Documento 6
Documento 6
Documento 6
Los autores de nuestros días, los que recogieron y enjugaron nuestras primeras
lágrimas, los que sobrellevaron las incomodidades de nuestra infancia, los que
consagran todos sus desvelos a la difícil tarea de nuestra educación, son para
nosotros los seres más privilegiados y venerables que existen sobre la tierra.
En medio de las necesidades de todo género a que está sujeta la humana naturaleza,
muchas pueden ser las ocasiones en que un hijo haya de prestar auxilios a sus
padres, endulzar sus penas, y aun hacer sacrificios a su bienestar y a su dicha; pero
jamás podrá llegar a recompensarles todo lo que les debe, jamás podrá hacer nada
que le descargue de la inmensa deuda de gratitud que para con ellos tiene contraída.
Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos cultivados y todos los demás
signos y monumentos de la vida social, nos representan a nuestros antepasados y
sus esfuerzos generosos por el bienestar y la dicha de su posteridad, la infancia de
nuestros padres, los sucesos inocentes y sencillos que forman la pequeña y siempre
querida historia de nuestros primeros años, los talentos de nuestras celebridades en
las artes, los magnánimos sacrificaos y las proezas de nuestros grandes hombres,
los placeres, en fin, y los sufrimientos de una generación que pasó y nos dejó sus
hogares, sus riquezas y el ejemplo de sus virtudes.
Fácil es comprender todo lo que los demás hombres tienen derecho a esperar de
nosotros, al sólo considerar cuan necesarios nos son ellos a cada paso para poder
sobrellevar las miserias dé la vida, contrarrestar los embates de la desgracia, ilustrar
nuestro entendimiento y alcanzar, en fin, la felicidad, que es sentimiento innato del
corazón humano.
Si hemos nacido para amar y adorar a Dios, y para aspirar a más altos destinos que
los que nos ofrece esta vida perecedera y calamitosa; si nos debemos también a
nuestros semejantes y en especial a nuestros padres, a nuestra familia y a nuestra
patria, y si tan graves e imprescindibles son las funciones que nuestro corazón y
nuestro espíritu tienen que ejercer, para corresponder dignamente a las miras del
Creador, es una consecuencia necesaria que nos encontremos constituidas en el
deber de instruirnos, de conservarnos y de moderar nuestras pasiones.