
estaba el ataúd, y Woody Strode estaba con su maquillaje de viejo», dice
Stewart refiriéndose al actor negro que ha trabajado en varias películas de
Ford. «Llevaba un mono y un sombrero. Se me acercó Ford, hizo un gesto
señalándome a Woody. '¿Qué te parece el traje de Woody?' Hice una pausa y
luego le dije: 'Bueno es un poco estilo tío Remus, ¿no?' Y… bueno, pues…
vaya… Desearía no haber dicho esas palabras y…» Stewart tiene la mano en
la barbilla y con los dedos temblorosos hace gesto de que se está tragando las
palabras hasta que tiene todos los dedos en la boca. «No hizo más que
mirarme…, mirarme…, nada más que mirarme y me di cuenta…,
comprendí… Y va y dice: '¿Qué tiene de malo el tío Remus?' Hombre, nada,
dije yo. Y va él y dice: 'Este traje lo he ideado yo; esto es precisamente lo que
quería'. Escuche, jefe, dije, y él dice: 'Duke, Woody, todos vosotros, venid
aquí' Y viene todo el mundo. 'Mirad a Woody', dice, 'Mirad cómo va vestido',
dice: 'Se parece a tío Remus, ¿no?' 'Sí, jefe; sí, patrón; sí, señor', dijeron
todos como una partida de loros. Parece que uno de los actores, sigue, 'que
uno de los actores tiene algo que objetar. Parece que a uno de estos actores
no le gusta tío Remus. ¡De hecho, no estoy seguro en absoluto de que le
gusten los negros!' Stewart menea la cabeza. «Después me dijo Wayne:
'¿Creías que ibas a librarte hasta el final, ¿a que sí?'»
Un grupo de veinte o treinta cheyennes tenía que venir por un montículo de arena
y cargar contra la caballería y la cámara. Ford atendió a los trajes de cada uno de los
«especialistas» y dio instrucciones a Hayward, que debía encabezar el ataque.
Estaban visitando el rodaje dos personas de la revista Life, un fotógrafo y un
reportero.
Al cabo de una hora de preparativos, Ford se sentó junto a la cámara, cruzó las
piernas y levantó el altavoz. La cámara estaba apuntada a la cima del montículo,
donde todavía no se veía nada. Dijo:
—Vale. Rodamos.
—¡Velocidad! —dijo Garvin.
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—¡Está bien, Chuck! —gritó Ford por el altavoz, y llegaron por la colina veinte
jinetes, que galopaban, aullaban y disparaban sus fusiles; abajo, la caballería les
devolvía el fuego. Los disparos reverberaban estruendosamente en el valle cuando los
jinetes bajaron por la colina, levantando polvo y pasando atronadores junto a la
cámara, tan cerca que le quitaron a Ford el altavoz de las manos. El no se movió. Un
indio se había caído de su caballo y yacía a mitad de la falda. La cámara siguió a los
indios en la distancia.
—¡Está bien!
Varias personas corrieron a ver si el navajo se había hecho daño, pero antes de
que llegaran a él ya se había levantado y echado a andar con cuidado. Otro grupo se
arracimó en torno a Ford, y un hombre que agarró el altavoz aplastado meneó la
cabeza.
—Lo que es hoy sí que estamos a punto de marcharnos pronto a casa —dijo.
Otro técnico señalaba lo cerca que habían estado los cascos de los caballos de
darle a Ford.
—No se atreverían —dijo su compañero.
El director se había levantado de la silla y vuelto hacia los actores:
—Mañana lo haremos con película —anunció—. ¡Esto de hoy era para la revista
Life!
«Le dije al señor Ford que quería llevar el pelo suelto en El último
combate», dice la señorita Baker. «Como las mujeres de las películas de
Ingmar Bergman. Dice: '¿Ingrid Bergman?' No, dije yo, Ingmar Bergman.
'¿Quién es?' Bergman, ya sabe, el gran director sueco. No dijo nada y
consideré que más valía cambiar de tema. Pero cuando estaba a punto de
salir, dice: 'Ah, Ingmar Berman, te referías al tipo que dijo que yo era el
mejor director del mundo'».
—Maldita sea, el caballo ése me dio de verdad —dijo Ford a la hora de comer, y
se lenvantó la pernera del pantalón. Se volvió al periodista de Life—. En su artículo
dice que me la rompió —la camarera que servía la comida en los exteriores le
preguntó si quería otra taza de café—. ¡Estoy harto de contestar preguntas! —dijo en
voz alta. La muchacha se quitó de en medio rápidamente—. ¡Pat! —llamó Ford. Ella
se dio la vuelta—. Por favor, ¿podrás traerme otra taza de café? Ya que te has
levantado… —ella se echó a reír y fue a buscársela. Ford se volvió a Carroll Baker
—: ¿Quieres verme la pierna, Carroll? —volvió a levantarse la pernera—. Me dijeron
que debería hacer que me la viera alguien —se volvió a Dolores del Río—: Dolores,
¿quieres tú verme la pierna?
Más tarde Ford estaba contando a los demás la historia del médico-brujo navajo:
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—El primero era un tipo llamado Fat; el que tenemos ahora no es más que uno de
sus discípulos. Yo le decía a Harry Goulding lo que quería, y siempre lo conseguía.
Nubes… Una noche le dije a Harry: «Dile que necesitamos nieve. Que
necesitamos el valle cubierto por la nieve.» A la mañana siguiente salgo de mi
habitación. Una capa fina de nieve en el valle —se acercó un navajo de cara arrugada
y pelo hecho una trenza con un paño rojo—. Este es el nuevo médico-brujo. Yat-hey
—le dijo al navajo.
—Yat'hey.
Ford levantó el brazo y señaló al cielo. Asintiendo con la cabeza.
—Nijone —dijo.
El hombre sonrió.
—Ah'sheh'eh.
Ford volvió a señalar y repitió:
—Ni jone —el navajo asintió y se fue—. En navajo no hay una palabra para las
nubes aborregadas, de modo que es algo difícil. La primera vez que las hizo le
salieron exactas —hizo una pausa—. ¡Pero le salieron donde no nos hacían falta!
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en esta sala', dijo, 'que sepa mejor lo que quiere el público estadounidense
que Cecil B. De Mille, y desde luego sabe darle lo que quiere.' Luego miró
directamente a De Mille, que estaba sentado frente a él. 'Pero no me gustas,
C. B.', le dijo, 'y no me gusta lo que has estado diciendo aquí hoy. Propongo
que demos a Joe un voto de confianza y luego nos vayamos a casa a dormir
un poco.' Y eso fue lo que hicieron.»
Se acercó a caballo Pat Ford, con una pipa en la boca y el ala del sombrero bajada
por delante y por detrás. Había habido rumores de que El último combate sería la
despedida de su padre a las películas del Oeste.
—¡Qué diablos! Seguirá haciendo películas del Oeste dos años después de
morirse —Pat le pegó a su caballo, que se puso en marcha; se sacó la pipa de la boca
—. Quiere mucho a estos vaqueros, y a los indios, y al valle. Se marchó para reunirse
con la caballería.
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Monument Valley en La diligencia.
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POETA Y COMEDIANTE
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de Lincoln caída hacia un lado parece convertirse en una foto fija, y sobre ella se
corre un telón muy fino, como el velo de la historia. Como ha dicho Andrew Sarris, la
obra de Ford es «una doble visión de un acontecimiento en toda su inmediatez vital,
pero también en su imagen-memoria definitiva en el horizonte de la historia» (Film
Culture, núm. 28, primavera de 1963).
Cuando le preguntaron a Orson Welles qué directores estadounidenses le atraían
más, contestó: «… los viejos maestros. Quiero decir John Ford, John Ford y John
Ford. Cuando Ford trabaja bien se siente que la película se ha movido y ha respirado
en un mundo real…» (Playboy, marzo de 1967). Resultaría aleccionador (de hecho,
es posible que las escuelas hicieran bien en imponerlo como curso normal) proyectar
las películas de Ford sobre los Estados Unidos en cronología histórica, porque ha
contado la saga estadounidense en términos humanos y le ha dado vida.
Volvamos a Sarris: «Ningún director estadounidense ha recorrido tanto el paisaje
del pasado de los Estados Unidos, los mundos de Lincoln, Lee, Twain, O'Neill; las
tres grandes guerras, las migraciones al Oeste y trasatlántica, los indios sin caballos
del valle del Mohawk y las caballerías sioux y apaches del Oeste, las incursiones
irlandesa y española y la política delicadamente equilibrada de las ciudades políglotas
y los estados fronterizos» (Film Culture, núm. 25, verano de 1962). Lo que Ford sabe
hacer mejor que ningún otro director del mundo es crear un cuadro épico y, sin
embargo, meter en él a personas con caracteres del mismo tamaño y la misma
importancia, por humildes que sean.
Sin embargo, no es la insistencia en las cosas de los Estados Unidos lo que da
unidad a su trabajo, sino la singular visión poética con que ve todo en la vida. El tema
que más a menudo se repite en él es la derrota, el fracaso: la tragedia que representa,
pero también la especial gloria que lleva inherente. Resulta significativo que la
primera película que hizo después de su experiencia de la segunda guerra mundial
(They Were Expendable [«Carne de cañón]) se centrara en una de las peores derrotas
de los Estados Unidos: las Filipinas. Como su última película antes de la guerra (Qué
verde era mi valle) trataba de la desintegración de una familia y toda una forma de
vida (lo que en esencia es también el tema de Madre mía, Cuatro hijos, The Grapes
of Wrath e incluso Tobacco Road tal como la contó él), no se puede decir que su obra
de postguerra fuera una reacción a lo que había visto en ultramar, aunque es cierto
que en la década de los cuarenta, la de los cincuenta y la de los sesenta, sus películas
fueron haciéndose cada vez más melancólicas (y mejores. Hay demasiados críticos
que clasifican tajantemente sus películas de los años treinta El delator y La diligencia
como las dos mejores, cuando cualquiera de veinte películas posteriores es superior
no sólo en ejecución, sino en profundidad de expresión).
Fort Apache es la narración de una defensa a ultranza, igual que La legión
invencible habla de la última misión de un militar ya maduro justo antes del retiro
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forzoso. Los héroes de Cuna de héroes y de Escrito bajo el sol no alcanzaron el éxito
de la forma que habían querido. La campaña de reelección del viejo alcalde en El
último hurra termina con la derrota y la muerte. Incluso Pasión de los fuertes, en la
que triunfa Wyatt Earp, termina con el recordatorio de que ha perdido a sus tres
hermanos. El hombre que mató a Liberty Valance trata tanto de una persona que se
sacrifica por otra como Siete mujeres, y ambas están teñidas de una dolorosa
amargura (se puede encontrar el sacrificio como variante del tema central de Ford en
muchas de sus películas, entre ellas The Outcasts of Poker Fiat, Marked Men y su
segunda versión, Three Godfathers, The Wallop, Caminos de desesperación, Hearts
of Oak, Tres hombres malos, Tragedia submarina).
Al final de El legado trágico (1928), el ciudadano Hogan (Víctor McLagen),
patriota irlandés exiliado que se ha jugado la vida al volver a Irlanda para ayudar a
una joven pareja, tiene que volver a marcharse de su país: sigue siendo un proscrito
en él. El muchacho a quien ha ayudado le da las gracias y la chica le da un beso; se
marchan entre la niebla nocturna, pero la cámara sigue con Hogan. Los mira
marcharse y por primera vez en la película vemos que quiere a la chica; también ama
a Irlanda y ahora tiene que separarse de ambas, quizá para siempre. La película
termina con ese plano de McLaglen que mira melancólico la noche, y anticipa el
momento final de Centauros del desierto —posterior en casi treinta años—, en el que
Ethan (John Wayne), que ha pasado diez años de su vida buscando a una muchachita
secuestrada por los indios, se va lentamente de la casa de la familia de ella, en la que
siempre le darán la bienvenida, pero en la que siempre será un forastero, mientras la
puerta se cierra lentamente tras él.
He tenido la suerte de ver una docena de las primeras películas de Ford (1920-
1935) y, aunque en su mayor parte se hicieron de encargo, había incluso en la menor
de ellas algo que era perfectamente suyo: desde una imagen evocadora y rapidísima
de una calle reflejada en un escaparate (en Policías sin esposas) hasta varios planos
en Lightnin, que tienen el mismo sentido de futilidad, por el que se distinguiría más
tarde el aire de Tobacco Road; desde la carrera de caballos en El legado trágico, que
se adelanta (en mejor) a la del Hombre tranquilo (en esta película hay además un
lugar clandestino de reunión idéntico al visto en El delator), hasta un momento en
Peregrinos, que está entre lo mejor de su obra: una madre se acaba de enterar de que
su hijo ha muerto en la guerra y se sienta en su escritorio, sin expresión, reuniendo
los trozos de una fotografía del muchacho que una vez airada había roto en pedazos.
Tenemos al irlandés vociferante y fanfarrón de Mar de fondo —que luego
interpretaría McLaglen en media docena de películas—, y en todas ellas la fotografía.
En Just País (1920), aunque es evidente la influencia de Griffith, Ford ya había
elaborado su propia firma (sin la rúbrica a veces floreada de Griffith). Es posible que
el argumento esté lleno de trucos y sea melodramático, pero existe la misma
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naturalidad en la interpretación, la misma comprensión de la gente sencilla y la
atención al detalle que había de distinguir la obra posterior de Ford; aquí está la
ciudad de Montana de Ford, con sus valles de madera y sus fuegos de campamento en
la distancia, las nubes de polvo iluminadas por detrás, el ojo infalible para la
composición y el mismo sentido dinámico de la capacidad de narración del cine.
Este último era evidente en la magnífica secuencia de la carrera por la tierra en
Tres hombres malos, película injustamente dejada en la sombra por El caballo de
hierro, que había hecho dos años antes y que tuvo más éxito de crítica. Sin embargo,
la película posterior es mejor en muchos sentidos y es más personal de Ford. Aquí se
encuentran (en embrión) varias de sus características: el sheriff elegante, el director
de periódico borracho, los malos buenos (que al final se sacrifican) y, como siempre,
las imágenes fordianas de jinetes en el horizonte, los grandes planos generales de
carretas y hombres, los contrastes vividos entre luces y sombras.
El gran problema de estudiar a Ford es que más de la mitad de su obra no puede
verse. Cuando hizo El caballo de hierro (la más antigua de sus películas, que todavía
está al menos parcialmente disponible) ya había dirigido más de 35 largometrajes
(más casi una docena de películas de dos rollos). En menos de ocho años había
realizado más de lo que pueden hacer la mayor parte de los directores (especialmente
hoy día) en toda una vida. Es posible que muchas de esas películas tuvieran un
argumento y unos personajes primitivos, pero todas las noticias de la época (véase la
filmografía) indican que desde un principio tenían gran calidad visual. (Su primera
película larga, Straight Shooting, hecha en 1917, volvió a ser proyectada en el festival
de Montreal hace dos años e impresionó a quienes la vieron, con su aire
inconfundiblemente fordiano.) Aunque los resúmenes del argumento siempre resultan
engañosos (a veces resultan favorables para una película, pero es más corriente que
resulten desfavorables), un vistazo a los argumentos más antiguos lleva a uno a creer
que varias películas tendrían un interés bastante más que histórico. Deben verse por
lo menos Hell Bent, El jinete vengador, The Ontcasts of Poker Fiat, Marked Men y
Caminos de desesperación y una docena más antes de que se pueda hacer una
verdadera evaluación de la obra inicial de Ford.
Sin embargo, cabe suponer (y seguimos basándonos en los argumentos) que su
período en la Universal (1917-1921) fue más interesante y personal que su trabajo en
la Fox durante el resto de la era del cine mudo. Durante aquellos primeros años con
Harry Carey logró escribir sus propios guiones, y aunque casi todas sus películas eran
del Oeste, tenía mucha libertad dentro de esta forma. Sin embargo, en la Fox le
hicieron muchos encargos, por los que sentía poco o ningún afecto (aunque, como
también dice él, disfruta haciendo películas, a menudo a pesar de los guiones). Raras
veces tuvo la oportunidad de llevar a cabo proyectos escogidos por él, y resulta
interesante que cuando logró hacerlo no sólo fueron sus mejores películas (lo cual era
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de esperar), sino también las de más éxito: El caballo de hierro, Tres hombres malos,
Cuatro hijos.
Desde luego, el período de la Fox tuvo más valor para su carrera que los días de
la Universal. Completamente a parte de lo que hiciera por su obra —quizá ampliar su
escala y su alcance—, aumentó su poder dentro de la industria, lo que no carece de
importancia en un arte dominado por las taquillas. (Y debe recordarse que Ford no
sólo sigue siendo uno de los directores estadounidenses más premiados —con seis
Premios de la Academia y cuatro Premios de la Crítica de Nueva York—, sino
también un director cuya obra siempre ha hecho ganar dinero a los estudios que la
han financiado). Sabe, sin embargo, que en Hollywood no se ganan prestigios ni
premios por hacer películas del Oeste. Como le dijo una vez a un periodista: «Cada
vez que me pongo a hacer una película del Oeste dicen: "Ahí va el viejo senil del
Ford al Oeste otra vez"» (Cosmopolitan, marzo de 1964).
Evidentemente, esto es algo que le ha perseguido toda su vida, y resulta
significativo que ni uno de sus Oscars —y sólo un Premio de la Crítica— haya sido
por una película del Oeste. «Han mantenido en marcha a la industria», ha dicho Ford,
pero sabe que la industria los desprecia al mismo tiempo. Sin embargo, uno cree que
la más floja de sus películas del Oeste con Harry Carey tendría más interés hoy que
otras especiales de la Fox con presupuestos más elevados, como Sangre de pista
(banal, aunque atractiva), Hoodman Blind, Con gracias a porfía, Ser o no ser o The
Face on the Barroom Floor.
Con la llegada del sonoro (y sus primeras películas fuera de la Fox desde 1921),
la carrera de Ford alternó entre proyectos que quería realizar (El tiempo de la
audacia, Tragedia submarina, Río arriba, El doctor Arrowsmith) y obras de encargo
(El intrépido, El huerfanito, Paz en la tierra). Pero la clave de su obra de los años
treinta está en un combate personal (sin duda inconsciente) entre dos tipos muy
distintos de películas, ambos de los cuales le interesaban mucho: los dramas como La
patrulla perdida o El delator y las películas más ligeras sobre la vida en los Estados
Unidos, tales como la trilogía de Will Rogers (1933-35). Naturalmente, a la crítica le
impresionó mucho más el arte calculado de El delator que la inartificiosidad de Judge
Priest o Steamboat Round the Bend, pero con la evolución de la carrera de Ford en
las décadas del cincuenta y del sesenta, ha quedado cada vez más claro que estas
últimas películas se acercan más a su verdadero carácter, y son esencialmente obras
de arte más profundas.
Esta intrigante dualidad continuó hasta la década del cuarenta, durante la cual
Ford haría un año Hombres intrépidos, conscientemente artística, y al año siguiente
Qué verde era mi valle, mucho menos estudiada (y más emotiva). Las dinámicas
imágenes de su trilogía de la caballería (1948-50) parecen ser mucho más suyas que
la exquisita fotografía de El fugitivo (1947). De hecho, los trazos atrevidos y
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vigorosos de Centauros del desierto o la aparente sencillez de Wagon Master exigen
más arte que la dirección de El delator, película que, a juicio de Ford, hoy «carece de
sentido del humor, que es mi fuerte».
Y Welles ha dicho: «John Ford es un poeta. Un comediante» (Cahiers du Cinema,
165). En las mejores películas de Ford se mezclan estos dos aspectos de su
personalidad; después de todo es la mezcla de lo cómico y lo patético en The Sun
Shines Bright (una segunda versión no literal de la película Judge Priest con Will
Rogers), lo que da a la película su extraordinario sentido de humanidad, igual que los
abruptos cambios de comedia a tragedia en Escrito bajo el sol dan a ésta una
extraordinaria sensación de veracidad.
Cada película de Ford está llena de reverberaciones de otra, y eso es lo que hace
que su utilización de los mismos actores año tras año, década tras década, sea mucho
más que una mera formación de «una compañía de repertorio», y no se puede ver una
película suya separada del resto. Lo que decía de su vida Ma Joad (en The Grapes of
Wrath) es igualmente aplicable a la obra de Ford: «… es toda una corriente, como un
río, con remansos, con cascadas, pero el río sigue siempre adelante». Ranse y Hallie
Stoddard (James Stewart y Vera Miles) vuelven a Dhinbone para el funeral de Tom
Doniphon (John Wayne) al principio de El hombre que mató a Liberty Valance, y
Hallie visita las ruinas del rancho de Doniphon, donde recoge una rosa de cactus, flor
silvestre que simboliza el Viejo Oeste de Doniphon, tan muerto como él. Durante esta
escena se oye un fantasmagórico tema musical, y cuando se da uno cuenta de que es
la misma música que utilizó Ford tras la muerte de Ann Rutledge en Young Mr.
Lincoln se realza su sentido en Liberty Valance. Pues Ann Rutledge era el amor
perdido de la juventud de Lincoln, igual que Tom Doniphon lo es de la de Hallie.
Cuando se le pregunta a Ford al respecto contesta que utilizó la melodía porque es
una de sus favoritas, y nada más. Pero uno no puede por menos de preguntarse, si es
que le gusta tanto, cómo es que esperó veintitrés años para volver a utilizarla, a
menos que —conscientemente o no— opinase que por fin encajaba.. Y aquí existe
una dualidad personal en Ford el artista. Parece que funciona por instinto (desde
luego, la realización de una película es para él algo secundario. Nunca proyecta una
secuencia sobre el papel; sabe exactamente cómo encajará cada plano con el
siguiente, y sabe de un vistazo dónde debe estar la cámara). Se trata de una imagen de
sí mismo que le gusta fomentar. Aunque es cierto que no le gustan las entrevistas y se
aburre cuando comenta sus películas, hace todo lo posible para desalentar la idea de
que es un hombre que trata conscientemente de crear algo de valor o de que su obra
tiene la continuidad que sea. Si Ford puede convencerle a uno de que es «un director
duro, sin más», que se limita a coger un guión y realizarlo, se siente satisfecho.
Pero creo que la verdad se halla en otra parte. La descripción de Welles es
profunda: «Un poeta. Un comediante». Ambas facetas de la personalidad de Ford son
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instintivas, pero «comediante» implica una cierta espectacularidad consciente que es
muy evidente en su obra. Ni carece de consciencia de sus efectos ni son éstos
inintencionales. pero —al igual que los poetas y los comediantes— ni le gusta
explicar un chiste ni hacer teorías sobre una balada. Se limita a crear ambas cosas.
La obra de Ford, igual que su personalidad, está llena de ambigüedades. «Cuando
la leyenda se convierte en hecho», dice un director de periódico casi al final de
Liberty Valance, «hay que publicar la leyenda». Y esto en una película que acaba de
revelar la verdad de una leyenda: por fin ha contado la verdad Stoddard, que se hizo
famoso como «el hombre que mató a Liberty Valance»: fue Doniphon quien mató en
realidad al tristemente célebre bandido. «Publicar la leyenda.» Ford publica la
realidad. En Fort Apache, el teniente coronel Thursday (Henry Fonda) subestima a su
adversario indio y lleva arrogantemente a sus hombres a la matanza. Pero al final los
periódicos —con la ayuda de los militares que presenciaron el espectáculo— escriben
el nacimiento de una leyenda, y crean a un noble líder que murió junto a sus hombres.
Pero Ford nos ha dado la realidad: sus hombres murieron en vano; Thursday estaba
equivocado. Por otra parte —y aquí tenemos otro nivel de significación—, Ford dice
que la caballería, de hecho el país, sigue adelante pese a los errores de cualquier líder;
y si el publicar una falsedad sirve para la moral de la caballería o de la nación,
entonces se publica la leyenda.
Pero Ford, que nunca es dogmático, también nos ha enseñado la verdad, igual que
su catolicismo no le impide hacer Siete mujeres, en la que la heroína es una agnóstica
que da su vida por un grupo de misioneros cristianos, cuyo líder es un fanático
religioso muy poco atractivo. Pero es que las simpatías de Ford han estado siempre
con el de fuera, con el desposeído. Los indios sin hogar de El último combate no
están muy lejos de los «oakies»[4] vagabundos en The Grapes of Wrath.
Dado su deseo de que no se le estereotipe como director de películas del Oeste
(resulta revelador que esperase diez años antes de hacer su primera película sonora
del Oeste, La diligencia), Ford ha sido muy polifacético a lo largo de su carrera, y
muchas de sus mejores películas están muy lejos de ese género: They Were
Expendable, El hombre tranquilo, Cuna de héroes, Escrito bajo el sol, El último
hurra. Pero de todos modos, de las que más ha hecho, y donde más claramente se
refleja su personalidad es en las películas del Oeste: si se siguen sus estado de ánimo
desde 1950 se aprecia una progresión clave. Tras llegar a la cima del optimismo en
Wagon Master, la inspiradora historia del espíritu pionero, Ford terminó su trilogía de
la caballería (el mismo año) con Río Grande, película en que se mezclaban los
sentimientos de derrota (la Guerra de Secesión, el incendio del valle del Shenandoah)
con las cargas glorificadas de las guerras con los apaches. La siguiente película del
Oeste, hecha seis años después, indicaba el comienzo de un cambio: una narración
épica llena de comedia y de drama, Centauros del desierto, acaba, sin embargo, con
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una nota trágica cuando el hombre del Oeste se marcha solo. Misión de audaces, El
sargento negro y Dos cabalgan juntos son cada vez más amargas, hasta que con El
hombre que mató a Liberty Valance (su película más importante de la década del
sesenta) parece hacer su declaración definitiva sobre la película del Oeste (el
posterior interludio del «Salvaje Oeste» en El úlitmo combate está tratado como una
farsa: el Wyatt Earp, a quien había tratado como un héroe en Pasión de los fuertes, se
ha convertido en un bromista astuto). Doniphon, el epítome del Viejo Oeste, muere
sin las botas puestas, sin la pistola, y recibe el funeral de un mendigo, pero el hombre
del Nuevo Oeste, el hombre de los libros, ha llegado al éxito a caballo de los logros
del primero, que quedó descartado y olvidado. Quizá sea la película más triste y
trágica que ha hecho Ford. El Nuevo Oeste no tiene nada de malo, era inevitable;
pero cuando Stoddard y Hallie vuelven al Este, miran por la ventanilla del tren, y
Hallie comenta lo silvestre que era antes, y cómo ha cambiado, hasta convertirse casi
en un jardín. Pero uno siente que el amor de Ford, como el de Hallie, se queda con lo
silvestre de la rosa del cactus.
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Peter Bogdanovich con John Ford
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3
[La siguiente es una versión abreviada de una entrevista con el señor Ford
grabada en cinta en su casa de Bel Air, California, durante siete días del verano y el
otoño de 1966.]
No, vivían en el mismo pueblo y allí nunca se conocieron. Claro que un pueblo
tiene bastante terreno; la oficina de correos es el pueblo, más quizá unas casas y una
taberna, pero también las colinas eran parte del pueblo; mi padre vivía a un lado de
esta zona y mi madre al otro. Quizá se hubieran visto alguna vez en la iglesia, pero se
conocieron en los Estados Unidos.
Mi padre fue el primero que vino, para entrar en la Guerra de Secesión. No tenía
más que quince años, pero era grandote y ya había cuatro de sus hermanos en la
guerra, uno con los confederados, que murió; dos con la Unión y uno en ambos
bandos, y que recibió dos pensiones. Pero cuando llegó mi padre se había terminado
la guerra… Cuando le pregunté: «¿Por qué bando ibas a combatir, papá?», me
contestó: «Bah, no importaba; cualquiera de los dos.»
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—Frank Feeney —me contestó.
—Qué gracia; así se llama de verdad mi hermano.
—Ya lo sé. El Francis Ford de verdad soy yo, el que se embo… Quiero decir el
que se rompió la pierna la noche que su hermano recibió el papel.
Me pareció algo tan gracioso, que le di un buen papel. Se cambió de nombre y
pasó muchos años trabajando. Creo que ya ha muerto.
¿Yo de protagonista? ¿Con esta cara? ¡Por Dios! Bueno, desde luego hice
montones de papeles de «especialista», como subir a un tren en marcha desde un
caballo, saltar a caballo desde una roca, cosas así. Solía doblar a mi hermano, porque
nos parecíamos de cara y de cuerpo. Me daban unos quince dólares por semana.
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—¿No sabes hacer otra cosa? —me preguntó Bernstein.
Y entonces nos pusimos a utilizar la calle como locos. Empezaron a recorrerla a
caballo, atrás y alante; aquello se parecía más a un «pogrom» que a una película del
Oeste. Unos meses después dijo el señor Laemmle:
—Dadle el empleo a Jack Ford; grita bien.
Entonces necesitaban a alguien que dirigiera una película barata de poca
importancia con Harry Carey, cuyo contrato estaba a punto de acabar. Yo conocía
bien a Harry y lo admiraba; le conté una idea que tenía y me dijo:
—Parece buena; vamos a hacerla.
—Pero no tenemos ni una máquina de escribir —le dije.
—Qué diablo, no la necesitamos para nada; podemos improvisar sobre la marcha
—dijo él. Entonces nos pusimos a hacerla y resultó que salió la mejor película del
estudio aquel año.
Seguimos haciendo películas, incluso después de terminar el contrato de Harry,
hasta que por fin él y su mujer, Ollie, volvieron de visita a Nueva York. Parece que
todo el mundo en la oficina de la compañía estuvo muy amable, y Ollie se enteró en
seguida de que Harry era la mayor estrella de la Universal. Y se había acabado su
contrato. Pues bien, le habían venido pagando 76 dólares a la semana, y renovó por
1.250 dólares. A mí me daban 50 dólares a la semana como ayudante de director, pero
cuando empecé a dirigir me bajaron a 35, no sé por qué. Cuando Harry firmó el
nuevo contrato me empezaron a dar 75 dólares a la semana, que en aquella época era
mucha pasta.
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—¿Por qué no vas al centro y te gastas algo de pasta en comprar un sombrero?
—Qué diablo, por aquí los hay a millones; siempre puedo pedir uno prestado —
decía él. Llegó a ser una de las grandes estrellas.
Si teníamos una pelea a tiros, la discutíamos con alguien que hubiera sido sheriff
—como Pardner Jones— y nos decía cómo se hacían las cosas. En aquella época no
teníamos trucajes; si había que quitarle a alguien un vaso de la mano de un balazo,
Pardner se encargaba de ello, con un rifle (está colgado abajo, me lo dejó a mí).
Pardner era el que montó el caballo salvaje delante de la Reina Victoria cuando fue a
Londres el espectáculo de Buffalo Bill; era un caballo que no podía montar nadie y
Pardner se montó en él. También fue el sheriff que mató a Billy el Niño. Nos decía
que ninguno de aquellos tipos: Wild Bill Hickok, Wyatt Earp, habían sido muy
buenos tiradores de pistola:
—No soy muy buen tirador de pistola —decía Pardner— y nunca he conocido a
nadie que lo fuera. De lo que se trataba era de impresionar al individuo, de acercarse
lo más posible. Si de verdad había que pelearse se utilizaba un rifle. Si alguien bajaba
la mano para sacar una pistola de la funda, antes de sacarla estaba muerto.
Como experimento pusimos un blanco a 25 pasos y empezamos todos a disparar
sobre él con Colts del 45. No le pegamos ninguno (todos tirábamos del gatillo, hasta
que un sheriff se nos acercó y nos dijo que los apretáramos). Pardner no podía dar
con una pistola ni al techo, pero cuando sacaba el rifle ponía una moneda de diez
centavos a veinticinco metros y le daba a la primera. De modo que tratamos de hacer
las cosas tal como se habían hecho en el Oeste, sin nada de todo ese asunto de sacar
bien rápido, sin que nadie llevara ropa llamativa, y tampoco teníamos escenas de
salones de baile con chicas de vestido corto. Como decía Pardner: «En Tombstone
nunca vimos nada por el estilo.»
Bueno, Tom tenía ya una imagen: la del vaquero bien vestido, y era lo único que
sabía hacer. Lo rebajé un poquito. Pero con Hoot hicimos lo mismo que con Harry.
Sólo que Hoot tenía un sombrero.
Bueno, con Carey, por lo general nos hacíamos los guiones entre él y yo. Por fin
conseguimos un escritor que lo tomaba todo en taquigrafía y lo pasaba a máquina
para el equipo, porque, desde luego, eso no sabíamos hacerlo nosotros. Las películas
de dos rollos se hacían en unos cinco días, seis como mucho. Nos íbamos todos a
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caballo a los exteriores, rodábamos hasta que oscurecía, y luego acampábamos con
sacos de dormir. Nos quedábamos allí hasta que terminábamos la película y luego
volvíamos a caballo otra vez. En aquella época pasábamos el copión en negativo, de
modo que maldito lo que se podía ver.
Bueno, pues mi hermano Frank, que era un gran cameraman, y de todas esas
cosas que dicen que son tan nuevas, de las que hacen ahora las había hecho ya él;
verdaderamente era un buen artista, un músico maravilloso, un actor imponente, un
buen director; era de esos que hacen un poco de todo y todo lo hacen bien; lo que le
pasaba era que no podía concentrarse demasiado tiempo en una sola cosa. Pero fue el
único que influyó sobre mí en las películas. Desde luego yo no quería meterme en el
cine ni tener nada que ver con él. Y sigo sin quererlo.
El hambre.
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Bueno, hace mucho tiempo, y yo creo que cuando se hace una película ahí se
queda, se pasa a hacer otra cosa y se olvida uno de ella. Pero me acuerdo de algunas
cosas divertidas. Por ejemplo, había un tipo que se llamaba Mario Caraciollo y lo
cambió a Mario Carrillio, que vino a Estados Unidos con Rodolfo Valentino; había
sido capitán del ejército italiano, pero quería ser actor. Valentino se hizo famoso y se
deshizo de él inmediatamente, de modo que Mario trabajaba mucho conmigo en
papeles pequeños. Le daba papeles de jugador; era tan guapote, sabe usted, todo
elegante dando las cartas. En una película era el jefe de una expedición que perseguía
a Carey. Estábamos rodando exteriores y era una cabalgada muy difícil, de modo que
sacamos a los «especialistas» para el plano. Mario se me acercó y me dijo:
—Estoy muy mal.
—No —le dije—. ¿Qué pasa?
—Estoy asqueroso.
—No, Mario, ¿por qué lo dices? ¿Qué pasa? —y señaló al «especialista» que
estaba vestido igual que él.
—Entonces, ¿por qué hace mi papel ese hombre?
—Ah, es tu doble.
—¿Doble? —pregunta.
—Sí, va a ser el que cabalgue en tu lugar.
—¿Que va a cabalgar en mi lugar?
—Sí.
—¿Por qué?
—Bueno —dije—, es un vaquero y está acostumbrado a estas cosas.
—Ahhhh —dice—, va a montar por mí, va hacer de mí.
—Sí —le dije.
Bueno, el caso es que montamos el plano, y cuando dije «Acción», por Dios vivo
que salieron dos jugadores. Entonces uno de ellos resultó soberbio, pegó en el
montículo y bajó con el caballo resbalándose, llegó al siguiente y lo bajó con el
caballo resbalándose, y era Mario. Era mucho mejor que todos los demás. Resultó
que había sido el capitán de un equipo hípico italiano muy famoso. Dejó a los otros
muy atrás. Claro que no pudimos usar aquel metraje, pero lo repetimos y le dejamos
que fuera él el jinete.
Luego, muchos años después, mi familia y yo fuimos de viaje a Italia, y cuando
entrábamos en Gibraltar dijeron por los altavoces que la comida se retrasaría tres
cuartos de hora, porque iba a venir a bordo Su Excelencia el Embajador de Italia en
España, Duque de tal y cual, Conde de esto y lo otro, Marqués de lo de más allá,
Gran Bailío de las Sacras Ordenes y todo eso, que viajaría con nosotros hasta
Napóles. Yo había estado leyendo hasta muy tarde y dormí hasta el mediodía, cuando
llegó mi hija Bárbara:
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—Date prisa, que va a subir a bordo un duque.
—Pues que suba —dije yo.
—No, no —dice—; es un duque de verdad.
—Bueno, ¿y qué quieres que haga? ¿Qué se lo impida?
—Mira —dice—, es la primera vez que vengo a Europa y estoy tratando de ver
las cosas como si fuera de aquí, de manera que si no te levantas de la cama, le digo a
mamá qué fuiste a segunda y estuviste bebiendo a escondidas.
—Bueno, en seguida salgo —dije.
Entonces salimos a cubierta y allí estaban todos los oficiales de uniforme blanco
con medallas, y la banda, y las cuerdas de terciopelo, ya sabe, para que hiciera su
gran entrada. Al cabo de un momento se acerca la lancha de un almirante británico,
toda brillante y todo eso, con la bandera británica y la italiana, y sale el tipo más
apuesto que he visto en mi vida. Caray, que tío más guapote. Tenía el pelo negro
como la noche, con los aladares blancos, e iba muy bien vestido con un traje gris
oscuro muy elegante, con una especie de cartera muy rara atada a la muñeca con una
cadena de plata. Subió a bordo y lo saludaron; nosotros estábamos en primera fila, y
cuando pasó a nuestro lado, se paró de repente y se me quedó mirando:
— ¡Jack! —gritó—. ¿Cómo está el cabroncete de Harry Carey?
—Creo que bien, Mario —le contesté—, pero se ha muerto.
—¿Cómo? ¿Que se ha muerto Harry Carey?
—Sí.
—Qué pena. No me lo había dicho nadie. Y aquel viejo cabrón de Adolphe
Menjou?
—Adolphe está bien.
—Bueno, menos mal —dice—; vamos a tomar una copa.
Así que en lugar de hacer todo el protocolo se metió debajo del cordón, me cogió
del brazo —mi mujer no podía decir nada ahora si me bebía una copa— y bajamos y
nos cepillamos tres o cuatro whiskies. Era Mario Carrillio. Tenía todos esos títulos,
sabe, pero quería haber sido actor. Bárbara estaba completamente estupefecta con
todo esto.
—Caray —dijo—, ¡un duque! Es uno de los extras de papá —a partir de entonces
le dejó de impresionar la nobleza.
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Y Laemmle dijo:
—Si encargo un traje y el tipo me da un par de pantalones más gratis, ¿qué hago?
¿Se los tiro a la cara?
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BUCKING BROADWAY (1917)
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THE FIGHTING BROTHERS (1919)
Harry volvió al Este en uno de esos viajes de juerga, de manera que agarré a Hoot
Gibson y a algunos de los vaqueros e hicimos una película de dos rollos. No teníamos
más que dos días para hacerla, de forma que no se pudieron bajar de los caballos;
toda la película pasa a caballo y es más rápida que la puñeta. Al jefe del estudio le
encantó.
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MARKED MEN (1919)
Típico de esos cabrones. De esa película me acuerdo muy bien. Es algo así como
mi favorita.
Creo que sí. Me gustó el argumento. Por eso pedí hacer una segunda versión años
después [en 1948]. Cuando la acababan de comprar, el jefe del estudio contrató a un
tío para que escribiera el guión, un tipo muy pomposo, muy bien vestido, con chaleco
blanco, que tenía muchas ideas, y empezó a trabajar un viernes. El tipo que dirigía el
estudio, no el ejecutivo, sino el que se encargaba de hacer las películas, nos dijo:
—Empezáis a rodar el lunes.
—No tenemos guión; el guionista acaba de empezar —dije yo.
—A la mierda con el guión; aquí estáis todos sentaditos y cobrando el sueldo, de
manera que empezáis el lunes.
Así que hicimos las maletas y nos fuimos al desierto. Teníamos una copia del
argumento y la manejábamos como si fuera radium, e hicimos la película sobre la
marcha. Creo que trabajamos tres semanas y media, y cuatro semanas después de
volver nosotros viene el escritor que habían contratado con el guión. Lo más bonito
que haya visto usted en su vida: forrado en cuero y encima de todo ponía Three
Godfathers en letras pequeñitas, y luego en letras bien grandes el nombre del
guionista. Dentro estaba escrito a máquina que era un primor: a la derecha iba el
guión con las escenas, el diálogo, los fundidos, y a la izquierda iban las instrucciones:
«Señor director, no quiero que haga tal o cual cosa». Una preciosidad. Pero no era
Three Godfathers. No tenía nada que ver. El productor ejecutivo lo pasó por el
estudio diciendo:
—Así deberían ser los guiones —y entre tanto la maldita película ya estaba
enviada. Firmaron al tío por mil dólares a la semana y nunca volvió a escribir nada.
Luego ños enteramos de que era un agente de seguros que nunca había escrito ni una
palabra, les había engañado.
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NORTH OF HUDSON BAY (1924)
Tuvimos una secuencia de la bajada de los rápidos allá en Yosemite. Como soy
del Maine, sabía algo sobre las canoas, y el único tío que también sabía era Tom Mix,
que se había criado cerca de un río en Pennsylvania y sabía manejar bien una canoa,
pero éramos los únicos. Así que tuve que hacer el papel del malo, ponerme su
sombrero y su abrigo de pieles y bajar el río con Tom persiguiéndome. En principio
tenía que participar otro en la persecución, así que Tom se puso su ropa. Rodábamos
a tal distancia, que no se podía saber quién era quien. Fue muy divertido: yo
perseguía a Tom, Tom me perseguía a mí, yo me perseguía a mí mismo.
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EL CABALLO DE HIERRO (1924)
Nunca trabajamos en mucha relación con los guionistas. Por ejemplo, John
Russell escribió El caballo de hierro original, y no era más que una historia muy
sencilla. Fuimos a Nevada para hacerla, y cuando llegamos allí hacía 30 bajo cero.
Todos los actores y los extras llegaron con ropa de verano; resultó muy divertido, con
todos aquellos tíos en bombachos blancos, nos divertimos como locos. Me gustaría
tener tiempo alguna vez para escribir la historia de cómo se hizo El caballo de hierro,
porque pasaron más cosas raras. Pusimos a las mujeres en carros del circo y los
hombres tenían que vivir en el plató.
Me acuerdo de que más tarde estábamos en el desierto de México y se acerca este
bajito que se llamaba Solly a George Schneidermann, el fotógrafo, que era un tipo
magnífico con el que trabajar, y le pregunta:
—¿Dónde está el hotel?
Y George le dice:
—¿El hotel? Donde estás tú.
Pero de lo que se trata es de que cada vez gastábamos más dinero y al final aquel
cuentito sencillo se convirtió en una «epopeya», en la película más cara que jamás
había hecho la Fox. Claro que si hubieran sabido lo que iba a pasar, no nos habrían
dejado hacerla.
No, muchísimo. Pero tenían una chica a la que estaban pagando mucho dinero, y
Sol Wurtzel [un ejecutivo de la Fox] dijo que no tenía suficientes primeros planos.
Entonces contrataron a otro director que la puso contra una pared, y ella jimplaba. No
tenía nada que ver con la película: las luces no eran las mismas, ni siquiera los
vestidos. Metieron unos doce de estos primeros planos, pero desde luego, para mí
estropearon la película.
Pero no la última.
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Schneidermann.
Bueno, a mí me gusta que las sombras sean negras y la luz del sol blanca. Y me
gusta poner algunas sombras en la luz. Hablábamos del asunto y yo decía:
—Aquí mismo, George.
—Está bien, me iré un poco a la derecha —decía él.
—Adelante —le contestaba yo.
Trabajábamos juntos. Nunca he tenido una discusión con un fotógrafo.
Sí; es algo que le resulta difícil al fotógrafo, porque tiene que dividir la
exposición. Por lo general, lo que se hace es que, si por ejemplo una persona sale de
una tienda oscura a la luz se expone con mucha suavidad para el exterior cuando sale.
Hay que exponer justo lo suficiente para que el público no se dé cuenta.
No se tenía tiempo para eso; lo único que se podía hacer era decir a un actor
dónde tenía que ir, y se le podía hablar durante la escena, lo que ayudaba mucho.
Ojalá pudiéramos ahora. A algunas de las mujeres les gustaba un poco de música;
creían que las ayudaba, y yo hacía que Danny Borzage tocase el acordeón bajito. En
aquella época lo hacía todo el mundo. Ahora parece fatuo, pero verdaderamente era
útil.
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El caballo de hierro
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SANGRE DE PISTA (1925)
Ah, estupendo. Era uno de los mejores actores de todos los tiempos. Tenía una
personalidad que se salía de la pantalla. No tenía nada que hacer en aquella
película… , pero tenía mucha presencia, igual que Barrymore, pero Walthall era
mucho mejor actor.
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TRES HOMBRES MALOS
Fue la primera película que hice en Jackson Hole. El guión lo escribimos juntos
Jack Stone y yo, y gran parte se basaba en cosas que habían pasado de verdad. El
malo, interpretado por Lou Tellegen, estaba tomado de un personaje de la realidad, de
un hombre que había sido un verdadero malvado. En la película había una carrera por
la tierra, y varios de los actores habían participado en ella —Duke Lee y varios de los
muchachos— cuando eran niños e iban con sus padres. Hablé del asunto con ellos.
Por ejemplo, lo de sacar a un niño de entre las ruedas de los carros fue algo que pasó
de verdad. Y también era verdad lo del periodista que iba con su prensa y que iba
imprimiendo las cosas según pasaban. Hicimos una carrera por la tierra de mil
diablos; pasaba en un llano y pegaban a los caballos —había centenares de
carromatos, entonces resultaba muy barato— a toda velocidad; una velocidad
endemoniada. Hicimos toda la secuencia en dos días. Metieron trozos en varias
películas más. Todavía los veo en la televisión constantemente.
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MADRE MÍA (1927)
Con ésa me divertí mucho, pero no eran cosas que eligiera uno, sino que se las
echaba y había que hacer lo mejor que se pudiera. En aquella época se metía uno en
la cama por lo noche y a la mañana siguiente te llamaban temprano y te encontrabas
con que estabas haciendo otra película. Preguntabas:
—¿Cómo se llama?
—No sabemos —contestaban—, pero tienes que estar aquí a las siete.
No sabías qué diablos estabas haciendo; nunca se tenía una semana de descanso
para preparar nada, y nunca sabías quién diablos iba a trabajar en la película —el
reparto lo escogían ellos—, pero de vez en cuando lograbas meter a tu propia gente
—como J. Farrell, McDonald— y se comían la película. Una mañana llegué al plató a
las siete; había un montón de actores que no conocía, y un tipo tenía una escena en la
que tenía que besar a una chica. Empezamos a rodarla y le dije al tío:
—Si tienes que besarla, lo que te digo es que la beses. Bésala en los labios,
abrázala.
Y el actor dijo:
—Pero, señor Ford, ¡en el argumento la chica es mi hija!
—¡Ah! —dije—. ¿Hay alguien por aquí que tenga el guión? Dejadme verlo…
A partir de entonces traté por lo general de leer los guiones.
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CUATRO HIJOS (1928)
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NAPOLEON'S BARBER (1928)
Porque me lo ordenaron. No eran más que tres rollos: un relato sobre Napoleón
que camino de Waterloo se paraba a que lo afeitaran. Naturalmente, no entraría en
una barbería, pero en esta película sí. Fue la primera vez que se rodó en exteriores
con un sistema de sonido directo. Decían que no podía hacerse, y yo pregunté:
—¿Por qué diablos no puede hacerse?
—Pues no se puede porque… —y me empezaron a hablar en términos muy
científicos, de modo que dije:
—Bueno, vamos a intentarlo —Teníamos que hacer que el coche de Josefina
pasara por un puente, y los del sonido dijeron:
—No puede ser; hace demasiado ruido.
Pero resultó perfecto, con los ruidos de los caballos y de las ruedas. Perfecto.
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SHARI LA HECHICERA (1929)
Bueno, es que nunca teníamos mucha gente, de modo que traté de hacerlo así para
dar la sensación de que había más.
Esa fue otra película que cambiaron cuando me fui. Entonces estaba Winfield
Sheehan de encargado de la producción, y dijo que no había bastantes escenas de
amor. Creía que Lumsden Haré era un gran actor británico —no lo era, pero había
impresionado a Sheehan— y contrató a Haré para que dirigiera una escena de amor
entre McLaglen y Myrna Loy. Y resultaron verdaderamente horribles, muy habladas,
sin tener nada que ver con el argumento, y lo jorobaron todo. Cuando lo vi me dieron
ganas de vomitar.
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EL TRIUNFO DE LA AUDACIA (1929)
El superintendente de Annapolis era de la misma isla del Maine que yo, Peaks
Island, y él y mi padre eran muy amigos, de modo que fuimos allí a rodar y nos
dejaron hacer todo lo que quisimos; nos lo dieron todo. Pusimos focos y
fotografiamos el Baile de Graduación; después del baile hicimos todos los primeros
planos. En la película trabajaban todas las hijas de los almirantes —ya se sabe, a diez
dólares diarios— y nos divertimos mucho.
Nos llevamos allá todo el equipo de fútbol de la Universidad de California del
Sur; trabajaban Ward Bond y John Wayne, ambos perfectamente adecuados para
todo, de manera que cuando necesitaba un par de muchachos que dijeran unas
palabras los escogía a ellos, y acabaron por tener papeles. Wayne trabajaba conmigo
en el verano: de obrero, de tercer o cuarto «atrezzista» —a todos nos gustaba— y
luego volvía a la universidad. Probablemente por eso lo elegía para hacer aquel papel,
porque lo conocía muy bien.
Y todavía me reía cuando me acordaba de la vez que se metió en aquella escena
para barrer las hojas.
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TRAGEDIA SUBMARINA (1930)
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EL INTRÉPIDO (1930)
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RIO ARRIBA (1930)
Sheehan quería hacer una gran película acerca de una fuga de la cárcel, así que
hizo que una mujer escribiera el argumento, y fue una porquería. Luego se marchó
algún tiempo, y cada día Bill Colliér, que era un gran cómico de carácter, y yo
volvíamos a escribir el guión. Tenía tantas posibilidades humorísticas que al final
resultó una comedia que trataba de todas las cosas que pasan en una cárcel; hacíamos
que jugaran al béisbol contra Sing-Sing, y dos tipos se metían clandestinamente en la
cárcel para llegar a tiempo al gran partido. La hicimos en dos semanas; era la primera
película de Tracy y Bogart, y estuvieron estupendos; entraron inmediatamente como
superclases. Sheehan se negó a ir al estreno, pero justo en aquellos días habían venido
todos los exhibidores a celebrar una reunión; fueron a verla y se murieron de risa.
Uno de ellos se cayó del asiento desmayado y tuvieron que reanimarlo. Era una
película muy divertida para aquella época. Tuve que rehuir mucho tiempo a la mujer
que había escrito el guión original, pero a ella la contrataron en otro estudio gracias al
éxito de Río arriba, y la pagaron el triple por cada guión. Trataron de hacer una
segunda versión unos años después. Bien…
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MAR DE FONDO (1931)
Era una película de guerra sobre un barco Q[5] y tenía cosas buenas, pero en el
último minuto el jefe del estudio puso de protagonista a una chica que nunca había
trabajado en el cine porque creía que sabía unas palabras de alemán (y no las sabía).
Me acuerdo de que teníamos una escena en la que el submarino alemán se pone al
lado de otro para aprovisionarse, y de pronto aparece en el puente la chica ésta,
masticando ¡chicle! Delantito de la cámara. Tuvimos entonces que molestarnos en
volver a rodarlo todo. Sencillamente, no sabía trabajar. Pero hicimos el
aprovisionamiento en alta mar. Aquello salió bien, igual que las escenas de batallas,
pero el argumento era malo. Hubo que trabajar mucho, y con aquella chica no se
podía hacer nada. Después la cortaron muchísimo.
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EL HUERFANITO (1931)
Fue una de aquellas cosas del diablo que le daban a uno, pero hicimos una pelea
con dos mujeres que se convirtió en una pelea de verdad, porque se odiaban a muerte,
¡y se dieron una! Iba a separarlas y luego pensé: «Al diablo con ello, que se peguen;
no va a pasarles nada.» Se tiraron del pelo y se dieron de golpes, sin nada falso. Muy
divertido.
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DR. BULL (1933)
Hombre, para Will Rogers no había quien escribiera, de modo que le decía:
—El guión es éste, pero no se te parece; las palabras en tu boca resultarían falsas.
Basta con que aprendas el sentido en general y lo digas con tus propias palabras.
Algunas veces decía lo que venía en el guión, pero la mayor parte de las veces
inventaba; se paraba y dejaba que la gente se diera cuenta de dónde tenía que entrar y
luego seguía; no escribía lo que iba a decir, pero trabajaba en ello antes; luego se
ponía delante de la cámara y daba el sentido de la escena con su propio estilo
inimitable. Dr. Bull era una historia triste, pero Will logró meter mucho humor, y se
convirtió en una película estupenda. Era una de las favoritas de Will. Hicimos tres
películas juntos y siempre era muy divertido trabajar con Will. Judge Priest también
salió muy bien, muy divertida; Steamboat Round the Bend debería haber sido una
película estupenda, pero entonces se cambió de estudio y vino un jefe nuevo que
quería lucirse, de manera que volvió a cortar la película y quitó todo lo cómico.
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LA PATRULLA PERDIDA (1934)
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pasearse y a estrechar manos, haciéndose el importante—. Me siento estupendo —
dice— con esto de salir de la ciudad, ¿sabes?
Media hora después quería hablar con él y pregunté:
—¿Dónde está el señor Tal y Cual? —se me quedaron mirando—. Sí, ¿dónde
está?
Lo sentimos —me dijeron—; acaban de llevárselo al hospital con insolación.
Fui la hospital de Yuma a verlo. Dios mío, era el tío más enfermo que he visto en
mi vida. Estaba allí acostado, todo pálido, con los ojos hundidos, y quería más
médicos y más enfermeras. Tuvo que quedarse allí cuatro días.
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PAZ EN LA TIERRA (1934)
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EL DELATOR (1935)
Yo diría que no. Creo que le falta sentido del humor, que es mi fuerte. Pero se
hizo en circunstancias muy extrañas. El jefe de la RKO era Joe Kennedy, que quería
que me fuera con ellos.
—¿Podéis buscar algo para que lo haga Jack? —pregunta.
Tenían muchas películas del Oeste, y dije:
—Estoy cansado de eso, pero aquí tengo un argumento escrito por mi primo Liam
O'Flaherty, titulado El delator, y creo que sería una gran película.
Y entonces un tipo —no voy a mencionar nombres, pero se trata de gente famosa
— va a murmurar con Joe:
—Ford tiene una cosa de tres al cuarto; una cosa sobre una guerra irlandesa que
nadie sabe ni que existiera. No quiere hacer una película del Oeste.
Y Joe dice:
—¿Un argumento irlandés? Probablemente será bueno. ¿Por qué no le dejáis que
lo haga? ¿Costará mucho?
—No —dije—, es un argumento baratito.
Entonces él les dice a los otros tipos:
—Bueno, que la haga, y entretanto podéis encontrarle una del Oeste.
Por entonces empezaban a entrar los productores, y le pasaron el argumento a
otro nombre de fama, que no quiso saber nada del asunto; fueron a cuatro productores
más y por fin escogieron al mismo tío que tuvimos en La patrulla perdida. Le dije:
—Vas a producir esto.
—Hombre, ¿y de qué trata?
—Léelo —le dije.
—Oh —dice—, nunca leo libros. No tengo tiempo.
—¿Qué es eso de que no tienes tiempo? ¿Qué haces por las tardes? Vete a un bar,
siéntate en una esquina, abre el libro y léelo.
Pero no lo leyó nunca.
En el estudio estaban muy enfadados con todo el asunto, y cuando llevábamos
una semana trabajando, Joe Kennedy vendió la compañía y se paró la película. Luego
consideraron: «Bueno, tenemos mucho dinero metido ya y no está costando
demasiado» (costó poco más de 200.000 dólares y la hicimos en menos de tres
semanas); «además, tenemos contratada a esta gente», de manera que por fin
decidieron que continuásemos. Pero no me dejaron trabajar en los estudios. Me
mandaron a un plató que se caía de viejo en la acera de en frente, lo cual era
estupendo, porque podía trabajar solo y no me molestaban. Pero no quisieron
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construirnos decorados de verdad; la ciudad de Dublín no era más que lona pintada.
Seguimos adelante con la película, y cuando la pusieron en Nueva York, los
críticos la elogiaron mucho. Ahora, de repente, todos aquellos productores volvían
para que apareciera su nombre en «producida por». Pero ya estaban hechas las copias,
así que salió sin su nombre, y estaban furiosos. Yo mismo estaba enfadado con todo
el asunto.
Pero me divertí haciéndola. Estábamos viendo el copión y le pregunté al
productor:
—¿Has visto cuando le pegaban el tiro a Wall Ford y se caía por la ventana?
—Oh, sí —dijo.
—¿Oíste el ruido que hacían las uñas en el alféizar al caerse?
—Oh, sí —dice—, pero eso lo podemos quitar de la banda sonora.
—Dios mío —dije—, ¡podemos quitarlo de la banda sonora!
Por entonces estaba aprendiendo él todos los términos; y ahí teníamos ese efecto
tan dramático del tío al que acaban de pegar un tiro, que araña el alféizar con las
uñas, y el tío dice «podemos quitarlo de la banda sonora».
Sí, todo aquello fue una improvisación que montamos directamente en el plató.
Le decía:
—Víctor, interrumpe; di: «Eso es mentira, eso es mentira»; ya sabes, interrumpe
siempre que quieras. No te puedo dar frases del guión, pero no tienes más que darte
cuenta de que te han cogido y tratar de escabullirte a base de mentiras.
Preston Foster es muy buen actor y le decía:
—Ayuda a Víctor todo lo que puedas; mete unas cuantas morcillas, provócale,
interrúmpele a él —y salió muy bien.
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El delator
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THE PLOUGH AND THE STARS (1937)
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WEE WILLIE WINKIE (1937)
En aquel guión no había nada para McLaglen, pero los del estudio me
preguntaron:
—¿Puedes utilizarlo, ponerlo de sargento o lo que sea?
— ¡Estupendo! —dije.
A él le encantaba Shirley [Temple], y Shirley lo quería mucho a él, y rápidamente
se convirtió en un gran papel. Pero según lo poco que estaba en el guión, tenían que
matarlo. Es mala técnica eso de matar a un personaje muy simpático en medio de la
película, pero era lo que exigía el argumento, y no había medio de seguir adelante.
Un día estaba muy nublado —había llovido—, pero con nubes bonitas, de esas que
tienen un poco de luz. Normalmente habríamos cerrado, pero yo llevaba un
estupendo cámara, Artie Miller, y dije:
—Tenemos que hacer algo con este tiempo, con estas nubes. Tenemos aquí a todo
el mundo; ¡vamos a enterrar a Víctor!
Y Artie dijo:
—Es una idea estupenda. Vamos a abrir un poco el diafragma; nos dará un buen
efecto.
Y así hicimos el funeral.
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HURACÁN SOBRE LA ISLA (1937)
Tiene gracia. Sam Goldwyn nunca molestó a nadie. De hecho, visitaba el plató
muy poco. Pero cuando le enseñaron Huracán sobre la isla dijo:
—No está lo bastante personalizada —expresión que no comprendí muy bien,
pero cuando llegué a entenderla estuve de acuerdo con él. Lo que ocurría era que nos
habíamos quedado sin tiempo y sin dinero, y me había limitado a poner lo que venía
en el guión. De manera que cuando dijo eso volví a trabajar cinco o seis días y puse
algunos primeros planos más.
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FOUR MEN AND A PRAYER (1938)
Parecía que tenía usted una actitud irónica en torno a toda la cuestión de
la impasibilidad británica en Four Men and a Prayer.
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SUBMARINE PATROL (1938)
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LA DILIGENCIA (1939)
Todavía me gusta esa película. En realidad era Boule-de-suif, y creo que de ahí
sacó la idea el escritor Ernie Haycox, y la convirtió en una historia del Oeste y le
puso «Diligencia para Lordsburg».
Había oído hablar de él. Había pasado una vez por allí, cuando pasaba en coche
por Arizona, camino de Santa Fe, Nuevo México.
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La diligencia
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YOUNG MR. LINCOLN (1939)
Todo el mundo sabe que Lincoln fue un gran hombre, pero en la película se
trataba de dar la sensación de que incluso de joven se podía apreciar que en este
hombre había algo grande.
Yo había leído mucho sobre Lincoln, y traté de meter también algo cómico, pero
todo lo que salía en la película era verdad. Lámar Trotti era un buen escritor y la
escribimos juntos.
Cortaron algunos trozos bonitos. Por ejemplo, yo tenía una escena preciosa en la
que Lincoln entraba en la ciudad a lomos de una mula, pasaba junto a un teatro y se
paraba a ver lo que ponían, y era la familia Booth que hacía Hamlet; habíamos puesto
un cartel de tipo antiguo. Allí estaba el pobre abogado rural desgalichado deseando
tener suficiente dinero para ir a ver Hamlet, cuando un muchacho muy guapo de pelo
ngero —se daba uno cuenta de que era de la familia Booth—, un chaval fresco y
«snob», vestido con un traje estupendo, pasaba por la plataforma y miraba a Lincoln.
Se quedaba mirando a este tipo curioso e incongruente vestido de chistera y montado
en mula y se daba uno cuenta de que había una relación entre ellos. Lo cortaron y fue
una pena.
También fue una de esas cosas que tuvimos que improvisar sobre la marcha.
Había una tormenta de verdad, y dije:
—Vamos a hacer que se aleje y luego haremos un fundido con la estatua del
Monumento a Lincoln.
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CORAZONES INDOMABLES (1939)
En realidad no hay mucha diferencia. Para el fotógrafo es mucho más fácil que
trabajar en blanco y negro; es facilísimo de trabajar si se tiene un poco de ojo para el
color o la composición. Pero el blanco y negro es muy duro: hay que saber lo que se
hace y tener mucho cuidado de poner bien las sombras y sacar bien la perspectiva. En
el color, las cosas están ahí, pero puede salir todo al revés y fastidiar la foto. Hay
algunas películas, como El hombre tranquilo, que exigen color, no colorines, sino un
color blanco y neblinoso. Pero para una buena historia dramática prefiero, con mucho
trabajar, en blanco y negro; probablemente pensará usted que estoy anticuado, pero
para mí, el blanco y negro es la fotografía de verdad.
Ya sabemos que las comparaciones son odiosas, pero Gregg Toland y Joe August
eran unos fotógrafos verdaderamente estupendos, igual que Artie Miller. Creo que
esos tres son los mejores de todos los fotógrafos con que he trabajado.
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THE GRAPES OF WRATH (1940)
Me gustó y nada más. Había leído la novela —que era buena— y Darryl Zanuck
tenía un buen guión basado en ella. Me atraía todo: que tratase de gente sencilla y que
la historia se pareciera al hambre de Irlanda, cuando echaron a la gente de las tierras y
los dejaron vagabundear por los caminos para que se muriesen de hambre. Quizá
tuviera que ver con eso —parte de mi tradición irlandesa—, pero me gustaba la idea
de esa familia que se marchaba, y trataba de encontrar un camino en el mundo. Sigue
siendo una buena película. Hace poco vi un pedazo en la televisión.
Gregg Toland trabajó estupendamente en la fotografía, cuando no había nada,
pero que nada que fotografiar, ni una sola cosa bonita, siquiera una buena fotografía.
Le dije:
—Parte se quedará negra, pero vamos a fotografiar. Vamos a correr un riesgo y
hacer algo que resulte distinto —salió bien.
Era el final lógico, pero queríamos ver qué diablos pasaba con la madre, el padre
y la chica; la madre tenía un pequeño soliloquio que estaba bien.
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HOMBRES INTRÉPIDOS (1940)
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—¿Te gustó? —le pregunté.
—Me estoy muriendo —dijo—. Yo no puedo vivir con cosas así.
—Bueno, es una pena, lo siento, pero viajáis en primera; es lo que dice el
sindicato.
Al día siguiente, después de cenar salía subrepticiamente de mi camarote y allí
estaba él esperando.
—Hola —dice—, ¿dónde va?
—¿No vas a cenar? —le pregunté.
—Sí, voy a seguirle a usted.
—De acuerdo —dije—, sígueme.
Entonces bajé al comedor de la tripulación, donde había bistec, patatas fritas y
todo lo demás. Al día siguiente fuimos al comedor de suboficiales, que era todavía
mejor. Poco a poco se enteró todo el equipo de rodaje y todos se iban a comer al
comedor de la tripulación, donde el Gobierno proporciona bistecs, asados, chuletas,
huevos con bacón por la mañana. Los pobres oficiales…, claro que todos ellos viven
para la noche que les toca bajar a inspeccionar el comedor de la tripulación y disfrutar
de una buena comida.
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TOBACCO ROAD (1941)
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SEX HYGIENE (1941)
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QUE VERDE ERA MI VALLE (1941)
¿Fue Qué verde era mi valle la primera vez que volvió usted a poner los
personajes al final, igual que hizo usted más adelante en Cuna de héroes y El
hombre tranquilo?
Bueno, soy el menor de trece hermanos, así que supongo que me pasaban las
mismas cosas; yo en la mesa siempre me portaba como un niño fresco.
El guión lo escribió Phil Dune y nos ajustamos bastante a él. Quizá añadiéramos
algo, pero para eso está el director. No puede uno limitarse a hacer que la gente se
ponga de pie, diga lo que le toca y se vuelva a sentar. Tiene que haber algo de
movimiento, algo de acción, cosillas que animen y cosas así.
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THE BATTLE OF MIDWAY (1942)
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THEY WERE EXPENDABLE (1945)
Lo que yo quería era hacer exactamente lo que había ocurrido. Resultaba raro
hacer esta película sobre Johnny Buckley, a quien conocía tanto. Fue la persona más
condecorada en la guerra, una persona maravillosa. Fue el tío de Guantánamo que
volvió a instalar rápidamente el sistema de agua cuando Castro cortó las tuberías.
Éramos muy amigos, y durante la guerra trabajé mucho con él en el TOO, el Teatro
Oriental de Operaciones. Mi distrito estaba cerca de Bayeux, prácticamente en la
Costa, y tenía una población bastante densa de SS y Gestapo. De forma que en lugar
de lanzar un agente tomamos una lancha torpedera, que siempre mandaba Johnny; se
negaba a dejarme subir si no era él quien mandaba la lancha. Solíamos pasar en todas
direcciones —podíamos incluso meternos si las señales eran favorables—, porque la
Resistencia nos había dicho que a los alemanes nunca se les había ocurrido vigilar
aquella salida. Entrábamos con un solo motor, dejábamos a un agente o recogíamos
información y desaparecíamos.
Bueno, creo que se trata de una coincidencia, aunque es una cosa maravillosa
pensarlo. Quiero decir que no se trata de algo que haya hecho conscientemente, quizá
fuera subconsciente. Pero no fui yo quien escribió los argumentos.
Toda guerra en la que participara yo, siempre la ganamos. Pero me gusta eso. Lo
que desprecio son los finales felices, con un beso al final; nunca los he hecho. Claro
que fueron gloriosos en la derrota en Filipinas: siguieron luchando.
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PASIÓN DE LOS FUERTES (1946)
Yo conocí a Wyatt Earp. En los primeros días del cine mudo venía un par de
veces al año a visitar amigos, vaqueros que había conocido en Tombstone, de los
cuales había muchos en mi compañía. Creo que yo era ayudante de «atrezzista»
entonces y le daba una silla y una taza de café y él me contaba el combate del Corral
O. K. Así que en Pasión de los fuertes hicimos exactamente lo que había ocurrido.
No se limitaron a recorrer la calle y liarse a tiros; se trató de una hábil maniobra
militar.
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EL FUGITIVO (1947)
Salió tal como yo quería, por eso es una de mis películas favoritas; para mí
resultó perfecta. No fue popular. Los críticos la atacaron, y es evidente que no atraía
al público, pero yo me sentí muy orgulloso de mi obra. Tiene cosas que he visto
repetidas un millón de veces en otras películas y en televisión, de manera que por lo
menos tuvo ese efecto. Tenía un montón de fotografía estupenda, con las sombras del
blanco y negro. Teníamos a un buen fotógrafo, Gabriel Figueroa; esperábamos a que
hubiera luz, en vez de lo que hacen ahora, que se rueda cualquiera sea la luz.
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FORT APACHE (1948)
Siempre son bailes populares y son parte del argumento. Me gustan los bailes
populares, son muy divertidos y los vaqueros los hacen muy bien. Allá en Arizona los
mormones hacen la square dance maravillosamente, de manera que no teníamos más
que montar una, se metían en ella y lo hacían estupendamente. En cambio, la «Gran
marcha» de Fort Apache es típica de la época, un ritual, aparte de su tradición. Traté
de hacer que fuese como en la realidad.
¿Cree usted que en Fort Apache tenían razón los soldados al obedecer a
Fonda, aunque era evidente que estaba equivocado y que murieron por culpa
de su error?
Sí, porque era el Coronel, y lo que él dice tiene que hacerse, tanto si tiene razón
como si no; sigue siendo lo que vale. Hoy día es probable que en Vietnam haya
muchos tíos que no están de acuerdo con su jefe, pero siguen haciendo lo que les
manda.
Sí, porque creo que es bueno para el país. Hemos tenido a mucha gente que se
decía eran grandes héroes, y se sabe perfectamente que no lo fueron. Pero al país le
conviene tener héroes que admirar. Como Custer, un gran héroe. Pues no lo fue. No
es que fuera un estúpido, pero aquel día actuó estúpidamente. O Pat Garrett, que es
un gran héroe del Oeste. No fue nada de eso; decían que había matado a Billy el
Niño, pero de hecho lo hizo uno de su expedición. Por otra parte, supongo que la
leyenda siempre ha tenido algún fundamento.
¿Se tenía la intención de que cuando dicen en Fort apache: «Ya no veo
nada, no veo más que las banderas», fuese simbólico?
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Fort Apache
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LA LEGIÓN INVENCIBLE (1949)
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BILL, QUE GRANDE ERES (1950)
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WAGON MASTER (1950)
Yo escribí el argumento. Creo que, junto con El fugitivo y The Sun Shines Bright,
Wagon Master es lo que más se acerca a lo que yo quería lograr.
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THIS IS KOREA (1951)
El documental que hizo usted sobre la guerra de Corea era muy sombrío,
especialmente en comparación con Midway o They Were Expendable.
Bueno, es que así eran las cosas. Fue una lástima que no pudiéramos fotografiar
las cargas de los chinos por la noche. Pero aquello no tenía nada de glorioso. No fue
la última de las guerras caballerescas.
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EL HOMBRE TRANQUILO (1952)
Preparamos mucho el guión, fuimos trazando la historia con mucho cuidado, pero
de modo que si se presentaba una oportunidad de hacer comedia, pudiéramos meterla,
como cuando Barry Fitzgerald les lleva la cuna al dormitorio la mañana después de la
noche de bodas y ve la cama rota Eso era aprovechar la situación. Sabe usted, nadie
ha oído nunca lo que dice cuando entra, de altas que son las risas. Hay centenares de
personas que me han preguntado lo que dice. Nunca puedo imaginármelo
[Homérico… impetuoso]. Pero son condiciones que siguen existiendo en Connemera
—de donde procedía mi familia—: en principio la mujer lleva al marido una dote de
unas libras o algo; es una buena cosa.
Sí, bueno, ¿a quién se lo iba a dar en todo caso? Al cura párroco, no; ése tiene
más dinero que el alcalde de Dublín.
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THE SUN SHINES BRIGHT (1953)
Parece que The Sun Shines Bright, igual que Wagon Master, es una
película que hizo usted para sí mismo.
Es verdad. Sabía que no iban a ser exitazos. Las hice para divertirme. Y no
hicieron daño a nadie; no sacaron nada de dinero, pero siempre resultaron
amortizables. The Sun Shines Bright es mi película favorita; me encanta.
Y es real, es algo que ocurrió. Irvin Cobb sacaba de la vida real todo lo que
escribía, y es el mejor de sus argumentos sobre el juez Priest.
¿Se hace cada vez más difícil hacer una película para uno mismo, como
ésta?
Oh, ya es imposible, ya no se puede. Hay que seguir toda una serie de órdenes y
nunca se sabe ya quién lee los guiones. No se puede conseguir el visto bueno de un
guión en Hollywood; tiene que volver a Nueva York y pasar por un director gerente y
un consejo de administración y los banqueros y todo el mundo. Lo que yo hacía era
tratar de hacer una película grande, un exitazo, y luego podía sacarles algo. Ya no se
puede hacer eso.
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CUNA DE HÉROES (1955)
Me reventó. Nunca se ha visto que un pintor use una composición así, ni siquiera
en los grandes murales, que siguen sin ser este enorme campo de tenis. Tiene uno que
andar mirando a todas partes y resulta muy difícil sacar un primer plano.
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ESCALA EN HAWAI (1955)
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CENTAUROS DEL DESIERTO (1956)
Mmhmmm.
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ESCRITO BAJO EL SOL (1957)
¿Cómo lo llama usted… «la gloria en la derrota». Bueno. Vale. Aquella película
me gustó mucho. Y Tracy era un tío maravilloso para trabajar con él.
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MISIÓN DE AUDACES (1959)
Creo que llegué a verla. Pero muchas cosas de la película pasaron de verdad,
como lo de los niños de la academia militar que marcharon contra los soldados de la
Unión. Eso pasó varias veces.
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EL SARGENTO NEGRO (1960)
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DOS CABALGAN JUNTOS (1961)
No me gustaba el argumento, pero la hice como favor a Harry Cohn, que se había
encontrado obligado a hacerla y me dijo:
—¿Quieres hacerla por mí?
—¡Dios mío, es un guión horroroso! —contesté.
—Ya lo sé, pero estamos obligados a hacerla… Y tenemos contratados a
Widmark y Stewart.
—De acuerdo, haré la película —dije.
Y no me divertí. Sencillamente traté de que el personaje de Stewart fuera lo más
humorístico posible.
¿Cuando es posible, le gusta hacer toda una escena en un sólo ángulo, sin
cortar, como hizo en la escena junto al río, entre Stewart y Widmark?
Bueno, queda mejor si se puede hacer, si se acerca uno lo bastante para que el
público pueda ver las caras con claridad. Algunos directores siguen normas fijas,
dicen que siempre se ha de tener un primer plano. Pero tenemos que trabajar con la
pantalla grande: en lugar de poner un montón de caras picadas de viruela, una
cabezota horrible, un ojo, que son cosas que no me gustan, si puedo poner una escena
en un plano medio en que se pueden ver bastante bien las dos caras, pues eso es lo
que prefiero. Se ve a la gente, y no sólo las caras. Claro que hoy día en el cine ni
siquiera se tiene la posibilidad de mirar a nadie a la cara. El otro día vi una película
en que trabajaba Sofía Loren; bueno, es una mujer muy agradable, pero siempre
estaba tapada por alguien o sólo le salía la cara un momento. Era la protagonista y la
cámara estaba siempre lejos, y nunca se veía bien a Sofía. Es la nueva dirección. Es
divertido cómo salen esos chavales de Nueva York, los directores de teatro, y lo
primero que hacen cuando vienen aquí es olvidarse del argumento, olvidarse de la
gente, olvidarse de los personajes, olvidarse del diálogo y concentrarse en este
juguete nuevo y maravilloso que es la cámara.
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forma que no hacen más que recitar su diálogo. Pero si se sacan las cosas en la
primera o la segunda toma, hay una chispa, una cierta inseguridad; no están seguros
de lo que tienen que decir, y eso le da a uno una sensación de nervios y de suspense.
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EL HOMBRE QUE MATO A LIBERTY VALANCE
(1962)
Bueno, de hecho el protagonista era Wayne; Jimmy Stewart tenía más escenas,
pero Wayne era el personaje central, el motivo de todo. No sé…, me gustaban los
dos. Creo que los dos eran buenos personajes, y me gustaba el argumento, y nada
más. Yo soy un director duro; me dan un guión; si me gusta, lo hago. O si digo: «Ah,
esto está bien», lo hago. Si no me gusta, lo rechazo.
Pero al final de la película parecía bastante claro que Vera Miles seguía
enamorada de Wayne.
Su imagen del Oeste se ha ido haciendo cada vez más triste, como, por
ejemplo, la diferencia de humor entre Wagon Master y Liberty Valance.
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Stewart - Ford - Wayne
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LA TABERNA DEL IRLANDÉS (1963)
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La taberna de irlandés
Hacía mucho tiempo que quería hacerla. He matado más indios que Custer,
Beecher y Chivington juntos, y la gente en Europa siempre quiere saber cosas de los
indios. Todas las historias tienen dos aspectos, pero por una vez quería enseñar su
punto de vista. Seamos justos: los hemos tratado muy mal, y es una mancha en
nuestro historial; hemos engañado, robado, matado, asesinado, hecho matanzas y
todo, pero si ellos matan a un solo hombre blanco, por Dios que sale el Ejército.
Sí.
No, me pareció que la música era mala y que había demasiada, que no era
necesaria.
¿Se proponía usted que la secuencia de Dodge City fuera una especie de
descanso, además de un comentario satírico sobre «la batalla de Dodge
City»?
Sí.
Supongo que sí, no lo sé, porque nunca la vi. Cuando me fui estaba muy bien
montada. Creo que era una buena película. Y para mí fue un buen cambio hacer algo
tan distinto como una película que sólo trataba de mujeres. Aquí no tuvo mucho
éxito, pero en Europa fue una sensación. Creo que era una película fabulosa.
¿Cuánto tiempo le llevó, desde que empezó a hacer películas, creer que
estaba haciendo algo importante?
LA CARRERA DE FORD
FILMOGRAFIA
John Ford nació con el nombre de Sean Aloysius O'Feeney (forma inglesa de
escribir O'Fearna) el 1 de febrero de 1895 en Cape Elizabeth (Maine); fue el hijo
número trece (y último) de Sean O'Feeney y Barbara Curran, que habían emigrado a
los Estados Unidos desde Galway (Irlanda). Cuando todavía era muy pequeño, la
familia se mudó a Portland (Maine), donde su padre tenía una taberna. Los veranos
los pasaban en la isla de Peak. Cuando se hizo mayor jugaba mucho al "béisbol de
verano". Su padre lo llevó varias veces a Irlanda. "Una vez vino una hermana con
nosotros", cuenta. "Era un viaje muy fácil desde Portland. Cogíamos el barco allí y
desembarcábamos en Galway, y de allí sólo había unas millas a donde vivía mi
familia." En la casa se hablaba en gaélico, y así lo aprendió él. "Ya se me ha olvidado
todo."
Tras graduarse en la Escuela de Enseñanza Media de Portland, se fue
directamente a Hollywood a buscar trabajo con su hermano mayor (trece años más),
Francis, que había tomado el nombre de Ford y era director, guionista y actor bajo
contrato en los Estudios Universal. Jack Ford (que así se llamaba entonces) figura en
un número de 1916 de la guía de estudios Motion Picture News como ayudante de
dirección, pero él dice que su carrera en la pantalla empezó de obrero y luego de
tercer ayudante de "atrezzista".
1920 THE GIRL IN N.° 29 ("La joven del cuarto 29") (Universal-Special)
R.: Jack Ford. Se: Philip J. Hurn, from N. "The Girl in the Mirror", de Elizabeth
Jordán. Ph.: John W. Brown. Cinco rollos. Estreno: 3 de abril. Int.: Frank Mayo
(Laurie Devon), Harry Hilliard (Rodney Bangs), Claire Anderson (Doris Williams),
Elinor Fair (Barbara Devon), Bull Montana (Abdullah el estrangula-dor), Ray Ripley
(Ransome Shaw), Robert Bolder (Jacob Epstein).
Devon ha escrito una obra de gran éxito, pero parece como si no pudiera trabajar
más. Un día ve por la ventana que una chica en el apartamento de en frente se lleva
un revólver a la cabeza y llega a ella justo a tiempo de salvarla. Cuando alguien la
secuestra y se la lleva a una mansión de Long Island, Devon se lanza tras ella y la
rescata, matando a uno de los criminales. Cuando relata la aventura a sus amigos
entra en la habitación el hombre a quien había pegado un tiro: todo era una historia
montada por la hermana y los amigos de Devon. Este, por fin, tiene un tema, y la
nueva obra es un éxito.
Este argumento tiene un extraño parecido con el de Manhattan Madness (1916)
de Alian Dwan, en el que a su vez se inspiraron la famosa novela y obra teatral
Seven Keys to Baldpate adaptaciones cinematográficas en 1917, 1925, 1930, 1935 y
1947).
1941. HOW GREEN WAS MY VALLEY ("Qué verde era mi valle") (20th
Century-Fox)
R.: John Ford. Prod.: Darryl F. Zanuck. Se: Philip Dunne, from R. de Richard
Llewellyn. Ph.: Arthur Miller. Dirección artística: Richard Day, Nathañ Juran. Dea:
1950. WHEN WILLIE COMES MARCHING ("Bill, qué grande eres") (20th
Century-Fox)
R.: John Ford. Prod.: Fred Kohlmar. Se: Mary Loos, Richard Sale, from N.
"When Bill Comes Marching Home", de Sy Gomberg. Ph.: Leo Tover. Dirección
artística: Lyle R. Wheeler, Chester Gore. Dec: Thomas Little, Bruce McDonlad.
Mus.: Alfred Newman. Mont.: James B. Clark. Ass. R.: Wingat Smith. 82 mn.
Estreno: febrero. Int.: Dan Dailey (Bill Kluggsj, Corinne Calvet (Yvonne), Colleen
Townsend (Marge Fettles), William Demarest (Hermán Kluggs), Jame Lydon
(Charles Fettles), Lloyd Corrigan (alcalde Adams), Evelyn (Gertrude Klugs), Kenny
Williams (músico), Lee Clark (músico), Charles Halton (Sr. Fettles), Mae Marsh (Sra.
Fettles), Jack Pennick (sargento instructor), Mickey Simpson (P. M. Kerrigan), Frank
Pershing (comandante Bickford), Don Summers (P. M. Sherve), Gil Hermán (capitán
de corbeta Crown), Peter Ortiz (Pierre), Luis Alberni (barman), John Shulick (piloto),
Clarke Gordon, Robin Hughes (oficiales de Infantería de Marina), Cecil Weston (Sra.
Barnes), Harry Tenbrook (Joe, el taxista), Russ Clark (sargento Wilson), George
Spaulding (juez Tate), James Eagle (periodista), Harry Strang (sargento), George
Magrill (suboficial mayor), Hank Worden (director de coro), John McKee (piloto),
Larry Keating (general G. Reeding), Dan Riss (general Adams), Robert Einer
(teniente Bagley), Russ Conway (comandante J. A. White), Whit Bissell (teniente
Handley). Ann Codee (profesora de francés), Ray Hyke (comandante Crawford),
Gene Collins (Andy), James Flacin (generai Brevort), David McMahon (coronel
Ainsley), Charles Trowbridge (generai Merrill), Kenneth Tobey (teniente K. Geiger),
comandante Sam Harris (paciente en el hospital), Alberto Morin, Louis Mercier
(combatientes de la Resistencia), Paul Harvey (oficial), James Waters, Ken Lynch.
El sargento Kluggs es el primero de su pueblo que se enrola en el Ejército en la
segunda guerra mundial, y lo destinan a su pueblo. Sus ruegos de que lo envíen a
ultramar no son oídos, hasta que por fin lo envían a una misión peligrosa y
ultrasecreta detrás de las líneas del enemigo en Francia. Cuando vuelve no ha pasado
más que un día o dos, y nadie cree que haya salido del pueblo. (De hecho, se trata de
cómo ve el Ejército un hombre de la Armada.)
1955. ROOKIE OF THE YEAR (Hal Roach Studios; episodio para la serie
de televisión Screen Directors Playhouse).
R.: Jhon Ford. 29 mn. Primera emisión: diciembre. Int.: Pat Wayne (Lyn
Goodhue), Vera Miles (Rose Goodhue), Ward Bond (Larry Goodhue, alias Buck
Garrison), James Gleason (Ed), Willis Bouchey (director de periódico), John Wayne
(Mike, un reportero).
El padre del mejor novato de la liga de béisbol también fue excelente en su primer
año de profesional y se ha convertido en un alcohólico; un reportero se niega a
escribir sobre el asunto y la cuestión no sale nunca a la luz.
1962. HOW THE WEST WAS WON ("La conquista del Oeste") (Cinerama-
Metro-Goldwyn-Mayer)
Co.-R.: John Ford (la Guerra de Secesión), George Marshall (el ferrocarril),
Henry Hathaway (los ríos, las llanuras, los bandidos). Prod.: Bernard Smith. Se:
James R. Webb, sobre una idea sugerida por una serie aparecida en la revista Life.
Dirección artística: George W. Davis, William Ferraro, Addison Hehr. Dec: Henry
Grace, Don Greenwood, Jr.; Jack Mills. Mus.: Alfred Newman, Ken Darby. Mont.:
Harold F. Kress. Narrador: Spencer Tracy. 162 mu. Estreno: noviembre. Para la
secuencia de Ford: Ph. (en color, Cinerama y Ultra Panavisión): Joseph La Shelle.
Ass. R.: Wingate Smith. Int.: John Wayne (general William T. Sherman), George
Peppard (Zeb Rawlings), Carroll Baker (Eve Prescott), Henry (Harry), Morgan
(general U. S. Grant), Andy Devine (cabo Peterson), Russ Tamblyn (desertor), Willis
Bouchey (cirujano), Claude Johnson (Jeremiah Rawlings).
La breve secuencia de Ford —único aspecto brillante de una película que por lo
demás es aburrida (la primera vez que utilizó el Cinerama)— trata de la batalla de
Shiloh, que quizá fuera el choque más sangriento de la Guerra de Secesión, y de los
trágicos regresos a casa después de ella.
Films in Review, en el número de marzo de 1963, "The Films of John Ford" [Las
películas de John Ford], filmografía; en el número de junio-julio 1964 "Ford on Ford"
[Ford habla de Ford], informe de un simposio en la Universidad de California "en
Los Angeles.
Gassner, John y Dudley Nichols (compiladores), Twenty Best Film Plays (Crown,
1943), guiones completos de La diligencia, The Grapes of Wrath y Qué verde era mi
valle.
Miller, Arthur y Fred J. Balshofer, en One Reel a Week [Un rollo por semana],
(University of California Press, 1967). Varios capítulos sobre lo que es trabajar con
Ford.
Présence du Cinema, en John Ford Issue (núm. 21, 1965), filmografía y cuatro
artículos.
Wooten, William Patrick, An Index to the Films of John Ford (Sight and Sound
Supplement, Index Serie, núm. 13, 1948).
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