Trabajo Fin de Grado
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1. Introducción y estado de la cuestión:
El mundo y lo que rodea a la brujería ha sido siempre un objeto de interés en el ser
humano. Tanto en su faceta más morbosa como en su interés por conocer cuánto de
verdad se esconde tras la cortina de un mundo para iniciados en una serie de doctrinas
consideradas poderosas, peligrosas y, ya a partir de un determinado momento,
irreconciliables con la religión vigente.
Se trata de un tema que ha despertado el interés de diversos estudiosos a lo largo de
la historia y, por ende, se han vertido ríos de tinta al respecto. Esta cualidad presentaba
sus ventajas y desventajas a la hora de ser abordado. La discriminación de la información
comenzó con acotar geográfica y cronológicamente el tema, aunque a la hora de la
redacción dichas fronteras pudieran tornarse más laxas. El objeto de estudio resultante
fue la región que rodea a los Pirineos, principalmente el Sur de Francia, Aragón y País
Vasco, entre los siglos XVI y XVII, época de gran eclosión de la “brujomanía”, lo que
nos aporta una mayor cantidad de referencias.
Los enfoques sobre la brujería han ido cambiando y alterando la orientación de los
estudios al respecto, para lo cual y aprovechando la multidisplinariedad de las ciencias
sociales se ha recurrido a los distintos enfoques de diferentes áreas de estudio que han
trabajado el tema, como la antropología o el folclore.
Como toda temática que está envuelta en la bruma de la leyenda, la primera labor a
realizar era discernir hasta qué punto resultan fiables parte de las fuentes consultadas,
bien literarias bien actas de juicios. Ante esta cuestión ya autores con renombre en el
campo de estudio, nacionales como Caro Baroja o internacionales como Hennigsen, han
abogado por una discriminación ante el arquetipo mostrado, pues se trataba de la
búsqueda intencionada de argumentos que sostuvieran su determinada visión del
fenómeno. También debemos tener en cuenta, como se ha mencionado anteriormente, el
grado de morbo que despierta esta temática y que ha perpetuado determinadas
concepciones erróneas o imprecisas tanto sobre la brujería como sobre su persecución, lo
cual ha conducido a una cierta contradicción personal entre mi propio bagaje y las
investigaciones o trabajos consultados.
Pese a la limitación de éste trabajo, me resultó importante presentar un primer
apartado en el cual se desglosara de forma general aspectos como puede ser la brujería y
el personaje de la bruja, para más adelante tener en cuenta a qué nos referimos con la
selección lingüística así como presentarlo de la forma más académica posible. Después
dedico otra sección a su persecución, intentando esclarecer las causas culturales así como
2
los mecanismos y la acción de los mismos en el proceso dado que gran cantidad de fuentes
primarias remiten a las actas de los juicios o a las ordenanzas al respecto. Por último,
analizo la situación en los lugares antes mencionados, la región que rodea los Pirineos,
prestando gran atención a los dos mayores eventos, simultáneos en el tiempo, de juicios
masivos de brujas: Zugarramurdi (Navarra) y Labourd (Sur de Francia), inciados ambos
en 1609.
Sin embargo, antes de entrar en materia, me parece obligatoria una presentación del
estado de la cuestión, aunque sea someramente, para encuadrar en el tema. Desde los
propios coetáneos a los fenómenos se intentó dar una definición y un corpus a las prácticas
de las brujas, como los trabajos de Johann Weyer (1515-1588) que consideraba a las
brujas una manifestación irreal y las consideraba enfermas mentales (teoría que será
retomada posteriormente)1 o los de Pedro de Valencia (1555-1620) que define las juntas
de brujas como reuniones reales similares a las bacanales sin caracteres sobrenaturales 2.
Ya existe pues una intención contemporánea a los hechos de intentar comprender el
fenómeno, aunque su método no pueda considerarse completamente riguroso y pueda
encontrarse condicionado por la cercanía los hechos.
El primer tratamiento histórico lo podemos encontrar en Jules Michelet (1798-1874)
con su obra Le sorcière. Quiafe describe la óptica que plantea como una realidad objetiva
al concebir la brujería como una religión creada por los siervos3. Michelet ya plantea
puntos interesantes como la vinculación de la brujería a la mujer en relación a los cultos
primitivos que se distorsionan hasta la configuración de la bruja medieval ligada a la
herbología y medicina popular4.
A inicios del siglo XX la obra El dios de los brujos de Margaret Murray (1863-1963)
fue un referente al destacar la brujería como un elemento de continuidad desde el
Paleolítico5 que se habría extendido hasta la Edad Moderna. Presentaba la pervivencia
del culto a un dios cornudo de la fertilidad demonizado por el cristianismo y perseguido.
Su trabajo generó tanto defensores como detractores y aunque haya sido superada merece
una mención por su labor.
1
Citado en Quaife, G.R., Magia y Maleficio, Barcelona, Crítica, 1987; p. 14
2
Caro Baroja, J. Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza, 2015; pp. 266-269.
3
Citado en Quaife, G.R., Magia y Maleficio, Barcelona, Crítica, 1987; p. 21.
4
Michelet, J., La bruja, Madrid, Akal, 2004; pp. 3-6.
5
Murray, M. El dios de los brujos, México D.F., Fondo de Cultura Económico, 1986; pp. 10-12 Citado
en Quaife, G. R., Magia y Maleficio, Barcelona, Crítica, 1987; p. 19
3
Hacia la mitad de la centuria los estudios se dividieron en dos corrientes: el
materialismo cultural y la corriente feminista. En el primer grupo destaca el antropólogo
Marvin Harris (1927-2001) con su trabajo Vacas, cerdos, guerras y brujas que se
aproxima al tema desde la óptica de los perseguidores, buscando en ellos la creación
intencionada del mito en relación con los intereses de una clase 6. En el segundo grupo
encontramos exponentes como Thomas Szasz quien defendía la persecución por parte de
las élites religiosas a mujeres que tenían conocimientos de medicina o Heinschun y
Steiger que matizarán la amplitud del campo médico en el control de la natalidad (foco
de atención en varios capítulos del Malleus Maleficarum)7.
También en esta época se dio el auge de las teorías sobre narcóticos, aunque autores
como Caro Baroja ya había reparado en ello previamente, siendo la principal
representante Linnda Caporael con sus estudios sobre las brujas de Salem de 1692. La
autora pone sobre la palestra la posibilidad de una intoxicación inconsciente con
cornezuelo8, lo que daría lugar a comportamientos extraños y alucinaciones que fuesen
relacionados con actos de brujería.
En la década de 1990 el mayor referente fue Carlo Ginzburg con su Historia nocturna
rebatiendo posturas anteriores a él y cuyo foco de interés se encontraba más interesado
en la persecución que en las creencias donde se basaba el fenómeno 9. Él se basa en las
“Estructuras mentales invisibles” de Geertz, como muestra en su estudio sobre los
benandantti, para el estudio de los casos de brujería presentándolos como algo que no se
crea, sino que se da10.
Durante esta época también se iniciará el boom de la microhistoria que permitió
estudiar la cotidianidad y las raíces de la brujería en casos concretos, que si bien no
pueden servir para configurar una tipología general, ayudan a comprender mejor la
heterogeneidad del fenómeno.
6
Op. Cit. Quaife, G.R., Magia y maleficio,1987; p.15
7
Íbidem, 1987; pp. 21-22.
8
Citado en Quaife, G.R., Magia y maleficio, 1987; p. 20.
9
Ginzburg, C. Historia Nocturna, Barcelona, Muchnik Editores, 1991; p. 13.
10
Íbidem, 1991; pp. 20-22.
4
2. La concepción de bruja:
a) La bruja y la brujería.
Para comenzar resulta indispensable definir unas líneas generales para los objetos de
estudio del trabajo, tanto la bruja como la brujería, en la época que nos compete.
Comenzaremos tratando la brujería como una palabra que, según Levack 11, podía
hacer referencia a dos tipos diferentes de actividad: la primera relacionada con la magia
negra o nociva entendida como actos perjudiciales o dañinos gracias a un poder
extraordinario (maleficium) y la segunda como referencia a la interacción entre la bruja y
el demonio, supeditándose a éste último (demonismo). Ambas acusaciones estaban muy
relacionadas al existir la creencia extendida de que la sumisión al diablo era el medio para
obtener poderes con los que causar daño. Además, el autor diferencia entre dos clases de
brujería: negra (nociva) y blanca (relacionada con la curación y la adivinación). En un
inicio, ésta última no suponía un delito hasta la asunción de la teoría del demonismo
(diablo como fuente de poder mágico) aunque solían ser tratadas con mayor benignidad.
No obstante, este no es el único enfoque del fenómeno de la brujería. Por su parte,
Quaife12 plantea la magia, incluyendo la brujería en ella, como un sistema plausible que
aúna pensamientos y acciones basado en la creencia de que todo elemento tiene un poder
intrínseco que puede ser controlado mediante el uso de símbolos. Dentro de esta
descripción alega que la magia se divide en: alta (típica de la élite y contrapuesta al clero,
conocía y combatida desde el siglo XIV), baja (donde diferencia blanca y negra) y popular
(que define como base radical de la brujería).
Por otro lado, Ginzbourg platea un episodio curioso que estudió bien: los benandanti
(‘buenos caminadores’) de Friulí, culto que evolucionó de custodio de ritos de la fertilidad
contra fuerzas nocivas a ser considerado un grupo de brujos y adoradores del diablo,
siendo objetivos de la persecución eclesiástica13. Esto pone de manifiesto una
característica muy relevante: la denominación y caracterización de la brujería será algo
extrínseco al grupo que recibe dicha etiqueta. Se debe añadir a su vez la constante
referencia a esta actividad como un fenómeno eminentemente inmerso en la cultura
popular.
Para finalizar con el espacio dedicado a la brujería, me parece importante reseñar la
labor de Henningsen para diferenciar ‘brujería’ de ‘brujomanía’. Alega que la primera es
11
Levack, B. P., La caza de brujas en la Europa Moderna, Madrid, Alianza Universidad, 1995; pp. 26-
35.
12
Op. Cit. Quaife, G.R., Magia y maleficio..., 1987; pp. 48-55.
13
Op. Cit. Ginzbourg, C., Historia Nocturna, 1987; pp. 94-95.
5
un “sistema ideológico capaz de aportar soluciones a problemas cotidianos” 14 a la par que
implica en su definición que la bruja, en tanto que humana, puede ser combatida a la par
que se utiliza de chivo expiatorio. No obstante, la brujomanía la considera una explosión
de persecución destructiva provocada por el sincretismo entre las creencias populares y
las ideas que han elaborado las élites intelectuales (el demonismo y la idea de pacto con
el diablo). En el Anexo 1 se ha incluido el cuadro explicativo que Henningsen expone en
su libro para exponer mejor las diferencias entre ambos términos.
En lo que respecta a la definición de ‘bruja’ me parece adecuado abordarla desde
diferentes ángulos. Primero me gustaría tratar las definiciones contemporáneas a la época
estudiada y por otro el estereotipo que se formó, tanto en el folclore como gracias a la
acción de los juicios.
En su obra, Gari Lacruz hace una recopilación de diversas definiciones elaboradas en
el siglo XVII dentro del ámbito español. Él mismo expone y argumenta que no hay una
enunciación precisa y hay multitud de términos que, en la praxis, eran juzgados de la
misma forma pese al cuidadoso trabajo de compilación de estudiosos como Ysidro de San
Vicente que ofrecía una presentación escalonada al respecto de los hechos y usos de la
magia. Comienza con denominar brujo-bruja a aquellos que participan en juntas
(aquelarres) y practican daños como ejecutores de los designios del demonio. Así mismo,
el Diccionario de Covarrubias 15, en su voz “bruxa-bruxo” [Anexo 2], coincide en la
reuniones y la supeditación al demonio, no obstante presenta matices interesantes como
un mayor inciso en lo que supone el aquelarre y matiza que la asistencia a este puede ser
mediante enajenaciones (ser una alucinación más que una realidad). Además, Covarrubias
también tiene una entrada para la palabra “hechizar” a la que diferencia de lo realizado
por las “bruxas” en la posibilidad de un pacto implícito (a través de mediadores), en lugar
de explícito, y la actividad individual, frente a la asistencia a juntas. Caro Baroja retomará
esta argumentación en su obra Las brujas y su mundo matizando la junta como la
asistencia a un culto común del que se hablará más adelante. Sin embargo, la obra de
Covarrubias se muestra poco precisa cuando en términos como “encantadores” se definen
14
Henningsen, G., El abogado de las brujas, Madrid, Alianza, 2010; p. 456.
15
Covarrubias, A. Tesoro de la lengua española, Madrid, 1610. Voz “bruxa”. Citado en Gari Lacruz, Á.,
Brujería e Inquisición en Aragón, Zaragoza, Deslan, 2007; p. 75.
6
de una manera tan genérica como “Maléficos, hechiceros, magos, nigrománticos, aunque
estos nombres son diferentes, y por diversas razones se confunden unos con otros”16.
De aquí podemos extraer la idea de que, en la realidad popular, la denominación de
la persona en cuestión se establecía por su labor dentro de la comunidad. Si bien se
caracterizaba por ser dañina y agresiva se le señalaba como bruja, si bien su labor se
orientaba a la adivinación y la suministración de elementos para favorecer la protección
o resultados benignos se las llamaba curanderas. Éstas últimas, por su carácter benéfico,
poseen clientela y son parte integrada en la comunidad.
María Tausiet17 trató la transformación en el papel de las comadronas y parteras
posteriormente tildadas de brujas. Pese a que acota su ámbito de estudio a Aragón en la
Edad Moderna, puede extrapolarse a otros ámbitos geográficos al presentar una situación
muy extendida: la persecución de mujeres dedicadas a la medicina popular por ejercer al
margen de la medicina oficial, cada vez más extendida y monopolizada por hombres de
un nivel social y cultural más elevado. Las comadronas, así como las curanderas o
boticarias, serían relacionadas como soporte de la superstición frente a los hombres de
ciencia (apreciando también la marginación al sexo femenino y la demonización del
enemigo a combatir). En el propio Malleus Maleficarum se denomina a las “parteras”
como “las que causan mayores daños” 18 (esterilidad, imposibilidad de concepción,
abortos, infanticidios y ofrenda del niño al demonio eran el abanico de opciones que podía
realizar).
Por otra parte, más allá de las labores o actividades que clasifican a una persona como
bruja, existían otro tipo de características a tener en cuenta. “Las personas calificadas de
brujas recibían esta designación desde el interior de la comunidad aldeana. Ciertos
atributos predisponían a los individuos a semejante acusación”19, con esta frase Quaife
presenta dos realidades muy importantes a tener en cuenta: la primera el papel de la
comunidad como juez, antes mencionada, y la segunda la creación de un perfil particular
que sigue presente en la cultura a día de hoy.
16
Op. Cit. Covarrubias, A. Tesoro de la lengua…, 1610. Voz “Encantadores”. Citado en Gari Lacruz, Á.,
Brujería e Inquisición en Aragón, Zaragoza, Deslan, 2007; p. 76.
17
Tausiet, M. “Comadronas-brujas en Aragón en la Edad Moderna: Mito y realidad”. Manuscrits: Revista
d’història moderna, nº 15, 1997, pp. 377-392.
18
Kramer, H. y Sprenger, J. Malleus Maleficarum, Barcelona, Círculo latino, 2005, Cuestión XI, p. 148.
En el artículo de Tausiet, M. “Comadronas-brujas en Aragón en la Edad Moderna: Mito y realidad”,
Manuscrits: Revista d’història moderna, nº 15, 1997, p. 378.
19
Op. Cit. Quaife, G. R. Magia y maleficio, 1987. p. 197
7
Dicho estereotipo se fundamenta en factores que provocan la reclusión en relación
con la dependencia: la edad, el género, el aislamiento y la pobreza (la mujer vieja, viuda
y pobre era el blanco por excelencia). Quaife hace hincapié en la edad como el factor más
determinante, aportando el dato de que en Europa (incluyendo Inglaterra) los acusados de
brujería ostentaban, por lo general, una edad comprendida entre los cincuenta y los setenta
años20, aunque habría que tratar los episodios de mayor histeria aparte. Sin embargo,
Levack propone el sexo como la característica mejor documentada y de mayor relevancia
aportando incluso datos concretos en su obra [Anexo 3], argumenta que la concepción de
debilidad sobre la mujer (en los ámbitos tanto físicos como políticos) devinieron en la
creencia de ser más susceptibles al uso de la hechicería como medio para poder llevar a
término actos de protección y venganza.
Por último en este apartado, me gustaría dedicar un breve espacio a la profusión del
demonismo y su repercusión en la concepción sobre la bruja. El demonismo nació a raíz
del cambio en la concepción del diablo, de “enemigo y antitipo de Cristo” 21 pasó a ser la
antítesis de Dios, “principio y objeto de idolatría y falsa religión” 22, durante el siglo XV.
Levack achaca esto a un desarrollo lógico de identificarse a la cristiandad a sí misma con
Dios y, por lo consiguiente, a sus enemigos como seguidores de su adversario y opuesto.
La firma del pacto con él constituía la base de la definición legal de delito, pues
debemos tener en cuenta la herejía como motivo de causa judicial. No obstante, los inicios
de la idea contractual son bastante anteriores y pueden remontarse a la traducción de
libros de magia islámicos y griegos durante los siglos XII y XIII. Sin embargo, dicha
magia consistía en la supeditación y control sobre demonios adoptando el nombre de
nigromancia. Estos demonios no ofrecían sus servicios sin un pago a cambio, con lo que
la escolástica dedujo que la totalidad de los magos establecían pactos con el diablo. Esto
incurría en dos delitos: herejía y la apostasía. Esto se amplió a la concepción de cualquiera
que poseyera facultad de provocar efectos mágicos la había obtenido del demonio. Con
el paso del tiempo, el sometimiento de demonios menores al servicio de los magos transitó
a la supeditación y servidumbre de éstos a la figura del demonio, al calor del
engrandecimiento de ésta figura.
Cohn describe una síntesis del procedimiento y contexto del pacto del cual es
interesante resaltar el oportunismo de la figura del diablo. Dicha característica se traduce
20
Íbidem, 1987; p. 198.
21
Op. Cit. Levack, B. P., La caza de brujas…, 1995; p. 61
22
Íbidem, 1995; p. 61
8
en el momento de la aparición y propuesta acontecía en momentos de “desesperación, de
desamparo o de soledad profunda, o bien de total desconsuelo” 23, esto vuelve a poner en
relieve a los personajes más desfavorecidos y excluidos de la comunidad como blanco
para las acusaciones de demonismo.
b) El Sabbat o aquelarre
A modo de inciso, vamos a dedicarle un pequeño espacio al estudio y concepción de
las reuniones de brujas: el aquelarre, modo castellanizado de escribir la palabra euskera
akelarre compuesta por ‘aker’ (macho cabrío) y ‘larre’ (prado)24, al que Caro Baroja
remite la misma realidad que la representada con la palabra judaica ‘sabbat’25.
Diversos autores, entre ellos Gustav Henningsen y Mikel Azurmendi, apuntan a que
la primera aparición del término aquelarre en un documento oficial fue durante el proceso
de Zugarramurdi en mayo de 160926 informando sobre “juntas y aquelarres” en el
territorio navarro. A partir de ahí se ha estudiado antropológica y lingüísticamente los
orígenes de esta palabra discrepando con la hipótesis aportada por Baroja antes
mencionada y basada en los escritos de Pierre de Lancre.
El propio Azurmendi realizó una tesis en 199327 sobre el tema en el que exponía que
dicha denominación no existió en vascuence sino que se trata de una creación por parte
de los jueces e inquisidores a ambos lados de los Pirineos a inicios del siglo XVII. Pierre
de Lancre, al que más adelante haremos referencia, en sus escritos utilizó la forma
aquelarre traducida como ‘Lane de bouc’ (“Prado del cabrón”). Los argumentos del autor
de la Universidad de País Vasco se basan tanto en la antropología como en la lingüística
para apoyarse en su tesis para culminar con la hipótesis de que akelarre proviene de una
localidad homónima próxima a Zugarramurdi y cuyo significado es “prado de flores de
alka”, siendo esta una planta venenosa para el ganado si la ingiere 28.
El conocido autor Gustav Henningsen está de acuerdo con la teoría de Azurmendi, así
lo constata en el artículo “El invento de la palabra aquelarre”29 alegando que la
documentación de País Vasco muestra el uso del término por el pueblo común hasta
23
Cohn, N., Los demonios familiares de Europa, Madrid, Alianza Editorial, 1980; p. 138.
24
Op. Cit. Caro Baroja, J. Las brujas… 2015; p. 239.
25
Íbidem, 2015; p. 114.
26
Carta de 22.5.1609 del Tribunal al Consejo, AHN, Inq., leg. 1679, exp. 2.1°, núm. 30. Citado en
Henningsen, G., “El invento de la palabra aquelarre”, Reiv, Nº 9, San Sebastián, 2012; p. 59.
27
Azurmendi, M. Nombrar, embrujar. Para una historia del sometimiento de la cultura oral en el País
Vasco, Irún, Alberdania, 1993. Citado en Henningsen, G. “El invento de la palabra aquelarre”. Reiv, nº9,
San Sebastián, 2012; pp. 57.
28
Arzumendi, M., “A vueltas con el término aquelarre”. Reiv. Nº 9. San Sebastián. 2012; p. 44.
29
Op. Cit. Henningsen, G. “El invento de…”, 2012; p.58.
9
mediados del siglo XVII. Además apunta que la diversidad de formas de encontrarla
escrita (aquelarre, aquelarre, aquerlare y aquerrlarre en un escrito del Obispo de
Pamplona, por ejemplo) demuestran la su naturaleza de palabra nueva. Los informes
manuscritos del Tribunal del caso de Zugarramurdi (1610) muestran como los
inquisidores consideraban la palabra desconocida para el idioma vascuence [Anexo 4].
Dejando a un lado las discrepancias sobre el origen etimológico de la palabra, vamos
a enfocarnos en la realidad a la que se refiere. El Sabbat, como la reunión o junta anterior
a la denuncia presente en el acta de mayo de 1609, es expuesto en la obra Las brujas y su
mundo como la diferencia entre hechicería (acto individual de magia maléfica con mayor
recorrido y presencia en el tiempo) y brujería (acciones colectivas asociadas a un culto) 30.
En este punto entenderíamos Sabbat y aquelarre como sinónimos, postura que defienden
algunos autores como Henningsen31.
El culto estaría asociado al dualismo imperante de la época como lucha entre dos
fuerzas (Dios y el demonio) y las brujas aparecerían como sus servidoras y adoradoras.
Aparece por primera vez, nombrado como tal, en un proceso inquisitorial de la zona
de Carcassonne (Toulouse), entre 1330 y 1340, y es descrito tanto en sus actividades
como en su iniciación al mismo [Anexo 5]. Entre las actividades confesadas por Ana
María de Georgel y Catalina, mujer de Derlot (como se denomina a las acusadas) destacan
actividades o rasgos que perdurarán en el imaginario colectivo como paradigmáticas de
las juntas de brujas: tentación del Demonio (que toma forma corpórea), elaboración de
ungüentos y pócimas con ingredientes denostados con fines nocivos, culpabilidad de
numerosos perjuicios contra la comunidad, invocación de demonios, adoración del macho
cabrío, ingestión de carne de cadáveres… No obstante, debemos tener en cuenta el
contexto de extracción de dichos testimonios, bajo tormento, sobre el cual trataremos más
adelante en otro apartado.
Caro Baroja relaciona la denominación ‘sabbat’ como una reminiscencia y
equiparación con el mundo judaico, el cual atravesaba una época de condena 32. También
aporta que el término ‘sinagoga’ también era utilizado para designar esas reuniones y
ratifica lo anteriormente mencionado. Podemos extrapolar por lo tanto la denominación
de herético a estas prácticas las cuales son descritas como crímenes horrendos.
30
Op. Cit. Caro Baroja, J. Las brujas…, 2015; p. 136.
31
Op. Cit. Henningsen, G. El abogado de las brujas, 2010; p. 117.
32
Op. Cit. Caro Baroja, J. Las brujas…, 2015; p. 144.
10
Sin embargo el trabajo de María Tausiet 33 resulta esclarecedor al desentrañar el origen
de determinadas atribuciones a estas reuniones. Presenta una visión del aquelarre como
versión opuesta del sacramento de la eucaristía cristiana, donde el juego de contraposición
entre las referencias a lo sacro y las atrocidades cometidas en dichas juntas puede
abordarse desde multitud de ópticas. Cabe reseñar que su trabajo que si bien es más
completo que otros no resulta pionera en la tesis que se va a describir a continuación,
encontrando la misma idea en, por ejemplo, Caro Baroja al exponer los estudios de Pierre
de Lancre34.
Por ejemplo, enlaza la exaltación de lo sexual en las ceremonias como prueba
irrefutable para la época del poder y la veracidad de los episodios y peligros que narraban,
no como muestra de represión sexual por parte de los teólogos, teoría muy difundida.
Frente a las discusiones sobre la corporeidad de los ángeles o seres divinos se intentaba
verificar mediante la unión carnal la existencia de los demonios y, por ende, la
verosimilitud de realizar un pacto con un ser tiene cuerpo y es real (al mismo tiempo que
se reafirmaba la existencia de Dios).
A partir del siglo XIII fue tomando fuerza entre los creyentes el surgimiento de la
duda sobre la eucaristía, por ejemplo acerca de la praesentia realis de Cristo en la
ceremonia, como en otros sacramentos en los que existía un intermediario (sacerdote).
Por ello una de las aplicaciones convenientes de los ritos burlescos de los aquelarres era
denominarlos como inferiores a los sacramentos convencionales, capaces de administrar
la gracia divina.
La eucaristía fue, por denominarlo de alguna manera, el sacramento predilecto para
la mofa y restructuración según los demonólogos. Las reuniones presididas por el
demonio era un reflejo distorsionado de la misa dominical caracterizado por una
oposición sistemática: uso de los mismos elementos (altar, cáliz, sotana, etc.) pero
subrayando la oposición bien/mal: cambio de los elementos de color blanco por el negro,
posiciones de derecha a izquierda, la preeminencia de olores desagradables... se buscaba
la mayor simetría posible y se culminaba con una orgía sexual 35.
33
Tausiet, M. “Brujería y Eucaristía: al aquelarre como antivisión”. Reiv, nº9, San Sebastián, 2012; pp.
66-89.
34
Op. Cit. Caro Baroja, J. Las brujas…, 2015; pp. 246-248.
35
Citado en Tausiet, M. “Brujería y Eucaristía: al aquelarre como antivisión”. Reiv, nº9, San Sebastián,
2012; p. 74
11
La unión física (sexual) se compara a la comunión mística al recibir el cuerpo y la
sangre de Cristo como si se tratara de un sacrificio que, junto con la unión con la
divinidad, busca la unión de la comunidad, eliminar las hostilidades.
El entendimiento de la eucaristía como fusión colectiva inspirada en la figura de
Cristo ya estaba en las comunidades cristianas primitivas como la organización de la
comunidad en hermandad. Sin embargo, la praesentia realis como mera figuración y su
desarrollo al culto hacia la hostia consagrada, como objeto aparte del ritual eucarístico,
comenzó a enaltecer su importancia. Se le atribuyeron relatos milagrosos y portentos
(brillar con luz propia, emanar sangre, parecerse al niño Jesús o al Cristo de la Pasión,
prevenir incendios, ser curativas…), su papel fue de custodio de confirmación de los
sobrenatural frente al escepticismo y la duda de los fieles respecto al poder de la
eucaristía, y por tanto de los sacramentos.
Los relatos de hostias milagrosas solían tener como protagonistas o bien a incrédulos
o bien enemigos de la fe (judíos, herejes y, más adelante, brujas) 36. De la denominada
“mala hembra” a la bruja hay una transición breve, según Walter Stephens la bruja
presentó un nuevo precepto de herejía sacrílega desde el s. XV (más amenazadoras que
el judío y mayor en número) que además tenía mayor acceso a la hostia.37
No obstante, de nuevo se trataba de una reafirmación del poder sacro frente al
sacrílego, puesto que en los relatos la hostia consagrada siempre reaccionaba frente al
maltrato sufrido, realzando el poder benéfico de la misma y de la eucaristía.
En el propio Malleus Maleficarum en el capítulo V, “Acerca del modo general con
que las brujas realizan sus maleficios sobre todas las criaturas, utilizando sobre todo los
sacramentos de la Iglesia”, se narraba la historia de la bruja considerada “modélica”
[Anexo 6]: la que envenenaba la hostia mezclando los conceptos bien/mal y que comete
infanticidio (o lo intenta).
La conclusión de María Tausiet expone que, a partir del siglo XV, la brujería servía
como ejemplo de los peligros del descreimiento y la incredulidad, por ejemplo los que
ponían en duda determinados preceptos, como la transubstanciación frente a los que
creían ciegamente. De ahí el mito consecuente de que las brujas “no podían ver la hostia”
(y a la vez eran causantes de que otros no pudieran verlo o creerlo) que muestra
determinadas tensiones sobre la doctrina imperante.
36
Citado en Op. Cit. Tausiet, M. “Brujería y eucaristía…”, 2012; p. 79.
37
Ibídem, 2012; p. 80.
12
En la Edad Moderna se popularizó la acusación de brujería mediante mitos
demoniacos de inversión, con la intención de realzar la doctrina cristiana, los cuales
pueden enlazarse con movimientos de rechazo y duda ante la imposición doctrinal y su
consecuente erradicación.
c) El contexto-sociocultural
Quaife respecto a este apartado pone en relieve una realidad que es determinante en
el devenir de la vida: el infortunio. Expone que los embates que se presentaban ante el ser
humano de la modernidad podían achacarse a cuatro culpables: Dios, el diablo, un vecino
o así mismo. El propio autor diferencia la resolución de las élites (corrección divina o
propia culpa) de la profesada por la clase popular (el demonio o uno de sus agentes).
De nuevo nos encontramos ante la dicotomía entre mundo urbano y rural, junto con
los arquetipos de bruja que en cada uno se desarrollaron. Caro Baroja hace hincapié en la
eminente “ruralidad” de la mayor parte del fenómeno gracias a dos características del
ámbito: la pervivencia y fuerza de la superstición y su reducido tamaño.
La explicación psicológica ante este suceso resulta compleja, pero para el desarrollo
del trabajo no será necesario hacer demasiado hincapié en ellas. Acotaré argumentado la
mayor facilidad con la que, en la vida cotidiana, una persona podía hacer frente o pedir
cuentas a un vecino que a la deidad.
Otra línea de estudio sostiene que el papel de la bruja ha sido la de rebelde dentro de
su propia comunidad. El miedo a la rebelión presente tanto en la Edad Media como
Moderna en Europa tuvo un importante influjo en la creación de ideas como las de
aquelarre y bruja. Emmanuel Le Roy Ladurie 38 expone que es posible la realización de
actos protesta contra el régimen establecido, pero la confesión bajo tormento puedo
devenir en la creación de un discurso ofensivo contra las élites que realizaban los
interrogatorios basados en sus propios temores.
La concepción de rebelde choca con la noción de víctima que ostentan los ajusticiados
por el delito de brujería. Sin embargo, podemos considerar el papel de supervivientes en
un medio hostil, eminentemente bajo dominio masculino. Levack defiende la
denominación “inconformista” para dichas mujeres, desafiando el estándar de pasividad,
docilidad y concepción cristiana de la buena madre y esposa, muchas veces por sus
circunstancias particulares. Esto fue objeto de sospechas, miedo y hostilidad en su propia
comunidad.
38
Le Roy Ladurie, E. Paysans de Languedoc, París, 1966, pp.407-413. Citado en Levack, B. La caza de
brujas en la Europa Moderna, Madrid, 1995, p. 200.
13
Delumeau, en sus trabajos sobre el recorrido del miedo en la sociedad occidental,
dedica a la mujer un capítulo dentro del apartado “Los agentes de Satán” (lo cual ya es
bastante significativo). Trata la concepción de la mujer desde la óptica masculina vigente
como algo que oscila “de la atracción a la repulsión” 39 y es considerada “cáliz de vida y
muerte”40, una visión de largo recorrido que ya identifica en mitos como la Pandora griega
o la Eva judeocristiana. Relaciona dichas concepciones con teorías como la de Tomás de
Aquino, la mujer como “macho deficiente” que ya cayó ante el tentador antaño y debe
ser tutelada.
Las descripciones físicas, como las de Reginal Scot (“Habitualmente viejas,
impedidas, de vista nublada, pálidas, malolientes y llenas de verrugas… encorvadas y
deformes cuyas caras muestran una melancolía que horroriza a cuantos a cuantos las
ven”41), no ayudan a una mejor aceptación de éstas personas en sus comunidades. Incluso
parecen argumentar una armonización del colectivo con su segregación o eliminación.
Levack defiende un enfoque multicausal para una mejor compresión del fenómeno de
su persecución, entendido como un cúmulo de cambios que condujo al cambio religioso
y la tensión social. Algunos de estos cambios que argumenta son: la Reforma y
Contrarreforma, la Inquisición, las guerras de religión, el inicio del centralismo de los
estados, etc.
39
Delumeau, J., El miedo en Occidente, Madrid, Taurus, 1989; p. 471.
40
Íbidem, 1898; p. 474.
41
Citado en Levack, B. P. La caza de brujas en la Europa Moderna, Madrid, Alianza. 1995; p. 202.
14
3. La persecución de las brujas: La “brujomanía”
La realidad de la caza de brujas merece una mirada atenta tanto por su interés cultural
y social como por ser una de las fuentes principales de información sobre el fenómeno de
la brujería gracias a las confesiones y testimonios recopilados como pruebas para las
acusaciones y juicios.
Antes de centrarnos en las fronteras predeterminadas del trabajo, me parece
obligatoria una visión general aunque sólo resida en el contente europeo. Delumeau42 toca
brevemente un desarrollo desde la labor de los primeros emperadores cristianos en el siglo
IV, los cuales perseguían las prácticas mágicas. Más adelante, en lo que respecta a la Alta
Edad Media, presenta un relajo y mayor clemencia ante las acusaciones de magia en un
contexto de epidemias y reducción de la población en el que la mujer era necesaria. A
partir del s. XII, con episodios como las herejías de los valdenses y albigenses y el ascenso
de la inquietud clerical comenzó una inquietud que se fue acrecentando frente a las
actitudes discrepantes.
Para los episodios posteriores, el trabajo de Levack43 es una gran ayuda al presentar
un recorrido por todo el territorio señalando los rasgos más característicos de cada región
y el devenir histórico. Concretamente dicho autor distingue en diferentes bloques
cronológicos para explicar el desarrollo del fenómeno. Primero se remonta a los trabajos
de Kieckhefer44 para tratar el tránsito del medievo a la modernidad, señala el periodo
comprendido entre 1375 y 1435 como el momento de aumento de las acusaciones de
demonismo, con la consecuente fiebre de la demonología en las órbitas intelectuales y la
gran cantidad de publicaciones sobre brujería, que puede ampliarse hasta alrededor de
1500. En esta época debemos mentar dos grandes hitos que marcarán el devenir de la caza
de brujas: la bula Summis desiderantes affectibus de Inocencio VIII en 1484 [Anexo 7]
y la publicación del Malleus Maleficarum por Kramer y Sprenger en 1487, encargo del
mentado pontífice para descubrir y juzgar a los culpables.
De 1500 hasta la mitad del siglo XVI hay una reducción de los procesos de brujería
motivada por la acción de los humanistas y la aparición de la Reforma, que se impondrá
como temática de mayor relevancia. Lo restante de la centuria es testigo de un estallido
masivo de caza de brujas en un ambiente de pánico colectivo, guerras de religión y
42
Op. Cit. Delumeau, J., El miedo…, 1989; pp: 534-535.
43
Op. Cit. Levack, B. P., La caza de brujas…, 1995; pp. 237-290.
44
Kieckhefer, R. European witch trials. University of California Press. 1976; pp. 10-26. Citado en
Levack, B.P., La caza de brujas en la Europa Moderna. Alianza. Madrid. 1995; p. 258.
15
agitación social que conducirán a una etapa definida por los grandes juicios masivos y
numerosas ejecuciones hasta la mitad del XVII. A partir de la mitad de siglo este
fenómeno irá remitiendo gracias a la labor de la Ilustración y los intelectuales del XVIII.
En lo que se refiere a la locación territorial, Levack habla de tres factores a tener en
cuenta para el estudio de la intensidad de la brujomanía en Europa: la diferenciación local
de bruja como adoradora del diablo o como quien realiza maleficium (daño) por sí sola
(allí donde las tesis del demonismo arraigaron las persecuciones fueron más numerosas y
violentas) , el sistema empleado en los tribunales (permisividad o no hacia la tortura y
otros métodos de incoación del reo), el grado de control judicial central sobre los
enjuiciamientos (por norma general los pequeños tribunales locales mostraban más
empeño en localizar y procesar brujas) y, por último, el grado de celo religioso
manifestado por los habitantes de la región (difícil de cuantificar pero presente, por
ejemplo, en regiones donde convivían distintas creencias religiosas tras la Reforma).
Una vez expuestos dichos parámetros podemos ejercer una clara división entre los
lugares con un mayor número de ejecuciones (en relación a su tamaño y población).
Lugares donde la descentralización política y la falta de organismo superiores que
controlasen la persecución, como los territorios alemanes o suizos, tuvieron un mayor
índice de ajusticiamientos. Por otra parte, los que no cumplían alguna de éstas
características, como España con la presencia de la Inquisición o Francia tras la
imposición del sistema de parlaments donde poder apelar las sentencias, presentan un
menor número. Luego, casos particulares como Inglaterra, donde no cuajaron las tesis del
demonismo y no se permitió la tortura como método interrogatorio, también muestran un
menos porcentaje de sentenciados tras las acusaciones.
El respaldo para este fenómeno de histeria vino tanto por la vía eclesiástica como
seglar. La persecución contra el uso de magia está representada en la Biblia en un
versículo concreto del Antiguo Testamento que rezaba: “No dejarás con vida a la
hechicera”45, dicha frase ha sido traducida empleando diferentes palabras pero
manteniendo un significado similar en el apartado “Leyes morales y religiosas” en la
edición de la Biblia que consulté. Éste versículo concreto fue empleado tanto por
protestantes como católicos.
Por otro lado, el delito de brujería era civil, en cuanto causaba perjuicio directo sobre
los vecinos. Pérdida de cosechas, asesinato, infanticidio, mal de ojo… entre otras
45
Éxodo, 22:17.
16
actividades que se achacaban a las brujas eran motivación suficiente como para
emprender acciones judiciales contra la persona que se creía culpable de ello. Además,
diferentes estados con dispares enfoques hacia la brujería promulgaron edictos y leyes
contra los crímenes asociados a ésta como Inglaterra, Escocia, el Franco-Condado,
Suecia, Dinamarca, Noruega y Rusia 46.
Las pruebas para condenar ante un tribunal dichas infracciones en raras ocasiones
eran más sólidas que acusaciones y una posterior confesión por parte del acusado. No
obstante, en un estado de histeria y medio en los contextos descritos, eran motivo
suficiente como para llevar adelante el proceso hasta el ajusticiamiento.
En la siguiente parte del trabajo, analizaré los procedimientos judiciales que
permitieron la brujomanía, entendida como fiebre de caza de brujas, desde un plano
general aunque focalizándome en los lugares de interés del estudio. Para ello, hablaremos
del sistema de juicios, los tipos de tribunales y el sistema por el cual se obtuvieron gran
parte de las confesiones y a día de hoy sigue siendo motivo de controversia en cuanto a
su eficacia: el tormento.
a) Los juicios
Al entrar en este apartado debemos hacer hincapié en la brujería como delito.
Usunáriz Garayoa lo denomina de fuero mixto 47, es decir, podía ser juzgado tanto por
tribunales laicos como eclesiásticos. Con lo cual nos encontraríamos ante un triple
procedimiento a seguir según los jueces que el autor propone: la Inquisición, los obispos
y los tribunales civiles.
Como al primero de ellos se le va a dedicar un apartado más extenso a continuación
nos centraremos en los dos siguientes. Los obispos pueden ser entendidos como tribunales
eclesiásticos únicos en aquellos países donde la Inquisición ya no existía o como
tribunales a parte que podían realizar sus propias investigaciones y vigilancias antes de
dar noticia al tribunal inquisitorial pertinente según dónde se encontrasen.
Los tribunales civiles se encargaban de esta transgresión en cuanto suponían las
acciones realizadas un daño o perjuicio a la comunidad, como cualquier crimen, pero
además, dentro de los tribunales reales, podían interpretarse la herejía como como un
delito de lesa majestad, que amenazaba el orden monárquico divino 48.
46
Op. Cit. Levack, B.P., La caza de brujas…, 1995; p. 121.
47
Usunáriz Garayoa, J. M., “La caza de brujas en la Navarra Moderna (siglos XVI-XVII)”, Reiv, nº 9.
San Sebastián. 2012; p. 327.
48
Tausiet, M. Ponzoña en los ojos. Brujería y superstición en Aragón en el siglo XVI, Diputación de
Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2000; p. 187.
17
Antes de adentrarnos en las actividades de los tribunales es necesaria la mención al
cambio legal que vino del cambio doctrinal con el paso de la Edad Media a la Moderna.
Tausiet explica esta transición entre el método acusatorio (acusatio), que consiste en que
el acusado debe llevar la carga de su defensa para demostrar su inocencia ante los cargos,
al inquisitorial, donde un juez toma la iniciativa para llegar a la verdad de la denuncia
mediante una investigación o inquisitio49.
Ya en la Edad Moderna, los tribunales seguían el esquema básico procedimental de
cualquier delito: Primero encontramos la fase de iniciación, en la cual tras el
conocimiento del delito, las autoridades ordenaban la toma de pesquisas para lo que se
enviaba a un comisario y un escribano al lugar de los hechos para recabar información.
Éstos tomaban declaraciones de quienes quisieran declarar e incluso de los acusados,
quienes podían confesar o negar los hechos. Tras la recogida de testimonios se procedía
a la orden de encarcelamiento y el traslado a las cárceles consecuentes donde se informaba
al fiscal y se iniciaba la fase plenaria.
En esta etapa el fiscal se interrogaba a los testigos recogiendo sus testimonios mientras
el procurador de los demandados presentaba otra versión que intentaba demostrar la
inocencia de los acusados, aportando también testigos. Con la asunción del Derecho
Romano en el siglo XII, además de la tecnificación de los procesos con su consecuente
complicación y prolongación, el reo había adquirido una serie de garantías y derechos
que le permitían, cuando menos, una mejor defensa50.
Este proceso podía reiterarse varias veces, en los juicios de brujería solían pedirse
condenas altas o la aplicación de tormento, del que más adelante hablaremos, si las
pruebas de culpabilidad no eran suficientes (para ello hacía falta la aprobación de un
organismo superior si existía, sino, en general, las garantías del reo resultaban ínfimas
para defender su inocencia). Una vez se demostraba, mediante pruebas o la confesión
(forzada o no) de los acusados, la culpabilidad se procedía a las medidas punitivas
consecuentes.
Cabe pensar si existían justicias paralelas a las oficiales evadiendo sus normativas
motivadas por la petición popular. El nivel en el que el miedo, la sospecha y el rumor
incentivaron la caza de brujas sigue siendo un ámbito que necesita ser estudiado más a
fondo así como la respuesta de los organismos e instituciones superiores.
49
Op. Cit. Tausiet, M., Ponzoña en los ojos…, 2000; pp. 50-54.
50
Íbidem, 2000; p. 185.
18
i) La tortura:
Numerosos autores coinciden en que los delitos de brujería eran imposibles de
demostrar con pruebas sólidas, la culpabilidad del reo se demostraba habitualmente
mediante la confesión del mismo. Esta confesión podía obtenerse de varios modos, por
ejemplo con promesas de absolución o menor condena si colaboraba en el proceso. No
obstante en muchas partes de Europa se abogó por el sistema del tormento. Sin embargo,
hay que recalcar que en determinadas regiones nunca se contempló la tortura como
práctica para la obtención de testimonios. Éste es el caso de estados como Inglaterra, cuya
menor tasa de condenados refleja lo determinante que fe éste método en la obtención de
confesiones incriminatorias.
Hay que discernir en este punto dos tipos de torturas: la punitiva y la interrogatoria51.
Ésta última es la propiamente judicial y la que nos interesa dada su aplicación en las
investigaciones y juicios contra los acusados de brujería.
El empleo de tortura como método para la obtención de información verídica tiene un
largo recorrido, Levack hace referencia a su uso ya con esclavos en la antigua Grecia y
Roma (en esta última incluso con hombres libres en juicio de crímenes mayores). La vista
hacia un pasado que puede resultar tan lejano no es baladí dado que la introducción del
uso de tortura se dio a mediados del siglo XIII como consecuencia del estudio y
reimplantación del Derecho Romano para mejorar la eficacia de los juicios.
Fue el Papa Inocencio IV quien, a imagen de los tribunales civiles, capacitó el uso de
la tortura a los tribunales bajo su autoridad en los procesos de brujería, considerado el
crimen oculto por antonomasia que había que esclarecer.
El uso del tormento se escuda en la suposición de que el acusado confesará la verdad
si es expuesto al dolor físico durante el interrogatorio. Se sabe que esto no es cierto y que
se trata de un método poco fiable. Levack discierne que las falsificaciones en los
testimonios pueden deberse a diferentes motivos: 1) tratarse de una persona inocente o
que ignora la información deseada, 2) proporcionarle fragmentos de información
intencionada para dirigir sus respuestas o 3) bien excederse con la magnitud de la tortura
(logrando cualquier confesión por parte del torturado)52. Éste rasgo no era desconocido
por las élites (por ello estuvo prohibida hasta mediados del siglo XIII por la Iglesia), por
ello se idearon una serie de normas para regularla y hacer más efectiva su aplicación,
como límites de severidad y duración para evitar la muerte del reo, que todo el tormento
51
Op. Cit. Levack, B.P., La caza de brujas…, 1995; p.109.
52
Íbidem, 1995; p. 110.
19
debía ser ejercido el mismo día o exclusión de determinadas personas de dicho método
(como niños y mujeres embarazadas). También es conocido que estas normas se relajaron
u obviaron dando a lugar a grandes abusos, pues dichas restricciones se omitían en los
considerados crímenes excepcionales (crimen exceptum) y la brujería se encontraba entre
ellos.
Ésta realidad suscita la pregunta de si los jueces en cuestión nunca se plantearon la
opción de estar condenando y obligando a confesar a personas inocentes. Levack
interpreta que o bien creían que la acción divina les ofrecería protección y fortaleza frente
al tormento en caso de ser inocentes, o bien consideraban que todo acusado era culpable 53.
El interés en esta apartado tan morboso radica en su papel de director de la caza de
brujas en Europa. Las confesiones obtenidas en las aplicaciones de tormento facilitaron
la formación de un concepto de brujería y ayudaron a su difusión aún más que los tratados
demonológicos cultos. Habría que mentar el desarrollo en Inglaterra de este constructo,
pues a no contemplar la tortura en sus interrogatorios, la bruja como partícipe de
aquelarres y adoradora del demonio nunca tuvo gran aceptación.
La tortura también aumentó el número de culpables de brujería al no necesitar pruebas
frente a las confesiones que respaldaran el delito. También Inglaterra es el contraejemplo
perfecto pues, frente a la alta tasa de culpables entre los acusados en Europa, solo la mitad
de los acusados eran encontrados culpables por los tribunales. El incremento en el
continente se debió a su vez gracias a delatar a supuestos cómplices de brujería,
convirtiéndolo en un crimen colectivo y favoreciendo la idea de secta o culto.
b) La Inquisición
La Inquisición tiene una larga trayectoria cuyas connotaciones negativas se han
perpetuado a lo largo del devenir historiográfico hasta hace relativamente poco. No es mi
labor hablar aquí de las luces y sombras en lo referente a la maquinaria o acciones de esta
institución más allá de presentar lo que diversos autores, como Levack y Caro Baroja
entre otros, han aportado sobre ella en relación a los juicios y la caza de brujas.
Al contrario de lo que inicialmente se supone, conocida su extensa fama, ésta actuó
como freno a la histeria popular en los países donde estaba asentada en multitud de
ocasiones. Autores como los mentados elogian su prudencia y la labor de determinados
personajes que se encontraban al frente de determinadas comisiones de la misma o
53
Íbidem. 1995; p. 115.
20
realizaron críticas a posteriori que lograron cambiar el sistema procedimental, como
Alonso de Salazar y Frías o Pedro de Valencia.
Hemos de matizar, como es de suponer, que la existencia de ésta institución ha sido
diversa y condicionada según la época y la geografía. Durante la Edad Media, hubo
legislación tanto laica como eclesiástica contra las acciones de la magia, la Iglesia sobre
todo requería la penitencia o la excomunión como reacción a la transgresión respecto a
Dios más que por los perjuicios cometidos contra personas54. La inquisición medieval,
supeditada a la autoridad era papal, presentó unas características de persecución a la
magia más unificadas y tuteladas por una autoridad central. Por otro lado, durante la
Modernidad, sobre todo en la zona de la Europa meridional donde localizamos uno de los
focos de estudio (España), en la evolución de la institución se dio una transición que
devino en un bagaje propio.
Levack expone que, pese a la descentralización política de varios reinos con una
cabeza común, España tenía una institución judicial centralizada (la Inquisición,
reorganizada en 1478 sin estar bajo la directa jurisdicción de Roma 55, que sólo ratificaba
la elección de Inquisidor General) quién asumió el control de casi todos los procesos de
brujería. Disponía de veintiún tribunales regionales por todo el imperio, pero todos
estaban subordinados al tribunal central: el Consejo de la Suprema y General Inquisición.,
que asegura el cumplimiento de las normas de los procesos y recibía apelaciones a
sentencias de tribunales regionales.
Este organismo, independiente del papado, tenía como misión mantener la pureza de
fe luchando contra cualquier herejía o desviación de la fe. No obstante hay que mentar
una característica del sistema inquisitorial: en un inicio tenía un fin reconciliador del reo
con la verdadera fe56. Los inquisidores no eran torturadores sino teólogos y juristas con
gran preparación que aspiraban a actuar con justicia, castigaban testimonios falsos y, en
alguna ocasión, declaraban inocentes a los acusados.
Además hay que tener en cuenta que la Inquisición no tenía potestad para castigar,
decretaba penas a cumplir que el brazo secular ejecutaba.
c) Los tribunales civiles y locales
Los tribunales tomaron parte en los juicios por brujería bien como subordinados de
los tribunales eclesiásticos o bien como tribunales a parte desde un inicio. El cambio vino
54
Kieckhefner, R., La magia en la Edad Media, Barcelona, Crítica, 1992; p. 190.
55
Op. Cit. Henningsen, G. El abogado de…, 2010; p. 64.
56
Íbidem, 2010; pp. 68-69.
21
con el monopolio por parte de los tribunales civiles con la definición de brujería como
delito civil. Autores como Levack, Henningsen o Gari defienden que sin la aportación del
poder secular la caza de brujas no hubiera alcanzado las dimensiones que tuvo, mientras
que la permanencia de tribunales eclesiásticos en otros ayudó a mantener los
enjuiciamientos en niveles mínimos.
La denominación “mixta” del delito de brujería se fue decantando hacia la
competencia civil por los efectos nocivos inmediatos que se le achacaban, respaldados
por cuerpos legislativos que incluyeron leyes concretas contra la brujería. Esta potestad
sobre dichos delitos contribuyó al incremento de la caza al dar publicidad y directrices
para facilitar su procesamiento.
El declive de la inquisición papal como de otros tribunales eclesiásticos gracias al
rechazo de la Reforma a su autoridad también contribuyó, excepto en determinados
lugares como España, Portugal e Italia. A su vez, parece que los juristas eclesiásticos
desarrollaron un resquemor ante los abusos de los procedimientos de la caza de brujas,
reconociendo haberlos cometido en los inicios de la institución y recomendando cautela
que, a rasgos generales, no fue respetada57.
Esto no significa que el clero se desentendiera o perdiera interés en la caza de
brujas, el culto al diablo y la magia nociva. Sin embargo buscaron otros medios para
interceder, se convirtieron en los auxiliares de las autoridades judiciales, a veces llegando
a presionar para que las autoridades laicas actuaran con más dureza durante los siglos
XVI y XVII.
Pese a su doble naturaleza de crimen civil y espiritual, la huella de herejía seguía
teniendo un peso importante con lo que la pena habitual, excepto en algunos países como
Inglaterra y Nueva Inglaterra, era la pira. Esta práctica se respaldaba en un versículo de
la Biblia: “El que no permanece en mí es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; y
los reúnen y echan al fuego, y se queman” 58, podemos entenderlo como un rito de
purificación, significado que aparece en muchas culturas. También se ha interpretado
como una forma de evitar el retorno y venganza de los brujos al haber destruido su cuerpo.
Sin embargo, hay que matizar que no fueron quemadas en vida en su mayoría (salvo en
los territorios españoles e italianos según Levack), lo habitual era aplicar otras sentencias
de muerte, como garrote y luego quemar sus restos. Para aquellos que habían confesado
total o parcialmente su culpa y daba muestras de querer reconciliarse con la fe (y eran
57
Op. Cit. Levack, B.P., La caza de brujas…, 1995; pp. 121-122.
58
Juan, 15: 6.
22
finalmente reconciliados) tenían que vestir el sambenito durante un tiempo variable
además de cumplir castigos diversos que podían incluir el encierro en la cárcel del
tribunal, el “remo sin sueldo” en las galeras, el destierro o penitencia pecuniarias entre
otras condenas.
Hay que remarcar que no siempre se dictaron sentencias capitales contra el delito
de brujería, en Francia y Ginebra, por ejemplo, el sistema de parlaments del cual
hablaremos más adelante conmutaba la pena de muerte por la de exilio.
Dentro de los tribunales civiles, los tribunales locales tuvieron un importante papel
en la persecución y ajusticiamiento. Pese a que las directrices eran marcadas por el papado
o los monarcas pertinentes mediante leyes o decretos, se concedió cierta independencia a
las regiones para gestionar los casos de brujería. Éstos estaban caracterizado por un mayor
celo frente al problema y, por lo general, ajusticiaban a un mayor número de personas si
no estaban vigilados por las autoridades centrales.
Levack achaca esta realidad a dos motivos: el primero, la mayor proximidad a los
ataques realizados por las brujas lo que condujo a casos de histeria, y segundo, que los
aparatos centrales solían proporcionar cierta garantía procesal a los acusados. También
relaciona la descentralización política con una mayor libertad por parte de las autoridades
locales para actuar según su criterio, exponiendo el caso de Alemania (fragmentada en
regiones) frente a España (también dividida en diferentes regiones pero con el organismo
centralizador de la Inquisición). No obstante, no hay excepciones dentro de la labor
disuasoria de las autoridades centrales, pues en ocasiones fueron las hostigadoras de los
procesos, como, por ejemplo, la labor de Eduardo VI de Escocia durante 1590 en una de
las mayores cazas de brujas de su país 59. Pese a ello, la tónica general expone un papel
neutral.
Una de las conclusiones que podemos sacar es la relación entre la construcción
del estado centralizado moderno supuso un ataque a la ordenación tradicional, y que uno
de sus representantes fuese brujería junto con otro tipo de tensiones sociales.
59
Op. Cit. Levack, B.P., La caza de brujas…, 1995; p. 133.
23
4. La brujería y sus procesos entre el sur de Francia y España
a) Sur de Francia:
Anteriormente se ha mencionado la heterogeneidad como uno de los rasgos
característicos del boom de la brujería tanto en tiempo como en espacio. Dado que el
trabajo se enfoca en diferentes áreas geográficas, primero describiremos someramente la
situación de la caza de brujas en ellas.
En Francia encontramos una mayor intensidad en la persecución de brujas durante la
Edad Media tardía, las Guerras de Religión y el siglo XVII. Sin embargo, es comprendida
como un fenómeno eminentemente rural y localizado en las zonas fronterizas: norte, este,
sudoeste y las regiones de Languedoc y Normandía.
Está distribución se enlaza con los focos de resistencia a los esfuerzos de
centralización y creación de un estado absolutista de la monarquía francesa, donde se
utilizaría la brujería como programa para disciplinar, cristianizar y controlar la rebelión
en estas regiones marginales, es decir, una estrategia de la élite para el control social. Esta
línea de estudio fue muy popular en Francia a partir la década de 1970 gracias a los
estudios locales, donde autores como R. Muchembled en su Sorcieres. Justice et Societé
aux 16 et 17 siècles (1987)60 trató la maniobra centralista junto a la posición de la mujer
como preservadora y continuadora de la tradición popular y, por ende, cabeza de turco.
Dentro de la centralización se implantó el sistema de apelación de los tribunales
locales a los ocho parlamentos provinciales a finales del s. XVI, el cual no disuadió a las
autoridades locales de cesar los procesos pero revocó numerosas sentencias siendo el de
mayor importancia el de París.
La visión general sobre el episodio de “brujomanía” en Francia indica un menor
número de procesos que en las regiones alemanas, lugares donde la persecución tuvo
causas tanto políticas y judiciales como religiosas. Debemos tener en cuenta el contexto
en el que se enmarca la expansión del fenómeno con hitos como las herejías finales de la
Edad Media y la contemporánea Reforma protestante (y, como consecuencia, la
Contrarreforma católica). Levack 61 expone que las autoridades tomaron conciencia de la
brujería como un brote nuevo y especialmente virulento de herejía que debía ser
combatida (tanto en el bando protestante como en el católico) y que, junto con la presencia
60
Citado en Franco Rubio, G.A., Cultura y mentalidad en la Edad Moderna, Sevilla, Mergablum, 1999;
p. 134.
61
Op. Cit. Levack, B. P., La caza de brujas…,1995; p. 251-254.
24
de una fe rival, se pudo fortalecer la conciencia de la presencia física del diablo en esa
zona provocando el estado de ansiedad subyacente en los procesos por brujería.
Dentro de los episodios de localizados en el sur de Francia, me gustaría dedicarle
atención a los sucesos de Labourd, parte fronteriza del País Vasco Francés al que
incluiremos en Francia dada su actual denominación, y la labor tanto de actuación como
de recopilación escrita del suceso de Pierre de Lancre (1553-1631).
62
Bernou, J. La chasse aux sorcières dans Labourd (1609). Étude historique (Agen, 1897), pp. 90-104.
Citado en Caro Baroja, J., Las brujas…, 2015; p. 235.
63
Op. Cit. Michelet, J. La bruja, 2004; pp. 126-127.
64
Op. Cit. Caro Baroja, J., Las brujas…, 2015; p.235.
65
De Lancre, P. Tableau de l’inconstance des mauvais anges et demons. París (1612), p. 30 (lib. I, disc.
II). Citado en Caro Baroja, J. Las brujas…, 2015; p. 237.
66
Íbidem, pp. 59-60 (li. I, disc. III). Citado en Caro Baroja, J. Las brujas…, 2015; p. 238.
25
de brujas, misas negras, danzas brujeriles, coito con el dominio, licantropía 67… La
finalidad del autor en este libro era revelar y advertir del influjo diabólico, para lo cual no
arece omitir detalle por escabroso que pueda resultar.
Lancre achaca a la mujer, con su impropio comportamiento, entre otros factores
que tres mil personas de la región llevaran la marca del Diablo, señal del pacto68 visible
bien en partes descubiertas como los ojos o la boca bien en partes “sucias” (ano o el sexo
de la mujer). Durante su investigación se inspeccionó a los sospechosos, rasurando y
clavando agujas en la zona bajo la suposición de que ésta se encontraba insensibilizada
para distinguirla de las marcas naturales. Esto también nos muestra de forma colateral la
forma tan concienzuda y metódica de investigación en los casos de brujería tanto tiempo
después de la publicación del Malleus Maleficarum y obas similares. [Delumeau]
En lo que respecta a las juntas o sabbats los describe más prolíficos y habituales
que en otras regiones (todas las noches e incluso durante el día y a las horas de la misa
mayor 69). Lancre es de los primeros en mentar la palabra aquelarre, del vascuence que
ese hablaba en la región, y lo presenta como su extendida acepción que el traduce como
‘Lane du bouc’ (‘prado del cabrón’) haciendo referencia a la forma en la que el demonio
se personaba en las reuniones. Sin embargo, matiza que podía adoptar diferentes formas
animales, con rasgos humanos o vegetales (como un tocón o un laurel negro).
Mantuvo concepciones anteriores de que se podía acudir física (gracias a ungüentos
o a pie) o espiritualmente (mediante el sueño). Además, las brujas raptaban niños para
llevarlos con ellas a la reunión, donde les hacía renegar de Dios, la Virgen, los Santos,
los sacramentos y de su familia, exponiéndolo como una prueba de fe o un castigo para
los padres.
En estas reuniones jerarquizadas [Anexo 8] describe que se cometían atropellos
de todas clases: profanación de sacramentos, ingesta de sangre y carroña en un festín,
misas negras, llamadas a tormentas y tempestades, fabricación de veneno,
transmutaciones y orgías. Estas últimas las detalla poco dentro de los testimonios de los
niños, colocándolas tras “una nube” que las alejaba de sus miradas. Esto difiere, según
Rodríguez Álvarez con las descripciones tan realistas que presenta el autor de los
encuentros sexuales en otros apartados incluyendo la cópula con el demonio 70.
67
Rodríguez Álvarez, M., “Pierre de Lancre, el cazador de brujas”. Historia 16. Nº 366; p. 121.
68
Íbidem, p; 123
69
Op. Cit. Caro Baroja, J. Las brujas…, 2015; p.239.
70
Op. Cit. Rodríguez Álvarez. M., “Pierre de Lancre…”; p. 124.
26
Las actividades realizadas en las juntas, sobre todo las misas negras, las distribuye
en un esquema a emulación tanto de una corte como de una catedral, forma de
comprensión ya analizada en el apartado aquelarre de éste trabajo, llegando a la
conclusión de que allá donde domina el demonio siempre trata de imitar a Cristo y sus
ceremonias71.
Caro Baroja critica la labor de éste magistrado en dos aspectos fundamentales: el
primero, tomar todo tipo de declaraciones obtenidas bajo tormento (ya se ha hablado en
este trabajo de la relativa veracidad de éstas confesiones), y segundo, Lancre no
comprendía la lengua vascuence de la región, mostrando algunos errores de compresión
en sus escritos72. Además, éste personaje, al igual que otros que veremos más adelante,
está convencido de la realidad que le han enviado a combatir, bajo unos esquemas a los
que encuentra respaldo buscándolos.
Para culminar el apartado sobre el sur francés hay que mentar a los Pirineos como la
línea divisoria entre Francia y la Península Ibérica. No obstante, esto no frenó el paso y
contacto de la brujería en ambas zonas. Gari Lacruz73 aboga por la importancia de los
acontecimientos de brujería en el Pirineo Central, tanto franceses como españoles, así
como la interacción entre ambos en tres tipos de actuación:
- Desplazamiento de brujas del Alto Aragón hasta los conventículos de Francia.
- Presencia de brujos franceses en Aragón (siendo menos frecuente la vertiente
contraria).
- Asistencia de endemoniados franceses y sus familias a las peregrinaciones a Santa
Orosia en Jaca y otros lugares.
Además, diversos autores, entre ellos el mismo Gari74, sostienen que los
acontecimientos de Labourd, gracias a la labor de Lancre y sus escritos, promovieron la
histeria por la caza de brujas que traspasó la frontera natural de los Pirineos e invadió el
norte de España. Debemos tener en cuenta que este proceso ocurrió prácticamente a la
par que el proceso de Zugarramurdi junto con el traspaso de gente que huyó, como se ha
comentado, a territorios cercanos por la persecución en el sur de Francia. El clima de
desasosiego puedo producido ante dichas circunstancias pudo generar un caldo de cultivo
donde el miedo podía estallar en cualquier momento.
71
Op. Cit. Caro Baroja, J. Las brujas…,2015; p.252.
72
Íbidem, 2015; p. 249
73
Gari Lacruz, Á. Brujería e Inquisición en Aragón. Zaragoza, Deslan, 2007; p. 31.
74
Íbidem, 2007; p. 275.
27
b) El norte de España
Levack dedica en su obra un apartado a la zona meridional europea donde la describe
como una de las zonas donde menos incidencia de tuvo la brujomanía75. El autor achaca
esta realidad, tanto para la península Ibérica como la Itálica, por la presencia del
organismo de la Inquisición y su reticencia a las condenas a muerte junto con una
meticulosa supervisión de los casos y el proceder en ellos.
Observa a su vez la distinción entre dos clases de brujería: una más urbana e influida
por los estudios humanistas y otra popular con mayor peso de la tradición y el folclore.
Mientras la primera clase está más caracterizada por el curanderismo, la adivinación y la
magia amatoria (pone incluso como ejemplo al personaje de Celestina de la novela de
Fernando de Rojas), la segunda estaba, más rural, estaba determinada por los pactos con
el demonio según estudiosos como Caro Baroja. Esta característica influyó en la mayor
presencia de juicios en zonas rurales y montañosas del norte en los tres países (España,
Portugal e Italia).
No obstante, el estereotipo de bruja presente en la literatura no alcanzó una aceptación
tan amplia como en el resto de Europa. En el caso español, podemos seguir las huellas de
las ideas sobre demonología de los juicios vascos hasta la labor de Pierre de Lancre en el
sur de Francia antes presentada.
De nuevo, el papel del órgano inquisitorial fue determinante en la concepción de la
bruja (entendida como hereje, no como quien se somete al demonio) y ya se ha presentado
el papel reconciliador con la fe de la institución. Ahora presentaré una visión de las
regiones colindantes a los Pirineos, sus devenires históricos en los que respecta a los
procesos contra brujas y casos más representativos a fin de hacernos una idea general de
cómo era la brujería en estas regiones.
i) Alto Aragón
Gari Lacruz expresa su pesar ante los pocos estudios rigurosos que se tenían de la
brujería en la comunidad de Aragón a la altura de la década de 1980. Sus estudios habían
llegado a demostrar la pretérita presencia de huellas de brujería en esta región desde
fechas como 1023, presentes en una carta del Obispo de Vich a Sancho el Mayor alertando
de la numerosa presencia de ‘augurios’ (en el sentido más que genérico que solamente
‘adivinación’)76. No obstante, la primera medida legal contra la brujería aparece en el
75
Op. Cit. Levack, B. P., La caza de brujas…, 1995; pp. 243-287.
76
Gari Lacruz, Á., “La brujería en Aragón”. I congreso de Aragón de etnología y antropología, Zaragoza,
Institución Fernando el Católico, 1981; p. 27.
28
Vida Mayor de Canellas (1247), contra adivinos y envenenadores, y la primera vez que
aparece la palabra ‘bruxo’ o ‘bruxa’ en Aragón, siendo la segunda en España 77, es en la
Ordinaciones y Paramentos de Barbastro de 1396.
Pese a la existencia de procesos inquisitoriales ya a finales del siglo XV contra brujos,
en el Alto Aragón las huellas de brujería, donde también hay registros de actividades
conocidas como dañar personas, animales y cosechas 78, son más particulares y han sido
foco de mayor interés los casos de “posesión” en valles como Hecho, Villanúa y Tena.
En estos casos las afectadas ladraban como perros (se las denominó por ello ‘latrantes’)
llegando a elaborar la Inquisición un edicto específico para las comarcas de Jaca y
Ribagorza a raíz de estos sucesos.
En 1592 se acordó en las Cortes de Tarazona que la brujería y delitos similares
quedaban fuera de la vía privilegiada, favoreciendo juicios sumarísimos y sin apelación,
esto suponía que, en caso de que la Inquisición quisiera reclamar algún caso el reo
posiblemente ya hubiera sido ejecutado o estuviera cumpliendo sentencia.
En el periodo comprendido entre 1497 y 1610 fue el más activo dentro del territorio
aragonés con al menos 94 causas englobadas en “prácticas supersticiosas” llevadas por el
tribunal inquisitorial de Zaragoza, 32 de ellos contra brujas (30 mujeres) 79. Dentro de los
acusados Gari Lacruz diferencia dos grupos: el primero, “masculino, joven y activo”80 de
actividad itinerante y soltero, y el segundo “sedentario y femenino” 81, de diez a quince
años mayores que los hombres y con un gran porcentaje viudas. De nuevo nos
encontramos con el estereotipo de la bruja clásica, pero es interesante encontrar también
la descripción del brujo, menos habitual.
Los datos recogidos de la mencionada centuria presentan una mayor afluencia de
brujas en la provincia de Zaragoza, frente a 25 del Alto Aragón. Éstas, la mayoría
residentes en la capital y por ello inmersas en la cultura urbana, se relacionaban más con
la magia amorosa y se achacaba ascendencia morisca como aliciente para demostrar su
culpabilidad.
Por el contrario, en el norte los casos de brujería se relacionaban más con el aquelarre,
sin ser tan frecuente como en el País Vasco, y encontramos referencias a ellos en lugares
77
Op. Cit. Gari Lacruz, Á. “La brujería en Aragón”, 1981; p 28.
78
Gari Lacruz, Á, “La posesión demoníaca en el Pirineo aragonés”. Reiv. Nº9. San Sebastián. 2012; p.
164.
79
Op. Cit. María Tausiet, Ponzoña en los ojos…, 2000; p. 105.
80
Op. Cit. Gari Lacruz, Á., “La brujería en Aragón”, 1981; p. 33.
81
Íbidem, 1981; p. 33.
29
como Tamarite, Sesa, Pozán de Vero, el Valle de Tena, Cenarbe 82… todos en la provincia
de Huesca. Los actos en estas juntas no difieren de los relatados para los que se hacían en
otros lugares: pactos con el diablo (mediante el “ósculo anal”), danzas rituales, encuentros
sexuales, fabricación de venenos, sacrificios de víctimas, profanación de objetos
religiosos… Pese a la escueta documentación de éstas reuniones, la toponimia y la
tradición dan a entender que la presencia de brujas era algo bastante difundido y habitual.
Sin embargo, tiene más importancia para la brujería aragonesa los episodios de
posesión acontecidos entre 1637 y 1643 que recorrieron varios pueblos del Alto Aragón
y que afectaron a unas 1600 mujeres según José Pellicer 83, cifra que parece exagerada.
Las manifestaciones física de éste suceso eran diversas, Blasco Lanuza las describe en
una carta [Anexo 9] de la cual podemos resaltar como síntomas más representativos la
privación de sueño, desmayos, histeria, cambios bruscos de ánimo y la imposibilidad de
participar en los actos religiosos. Ante los sucesos, exorcistas sospecharon la posesión e
intervinieron, a su vez como forma de demostrar la realidad demoníaca favoreciendo la
manifestación de los sucesos y la aparición de nuevos síntomas.
Los fenómenos, como la supuesta manifestación de los espíritus a través de sus bocas,
llevaron a tomar los sucesos como ciertos por las autoridades ya que los teólogos así las
planteaban. Gari Lacruz, en su obra Brujería e inquisición en Aragón, dedica un capítulo
al estudio de la psicogénesis de la posesión84 donde expone que si bien algunos casos
parecen fiables otros deben ser puestos en duda por su presentación en las fuentes.
Finalmente, el autor se decanta por la opción de comportamientos histéricos,
documentada desde el siglo XIX, fomentados por la condición social y cultural de las
mujeres poseídas, situadas entre los once y treinta años y muchas veces solas 85.
Para sanar a los posesos hay referencias de los siglos XI y XII de lugares donde se les
llevaba para sanarlos86, pero fue a partir del siglo XIII cuando Santa Orosia, a día de hoy
todavía patrona de los endemoniados, comenzó a ser muy popular en el Pirineo Aragonés.
Procesiones, misas y rituales específicos se organizaban en honor de la santa hasta hace
relativamente poco con gran participación y podemos encontrar incluso registros
fotográficos que lo corroboran [Anexo 10].
82
Ibídem. 1981; p. 35.
83
Op. Cit. Gari Lacruz, Á, “La posesión demoníaca…”, 2012; p. 175.
84
Op. Cit. Gari Lacruz, Á. Brujería e Inquisición...., 2007; pp.207-222.
85
Op. Cit. Gari Lacruz, Á, “La posesión demoníaca…”, 2012; p. 176.
86
Op. Cit. Gari Lacruz, Á. Brujería e Inquisición…, 2007; p.155.
30
Tras este repunte en el Alto Aragón de sucesos relacionados con la acción de brujas
o agentes diabólicos (en el caso de los posesos) hacia mediados del siglo XVII la situación
se relajó bastante en todo el territorio aragonés, como a nivel general.
ii) País Vasco y Navarra: El Auto de Fe de Logroño de 1610
Se trata de una región con notables acontecimientos sobre bujería de gran relevancia
desde el siglo XV hasta albergar el más famoso caso de brujomanía a nivel nacional: el
caso de Zugarramurdi a inicios del s. XVII.
Nos llegan noticias desde fechas como 1466, en la cual de la provincia de Guipúzcoa
se dirigió una representación a Enrique IV, rey de Castilla, donde se exponían los
perjuicios que las brujas causaban y se pedía la facultad para los alcaldes de sentenciar
los casos sin derecho a apelación. El rey contestó mediante una real cédula el 15 de agosto
de ese año. Caro Baroja expone que, tal como se presenta en dicha petición, la brujería
aparece como una plaga social antes de fundarse la Inquisición 87.
Ya hacia el 1500 nos encontramos con el proceso de Amboto 88 (Vizcaya) donde
ya encontramos caracteres de adoradoras de Satán (modo formal de culto) y expertas en
artes mágicas. Algunos contemporáneos, como fray Alonso de Cartagena, obispo de
Brugos, lo consideraron simplemente idolatría o pervivencia de algún culto pagano de
forma que la brujería vasca aparece ligada a una peculiar situación social del país y
adherida a la pervivencia del paganismo.
La presencia de brujas y los avisos a la Inquisición continuaron en el siglo XVI pues
en 1530 las juntas generales de Guipúzcoa se alarmaron por los episodios de brujería y se
creó una comisión especial para la persecución y castigo de la misma. Un año más tarde,
el Consejo de la Inquisición mandó unas directrices a los inquisidores de Calahorra
sugiriendo la intervención de intérpretes que conociesen la lengua vascongada a modo de
cierta garantía para el acusado. Más tarde, en 1555, de nuevo se dieron en diversos
pueblos guipuzcoanos casos de delaciones y reclamos de persecución. Sin embargo, la
Suprema actuó como freno a la histeria a legando la falta de suficientes pruebas para
proseguir con los procesos judiciales. Dentro este grupo es relevante el caso de Ceberio,
en el que intervinieron el corregidor de Vizcaya la Chancillería de Valladolid, aunque lo
sustancial del caso es la admisión de testimonios infantiles, a los que se dictaminó como
“aquejados de neurosis” y “movidos por odios locales” 89
87
Op. Cit. Caro Baroja, J., Las brujas…, 2015; p. 218
88
Íbidem, 2015; pp. 218-219.
89
Íbidem, 2015; p. 232
31
Cabe destacar la visita del inquisidor Alonso de Salazar y Frías en 1611 para
investigar el caso de las juntas de brujas de Fuenterrabía y un último aviso colectivo al
inquisidor general en 1619 suplicando ayuda90.
En Navarra, por su parte, se ha considerado a la brujería un rasgo presente en su
devenir desde el siglo XIII y que, por lo tanto, ha sido objeto de estudio por diversos
autores, Segura Urra91 aboga por registros de esa época que hablan de prácticas
malogradas de curanderismo y por episodios de pánico colectivo ya a inicios del siglo
XIV. Por su parte, Martín de Arles, canónigo de Pamplona, en 1517 publicó un tratado
en el que situaba a las brujas como personas vulgares que realizaban realmente maleficios
y perjuicios guiadas por el diablo. Pese a que otros rasgos, como el vuelo, se tildaron de
falsedades, el demonismo parecía estar ya bastante extendido al lado sur de los Pirineos.
Poco después de la publicación del libro del canónigo se inició una etapa distinta
considerada la primera gran caza de brujas, en 1525, en el valle de Salazar y en Roncal
con cerca de 100 acusados entre varios pueblos 92. Esto desató más caso de brujomanía
como el de 1527 donde dos niñas se presentaron ante los oidores de Pamplona para
confesar a cambio del perdón por sus delitos de brujería y delataron a unas 150 personas 93.
El inquisidor al frente del caso, Avellaneda, describió las costumbres de las brujas y
brujos de modo minucioso, de forma similar a la presente en el Malleus Maleficarum,
pero añadiendo nueva información: la renuncia de Dios por el ofrecimiento que hace el
demonio, ya en forma de macho cabrío, y la descripción del Sabbat como un lugar de
orgía sexual y corrupción las noches entre el viernes y el sábado.
Dos años más tarde apareció el libro de fray Martín de Castañega, dedicado al Obispo
de Calahorra don Alonso de Castilla, en el cual aparece la brujería como una parodia del
Catolicismo: con sus “execramentos” y sus misas negras. No obstante, en el capítulo
XXII, el autor reconoce que en ocasiones los endemoniados o embrujados son en realidad
personas con enfermedades que deben ser tratados94.
Sin embargo, la más conocida y estudiada persecución de actividad de brujas en este
ámbito geográfico fue el que desembocó en el Auto de Fe de Logroño de 1610. Por aquel
90
Reguera. I. “La brujería vasca en la Edad Moderna: aquelarres, hechicería y curanderismo”. Reiv. Nº 9.
San Sebastián. 2012; p. 245.
91
Segura Urra, F., “Hechicería y brujería en la Navarra medieval: de la superstición al castigo”. Reiv. Nº
9. San Sebastián. 2012; p. 288-289.
92
Usunáriz Grayoa, J. M., “La caza de brujas en la Navarra Moderna (siglos XVI-XVII)”. Reiv. Nº 9. San
Sebastián. 2012; pp. 301-311.
93
Op. Cit. Caro Baroja, J., Las brujas…., 2015; p. 220.
94
Íbidem, 2015; pp. 225-227.
32
entonces, este tribunal tenía potestad sobre los territorios navarro, vasco, parte de la Rioja
y Burgos y tenía cierta tendencia a imponerse sobre los dictámenes de tribunales civiles.
No obstante, el suceso sucedió en un lugar con escasa representación inquisitorial:
Zugarramurdi, Urdax y partes del valle de Baztán.
A principios de enero en 1609, se dio en la iglesia de la localidad de Zugarramurdi
una confesión de varios brujos, coaccionados previamente a reconocerlo, y se procedió al
inicio de la reconciliación con la comunidad 95. No obstante, el Santo Oficio ya había sido
alertado y un comisario con su consecuente notario se presentaron en el pueblo para
iniciar la investigación. Para finales de mes, cuatro brujas ya habían sido llevadas a
Logroño y sus audiencias habían comenzado. Más tarde se unieron otras seis personas
(entre las cuales tres eran hombres) quienes habían confesado en su día en la iglesia y,
por propia voluntad, se personaron en Logroño para dar su versión. La Suprema, ante la
notificación de los sucesos, en marzo respondió con un cuestionario de catorce preguntas
para cerciorar que lo que decían las reas era real o fruto del sueño, con intención de que
se realizaran los cuestionarios simultáneamente a los acusados y en sus pueblos de origen
para contrastar de forma eficaz los testimonios, modo de proceder que no se llevó a
cabo96.
Sin embargo, los dos inquisidores al mando en aquel momento, Alonso Becerra
Holguín y Juan del Valle Alvarado, parecían creer en el fenómeno y dar verosimilitud a
los hechos expuestos en las audiencias por los reos sin necesidad de más aportaciones al
caso.
Más adelante, el propio del Valle realizó la inspección de campo en Zugarramurdi
para recabar más información a petición de la Suprema y de allí se realizó un informe,
gracias a las denuncias, el cual afirmaba que cerca de trescientas personas, dejando al
margen a los niños, estaban inculpadas de delitos de brujería y fueron enviadas a Logroño
junto con gentes procedentes de las Cinco Villas y Rentería 97.
Los procedimientos y noticias de los mismos que llegaban a la Suprema motivaron al
inquisidor general, Bernardo de Sandoval y Rojas, a conceder la vacante de tercer
inquisidor del Tribunal de Logroño a Alonso Salazar y Frías en marzo de 160998. Éste
personaje fue contrario a la opinión mantenida por sus colegas, no creía en la existencia
95
Op. Cit. Henningsen, G. El abogado de…, 2010; p. 57-59.
96
Íbidem, 2010; p. 98.
97
Íbidem, 2010; pp. 205-206.
98
Íbidem, 2010; p. 82.
33
de tal secta de brujas y exigía un mayor rigor procesal acompañado de pruebas sólidas
que respaldaran las acusaciones. Decidió recorrer los territorios por su cuenta en busca
de dichas manifestaciones y llegó a la conclusión de que todo había sido producto de la
imaginación de los pobladores y de denuncias falsas.
Entre la información obtenida bajo tortura y sugestión o los testimonios de campo se
registró una configuración del aquelarre ya bastante conocida: coincidían en la afluencia
a los aquelarres en la noche de los viernes y vísperas de importantes fiestas católicas
(Pascua, Reyes, Corpus Christi, San Juan…) donde el demonio oficiaba misa en los más
importantes. También se realizaban conocidas actividades dañinas que ya han sido
mencionadas: metamorfosis, crear tempestades, maleficios contra los campos y bestias
de trabajo o contra personas directamente, vampirismo y necrofagia… Estos puntos en
común con otros lugares y descripciones hacen pensar en una posible sugestión y el peso
del folclore o rumores de otros lugares a la hora de buscar una explicación a sucesos
perjudiciales o, directamente, dar rienda suelta a un miedo colectivo.
De los casi trescientos acusados tras las investigaciones, se procesó a 31personas 99.
Lo chocante es que en investigaciones posteriores de los meses siguientes 1558
personas100 fueron objeto de persecución, bien por ser brujos confesos bien por ser
sospechosos de ello. Cabe resaltar que de los 31 sentenciados, el 39% eran hombres.
Finalmente, el Auto de Fe dio inicio el 6 de noviembre de 1610, según Fernández de
Moratín101, y tras las procesiones de reconciliados y culpables junto con otra serie de ritos,
se ajusticiaron en la hoguera a once personas, cinco de ellas en efigie pues había fallecido
en las cárceles de la Inquisición.
Este episodio ha sido considerado como poco cruento en comparación con otros
acontecidos en la misma época. Otra de las causas fue el interés en contrastar los hechos
por el Inquisidor General Sandoval y Rojas quien, ante el desacuerdo de los inquisidores
al cargo, encomendó a otros, como Pedro de Valencia, la evaluación de los
acontecimientos. Pedro de Valencia (1555-1620) fue un humanista cuya labor respecto al
caso de Zugarramurdi ha sido estudiado varias veces con posterioridad debido a sus
avances en la consideración del suceso. En el artículo de Guajardo Fajardo 102 se estudia
dicho análisis el cual comenzaba alegando el perjuicio que podría causar el dar publicidad
99
Op. Cit. Usunáriz Garayoa, J.M., “La caza de brujas…”, 2012; p. 316
100
Íbidem, 2012; p. 316
101
Fernández de Moratín, L. Quema de brujas en Logroño, Valencia, Editorial La Máscara, 1999; p. 30.
102
Guajardo Fajardo, J. “Pedro de Valencia y la brujería”, Actas de las II Jornadas de Almendralejo y
Tierra de Barros, 2011; pp: 321-334.
34
al suceso por los posibles brotes de imitación que surgirían (lo cual sucedió). Después
refleja los hechos y los estructura en tres puntos: posibles hipótesis que expliquen los
sucesos (como, por ejemplo, una inclinación natural hacia el pecado), posibles efectos y
afecciones individuales o de melancolía y, por último, la falsedad de los raptos de los
aquelarres. En palabras de Guajardo, Pedro de Valencia se valía de la Escritura y de la
reflexión teológica para invertir las acusaciones a los reos, tildando de blasfemos a los
propios acusadores103. Incluso sostuvo la teoría de que las coincidencias en los
testimonios podían deberse a un acuerdo de los acusados y al uso de tortura en el proceso.
Por último, se presentaban sugerencias para las próximas intervenciones del proceso:
consideración del sano juicio de los acusados, la posibilidad del aquelarre como lugar
donde dar rienda suelta a la concupiscencia más que como actuación diabólica y la
necesidad de respaldar las acusaciones en hechos para evitar condenar a inocentes.
La labor de Salazar y Frías, como la de Pedro de Valencia, marcó un antes y un
después en la forma de proceder para todo el territorio hispano. Su trabajo de campo,
impulsado por su criterio de que la mayoría de las declaraciones eran fruto de la
imaginación104, le condujo a desmentir varios testimonios. Más adelante, en 1613, Salazar
se arrepintió por no haber procedido correctamente en los juicios en tres aspectos: el uso
de tormento y sugestión para obtener lo que se deseaba oír, denegar revocaciones para la
conciliación y no haber desmentido totalmente las acusaciones a tiempo. En agosto de
1614, la Suprema presentó una instrucción sobre brujería acorde a las ideas de Salazar,
bastante adelantado a nivel europeo.
103
Íbidem, 2011; p. 340.
104
Op. Cit. Caro Baroja, J. Las brujas…, 2015; p.271.
35
5. Conclusiones
Finalizado el proceso de investigación para la elaboración de este trabajo pude
percatarme de diversas realidades tanto de los sucesos acontecidos en los siglos XVI y
XVII como de los estudios realizados sobre ellos.
En primer lugar, la realidad del fenómeno de la brujería. Ha quedado patente en el
desarrollo del trabajo que la mayor parte de las fuentes pertenecen a una élite que plasmó
su visión del fenómeno junto con su concepción del mundo rural. Ésta situación presenta
problemas a la hora de discriminar la información presente en las fuentes, sobre todo por
autores coetáneos que creían firmemente en la realidad del fenómeno y buscaban
cualquier forma de demostrarlo. No obstante, se trata de una temática con bastante
vitalidad en los círculos académicos de los últimos años, encontrando publicaciones o
reediciones de obras y trabajos bastante recientes, lo cual también ha facilitado la
elaboración del trabajo.
Segundo, el foco de atención en las grades cazas de brujas. Gran parte de las obras
consultadas reparan bastante en las persecuciones y la brujomanía como parte central del
estudio. Esto, en relación con el punto anterior, puede deberse a la mayor afluencia de
referencias en las fuentes relativas a los juicios, tanto por el procedimiento como por los
testimonios y denuncias expuestas en ellos. No obstante, figura una falta de información
general del corpus que podríamos llamar “cultura de la brujería” y los estudios sobre ella,
desde un punto de vista que no sea exclusivamente folclórico o antropológico. Aunque
quizás deberían realizarse más estudios conjuntos para tratar este tipo de apartados dentro
de la multidisciplinaridad de la historia. En este aspecto coincido con la postura de
Ginzburg105 sobre la focalización de los estudios en la persecución en lugar de enfocarse
en el fenómeno de la brujería.
Tercero, la bruja como chivo expiatorio. El papel de la bruja dentro de la comunidad
se englobó bajo un mismo perfil que presenta caracteres compartidos con la mayoría de
territorios donde la brujomanía tuvo momentos álgidos. Éste retrato modelo del acusado,
más que ayudar a discernir quien era brujo o no, conllevó a la búsqueda indiscriminada
de comportamientos o confesiones que concordasen con otros casos previos para tener
pruebas y procesar al reo, conformándose con el tiempo un tipo artificial de brujo que se
encontraba en toda Europa y era el culpable de todas las catástrofes posibles.
105
Op. Cit. Ginzburg, C. Historia Nocturna, 1991; p. 12.
36
Por último, el objetivo inicial del trabajo, tal como lo planteé: la comparación entre
los territorios que rodean los Pirineos en relación a la similitud de las tradiciones de
brujería. Encontré ya inicialmente el choque de tratarse de dos países diferentes con
enfoques y organismos disparejos en lo que respecta a la concepción de la bruja y la
brujomanía. Ya se ha constatado durante el trabajo una mayor virulencia en la persecución
en territorio francés mientras que en España la institución inquisitorial solía mediar para
evitar abusos. Sin embargo, tal vez por el tráfico de ideas para el cual los Pirineos nunca
han sido una frontera infranqueable, hemos ido constando similitudes en los discursos
sobre las acciones y las reuniones de las brujas. También comparten ambas regiones, así
como el resto de Europa, un declive desde inicios del siglo XVII que condujo a la
desaparición de las cazas de brujas gracias a la corriente racionalista y los movimientos
ilustrados.
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