Carta de Hildegarda A Los Monjes - (PG - 57 - 61)
Carta de Hildegarda A Los Monjes - (PG - 57 - 61)
Carta de Hildegarda A Los Monjes - (PG - 57 - 61)
A los monjes
Esta carta que ahora vemos está dirigida a una comunidad cisterciense (recorde-
mos que la abadesa de Bingen era religiosa benedictina), aparentemente afectada por
varios males de la época: el afán por el estudio considerado como fin en sí mismo,
que Hildegarda tacha de vana curiosidad; la negligencia en la vida religiosa; la
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la otra gente como las estrellas, carecen de su luz porque las dulces entrañas
maternas no les brindan calor. Mas la mujer encorvada, llena de arrugas y toda
oscura, con costumbres viperinas y rechinar de dientes, horrible en todo lo que
hace, alimenta a la manera de los puercos a éstos que, apartándose del mundo,
debían ser santos y elegidos. Pues ellos desgarran la vestidura de la inocencia
en ellos mismos con sus maneras ásperas y su iracundia, y por su infamia pier-
den cuanto les da vida; en su ira golpean sus cabezas, ciegan sus ojos por la
«Volved vuestras espadas a sus vainas, hasta que llegue el tiempo de los tiempos
del exterminio». Y ellos envainaron sus espadas.
Y he aquí que vinieron otros montados a caballo, totalmente desnudos,
excepto por un pequeño paño que les cubría el pecho y el vientre. Cuando
los que estaban en el bosque los vieron corrieron hacia ellos y tomando sus
caballos por el cuello y por la cola, y a los que los montaban por las piernas y
los pies, daban grandes saltos y reían a carcajadas jugando con ellos, mientras
decían: «Oh compañeros, jugad con nosotros». Entonces algunos de los hom-
bres armados, fatigados por su armadura, se volvieron hacia el valle que estaba
próximo a ellos y bajándose de sus caballos se despojaron de sus resplandecientes
armas, poniéndolas en el suelo. Y así, mientras descansaban en el valle dijeron:
«¿Quién puede luchar permanentemente contra estos enanos? Permitámosles
modo–, sino para que no parezca que por femenina crueldad injuriamos los
sacramentos de Cristo, con los cuales fue fortalecido aquel hombre mientras
aún estaba con vida. Pero para no aparecer como desobedientes en todo, según
el interdicto hemos cesado los cantos de la divina alabanza, y nos hemos abs-
tenido de la participación del Cuerpo del Señor, que tenemos por costumbre
frecuentar todos los meses.
Por lo cual, mientras tanto mis hermanas como yo éramos afligidas con gran
amargura y retenidas en inmensa tristeza, oprimida finalmente por tan gran
peso oí estas palabras en una visión: «No es conveniente para vosotras que a
causa de las humanas palabras abandonéis los sacramentos de la Vestidura del
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