Carta de Hildegarda A Los Monjes - (PG - 57 - 61)

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mundo, y predicad el Evangelio a toda creatura».

28 Pues cuando Dios creó al


hombre, significó en él a toda creatura, al modo como en un pequeño trozo de
pergamino se describe el calendario de todo el año. Y por eso Dios celebró en
el hombre a toda la creación.29
Y nuevamente yo, una pobre forma de mujer, vi una espada desenvainada
suspendida en el aire, una de cuyas caras estaba vuelta hacia el cielo y la otra
hacia la tierra. Esta espada se extendía sobre el pueblo espiritual [los sacerdo-
tes, religiosos y religiosas] que el profeta había visto hacía ya mucho tiempo,
cuando admirado decía: «¿Quiénes son éstos que vuelan como las nubes, y como
palomas hacia sus ventanas?»30 Porque ésos que fueron sacados de la tierra y
separados de la gente común debían vivir santamente y tener la simplicidad de
la paloma en sus costumbres y en sus obras, pero ahora son malvados en obras
y costumbres. Y vi que esa espada cortaba y arrojaba a un lado algunos lugares
[iglesias y monasterios] de los hombres espirituales, al modo como fue cortada
y separada Jerusalén después de la Pasión del Señor. Pero también vi que en
esta adversidad Dios velaba por muchos sacerdotes devotos, puros y sencillos,
como respondió a Elías cuando decía que «reservaría para sí en Israel siete mil
hombres que no hubieran doblado sus rodillas ante Baal».31
Ahora, que el inextinguible fuego del Espíritu Santo se derrame en vosotros
para que os volváis hacia la mejor parte”.32

A los monjes

Esta carta que ahora vemos está dirigida a una comunidad cisterciense (recorde-
mos que la abadesa de Bingen era religiosa benedictina), aparentemente afectada por
varios males de la época: el afán por el estudio considerado como fin en sí mismo,
que Hildegarda tacha de vana curiosidad; la negligencia en la vida religiosa; la
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desobediencia a los superiores y la poca paciencia ante los sufrimientos; el ánimo


inquieto y la inestabilidad; la falta de fortaleza y de perseverancia en el espíritu

28 Marc
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Primera parte: Hildegarda y su mundo


56 Adelina. Bajo la mirada de Hildegarda, abadesa de Bingen, Miño y Dávila, 2010. ProQuest Ebook Central,
Fraboschi, Azucena
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primero. De acuerdo con su habitual estilo, Hildegarda propone una parábola que
luego explica, para concluir con una exhortación:
“Yo, la Fuente Viva, digo a aquellos que, revestidos con Mi túnica a causa de Mi
nombre, son peregrinos en la cacería del mundo: Oh, gemid y llorad, porque
el cielo ha sido desgarrado y el día se ha oscurecido, pues ahora el denario debe
ser devuelto al atrio de la voz de la alabanza.
Oh hijos de Israel, ¿por qué habéis corrompido el dulcísimo Amor (Caritas)
que fluye en Mí en la plenitud de su obra, cuando desde las alturas miro hacia
las profundidades? Porque fluye en Mí, por eso también fluyen de él las aguas
vivas. Pero también se encuentra en la forma de una vara33 porque, así como en
una virgen los abrazos son dulcísimos debido a su integridad, así también en
el Amor se encuentran los dulcísimos abrazos de las virtudes. Pero ahora llora,
porque personas temerarias lo han desgarrado con su vocinglera murmuración.
Por lo que huye de ellos hacia aquella altura de la que vino, y se lamenta porque
sus hijos, a los que había nutrido con sus pechos henchidos, se apartan, sin querer
limpiarse de la podredumbre de sus espíritus inestables.
Oh míseros, ¿por qué se asocian a la desdicha de la alienación y del destierro,
apartándose de las nupcias reales con la nueva esposa, que siempre está preparada
y dispuesta para su esposo como una virgen para el varón que la desposa, cuando
aún no se ha consumado la unión, sino que permanece todavía intacta en su
integridad? Porque éstos se apartan de aquella esposa, por eso están envueltos
en tinieblas y obnubilados, como si hubieran destruido el cielo. ¿Qué significa
esto? Como el firmamento del cielo con todo su ornato –esto es el sol, la luna y
las estrellas– ilumina el mundo, y como el artesano con la madera hace objetos
de madera, y de manera similar procede con las piedras y con otros materiales,
así también éstos deberían iluminar al pueblo y mostrarle el buen camino.
Pero en ellos el amor se ha hecho pedazos, de manera tal que la virginidad,
que debería resplandecer en ellos como el sol, y la viudez como la luna, y toda
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la otra gente como las estrellas, carecen de su luz porque las dulces entrañas
maternas no les brindan calor. Mas la mujer encorvada, llena de arrugas y toda
oscura, con costumbres viperinas y rechinar de dientes, horrible en todo lo que
hace, alimenta a la manera de los puercos a éstos que, apartándose del mundo,
debían ser santos y elegidos. Pues ellos desgarran la vestidura de la inocencia
en ellos mismos con sus maneras ásperas y su iracundia, y por su infamia pier-
den cuanto les da vida; en su ira golpean sus cabezas, ciegan sus ojos por la

33 /DUHIHUHQFLDDODYDUD virga) y a la virgen (virgo) se apoya en la similitud de las palabras y


en su raíz: vir-, que alude a la fuerza y a la fecundidad; en este caso, la fuerza y la rectitud
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Bajo la mirada de Hildegarda, abadesa de Bingen


Fraboschi, Azucena Adelina. Bajo la mirada de Hildegarda, abadesa de Bingen, Miño y Dávila, 2010. ProQuest Ebook Central, 57
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desesperación y manchan todos sus vestidos por la necedad de sus actitudes,
considerándose a sí mismos sabios y por encima de sus superiores.
Ay, ay, hijos de Israel, el áureo y misterioso don de Dios no os estableció así
en vuestro primer nacimiento, porque en vuestra angélica orden el dulcísimo
Padre quiso vencer a la antigua serpiente, que vomitó sobre sí misma la mor-
tal ponzoña de la presunción, como un cadáver putrefacto. Oh bellas flores y
compañeros de los ángeles, ¿por qué habéis comido el alimento de la serpiente,
o sea, que buscáis unos y otros la compañía deshonesta y hedionda de los arro-
gantes cismáticos, una conducta casi mortal? ¿Y por qué trepáis las tremantes
montañas del cuestionamiento insistente y la indagación de tantas vanidades,
sin percataros de que a cada hombre se le da según su medida?
Id por los caminos convenientes y apropiados, sin el viento que volando os
desparrama. Mas vosotros encontráis en cualquier parte un monte inconsistente,
os apropiáis de él, sin demora lo afirmáis y trabajáis en él, sin abandonarlo.
Pero os esforzáis en vano, como también lo hace el artesano inútil que fabrica
una vasija inservible, que no puede tenerse derecha porque es inestable, falta
de equilibrio. Por eso ahora, oh hijitos míos, tomad a vuestra hermosa madre,
esto es, a Mi amiga la Caridad [el Amor], y abrazadla.
Yo os digo: Algunos hombres, montados en veloces caballos y espléndida-
mente equipados con armas costosas y de gran poder se habían vuelto hacia el
occidente para luchar contra quienes venían del oeste. A su derecha había un
valle muy extenso, como un camino profundo; a su izquierda un gran bosque
con sus ramas más altas cubiertas de nieve, del que salieron muchos enanos
desarmados. Cuando vieron a los hombres armados huyeron al bosque despavo-
ridos, diciendo: «¡Cuidado! ¿Quiénes son éstos?» Pero, para infundir terror a
los que estaban armados, en la selva misma hacían gran estrépito y gritaban. Por
eso, algunos de los hombres armados, indignados, desenvainaban sus espadas y
las blandían contra ellos para herirlos. Y se oyó una voz que desde lo alto decía:
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«Volved vuestras espadas a sus vainas, hasta que llegue el tiempo de los tiempos
del exterminio». Y ellos envainaron sus espadas.
Y he aquí que vinieron otros montados a caballo, totalmente desnudos,
excepto por un pequeño paño que les cubría el pecho y el vientre. Cuando
los que estaban en el bosque los vieron corrieron hacia ellos y tomando sus
caballos por el cuello y por la cola, y a los que los montaban por las piernas y
los pies, daban grandes saltos y reían a carcajadas jugando con ellos, mientras
decían: «Oh compañeros, jugad con nosotros». Entonces algunos de los hom-
bres armados, fatigados por su armadura, se volvieron hacia el valle que estaba
próximo a ellos y bajándose de sus caballos se despojaron de sus resplandecientes
armas, poniéndolas en el suelo. Y así, mientras descansaban en el valle dijeron:
«¿Quién puede luchar permanentemente contra estos enanos? Permitámosles

Primera parte: Hildegarda y su mundo


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jugar». Pero cuando los enanos los vieron adentrarse en el bosque corrieron
hacia ellos, y hacían sus juegos y danzas en torno a ellos. Mas los hombres no
jugaban con ellos ni los obligaban a apartarse, sino que, dejadas sus armas, tan
sólo descansaban mientras contemplaban las danzas. Y de nuevo resonó la voz
desde lo alto diciendo: «Éstos que abandonaron sus armas no deben ser lla-
mados los principales en el palacio del Rey, porque están demasiado cansados
para luchar».
Ahora, oh hijos míos, escuchad lo que esto significa. Los prelados buenos
y eficaces y los otros que desprecian las cosas mundanas, en el transcurso de la
veloz carrera de las buenas obras descansan armados, manteniendo una atenta
vigilancia para luchar contra el diablo. A su derecha se encuentra el camino de
la rectitud y a su izquierda la preocupación de muchas vicisitudes y vaivenes de
los que provienen gran número de vicios, que a veces huyen aterrados ante los
hombres armados, pero otras veces les inspiran terror con su locura. Por lo que
algunos de esos hombres, indignados porque no quieren sufrir con paciencia el
daño que se les infiere, se preparan para vengarse; pero la inspiración divina les
advierte que permanezcan quietos y tranquilos hasta que Dios, por Su gracia,
destruya esos males. Y así cesa en ellos la agitación de su venganza. Otros, que
parecen haber desechado los bienes terrenales, de este modo muestran que
corren en vano: porque están desnudos de las obras buenas, aunque se vistan
con su simulación. Por lo cual los vicios se ríen de ellos, y juegan con ellos en
medio de grandes burlas. Pero algunos de los otros prelados, que deberían haber
rechazado enteramente las cosas del mundo, se fatigan hastiados con la rutina y
en el camino recto abandonan la solícita vigilancia; descansando despreocupa-
damente, dicen que no pueden estar siempre luchando contra aquellos vicios.
Por lo que también los vicios se burlan de ellos, que ni los acogen plenamente
ni totalmente se apartan de ellos, de manera tal que permanecen quietos en la
tibieza de su negligencia. Por eso, para que abiertamente se entienda, no son
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maestros eficaces ni guerreros poderosos ante Dios, porque en su debilidad son


torpes en cuanto a su salvación. Esta interpretación, oh vosotros que habéis
desgarrado mi túnica, os está dirigida.
Oh varones espirituales, que decís que avanzáis con firmeza y rectitud, ¿por
qué no imitáis las obras del Cordero, Quien fue pacífico, manso, humilde,
casto y obediente al mandato de Su Padre, y sufrido en cuanto al sacrificio
de Su cuerpo por vosotros? Elevaos hacia la compañía de los ángeles, según al
principio os plantó el místico don de Dios. Pues a veces no sabéis lo que hacéis,
queriendo ascender al monte que no podéis abarcar, por lo que también a veces
caéis al valle, porque comenzáis lo que no podéis acabar. Os inquietáis en vuestro
espíritu queriendo ser santos, allí donde no hay méritos, ni la recompensa de la
obra buena y justa. Por eso sois como los extraños que quieren tener lo que no

Bajo la mirada de Hildegarda, abadesa de Bingen


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pueden tomar. Fortaleced por tanto y confortad vuestros corazones34 y corred
por los caminos de Dios, porque la recompensa será dada a quien obre, no a
quien mira la obra como quien la ve en un espejo, por lo que también se engaña
en su apreciación”.35

A los prelados de Maguncia

Concluimos con la carta que Hildegarda dirigió al clero de Maguncia, en ocasión


de la sentencia de interdicción –temida sanción de la Iglesia, que prácticamente
paraliza toda la vida espiritual allí donde es aplicada, dejando al hombre en el mayor
de los desamparos– que habían arrojado contra la abadesa y su monasterio, como
vimos en “Hildegarda de Bingen…, esa desconocida” (p. 19-20):
“En una visión grabada por Dios mi Hacedor en mi alma, antes que yo naciese,
me he visto compelida a escribir estas cosas a causa de la prohibición con la que
nuestros superiores nos han atado, por cierto difunto traído por su sacerdote, y
sepultado junto a nosotras sin acusación. Como pocos días después de su sepelio
nuestros superiores nos ordenaron arrojarlo del cementerio, invadida por un
gran terror elevé la mirada hacia la Luz Verdadera, como acostumbro, y con ojos
atentos vi en mi alma que, si de acuerdo con el mandato de aquéllos el cuerpo
del difunto era exhumado, la acción de excluirlo amenazaría nuestro lugar como
el terrible peligro de una gran oscuridad y nos rodearía cercándonos, como la
nube negra que suele aparecer antes de las tempestades y los truenos.
Por eso no nos hemos atrevido a remover el cuerpo de este difunto, puesto
que había confesado sus pecados, recibido la unción y la comunión, y fue sepul-
tado sin inconveniente alguno; ni podemos ceder al consejo o al mandato de
quienes quieren persuadirnos o imponernos esto, no porque tengamos en poco
el consejo de los hombres probos o el mandato de nuestros prelados –de ningún
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modo–, sino para que no parezca que por femenina crueldad injuriamos los
sacramentos de Cristo, con los cuales fue fortalecido aquel hombre mientras
aún estaba con vida. Pero para no aparecer como desobedientes en todo, según
el interdicto hemos cesado los cantos de la divina alabanza, y nos hemos abs-
tenido de la participación del Cuerpo del Señor, que tenemos por costumbre
frecuentar todos los meses.
Por lo cual, mientras tanto mis hermanas como yo éramos afligidas con gran
amargura y retenidas en inmensa tristeza, oprimida finalmente por tan gran
peso oí estas palabras en una visión: «No es conveniente para vosotras que a
causa de las humanas palabras abandonéis los sacramentos de la Vestidura del

34 Sal
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Primera parte: Hildegarda y su mundo


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