El Gran Cuaderno Agota Kristof PDF
El Gran Cuaderno Agota Kristof PDF
El Gran Cuaderno Agota Kristof PDF
1/155
Agota Kristof
El gran cuaderno
Claus y Lucas - 1
ePub r2.0
Titivillus 06.09.2020
2/155
Título original: Le grand cahier
3/155
La llegada a casa de la abuela
—Esperadme aquí.
—No te pido nada para mí. Sólo me gustaría que mis hijos sobreviviesen
a esta guerra. Bombardean la ciudad día y noche, y no hay nada que
4/155
comer. Evacúan a los niños al campo, a casa de parientes o de extraños,
a cualquier sitio.
—¿Qué otros?
—Las perras tienen cuatro o cinco cachorros cada vez. Se guardan uno
o dos y los demás se ahogan.
La otra voz se ríe muy fuerte. Nuestra madre no dice nada y la otra voz
pregunta:
5/155
—Puede ser mucho tiempo. Pero yo les haré trabajar, no te preocupes.
La comida no es gratis aquí tampoco.
6/155
La casa de la abuela
La casa de la abuela está rodeada por un jardín al fondo del cual corre
un río, y después el bosque.
La abuela vende las verduras, las frutas, los conejos, los patos y los
pollos en el mercado, así como los huevos de las gallinas y patas y
quesos de cabra. Los cerdos los vende al carnicero, que le paga con
dinero, pero también con jamones y salchichones ahumados.
También hay un perro para cazar a los ladrones y un gato para cazar
ratas y ratones. No hay que darle de comer, para que tenga hambre
siempre.
Existe otra habitación donde se puede entrar sin pasar por la cocina,
directamente desde el jardín. Esa habitación está ocupada por un oficial
extranjero. La puerta también está cerrada siempre con llave.
Bajo la casa hay una bodega llena de cosas de comer y, debajo del
tejado, un desván donde la abuela ya no sube desde que le serramos la
escalera y se hizo daño al caer. La entrada del desván está justo encima
de la puerta del oficial, y nosotros subimos con la ayuda de una cuerda.
Allí es donde guardamos el cuaderno de las redacciones, el diccionario
7/155
de nuestro padre y los demás objetos que nos vemos obligados a
esconder.
Pronto nos fabricamos una llave que abre todas las puertas y hacemos
unos agujeros en el suelo del desván. Gracias a la llave podemos
circular libremente por la casa cuando no hay nadie en ella, y gracias a
los agujeros, podemos observar a la abuela y al oficial en sus
habitaciones sin que ellos se den cuenta.
8/155
La abuela
La abuela habla poco. Salvo por la noche. Por la noche, coge una
botella que tiene en un estante y bebe directamente a morro. Pronto se
pone a hablar en una lengua que no conocemos. No es la lengua que
hablan los militares extranjeros, es una lengua completamente distinta.
9/155
Los trabajos
Al volver del mercado, hace una sopa con las verduras que no ha
vendido y hace mermeladas con la fruta. Come, va a echar la siesta a su
viña, duerme una hora, y después se ocupa de la viña o, si no hay nada
más que hacer, vuelve a la casa, corta leña y alimenta de nuevo a los
animales, trae de nuevo las cabras, las ordeña, se va al bosque y trae
setas y leña seca, hace queso, seca las setas y las judías, llena frascos
con las demás verduras, riega de nuevo el jardín, ordena las cosas en la
bodega y así sucesivamente hasta que cae la noche.
Nosotros decimos:
—No es eso. El trabajo es pesado, pero mirar sin hacer nada a alguien
que trabaja es mucho más pesado aún, sobre todo si es un viejo.
10/155
—No, abuela. Solamente nos avergonzamos de nosotros mismos.
11/155
El bosque y el río
—Con las manos. Es fácil. Sólo hay que quedarse quieto y esperar.
Una vez, en el bosque, junto a un enorme agujero hecho por una bomba,
encontramos un soldado muerto. Está entero todavía, sólo le faltan los
ojos a causa de los cuervos. Le cogemos el fusil, los cartuchos, las
granadas. El fusil escondido en un haz de leña, los cartuchos y las
granadas en las cestas, bajo las setas.
12/155
Una vez llegados a casa de la abuela, envolvemos cuidadosamente esos
objetos con paja y unos sacos de patatas y los enterramos bajo el banco,
ante la ventana del oficial.
13/155
La suciedad
Cuando hace calor vamos a bañarnos al río, nos lavamos la cara y los
dientes en el pozo. Cuando hace frío es imposible lavarse del todo. No
existe ningún recipiente lo bastante grande en la casa. Nuestras
sábanas, mantas y ropa de baño han desaparecido. Nunca más volvimos
a ver la caja grande en la que nuestra madre trajo esas cosas.
Cada vez estamos más sucios, y nuestra ropa también. Vamos sacando
ropa limpia de nuestra maleta debajo del banco, pero pronto ya no nos
queda ropa limpia. La que llevamos se va rompiendo, nuestros zapatos
se gastan y se agujerean. Cuando es posible vamos desnudos y no
llevamos más que un calzoncillo o un pantalón. La planta de los pies se
nos endurece, ya no notamos las espinas ni las piedras. La piel se nos
pone morena, llevamos las piernas y los brazos cubiertos de arañazos,
de cortes, de costras, de picaduras de insecto. Las uñas, que no nos
cortamos nunca, se nos rompen; el pelo, casi blanco a causa del sol, nos
llega hasta los hombros.
La letrina está al fondo del jardín. Nunca hay papel. Nos limpiamos con
las hojas más grandes de determinadas plantas.
14/155
Ahora tenemos un olor mezcla de estiércol, pescado, hierba, setas,
humo, leche, queso, barro, porquería, tierra, sudor, orina y moho.
15/155
Ejercicio de endurecimiento del cuerpo
La abuela nos pega a menudo con sus manos huesudas, con una escoba
o un trapo mojado. Nos tira de las orejas, nos da tirones del pelo.
Las caídas, los arañazos, los cortes, el trabajo, el frío y el calor también
son causa de sufrimiento.
—No ha dolido.
Pasamos las manos por encima de una llama. Nos cortamos con un
cuchillo el muslo, el brazo, el pecho, y nos echamos alcohol en las
heridas. Cada vez, nos decimos:
—No ha dolido.
16/155
Nosotros ya no lloramos.
Ella responde:
17/155
El ordenanza
Decimos:
Le preguntamos:
Él dice:
—Mi madre nacer aquí, en vuestro país. Venir trabajar a nuestra casa,
camarera en un bar. Conocer mi padre y casarse. Cuando yo pequeño,
mi madre hablarme vuestro idioma. Vuestro país y mi país, países
amigos. Combatir juntos enemigo. ¿De ti dónde venir vosotros?
—De la ciudad.
18/155
—Sí, y ya no había nada que comer.
—Guerra pronto acabar. ¿Dormir vosotros ahí? Banco duro, frío. ¿Bruja
no querer meter en su habitación?
El ordenanza coge agua caliente del caldero que hay encima del fogón y
dice:
Sale. Algunos minutos después, vuelve. Nos trae dos mantas militares
grises.
19/155
Ejercicio de endurecimiento del espíritu
—¡Hijos de perra!
Cuando oímos esas palabras se nos pone la cara roja, nos zumban los
oídos, nos escuecen los ojos y nos tiemblan las rodillas.
Uno:
—¡Cabrón! ¡Tontolculo!
El otro:
—¡Maricón! ¡Hijoputa!
De ese modo nos ejercitamos una media hora al día más o menos, y
después vamos a pasear por las calles.
Nos las arreglamos para que la gente nos insulte y constatamos que al
fin hemos conseguido permanecer indiferentes.
20/155
—¡Queridos míos! ¡Mis amorcitos! ¡Mi vida! ¡Mis pequeñines adorados!
Esas palabras las tenemos que olvidar, porque ahora ya nadie nos dice
palabras semejantes, y porque el recuerdo que tenemos es una carga
demasiado pesada para soportarla.
Decimos:
21/155
El colegio
—No lo soportarán.
—No, nunca. Lo sé. Los conozco bien. Forman una sola persona.
22/155
—Sí, todo se arreglará si los separamos. Cada individuo debe tener su
propia vida.
Algunos días más tarde empezamos la escuela. Cada uno en una clase
distinta. Nos sentamos en la primera fila.
Estamos separados el uno del otro por toda la longitud del edificio. Esa
distancia entre nosotros nos parece monstruosa, el dolor que
experimentamos es insoportable. Es como si nos arrancasen la mitad
del cuerpo. No tenemos equilibrio, nos da vértigo, nos caemos,
perdemos el conocimiento.
—¡Farsantes!
23/155
La compra del papel, del cuaderno y de los lápices
El librero dice:
Repetimos:
El librero dice:
Le decimos:
El librero dice:
Le decimos:
24/155
Él sigue gritando:
Le preguntamos:
Insistimos:
—El precio de los huevos aumenta cada día. Por el contrario, el precio
del papel y los lápices…
25/155
Nuestros estudios
La Biblia nos sirve para la lectura en voz alta, los dictados y los
ejercicios de memoria. Nos aprendemos de memoria, por tanto, páginas
enteras de la Biblia.
El otro dice:
Nos ponemos a escribir. Tenemos dos horas para tratar el tema, y dos
hojas de papel a nuestra disposición.
Para decidir si algo está «bien» o «mal» tenemos una regla muy
sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo
que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.
Por ejemplo, está prohibido escribir: «la abuela se parece a una bruja».
Pero sí está permitido escribir: «la gente llama a la abuela “la Bruja”».
26/155
Está prohibido escribir: «el pueblo es bonito», porque el pueblo puede
ser bonito para nosotros y feo para otras personas.
Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor
evitar usarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres
humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.
27/155
Nuestra vecina y su hija
Nuestra vecina es una mujer menos vieja que la abuela. Vive con su hija
en la última casa del pueblo. Es una casucha completamente en ruinas,
con el tejado agujereado en muchos sitios. Alrededor hay un jardín, pero
no está cultivado como el jardín de la abuela. Sólo crecen las malas
hierbas.
La gente dice que nuestra vecina está loca, que perdió el espíritu cuando
el hombre que le hizo la hija la abandonó.
Añade:
Dice:
28/155
Sonríe. Tiene los dientes negros.
—Me gusta la leche, pero lo que más me gusta es chupar la teta. Está
buena. Es dura y blanda a la vez.
Nosotros decimos:
Le decimos:
—Trabajamos y estudiamos.
—Sí. Y si necesitas alguna cosa para tu madre o para ti, no tienes más
que pedírnosla. Te daremos fruta, verduras, pescados y leche.
—¡No quiero vuestra fruta, vuestro pescado, vuestra leche! Todo eso lo
puedo robar. Lo que quiero es que me queráis. Nadie me quiere. Ni
29/155
siquiera mi madre. Pero yo tampoco quiero a nadie. ¡Ni a mi madre ni a
vosotros! ¡Os odio!
30/155
Ejercicio de mendicidad
Nos ponemos ropa sucia y desgarrada, nos quitamos los zapatos, nos
ensuciamos la cara y las manos. Vamos a la calle. Nos quedamos
quietos y esperamos.
Continuamos esperando.
Nosotros decimos:
—Gracias.
Nosotros contestamos:
Ella pregunta:
31/155
—Para saber qué se siente y para observar la reacción de las personas.
32/155
Cara de Liebre
Pescamos con caña en el río. Cara de Liebre llega corriendo. No nos ve.
Se echa en la hierba y se levanta la falda. No lleva bragas. Vemos sus
nalgas desnudas y los pelos que tiene entre las piernas. Nosotros
todavía no tenemos pelos entre las piernas. Cara de Liebre sí que tiene,
pero muy pocos.
Cara de Liebre separa las piernas, aprieta la cabeza del perro hacia su
vientre con las dos manos. Respira muy fuerte y se retuerce.
El sexo del perro aparece entonces, es cada vez más largo, delgado y
rojo. El perro levanta la cabeza e intenta montar a Cara de Liebre.
Nosotros le respondemos:
Pregunta entonces:
33/155
—¿Y no le diréis a nadie lo que habéis visto?
Le preguntamos:
—¿Qué le pasó?
Nosotros decimos:
Ella dice:
Y le preguntamos:
—No, con los oídos no tengo ningún problema. Y creo que mi madre
tampoco. Finge no oír nada, eso le conviene cuando yo le hago
preguntas.
34/155
Ejercicio de ceguera y de sordera
—La calle es recta y larga. Está bordeada de casas bajas, sólo planta.
Son de color blanco, gris, rosa, amarillo y azul. Al final de la calle se ve
un parque con árboles y una fuente. El cielo está azul, con algunas
nubes blancas. Se ven aviones. Cinco bombarderos. Vuelan bajo.
El ciego habla lentamente para que el sordo pueda leer sus labios:
El ciego dice:
—No por mucho tiempo. Oigo unos pasos que se acercan por la calle
lateral, a la izquierda.
El ciego pregunta:
—¿Cómo es?
El sordo responde:
35/155
—Es calvo. Lleva una guerrera antigua del ejército. Lleva los pantalones
demasiado cortos. Lleva los pies sucios.
—¿Y la boca?
—En los bolsillos. Los bolsillos son enormes, llenos de algo. Quizá de
patatas, o de nueces, porque forman pequeños bultos. Levanta la
cabeza, nos mira. Pero no puedo distinguir el color de sus ojos.
El ciego dice:
36/155
El desertor
Le preguntamos:
Él responde:
—No puedo andar más. Vengo del otro lado de la frontera. Llevo
andando dos semanas. Día y noche. Sobre todo por la noche. Ahora
estoy demasiado débil. Tengo hambre. No he comido nada desde hace
tres días.
Le preguntamos:
Él responde:
Le preguntamos:
—¿Por qué?
37/155
Le preguntamos:
—¿Como a un asesino?
Le preguntamos:
—Cualquier cosa.
Le preguntamos:
Él responde:
Le decimos:
Le decimos:
—No queríamos ser amables. Sólo le hemos traído estos objetos porque
usted los necesitaba. Nada más.
Pero él dice:
38/155
Le decimos:
Él sonríe y dice:
39/155
Ejercicio de ayuno
Anunciamos a la abuela:
—Naturalmente, abuela.
—¡Venid a comer!
Ella dice:
—Qué bien huele. ¿No notáis lo bien que huele? ¿Queréis una pata cada
uno?
Come con las manos, se chupa los dedos y se los seca en el delantal. Roe
y chupa los huesos.
Dice:
Nosotros decimos:
—Abuela, desde que estamos en tu casa nunca habías hecho pollo para
nosotros.
40/155
—Es uno de nuestros ejercicios. Para acostumbrarnos a soportar el
hambre.
Nos hace una sopa de verduras con los restos del mercado, como de
costumbre. Comemos poco. Después de la comida, la abuela dice:
41/155
La tumba del abuelo
Arranca las malas hierbas de la tumba, cava con una pala, rastrilla la
tierra, planta unas flores, va a buscar agua al pozo, viene y riega la
tumba.
Cuando la abuela se va, vamos a ver la tumba: está muy bien cuidada.
Miramos la cruz. El apellido que está escrito es el de nuestra abuela, y
también el de soltera de nuestra madre. El nombre es doble, con un
guión entre ambos nombres, y esos dos nombres son los nuestros.
Ella dice:
42/155
Preguntamos:
—¿No le envenenaste?
—¡Justamente por eso! Por lo que dice la gente. Para que dejen de
hablar y hablar. ¿Y cómo sabéis que yo cuido su tumba, eh? ¡Me habéis
espiado, hijos de perra, me habéis espiado! ¡Malditos seáis!
43/155
Ejercicio de crueldad
Nosotros decimos:
—Está muy bueno este pollo. Nos comeremos uno cada domingo.
—Pero ¿qué les habré hecho yo? ¡Qué perra vida! Quieren matarme.
Una pobre vieja indefensa. No me merezco esto. ¡Yo que me he portado
tan bien con ellos!
44/155
—Cuando haya que matar a algún animal, nos llamas. Lo haremos
nosotros.
Ella dice:
Ella dice:
Empezamos por los peces. Los cogemos por la cola y les golpeamos la
cabeza contra una piedra. Nos acostumbramos rápido a matar a los
animales destinados a ser comidos: pollos, conejos, patos. Más tarde,
matamos animales que no sería necesario matar. Atrapamos ranas, las
clavamos en una tabla y les abrimos el vientre. También cogemos
mariposas y las pinchamos en un cartón. Pronto tenemos una bonita
colección.
Nosotros decimos:
Fabricamos trampas y las ratas que caen en ellas las ahogamos en agua
hirviendo.
45/155
Los otros niños
Los niños mayores a menudo atacan a los más pequeños. Les cogen
todo lo que llevan en los bolsillos, y a veces incluso les quitan la ropa.
También les pegan, sobre todo a los que vienen de fuera. Los niños de
aquí están protegidos por su madre y jamás salen solos.
Llega Cara de Liebre con un cubo que pone debajo del caño de la
fuente, que deja correr un delgado hilo de agua. Espera que se llene su
cubo.
Uno de los chicos corre tras ella, la coge por el brazo y escupe en el
cubo.
El chico dice:
46/155
—El agua está limpia. Sólo he escupido dentro. ¿No estarás diciendo
que mi saliva está sucia? Mi saliva está más limpia que todo lo que
tienes tú en tu casa.
Otro dice:
El primero dice:
—¡No metas la pata! Esos cabrones son capaces de todo. Una vez me
abrieron la sien con una piedra. Tienen una navaja también y la usan a
la mínima ocasión. Te degollarán sin escrúpulos. Están completamente
locos.
47/155
—Queríamos ver cómo te defendías.
48/155
El invierno
Cada vez hace más frío. Buscamos en nuestras maletas y nos ponemos
encima casi todo lo que encontramos: varios jerséis, varios pantalones.
Pero no podemos ponernos un par de zapatos más encima de nuestros
zapatos de ciudad, gastados y agujereados. Y además no tenemos otros.
No tenemos tampoco guantes, ni gorros. Tenemos las manos y los pies
llenos de sabañones.
El cielo es de color gris oscuro, las calles del pueblo están vacías, el río
está helado, el bosque cubierto de nieve. No podemos ir por allí. Pero
pronto nos quedaremos sin leña.
Le decimos a la abuela:
Ella responde:
Le preguntamos:
49/155
—Abuela, ¿por qué tiras la carta sin leerla?
Ella responde:
—No sé leer. Nunca fui a la escuela, no he hecho otra cosa que trabajar.
No me mimaron como a vosotros.
Le preguntamos:
—¿Quién envía el dinero? ¿Quién envía los paquetes? ¿Quién envía las
cartas?
Ella no responde.
Le decimos:
Le decimos:
La abuela dice:
—No me escribe a mí. Sabe muy bien que yo no sé leer. Ella no me había
escrito nunca antes. Ahora que vosotros estáis aquí, escribe. ¡Pero yo no
necesito sus cartas! ¡No necesito nada que venga de ella!
50/155
El cartero
Él dice:
Nosotros le decimos:
Él dice:
—¡Denos el dinero!
Él dice:
Él dice:
51/155
Le preguntamos:
Él dice:
Y añade:
Le preguntamos:
—¿Qué chismes?
—Como que ella envenenó a su marido. Quiero decir que vuestra abuela
envenenó a vuestro abuelo. Es una historia muy antigua. De ahí viene
que se la apode la Bruja.
Nosotros decimos:
Nosotros decimos:
El cartero dice:
52/155
El zapatero
Decimos:
Él dice:
—Sí, las vendo. Pero las forradas, las más calientes, son muy caras.
Nosotros decimos:
El zapatero dice:
—Sólo da para un par. Pero podéis tener suficiente con un par. Calzáis el
mismo número. Cada uno puede salir por turnos.
53/155
El zapatero ríe y nos tiende dos pares de botas.
—Probaoslas.
Decimos:
Nosotros decimos:
—No estáis obligados a decir nada. Podéis iros. No, esperad. Tomad
también estas zapatillas, y unas sandalias para el verano, y estos
zapatos cerrados también. Son muy resistentes. Coged todo lo que
queráis.
Le preguntamos:
Cogemos los zapatos, las zapatillas, las sandalias. Llevamos las botas
puestas. Nos detenemos en la puerta y decimos:
54/155
Cuando volvemos, la abuela nos pregunta:
55/155
El robo
Con nuestras botas y nuestra ropa caliente podemos salir de nuevo. Nos
deslizamos por la orilla helada, vamos a buscar leña al bosque…
Un día, al volver con nuestros haces de leña, damos un rodeo para ver a
Cara de Liebre.
Le preguntamos:
—Sí.
—¿Está muerta?
—No lo sé.
56/155
—Cuando todo esté hecho, come tú y dale de comer a tu madre.
Volveremos.
Le decimos:
—Os traeremos un haz de leña todos los días. También unas judías y
unas patatas. Para lo demás hará falta dinero. No tenemos más. Sin
dinero, no se puede entrar en ninguna tienda. Hay que comprar algo
para poder robar otras cosas.
Ella dice:
Le decimos:
—¿Por qué no? Será nuestro ejercicio de habilidad. Pero nos hace falta
un poco de dinero. Es imprescindible.
57/155
El chantaje
Vamos a ver al señor cura. Vive junto a la iglesia en una casa grande
que se llama rectoría.
—¿Qué queréis?
—¿Por qué?
Él nos dice:
El cura dice:
Nosotros decimos:
58/155
—Ellas no necesitan la extremaunción todavía. Lo que necesitan es un
poco de dinero. Les hemos llevado leña, unas patatas y unas judías
secas, pero no podemos hacer más. Cara de Liebre nos ha enviado aquí.
Usted le ha dado a veces un poco de dinero.
—Es poco. Es muy poco. No hay suficiente ni para comprar una hogaza
de pan.
—Lo siento. Hay muchos pobres. Y los fieles casi no dan donativos. Todo
el mundo tiene problemas en estos momentos. ¡Id en paz y que Dios os
bendiga!
Nosotros decimos:
—Por hoy nos contentamos con este dinero, pero nos veremos obligados
a volver mañana.
Nosotros decimos:
59/155
—Sí, es deplorable que nos veamos obligados a llegar a esto. Pero Cara
de Liebre y su madre necesitan dinero, lo necesitan de verdad.
—Diez veces la cantidad que nos ha dado. Una vez por semana. No le
pedimos nada imposible.
—Venid cada sábado. Pero no imaginéis en absoluto que hago esto por
ceder a vuestro chantaje. Lo hago por caridad.
Nosotros decimos:
60/155
Acusaciones
Le preguntamos:
El ordenanza dice:
—El oficial no venir aquí invierno. Quizá no volver nunca. Tener pena de
amor. Quizá encontrar algún otro, más tarde. Olvidar. Esas historias no
ser para vosotros. Vosotros traer leña para calentar habitación.
Le preguntamos:
Él dice:
—Sí. Muy pronto. ¿Por qué mirar así comida en la mesa? Si tener
hambre, comer chocolate, galletas, salchichas.
Nosotros decimos:
61/155
—¿Y qué? No pensar en eso. Muchas gentes morir de hambre o de otra
cosa. Nosotros no pensar. Nosotros comer y no morir.
—Nosotros conocemos a una mujer ciega y sorda que vive cerca de aquí
con su hija. No sobrevivirán a este invierno.
El ordenanza grita:
Nosotros decimos:
62/155
Él dice:
Decimos:
—Sí.
El ordenanza se ríe. Llegan sus amigos. Nos vamos. Les oímos cantar
toda la noche.
63/155
La sirvienta de la rectoría
—¡Son encantadores!
No nos movemos.
—O tú.
Nosotros decimos:
La abuela pregunta:
—Patatas para el señor cura. ¿Por qué estáis tan sucios? ¿No os laváis
nunca?
—¿La vieja? Era más joven que usted. Pero es que se murió ayer. Era mi
tía. Yo la reemplazo en la rectoría.
64/155
La abuela dice:
—Tenía cinco años más que yo. Así que ha muerto… ¿Cuántas patatas
quieres, pues?
La abuela dice:
La abuela dice:
—Te advierto que en esta época del año todo lo que se come está caro.
La abuela suelta una risita y sale. Nosotros nos quedamos solos con la
sirvienta del cura. Ella nos pregunta:
—Tenemos más en las maletas, debajo del banco. Pero está sucia y
desgarrada. La abuela no nos la lava nunca.
La sirvienta pregunta:
65/155
La abuela responde:
La abuela pregunta:
La abuela ríe.
66/155
El baño
Le preguntamos:
67/155
ropa dándonos la espalda. Entonces nosotros nos desnudamos y nos
metemos juntos en el baño. Hay espacio de sobras para los dos.
Nos corta las uñas de las manos y de los pies. Nos corta también el pelo.
Nos besa en la cara y en el cuello, y no deja de hablar.
—¡Ah! ¡Estos piececitos tan bonitos, tan chiquititos y tan limpios! ¡Ah!
¡Estas orejitas encantadoras, este cuello tan suavecito, tan suavecito!
¡Ah! ¡Cómo me gustaría tener dos niños tan guapos, tan monos, sólo
para mí! Les haría cosquillas por todas partes, por aquí, por aquí…
Nos acaricia y nos besa todo el cuerpo. Nos hace cosquillas con la
lengua en el cuello, debajo de los brazos, entre las nalgas. Se arrodilla
delante del banco y nos chupa los sexos, que se hinchan y se endurecen
en su boca.
Ahora está sentada entre los dos y nos aprieta contra su cuerpo.
—Si tuviera dos niñitos tan guapísimos, les daría para beber lechecita
rica, bien dulcecita, mira, así, así.
Atrae nuestras cabezas hacia sus senos, que sobresalen del albornoz, y
chupamos los bultitos rosados que se han puesto muy duros. La
sirvienta se mete las manos bajo el albornoz y se frota entre las piernas:
—¡Qué lástima que no seáis un poco mayores! ¡Ah! ¡Qué bien, qué bien,
cómo me gusta jugar con vosotros!
—Volved todos los sábados a bañaros. Traed vuestra ropa sucia. Quiero
que estéis siempre limpios.
Nosotros decimos:
68/155
—Te traeremos leña a cambio de tu trabajo. Y peces, y setas, cuando
haya.
69/155
El cura
Decimos:
La sirvienta dice:
El cura dice:
El cura dice:
70/155
El cura dice:
—No vamos.
—¿Rezáis a veces?
—No, no rezamos.
—No, señor, no los respetamos. Nadie los respeta. Está escrito: «no
matarás», y todo el mundo mata.
El cura dice:
71/155
—Nos gustaría leer otros libros que no fuesen la Biblia, pero no
tenemos. Usted tiene muchos. Podría prestarnos algunos.
El cura dice:
72/155
La sirvienta y el ordenanza
—Son extranjeros.
Le preguntamos:
Ella dice:
Le decimos:
73/155
—Necesitar mujer para ayudar. Necesitar linda señorita.
Le decimos a la sirvienta:
—Yo soñar. Una princesa ver en ese sueño. Princesa debe pellizcar para
despertar.
El ordenanza grita:
Le preguntamos a la sirvienta:
Ella se ríe.
74/155
El ordenanza prefiere que la sirvienta se agache o que se ponga a
cuatro patas y la toma por detrás.
75/155
El oficial extranjero
No nos movemos.
—¿Qué quiere?
—El señor oficial preguntar, ¿por qué no mover, por qué no hablar?
Nosotros respondemos:
76/155
—El señor oficial decir vosotros hacer muchos ejercicios. De otros tipos.
Os ha visto golpear el uno al otro con cinturón.
77/155
El cuerpo, los cabellos, la ropa del oficial, las sábanas, la alfombra,
nuestras manos, nuestros brazos, todo está rojo. La sangre se nos mete
incluso en los ojos, se mezcla con nuestro sudor y continuamos
golpeando hasta que el hombre lanza un grito final, inhumano, y
nosotros caemos, agotados, al pie de su cama.
78/155
El idioma extranjero
El ordenanza dice:
—Vosotros muy tontos. Una vez pagar la tontería. Si oficial hacer daño
a vosotros, yo matar.
79/155
Se desnuda y se acuesta entre los dos. Nos rodea con sus brazos, nos
cuchichea al oído:
Nosotros le preguntamos:
—¿Dónde?
Él dice:
80/155
El amigo del oficial
El oficial vuelve a veces con un amigo, otro oficial más joven. Pasan la
tarde juntos y el amigo se queda también a dormir. Nosotros les hemos
observado varias veces por el agujero practicado en el techo.
El oficial le pregunta:
—¿Celoso?
El amigo responde:
El oficial dice:
81/155
Nosotros salimos de la habitación y subimos al desván. Miramos y
escuchamos.
El oficial dice:
El amigo dice:
—Lo haré. Ya lo verás, lo haré. La próxima vez que me hables de él, del
otro, te mato.
—¡Cabrón!
El amigo dice:
—Sólo tienes que hacerlo tú mismo, si tanto valor tienes, si tanta pena
sientes. Si no puedes vivir sin él, síguele en la muerte. ¿Quieres que te
ayude? ¡No estoy loco! ¡Revienta! ¡Muérete tú solo!
82/155
—¿Crees que se va a matar?
El ordenanza se ríe.
—No tener miedo. Ellos siempre hacer esto cuando demasiado beber. Yo
descargar dos revólveres antes.
El amigo dice:
—¡Pequeños monstruos!
83/155
Nuestro primer espectáculo
Una vez terminada nuestra canción, levantamos los ojos hacia los
rostros cansados y vacíos. Una mujer ríe y aplaude. Un hombre joven a
quien le falta un brazo dice con voz ronca:
—¡Silencio, perros!
84/155
—Está sordo.
Otro dice:
Un viejo nos acaricia el pelo. Unas lágrimas salen de sus ojos hundidos,
bordeados de negro.
—Tienes razón, guapa, he vuelto. Pero ¿cómo voy a trabajar? ¿Con qué
voy a sujetar las tablas para serrarlas? ¿Con la manga vacía de mi
chaqueta?
—Yo también he vuelto. Sólo que estoy paralizado por abajo. Las piernas
y todo lo demás. Ya no me empalmaré nunca más. Habría preferido
morirme de golpe, mira, quedarme allí, de una vez.
—No estáis contentos nunca. Los que veo morir en el hospital dicen:
«fuese cual fuese mi estado, me gustaría sobrevivir, volver a mi casa,
ver a mi mujer, a mi madre, no importa cómo, vivir un poco más aún».
Un hombre dice:
La mujer dice:
85/155
—Nadie ha querido esta guerra. Nadie, nadie.
86/155
El desarrollo de nuestros espectáculos
Nos ponemos una ropa vieja demasiado grande para nosotros que
hemos encontrado en el baúl del desván: americanas a cuadros, grandes
y desgarradas, grandes pantalones que nos atamos a la cintura con un
cordón. También hemos encontrado un sombrero negro redondo y duro.
Conocemos muy bien todos los bares de la ciudad, las bodegas donde el
viticultor vende su propio vino, las tabernas donde se bebe de pie, los
cafés donde va la gente bien vestida y algunos oficiales que buscan
chicas.
87/155
A menudo nos ofrecen de beber, y poco a poco nos acostumbramos al
alcohol. Fumamos también los cigarrillos que nos dan.
En todas partes tenemos mucho éxito. Dicen que tenemos una bonita
voz; nos aplauden y nos llaman a saludar muchas veces.
88/155
Teatro
—¡Acércate! ¡Que te vea! ¡Ah, qué asqueroso! ¡Tienes las manos llenas
de grietas y de forúnculos!
—Es la limpieza.
—Pues tendrías que haberlo hecho. Yo, por mi parte, voy a ir a comer al
restaurante, porque he dado permiso a mi cocinero.
El pobre husmea.
El rico grita:
89/155
—¡No puede oler a sopa en mi casa, nadie está preparando sopa en mi
casa, debe de venir de casa de los vecinos, o bien será tu imaginación!
Vosotros, los pobres, sólo pensáis en vuestro estómago: por eso no
tenéis nunca dinero. Os gastáis todo lo que tenéis en sopa y en
salchichón. Sois unos guarros, eso es lo que sois, y ahora me estás
manchando el parqué con la ceniza de tu cigarrillo. ¡Vete de aquí y que
no te vuelva a ver!
90/155
Las alertas
La mayor parte del tiempo los aviones no hacen otra cosa que atravesar
nuestro pueblo para ir a bombardear al otro lado de la frontera. Alguna
vez ocurre que una bomba cae en una casa, sin embargo. En ese caso,
localizamos el lugar por la dirección de la humareda y vamos a ver
quién ha sido destruido. Si queda algo que podamos coger, lo cogemos.
La abuela dice:
Un día, nos paseamos por ahí durante una alerta. Un hombre muy
alarmado se precipita hacia nosotros:
91/155
—No debéis quedaros fuera durante los bombardeos.
—No queremos.
Decimos:
92/155
El rebaño humano
Nadie habla, nadie llora: los ojos están fijos en el suelo. Solamente se
oye el ruido de los zapatos claveteados de los soldados.
—Pan.
La sirvienta dice:
—Acabaos el pan.
93/155
Le decimos:
—¡Venga, tranquilizaos! Todo esto no tiene nada que ver con vosotros. A
vosotros nunca os pasará eso. Esa gente de ahí son como animales.
94/155
Las manzanas de la abuela
—No, los de hoy han venido de otros sitios. En los vagones para
animales. Ellos lo mataron aquí mismo, en su taller, con sus propios
utensilios. No os inquietéis. Dios lo ve todo. Él reconocerá a los Suyos.
—¡Más!
Le preguntamos:
95/155
—¿Te has hecho daño, abuela?
Ella ríe.
—¿Quién queréis que sea? ¿Es que sois idiotas? También les han pegado
a ellos. Iban dando palos a voleo. ¡Pero algunos se han podido comer
algunas de mis manzanas!
96/155
El policía
El policía dice:
—No, qué va, nada. Sólo un poquito de veneno por aquí, otro poquito
por allá.
La abuela dice:
El policía pregunta:
Nosotros contestamos:
—Aquí.
97/155
—Me caí al bajar a la bodega. Los escalones están musgosos y resbalé.
Los pequeños me subieron y me han cuidado. Se han quedado conmigo
toda la noche.
El policía dice:
—Sí, ya veo, tiene un chichón muy feo. Hay que ser prudente a su edad.
Bueno. Vamos a registrar la casa. Vengan los tres. Empezaremos por la
bodega.
La abuela responde:
La abuela dice:
—Está rota.
El policía dice:
98/155
Subimos al desván con la ayuda de la cuerda. El policía abre el baúl
donde guardamos los objetos necesarios para nuestros estudios: la
Biblia, el diccionario, el papel, los lápices y el cuaderno grande, donde
está escrito todo. Pero el policía no ha venido a leer nada. Inspecciona
un poco más el montón de ropa vieja y las mantas y bajamos. Una vez
abajo, el policía mira a su alrededor y dice:
—No, nunca.
Nosotros decimos:
—Debía de ser muy distraído y negligente ese soldado para perder todos
esos objetos indispensables para un militar.
El policía dice:
—No los perdió. Alguien se los robó después de morir. Vosotros que
venís a menudo al bosque, ¿no tendréis alguna idea sobre este asunto?
—No. Ni idea.
Decimos:
99/155
El interrogatorio
—Desde la primavera.
—¿Dónde la conocisteis?
—Muy amable. Nos da pan con mantequilla, nos corta las uñas y el pelo
y nos baña.
—Sí, mucho.
100/155
—Sí. Una cosa horrible. Esta mañana, como de costumbre, preparaba el
fuego y los fogones de la cocina han estallado. Le ha dado en plena
cara. Está en el hospital.
Decimos:
Nosotros le preguntamos:
Nosotros decimos:
Él dice:
101/155
—Es verdad. También está el viejo. Ya le he interrogado.
—¡Confesad!
Nos callamos. Él se pone blanco, nos golpea más y más. Nos caemos de
las sillas. Nos da patadas en los costados, en los riñones, en el
estómago.
102/155
En prisión
Nos duele todo. El más ligero movimiento nos hace caer en una
semiinconsciencia. Nuestra vista está velada, nos zumban los oídos, nos
resuena la cabeza. Tenemos una sed horrible. Tenemos la boca seca.
Así pasan las horas. No hablamos. Más tarde, el policía entra y nos
pregunta:
—¿Necesitáis algo?
Decimos:
—Beber.
No respondemos. Él pregunta:
103/155
—¡Telefonee a la base y pida una ambulancia!
—¡Esto lo vas a pagar caro, chusma! ¡Ya verás cómo lo vas a pagar!
—Dice que el viejo está muerto y que esto lo vas a pagar caro, chusma.
—Mis pequeños, mis pobres niños. ¡Se ha atrevido a haceros daño, ese
cerdo miserable!
El policía dice:
Nosotros decimos:
Nosotros le decimos:
—Rece a Dios.
104/155
Por la mañana va a buscar a la abuela, que nos trae leche caliente a la
cama.
—¿Habéis confesado?
La abuela se ríe.
—Me pregunto por qué quisisteis matarla. Pero supongo que tendríais
vuestros motivos.
105/155
El caballero anciano
La abuela le pregunta:
—Tenga piedad.
La abuela responde:
El anciano dice:
La abuela pregunta:
—Justamente. Nadie la buscará aquí. Bastará con decir que es una nieta
suya, la prima de los dos niños.
—Todo el mundo sabe que no tengo más nietos que esos dos.
La abuela se ríe.
106/155
Después de un largo silencio, el caballero insiste:
—Sólo le pido que alimente a la niña durante algunos meses. Hasta que
acabe la guerra.
—No soy más que una pobre vieja que se mata a trabajar. ¿Cómo
alimentar tantas bocas?
El caballero dice:
—Aquí tiene todo el dinero que poseían sus padres. Y las joyas de la
familia. Todo es suyo si la salva.
Nosotros decimos:
—Sí, abuela.
Nos pregunta:
107/155
—Pero nosotros somos dos.
—Tenéis razón. Dos son mucho más fuertes que uno. Y no olvidaréis
llamarla «prima», ¿verdad?
—Confío en vosotros.
108/155
Nuestra prima
Nuestra prima tiene cinco años más que nosotros. Tiene los ojos negros.
Tiene los cabellos rojizos a causa de un producto que se llama henna.
Nosotros decimos:
La abuela dice:
—No queremos que vengas con nosotros. No debes poner los pies jamás
en el desván.
—¿Por qué?
Le decimos:
Ella pregunta:
109/155
—¿Seríais capaces de denunciarme?
Dice:
—Traedme frambuesas.
Le decimos:
Dice:
Nos pregunta:
—¿Qué hacéis ahí, tirados en el suelo sin moveros, desde hace tres
horas?
Dice:
Nos pregunta:
110/155
La abuela no pega nunca a nuestra prima. Tampoco la insulta. No le
pide que trabaje. No le pide nada. No le dirige la palabra jamás.
111/155
Las joyas
—Rica, rica. Es fácil estar guapa con todas estas cosas. Fácil. Qué
vueltas da la vida. Ahora son mías todas estas joyas. Mías. Es de
justicia. Cómo brillan…
»Ella tiene que morir también. Así no habrá pruebas. Ojos que no ven,
corazón que no siente. Sí, la chica morirá. Tendrá un accidente. Justo
antes de que acabe la guerra. Sí, un accidente es lo que hace falta. Nada
de veneno. Esta vez no. Un accidente. Ahogada en el río. Meterle la
cabeza debajo del agua. Difícil. Empujarla por la escalera de la bodega.
No es lo bastante alta. El veneno. Tiene que ser veneno. Algo lento. Bien
dosificado. Una enfermedad que la vaya royendo poco a poco, durante
meses. No hay médico. Mucha gente muere así, por falta de cuidados,
durante la guerra.
112/155
Se ríe. Se quita las joyas, las guarda en un saquito de tela y lo mete en
su jergón. Se acuesta, nosotros también.
—Aquí está todo escrito. Vamos a darle esta carta al señor cura. Si le
pasa algo a alguno de nosotros tres, el cura abrirá la carta. ¿Lo has
entendido bien, abuela?
La abuela nos mira con los ojos casi cerrados. Respira muy fuerte. Dice
muy bajito:
—¡Hijos de perra, de puta y del diablo! ¡Maldito sea el día que nacisteis!
113/155
Nuestra prima y su enamorado
Nuestra prima se pone seria, ya no nos incordia más. Se lava todos los
días en el barreño grande que hemos comprado con el dinero ganado en
los bares. Se lava la ropa a menudo y la braguita también. Mientras se
seca su ropa, se envuelve en una toalla o bien se echa al sol con la
braguita puesta y secándose en el cuerpo. Está toda morena. Los
cabellos le llegan hasta las nalgas. A veces se vuelve de espaldas y se
tapa el pecho con el pelo.
Según ellos, los militares extranjeros que están en nuestro país y que
pretenden ser nuestros aliados en realidad son nuestros enemigos, y los
que pronto llegarán y ganarán la guerra no son enemigos sino, por el
contrario, liberadores.
Dicen:
114/155
—Pronto habrá terminado. «Ellos» llegarán de un momento a otro.
El chico dice:
El chico dice:
—Sí, tienes razón. Pero acaríciame. Dame la mano. Acaríciame ahí, así.
Vuélvete. Quiero besarte ahí mientras me acaricias.
Volvemos.
115/155
La bendición
Nos vemos obligados a volver a la rectoría para devolver los libros que
nos habían prestado.
De nuevo es una anciana quien nos abre la puerta. Nos hace pasar y
dice:
El cura dice:
—Sentaos.
Nosotros no respondemos.
116/155
ocupa de su huerto y sus animales. Ya no mendiga. Ya no necesita su
dinero.
El cura dice:
Él dice:
Le preguntamos:
Nosotros le decimos:
—¿Puedo bendeciros?
—Si le apetece.
117/155
—Dios todopoderoso, bendice a estos niños. Sea cual sea su crimen,
perdónalos. Ovejas descarriadas en un mundo abominable, ellos mismos
son víctimas de nuestra época pervertida, y no saben lo que hacen. Te
imploro que salves sus almas infantiles y las purifiques en tu infinita
bondad y misericordia. Amén.
118/155
La huida
La abuela dice:
—Si han atravesado el Gran Río, nada les detendrá ya. Pronto estarán
aquí.
La gente dice:
—Huyen. Es la desbandada.
Otros dicen:
119/155
La abuela dice:
—Ya veremos.
El ordenanza dice:
—La cosa estar jodida. Pero es mejor estar vencido que muerto.
120/155
El osario
Las piras negras que habíamos visto desde arriba son cadáveres
carbonizados. Algunos han ardido bien, no quedan más que los huesos.
Otros apenas están ennegrecidos. Hay muchos. Grandes y pequeños.
Adultos y niños. Pensamos que antes los han matado, y después los han
amontonado y les han echado gasolina para prenderles fuego.
La abuela dice:
La abuela se ríe.
121/155
—¿No se han olvidado de nada los héroes? ¿Se lo han llevado todo con
ellos? ¿No han dejado nada útil? ¿Habéis mirado bien?
—¿Adónde vas?
—Al pueblo.
Ella sonríe.
122/155
Nuestra madre
—¡Venid! Venid rápido al jeep. Nos vamos. Daos prisa. ¡Dejad lo que
estáis haciendo y venid!
Nosotros le preguntamos:
Ella dice:
Le preguntamos:
—¿Adónde vamos?
Nosotros decimos:
La abuela dice:
123/155
cogernos pero nosotros le damos patadas en la cara. El oficial suelta
unas palabrotas. Nosotros seguimos subiendo por la cuerda.
La abuela se ríe.
La abuela dice:
La abuela dice:
Nosotros decimos:
—Estamos bien aquí, mamá. Vete tranquila. Estamos muy bien en casa
de la abuela.
La abuela dice:
—Yo los necesito. Soy vieja. Tú puedes hacer otros todavía. ¡Ahí está la
prueba!
La abuela dice:
—Yo no los retengo. Vamos, chicos, bajad enseguida e idos con vuestra
mamá.
Nosotros decimos:
124/155
—No queremos irnos. Queremos quedarnos contigo, abuela.
La abuela dice:
Nosotros decimos:
125/155
La partida de nuestra prima
Dice:
Nosotros le decimos:
Nos pregunta:
El civil dice:
La abuela responde:
El civil pregunta:
126/155
—¿Queríais? ¿Quiénes?
El civil sonríe.
El civil dice:
—No lo sé. Sólo me han encargado que encuentre a los niños que están
en esta lista. Iremos primero a un centro de acogida de la ciudad.
Después, haremos investigaciones para encontrar a vuestros padres.
Nuestra prima, muy contenta, embala su ropa y reúne sus cosas de baño
y las pone en su toalla.
La abuela dice:
El civil dice:
127/155
La abuela dice:
El civil dice:
—No tengas tanta prisa. Al menos podrías darle las gracias a la señora,
y despedirte de estos chiquillos.
Nos aprieta más fuerte aún, está llorando. El civil la coge por el brazo y
le dice a la abuela:
—Le doy las gracias, señora, por todo lo que ha hecho por esta niña.
Salimos todos. Delante de la puerta del jardín hay un jeep. Los dos
soldados se instalan delante, el civil y nuestra prima detrás. La abuela
les grita algo. Los soldados se ríen. El jeep arranca. Nuestra prima no
se vuelve.
128/155
La llegada de nuevos extranjeros
Aparte de los militares no hay nadie en las calles. Las puertas de las
casas están cerradas, los postigos cerrados también, las persianas de
las tiendas bajas.
Ella se ríe.
Después del paso de los militares son los ladrones los que invaden los
almacenes y las casas abandonadas. Los ladrones son sobre todo niños
129/155
y viejos, algunas mujeres también, que no tienen miedo a nada o son
pobres.
Entramos en la librería, que tiene la puerta rota. Allí no hay más que
algunos niños más pequeños que nosotros. Cogen lápices y ceras de
colores, gomas, sacapuntas y escuadras.
Los militares también beben y vuelven a las casas, pero, en esta ocasión,
para buscar mujeres.
130/155
El incendio
La vecina dice:
—Marchaos.
Le decimos:
—Queremos ayudarla.
Le preguntamos:
—Sí. Fue ella quien les llamó. Salió a la carretera, les hizo señas de que
vinieran. Eran doce o quince. Y mientras le pasaban por encima, ella no
dejaba de gritar: «¡qué contenta estoy, qué contenta estoy! ¡Venid todos,
venid, otro más, otro más aún! Ha muerto feliz, follada hasta la muerte.
¡Pero yo no estoy muerta! Me he quedado aquí echada sin comer, sin
131/155
beber, yo no sé desde hace cuánto tiempo. Y la muerte no viene. Cuando
la llamas, nunca viene. Se divierte torturándonos. Yo la llamo desde
hace años y ella me ignora».
Le preguntamos:
—¿Qué otra cosa podría desear? Si queréis hacer algo por mí, pegadle
fuego a la casa. No quiero que nadie nos encuentre así.
Nosotros le decimos:
—Sí, señora, claro que somos capaces. Puede contar con nosotros.
Nosotros vamos a recuperar las gallinas y los conejos, pero los vecinos
ya se los han llevado durante la noche.
132/155
El final de la guerra
La abuela dice que se los llevan muy lejos, a un país frío y deshabitado
donde les obligarán a trabajar tan duro que no volverá ninguno de ellos.
Morirán todos de frío, de cansancio, de hambre y de todo tipo de
enfermedades.
Nosotros le decimos:
—Es muy sencillo, abuela. Sólo tienes que hablarnos en ese idioma todo
el día y acabaremos por entenderte.
133/155
Se distribuyen cartillas de racionamiento. La gente hace cola delante de
la carnicería y la panadería desde las cuatro de la mañana. Las demás
tiendas permanecen cerradas, a falta de mercancías.
134/155
Otra vez al colegio
Le decimos a la abuela:
Ella dice:
—¿Qué dice?
La abuela dice:
135/155
—Es alto y parece muy malo.
La abuela dice:
La abuela explica:
El inspector dice:
La abuela dice:
136/155
—Es usted una mujer muy valiente.
Recibimos una tercera carta donde dice que nos dispensan de asistir al
colegio a causa de nuestra invalidez y de nuestros traumas psíquicos.
137/155
La abuela vende su viña
La abuela pregunta:
El oficial dice:
El oficial dice:
La abuela dice:
—¡Desde luego que sí! Discútalo con ellos, pues. Que decidan ellos.
—Confío en vosotros.
Y se va a su viña.
138/155
El oficial dice:
Nosotros le decimos:
—Como habrá podido constatar usted mismo, ese terreno tiene un gran
valor sentimental para ella, y el ejército, ciertamente, no querrá
despojar de un bien adquirido con tantos sacrificios a una pobre
anciana que, además, es originaria del país de nuestros heroicos
libertadores.
—Es factible.
Él nos pregunta:
—Sí, es todo.
Él se echa a reír.
139/155
La enfermedad de la abuela
—¿Y se va a morir?
Le decimos:
—¡Hijos de perra! ¡Asad una gallina! ¿Cómo queréis que recupere las
fuerzas con vuestras verduras y vuestros purés? ¡Y también quiero leche
140/155
de cabra! Espero que no hayáis descuidado nada mientras he estado
enferma…
141/155
El tesoro de la abuela
—Cerrad bien todas las puertas y ventanas. Quiero hablar con vosotros
y no quiero que nadie nos oiga.
Le preguntamos:
Ella grita:
Le respondemos, cuchicheando:
—Tendría que haberme dado cuenta. ¿Lo sabéis desde hace mucho
tiempo?
142/155
—Desde hace mucho tiempo, abuela. Desde que te vimos arreglar la
tumba del abuelo.
—No sirve de nada enfadarse. De todos modos, todo será para vosotros.
Ahora ya sois lo bastante inteligentes para saber qué hacer con todo
eso.
Nosotros le decimos:
La abuela dice:
—Sí, abuela.
—Eso no es todo. Cuando tenga otro ataque, debéis saber que no quiero
ni vuestros baños, ni vuestras bragas ni vuestros pañales.
Le decimos:
143/155
—No sabéis lo que es estar paralizada. Verlo todo, oírlo todo, y no poder
moverse. Si no sois capaces ni siquiera de hacerme ese pequeño favor,
es que sois unos ingratos, unas serpientes que he calentado en mi propio
seno…
Le decimos:
144/155
Nuestro padre
Papá se para delante de la puerta, con los brazos cruzados y las piernas
separadas. Pregunta:
La abuela se ríe.
La abuela dice:
La abuela dice:
—De todo eso hace mucho tiempo. ¿Dónde estabas hasta ahora?
La abuela dice:
—Me encanta tu manera de darme las gracias por lo que he hecho por
tus hijos.
Papá grita:
La abuela dice:
145/155
—Ah, ¿así que te importa una mierda? ¿Té importamos una mierda tus
niños y yo? ¡Pues te voy a enseñar dónde está tu mujer!
Papá pregunta:
—Quiero verla.
Papá pregunta:
Le decimos:
La abuela dice:
—Ya te había dicho yo que dejases a los muertos en paz. Ven a lavarte a
la cocina.
146/155
Papá no responde. Mira los esqueletos. Tiene la cara mojada de sudor,
de lágrimas y de lluvia. Sale dificultosamente del agujero y se va sin
volverse, con las manos y el traje llenos de barro.
Le preguntamos a la abuela:
—¿Qué hacemos?
Ella entra.
147/155
Vuelve nuestro padre
—Murió.
Nos dice:
Nos enseña las manos. Ya no tiene uñas. Se las han arrancado de raíz.
—¿Por qué?
Decimos:
148/155
—Tiene que haber algún punto débil. Tiene que haber algún medio de
pasar.
Él dice:
—Os escucho.
Le explicamos:
Seguimos:
—Hay que recuperar las dos tablas para pasar de la misma manera la
otra barrera, que se encuentra siete metros más lejos.
Papá se ríe.
Papá palidece.
—Entonces, es imposible.
—Acepto el riesgo.
149/155
—En ese caso, queremos ayudarte. Te acompañaremos hasta la primera
barrera.
—De acuerdo. Os doy las gracias. ¿No tendréis algo de comer, por
casualidad?
150/155
La separación
Nos pregunta:
—¿Estáis locos? ¡Me niego a pasar esa frontera de mierda en pleno día!
Nos verían.
151/155
Le preguntamos:
Papá dice:
—Pensáis en todo.
Nuestro padre no lleva nada. Sólo le pedimos que nos siga haciendo el
menor ruido que pueda.
—Mierda y más mierda. Ayer era asqueroso, pero a veces está bueno.
152/155
Papá coge las dos tablas bajo el brazo, avanza, pone una de ellas contra
la barrera, trepa.
Corremos hasta los alambres de espinos con las otras dos tablas y el
saco de lona.
153/155
Agota Kristof (Csikvánd, Hungría, 30 de octubre de 1935 - Neuchâtel,
Suiza, 27 de julio de 2011) escritora húngara, que residió en Suiza y
escribió su obra en francés.
154/155
155/155