Hora Santa - Porlosdifuntos

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Hora Santa

“Por nuestros Difuntos”


Parroquia de “Santo Domingo de Guzmán”
Huehuetlán “El Grande” Puebla, Pue.
27 de octubre de 2022

Se entona un canto y se hace la exposición del Santísimo Sacramento de


forma habitual.

Guía: ORACIÓN:
¡Oh Señor nuestro Sacramentado! Míranos aquí en tu adorable presencia. Venimos
a bendecirte y alabarte en unión de los ángeles que invisiblemente rodean esa
hostia divina. Venimos a consagrarte esta Hora Santa, gozándonos de estar aquí,
en tu acatamiento, a gustar de tú compañía y a conversar contigo, que tienes
palabras de vida eterna. Señor Jesús queremos velar contigo, queremos estar junto
a ti. Quisa no se nos ocurran muchas cosas, pero queremos estar, queremos
sentir tu amor, como cuando nos acercamos a una hoguera, queremos amarte,
queremos aprender a amar. Lo importante es estar abiertos a tu presencia. *
agradecer, alabar, suplicar. Danos Señor, la oportunidad de gustar de los beneficios
que nos traes, déjanos estar contigo.
Durante este momento de oración, queremos pedirte por el eterno descanso de
todos nuestros amigos y familiares, pues confiamos que gozan ya de tu presencia.

Se entona el canto “Yo no soy nada”


Yo no soy nada y del polvo nací,
pero tú me amas y moriste por mí.
Ante la cruz, sólo puedo exclamar:
/tuyo soy /2

Toma mis manos, te pido,


toma mis labios, te amo,
toma mi vida, !Oh! Padre,
/tuyo soy /2

Cuando de rodillas te miro, Jesús,


veo tu grandeza y mi pequeñez.

¿Qué puedo darte yo?, sólo mi ser,


/tuyo soy /2
Toma mis manos, te pido,
toma mis labios, te amo,
toma mi vida, !Oh! Padre,
/tuyo soy /2

Guía: La oración por las Benditas almas del Purgatorio es el más maravilloso acto
de amor que un alma puede dar. Orar por ellas es una demostración de fe en el
Reino prometido por Jesús, es una prueba de amor por aquellos que más lo
necesitan ya que nada pueden hacer por cuenta propia para acortar sus penas, y
es un gesto de unión en la Comunión de los santos, de la iglesia peregrina en la
tierra, con la iglesia purgante que está camino a la Iglesia Glorificada, la de los
santos que están en el Cielo
Oración
Oh Jesús, amado Redentor mío, yo sé y confieso que, al tiempo que tú estás
presente delante de mí en este adorable Sacramento del Altar tras los velos
eucarísticos en pasmoso silencio y humildad, juzgas el mundo entero con justicia,
exactitud y minucia no menos pasmosas, y sentencias a las almas que a cada
instante van presentándose ante tu tribunal. Mientras aquí en el Sagrario tu santidad
infinita me admite con mi alma fría, defectuosa y manchada de pecados, allí tu
misma santidad aparta de sí toda alma en la que percibe la menor sombra de culpa.
Mientras aquí tu justicia soporta con asombrosa paciencia irreverencias, ofensas y
sacrilegios, en aquel tribunal ella reclama todos sus derechos, y a cuantas almas
conservan la más pequeña deuda o exhiben la menor mancilla de culpa, las manda
a pagar en los acervos tormentos del Purgatorio.
Oh buen Jesús, todo estremecido por estos pensamientos ante tu majestad
humillada en este Sacramento de Amor, con lágrimas en los ojos te imploro piedad
para con las pobres ánimas del Purgatorio…

Se entona el canto “Altísimo Señor”


Altísimo Señor, que supiste juntar
a un tiempo en el altar,
ser cordero y pastor
Quisiera con fervor, amar y recibir
a quien por mí quiso morir.

1. Cordero divinal por nuestro sumo bien,


inmolado en Salén, en tu puro raudal
de gracias celestial, lava mi corazón,
que el fiel te rinde adoración.
2. Suavísimo maná, que sabe a dulce miel,
ven y del mundo vil nada me gustará.
Ven y se trocará del destierro cruel
con tu dulzura la amarga hiel.

3. Oh convite real do sirve el Redentor


al siervo del Señor comida sin igual;
Pan de vida inmortal, ven a entrañarte en mí
y quedo yo trocado en Ti.

1.- Señor, creador y redentor mío, creo que en tu justicia has dispuesto el purgatorio
para los difuntos que pasan a la eternidad sin antes haberse purificado
completamente del pecado y sus consecuencias. Y creo que, en tu misericordia,
aceptas los sufragios, especialmente el sacrificio de la Misa para su alivio y
liberación. Aumenta mi fe e infúndeme sentimientos de amor hacia estos queridos
hermanos que sufren.

Dales, Señor, el descanso eterno.


Y brille para ellos la luz perpetua

Descansen en paz.
Amén.

2.- Señor Jesucristo, Rey de la gloria, por intercesión de María y de todos los
santos, libra a los fieles difuntos de las penas del purgatorio. Y tú, san Miguel,
príncipe de la milicia celestial, guíalos a la luz santa que el Señor ha prometido a
Abraham y sus descendientes. Te ofrezco, Señor, sacrificios y oraciones de
alabanza. Acéptalas por los que hoy recordamos par a que pasen al gozo eterno
del cielo.

Dales, Señor, el descanso eterno.


Y brille para ellos la luz perpetua.

Descansen en paz.
Amén.
3. Jesús, Maestro Bueno, te pido por los difuntos a los que me unen vínculos
más estrechos de gratitud, justicia, caridad o parentesco: mis padres, mis
bienhechores, mis hermanos de congregación y mis familiares. Te encomiendo a
las personas que en el mundo han tenido mayores responsabilidades: los
sacerdotes, los gobernantes, los superiores y personas consagradas. Te ruego
también por los difuntos más olvidados y los más devotos de Jesús Maestro, de la
Reina de los Apóstoles y de san Pablo apóstol. Dígnate llamarlos pronto a la
bienaventuranza eterna.

Dales, Señor, el descanso eterno.


Y brille para ellos la luz perpetua.

Descansen en paz.
Amén.

Se entona el canto “Oh buen Jesús”

Oh buen Jesús yo creo firmemente


que por mi bien estás en el altar.
Que das tu Cuerpo y Sangre juntamente, al alma fiel en celestial manjar (bis).

2.- Indigno soy, confieso avergonzado, de recibir la santa Comunión.


Jesús, que ves mi nada y mi pecado, prepara Tú mi pobre corazón (bis).

3.- Pequé, Señor; ingrato te he ofendido; infiel te fui; confieso mi maldad;


contrito ya, perdón, Señor, Te pido; eres mi Dios, apelo a tu bondad (bis).

4.- Espero en Ti, piadoso Jesús mío. Oigo tu voz que dice: «Ven a Mí».
Porque eres fiel, por eso en Ti confío. Todo, Señor, lo espero hoy de Ti (bis).

4. Te doy gracias, Jesús Maestro por haberte encarnado para librar al hombre
de tantos males, con tu doctrina, tu vida, tu muerte y resurrección. Te pido por los
difuntos que en su vida fueron víctimas del error y del mal a causa de los medios de
comunicación social. Espero que estos difuntos, una vez librados de sus penas y
admitidos en el gozo eterno, te rueguen y supliquen por el mundo moderno, a fin de
que los muchos bienes que nos has dado para la elevación de la vida presente,
sirvan igualmente para el apostolado y la vida eterna.
Dales, Señor, el descanso eterno.
Y brille para ellos la luz perpetua.

Descansen en paz.
Amén.

5. Jesús misericordioso, por tu dolorosa pasión y por el amor que me tienes,


perdóname todo el mal que he cometido y las consecuencias de mis muchos
pecados. Concédeme vivir en continua conversión, alcanzar delicadeza de
conciencia, rechazar todo mal deliberado y tener las disposiciones necesarias para
adquirir las indulgencias. Me comprometo a sufragar a los difuntos en cuanto pueda;
y tú, bondad infinita, infúndeme un fervor siempre más vivo para que al terminar mi
vida terrena, sea admitido a contemplarte para siempre en el cielo.

Dales, Señor, el descanso eterno.


Y brille para ellos la luz perpetua.

Descansen en paz.
Amén.

ORACION: Señor Jesucristo, por la preciosísima sangre que derramaste durante tu


temor a la muerte en el huerto de Getsemaní, suplico que liberes a las almas de tu
servidores de los sufrimientos de los fuegos del purgatorio, en especial a aquellas
que están mas abandonadas, y llévalas a su lugar en tu esplendor para que te
Glorifiquen y Alaben en la Eternidad. Amén

Ahora dejemos que la palabra de Dios penetre en nuestra alma y nos ilumine:

Del Evangelio según san Juan (11, 1-27)


En aquel tiempo había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el
pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que ungió al
Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el
enfermo. Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas está
enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que
es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella.» Jesús quería
mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. 6.Sin embargo, cuando se enteró de que
Lázaro estaba enfermo, permaneció aún dos días más en el lugar donde se
encontraba. 7.Sólo después dijo a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.»
8.Le replicaron: «Maestro, hace poco querían apedrearte los judíos, ¿y tú quieres
volver allá?» 9.Jesús les contestó: «No hay jornada mientras no se han cumplido
las doce horas. El que camina de día no tropezará, porque ve la luz de este mundo;
10.pero el que camina de noche tropezará; ése es un hombre que no tiene en sí
mismo la luz.» 11.Después les dijo: «Nuestro amigo Lázaro se ha dormido y voy a
despertarlo.» 12.Los discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, recuperará la salud.»
13.En realidad Jesús quería decirles que Lázaro estaba muerto, pero los discípulos
entendieron que se trataba del sueño natural. 14.Entonces Jesús les dijo
claramente: «Lázaro ha muerto, 15.pero yo me alegro por ustedes de no haber
estado allá, pues así ustedes creerán. Vamos a verlo.» 16.Entonces Tomás,
apodado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir
con él.» 17.Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro.
18.Betania está a unos tres kilómetros de Jerusalén, 19.y muchos judíos habían ido
a la casa de Marta y de María para consolarlas por la muerte de su hermano.
20.Apenas Marta supo que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María
permanecía en casa. 21.Marta dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano
no habría muerto. 22.Pero aun así, yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y
Dios te lo concederá.» 23.Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» 24.Marta
respondió: «Ya sé que será resucitado en la resurrección de los muertos, en el
último día.» 25.Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí,
aunque muera, vivirá, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
27.Ella contestó: «Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que
tenía que venir al mundo.» 28.Después Marta fue a llamar a su hermana María y le
dijo al oído: «El Maestro está aquí y te llama.» 29.Apenas lo oyó, María se levantó
rápidamente y fue a donde él."
Palabra del Señor.

Palabras de Jesús: Muerte y Resurrección


Las ceremonias fúnebres en Judea llegaron a ser una verdadera tradición que por
un tiempo representa una carga para las familias de Palestina. Debido al clima de
la región los muertos tenían que sepultarse lo más pronto posible, los cuerpos de
los difuntos sus cuerpos eran aromatizado con ungüentos, perfumes y especies, y
durante mucho tiempo el muerto era sepultado con toda clase de objetos de valor,
a tal punto que estas ceremonias eran un verdadero gasto para los judíos ya que
cada familia se preocupaba por gastar lo más que pudieran, y fue así como a
mediados del siglo I d.C. esto llego a convertirse en una carga insoportable. Fue así
que el ilustre rabino Gamaliel II hizo algunas reformas a esta tradición y dejó
dispuesto que bastaba con que al difunto se le enterrara envuelto en un sudario de
la tela más sencilla, de hecho, cuando murió pidió que se le sepultara con las
vestiduras más humildes y sin grandes pampas, poniendo así fin al despilfarro de
los funerales. Hasta hoy en día se bebe una copa en los entierros judíos a la
memoria de rabí Gamaliel II, que rescató a los judíos. Mientras se estaba en el
duelo, se hacían grandes lamentaciones, de hecho existían los famosos
endechadores los cuales se dedicaban a llorar y poner un aspecto fúnebre y triste,
también no se podía comer nada en presencia del cadáver ni discutir ninguna clase
de tema referente al estudio de la Torá, tampoco se tenía que importunar a la familia
del fallecido con temas triviales o imprudentes. Las primeras horas del duelo, la
familia del difunto expresaban verdadero dolor y no conversaban mucho, luego
realizaban una procesión llevando al muerto al lugar de su sepultura y generalmente
las mujeres solían ir adelante ya que los judíos consideraban que fue por causa de
Eva que el pecado y la muerte había entrado al mundo. Después que el muerto era
sepultado, los amigos y personas que acompañaban a la familia doliente formaban
dos filas por donde ellos pasaban. Al llegar a la casa, los amigos de la familia
doliente repartían la comida que habían preparado que consistía en pan, lentejas y
huevos duros, que por su forma, simbolizaban la vida que va rodando hacia la
muerte. A esto le seguía la semana de duelo donde los primeros tres días pasaban
llorando y durante esta estaba prohibido ungirse, lavarse la cara y dedicarse a
cualquier labor de estudio o negocio. Luego de esa semana se completaba con otros
que sumaban un total de 30 días (incluyendo los 7 anteriores) donde pasara
recordando al difunto y reincorporándose poco a poca a su vida normal. Fue en la
etapa de los primeros siete días que Jesús llego: Vino, pues, Jesús, y halló que
hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de
Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos habían venido a Marta
y a María, para consolarlas por su hermano.

“Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se
quedó en casa”.
Juan 11:20

Aquí volvemos a encontrar a las hermanas de Lázaro, Marta y María. Por


un lado tenemos a Marta, que pareciera que es la hermana mayor y por su forma
de comportarse muchos consideran que era la más extrovertida e impulsiva ya que
al enterarse que Jesús venía salió de inmediato a buscarle con el fin de reclamarle.
También tenemos a María, que parecía que tenía un carácter más introvertido, era
más tranquila, menos impulsiva que su hermana, ya que al oír que Jesús venia
decidió quedarse quieta. Uno puede ver estos caracteres reflejados en un pasaje
de Lucas: “Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada
Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual,
sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con
muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana
me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta,
Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es
necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”, (Lucas
10:38-42). Si nos damos cuenta, mientras Marta se afanaba con su espíritu
dinámico, María yacía sentada a los pies de Jesús escuchando de forma tranquila
la palabra de Dios, por ello muchos consideran a Marte como la del carácter
extrovertido, impulsiva y dinámica; mientras que María era introvertida y de carácter
más pacífica.
“Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Más también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. Jesús le dijo:
Tu hermano resucitará. Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el
día postrero”.
Juan 11:21-24

Cuando Marta vio al Señor no perdió tiempo para reclamar su supuesto


atraso ya que según ella, si Él hubiese estado allí su hermano no hubiera muerto: Y
Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.
A pesar de su reclamo Marta seguía aún creyendo que Jesús: Más también sé ahora
que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará. Muchas veces podemos pasar por
situaciones en las cuales pensemos que Jesús se atrasa en venir en nuestra ayuda,
como Marta podemos expresar con todo respeto y reverencia nuestra frustración,
pero nuca debemos olvidar que Él es omnipotente, y que no hay nada imposible
que no pueda hacer. Ante la declaración de fe de Marta, Jesús le afirma: Tu
hermano resucitará. Marta ignoraba que Jesús estaba allí para resucitar a su
hermano, ella creía que nuestro Señor quería consolarla con una creencia popular
de sus tiempos: Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día
postrero. La resurrección de los muertos fue parte de las creencias que los judíos
mantenían ya que por generaciones la muerte era una experiencia que había traído
gran incertidumbre a sus vidas. Bastaba ver las declaraciones que se encontraban
en algunas partes de la Escritura del Antiguo Testamento para darnos cuenta de
esto: “Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?”,
(Salmo 6:5). El salmista creía que en la muerte ya no había más memoria del
muerto. Y no solo allí vemos expresada esta creencia: “¿Qué provecho hay en mi
muerte cuando descienda a la sepultura? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu
verdad?”, (Salmo 30:9). El mismo Salomón, el hombre más sabio que ha existido
en este mundo, expresaba su incertidumbre en cuanto a lo que hay después de la
muerte: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas;
porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”,
(Eclesiastés 9:10). El mismo profeta Isaías expresa su duda en cuanto al destino de
aquellos que descienden a la muerte: “Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará
la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu verdad”, (Isaías 38:18).
No obstante, también encontramos unos versículos que expresaban su esperanza
en que la muerte de los justos no sería desestimada por Dios: “Estimada es a los
ojos de Jehová La muerte de sus santos”, (Salmo 116:15), y por ello Balaam
anhelaba morir la muerte de los justos: “…Muera yo la muerte de los rectos, y mi
postrimería sea como la suya”, (Números 23:10). Un Salmo mesiánico expresaba la
esperanza de que Dios no dejaría a sus santos en el olvido de la muerte: “Se alegró
por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente;
porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me
mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu
diestra para siempre”, (Salmo 16:9-11). Y no fue hasta que el profeta Daniel revelo
que después de la muerte vendría la resurrección de los muertos, los impíos
resucitarían para condenación eterna, y los justo para vida eterna: “Y muchos de los
que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y
otros para vergüenza y confusión perpetua”, (Daniel 12:2). Por ello, los judíos tenían
la esperanza de que los justos resucitaran en el día postrero, y esa fue la confianza
que Marta expreso; pero ella no sabía que Jesús estaba allí para resucitar a su
hermano en ese mismo día.

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”.
Juan 11:25

Este versículo nos enseña mucho en cuanto a nuestra gloriosa esperanza.


Aquí encontramos el quinto gran “Yo Soy” y en él nuestro Señor se presenta a sí
mismo como la esperanza del cristianismo: La resurrección y la vida, y eso es lo
que realmente representa Jesús, Él es la resurrección y la vida para todos aquellos
que creemos en su persona. Muchos repiten este refrán: “para todo hay solución
menos para la muerte”, pero eso en el cristianismo no es así aun para la muerte hay
esperanza. El pecado destruye la vida del ser humano y lo conduce a la
condenación eterna, este vive esclavizado sin posibilidades de liberarse de las
garras del diablo, pero para eso mismo vino Jesús, para destruir las obras del diablo
y dar vida eterna a todos los que creen el Él: “El que practica el pecado es del diablo;
porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para
deshacer las obras del diablo”, (1 Juan 3:8). Jesús ha prometido darnos vida eterna
y resucitarnos en el día postrero: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora
cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo
bueno, saldrán a resurrección de vida; más los que hicieron lo malo, a resurrección
de condenación”, (Juan 5:28-29). Esta es la promesa que Jesús nos hace, lo único
que tenemos que hacer es creer en ella: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree
en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá
eternamente. Jesús promete que el que Cree en Él no morirá jamás, y esta muerte
se refiere a la muerte espiritual, es decir, a la condenación eterna, por tanto, el que
cree en su persona tiene vida eterna y jamás vera condenación.

Se entona el canto “Altísimo Señor”


Altísimo Señor, que supiste juntar
a un tiempo en el altar,
ser cordero y pastor
Quisiera con fervor, amar y recibir
a quien por mí quiso morir.

1. Cordero divinal por nuestro sumo bien,


inmolado en Salén, en tu puro raudal
de gracias celestial, lava mi corazón,
que el fiel te rinde adoración.

2. Suavísimo maná, que sabe a dulce miel,


ven y del mundo vil nada me gustará.
Ven y se trocará del destierro cruel
con tu dulzura la amarga hiel.

3. Oh convite real do sirve el Redentor


al siervo del Señor comida sin igual;
Pan de vida inmortal, ven a entrañarte en mí
y quedo yo trocado en Ti.

De rodillas, vamos a pedir no solo por los que ya han dado este paso de esta vida
hacia el Padre, pidamos también para que cuando nosotros lleguemos al momento
de nuestra muerte, estemos preparados para el encuentro definitivo con el Señor:

Dios mío: Postrado humildemente en tu presencia, te adoro y quiero hacer esta


protesta, como si ya me hallase próximo a exhalar mi último suspiro.

Dios mío: Tú has decretado mi muerte desde la eternidad: yo la acepto desde ahora
con todo mi corazón en el modo y forma que tu divina Majestad ha dispuesto, y
acepto también todos los dolores que la han de acompañar, los uno a los tormentos
y a la muerte de Jesucristo, y te los ofrezco en satisfacción y penitencia de mis
pecados. Acepto igualmente la destrucción de mi cuerpo para que resplandezca
más tu supremo dominio sobre mí. Y por lo tanto, acepto y me alegro de que estos
ojos, que tanta libertad se han tomado contra Ti, queden con la muerte ciegos hasta
el fin del mundo.

Acepto y me alegro de que esta lengua, que tantas veces he empleado en palabras
vanas, murmuraciones y mentiras, quede muda con la muerte, y sea comida de
gusanos en el sepulcro.

Acepto y me gozo de que estas manos y estos pies que han sido para mi corazón
instrumentos de tantas acciones desordenadas y de tantos pasos torcidos, queden
con la muerte sin movimiento y sin acción entre los horrores de una hedionda
sepultura. Acepto y me gozo de que este mismo corazón que, siendo formado para
darte todos sus afectos, los ha empleado en miserables e indignas criaturas, sea
arrojado a la tierra y reducido a polvo y ceniza.

En suma, Señor, me regocijo de que se verifique en mí la total destrucción de mis


miembros y huesos, convirtiéndome en humilde polvo y frías cenizas, que fueron la
materia de que formaste mi cuerpo; para que la completa destrucción de mi
existencia publique la grandeza de tu infinito poder y lo humilde de mi nada. Recibe,
Señor, este sacrificio que te hago de mi vida, por aquel gran sacrificio que te hizo tu
divino Hijo de sí mismo sobre el ara de la Cruz; y desde este momento para la hora
de mi muerte, me resigno totalmente a vuestra santísima voluntad, y protesto que
quiero morir diciendo: “Hágase, Señor, tu voluntad...”

Jesús mío crucificado: Tú que para alcanzarme una buena muerte haz querido sufrir
muerte tan amarga, acuérdate entonces de que yo soy una de tus ovejas que has
comprado con el precio de tu sangre. Cuando todos los de la tierra me hayan
abandonado y nadie pueda ayudarme, Tu sólo podrás consolarme y salvarme,
haciéndome digno de recibirte por Viático, y no permitiendo que te pierda para
siempre. Amado Redentor mío, recíbeme entonces en tus llagas, puesto que yo
desde ahora me abrazo a Ti, y protesto que quiero entregar mi alma en la llaga
amorosa de tu sacratísimo costado.

Y Tú, Virgen Santísima, Abogada y Madre mía María; después de Dios, Tu eres y
serás mi esperanza y mi consuelo en la hora de la muerte. Desde ahora recurro a
Ti, y te ruego no me abandones en aquel último momento: ven entonces a recibir
mi alma y a presentarla a tu Hijo. Te aguardo, Madre mía, y espero morir bajo tu
amparo y abrazado a tus pies. Y Tú, Protector mío San José, San Miguel Arcángel,
Ángel Custodio, Santos mis abogados, ayúdenme en aquel trance extremo, en
aquel último combate y llévenme a la Gloria celestial. Amén.

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