Aspectos Eticos de Tres Personajes en La Biblia
Aspectos Eticos de Tres Personajes en La Biblia
Aspectos Eticos de Tres Personajes en La Biblia
Es muy importante presentar la vida de ese hombre llamado según Santiago 2:23 Y se cumplió la
escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo
de Dios. Si Abraham hubiese sido perfecto, hoy probablemente no estaríamos acá. La historia del
hombre es una historia imperfecta: la perfección en este sentido es un atributo divino. Más aún: si
el mundo, o el hombre, fuesen perfectos, para qué existiría un sentido de reparación. Aquello en lo
que creemos que es perfecto, en realidad es suficiente y nos permite sobrevivir. El mundo es
irreparable. Mientras lo habitemos así será, y ello es lo que nos permite crear, o apreciar la belleza.
Aquello que es perfecto, se vuelve naturaleza y pasa a ser una bella expresión de un paisaje eterno.
Si Abraham, desde una perspectiva de atributos, hubiese sido perfecto, podríamos imaginar (en un
ejercicio metafórico y de teología a contrapelo) que la historia del pueblo judío se hubiera
desarrollado de manera diferente. Entonces, retomando esta perspectiva, debemos comprender la
historia como las grietas que se abren en el mundo-naturaleza: allí el hombre irrumpe en el
espacio-tiempo. Dios mantiene un vínculo con el hombre, pero también con el mundo, y si nos
concentramos solamente en la persona, perdemos de vista el resto de aquello que nos rodea. Con
esto no debemos caer en el panteísmo –afirmando que Dios está en todos lados– sino por el
contrario, lo que tenemos que comprender de manera amplia es que lo divino se extiende más allá
de la figura del hombre judío en particular, y del hombre en general. Dios mantiene una relación
de lenguaje con el mundo-naturaleza, de la misma manera que nosotros le exigimos, muchas
veces, un lenguaje a ese mundo inaprensible y lejano a nuestra comprensión. Pero el mundo-
naturaleza tampoco es perfecto. Sino que es, justamente, el espacio en donde el hombre aparece.
Mientras Dios hace silencio, el hombre recibe el habla, el silencio es el estado de lo sagrado, y la
voz del hombre es una búsqueda de traducción de este silencio, así como también de la
imposibilidad de conocer el verdadero Nombre de Dios.
Los hombres son finitos. De acuerdo con su esencia, no son tan buenos como para desdeñar lo
imperfecto, pues carecen de lo absolutamente perfecto, y si lo tuvieran no lo soportarían. Los
hombres necesitan descargarse de lo absoluto y para ello necesitan lo imperfecto”.
Lo importante, sin embargo, es que la imperfección del hombre no es la puerta de entrada al mal,
sino, al contrario, a la responsabilidad. Si no fuésemos imperfectos no habría necesidad de una
ética dada por la biblia, o menos aún esta última. La imperfección promueve un sentido ético,
porque esa imperfección siempre está ahí, al borde del abismo.
Aquello que se creen perfectos no pueden pensar en el otro. Se encuentran ensimismados en el Yo,
y el Yo –como el Ego– es una bomba de tiempo. La imperfección del hombre abre en el mundo la
posibilidad de la responsabilidad hacia el otro, y allí habita la norma ética.
“Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo. Entonces el ángel de
IHVH lo llamó desde el cielo, le dijo: ¡Abraham, Abraham! Y él respondió: ¡Aquí estoy! Y le dijo
(el ángel): No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada; pues sé que eres temeroso
de Elohim, ya que no Me has negado tu hijo, tu único.
Es interesante notar que en todo este pasaje se presentan dos formas de relación del hombre con el
mundo-naturaleza: el primero, en donde no hay intervención de la naturaleza mientras Abraham se
dispone a sacrificar a Isaac, sólo leña, la antorcha y el cuchillo. Y la pregunta por el cordero, del
hijo, ¿dónde está? A lo que Abraham responde que Dios (Elohim) buscará el cordero para Él
(mismo). Sin embargo, con la aparición del ángel se abre ese mundo-naturaleza que no estaba
presente, y se nos aparece como el cordero, pero también en el juramento que Dios hace ante la fe
de Abraham; ya que jura bendecir y multiplicar la descendencia como estrellas del cielo y como la
arena que está en la orilla del mar. Y, además, a través de la descendencia de Abraham, Dios jura
(por sí mismo) bendecir a todas las naciones de la tierra, por la obediencia a Su voz por parte de
Abraham. ¿Por qué en el acto de un hombre de fe ciega hacia la voz de Dios no sólo se promete la
bendición de su descendencia sino de todas las naciones de la tierra?
¿Cuándo puede haber responsabilidad? “Siempre y cuando el Bien no sea una trascendencia
objetiva, una relación entre cosas objetivas, sino la relación con el otro, una respuesta al otro:
experiencia de la bondad personal y movimiento intencional”. Podemos decir, que para pensar en
la responsabilidad no se puede partir desde un lugar de objetividad, distanciado de aquello por lo
que uno se responsabiliza, sino que sólo se puede partir desde una posición subjetiva e intencional,
porque es allí donde nos unimos a otro y este otro aparece para nosotros: esto es lo que
llamaremos la experiencia de la bondad personal, en donde se manifiesta el Bien. Ahora bien,
¿cómo se funda una responsabilidad si Abraham estuvo a punto de cumplir el pedido de Dios y
sacrificar a su hijo? Porque aún esta responsabilidad necesita fundarse en lo que Derrida ha
llamado el “don del amor” y su relación con lo irremplazable: conciencia de lo irremplazable. Es
necesario un amor infinito “para renunciar a sí y para hacerse finito, encarnarse para amar así al
otro, y al otro como otro infinito”.
Abraham no era perfecto, y esa incompletud del hombre exige la necesidad del ejemplo: Dios le
muestra a Abraham que nada hay más importante que la responsabilidad del padre frente al hijo,
en esa relación ética se funda la relación entre los hombres, no entre el hombre y Dios.
Cuando nos preguntamos sobre las normas éticas de aquel modelo de gobernante que fue José,
inmediatamente surge la pregunta: ¿De dónde proceden? ¿Cuál es la fuente de la integridad de su
conducta en asuntos privados y públicos? ¿De dónde vino la motivación y la persuasión para que
fuera la clase de hombre que fue? ¿De las normas éticas de su tiempo? Tal vez es posible, como
José vivió varios siglos después de que la Enseñanza del faraón Ptahhotep hubiera sido escrita,
que conociera la obra y que ejerciera una influencia provechosa en su vida. O también que otras
obras egipcias de carácter sapiencial fueran determinantes en su formación. Esa podría ser una
respuesta a esas preguntas; una respuesta que para muchos significaría que, a fin de cuentas, José
simplemente fue un fruto selecto de la cultura y ambiente de su tiempo. Pero tenemos que ir poco
a poco y con cuidado antes de llegar a esa conclusión. Porque resulta que José no era el hijo de
ningún visir ni de ningún potentado, a los cuales iban destinadas tales obras pedagógicas.
Tampoco nació ni se crió en Egipto, sino que cuando su personalidad ya estaba formada fue
llevado, contra su voluntad, allí. Por lo tanto, no se sostiene que él debiera sus principios morales a
las pautas egipcias de su tiempo. Por otra parte, su grandeza moral no comienza en el momento en
el que sale de delante de Faraón, convertido en el segundo de Egipto. No necesita ponerse al día
éticamente, ahora que ocupa un cargo tan importante, para no meter la pata ni hacer cosas
impropias para un personaje público. No precisa hacer un rápido cursillo de iniciación moral, tras
su permanencia en una hedionda cárcel, para estar a la altura de las circunstancias en el ambiente
más selecto de la corte. Las pautas morales de José ya estaban arraigadas en su corazón mucho
antes de eso. Cuando todavía era un esclavo en la casa de Potifar ya las demostró, así que es
evidente que ya estaban en él cuando fue llevado a Egipto. No; definitivamente no fue la
Enseñanza de Ptahhotep, ni ningún otro manual al uso, lo que hizo de José la clase de hombre que
fue. Su padre Jacob, que era quien mejor le conocía, nos puede dar la respuesta a la pregunta sobre
el origen de la moral de José. Antes de morir, Jacob pronunció unas palabras esclarecedoras al
respecto: ´Rama fructífera es José… Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los
arqueros; mas… sus manos se fortalecieron por las manos del Fuerte de Jacob (por el nombre del
Pastor, la Roca de Israel), por el Dios de tu padre, el cual te ayudará, por el Dios Omnipotente, el
cual te bendecirá... En esa corta sentencia aparecen nada menos que cinco menciones a Dios. Son
cinco nombres de Dios cargados de significado, cada uno de los cuales es merecedor de un estudio
aparte. Pero lo que importa al efecto de lo que venimos diciendo es que la moral de José no tiene
su origen en lo mejor de la moralidad contemporánea de su época, sino que su fondo y
fundamento están en Dios. Y no en cualquier Dios sino en el Dios de Jacob, en el Dios de
Israel. Mas no solamente Jacob nos descubre cuál es el manantial de la elevada moral de José. En
dos instantes críticos de su vida el mismo José manifiesta quién es el principio rector por el que
actúa como actúa. Uno es cuando rechaza la invitación de la mujer de Potifar con el siguiente
argumento: ´...¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?´ La recomendación
de Ptahhotep hubiera sido que rechazara esa invitación porque ´Si quieres conservar la amistad de
la familia que te recibe, no te acerques a las mujeres de la casa…´ Es una cuestión de prudencia y
tacto para mantener la posición y las relaciones. Pero para José lo que está en juego no es nada de
eso, sino el desagradar a Dios. De nuevo volvemos a ver ese principio rector cuando antes de
morir atribuya a Dios, como causa primaria, aquello de lo que sus hermanos fueron responsables
como causa secundaria, aunque naturalmente las motivaciones de Dios y las de los hermanos
fueran bien distintas. Hoy, cuando algunos quieren inculcarnos una nueva moralidad cuyo origen
está en su propio criterio (o en el criterio del padre de la mentira), necesitamos volver a la
verdadera fuente de la verdadera moralidad. Los gobernantes necesitan volver, o tal vez ir por
primera vez, a ella; los gobernados también. Porque, aunque a muchos les duela reconocerlo, la
moralidad de José es necesaria ayer, hoy y siempre, en asuntos económicos, políticos, sexuales,
familiares, sociales, eclesiásticos… Y no podrá ser reemplazada por nada, salvo por la moralidad
que es inmoralidad.
En medio del segundo lamento (Job 29-42), Job presenta un tratado relevante acerca del
comportamiento ético, lo que de algunas maneras prevé el sermón del monte de Jesús (Mt 5-7).
Aunque lo dice para justificar sus propios actos, Job proporciona algunos principios que aplican en
muchas áreas de nuestra vida laboral:
2. No permitir que los fines justifiquen los medios, que se expresa como no permitir que el
corazón (los principios) se deje engañar por los ojos (el oportunismo) (Job 31:7).
7. No intentar conseguir algo sin pagar un precio, sino pagar apropiadamente por los recursos
que consume (Job 31:38-40).
Este pasaje es particularmente interesante en cuanto a la forma en la que Job trata a sus
empleados:
“Si he menospreciado el derecho de mi siervo o de mi sierva cuando presentaron queja contra mí,
¿qué haré cuando Dios se levante? Y cuando Él me pida cuentas, ¿qué le responderé? ¿Acaso
Aquél que me hizo a mí en el seno materno, no lo hizo también a él? ¿No fue uno mismo el que
nos formó en la matriz?” (Job 31:13-15)
Un empleador piadoso tratará a sus empleados con respeto y dignidad. Esto es evidente de forma
especial en la seriedad con la que Job recibe las quejas de sus criados, principalmente aquellas
acerca de la forma en la que él mismo los trata. Job señala correctamente que aquellos en el poder
tendrán que defender delante de Dios la forma en la que tratan a sus subordinados. “¿Qué haré
cuando Dios se levante? Y cuando Él me pida cuentas, ¿qué le responderé? (Job 31:14). Dios les
preguntará a los subordinados acerca de la forma en la que sus superiores los trataban. Los
superiores serían sabios en hacerles la misma pregunta a sus subordinados mientras es posible
remediar sus errores. La marca de los seguidores verdaderos y humildes de Dios es que reconocen
que se pueden equivocar, lo que se evidencia sobre todo en su disponibilidad para tratar con todas
las quejas justificadas. Se necesita sabiduría para discernir cuáles quejas merecen atención en
realidad. Aun así, la meta principal es cultivar un ambiente en el que los subordinados sepan que
los superiores van a considerar las reclamaciones sensatas y racionales. Aunque Job habla de sí
mismo y sus criados, su principio aplica para cualquier situación de autoridad: oficiales y
soldados, empleados y empleadores, padres e hijos (criar hijos también es un trabajo), líderes y
seguidores.
En nuestra época se han visto grandes luchas por la igualdad en el lugar de trabajo con respecto a
la raza, religión, nacionalidad, sexo, clase social y otros factores. El libro de Job se adelanta
cientos de años a estas luchas. Job va más allá de la simple igualdad formal de las categorías
demográficas y considera que la dignidad de todas las personas en su casa es idéntica. Seremos
como Job cuando tratemos a cada persona con toda la dignidad y el respeto que se le debe a un
hijo de Dios, independientemente de nuestros sentimientos personales o del sacrificio que se
requiera.
Por supuesto, esta verdad no impide que los jefes cristianos establezcan y exijan estándares altos
en el lugar de trabajo. Sin embargo, sí requiere que los valores de cualquier relación laboral se
caractericen por el respeto y la dignidad, especialmente por parte de las autoridades.