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Objetivo 3 INSTRUCCIÓN SOBRE

ALGUNAS CUESTIONES ACERCA DE LA


COLABORACIÓN DE LOS FIELES LAICOS
EN EL SAGRADO MINISTERIO DE LOS
SACERDOTES
Instrucción dada en el Vaticano 1997

PRINCIPIOS TEOLÓGICOS
Artículo 1. El sacerdocio común y el sacerdocio
ministerial
Jesucristo, Sumo Y Eterno Sacerdote, ha deseado
que su único e indivisible sacerdocio fuese
participado a su Iglesia. Esta es el pueblo de la
nueva alianza, en el cual, por la «regeneración y la
acción del Espíritu Santo, los bautizados son
consagrados para formar un templo espiritual y un
sacerdocio santo, para ofrecer, mediante todas las
actividades del cristiano, sacrificios espirituales y
hacer conocer los prodigios de Aquel que de las
tinieblas le llamó a su admirable luz (cfr. 1 Pe 2, 4-
10). Un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo»
(Ef4,5);

• Común es la dignidad de los miembros que


deriva de su regeneración en Cristo, común la gracia
de la filiación; común la llamada a la perfección».
• Vigente entre todos «una auténtica
igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción común
a todos los fieles en orden a la edificación del
Cuerpo de Cristo», algunos son constituidos, por
voluntad de Cristo, «doctores, dispensadores de los
misterios y pastores para los demás».
• Sea el sacerdocio común de los fieles, sea el sacerdocio ministerial o jerárquico, «aunque
diferentes esencialmente y no sólo de grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues
ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo». Entre ellos se tiene una eficaz
unidad porque el Espíritu Santo unifica la Iglesia en la comunión y en el servicio y la provee
de diversos dones jerárquicos y carismáticos.
• La diferencia esencial entre el sacerdocio común
y el sacerdocio ministerial no se encuentra, por El hoy Papa Francisco testificó que,
cuando era arzobispo de Buenos
tanto, en el sacerdocio de Cristo, el cual Aires, que el 18 de agosto de 1996,
permanece siempre único e indivisible, ni en la Misa de las 7 pm en un templo
tampoco en la santidad a la cual todos los fieles de la capital Argentina, el padre
son llamados: «En efecto, el sacerdocio Alejandro Pezet estaba terminando la
distribución de la Comunión cuando
ministerial no significa de por sí un mayor grado
una mujer se acercó a decirle que
de santidad respecto al sacerdocio común de los había encontrado una Hostia
fieles; pero, por medio de él, los presbíteros abandonada en un candelabro en la
reciben de Cristo en el Espíritu un don particular, parte posterior del templo. El
para que puedan ayudar al Pueblo de Dios a presbítero encontró la Hostia
profanada, pero sintiéndose incapaz
ejercitar con fidelidad Y plenitud el sacerdocio de consumirla, la colocó en un
común que les ha sido conferido» recipiente con agua y lo guardó en el
• En la edificación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, sagrario. El 26 de agosto, al abrir el
está vigente la diversidad de miembros y sagrario, vio con asombro que la
Hostia se había convertido en una
funciones, pero uno solo es el Espíritu, que sustancia sanguinolenta, y de
distribuye sus variados dones para el bien de la inmediato dio aviso al cardenal Jorge
Iglesia según su riqueza y la necesidad de Bergoglio, quien dio instrucciones
servicios (cfr 1 Cor 12, 1-11). para que la Hostia fuera fotografiada
de manera profesional y que se
La diversidad está en relación con el modo de tomaran muestras para hacer
participación al sacerdocio de Cristo y es esencial en el investigaciones científicas. Los
análisis de 1996, 1999 y 2004
sentido que “mientras el sacerdocio común de los fieles arrojaron que las muestras son carne
se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal –vida de y sangre humanas; que el músculo
fe, de esperanza y de caridad, vida según el Espíritu—el proviene del ventrículo izquierdo, la
sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio parte del corazón que se encarga de
bombear sangre a todo el cuerpo; que
común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de el tejido está vivo, como lo prueba la
todos los cristianos” abundancia de glóbulos blancos de la
sangre, pues estos mueren en pocas
En consecuencia, el sacerdocio ministerial “difiere horas fuera de un organismo vivo.
esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque Los estudios indican igualmente que
confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles” ese corazón había estado bajo estrés
severo, «como si el propietario
Con este fin se exhorta el sacerdote “a crecer en la hubiera sido severamente golpeado
conciencia de la profunda comunión que lo vincula al en el pecho».
Pueblo de Dios” para “suscitar y desarrollar la
corresponsabilidad en la común y única misión de salvación, con la diligente y cordial valoración de
todos los carismas y tareas que el Espíritu otorga a los creyentes para la edificación de la Iglesia”.

Las características que diferencian el sacerdocio ministerial de los Obispos y de los presbíteros de
aquel común de los fieles, y delinean en consecuencia los confines de la colaboración de estos en el
sagrado ministerio, se pueden sintetizar así:

a) El sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y esta dotado de una


potestad sacra, (29) la cual consiste en la facultad y responsabilidad de obrar en persona
de Cristo Cabeza y Pastor; (30)
b) esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de la Iglesia, por medio
de la proclamación autorizada de la Palabra de Dios, de la celebración de los Sacramentos
y de la guía pastoral de los fieles. (31)

Poner el fundamento del ministerio ordenado en la sucesión apostólica, en cuanto tal ministerio
continúa la misión recibida de los Apóstoles de parte de Cristo, es punto esencial de la doctrina
eclesiológica católica.

El ministerio ordenado, por tanto, es constituido sobre el fundamento de los Apóstoles para la
edificación de la Iglesia: «está totalmente al servicio de la Iglesia misma». «A la naturaleza
sacramental del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado el carácter de servicio. Los
ministros en efecto, en cuanto dependen totalmente de Cristo, quien les confiere la misión y
autoridad, son verdaderamente 'esclavos de Cristo' (cfr. Rm 11), a imagen de Él que, libremente ha
tomado por nosotros 'la forma de siervo' (Flp 2, 7). Como la palabra y la gracia de la cual son
ministros no son de ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán
libremente esclavos de todos».

2.Unidad Y diversidad en las funciones ministeriales


Las funciones del ministerio ordenado, tomadas en su conjunto, constituyen, en razón de su único
fundamento, una indivisible unidad. Una y única, efecto, como en Cristo, es la raíz de acción
salvífica, significada y realizada por ministro en el desarrollo de las funciones de enseñar, santificar
y gobernar a los fieles.

He aquí el triple munus de Cristo y del ministerio ordenado traducido al castellano:

1. Munus docendi = función de enseñar al pueblo de Dios

2. Munus sanctificandi = función de santificar al pueblo de Dios

3. Munus regendi = función de pastorear al pueblo de Dios

Esta unidad cualifica esencialmente el ejercicio de las funciones del sagrado ministerio, que son
siempre ejercicio, bajo diversas prospectivas, de la función de Cristo, Cabeza de la Iglesia.

Si, por tanto, el ejercicio de parte del ministro ordenado del munus docendi, sanctificandi et
regendi constituye la sustancia del ministerio pastoral, las diferentes funciones de los sagrados
ministros, formando una indivisible unidad, no se pueden entender separadamente las unas de las
otras, al contrario, se deben considerar en su mutua correspondencia y complementariedad.

Sólo en algunas de esas, yen cierta medida, pueden colaborar con los pastores otros fieles no
ordenados, si son llamados a dicha colaboración por la legítima Autoridad y en los debidos modos.

«En efecto, El mismo conforta constantemente su cuerpo, que es la Iglesia, con los dones de los
ministerios, por los cuales, con la virtud derivada de El, nos prestamos mutuamente los servicios
para la salvación».

«El ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor: en realidad no es la tarea la que
constituye un ministro, sino la ordenación sacramental.
Solo el Sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado de los Obispos y presbíteros una
peculiar participación al oficio de Cristo Cabeza y Pastor ya su sacerdocio eterno. la función que se
ejerce en calidad de suplente, adquiere su legitimación, inmediatamente y formalmente, de la
delegación oficial dada por los pastores, y en su concreta actuación es dirigido por la autoridad
eclesiástica»

Es necesario reafirmar esta doctrina porque algunas prácticas tendientes a suplir a las
carencias numéricas de ministros ordenados en el seno de la comunidad, en algunos
casos, han podido influir sobre una idea de sacerdocio común de los fieles que
tergiversa la índole y el significado específico, favoreciendo, entre otras cosas, la
disminución de los candidatos al sacerdocio y oscureciendo la especificidad del
seminario como lugar típico para la formación del ministro ordenado. Se trata de
fenómenos íntimamente relacionados, sobre cuya interdependencia se deberá
oportunamente reflexionar para llegar a sabias conclusiones operativas.

3. Insustituibilídad del ministerio ordenado

Una comunidad de fieles para ser llamada Iglesia y para serlo verdaderamente, no
puede derivar su guía de criterios organizativos de naturaleza asociativa o política.
Cada Iglesia particular debe a Cristo su guía, porque es El fundamentalmente quien ha
concedido a la misma Iglesia el ministerio apostólico, por lo que ninguna comunidad
tiene el poder de darlo a sí misma, o de establecerlo por medio de una delegación. El
ejercicio del munus de magisterio y de gobierno, exige, en efecto, la canónica o jurídica
determinación de parte de la autoridad jerá rquica.

El sacerdocio ministerial, por tanto, es necesario a la existencia misma de la comunidad


como Iglesia: «no se debe pensar en el sacerdocio ordenado ( .. .) como si fuera
posterior a la comunidad eclesial, como si ésta pudiera concebirse como constituida ya
sin este sacerdocio ». En efecto, si en la comunidad llega a faltar el sacerdote, ella se
encuentra privada de la presencia y de la función sacramental de Cristo Cabeza y
Pastor, esencial para la vida misma de la comunidad eclesial.

El sacerdocio ministerial es por tanto absolutamente insustituible. Se llega a la


conclusión inmediatamente de la necesidad de una pastoral vocacional que sea
diligente, bien organizada y permanente para dar a la Iglesia los necesarios ministros
como también a la necesidad de reservar una cuidadosa formación a cuantos, en los
seminarios, se preparan para recibir el presbiterado. Otra solución para enfrentar los
problemas que se derivan de la carencia de sagrados ministros resultaría precaria.

«El deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha
de procurarlo ante todo con una vida plenamente cristiana».

Todos los fieles son corresponsables en el contribuir a fortalecer las respuestas


positivas a la vocación sacerdotal, con una siempre mayor fidelidad en el seguimiento
de Cristo superando la indiferencia del ambiente, sobre todo en las sociedades
fuertemente marcadas por el materialismo.

4. La colaboración de fieles no ordenados en el ministerio pastoral

En los documentos conciliares, entre los varios


aspectos de la participación de fieles no marcados
por el carácter del Orden a la misión de la Iglesia, se
considera su directa colaboración en las tareas
específicas de los pastores.
En efecto, «cuando la necesidad o la utilidad de la
Iglesia lo exige,

los pastores pueden confiar a los fieles no


ordenados, según las normas establecidas por
el derecho universal, algunas tareas que están
relacionadas con su propio ministerio de
pastores pero que no exigen el carácter del
Orden».

Tal colaboración ha sido sucesivamente regulada por


la legislación post-conciliar y, en modo particular, por
el nuevo Código de Derecho Canónico.

Este, después de haberse referido a las obligaciones


y los derechos de todos los fieles, en el titulo
sucesivo, dedicado a las obligaciones y derechos de
los fieles laicos, trata no solo de aquello que
especifica mente les compete, teniendo presente su
condición secular, sino también de tareas o funciones
que en realidad no son exclusivamente de ellos. De
estas, algunas corresponderían a cualquier fiel sea o
no ordenado, otras, al contrario, se colocan en la
línea de directo servicio en el sagrado ministerio de
los fieles ordenados. Respecto a estas últimas tareas
o funciones, los fieles no ordenados no son
detentares de un derecho a ejercerlas, pero son
«hábiles para ser llamados por los sagrados pastores
en aquellos oficios eclesiásticos y en aquellas tareas
que están en grado de ejercitar según las prescripciones del derecho», o también
«donde no haya ministros ( ... ) pueden suplirles en algunas de sus funciones ( ... )
según las prescripciones del derecho ».
Al fin que una tal colaboración se pueda inserir armónicamente en la pastoral
ministerial, es necesario que, para evitar desviaciones pastorales y abusos
disciplinares, los principios doctrinales sean claros y que, de consecuencia, con
coherente determinación, se promueva en toda la Iglesia una atenta y leal aplicación
de as disposiciones, vigentes, no alargando, abusivamente, los límites de
excepcionalidad a aquellos casos que no pueden ser juzgados como «excepcionales».
Cuando, en algún lugar, se verifiquen abusos o prácticas transgresivas, los Pastores
adopten todos los medios necesarios y oportunos para impedir a tiempo su difusión y
para evitar que se altere la correcta comprensión de la naturaleza misma de la Iglesia.
En particular, aplicarán aquellas normas disciplinares establecidas, las cuales enseñan
a conocer y respetar realmente la distinción y complementariedad de funciones que
son vitales para la comunión eclesial. En donde tales prácticas abusivas están ya
difundidas, es absolutamente indispensable la intervención responsable de quien tiene
la autoridad de hacerlo, haciéndose así verdadero artífice de comunión, la cual puede
ser constituida exclusivamente en torno a la verdad. Comunión, verdad, justicia, paz y
caridad son términos interdependientes.
A la luz de los principios apenas recordados se señalan a continuación los oportunos
remedios para enfrentar los abusos señalados a nuestros Dicasterios. Las
disposiciones que siguen son tomadas de la normativa de la Iglesia

DISPOSICIONES PRÁCTICAS

Articulo 2. El ministerio de la palabra

1. El contenido de tal ministerio consiste «en la predicación pastoral, la catequesis, y


en puesto privilegiado la homilía». El ejercicio original de las relativas funciones es
propio del Obispo diocesano, como moderador, en su Iglesia, de todo el ministerio
de la palabra, y es también propio de los presbíteros, sus cooperadores. Este
ministerio corresponde también a los diáconos, en comunión con el obispo y su
presbiterio.
2. Los fieles no ordenados participan según su propia índole, a la función profética de
Cristo, son constituidos sus testigos y proveídos del sentido de la fe y de la gracia
de la palabra. Todos son llamados a convertirse, cada vez más, en heraldos
eficaces «de lo que se espera» Heb 11, 1. Hoy, la obra de la catequesis, en
particular, mucho depende de su compromiso y de su generosidad al servicio de la
Iglesia.
Por tanto, los fieles y particularmente los miembros de los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica pueden ser llamados a colaborar,
en los modos legítimos, en el ejercicio del ministerio de la palabra.
3. El C.I.C., can. 766, establece las condiciones por las cuales la competente
Autoridad puede admitir los fieles no ordenados a predicar in ecclesia vel oratorio -
en una iglesia u oratorio-. La misma expresión utilizada, admitti possunt -pueden
ser admitidos-, resalta, como en ningún caso, se trata de un derecho propio como
aquel específico de los Obispos o de una facultad como aquella de los presbíteros
o de los diáconos.
Las condiciones a las que se debe someter tal admisión -«si en determinadas
circunstancias se necesita de ello», «si en casos particulares lo aconseja la
utilidad»- evidencia la excepcionalidad del hecho. El can. 766, además, precisa que
se debe siempre obrar iuxta Episcoporum conferentiae praescripta- según lo
prescrito en la conferencia episcopal-. En esta última cláusula el canón citado
establece la fuente primaria para discernir rectamente en relación con la necesidad
o utilidad, en los casos concretos, ya que, en las mencionadas prescripciones de la
Conferencia Episcopal, que necesitan de la «recognitio» de la Sede Apostólica, se
deben señalar los oportunos criterios que puedan ayudar al Obispo diocesano en el
tomar las apropiadas decisiones pastorales, que le son propias por la naturaleza
misma del oficio episcopal.
4. En circunstancias de escasez de ministros sagrados en determinadas zonas,
pueden presentarse casos en los que se manifiesten permanentemente situaciones
objetivas de necesidad o de utilidad, tales de sugerir la admisión de fieles no
ordenados a la predicación. La predicación en las iglesias y oratorios, de parte de
los fieles no ordenados, puede ser concedida en suplencia de los ministros
sagrados o por especiales razones de utilidad en los casos particulares previstos
por la legislación universal de la Iglesia o de las Conferencias Episcopales, y por
tanto no se puede convertir en un hecho ordinario, ni puede ser entendida como
auténtica promoción del laicado.
5. Sobre todo, en la preparación a los sacramentos, los catequistas se preocupen de
orientar los intereses de los catequizándoos a la función y a la figura del sacerdote
como solo dispensador de los misterios divinos a los que se están preparando
Artículo 3. La homilía
1. La homilía, forma eminente de predicación «qua per anni liturgici cursum ex textu
sacro fidei mysteria et norma e vitae christianae exponuntur» -la cual expone los
misterios de la fe y las normas de la vida cristiana, a lo largo del año litúrgico-, es parte
de la misma liturgia.
Por tanto, la homilía, durante la celebración de la Eucaristía, se debe reservar al ministro
sagrado, sacerdote o diácono. Se excluyen los fieles no ordenados, aunque desarrollen
la función llamada «asistentes pastorales» o catequistas, en cualquier tipo de
comunidad o agrupación. No se trata, en efecto, de una eventual mayor capacidad
expositiva o preparación teológica, sino de una función reservada a aquel que es
consagrado con el Sacramento del Orden, por lo que ni siquiera el Obispo diocesano
puede dispensar de la norma del canón, dado que no se trata de una ley meramente
disciplinar, sino de una ley que toca las funciones de enseñanza y santificación
estrechamente unidas entre si.
No se puede admitir, por tanto, la praxis, en ocasiones asumida, por la cual se confía
la predicación homilética a seminaristas estudiantes de teología, aún no ordenados.
La homilía no puede, en efecto, considerarse como una práctica para el futuro
ministerio
Se debe considerar abrogada por el can. 767, § 1 cualquier norma anterior que haya
podido admitir fieles no ordenados a pronunciar la homilía durante la celebración de la
Santa Misa.
2. Es licita la propuesta de una breve monición para favorecer la mayor inteligencia de
la liturgia que se celebra y también cualquier eventual testimonio siempre según las
normas litúrgicas y en ocasión de las liturgias eucarísticas celebradas en particulares
jornadas (jornada del seminario, del enfermo, etc.), si se consideran objetivamente
convenientes, como ilustrativas de la homilía regularmente pronunciada por el sacerdote
celebrante. Estas explicaciones y testimonios no deben asumir características tales de
llegar a confundirse con la homilía.
• La posibilidad del «diálogo» en la homilía, puede ser, alguna vez, prudentemente
usada por el ministro celebrante como medio expositivo con el cual no se delega
a los otros el deber de la predicación.
• La homilía fuera de la Santa Misa puede ser pronunciada por fieles no ordenados
según lo establecido por el derecho o las normas litúrgicas y observando las
cláusulas allí contenidas.
• La homilía no puede ser confiada, en ningún caso, a sacerdotes o diáconos que
han perdido el estado clerical o que, en cualquier caso, han abandonado el
ejercicio del sagrado ministerio.
Artículo 6. Las celebraciones litúrgicas
1. Las acciones litúrgicas deben manifestar con claridad la unidad ordenada del Pueblo
de Dios en su condición de comunión orgánica y por tanto la íntima conexión que media
entre la acción litúrgica y la manifestación de la naturaleza orgánicamente estructurada
de la Iglesia. Esto se da cuando todos los participantes desarrollan con fe y devoción la
función propia de cada uno.
2. Para que también en este campo, sea salvaguardada la identidad eclesial de cada
uno, se deben abandonar los abusos de distinto tipo que son contrarios a cuanto
prevé el canon 907, según el cual, en la celebración eucarística, a los diáconos y a
los fieles no ordenados, no les es consentido pronunciar las oraciones y cualquier
parte reservada al sacerdote celebrante -sobre todo la oración eucarística con la
doxología conclusiva- o asumir acciones o gestos que son propios del mismo
celebrante. Es también grave abuso el que un fiel no ordenado ejercite, de hecho,
una casi «presidencia» de la Eucaristía dejando al sacerdote solo el mínimo para
garantizar la validez.
En la misma línea resulta evidente la ilicitud de usar, en las ceremonias litúrgicas, de
parte de quien no ha sido ordenado, ornamentos reservados a los sacerdotes o a los
diáconos (estola, casulla, dalmática).
Se debe tratar cuidadosamente de evitar hasta la misma apariencia de confusión que
puede surgir de comportamientos litúrgicamente anómalos. Como los ministros
ordenados son llamados a la obligación de vestir todos los sagrados ornamentos, así
los fieles no ordenados no pueden asumir cuanto no es propio de ellos.
Para evitar confusiones entre la liturgia sacramental presidida por un clérigo o un
diácono con otros actos animados o guiados por fieles no ordenados, es necesario que
para estos últimos se adopten formulaciones claramente diferentes
Artículo 7. Las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero
1. En algunos lugares, las celebraciones dominicales son guiadas, por la falta de
presbíteros o diáconos, por fieles no ordenados. Este servicio, válido cuanto delicado,
es desarrollado según el espíritu y las normas específicas emanadas en mérito por la
competente Autoridad eclesiástica. Para animar las mencionadas celebraciones el fiel
no ordenado deberá tener un especial mandato del Obispo, el cual pondrá atención en
dar las oportunas indicaciones acerca de la duración, lugar, las condiciones y el
presbítero responsable.
2. Tales celebraciones, cuyos textos deben ser los aprobados por la competente
Autoridad eclesiástica, se configuran siempre como soluciones temporales. Está
prohibido inserir en su estructura elementos propios de la liturgia sacrificial, sobre todo
la «plegaria eucarística», aunque si en forma narrativa, para no engendrar errores en la
mente de los fieles. A tal fin debe ser siempre recordado a quienes toman parte en ellas
que tales celebraciones no sustituyen al Sacrificio eucarístico y que el precepto
festivo se cumple solamente participando a la S. Misa. En tales casos, allí donde las
distancias o las condiciones físicas lo permitan, los fieles deben ser estimulados y
ayudados todo lo posible para cumplir con el precepto.
Artículo 8. El ministro extraordinario de la Comunión
Los fieles no ordenados, ya desde hace tiempo, colaboran en diversos ambientes de la
pastoral con los sagrados ministros a fin que «el don inefable de la Eucaristía sea
siempre más profundamente conocido y se participe a su eficacia salvífica con siempre
mayor intensidad».
Se trata de un servicio litúrgico que, responde a objetivas necesidades de los fieles,
destinado, sobre todo, a los enfermos y a las asambleas litúrgicas en las cuales son
particularmente numerosos los fieles que desean recibir la sagrada Comunión

1. La disciplina canónica sobre el ministro extraordinario de la sagrada Comunión


debe ser, sin embargo, rectamente aplicada para no generar confusión. La
misma establece que el ministro ordinario de la sagrada Comunión es el Obispo,
el presbítero y el diácono, mientras son ministros extraordinarios sea el acólito
instituido, sea el fiel a ello delegado a norma del can. 230, § 3.

Un fiel no ordenado, si lo sugieren motivos de verdadera necesidad, puede ser delegado


por el Obispo diocesano, en calidad de ministro extraordinario, para distribuir la sagrada
Comunión también fuera de la celebración eucarística, ad actum vel ad tempus (<<ad
actum» significa permiso para dar la comunión en una sola ocasión, «ad tempus»
significa por un tiempo determinado) o en modo estable, utilizando para esto la
apropiada forma litúrgica de bendición. En casos excepcionales e imprevistos la
autorización puede ser concedida ad actum por el sacerdote que preside la celebración
eucarística.
2. Para que el ministro extraordinario, durante la celebración eucarística, pueda
distribuirla, es necesario o que no se encuentren presentes ministros ordinarios o que,
éstos aunque se encuentren presentes, se encuentren verdaderamente impedidos.
Pueden desarrollar este mismo encargo también cuando, a causa de la numerosa
participación de fieles que desean recibir la sagrada Comunión, la celebración
eucarística se prolongaría excesivamente por insuficiencia de ministros ordinarios.

Tal encargo es de suplencia y extraordinario y debe ser ejercitado a norma de todo


miembro de la Iglesia, sin confusión de papeles, de funciones o de condiciones
teológicas y canónicas».

Se debe proveer, entre otras cosas, a que el fiel delegado a tal encargo sea
debidamente instruido sobre la doctrina eucarística, sobre la índole de su servicio, sobre
las rúbricas que se deben observar para la debida reverencia a tan augusto Sacramento
y sobre la disciplina acerca de la admisión para la Comunión.
Para no provocar confusiones han de ser evitadas y suprimidas algunas prácticas que
se han venido creando desde hace algún tiempo en algunas Iglesias particulares, como
por ejemplo:
• la comunión de los ministros extraordinarios como si fueran concelebrantes;
• asociar, a la renovación de las promesas de los sacerdotes en la S. Misa crismal del
Jueves Santo, otras categorías de fieles que renuevan los votos religiosos o reciben
el mandato de ministros extraordinarios de la Comunión.
• el uso habitual de los ministros extraordinarios en las ss. Misas,
extendiendo arbitrariamente el concepto de «numerosa participación».

Artículo 9. El apostolado para los enfermos


1. En este campo, los fieles no ordenados pueden aportar una preciosa colaboración.
Son innumerables los testimonios de obras y gestos de caridad que personas no
ordenadas, bien individualmente o en formas de apostolado comunitario, tienen hacia
los enfermos. Ello constituye una presencia cristiana de primera línea en el mundo del
dolor y de la enfermedad. Allí donde los fieles no ordenados acompañan a los enfermos
en los momentos más graves es para ellos deber principal suscitar el deseo de los
Sacramentos de la Penitencia y de la sagrada Unción, favoreciendo las disposiciones y
ayudándoles a preparar una buena confesión sacramental e individual, como también a
recibir la santa Unción.

En el hacer uso de los sacramentales, los fieles no ordenados pondrán especial


cuidado para que sus actos no induzcan a percibir en ellos aquellos sacramentos
cuya administración es propia y exclusiva del Obispo y del Presbítero. En ningún
caso, pueden hacer la Unción aquellos que no son sacerdotes, ni con óleo
bendecido para la Unción de los Enfermos, ni con óleo no bendecido.

2. Para la administración de este sacramento de la Unción de enfermos, la legislación


canónica acoge la doctrina teológicamente cierta y la práctica multisecular de la Iglesia,
según la cual el único ministro válido es el sacerdote. Dicha normativa es plenamente
coherente con el misterio teológico significado y realizado por medio del ejercicio de l
servicio sacerdotal.
Debe afirmarse que la exclusiva reserva del ministerio de la Unción al sacerdote está
en relación de dependencia con el sacramento del perdón de los pecados y la digna
recepción de la Eucaristía. Ningún otro puede ser considerado ministro ordinario o
extraordinario del sacramento, y cualquier acción en este sentido constituye simulación
del sacramento.
Recomendamos estudiar el Artículo 10 que trata de La asistencia a los Matrimonios,
Artículo 11 Ministros del Bautismo, el Artículo 12 sobre La animación de la celebración
de las exequias eclesiásticas.
Artículo 13. Necesaria selección y adecuada formación
Es deber de la Autoridad competente, cuando se diera la objetiva necesidad de una
«suplencia», en los casos anteriormente detallados, de procurar que la persona sea de
sana doctrina y ejemplar conducta de vida. No pueden, por tanto, ser admitidos al
ejercicio de estas tareas aquellos católicos que no llevan una vida digna, no gozan
de buena fama, o se encuentran en situaciones familiares no coherentes con la
enseñanza moral de la Iglesia. Además, la persona debe poseer la formación debida
para el adecuado cumplimiento de las funciones que se le confían.
A norma del derecho particular perfeccionen sus conocimientos frecuentando, por
cuanto sea posible, cursos de formación que la Autoridad competente organizará en el
ámbito de la Iglesia particular, en ambientes diferentes de los seminarios, que son
reservados sólo a los candidatos al sacerdocio, teniendo gran cuidado que la doctrina
enseñada sea absolutamente conforme al magisterio eclesial y que el clima sea
verdaderamente espiritual.
El Sumo Pontífice, en fecho del 13 Agosto 1997, ha aprobada de forma específica el presente decreto
general ordenando su promulgación. Vaticano, 15 Agosto 1997. Solemnidad de la Asunción de la
Beata Virgen María.

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