El Conflicto Martin H. Padovani

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Martin H.

Padovani

3. Conflicto

El conflicto, además de formar parte de la vida, es también algo necesario. Uno de los mayores
desenfoques en relación con las rupturas consiste en creer que el conflicto es la causa de la
mayoría de las dificultades conyugales o de una posible separacion. Al revés, la mayoría de las
relaciones que llegan a la separación lo hacen por no encarar a tiempo el conflicto a la hora de
buscarle solución. Parte del arte de la comunicación consiste en ser capaz de abordar
correctamente el conflicto, y éste, así como su solución, son ingredientes vitalmente
importantes de unas relaciones adecuadas.

El conflicto es necesario si se quiere mantener una relación sana y que funcione bien. Cuando
Jesús llegó al mundo, entró en conflicto con él. Jesús afirmó misteriosamente: "No he venido a
traer paz, sino división" (Le 12,51). En varias ocasiones, Jesús estuvo en abierto conflicto con
sus discípulos, con buena parte de la gente, con su propia familia y, con más frecuencia
todavía, con los escribas y fariseos. La Biblia está llena de conflictos. Siempre que la gente
intenta lograr acercarse a los demás, la cordialidad y la fricción hacen juntas su aparición.
Cuando se atasca, ni existe cordialidad ni existe fricción. La relación se derrumba.

El único elemento importante y necesario para mantener un mecanismo funcionando es el


lubricante. Él previene la quema de los engranajes evitando su bloqueo. El lubricante necesario
en cualquier relación íntima, especialmente en el matrimonio y en las familias, es un conflicto
razonable.

Como escribí en Healing Wounded Emotions hemos sido programados para considerar la
cólera como un vicio más que como una virtud. La cólera es una emoción normal y saludable
que necesita ser expresada de manera apropiada. Necesitamos distinguir entre una cólera
apropiada y una inapropiada, porque esta última puede ser destructiva. Necesitamos caer en la
cuenta de que existe una diferencia entre el conflicto y la violencia. La violencia es un conflicto
fuera de control.

Cuando los cónyuges reprimen su ira, sus heridas o decepciones mutuas y no les permiten salir
a la superficie, se produce un efecto dañino sobre la relación. Este tipo de relación represiva es
como un cáncer que va comiendo y erosionando la confianza entre las dos personas. Los
compañeros van teniendo cada menos en común en el terreno emocional, al principio sin darse
cuenta de ello.

Gradualmente, van descubriendo que están emocionalmente distantes y terminan por perder
interés sexual. Cunde el pánico. Comienzan a pensar que ya no se aman y que su relacion está
liquidada.

Esto no es necesariamente cierto. Este estado de frialdad en el que desaparecen los


sentimientos es un signo de que la relación tiene problemas.

Las partes están atascadas. Por debajo de la frialdad se encuentran capas ocultas de cólera,
heridas e incluso odio y rabia. Necesitan empezar a sacar a la superficie todos los escombros
acumulados y no resueltos que se han producido entre ellos. Necesitan comenzar un diálogo
serio y difícil. Uno de los aspectos más dolorosos de esta clase de comunicación es que
habrá que exponer todos estos malentendidos perturbadores y las diferencias sin resolver, los
resentimientos prolongados y las heridas profundas.

Con relación a las aventuras extramatrimoniales, existen formas destructivas y zafias de


resolver desagrados obvios, muchas veces no reconocidos dentro de la relacion. En la
aventura, las parejas intentan, con frecuencia, realizar sus necesidades emocionales y
sexuales no satisfechas. Estos vínculos casi nunca logran convertirse en relaciones
permanentes y viables. A veces, son algo pasajero al margen. Las aventuras son síntomas de
una relacion problemática. Siempre ponen de manifiesto una cólera reprimida contra el otro
cónyuge, así como otros conflictos subyacentes y sin resolver. Los conflictos silenciados
resultan mortales.

Los conflictos sanos pueden ser la gracia salvadora a través de la cual actúe el poder curativo
de Dios.

Un conflicto reprimido puede manifestarse en todas las formas de dificultades y problemas


emocionales, como por ejemplo la ansiedad, la depresión, el silencio gélido, la distancia sexual
y la conducta pasiva-agresiva, por mencionar sólo unos pocos. La relación se va desinflando,
marcha sin pasión ni intimidad y, espiritualmente, terminará por carecer de significado e
inspiración.

Mucha gente decide prematuramente que su relación está terminada. Optan por separarse o
por buscar fuera otras distracciones, como por ejemplo tener una aventura o enfrascarse en
actividades fisicas como gimnasios, salir con amigos nuevos, recien conocidos o intereses
exteriores. También es posible que mantengan una relación tolerante, poniendo al margen la
tensión subyacente. Mucha gente se spara prematuramente sin concederse previamente la
oportunidad de abordar los asuntos latentes que problematizan su relación. Actuando así,
nunca se conceden la oportunidad de un auténtico, encuentro mutuo.

No hay duda de que una comunicación directa y honesta puede conducir a la ira y al conflicto.
Dios sabe que nadie quiere el conflicto. Existen dos grandes, aunque invisibles, signos que
penden sobre el umbral de muchas casas . Dicen así:

"paz a cualquier precio" y "no sacudas la barca".

A veces, la ira y las heridas no resueltas que existen en una relación se manifiestan, finalmente,
en explosiones violentas u otras formas de reacciones emocionales excesivas. Este tipo de
conflicto es destructivo. La gente se dice cosas llenas de crueldad, que no necesariamente
piensa, y el resultado es un exceso de dolor claramente innecesario. Las partes quedan fuera
de control. Después de una explosión, se sienten apesadumbrados y avergonzados por su
comportamiento, pero, una vez más, entierran sus heridas y su cólera hasta que tenga lugar el
próximo enfrentamiento y la siguiente explosión.

Este modelo cíclico de conflicto destructivo sólo puede cambiarse cuando la pareja se
compromete con unaprendizaje que le lleve a saber cómo tratar con sus heridas, furias y
decepciones de una manera abierta y rápida sobre bases normales. Sin embargo, si tienen
miedo al conflicto, tenderán a evitar esos necesarios desacuerdos, situándose en el
disparadero de periódicas e insanas explosiones.
Cuando permitimos que la gente nos trate de forma miserable o abusiva, sin ser asertivos
porque tememos el conflicto, terminamos por perder el respeto que nos debemos a nosotros
mismos. Los que nos tratan maí no nos respetan porque nosotros aceptamos semejantes
abusos y, así, continuarán tratándonos con dureza.

Podemos preferir evitar algunos pequeños conflictos porque la persona en cuestión no nos
resulta importante o porque los asuntos son tan inanes que no merece la pena gastar energías
emocionales en ellos. Sin embargo, algunos tenemos tendencia a evitar, minimizar y
racionalizar en exceso muchos de nuestros conflictos con el pretexto de que son asuntos
insignificantes, cuando lo que tememos de verdad es la motivación de fondo. De ser así,
necesitamos ser más honestos con nosotros mismos.

Podrá ayudarnos a ello el hablar de estos asuntoscon un amigo en el que confiemos.

No todos los conflictos aportan solución a los problemas. De hecho, los asuntos pueden,
incluso, empeorar en determinadas circunstancias. Al final, tenemos la satisfacción de que
hemos encarado el conflicto y de que hemos hecho las cosas lo mejor que podíamos. El resto
lo dejamos en manos de Dios. A veces, la gente vive en atmósferas de tal conflictividad que
necesitan seleccionar y elegir sus batallas, dando prioridad a aquellos asuntos por los que
merece la pena luchar, porque de lo contrario permanecerían perpetuamente en estado de
conflicto.

Las parejas en constante conflicto viven en una atmósfera hostil y agresiva que favorece la
culpabilidad, los ataques personales y el abuso emocional o incluso físico. Estas personas
necesitan aprender cómo luchar con limpieza y, también, encontrar una solución a sus
interminables conflictos, que pueden haberse convertido ya en un estilo de vida.

Las formas de conflicto que acabo de describir no son aquellas que deben tolerarse o
promoverse. Sin embargo, esos conflictos de tipo destructivo son los que la gente normalmente
considera como tales.

Lo que nos han enseñado o hemos aprendido sobre los conflictos ha sido negativo: no hagas
esto; esto es pecado; esto es peligroso; eso te puede llevar al rechazo; todo conflicto supone
violencia, culpabilidad, alguien que actúa bien y alguien que actúa mal; esto es una lucha de
poder. No es extraño que temamos el conflicto y lo evitemos. La clase de conflicto que estoy
promoviendo y que resulta necesario es aquel que casi siempre surge cuando dos o más
personas viven juntas en una atmósfera de honestidad. En una atmósfera así, donde la gente
es mutuamente honesta, surgirán desacuerdos, diferencias y revelaciones dolorosas. Esto es
normal e inevitable; de otra forma, la relación resultaría superficial y probablemente
deshonesta. Cuando se busca tener relaciones honestas, el conflicto es una posibilidad real.

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