Smith Hume Simpatía
Smith Hume Simpatía
Smith Hume Simpatía
BELÉN ALTUNA
Universidad del País Vasco (UPV-EHU)
RESUMEN: El artículo presenta y contrasta el papel central de la simpatía en las teorías morales de
Hume y Smith a lo largo de cinco puntos: 1) la simpatía como «fuente principal de las distinciones
morales» y como contrapunto al egoísmo, 2) el papel auxiliar de la razón, 3) el mecanismo imaginativo
que sustenta la simpatía, 4) el sesgo de parcialidad que la caracteriza y, por ello mismo, 5) la necesi-
dad de corrección reconocida por Hume con «el punto de vista estable y general» y por Smith con «el
espectador imparcial». Por último, revisa la noción de «simpatía» de ambos autores a la luz de algu-
nas aportaciones psicológicas contemporáneas en torno a la «empatía», valorando la contribución de
Smith como gran teórico de la adopción de perspectiva imaginativa en todas sus variantes.
PALABRAS CLAVE: empatía; adopción de perspectiva; espectador imparcial; sentimentalismo moral;
David Hume; Adam Smith.
David Hume and Adam Smith: similarities and differences about sympathy
ABSTRACT: This article presents and contrasts the central role of sympathy in the moral theories
of Hume and Smith through five points: 1) the sympathy as the «main source of moral distinctions”
and as a counterpoint to selfishness, 2) the auxiliary role of reason, 3) the imaginative mechanism of
sympathy, 4) the bias to the partiality that characterizes this mechanism and, therefore, 5) the need
for correction recognized by Hume with the «steady and general point of view», and by Smith with the
«impartial spectator». Finally, the text reviews the notion of sympathy used by both authors following
some contemporary psychological contributions about «empathy», and evaluating the contribution of
Smith as the great theorist of the imaginative perspective-taking in all its variants.
KEY WORDS: Empathy; Perspective-Taking; Impartial Spectator; Moral Sentimentalism; David Hume;
Adam Smith.
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 77 (2021), núm. 294, pp. 381-399
doi: 10.14422/pen.v77.i294.y2021.009
382 B. ALTUNA, DAVID HUME Y ADAM SMITH: SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS EN TORNO A LA SIMPATÍA
1
He trabajado muchos aspectos relacionados con la empatía, el rostro, la moral y la imagina-
ción, ya en el libro Una historia moral del rostro (Altuna, 2010) y en varios estudios más recientes
(Altuna, 2018a y 2018b).
2
Aunque las Investigaciones se presentan como un resumen y una reformulación de la parte
moral del Tratado, hay diferencias significativas entre ambas. Véase la nota nº 9.
3
Ya desde el siglo XIX se hablaba del llamado «Das Adam Smith Problem»: ¿cómo podía ser
que un mismo autor firmara dos teorías aparentemente tan diferentes y contradictorias? No son
pocos, sin embargo, los que ven más bien continuación y coherencia entre ambas (por ejemplo,
Rodríguez Braun, en la introducción de Smith, 2004). No es éste el lugar para entrar en esa contro-
versia. En cualquier caso, el propio Smith consideró que la Teoría era un libro superior a la Riqueza
y, de hecho, siguió trabajando en ella toda su vida, introduciendo cambios hasta la sexta edición
(1790), poco antes de su muerte.
4
En Investigaciones, Hume afirma que se propone explorar los «principios de la moral» par-
tiendo siempre de «hechos y observaciones»: «Como ésta es una cuestión de hecho, no de ciencia
abstracta, sólo podemos esperar alcanzar el éxito si seguimos el método experimental e inferimos
máximas generales a partir de la comparación de casos particulares» (In: 36). Empieza, así, consi-
derando «las virtudes sociales, la benevolencia y la justicia» tal como las percibimos y valoramos
según nuestra experiencia.
que nos produzca lo que estamos observando o considerando, pero esa percepción
no se produce sólo ante lo que nos afecta personalmente, sino también ante aquello
que afecta a otros: porque las mentes, sentenció Hume premonitoriamente, «son
espejos unas de otras» (Tr: 499). Es decir, tenemos una capacidad natural para
comunicar o transferir las emociones de uno a otro, de manera que constantemente
nos sentimos afectados, tocados o contagiados por las emociones de otros a
través de la simpatía. Todo ello nos convierte en animales en extremo sociables
y comunicativos (y no sólo a través de la palabra) y muestra la moral como un
asunto naturalmente intersubjetivo: en absoluto como un trato o contrato entre
individuos aislados y (únicamente) egoístas o autointeresados. La benevolencia y
el sentimiento de humanidad nacerían de ese compartir natural que es la simpatía,
según Hume y Smith, aunque desde luego no negarán que ésta tiene que lidiar con
las pasiones egoístas e, incluso, con las limitaciones propias de la simpatía.
El propósito de este artículo es pues, doble: en los primeros cinco apartados
presentaré de la manera más directa posible y sin intermediaciones esa noción de
simpatía en el seno de las teorías morales de ambos pensadores, comparándolas y
contrastándolas; después, en el sexto apartado, apuntaré algunas consideraciones
a la luz de la investigación y teorización contemporánea sobre la empatía.
Comencemos.
1. Algo de paloma, no sólo de lobo y serpiente. No es verdad que seamos seres
meramente egoístas
1.1. Hume fue especialmente beligerante con la idea del egoísmo universal, esa
supuesta naturaleza unívoca común al conjunto de los mortales, que no actuarían
sino en beneficio propio, fueran conscientes o no de ello. Según tan influyente
idea, en el fondo ninguno de nuestros actos puede ser desinteresado, pues aunque
creamos actuar por benevolencia, buscando la felicidad del otro, en realidad no
perseguimos sino nuestra propia satisfacción.
¿Cuál es la objeción más obvia a la hipótesis egoísta?, se pregunta Hume. Que
resulta «contraria al sentir común». ¿Cómo va a ser en el fondo lo mismo la actitud
del que se preocupa y ayuda a los demás y del que no actúa sino mezquina o
cruelmente? Los filósofos que han defendido tal cosa han tenido que utilizar todo
tipo de sofisterías para intentar probar «una paradoja tan extraordinaria» (In: 171);
se entiende por la afición filosófica a reducirlo todo a una única causa y por la
necesidad de simplificar que todos tenemos, pero no se sostiene. Para empezar
porque si la naturaleza nos hubiera encerrado a todos en el círculo estrecho del
autointerés, todas las distinciones morales de las que hacemos gala habrían de ser
inculcadas por la educación y la presión social, que actuarían como represoras o
moldeadoras de ese egoísmo congénito. Pero, como concluye Hume,
seguramente ningún investigador juicioso admitirá nunca que todo afecto o aver-
sión morales provienen de ese origen. Si la naturaleza no hubiera hecho una tal
distinción, basada en la constitución original de la mente, las palabras honorable
y vergonzoso, amable y odioso, noble y despreciable nunca hubieran tenido lugar
en ninguna lengua, ni hubieran sido capaces los políticos, si hubieran inventado
5
Hume añade además otro argumento, constante en su obra: «los animales son capaces de
experimentar bondad, tanto hacia su propia especie como hacia nosotros; y en este caso no cabe
la menor sospecha de disfraz o artificio». Y «si admitimos una benevolencia desinteresada en las
especies inferiores, ¿mediante qué regla de analogía podemos rechazarla en la superior?» (In: 175).
que mi emoción se basa en el amor propio, puesto que brota porque yo asumo su
caso, me pongo en su lugar y concibo así lo que yo sentiría en tales circunstan-
cias. Pero aunque es correcto argumentar que la simpatía surge de un imaginario
cambio de papeles con la persona principalmente afectada, no se supone que este
cambio imaginario tiene lugar en mi propia persona y carácter sino en los de la
persona con la cual yo simpatizo. Cuando me duelo por la muerte de su único
hijo, con objeto de identificarme con su aflicción, no pienso en lo que yo mismo,
una persona con tales características y profesión, sufriría si tuviese un hijo y ese
hijo desgraciadamente muriese; lo que hago es considerar cuánto sufriría yo si yo
fuese en realidad usted, y no sólo cambio con usted el contexto sino también las
personas y los caracteres. Mi pesadumbre, entonces, obedece por entero a su cau-
sa y en nada a la mía. Por consiguiente, no es egoísta en absoluto. ¿Cómo puede
calificarse de egoísta una pasión que ni siquiera en la imaginación brota de nada
que me haya sucedido o que tenga que ver conmigo, con mi persona y carácter,
sino que sólo le atañe lo que tiene que ver con usted? Un hombre puede simpatizar
con una parturienta, aunque es imposible que se conciba sufriendo sus dolores en
su propia persona y carácter. La explicación de la naturaleza humana, pues, que
deduce todos los sentimientos y afectos del amor propio (…) proviene a mi juicio
de una confusa y falsa interpretación del sistema de la simpatía (Te: 537-538).
éste resulte agradable; por el contrario, es al sentir que agrada de un modo pecu-
liar cuando sentimos de hecho que es virtuoso. Sucede en este caso lo mismo que
en nuestros juicios relativos a toda clase de gustos, sensaciones y belleza. Nuestra
aprobación se halla implícita en el placer inmediato que nos proporcionan (Tr:
636-637).
«Al sentir que nos agrada de un modo peculiar», acabamos de leer. Una matización
muy importante. ¿De qué modo «peculiar» tiene que agradarnos para que sea una
aprobación moral? De un modo desinteresado, he ahí la clave6:
No todo sentimiento de placer o dolor surgido de un determinado carácter
o acciones pertenece a esa clase peculiar que nos impulsa a alabar o condenar.
Las buenas cualidades del enemigo nos resultan nocivas, y pueden, sin embargo,
seguir mereciendo nuestro aprecio y respeto. Sólo cuando un carácter es conside-
rado en general y sin referencia a nuestro interés particular causa esa sensación
o sentimiento en virtud del cual lo denominamos moralmente bueno o malo (Tr:
638).
6
Pues si todos nuestros juicios morales se redujeran a nuestras impresiones y sentimientos
particulares, subjetivos y cambiantes, no tendríamos sino una moral emotivista, relativista. Sin
embargo, se puede argumentar convincentemente que Hume sería un pluralista moral, no un rela-
tivista (véase Arrieta/Vicente, 2013).
7
Es cierto, sin embargo, que para excluirla de esa manera y darle ese mero papel auxiliar,
tiene que aclarar lo que a su juicio es una grave confusión. Generalmente lo que identificamos
por razón (la «facultad que juzga de la verdad y la falsedad») suele actuar sin producir emociones
sensibles, sin proporcionar apenas placer o desagrado y, por ello mismo, es habitual confundir
con ella toda acción de la mente que proporcione asimismo esa calma. Un error, porque puede
tratarse de ciertas pasiones tranquilas (calm passions) que, como tales pasiones, son motivadoras,
pero que a diferencia de las pasiones violentas, actúan de manera suave y ordenada sobre nuestro
comportamiento (Tr: 564).
censura moral. La utilidad8 es sólo una tendencia hacia un cierto fin, y si el fin nos
resulta completamente indiferente, sentiríamos la misma indiferencia respecto al
medio. Con vistas a conceder la preferencia a las tendencias útiles sobre las perni-
ciosas es indispensable que se manifieste aquí un sentimiento. Este sentimiento no
puede ser otro que una apreciación de la felicidad de la humanidad y una indig-
nación por su sufrimiento; puesto que éstos son los diferentes fines que la virtud
y el vicio tienen tendencia a promover. Por lo tanto, la razón nos instruye aquí en
las diferentes tendencias de las acciones, y la humanidad establece una distinción
a favor de aquellas que son útiles y beneficiosas (In: 159).
Como vemos, una diferencia significativa es que en esta segunda obra suele
denominar «humanidad» a lo que en el Tratado designaba como el principio de
«simpatía». Se ha escrito mucho sobre este aparente cambio de enfoque, aunque
la mayoría de los críticos subraya la congruencia entre ambas obras, a pesar
de las diferencias de acento: ese sentimiento de benevolencia y de humanidad
sería activado por el principio asociativo de la simpatía, como veremos a
continuación9.
8
Hume concede un papel fundamental a la utilidad (especialmente en la Investigación), y ésa
será una de las principales diferencias respecto a Smith, tal como éste reconoce y subraya en su
libro. Si Hume sostiene que lo que nos produce simpatía y benevolencia es lo que resulta útil, esto
es, lo que maximiza el bienestar general y minimiza el dolor, Smith le responde que la utilidad «es
rara vez el primer fundamento de nuestra aprobación y que el sentimiento de aprobación siempre
involucra un sentido de la corrección muy diferente a la percepción de la utilidad» (Te: 330).
9
Son muchos los que han visto un notable cambio del Tratado a las Investigaciones, en la línea
que señala Seoane Pinilla (2004: 83): «El mundo de la simpatía es tan inestable, implica un equili-
brio tan delicado y difícil de mantener, que pronto el mismo Hume, que de modo tan fundamental
la había usado para dar comienzo a la moral, la oscurece de modo relevante». En los últimos años,
en cambio, no son pocos los investigadores que, con gran batería de argumentos, muestran más
bien una continuidad y congruencia entre ambas obras, y entre los principios de simpatía (fun-
damentalmente expuesta en el Tratado) y de benevolencia y humanidad (preferentemente usadas
en las Investigaciones). Es el caso de de Kate Abramson (2001), quien justifica dicho cambio de
enfoque en Hume por motivos pedagógicos, de Rico Vitz (2004), y de Remy Debes (2007a y 2007b),
uno de los que trata de manera más sistemática este «puzzle» entre las dos grandes obras éticas
del filósofo escocés.
copiosa utilidad para corregir las tergiversaciones del amor propio» y son las que
reciben «el apropiado nombre de sentido del deber» (Te: 288).
¿Y cuáles son esas reglas generales, esos criterios morales, a juicio de Smith?
La respuesta tiene que ver la división antes advertida entre pasiones egoístas o
autointeresadas y pasiones benevolentes, derivadas de nuestra capacidad de
simpatía. Esas diferentes motivaciones impulsan diferentes formas de conducta y
nos hacen inferir diferentes virtudes o modelos de excelencia para tales conductas:
La preocupación por nuestra propia felicidad nos recomienda la virtud de la
prudencia; la preocupación por la de los demás, las virtudes de la justicia y la be-
neficencia, que en un caso nos impide que perjudiquemos y en el otro nos impulsa
a promover dicha felicidad. (…) La primera de esas tres virtudes nos es origina-
riamente recomendada por nuestros afectos egoístas, y las otras dos por nuestros
afectos benevolentes. La consideración de los sentimientos de los demás es algo
que viene a continuación para garantizar el cumplimiento y dirigir la práctica de
todas esas virtudes, y ninguna persona (…) ha recorrido con tesón y sin descan-
so los senderos de la prudencia, la justicia o la correcta beneficencia, sin que su
conducta haya sido principalmente orientada merced a una referencia a los senti-
mientos del supuesto espectador imparcial (Te: 450).
3.1. Hume subraya que «las mentes de los hombres son espejos unas de otras»,
espejos que reflejan las emociones de las demás mentes (Tr: 499). Esa «comunicación
de pasiones» o simpatía caracteriza a todas las especies sociales, como no se
cansa de repetir al observar cómo actúa la «simpatía en todo el reino animal»; sin
embargo, «se ve de forma aún más notable en el hombre, que es la criatura que
más ardiente deseo de sociabilidad tiene en el universo, y que está dotada para
ello con las mayores ventajas. (…) Todo placer languidece cuando no se disfruta
en compañía, y todo dolor se hace más cruel e insoportable. El alma o principio
vivificante de todas las pasiones es la simpatía» (Tr: 497)10.
Nuestras mentes son espejos o bien, según otra metáfora que utiliza Hume,
instrumentos de cuerda:
Del mismo modo que cuando se pulsan por igual las cuerdas de un instru-
mento el movimiento de una se comunica a las restantes, así pasan fácilmente de
una persona a otra las afecciones (…). Cuando percibo los efectos de la pasión en
la voz y el gesto de una persona, mi mente pasa de inmediato de estos efectos a
sus causas, y se hace una idea tan vivaz de la pasión que al instante la convierte
10
«Ni en sí misma ni en sus consecuencias existe cualidad de la naturaleza humana más no-
table que la inclinación que tenemos a simpatizar con los demás, y a recibir al comunicarnos con
ellos sus inclinaciones y sentimientos, por diferentes y aun contrarios que sean a los nuestros» (Tr:
576). Y en otro lugar: «es este principio [la simpatía] el que nos pone tan fuera de nosotros mismos
que hace que el carácter de los demás nos produzca el mismo placer o desagrado que si mostrara
una tendencia en favor o en contra de nuestro propio provecho» (Tr: 769).
en esa misma pasión. De igual modo, cuando me doy cuenta de las causas de una
emoción, mi mente pasa a los efectos que esas causas producen, con lo que se ve
movida por una emoción similar (Tr: 765).
3.2. Smith, otorgando la misma centralidad a la simpatía, tiene sin embargo otra
concepción de sus mecanismos. No suele hacer referencia tanto a una transferencia
mecánica de emociones, como en muchos de los ejemplos que pone Hume (y que
casan mal, como acabamos de sugerir, con su definición «técnica» de simpatía),
sino que la presenta como una operación cognitivamente más compleja, como un
ponerse en la piel del otro o una adopción de perspectiva imaginativa y sentida, tal
como hemos comprobado en la cita del primer apartado, cuando subrayaba que la
simpatía no podía calificarse de ninguna manera como «un principio egoísta». Al
igual que Hume, Smith subraya el aspecto imaginativo del proceso:
Como carecemos de la experiencia inmediata de lo que sienten las otras per-
sonas, no podemos hacernos ninguna idea de la manera en que se ven afectadas,
salvo que pensemos cómo nos sentiríamos nosotros en su misma situación. (…)
La imaginación nos permite situarnos en su posición, concebir que padecemos
los mismos tormentos, entrar por así decirlo en su cuerpo y llegar a ser en alguna
medida una misma persona con él y formarnos así alguna idea de sus sensaciones,
e incluso sentir algo parecido, aunque con una intensidad menor (Te: 50).
Se entiende así que la simpatía no sea una mera copia de las emociones que
percibimos en el otro, pues «no emerge tanto de la observación de la pasión como
de la circunstancia que la promueve. A veces sentimos hacia otro ser humano una
pasión de la que él mismo es completamente incapaz, porque cuando nos ponemos
en su lugar esa pasión fluye en nuestro pecho merced a la imaginación, aunque no
lo haga en el suyo merced a la realidad» (Te: 53). Es el caso de la vergüenza ajena,
señalada también por Hume (Tr: 506), que nos lleva a sentir la incomodidad que
padeceríamos si hubiéramos actuado de la forma ridícula en la que se comporta
la persona observada, aunque ésta no la sienta en absoluto. De la misma manera,
simpatizar con alguien que ha perdido la razón nos lleva a compadecernos de esa
persona, aunque ella no sea consciente de su situación y se muestre sonriente y
alegre. Igualmente podemos simpatizar con un conocido que acaba de morir, añade
Smith (Te: 55), al transportarnos imaginariamente a su piel, y ¡aún sabiendo que,
en realidad, ya no está sintiendo nada!
Si Hume había basado el lado emotivo del juicio moral en la simpatía por la
persona afectada por las consecuencias de una acción, Smith le añade a esta relación
fundamental los elementos de simpatía con el agente y el motivo de la acción. Esta
auto-proyección dentro del rol del agente suscita el sentimiento de «propiedad», es
decir, nuestro sentimiento de que tanto la acción como su motivo son adecuados,
correctos, dada la situación11. Dicho de otro modo, Smith subraya la función normativa
de la simpatía, entendida no como un contagio de pasiones mecánico y prerreflexivo,
sino como una adopción de perspectiva consciente. En sus palabras: «Aprobar las
pasiones de otro como adecuadas a sus objetos es lo mismo que observar que nos
identificamos completamente con ellas; y no aprobarlas es lo mismo que observar
que no simpatizamos totalmente con ellas» (Te: 61). Así, «la persona cuya simpatía
late junto a mi pena no puede sino admitir la razonabilidad de mi pesar», del mismo
modo que quien «ríe el mismo chiste igual que yo, no podrá negar la corrección de mi
risa» (Te: 61). Igualmente, para simpatizar con el enojo de una persona hacia otra y
sentir una «indignación simpatizadora» contra el origen de su infortunio, necesitamos
aprobar la corrección o adecuación de ese sentimiento en esa situación dada.
4.1. Hume será muy consciente tanto de las potencialidades como de las
limitaciones de la simpatía. Para empezar, porque ésta («una idea vivaz convertida
en impresión») funciona fundamentalmente a través de los principios que guían
toda asociación de ideas: por semejanza, por contigüidad en tiempo y en lugar, y por
causa-efecto. El principio de semejanza está muy claro, y el hecho de que todas las
personas seamos similares en aspectos decisivos hace que potencialmente nos sea
posible simpatizar con cualquiera; ahora bien, no cabe duda de que resultará tanto
11
Como Hume, Smith subraya que la simpatía no deriva sólo en «compasión», sino que denota
«nuestra compañía en el sentimiento ante cualquier pasión», si bien «esto no es universalmente válido
ni rige para todas las pasiones. Algunas de ellas no generan identificación alguna, y antes de que detec-
temos lo que las ha promovido nos suscitan disgusto y rechazo. El furioso comportamiento de un hom-
bre iracundo es probable que nos exaspere más en su contra que en contra de sus enemigos» (Te: 52).
más fácil cuanto más como yo percibamos o imaginemos al otro: «allí donde existe,
además de la semejanza general de nuestra naturaleza, una peculiar similitud en
nuestra forma de ser, carácter, país o lenguaje, todo ello facilitará la simpatía» (Tr:
441). Además, si como se ha recalcado la simpatía se produce sobre todo en el
cara a cara, es clara que la contigüidad, esto es, la presencia y cercanía física, será
fundamental «para poder comunicar los sentimientos en toda su integridad».
Estos sesgos, unidos a nuestras pasiones egoístas, suponen serias limitaciones a
la simpatía como principio o fuente de moralidad. Precisamente porque, a pesar de
que somos afectados por otros y nos importan los otros, el círculo de esos otros es
limitado. Hume es plenamente consciente de ello y lo expone con lucidez:
Es manifiesto que en la estructura original de nuestra mente la atención más
intensa está centrada en torno a nosotros mismos; la siguiente en intensidad se
dirige a nuestras relaciones y conocidos; tan sólo la más débil alcanza a los extra-
ños y a las personas que nos son indiferentes. Por tanto, esta parcialidad y esta
desigual afección deberán tener influencia no sólo sobre nuestra conducta y com-
portamiento en sociedad, sino incluso sobre nuestras ideas de virtud y vicio (…).
De todo esto se deduce que nuestras ideas naturales y no cultivadas de la moralidad,
en lugar de proporcionar remedio a la parcialidad de nuestras afecciones, más bien
la configuran en esa parcialidad y les confieren fuerza e influencia adicionales (Tr:
657-658, cursiva mía).
ganancia del más pequeño de nuestros intereses nos parece de una importancia
bastamente superior (…) que la máxima preocupación de alguna otra persona
con la que no tenemos ninguna relación especial» (Te: 251). Imaginemos que un
terrible terremoto devastara el inmenso imperio de China. ¿Cómo afectaría esta
noticia a un «hombre humanitario» cualquiera en Europa? Tras algunas reflexiones
melancólicas, volvería en seguida a su tarea como si tal cosa:
El contratiempo más frívolo que pudiese sobrevenirle daría lugar a una per-
turbación mucho más auténtica. Si fuese a perder su dedo meñique mañana, no
podría dormir esta noche; pero, siempre que no los haya visto nunca, roncará con
la más profunda seguridad ante la ruina de cien millones de semejantes y la des-
trucción de tan inmensa multitud claramente le parecerá algo menos interesante
que la mezquina desgracia propia (Te: 252).
5.1. Hume. Si la simpatía es tan variable como reconoce, es claro que nuestras
evaluaciones morales no pueden depender únicamente de esas fluctuaciones. Y de
hecho, no lo hacen, como señala certeramente (volviendo también él la vista a China):
Las personas que nos son cercanas nos resultan más simpáticas que las leja-
nas; nuestros conocidos nos son más simpáticos que los extraños; nuestros com-
patriotas, más que los extranjeros. Y, sin embargo, a pesar de esta variación en
nuestra simpatía damos una misma aprobación a las mismas cualidades morales
en China y en Inglaterra. Estas cualidades son manifiestamente igual de virtuosas
y exigen el mismo aprecio por parte de un observador prudente (Tr: 771).
¿Cómo puede ser? Ya hemos visto que aquello que consideramos moral tiene que
ver con un sentimiento de aprobación desinteresado y, por lo tanto, somos capaces de
enderezar o regular esas variaciones por normas de imparcialidad, por un mecanismo
correctivo que Hume denomina «punto de vista estable y general». En sus palabras:
«Para que no se produzcan esas continuas contradicciones y podamos establecer un
juicio más constante sobre cualquier asunto, convenimos en mirarlo desde algún
punto de vista estable y general, de modo que nuestros razonamientos nos situamos
siempre en él, con independencia de nuestra real situación en ese momento» (Tr: 772).
Es cierto que Hume no elabora en el Tratado una exposición sistemática de
ese método de corrección, ni le otorga la claridad que merecería; lo introduce, de
hecho, hacia el final de su exposición. ¿Es la razón la facultad que ejercita esa
labor generalizadora (como Hutcheson y, más o menos, Smith, reconocerán)? En la
Investigación, sigue refiriéndose a esa «corrección» bajo estos términos:
La naturaleza ha dispuesto sabiamente que las relaciones privadas prevalez-
can normalmente sobre las consideraciones y los puntos de vista universales (…).
De esta forma, un pequeño beneficio hecho a nosotros o a nuestros amigos más
próximos excita más vivamente los sentimientos de amor y aprobación que un
gran beneficio hecho a una comunidad lejana. Pero aun aquí sabemos, igual que
con todos los sentidos, corregir estas desigualdades mediante la reflexión y retener
una norma general del vicio y la virtud basada principalmente en la utilidad gene-
ral (In: 98, cursiva mía).
Es decir, la parcialidad (de la simpatía) no es mala per se: para empezar, sin ella
no existirían ni el amor ni la amistad, lo que ocurre es que hay ocasiones en las que
tenemos que corregir esas impresiones para no caer en un juicio o comportamiento
injustos..
5.2. Smith, con su conocida teoría del «espectador imparcial» elabora una
corrección similar, aunque de manera más densa y sistemática que Hume.
Recordemos que nuestras pasiones egoístas mandan mucho y que si bien sentimos
una benevolencia natural hacia otras personas, ésta suele manifestarse sobre todo
hacia los «nuestros». Sin embargo, sabemos enderezar estas parcialidades. ¿Cómo?
«Antes de poder formular una comparación apropiada entre estos intereses opuestos
debemos cambiar de lugar. Debemos enfocarlos no desde nuestra posición ni desde
la de la otra persona, no con nuestros ojos ni con los suyos, sino desde la posición
y con los ojos de un tercero, que no mantenga ninguna conexión particular con
ninguno de nosotros y que nos juzgue con imparcialidad» (Te: 251). Un «tercero»
abstracto e imparcial que habita (o ha de habitar) en nosotros:
Es la razón, el principio, la conciencia, el habitante del pecho, el hombre in-
terior, el ilustre juez y árbitro de nuestra conducta. Él es quien, cuando estamos a
punto de obrar de tal modo que afecte a la felicidad de otros, nos advierte con una
voz capaz de helar la más presuntuosa de nuestras pasiones que no somos más
que uno en la muchedumbre y en nada mejor que ningún otro de sus ingredientes
(…). Sólo por él conocemos nuestra pequeñez y la de lo que nos rodea, y las confu-
siones naturales del amor propio sólo pueden ser corregidas por la mirada de este
espectador imparcial12 (Te: 253).
Como sugiere Smith en ese párrafo, una larga tradición ha llamado a ese
observador imparcial conciencia o razón. Se trata, en definitiva, de juzgar desde
12
Como resume Chavel (2012: 60), para Smith podemos estar seguros de que juzgamos ade-
cuadamente «si, en tanto que espectadores, nos imaginamos estar en la situación del agente; o si,
en tanto que agente, nos imaginamos la reacción del espectador y moderamos nuestras reacciones
en función de ese modelo. El juicio justo es el resultado de un proceso al término del cual mi reac-
ción afectiva singular está precisada por el coeficiente de corrección proporcionado por la reacción
de un “espectador imparcial”».
13
Sigo a uno de los más reputados psicólogos de la empatía, Martin Hoffman, 2002, y simpli-
fico reduciendo a tres los cinco modos de suscitación empática que él desglosa: los tres primeros
«primitivos», automáticos e involuntarios (mímica, condicionamiento clásico y asociación directa)
y los dos últimos (asociación mediada por el lenguaje, y perspective-taking o role-taking, adopción
de perspectiva) cognitivamente más complejos.
14
Es claramente el caso de Schopenhauer, al explicar el mecanismo de la verdadera com-
pasión (2009: 255), y de Max Scheler, al diferenciar la «simpatía genuina» de la autocentrada o
egoísta (2005: 78-80).
15
Una cuestión controvertida: ¿por qué trazar el límite en ese punto del espectro de la empa-
tía, a todas luces un continuum (desde la básica transferencia mimética de emociones a la sofisti-
cada adopción de perspectiva centrada en el otro)?
ese hombre al que se le ha muerto su único hijo, esa parturienta; b) pero también,
como agente, para saber cómo me ven y sienten los otros concretos respecto a mi
persona: cómo ese hombre, cómo esa parturienta.
2) La adopción de perspectiva impersonal y general, a través del espectador
imparcial: a) como espectador, para saber cómo juzgar al otro concreto (desde
esas «reglas generales»); b) pero también, como agente, para saber cómo juzgar
mis propios actos (a través de las mismas «reglas generales»). Es significativo que
Smith afirme que incluso en ese caso actuamos «por simpatía»: «Tratamos de
examinar nuestra conducta tal como concebimos que lo haría cualquier espectador
recto e imparcial. Si al ponernos en su lugar podemos asumir cabalmente todas las
pasiones y motivaciones que la determinaron, la aprobamos por simpatía con la
aprobación de este juez presuntamente equitativo» (Te: 222).
Ese constante ejercicio de descentramiento nos ayudaría, entiende Smith,
para desarrollar tanto la virtud de la prudencia (inducida por la preocupación
por nuestra propia felicidad), como las virtudes de la justicia y la beneficencia
(inducidas por la preocupación de la felicidad de los demás). Frente a la estirpe de
psicólogos sociales y morales que en el siglo XX idearon y desarrollaron el concepto
de «adopción de rol» como algo fundamentalmente cognitivo (comenzando por
G. H. Mead, y siguiendo por Piaget, Selman o Kohlberg), y que lo prefirieron por
eso mismo al concepto de «empatía» —asociado tanto a componentes cognitivos
como afectivos—, es reseñable que Smith asiente toda su teoría de los sentimientos
morales en esa simpatía que «denota nuestra compañía en el sentimiento» (Te: 52).
Aunque parte de ese ejercicio de ponernos en el lugar de los otros cotidiano sea más
cognitivo que afectivo, Smith no duda de que es el ejercicio descentralizador de la
imaginación empática lo que nos impulsa a desarrollar las citadas virtudes y lo que
guía nuestros correctos juicios morales.
El auge del sentimentalismo moral contemporáneo y de la ética del cuidado,
con la que se la relaciona habitualmente, han impulsado en los últimos tiempos
la importancia teórica e inspiradora de Hume y Smith. En especial del primero,
hemos de decir, pues algunos de los principales pensadores en esta línea, como
Michael Slote, siguen y actualizan la visión de la simpatía de Hume, mientras que
dejan abiertamente de lado a Smith: «creo que depender de su visión nos llevaría
finalmente a una dirección menos satisfactoria y de facto menos sentimentalista de
lo que yo y otros sentimentalistas quisiéramos», concluye Slote (2010: 34). Frente
a esa opción, y reconociendo la ingente y seminal labor de Hume, considero —al
igual que John Rick (2007) y Karsten Stueber (2015)—, que el camino mostrado
por Smith puede resultar más fructífero y prometedor, especialmente si en dicho
camino ligamos y abonamos la teoría filosófica moral con los datos empíricos que
van aportando a diario disciplinas como la psicología o las neurociencias.
Bibliografía
Abramson, K. (2001). «Sympathy and the Project of Hume’s Second Inquiry», Archiv für
Geschichte der Philosophie, 83, nº1, pp. 45-80.
Altuna, B. (2010). Una historia moral del rostro. Valencia: Pre-Textos.