Reencuentro Con Don Cloro - 2023
Reencuentro Con Don Cloro - 2023
Reencuentro Con Don Cloro - 2023
Debe haber sido a fines de junio o comienzos de julio de 1987 cuando tuve mi
primer encuentro personal con Clodomiro Almeyda, “don Cloro”. Sin embargo,
desde ya hacía algunos años antes me había encontrado con su concepción de
la realidad y su posición frente al acuciante devenir histórico, encuentros que se
ha prolongado más allá de su desaparición física porque su memoria, su
pensamiento y su ideario han permanecido en nuestra biografía personal y
colectiva como un cartabón de la civilización radicalmente libertaria, igualitaria y
solidaria que aspiramos construir.
Foto de don Cloro prisionero en isla Dawson, en primera fila, segundo de izquierda a
derecha, (Colección Centro Cultural La Moneda).
A todo el mundo lo trataba de “usted”, salvo a sus amigos más íntimos con
quienes se tuteaba los cuales, en general, eran de su edad o mayores que él,
como el ex presidente del BID, Felipe Herrera, Federico Klein, fundador del P.S.,
el ex diputado Alfredo Hernández, el poeta Humberto Díaz Casanueva o el
veterano dirigente Humberto Martones, quienes lo frecuentaban en la prisión.
Pero, tras las formas corteses y diplomáticas con que se dirigía a sus
interlocutores, no dejaba de transmitir ideas con la didáctica del maestro
consumado que era. Don Cloro en sus conversaciones educaba de una forma
natural, incluso cuando contaba algunas de sus copiosas anécdotas. Sutilmente
–y sin el autoritarismo del pedante–, siempre daba clases a sus contertulios,
desde modestos obreros y pobladores hasta políticos macucos o soberbios
sociólogos con las verdades en sus bolsillos, compartiendo breves esbozos de
historia política o del acervo socialista.
No era raro, entonces, que muchos dirigentes del partido estuviesen al aguaite
de sus propios fueros los cuales no podían descuidar en visitas al encarcelado
que, después de todo, de la cárcel no se iba a mover... Comprendiendo estos
peregrinos arrestos que llevaban a algunos militantes a identificar los intereses
fraccionales –o, peor aún, personales– con los intereses del socialismo, desde
una visión de más largo plazo, don Cloro nunca dejó de recordar que vivimos en
una sociedad escindida en clases, que los valores dominantes de la sociedad
son los que impone la clase dominante los cuales operan porfiadamente como
remanentes ideológicos que bloquean la configuración de los valores
redentores de una nueva sociedad, provocando tendencias individualistas,
regresivas y funcionales a la supervivencia del sistema de opresión social.
Y esto, más que por mala fe de los individuos, radica en el predominio de una
conciencia que, si bien aspira discursivamente a la ruptura de todas las
servidumbres, está aún encadenada por inveteradas alienaciones del pasado.
Advertía, asimismo, que los partidos políticos, incluso los revolucionarios, no eran
iglesias ni menos capillas, sino instrumentos de las fuerzas sociales para
representar sus intereses, y, en nuestro caso, para bregar por la construcción de
una nueva sociedad. Pero, en muchas circunstancias, era inevitable que estos
instrumentos se desgastasen, entraran en crisis insanables y ya no sirvieran a los
fines para los que fueron crearon. Yo, que profesaba un fideísmo “pentecostal”
hacia el Partido, consideré que tales apreciaciones eran más bien genéricas, sin
imaginar que más tarde iba a abandonar sus filas por estimar que este
“instrumento” ya no daba cuenta de los ideales emancipadores del socialismo.
Todas las semanas, durante cerca del año y medio en que estuvo encarcelado,
visité a don Cloro hasta que fue puesto en libertad tras del triunfo de las fuerzas
democráticas en el plebiscito del 5 de octubre de 1988. Fueron largas jornadas
de conversaciones compartidas con otros visitantes o, simplemente, a solas, en
que más que intercambiar puntos de vistas yo acudía a absorber sus impresiones
sobre la realidad, sus ideas doctrinarias de fondo, su mirada del mundo, sus
expectativas del socialismo y sus atisbos del devenir de la humanidad. Debo
confesar que cuando salió en libertad junto a la alegría que significaba este
hecho también me embargó cierta nostalgia al comprender que ya no
volveríamos a tener los mismos encuentros.
Su trato con todo el mundo era deferente y respetuoso, y aunque era amable en
la conversación, no entraba en familiaridades con los visitantes lo que significaba
que tampoco éstos entrasen en los asuntos de su intimidad. Nunca se refirió en
términos ofensivos o agraviantes contra nadie y, lo más áspero que le escuché
de un tercero fue el juicio negativo sobre un antiguo dirigente que había
realizado trabajo fraccional en el Partido, el cual derivó en la salida del llamado
sector “Comandante”. En esa ocasión, se limitó a calificar al dirigente con el
extravagante apelativo de “incordio”.
Caricatura de don Cloro fumando hecha por CIXTER, “Las Noticias de Última Hora”, 29 de
septiembre de 1972, p. 5.
Entre los asiduos visitantes a Capuchinos, estaba Clotario Blest, quien por lo
demás visitaba a todos los presos políticos, pero con Clodomiro tenían una
amistad de décadas ya que él, siendo ministro del Trabajo de Ibáñez, había
contribuido a la fundación de la CUT en 1953. Recuerdo que, en una ocasión,
Almeyda estaba reunido con importantes comisionados internacionales que
trataban su situación al más alto nivel.
II
Todas las semanas, durante cerca del año y medio en que estuvo
encarcelado, visité a don Cloro hasta que fue puesto en libertad tras del
triunfo de las fuerzas democráticas en el plebiscito del 5 de octubre de
1988.
La reducción del marxismo a una doctrina que propugna la violencia era para
Almeyda una forma caricaturesca y tergiversada de comprender esta compleja
y variopinta “concepción del mundo”, exponiendo, a grandes rasgos, algunas
nociones básicas de la teoría marxista de la violencia: “El marxismo es una teoría
social que, primero, rechaza la violencia como instrumento de solución de los
conflictos internacionales y sociales por los dolores y daños que produce.
Segundo, que el marxismo es una teoría social que intenta explicar la presencia
de la violencia en las sociedades, por la persistencia de antagonismos sociales y
nacionales que condicionan su emergencia, debiéndose en consecuencia luchar
hasta que desaparezcan esas condiciones para erradicar de esta manera la
violencia de la historia. Tercero, que considera lícito, sin embargo, el uso de la
violencia revolucionaria como expresión del derecho de legítima defensa en el
campo de los conflictos sociales interiores, así como ese mismo principio es
válido para legitimar las guerras defensivas entre naciones, según el Derecho
Internacional”. (3)
Entre los asiduos visitantes a Capuchinos, estaba Clotario Blest, quien por
lo demás visitaba a todos los presos políticos, pero con Clodomiro tenían
una amistad de décadas ya que él, siendo ministro del Trabajo de Ibáñez,
Por otro lado, afirmaba que podían ser totalitarios, y de hecho lo eran, algunos
regímenes donde imperaba el liberalismo a ultranza negando el desarrollo
democrático: “Totalitaria puede llegar a ser una sociedad económicamente
liberal, en la que la libre competencia concentra el poder económico y político
y mediante ellos controle los medios de comunicación y por tanto moldee de
acuerdo a sus intereses las ideas y valores que inspiren a la sociedad. Un papel
como el que desempeña el complejo financiero, industrial-militar en los Estados
Unidos, que sin darse cuenta es uno de los países más totalitarios del planeta”.
(4)
Por último, ante la acusación de que el marxismo promovía la lucha entre las
clases, el ex Canciller argumentaba que, en el pensamiento marxista, la tesis de
la lucha de clases estaba inextricablemente unida al postulado de la supresión
de la sociedad de clases que, en otros términos, significaba el fin de la
explotación del hombre por el hombre: “La doctrina marxista no propugna ni se
funda en la lucha de clases. Lo que propugna, es decir, su fin, es precisamente
lo contrario: el establecimiento de una sociedad sin clases y en la que no exista
por lo tanto lucha entre ellas.
Foto en colores de don Cloro con fondo rojo, diario “La Época, 12 de mayo de 1996 (sin
registro de autor).
III
Poco antes del plebiscito vinieron a visitarlo unos camaradas de Chile Chico,
localidad sureña donde estuvo relegado y en la cual sorprendentemente había
trabajo partidario en los años dictatoriales, haciendo su estadía en ese paraje
más acogedora y familiar. Almeyda consultó cómo estaba la correlación de
fuerzas para la justa en las urnas, y uno de los camaradas le dijo que se ganaría
por lejos ya que se había hecho una buena campaña. El rostro de don Cloro se
iluminó con la buena noticia y sentenció: “Si ganamos en el Chile Chico, ganamos
en el Chile Grande”.
Sin embargo, en ninguna de esas ocasiones su palabra nos caló tan hondo como
su discurso con motivo del 53º aniversario de la Juventud Socialista, realizado en
un teatro de la capital poco después de su salida de la cárcel, cuando por todos
lados asomaba un júbilo colectivo incontenible por el fin próximo del régimen
vesánico. El paisaje humano estaba cambiando junto con el clima político.
Almeyda no era un gran orador, pero en aquella velada su verbo fue memorable.
Su disertación revivía la tradición libertaria del “como decíamos ayer”, de Fray
Luis de León y Unamuno, retomando una cátedra proscrita, pero no acallada. En
pocos instantes concentró la atención absoluta de la concurrencia. Comenzó
indicando la promisoria etapa que se iniciaba para nuestro pueblo con el triunfo
en el plebiscito para dejar atrás la pesadilla de tantos años; no obstante, advertía
las trampas con que la dictadura dejaba amarrada fraudulentamente las
instituciones políticas y económicas para abortar el nacimiento de un genuino
sistema democrático.
IV
Desde esta perspectiva, esbozó una interpretación sobre los motivos que
malograron esta experiencia que había torcido el curso de la historia universal:
“El intento de construir una sociedad socialista a marchas forzadas, en una parte
del mundo, con un insuficiente desarrollo económico y cultural, aisladamente, y
en condiciones de un abierto antagonismo con los Estados más avanzados del
planeta, y sin que tampoco los valores socialistas hayan impregnado
mayoritariamente a la conciencia social, todo este complejo de circunstancias
tenía que conducir, necesariamente, a esas experiencias socialistas, a su
deformación primero y a su colapso después, a través de un proceso difícilmente
reversible…
Ante la magnitud de las dificultades que se interponían en la faena política
emprendida y que brotaban de la insuficiencia de las condiciones para la
emergencia y viabilidad de un socialismo maduro, se intentó suplir esas
carencias a través de una hipertrofia del aparato del Estado, al que se le asignó
la misión imposible de llevar a cabo simultáneamente las tareas incumplidas por
el capitalismo y, al mismo tiempo, la implantación de relaciones socialistas de
producción y de propiedad. Para lograr tan ambiciosos objetivos, junto con
generarse un Estado absorbente, centralizado y monopólico, hubo primero que
limitarse y, luego después, suprimirse los rasgos democráticos en el movimiento
social y en el campo político, terminando finalmente por instalarse y
consolidarse un cerrado e impermeable autoritarismo represivo, vuelto de
espaldas al resto del mundo y encerrado en sí mismo”. (10)
Por otra parte, constataba que, a pesar de las similitudes de los socialismos
reales, también se debía considerar la diversidad de los ensayos, cada uno en su
mérito y especificidad. Ejemplificaba con el modelo chino, que significó la
transformación de esta nación tradicional en una verdadera superpotencia
económica. En suma, sostenía que todas estas tentativas, con sus carencias y
deformaciones, aventajaron en muchos aspectos al modelo neoliberal,
idealizado por las fuerzas conservadoras. (11)
Despojado de todo cargo político, Almeyda sentó sus reales en una institución
cultural llamada “Casa Canadá”, en el barrio Bellavista de Santiago. Ahí trasladó
su inmensa biblioteca con el fin de crear una instancia de reflexión intelectual y
debate ideológico. Ocasionalmente lo visitaba en ese espacio para conversar y
conocer sus proyectos. Desde ahí levantó su candidatura a la presidencia de su
colectividad con una propuesta titulada “El Partido Socialista como yo lo quiero”,
que buscaba enmendar el rumbo conservador que estaba tomando su dirección
partidaria reivindicando a los principios doctrinarios del socialismo y asumiendo
los nuevos desafíos políticos. (13)
Don Cloro sentado con la mano levantada, periódico “UyL”, abril-mayo de 1990, (fotografía
de Jaime Muñoz).
Esta observación no fue episódica, sino que estuvo presente en nuestro autor
hasta el final de sus días. En uno de sus últimos artículos reconoció
categóricamente que las políticas económicas de la Concertación
habían fracasado en el terreno de la distribución. A diferencia de lo que llamaba
la “izquierda populista”, que profería una crítica abstracta y de bulto a todo el
manejo de la economía, Almeyda hacía los distingos necesarios de todo análisis
riguroso. Rescataba el control de las “variantes macroeconómicas”,
especialmente, de la mantención del valor de la moneda que posibilitaba la
estabilidad y el crecimiento económico que eran, a su juicio, condiciones
necesarias, aunque no suficientes para una política redistributiva eficaz.
Esta iniciativa no contó con el respaldo oficial del Partido Socialista; antes bien,
muchas de sus autoridades que estaban comprometidas con un proceso de
“renovación” buscaban desembarazarse de la matriz transformadora del
socialismo chileno para convertirlo en una entidad tecnocrática y administradora
del modelo. Más aún, gran parte de sus dirigentes mostraron una aquiescencia
cómplice con la institucionalidad dictatorial y el continuismo neoliberal, hasta el
punto de que uno de ellos llegó a afirmar –varios años después de la
desaparición de don Cloro– que quienes se empeñaban tozudamente al cambio
de la Constitución (entre los que siempre me he incluido) eran unos “fumadores
de opio”.
VI
Don Cloro fue un actor fundamental de la historia política chilena durante medio
siglo: intelectual orgánico del socialismo vernáculo; teórico del marxismo
latinoamericano; Ministro del Trabajo durante el segundo gobierno de Ibáñez;
diputado en representación del P. S. a comienzos de los años 60 y agudo crítico
del “Gobierno de los Gerentes”; académico y director de la Escuela de Ciencias
Políticas de la Universidad de Chile y, en sus días postreros, de la Escuela de
Sociología de la misma Casa de Estudios; miembro de la Organización
Latinoamericana de Solidaridad (OLAS); Canciller del Gobierno de Salvador
Allende y artífice de su política exterior; Vicepresidente de la República;
prisionero político y proscrito por la tiranía; líder máximo del socialismo chileno
y pieza clave en la recomposición de las fuerzas de izquierda durante la
inacabada reconstrucción democrática. Su legado intelectual también merece
un reconocimiento como autor de múltiples libros, folletos y documentos, a los
que se unen cientos de artículos en periódicos como Las Noticias de Última
Hora, Espartaco, Arauco, Cuadernos de Orientación Socialista, Araucaria de
Chile, Unidad y Lucha, Nueva Sociedad y Encuentro XXI, entre otros.
Don Cloro junto a los presidentes Juan Velasco Alvarado y Salvador Allende en el Palacio
Pizarro en Lima, en visita oficial a Perú realizada en septiembre de 1971, (Biblioteca del
Congreso Nacional).
Referencias