2010 Hep1
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Isabel II tiene tan sólo tres años cuando muere su padre, Fernando VII, ante esta situación su madre, María
Cristina, se hace cargo del gobierno en nombre de su hija. El país pasa por una época turbulenta ya que los
partidarios de que reine el hermano de Fernando VII (carlistas) se alzan en armas contra los partidarios de
Isabel II, a la que no reconocen sus derechos al trono, es el inicio de las Guerras Carlistas. María Cristina si
quiere conservar el trono de su hija no tiene más remedio que pactar con los liberales, de esta manera tuvo
lugar la destrucción definitiva de las bases políticas y socioeconómicas del Antiguo Régimen y la
implantación del liberalismo en España (configuración del Estado liberal y construcción de la nueva
sociedad capitalista). En esta época surgen los primeros partidos como pequeñas organizaciones que
canalizan las corrientes ideológicas del liberalismo (moderada y progresista). Son un grupo de
personalidades alrededor de un notable, sin programas y vinculadas por relaciones personales o económicas
(“camarillas”). Los moderados representan a las clases altas (terratenientes, alta burguesía, vieja nobleza, alto
clero y mandos militares), defendiendo la propiedad el sufragio censitario, la soberanía compartida y la
Iglesia. Narváez y O´Donnell son sus “espadones” (militares que encabezan los cambios de gobiernos). Los
progresistas representan a las clases medias y defienden las reformas, la soberanía nacional y una menor
influencia de la Iglesia. Su “espadón” será Espartero. El primer gobierno de la Regencia (Cea Bermúdez)
supone la continuidad respecto a la última etapa del reinado de Fernando VII y se centró en reformas
administrativas (división provincial de Javier de Burgos), pero sin acometer las necesarias reformas políticas,
lo que frustró las expectativas de los liberales que apoyaban a Isabel II. La necesidad de conseguir fondos
ganar la guerra a los carlistas obligó a María Cristina a entregar el poder a los liberales moderados (gobierno
de Martínez de la Rosa), quien inició tímidas reformas políticas que se plasmaron en el Estatuto Real de
1834. No era una Constitución, sino de una carta otorgada en la que la Corona se autolimita, pero que no
reconoce la soberanía nacional ni la división de poderes. Las Cortes, que no tienen la iniciativa legislativa,
eran bicamerales: Estamento de Próceres (jerarquía eclesiástica, grandes de España, miembros designados
por la Corona) y Estamento de Procuradores (elegidos por sufragio censitario muy restringido, lo que
reservaba la participación política a las clases más acomodadas). Las reformas del Estatuto eran insuficientes
para los sectores sociales que apoyaban a Isabel II con la esperanza de la implantación de un verdadero
régimen liberal en España. Las reformas del Estatuto Real eran insuficientes para los sectores sociales que
apoyaban a Isabel II con la esperanza de la implantación de un verdadero régimen liberal en España. Los
progresistas, apoyados en la Milicia Nacional y en las Juntas Revolucionarias, en el verano de 1835
protagonizaron levantamientos y revueltas urbanas, que hicieron que María Cristina entregara el poder a los
progresistas (Gobierno Mendizábal). La oposición de la nobleza y el clero a la desamortización de los bienes
eclesiásticos emprendida por Mendizábal obligó a María Cristina a prescindir de él y los progresistas y a
entregar el poder a los moderados (Gobierno Istúriz). Pero, las revueltas de los progresistas en las ciudades y
los pronunciamientos militares del verano de 1836 (Motín de la Granja) obligaron a María Cristina a entregar
nuevamente el poder a los progresistas (Gobierno Calatrava) y a restablecer la Constitución de 1812, lo que
ponía fin al régimen del Estatuto Real y convertía a España en una Monarquía Constitucional. Los gobiernos
progresistas de Mendizábal y Calatrava (1835-1837) intentan desmantelar el Antiguo Régimen e implantar
un régimen liberal, constitucional y de monarquía parlamentaria. La desamortización, primero de los bienes
eclesiásticos y luego de los pueblos, fue la medida de mayor trascendencia tomada por los gobiernos
liberales, y se desarrolló durante todo el siglo XIX, entrando incluso en el XX. Esos bienes dejaban de estar
en “manos muertas” (fuera del mercado), para convertirse en “bienes nacionales” y ser puestos en venta en
pública subasta. El producto de lo obtenido lo aplicaría el Estado a sus necesidades. Este largo proceso de
ventas no fue continuo, sino resultado de varias desamortizaciones: la de Godoy; la de las Cortes de Cádiz; la
del Trienio Liberal; la de Mendizábal y la de Pascual Madoz.
Los objetivos de la desamortización de Mendizábal eran: ganar la guerra carlista y eliminar la deuda pública;
atraerse al liberalismo a los beneficiarios (burguesía con dinero); poder solicitar nuevos préstamos y reformar
la Iglesia, aunque el Estado costea el clero y el culto. Supuso la ruptura de relaciones diplomáticas con Roma
y dividió la opinión pública de tal forma, que ha quedado en la historia contemporánea como "la
desamortización" por antonomasia. Las desamortizaciones no sirvieron para que las tierras se repartieran
entre los menos favorecidos, porque no se intentó hacer ninguna reforma agraria, sino conseguir dinero para
los planes del Estado. Entre sus consecuencias destacan la creación de un proletariado agrícola (jornaleros) y
de una burguesía terrateniente, además de la pérdida de patrimonio artístico y cultural. Otras reformas fueron
orientadas a la liberalización de la economía (abolición de la Mesta, los gremios, diezmos, aduanas
interiores,). La Constitución de 1837, aprobada en diferente y progresista, consagraba la libertad de imprenta,
el fin del diezmo eclesiástico, la desamortización de las tierras de la Iglesia..., sus reformas fueron tan
radicales que en el mismo año los liberales moderados se hicieron de nuevo con el poder y el inicio de la
revisión de la legislación progresista que culminó con la Ley de Ayuntamientos de 1840 que otorgaba a la
Corona la facultad de nombrar a los alcaldes de las capitales de provincia. El gobierno tenía problemas
económicos por la guerra carlista. Dos militares rivales tenían mucha influencia, el moderado Narváez, y el
progresista Espartero, y representaban bandos contrarios dentro del liberalismo. Pero Espartero ganó
predicamento tras vencer en la guerra carlista y firmar en agosto de 1839 el Convenio de Vergara que ponía
fin a la guerra carlista. El apoyo de María Cristina a la política moderada motivó la formación de juntas y
una insurrección generalizada que la obligó a dimitir. Los sectores progresistas volvieron sus ojos hacia el
general Espartero, vencedor de la guerra carlista, la única autoridad que podía asumir el poder y convertirse
en regente. Espartero, partidario del librecambismo (Arancel de 1842) provocó un levantamiento en
Barcelona y acabará bombardeando la ciudad. Un movimiento militar moderado en Torrejón de Ardoz,
dirigido por los generales Narváez y O´Donnell, acabó con el poder de Espartero en 1843 que se exiliará a
Inglaterra. Un tratamiento aparte hay que hacer de la Primera Guerra Carlista (1833-1839) que ensangrentó
al país. Los carlistas (partidarios de Carlos María Isidro y del absolutismo) tendrán sus principales apoyos en
Navarra, País Vasco, zona norte de Castellón (El Maestrazgo), zonas de Cataluña y de Aragón, contarán con
Zumalacárregui como principal estratega en una primera fase (hasta 1835), pero morirá en el sitio de Bilbao,
y el general liberal Espartero vence en la batalla de puente de Luchana; en una segunda los carlistas
fracasaron en una expedición a Madrid, esta fase acaba en el 1837; el cansancio de los carlistas y la
superioridad militar de los isabelinos o liberales llevaron a firmar la paz entre ambos en el famoso Convenio
de Vergara en 1839 entre el general carlista Maroto y el general liberal Espartero, concluía así la tercera y
última fase de la guerra, guerra que volvería a encenderse en dos ocasiones más a lo largo del siglo. El
general Cabrera (“el tigre del Maestrazgo”) dirigió las tropas carlistas en la región valenciano-aragonesa
hasta que en 1840 cayó el núcleo de resistencia en Morella.
Tras la caída de Espartero y la subida al trono de Isabel II, los moderados se hicieron con el poder, con el
apoyo de la Corona, e iniciaron la última etapa de la configuración del Estado liberal en España. Los
progresistas optarán por la vía insurreccional (pronunciamiento, juntas, etc.). El régimen moderado se basa
en el predominio social, político y económico de la burguesía terrateniente, clase surgida de la fusión de la
vieja nobleza señorial y los nuevos propietarios rurales, cuyo objetivo era consolidar un nuevo orden social
que salvaguardase las conquistas más conservadoras de la revolución liberal frente a la reacción carlista y los
excesos revolucionarios de las clases populares. Los moderados antepusieron la defensa del orden y de la
propiedad frente a la libertad y los derechos individuales y colectivos. Los gobiernos autoritarios se suceden
con una política de prohibición de cualquier acción u opinión que atentara contra las bases del régimen.
Narváez, ahombre fuerte del partido moderado, controló la vida política y fue el artífice de la Constitución de
1845. Además, reprimió los movimientos de protesta populares, lo que le granjeó el apoyo de la Corona y de
los terratenientes. Los principales apoyos de los moderados fueron la Corona y gran parte del ejército,
quienes garantizaban el régimen político y el orden social. La reina Isabel se apoyó en los moderados. Con
las primeras reformas los moderados intentaron establecer un orden público estricto: supresión de la Milicia
Nacional, creación de la Guardia Civil (1844) para mantener el orden en el medio rural, el control de la
prensa y el nombramiento de los alcaldes por el Gobierno. La nueva constitución fue sancionada en 1845 y
aunque fue presentada como una reforma de la de 1837, era un nuevo texto, moderado, sin pacto con los
progresistas. Los principios de la Constitución de 1845 son una monarquía liberal conservadora
(participación política de una oligarquía de propietarios, garantizada por un sufragio censitario muy
restringido); soberanía es compartida entre la Corona y las Cortes (bicamerales); centralización y
uniformización administrativa con el sometimiento de los ayuntamientos y las diputaciones a la
administración central; regulación de los derechos por leyes ordinarias que tenderán a limitarlos en la
práctica y la religión oficial es la católica y el Estado mantiene el culto y el clero. La Segunda Guerra
Carlista o de “los Matiners” no tuvo el impacto ni la violencia de la de la primera, pero se prolongó de forma
discontinua desde 1849 hasta 1860. Se inició en apoyo de Carlos Luis de Borbón (Carlos VI) al fracasar su
intento de casarse con Isabel II. La llegada de Cabrera aumentó su apoyo popular y se desarrolló sobre todo
en Cataluña y Levante, pero fracasó fuera de allí y los exilios del pretendiente y Cabrera significaron el fin
de la guerra. Aún hubo otra intentona en San Carlos de la Rápita en 1860, dirigida por el general Ortega que
acabó en fracaso. La Constitución de 1845 declaraba que la religión de la nación española era la católica,
apostólica y romana. Los moderados firmaron en 1851 un Concordato con la Santa Sede para restablecer las
relaciones con la Iglesia Católica, muy deterioradas por las reformas del período anterior (desamortización).
Las principales consecuencias fueron la intervención de los obispos en la enseñanza y el apoyo de los
gobiernos para reprimir las doctrinas heréticas. En el orden político los gobiernos moderados consiguen dos
logros: la aceptación por Roma de que los bienes desamortizados quedaran en manos de sus propietarios, y la
renovación del derecho de presentación de obispos (establecido en el anterior concordato de 1753). Cuando
quedaba vacante alguna diócesis, el Gobierno gozaba del derecho de proponer tres nombres para que Roma
eligiera entre ellos al nuevo obispo). Las reformas administrativas buscaban la centralización y
uniformización del Estado liberal: un orden jurídico unitario (Código Penal de 1851), una administración
centralizada (más poder a los gobernadores civiles y militares y nombramiento de alcaldes por la Corona y
gobernadores civiles) y una Hacienda con impuestos únicos (la reforma fiscal y hacendística de Alejandro
Mon en 1845). También se racionalizó la burocracia y se centralizó de la instrucción pública. En 1851 dimite
Narváez y le sustituye Bravo Murillo partidario de reforzar el poder del ejecutivo a costa de reducir el papel
de las Cortes, lo que provocó la crisis política de los moderados y su dimisión. La sucesión de gobiernos
ineficaces alentó a los progresistas y demócratas a unir sus fuerzas para recurrir al pronunciamiento frente al
gobierno, que a fines de 1853 había disuelto las Cortes y gobernaba de forma dictatorial.
La corrupción política de los gobiernos moderados provocó movimientos populares. En julio de 1854 el
general moderado O'Donnell se pronunció en Vicálvaro (Vicalvarada) y en Manzanares se le unió el general
Serrano. Ambos lanzaron un “Manifiesto al País” (Manifiesto de Manzanares) con promesas progresistas.
Casi toda España se unió a la insurrección y el alzamiento militar moderado quedó desbordado y convertido
en un movimiento popular y progresista, que en Barcelona tuvo carácter obrerista. La reina Isabel II entregó
el poder al general progresista Espartero. Así se e iniciaba el llamado Bienio Progresista (1854-1856), en el
que la principal medida fue la elaboración de una nueva Constitución que no sería promulgada (Constitución
nonata de 1856) debido a las largas discusiones y a los sucesos políticos acontecidos. El texto refleja el
ideario del partido progresista: la soberanía nacional, limitaciones al poder de la Corona, una prensa
sometida al juicio de un jurado, la vuelta de la Milicia Nacional, los alcaldes elegidos por los vecinos y no
designados por el poder central, tolerancia, etc. La política económica se centró en la Ley de
Desamortización General de Madoz (1855), y en leyes económicas para atraer capitales extranjeros, relanzar
la actividad crediticia de los bancos y fomentar el ferrocarril (Ley de Ferrocarriles de 1855), y la creación del
Banco de España en 1856. El ministro de Hacienda, Pascual Madoz, progresista y amigo de Mendizábal,
sacó a la luz su desamortización. Se llamaba "general" porque se ponían en venta todos los bienes de
propiedad colectiva: los de los eclesiásticos que no habían sido vendidos en la etapa anterior y los de los
pueblos. Se prolongó hasta 1924. El procedimiento utilizado para las ventas copió el de Mendizábal pero el
dinero fue dedicado a la industrialización del país (ferrocarril) y su propietario no fue el Estado sino los
ayuntamientos. La burguesía con dinero fue la gran beneficiada. La enajenación (venta) de propiedades
municipales trajo consigo el empeoramiento de las condiciones de vida del pequeño campesinado, privado
del uso y disfrute de los antiguos bienes del ayuntamiento. Los nuevos partidos políticos serán el Partido
Demócrata (1849) surgido de una escisión de los progresistas en el contexto de las revoluciones europeas en
1848. Sus miembros eran progresistas radicales, republicanos, simpatizantes del incipiente socialismo. La
Unión Liberal (1854), el partido O’Donnell, surgió de una escisión de los moderados. De ideología centrista,
entre sus miembros están el ala derecha de los progresistas y el ala izquierda de los moderados. El carlismo
continuó más como un movimiento que como un partido político. El movimiento obrero en España surge en
1840 con las primeras organizaciones de trabajadores en Cataluña y las primeras huelgas. En la década
moderada se debatió entre la prohibición y la tolerancia. Con el bienio progresista crecieron las esperanzas
de reconocimiento y libertad de asociación y ensayó sus primeras fórmulas de acción, huelga general. El
carlismo volvió a dar señales de vida, promoviendo partidas armadas en el campo, aunque pervivía más
como movimiento que como partido. El clima de conflictividad social, debido al alza de precios y al
empeoramiento de las condiciones de vida de las clases populares, provocó levantamientos obreros y
campesinos que llevaron a O’Donnell a dar un golpe de Estado y a desplazar del poder al general Espartero y
a los progresistas del gobierno. O’Donnell restableció la vuelta a los principios del moderantismo
(Constitución de 1845), poniendo fin al Bienio Progresista (julio de 1856). Durante una primera etapa (1856-
1863) gobiernan los generales O’Donnell, y Narváez. La política exterior pretendió devolver a España el
prestigio internacional perdido y desviar la atención de los problemas internos (intervenciones militares en
Indochina, México, Marruecos y la guerra del Pacífico. El general Prim destacó en Castillejos (Marruecos),
en 1859. La Unión Liberal no pudo con la oposición (progresistas, demócratas y republicanos) ni con la
crisis económica que afectó a las finanzas (quiebra de las compañías ferroviarias), a la agricultura (la carestía
del trigo debido a malas cosechas provocó crisis de subsistencias) y a la industria (la Guerra de Secesión de
Estados Unidos interrumpe las exportaciones catalanas de algodón). O’Donnell dimitió y la Reina entregó el
poder a los moderados. Prim lideró a los progresistas y desde 1863 empezó a conspirar.
En una segunda etapa (1863-1868), los moderados gobernaron de forma autoritaria con Narváez, al margen
de las Cortes y con una fuerte represión. Al malestar social provocado por una crisis financiera y de
subsistencias en 1866 se unieron dos acontecimientos: la expulsión de sus cátedras de Sanz del Río y de
Castelar, con la consiguiente manifestación estudiantil ahogada en sangre en abril de 1865 -La noche de San
Daniel-; y la organización de un complot militar liderado por Prim que, si bien fracasó, alentó la Sublevación
de los sargentos del cuartel de San Gil (1866), intentona en la que fueron fusilados 68 de los participantes y
que conmovió a la opinión pública. Las dificultades financieras afectaron a la burguesía de los negocios, que
era la que en 1833 había defendido con su dinero el trono de Isabel II frente a los carlistas. En agosto de
1866, progresistas y demócratas firmaron el Pacto de Ostende para derrocar a la reina y establecer un nuevo
sistema político. Un año después se sumó la Unión Liberal, tras la muerte de O’Donnell, que no había
querido participar en el pacto. Esto fue clave para el triunfo de la revolución de 1868.
Las prácticas dictatoriales de Narváez y González Bravo en los últimos gobiernos moderados extendieron
la impopularidad del régimen moderado y de la reina Isabel II, que siempre les había apoyado. La crisis eco-
nómica iniciada en 1866 acrecentó el descontento de la población. Finalmente, la muerte de Narváez en la
primavera de 1868 descabezó al partido que había detentando durante tantos años el poder en España.
La muerte de O'Donnell en 1867 propició el acercamiento de la Unión Liberal, ahora encabezada por el
general Serrano, a los progresistas con el propósito cada vez más definido de poner fin al reinado de Isabel
de Borbón. Los progresistas, dirigidos por el general Prim, y los demócratas, partidarios del sufragio uni-
versal, habían firmado en 1866 el llamado Pacto de Ostende por el que se comprometían en el objetivo de
derrocar a Isabel II.
Finalmente, la sublevación estalló en septiembre de 1868. Iniciada por el unionista almirante Topete en
Cádiz, al pronunciamiento militar se le unieron rápidamente sublevaciones populares en diversas zonas del
país. Isabel II huyó a Francia. La que los progresistas vinieron a denominar "Revolución Gloriosa" había
triunfado con gran facilidad en el país.
Inmediatamente se estableció un gobierno presidido por Serrano, con el general Prim en el ministerio de
Guerra. Unionistas, progresistas y demócratas conformaban el gabinete. El nuevo gobierno convocó eleccio-
nes a Cortes Constituyentes por sufragio universal. Los progresistas vencieron en unos comicios bastante
limpios para lo normal en la época y marcaron con su ideología la nueva constitución que se aprobó al año
siguiente.
La más radicalmente liberal de las constituciones del siglo XIX, así, se habla deconstitución “democrática”
de 1869. Sus principales características son:
• Soberanía nacional
• Sufragio universal directo para los varones mayores de veinticinco años.
• Monarquía democrática, con una serie limitación de los poderes del rey
• Poder ejecutivo en manos del Consejo de Ministros
• Poder legislativo en unas Cortes bicamerales. Ambas cámaras, Congreso y Senado, son
elegidas por el cuerpo electoral
• Poder judicial reservado a los Tribunales.
• Amplia declaración de derechos, reconociéndose por primera vez los derechos de reunión
y asociación.
• Libertad de cultos religiosos.
Tras aprobarse la constitución en la que se establecía la monarquía como forma de gobierno, el general Se-
rrano fue nombrado Regente y Prim pasó a presidir un nuevo gobierno. Desechada la opción de los Borbo-
nes, se inició la búsqueda de una candidato adecuado a la Corona entre las familias reales europeas. Final-
mente las Cortes eligieron como nuevo rey a Amadeo de Saboya, hijo del Víctor Manuel II, rey de la recién
unificada Italia, y perteneciente a una dinastía con fama de liberal.
El mismo día de la llegada de Amadeo a España fue asesinado el general Prim. El general progresista era el
principal apoyo del nuevo rey. Su ausencia debilitó grandemente la posición del nuevo monarca.
Amadeo se encontró inmediatamente con un amplio frente de rechazo. Aquí estaban grupos variopintos y
enfrentados: los carlistas, todavía activos en el País Vasco y Navarra; los "alfonsinos", partidarios de la
vuelta de los Borbones en la figura de Alfonso, hijo de Isabel II; y, finalmente, los republicanos, grupo pro-
cedente del Partido Demócrata que reclamaba reformas más radicales en lo político, económico y social y se
destacaba por un fuerte anticlericalismo.
Mientras la alianza formada por unionistas, progresistas y demócratas, que había aprobado la constitución
y llevado a Amadeo al trono, comenzó rápidamente a resquebrajarse. Los dos años que duró su reinado se
caracterizaron por una enorme inestabilidad política, con disensiones cada vez más acusadas entre los parti-
dos que habían apoyado la revolución.
Impotente y harto ante la situación, Amadeo I abdicó a principios de 1873 y regresó a Italia.
Sin otra alternativa, era impensable iniciar una nueva búsqueda de un rey entre las dinastías europeas, las
Cortes proclamaron la República el 11 de febrero de 1873.
La República fue proclamada por unas Cortes en las que no había una mayoría de republicanos. Las ideas
republicanas tenían escaso apoyo social y contaban con la oposición de los grupos sociales e instituciones
más poderosos del país. La alta burguesía y los terratenientes, los altos mandos del ejército, la jerarquía
eclesiástica eran contrarios al nuevo régimen.
Los escasos republicanos pertenecían a las clases medias urbanas, mientras las clases trabajadores optaron
por dar su apoyo al incipiente movimiento obrero anarquista. La debilidad del régimen republicano provocó
una enorme inestabilidad política. Cuatro presidentes de la República se sucedieron en el breve lapso de un
año: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar.
En este contexto de inestabilidad, los gobiernos republicanos emprendieron una serie de reformas bastante
radicales que, en algunos casos, se volvieron contra el propio régimen republicano. Estas fueron las princi-
pales medidas adoptadas:
• Supresión impuesto de consumos. La abolición de este impuesto indirecto, reclamada por
las clases más populares, agravó el déficit de Hacienda.
• Eliminación de las quintas. De nuevo una medida popular propició el debilitamiento del es-
tado republicano frente a la insurrección carlista.
• Reducción edad de voto a los 21 años
• Separación de la Iglesia y el Estado. Este dejó de subvencionar a la Iglesia.
• Reglamentación del trabajo infantil. Prohibición de emplear a niños de menos de diez
años en fábricas y minas.
• Abolición de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico.
• Proyecto constitucional para instaurar una República federal.
Este programa reformista se intentó llevar a cabo en un contexto totalmente adverso. Los gobiernos republi-
canos tuvieron que hacer frente a un triple desafío bélico:
• La nueva guerra civil carlista.
Carlos VII, nieto de Carlos María Isidro, encabezó una nueva insurrección carlista en el País Vasco y Nava-
rra. Aprovechando el caos general, los carlistas llegaron a establecer un gobierno en Estella, Navarra.
• Las sublevaciones cantonales.
Los republicanos federales más extremistas se lanzaron a proclamar cantones, pequeños estados regionales
cuasi independientes en Valencia, Murcia y Andalucía, sublevándose contra el gobierno republicano de Ma-
drid. El ejército consiguió reprimir la insurrección. La resistencia del cantón de Cartagena le convirtió en el
símbolo de este movimiento en el que las ideas republicano-federales y anarquistas se entremezclaron.
• La guerra de Cuba
En 1868 se inició en isla caribeña una insurrección anticolonial que derivó en lo que los cubanos denominan
la “Guerra Larga”. Tuvieron que pasar diez años hasta que las autoridades españolas consiguieron pacificar
la isla con la firma de la Paz de Zanjón en 1878.
• Las conspiraciones militares alfonsinas.
Entre los mandos del ejército se fue imponiendo la idea de la vuelta de los Borbones en la figura del hijo de
Isabel II, Alfonso. Pronto empezaron las conspiraciones para un pronunciamiento militar.
El 4 de enero de 1874, el general Pavía encabezó un golpe militar. Las Cortes republicanas fueron disueltas
y se estableció un gobierno presidido por el general Serrano que suspendió la Constitución y los derechos y
libertades.
El régimen republicano se mantuvo nominalmente un año más, aunque la dictadura de Serrano fue un sim-
ple paso previa a la restauración de los Borbones que planeaban los alfonsinos con su líder Cánovas del
Castillo. La restauración se vio finalmente precipitada por un golpe militar del general Martínez Campos el
29 de diciembre de 1874. El hijo de Isabel II fue proclamado rey de España con el título de Alfonso XII. Se
iniciaba en España el período de la Restauración.
B)
La historia constitucional española es la expresión jurídica de las convulsiones políticas y sociales que
sacudieron a España a lo largo del siglo XIX y el reflejo, además, del proceso de la construcción del Estado
liberal.
Estatuto de Bayona de 1808: carta otorgada (negación de la soberanía nacional) impuesta por Napoleón en
el contexto de la invasión francesa y la guerra de la Independencia.
Constitución de 1812.
-Contexto: conocida como la “Pepa”, fue elaborada en Cádiz, única ciudad española no ocupada por las
tropas napoleónicas y lugar de reunión de las Cortes durante la guerra de la Independencia (1808-1813).
-Principios: recoge, por vez primera en España, los principios del liberalismo: soberanía nacional, derechos y
garantías fundamentales, confesionalidad del Estado, monarquía moderada, separación de poderes, Milicia
Nacional.
-Vigencia: Cádiz (1812-1814); trienio liberal (1820-1823); primeros gobiernos liberales progresistas (1836-
1837). A pesar de su escasa vigencia, tiene una gran importancia en nuestra historia constitucional por ser
modelo de futuras constituciones y símbolo del liberalismo.
Estatuto Real de 1834: carta otorgada, elaborada por los primeros gobiernos moderados de la Regencia de
María Cristina, en el contexto de la cuestión sucesoria planteada entre isabelinos y carlistas tras la muerte de
Fernando VII.
Constitución de 1837.
-Contexto: Regencia de María Cristina, tras la subida al poder de los progresistas propiciada por el motín de
La Granja (1836).
-Constitución de carácter pragmático o conciliador y aceptada por moderados y progresistas. Principios:
monarquía constitucional, soberanía compartida entre el rey y las Cortes, libertad de culto, gobiernos locales
elegibles, Milicia Nacional.
-Vigencia: 1837-45. Su importancia radica en que consolida definitivamente el régimen constitucional en
España.
Constitución de 1845. Planteada en principio como una reforma de la Constitución de 1837, la de 1845 es
un texto nuevo redactado por unas Cortes ordinarias («las Cortes actualmente reunidas», es decir, no
constituyentes) de mayoría moderada. El resultado fue un texto de marcado carácter doctrinario que limitaba
las libertades y la participación política a una minoría dominante, y recogía las principales ideas del
liberalismo moderado:
-Confesionalidad y mantenimiento del culto y clero de la Iglesia católica. Estos dos aspectos quedaron
ratificados mediante el Concordato de 1851, en el que, a cambio, la Iglesia católica aceptaba la
desamortización realizada por los gobiernos liberales entre 1836 y 1843.
-Constitucionaliza el principio básico de los moderados, es decir, la idea de que la Monarquía era cotitular de
la soberanía junto con la nación. Se niega, por tanto, la soberanía nacional y, en cambio, establece la
soberanía compartida del poder legislativo entre las Cortes y el Rey, en quien recaía además el poder de
convocar, suspender y clausurar las Cortes.
-Cortes bicamerales: Congreso, elegido por sufragio censitario muy restringido, y Senado, con número
ilimitado de senadores nombrados por el rey con carácter vitalicio. El carácter electivo regio del Senado, la
atribución al mismo de importantes funciones judiciales y el hecho de ser las dos cámaras «iguales en
facultades» no hace sino reforzar el poder del Rey, así como desvirtuar el principio de la división de poderes.
El poder ejecutivo reside en el Rey: el Rey nombra y separa los ministros. Este artículo, junto con los
artículos anteriores, supone una vez más un aumento notable del poder efectivo del monarca.
-El poder judicial reside en los Tribunales y Juzgados. Aparentemente, existiría independencia del poder
judicial, pero en la práctica el ejecutivo intervenía en el nombramiento de jueces y magistrados.
-Aunque la declaración de derechos es semejante a la de 1837, la diferencia fundamental estriba en que la
Constitución de 1845 remite a leyes posteriores la regulación de tales derechos, y éstas limitan enormemente
el ejercicio de los mismos (tal es el caso de la Ley de imprenta).
-Vigencia: reinado de Isabel II (desde 1845 hasta 1868, a excepción del período liberal de 1854-56). -Hubo
un proyecto de reforma de Bravo Murillo que intentó dar a la Constitución de 1845 un sesgo aún más
conservador.
Constitución non nata de 1856: de carácter más progresista que la de 1837 (soberanía nacional y amplia
declaración de derechos individuales), no llegó a promulgarse al producirse la caída de Espartero y el final
del bienio progresista.
Constitución de 1869. Al contrario que la de 1845, la Constitución de 1869 fue redactada por unas «Cortes
Constituyentes elegidas por sufragio universal» y es, por tanto, una Constitución democrática que reconoce
la participación popular y recoge, por primera vez en nuestra historia constitucional, una amplia carta de
derechos individuales.
-Se obliga al Estado a sufragar el mantenimiento del culto y el clero (derivado de las desamortizaciones) pero
al mismo tiempo consagra la libertad religiosa y de cultos (se vulnera, por tanto, el Concordato de 1851). Se
satisfacen así las demandas de los sectores moderados y de los más progresistas, unidos en las Cortes
constituyentes tras la revolución de 1868.
Proclama la soberanía nacional: la soberanía emana del pueblo y no del Rey.
-El poder legislativo reside en las Cortes. El Rey sólo conserva la facultad de disolver las Cortes. Las Cortes
tienen iniciativa legislativa y eligen a la regencia.
-El poder ejecutivo corresponde al Rey, pero sólo ejerce su poder por medio de sus ministros, es decir, el Rey
reina pero no gobierna y tiene irresponsabilidad política: son los ministros quienes refrendan todos sus actos.
-Se proclama la independencia del poder judicial, creando por primera vez un sistema de oposiciones a juez
que acababa con el nombramiento de éstos por el gobierno. Asimismo, se restablecía el juicio por jurado.
-Cortes bicamerales: Congreso, elegido por sufragio universal masculino de mayores de 25 años, y Senado,
elegido indirectamente y compuesto por personalidades y autoridades mayores de 40 años.
-Vigencia: regencia de Serrano (1869-1870) y reinado de Amadeo de Saboya (1871-73).