Hume
Hume
Hume
(1711-1776)
Presentación biográfica.
A diferencia del racionalismo, que afirmaba que la razón era la fuente del todo conocimiento
verdadero, el empirismo tomará la experiencia como la fuente y el límite de nuestros
conocimientos. Ello supondrá la crítica del innatismo, es decir, la negación de que existan
"ideas" o contenidos mentales que no procedan de la experiencia. Cuando nacemos la mente es
una "tabula rasa" en la que no hay nada impreso. Todos sus contenidos dependen, pues, de la
experiencia. En el caso de Hume, como veremos a continuación, la experiencia está constituida
por un conjunto de impresiones, cuya causa desconocemos y, estrictamente hablando, no debe
identificarse con "el mundo", con "las cosas.
En su introducción al “Tratado sobre la naturaleza humana” Hume señala que todas las
ciencias guardan alguna relación con la naturaleza humana. La naturaleza humana es por lo
tanto el "centro capital" de las ciencias y es enormemente importante que desarrollemos una
ciencia del hombre. ¿Cómo ha de hacerse esto? Aplicando el método experimental. "Del mismo
modo que la ciencia del hombre es el único fundamento sólido de las demás ciencias, así
también el único fundamento sólido que podemos dar a esta ciencia ha de radicar en la
experiencia y la observación." Su tesis es que debemos aplicar el método experimental, que con
tanto éxito se ha aplicado al campo de las ciencias naturales, al estudio del hombre. Es decir,
debemos comenzar por una rigurosa investigación de los procesos psicológicos humanos y de su
comportamiento moral e intentar a continuación averiguar sus principios y causas. En todo caso
hemos de partir de los datos empíricos, y no de una pretendida intuición de la esencia de la
mente humana, que es algo que escapa a nuestra comprensión. Nuestro método debe ser
inductivo más bien que deductivo. Así pues, la intención de Hume es extender los métodos de la
ciencia newtoniana, tanto cuanto sea posible, a la misma naturaleza humana
Las impresiones, por su parte, puede ser de dos tipos: de sensación, y de reflexión. Las
impresiones de sensación, (las que se refieren a la experiencia externa) cuya causa es
desconocida, las atribuimos a la acción de los sentidos, y son las que percibimos cuando
decimos que vemos, oímos, etc; las impresiones de reflexión (aquellas en las que el sujeto “se
siente” a sí mismo, propias de la experiencia interna) son aquellas que van asociadas a la
percepción de una idea, como cuando sentimos desagrado ante la idea de frío, además de las
pasiones, sentimientos o emociones Además, las impresiones pueden clasificarse también como
simples o complejas; una impresión simple sería la percepción de un color, por ejemplo; una
impresión compleja, la percepción de una ciudad. Las ideas, a su vez, pueden clasificarse en
simples y complejas. Las ideas simples son la copia de una impresión simple, como la idea de
un color, por ejemplo. Las ideas complejas pueden ser la copia de impresiones complejas, como
la idea de la ciudad, o pueden ser elaboradas por la mente a partir de otras ideas simples o
complejas, mediante la operación de mezclarlas o combinarlas según las leyes que regulan su
propio funcionamiento.
La causa de las impresiones de sensación es inexplicable para la razón humana; no sabemos si
son producidas por la existencia de la realidad exterior (mundo material) por la propia mente
(Yo) o por un ser superior (Dios). Hume no pretende defender ninguna de estas hipótesis, le
interesa sólo señalar que las impresiones de la sensación son los límites de nuestro percibir, los
materiales originarios de nuestro conocimiento (fenomenismo: la realidad es pura apariencia,
no podemos conocer si hay algo más allá de ella. Fenómeno es una palabra griega que
significa “apariencia”, lo que se presenta a nuestros sentidos).
La capacidad de la mente para combinar ideas parece ilimitada, nos dice Hume. Esta
combinación o asociación se produce siempre siguiendo determinadas leyes de la imaginación
y la memoria: la de semejanza, la de contigüidad espacio-temporal, y la de causa o efecto.
• Semejanza: tendemos a asociar aquellas ideas que guardan una cierta semejanza o parecido
entre sí. Un cuadro o una fotografía dirige nuestra mente al original que trata de representar o
incluso a la vivencia que la fotografía haya podido captar.
• Causa-efecto: nos es inevitable pensar de un modo conjunto aquellas ideas entre las que
establecemos nexos causales. Así por ejemplo, el humo nos obliga a pensar inmediatamente en
el fuego.
Según Hume, son estas tres leyes las únicas que permiten explicar la asociación de ideas, de tal
modo que todas las creaciones de la imaginación, por delirantes que puedan parecernos, y las
sencillas o profundas elaboraciones intelectuales, por razonables que sean, les están
inevitablemente sometidas.
En la sección cuarta de la "Investigación sobre el entendimiento humano", que lleva por título
"dudas escépticas acerca de las operaciones del entendimiento" se plantea Hume el problema de
determinar cuáles son las formas posibles de conocimiento., Hume nos dirá que todos los
objetos de la razón e investigación humana pueden dividirse en dos clases: relaciones de ideas y
cuestiones de hecho.
Las relaciones de ideas corresponden a las ciencias formales, Geometría, Álgebra y Aritmética,
cuyas proposiciones pueden ser deducidas a priori por la mera operación del pensamiento y su
verdad es de carácter necesario (no pueden no ser falsas, por tanto, la proposición contradictoria
es necesariamente falsa) La característica de este tipo de conocimiento es que es independiente
de lo que exista "en cualquier parte del universo". Depende exclusivamente de la actividad de la
razón, ya que una proposición como "el cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los
dos lados de un triángulo rectángulo" expresa simplemente una determinada relación que existe
entre los lados del triángulo, independientemente de que exista o no exista un triángulo en el
mundo. De ahí que Hume afirme que las verdades demostradas por Euclides conservarán
siempre su certeza. Las proposiciones de este tipo expresan simplemente relaciones entre ideas,
de tal modo que el principio de no contradicción sería la guía para determinar su verdad o
falsedad.
Las cuestiones de hecho son los conocimientos no formales que conciernen al resto de las
ciencias. Las proposiciones sobre tales cuestiones tienen un carácter contingente. Su negación
no implica contradicción. No hay ninguna contradicción, dice Hume, en la proposición "el sol
no saldrá mañana", ni es menos inteligible que la proposición "el sol saldrá mañana". No
podríamos demostrar su falsedad o su verdad recurriendo al principio de no contradicción. No
podemos conocerlas a priori por una simple operación de la razón, sino que se trata de
proposiciones a posteriori (su verdad o falsedad depende de la experiencia). Todos nuestros
razonamientos acerca de cuestiones de hecho se fundamentan en la relación causa-efecto.
¿Pero qué contiene exactamente la idea de causalidad? Según Hume, la relación causal se ha
concebido tradicionalmente como una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto, de tal
modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa,
conocido el efecto, la razón está en condiciones de remontarse a la causa que lo produce.
¿Qué ocurre si aplicamos el criterio de verdad, el principio de copia, establecido por Hume para
determinar si una idea es o no verdadera? Una idea será verdadera si hay una impresión que le
corresponde. ¿Hay alguna impresión que corresponda a la idea de "conexión necesaria" y, por lo
tanto, es legítimo su uso, o es una idea falsa a la que no corresponde ninguna impresión?
Si observamos cualquier cuestión de hecho, por ejemplo el choque de dos bolas de billar, nos
dice Hume, observamos el movimiento de la primera bola y su impacto (causa) sobre la
segunda, que se pone en movimiento (efecto); en ambos casos, tanto a la causa como al efecto
les corresponde una impresión, siendo verdaderas dichas ideas. Estamos convencidos de que si
la primera bola impacta con la segunda, ésta se desplazará al suponer una "conexión necesaria"
entre la causa y el efecto: ¿Pero hay alguna impresión que le corresponda a esta idea de
"conexión necesaria"? No, dice Hume. Lo único que observamos es la sucesión entre el
movimiento de la primera bola y el movimiento de la segunda; de lo único que tenemos
impresión es de la idea de sucesión, pero por ninguna parte aparece una impresión que
corresponda a la idea de "conexión necesaria", por lo que hemos de concluir que la idea de que
existe una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto es una idea falsa. La relación causa-
efecto se compone de tres relaciones simples: prioridad de la causa en el tiempo (la causa
precede al efecto), contigüidad espacio-temporal y conjunción constante (cada objeto similar
a la causa produce siempre un objeto similar al efecto).
¿De dónde procede, pues, nuestro convencimiento de la necesidad de que la segunda bola se
ponga en movimiento al recibir el impacto de la primera? Es decir, ¿de dónde procede nuestra
idea de conexión necesaria? De la experiencia, del hábito o la costumbre: al haber observado
siempre una conjunción constante de los dos fenómenos que se suceden uno a continuación del
otro, cuando tenemos la impresión del primer hecho, de modo inmediato, nuestra mente lo
asocia con la idea (el recuerdo) que tenemos del segundo. Esta asociación entre la impresión de
un hecho presente y la idea de un hecho pasado, genera un “feeling”, como dice Hume, un
sentimiento o expectativa de que a continuación se producirá el efecto. Este sentimiento o
“feeling” derivado del hábito o la costumbre, es una impresión de reflexión de la cual surge la
idea de “conexión necesaria”. Pero realmente es una pseudo-idea, una ficción o creencia basada
en la costumbre. ) No es la razón la guía de la vida humana, sino la costumbre de creer que
el futuro será igual al pasado.
El principio de copia, según el cual toda idea deriva de una impresión, permite a Hume realizar
una crítica de las tres sustancias de la metafísica racionalista cartesiana: la sustancia
corpórea (realidad exterior), el yo o sustancia pensante y Dios (sustancia infinita).
4.1. El mundo.
Hume no pone en duda la existencia de una realidad exterior al sujeto, pero insiste en que esta
realidad no puede ser demostrada racionalmente. Tenemos una tendencia natural a creer en la
existencia de cuerpos independientemente de nuestras percepciones. Esto equivale a decir que
"creemos" que nuestras percepciones están causadas por los objetos, a los que reproducen
fielmente, y que si bien las percepciones "nos pertenecen", los objetos están fuera de nosotros,
perteneciéndoles un tipo de existencia continuada e independiente de la nuestra. Pero tal
creencia se muestra enteramente infundada. En realidad, estamos "encerrados" en nuestras
percepciones, y no podemos ir más allá de ellas, ya que son lo único que se muestra a nuestra
mente. Podemos hacer cuanto queramos, pero no podremos nunca ir más allá de nuestras
impresiones e ideas. Si intentásemos aplicar el principio de causalidad para demostrar que
nuestras impresiones están causadas por objetos externos, incurriríamos en una aplicación
ilegítima de tal principio, ya que tenemos constancia de nuestras impresiones, pero no la
tenemos de los supuestos objetos externos que las causan, pues éstos, por definición están más
allá de nuestras impresiones al ser la causa de ellas, por lo que tal inferencia rebasaría el ámbito
de la experiencia. El origen de la creencia en la realidad exterior está en la imaginación y no
en los sentidos. Los sentidos nos proporcionan siempre impresiones discontinuas o
interrumpidas, distintas unas de otras, por lo que no pueden darnos la noción de una existencia
continuada de los objetos. Sin embargo, nuestras percepciones, a pesar de su discontinuidad,
mantienen una constancia y una coherencia que ponen en funcionamiento la imaginación, que
“ve” una sola percepción constante allí donde sólo hay varias percepciones distintas e
interrumpidas.
Esta crítica de la idea de una realidad objetiva externa conduce al fenomenismo; según éste no
se niega que exista dicha realidad, lo que se niega es la posibilidad de conocerla pues sólo
conocemos nuestras percepciones, es decir, las cosas tal como se nos aparecen a nosotros.
Dado que para Hume sólo es posible el conocimiento de las cosas que se ofrecen a nuestros
sentidos, Hume declarará imposible el conocimiento de la esencia y existencia de Dios. Hume
rechaza el argumento ontológico indicando que no es posible demostrar a priori la existencia
de Dios, puesto que las cuestiones de hecho sólo se pueden decidir con la experiencia, nunca
con el mero análisis de una idea. La no existencia de un objeto correspondiente a una idea no es
algo contradictorio con dicha idea: no es absurdo que no existan los triángulos, ni las mesas, ni
tampoco Dios.
Pero tampoco nos sirven los argumentos a posteriori, los que se remontan del efecto a la causa,
como el argumento cosmológico. El argumento afirma que de la observación de la existencia
de un cierto orden en la naturaleza se infiere la existencia de un proyecto y, por lo tanto, de un
agente, de una causa inteligente ordenadora. Esta argumento hace un uso ilegítimo del principio
de causalidad, puesto que establece una relación de causa-efecto entre algo percibido que es el
orden del mundo ( el efecto), y una supuesta causa oerdenadora divina (la causa) que no
percibimos. Además, Hume critica que este argumento atribuye a la causa más cualidades de las
que son necesarias para producir el efecto; se podría inferir del orden del mundo la existencia de
una causa inteligente, pero en ningún caso dotarla de más atributos de los ya conocidos por mí
en el efecto.
Los Diálogos sobre la religión natural, obra publicada póstumamente, escenifican un debate
entre un deísta (defensor de la religión natural), un cristiano (defensor de la religión revelada) y
un escéptico (que ejerce la crítica racional). Fue ésta una obra considerada en su época
absolutamente contra corriente porque Hume criticó implacablemente en ella el deísmo,
manteniendo al mismo tiempo su independencia de pensamiento respecto a la religión revelada
y osando además desdeñar el ateísmo, cultivado por los Enciclopedistas.
El deísmo es una postura filosófica que acepta la existencia y la naturaleza de Dios a través de
la razón y la experiencia personal, en lugar de hacerlo a través de los elementos comunes de las
religiones teístas como la Revelación directa, la fe o la tradición. El deísmo sostiene que Dios es
un Creador u Organizador del Universo pero no interviene en él. Los deístas rechazan los
acontecimientos sobrenaturales (milagros, profecías, etc.) afirman que Dios no interfiere en la
vida de los humanos y las leyes del universo. Por ello, a menudo utilizan la analogía de Dios
como un relojero. El deísmo cobró notoriedad en los siglos XVII y XVIII durante la Ilustración.
Hume dedicará las "Investigaciones sobre los principios de la moral" a fundamentar su filosofía
moral. En consonancia con la oposición al racionalismo, mostrada en su explicación del
conocimiento y en su crítica de la metafísica, se opondrá a los sistemas éticos que pretenden
fundar en la razón la distinción entre el bien y el mal y, en consecuencia, la vida moral del ser
humano.
Frente al racionalismo ético que tiene su origen en Sócrates y Platón (el Bien es una realidad
objetiva y nuestro conocimiento de la misma es el origen de nuestras buenas acciones
(intelectualismo moral) Hume afirma que la razón no es causa de la moralidad porque la
moral supone acción, actividad práctica, en cambio, la razón no conduce a la acción. Hume nos
ofrece argumentos detallados con los que rechazar la posibilidad de que la razón sea la fuente de
la moralidad, que derivan, en última instancia, de su análisis del conocimiento. El conocimiento
racional no puede fundamentar la moral, porque el conocimiento es o de relaciones de ideas o
de cuestiones de hecho. El primero, como sucede con la lógica, no nos impulsa directamente y
por sí solo a la acción, mientras que el segundo, como sucede en una investigación policial, nos
conduce a una sucesión de hechos o fenómenos, en los cuales, nunca podremos observar aquello
que juzgamos como crimen.
La causa del actuar está, según Hume, en preferir o aborrecer algo, no en conocerlo. Sólo las
pasiones originan acciones y sólo ellas podrán impedirlas. Las pasiones son un elemento
originario y propio de la naturaleza humana, independientes de la razón y no sometidas a
ésta. Son impresiones de reflexión. Para Hume la distinción vicio-virtud no está en el objeto y
sólo podemos encontrarla volviendo sobre nosotros mismos y analizando nuestros sentimientos;
nuestras acciones están motivadas en última instancia por los sentimientos de atracción y
aversión que nos producen ciertos comportamientos. Una especial condición de nuestra
naturaleza hace que experimentemos un sentimiento de censura o aprobación en nosotros
respecto del hecho. Este sentimiento especial es debido, en principio, al placer o malestar que
nos proporciona el hecho en cuestión. Hume lo llama sentimiento moral. Para Hume, la
simpatía representa la tendencia que las personas sienten a participar y revivir las emociones de
los demás. Es una tendencia que tiene el sujeto a ponerse en relación con otros sujetos. Además,
la simpatía hace naturales los sentimientos que despiertan en nosotros las desgracias ajenas,
como, por ejemplo, la compasión y la solidaridad. La causa de la simpatía es la semejanza entre
las personas y actúa como un elemento altruista en las relaciones humanas.
Buscamos y aprobamos, por tanto, lo que nos causa placer y rechazamos lo que nos causa dolor.
Los sentimientos de placer y dolor están, por tanto, en la base de los juicios morales: bien es lo
que nos complace, mientras que el mal ocasiona dolor o disgusto (a este planteamiento que
defiende que el significado o contenido de nuestros juicios morales o de valor no proviene de
nuestra razón sino de nuestros sentimientos o emociones se le denomina “emotivismo moral”).
Hume rechaza la pretensión de fundar la moralidad en la "naturaleza", el "deber ser" en el "ser",
es decir, un juicio moral o de valor, como por ej: “no matarás” derivarlo de un juicio de hecho.
Esta falsa deducción recibe el nombre de falacia naturalista. La moralidad no se ocupa del
ámbito del ser, sino del deber ser: no pretende describir lo que es, sino prescribir lo que debe
ser. Pero de la simple observación y análisis de los hechos no se podrá deducir nunca un juicio
moral, lo que "debe ser". Hay un paso ilegítimo del ser (los hechos) al deber ser (la
moralidad).
La teoría política de Hume está basada en el análisis de los hechos, con el correspondiente
rechazo de hipótesis filosóficas (los supuestos "estado de naturaleza" y "contrato social"
no son sino ficciones indemostrables) y de toda explicación que no sea congruente con los
hechos, y encuentra en la noción de utilidad, en el sentimiento de interés o de ventaja, el
fundamento explicativo de la vida social y de la comprensión de sus instituciones y de las leyes
por las que se regula. Este carácter empírico de la filosofía política es lo que le permite,
precisamente, considerarla como una ciencia, llegando a incluirla, en ocasiones, en el grupo de
la física y la química. Hume está convencido de que las formas de gobierno no dependen de los
"humores y temperamentos" de los seres humanos, por lo que, analizando adecuadamente la
experiencia, se pueden extraer conocimientos generales y seguros sobre la sociedad, semejantes
a los que nos ofrecen las ciencias empíricas. El carácter empírico y científico que confiere a
la filosofía política le aleja de consideraciones acerca de cómo debe ser la sociedad futura,
(del tipo de las realizadas por Platón y Tomás Moro, por ejemplo, sobre la sociedad ideal), así
como de toda consideración basada en "principios" eternos y abstractos, a partir de los que
explicar y/o justificar la legitimidad de ciertas formas de poder, o los fundamentos de las formas
de gobierno.
No hay que buscar fundamentación trascendente a la legitimidad del poder: éste es un
hecho que se funda, a su vez, en hechos (usurpación, transmisión hereditaria, elección...)
La familia constituye el núcleo básico de la sociedad, que se va ampliando al constatar los
beneficios que derivan de tal asociación natural. La sociedad es el resultado de un deseo natural
(apetito sexual) de unión que se plasma inicialmente en la familia. Eso no quiere decir, sin
embargo, que las instituciones sociales y el estado deriven su legitimidad de la naturaleza sino
que derivan su legitimidad de una convención. La base de tal convención radica en la utilidad
que las instituciones reportan a la sociedad, al margen de la cual no tendrían sentido. Sólo el
aumento de las riquezas y de las posesiones individuales puede explicar el porqué se constituye
un gobierno. No hay contrato alguno que fundamente la legitimidad del gobierno, sino sólo la
utilidad que se "siente" que aporta su existencia. En consecuencia, la obediencia o la sumisión al
gobierno establecido no tiene otro fundamento que la utilidad que reporta, cesando la obligación
de obediencia cuando desaparezca el beneficio o interés de la misma.
La filosofía política, dado su carácter de ciencia empírica, no versa sobre el "deber ser", ni
puede deducir de tales supuestos "principios" filosóficos conocimiento deductivo alguno sobre
la realidad social. Si Hume reflexiona sobre lo que podría mejorar esta o aquella forma de
organización social, lo hace exclusivamente desde el análisis de las ventajas y la utilidad que
podrían reportar determinadas medidas (como la reforma de la constitución).