Barbini Bernarda Cruz Gonzalo Roldán Nadia Cacciutto Mariangel

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Modelos de desarrollo e implicancias en el turismo: un análisis histórico

Barbini Bernarda
Cruz Gonzalo
Roldán Nadia
Cacciutto Mariangel

1. Introducción

La visión del desarrollo se ha ido modificando desde su aparición luego de la Segunda


Guerra Mundial hasta la actualidad, producto de múltiples miradas; siendo posible,
identificar en los diferentes modelos de desarrollo los cambios simultáneos que fueron
ocurriendo en torno las definiciones del turismo y las opiniones sobre sus posibles
impactos y formas de expresión.

En esta evolución del pensamiento sobre el desarrollo se observa un traspaso de las


nociones básicas de crecimiento hacia una perspectiva más abarcadora que involucra
dimensiones sociales y ambientales, y a partir de éstas incorpora al actor social como
agente de desarrollo.

Asimismo, es posible observar un paralelismo entre las distintas concepciones del


desarrollo y las visiones sobre el turismo, presentándose diferentes modalidades acordes
a las concepciones de desarrollo imperantes en cada momento histórico.

De este modo, es posible distinguir una primera etapa de desarrollo y expansión del
turismo masivo de sol y playa, en correspondencia con un modelo de desarrollo
modernizador según el cual era necesario que los países menos favorecidos transformen
sus economías a partir de la incorporación de actividades industriales y del sector
terciario, superando de esta manera el subdesarrollo. Bajo este paradigma, el turismo
visto como industria sin chimeneas fue incorporado a la economía de los países como
panacea.

Por su parte, la teoría de la dependencia, que sucedió a la teoría de la modernización,


consideraba que los efectos positivos impulsados por la modernización de las

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economías habían sido sobrevalorados, por lo que era necesario buscar la causa del
subdesarrollo en las relaciones históricas complejas entre países dominantes y
dominados. En la literatura científica referida al turismo, esto implicó una crítica hacia
los impactos negativos provocados por el modelo masivo.

No obstante, con el correr del tiempo comenzó a observarse que tales teorías, más allá
de sus diferencias, se vinculaban a una visión clásica del desarrollo, al poseer rasgos
comunes como el universalismo, el racionalismo, el centralismo, el economicismo y el
elitismo surgiendo un cambio de perspectiva que incorpora al concepto de desarrollo
nuevos aspectos de tipo cualitativo, hasta el momento no tenidos en cuenta,
relacionados con la cultura, la sociedad y el medioambiente. De este modo se
conforman las visiones alternativas del desarrollo.

En este contexto, hacia fines del siglo XX surgen modalidades alternativas de turismo,
en oposición al turismo de masas, tales como el ecoturismo, difundido en el marco de la
teoría del desarrollo sustentable. También en este mismo período, el concepto desarrollo
adquiere la acepción de local, cobrando importancia la endogeneidad de las iniciativas
de desarrollo turístico y la participación de los actores locales.

Bajo la misma perspectiva, cobran relevancia en la actualidad, nuevas modalidades


turísticas basadas en la participación, organización y gestión de las comunidades locales
y en la solidaridad y responsabilidad que hacia ellas tienen los turistas, experiencias
denominadas turismo comunitario y turismo solidario.

II. La evolución del pensamiento sobre desarrollo

Con el objeto de explicar las modificaciones producidas en el pensamiento sobre


desarrollo desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, Madoery (2008) establece
algunos rasgos característicos de las teorías modernas sobre el desarrollo, que incluyen
tanto a la Teoría de la Modernización como a la Teoría de la Dependencia.

El primero de ellos es el universalismo, ya que estas teorías construyen recetas


aplicables a diferentes tiempos y lugares, tendiendo hacia la uniformidad de las
sociedades y la homogeneidad de los fundamentos políticos, técnicos y metodológicos.

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Así, el desarrollo es concebido como un proceso lógico, racional, evolutivo, abstraído
del contexto político, institucional y cultural local, por lo que la planificación se
interpreta como racional y universal, proveyendo recetas sin considerar diversidades.

El segundo de ellos es el racionalismo, en tanto estas concepciones interpretan que las


construcciones sociales son racionales en la medida en que responden a un diseño
intelectual previo. Así, el comportamiento de las sociedades puede ser previsto y
diseñado mediante una planificación racional y científica. Esta idea tiene una importante
dosis de tecnicismo, ya que intenta aplicar recetas correctas expresadas en políticas y
estrategias, orientadas a superar los problemas.

El tercero de ellos es el centralismo, ya que para estas perspectivas la planificación se


ejecuta desde un ámbito central (Estado-Nación) desconociendo la potencialidad
transformadora de lo local y el protagonismo de sus sujetos. En este sentido, desde un
modelo universal e instrumental de progreso, se desprecian y desconocen las
instituciones y culturas locales, al considerarselas necesitadas de asesoramiento e
incapaces de promover procesos de desarrollo endógeno.

El cuarto de ellos es el economicismo, en tanto estas teorías responden a un paradigma


de simplicidad que desvincula el desarrollo de la historia, la cultura y la naturaleza del
lugar. Así, se entiende que lo económico condiciona lo político y lo cultural,
persistiendo esta visión aún en la crítica efectuada por Teoría de la Dependencia,
preocupada por cuestiones tales como la distribución del ingreso, la dependencia
económica y las formas de acumulación.

El quinto de ellos es el elitismo, en tanto las políticas de desarrollo son propuestas e


interpretadas por una elite modernizante integrada por los intelectuales, la burocracia
estatal o los economistas expertos, vistos como los portadores de la fuerza, las ideas y
los valores del cambio, conteniendo una idea restrictiva del actor del desarrollo.

Sin embargo, al indagar sobre las transformaciones que ha sufrido el pensamiento sobre
desarrollo a lo largo del tiempo, puede observarse que su interpretación avanza en
términos de los intangibles del desarrollo, otorgando valor a la dimensión subjetiva y
relacional. De este modo, se hace posible el análisis de los procesos de desarrollo más

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allá de los aspectos estructurales, ofreciendo una comprensión más integral de las
capacidades endógenas.

Así, puede apreciarse un cambio desde las perspectivas que entienden el desarrollo
como proceso inducido por factores productivos (capital, inversión, infraestructura,
tecnología); hacia aquellas que conciben el desarrollo como conjunto de capacidades
ligadas al potencial organizativo y emprendedor de los agentes locales que,
expresado en las nociones de sinergias y redes, complementa los componentes
materiales y caracteriza el estilo de desarrollo de cada sociedad (Madoery, 2008).

III. La concepción clásica del desarrollo y su impacto en el turismo

Cuando los países en vías de desarrollo optaron por el turismo, asumieron un alto grado
de integración en la economía mundial, siendo las condiciones de su desarrollo y las
consecuencias económicas y políticas acaecidas, controversiales y divergentes. Es así
como en la década de los ’70 y ’80, el turismo entró en los debates sobre la economía
del desarrollo, teniendo como marco los enfoques divergentes de modernización y
dependencia (Clancy, 1999).

La teoría de la modernización, ideada por pensadores de la CEPAL, concibe el


desarrollo como un proceso lineal, de modo que los países “subdesarrollados” lo eran
por situarse en un estadío evolutivo anterior con respecto a los desarrollados, pero si
seguían ciertas recetas encontrarían su curso hacia la modernización, entendida como un
proceso endógeno y cultural. Dentro de estas recetas, la industrialización era vista como
el modelo económico que permitiría superar la sociedad tradicional.

Teniendo en cuenta lo anterior, esta teoría se vincula con el paradigma evolucionista del
desarrollo, según el cual este implica un conjunto de etapas las cuales es necesario
transitar para llegar a un final previamente determinado. Según este paradigma, existe
una dinámica evolutiva positiva que se dirige al progreso, la cual puede recibir frenos de
aquellas tradiciones locales que se oponen a esta dinámica. De esta manera se parte de
lo tradicional, visto como lo negativo a superar y se va hacia un objetivo, es decir, la
modernidad (Gallicchio, 2002).

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Los partidarios de esta teoría también lo eran de las ideas del liberalismo económico y
consideraban que las relaciones norte – sur eran benignas y hasta beneficiosas. A su
vez, se consideraba al Estado como un actor principal, el cual actuaba través de la
creación de agencias de desarrollo, la promoción de la inversión en tecnología y la
necesidad de expandir mercados internos. En cuanto a los actores locales, estos no
desempeñaban ningún rol y eran vistos más que nada como un freno al desarrollo,
siendo su función el acatamiento de las demandas del crecimiento económico.

En oposición a la teoría de la modernización, y de la mano de los mismos pensadores


pertenecientes a la CEPAL que comenzaron a cuestionarla, comenzó a desarrollarse la
teoría de la dependencia, según la cual el desarrollo estaba marcado, antes que por el
crecimiento económico, por relaciones de dependencia y dominación. En este sentido,
sostenían que el desarrollo de las metrópolis se producía a costa de la periferia, por lo
que una mayor integración económica, implicaba mayor pobreza y miseria para los
países no desarrollados. Estos pensadores pasaron a concebir el desarrollo como un
proceso holístico -no lineal-, en el cual entraban en juego las condiciones históricas de
los países, como determinante de su posición en la economía mundial.

En este línea, Faletto, planteó la necesidad de establecer estilos alternativos de


desarrollo, los cuales deberían acordar con la situación particular de cada país, y superar
la simple consideración del crecimiento económico y de los valores de cambio,
incorporando valores sociales extra-económicos dados por la salud, la vivienda, entre
otros, los cuales no deberían ser evaluados en términos de rentabilidad económica
(Yocelevzky, 2004). Además, el papel del estado y de la política estaría dado por la
resolución de conflictos en función de intereses dispares, armonizando necesidades de
grupos sociales disímiles.

Cardoso y Faletto (1969), procuraron demostrar implícitamente que el hecho de


considerar los problemas de América Latina en su conjunto, y sin tener en cuenta las
diferencias históricas y culturales de cada país, constituye un problema con peligrosas
consecuencias prácticas.

Señalaron además, que la situación de subdesarrollo es inherente a la formación del


sistema productivo mundial, en la cual las economías periféricas participaron en su

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carácter de colonias, por lo que éste se produjo cuando el capitalismo integró en un
mismo mercado, economías con diferentes sistemas productivos, generando relaciones
de dependencia y dominación.

Es por eso que la noción de dependencia alude a las condiciones del sistema económico
y político internas de cada país que hacen que el modo de integración de las economías
nacionales al mercado suponga formas distintas de interrelación de los grupos sociales
entre sí y con grupos externos.

Los autores consideraban el desarrollo como el producto de la interacción de grupos y


clases sociales con un modo propio de relacionarse y con valores e intereses diversos,
cuya oposición, conciliación o superación daría vida al sistema socioeconómico. En este
sentido, la estructura social y política se vería modificada a medida que las distintas
clases sociales lograban imponer sus intereses y dominar al conjunto de la sociedad, es
por eso que en esta teoría, la actuación de grupos e instituciones sociales es decisiva en
el desarrollo y no solo las influencias generadas por los mercados.

Por tal motivo, Cardoso y Faletto plantearon la necesidad de redefinir la situación de


subdesarrollo, considerando los significados históricos particulares y distinguiendo los
diversos modos de subdesarrollo según las relaciones particulares que dichos países
mantienen con los países centrales.

Bajo el paradigma clásico del desarrollo, a mediados del siglo XX, el turismo era
considerado un factor clave para propulsar el desarrollo de aquellos países considerados
subdesarrollados, es así como organismos internacionales tales como el Banco
Mundial, la Organización de las Naciones Unidas o la OCDE (Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico) comenzaron a fomentar las bondades de esta
industria sin chimeneas, dadas por un importante ingreso de divisas, la generación de
numerosos puestos de empleo directo e indirecto, el surgimiento de nuevas inversiones
y la modernización de las sociedades, entre otros beneficios.

Es así como gran cantidad de países, entre ellos España, México, y las Antillas
apostaron al turismo para alcanzar el desarrollo, realizando cuantiosas y costosas
inversiones, impulsados por empresas multinacionales, especuladores del suelo y

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políticos encantados, sin realizar ningún tipo de estudio de planificación previo para
medir posibles impactos.

La modalidad turística correspondiente a esta etapa fue la de sol y playa, desarrollada en


forma masiva, gracias a los avances en la legislación laboral que favorecieron la
ampliación del tiempo libre de los trabajadores, y debido a la prosperidad económica de
los países desarrollados, en los cuales se había consolidado una clase media que estaba
dispuesta a utilizar los excedentes de sus ingresos en viajes de placer.

La sociedad salarial comenzó a distinguirse por el consumo, propio de la lógica


capitalista de la modernidad, el cual pasó a constituir un valor en sí mismo y una
medida de clasificación, acceso y pertenencia a grupos sociales. En este contexto, el
turismo se convirtió en un elemento de consumo y distinción social. (Bertoncello, 2002)

Esta modalidad turística se vio impulsada en el contexto de la mencionada teoría de la


modernización, en función de la cual el turismo permitía un alto grado de integración
en la economía mundial y favorecía el traspaso de los países desde el tradicional sector
agrícola hacia esta nueva actividad moderna. (Clancy, 1999).

Sin embargo, el tiempo evidenciaría impactos de tipo social y cultural que no fueron
considerados y que pusieron en duda la afirmación del turismo como panacea. Estos
efectos colaterales fueron denunciados en un informe denominado “Turismo ¿Pasaporte
al Desarrollo?” (De Kadt, 1979), el cual abrió camino a una nueva serie de estudios
críticos acerca de la actividad turística.

Entre los efectos denunciados se pueden citar la especulación inmobiliaria y la


consiguiente expulsión de pueblos autóctonos de determinadas zonas, la erradicación de
actividades económicas previas y no compatibles con el turismo, la dependencia
económica y política con respecto a los países desarrollados que manejan los flujos
turísticos, la ruptura de tejidos sociales en las comunidades receptoras y las “culturas
empaquetadas”, es decir, comercializadas según la necesidad, comodidad y gusto del
turista, en desmedro de su autenticidad.

Tales críticas surgieron en el contexto de la teoría de la dependencia, según la cual se

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consideraba que los efectos positivos del turismo habían sido sobrevalorados y que la
comprensión de la economía del turismo requería de su contextualización en las
relaciones complejas de tipo histórico, económico y político, que involucraban regiones,
países y clases (Clancy, 1999).

La dependencia se evidencia, en el caso del turismo, con las corporaciones


multinacionales, específicamente grandes tour operadores europeos o estadounidenses
que, a partir de la confección de “paquetes turísticos”, comenzaron a controlar el
transporte, el alojamiento y demás servicios turísticos. Como consecuencia, las
poblaciones locales quedaron relegadas en su participación en la actividad turística,
siendo ésta limitada a una élite social local.

IV. La concepción del desarrollo sostenible y el turismo sostenible

En el marco de las visiones alternativas del desarrollo, que plantean un cambio de


perspectiva incorporando al concepto dimensiones sociales, culturales y ambientales,
hasta el momento no tenidas en cuenta, hacia fines de la década de 1980 una nueva
concepción del desarrollo alcanza protagonismo en el escenario mundial.

Partiendo de los postulados de Lebret (1969) en los que se advierte la consideración de


las necesidades humanas en todas sus dimensiones en 1987 es publicado “Nuestro
Futuro Común” por la Comisión Mundial para el Desarrollo y el Medio Ambiente y
conocido como el Informe Brundtland. En el documento se postula que “el desarrollo
sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente si
comprometer la capacidad de las generaciones futuras parta satisfacer sus propias
necesidades”.

Asimismo el concepto de sostenibilidad definido en la Cumbre de Río de 1992 hace


referencia a la consideración de las dimensiones ecológica, económica y social, en este
sentido Gallopín (2003) destaca el carácter sistémico y no sectorial del desarrollo
sostenible dando importancia equitativa a estos tres factores e incorporando la
dimensión institucional desde el punto de vista operativo teniendo en cuenta el valor de
las estructuras y procesos que posibilitan a una sociedad regular sus acciones en función
de los objetivos establecidos.

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En definitiva, en la búsqueda de la sostenibilidad es preciso integrar las diferentes
dimensiones considerando la articulación de los criterios que abordan el desarrollo,
teniendo en cuenta simultáneamente aspectos globales y locales, y ampliar el horizonte
temporal y espacial para propiciar una adaptación a la necesidad de equidad
intergeneracional e intrageneracional (Gallopín, 2003).

Por otro lado, según plantean Salinas Chávez y Osorio (2006), luego de la presentación
del mencionado informe y la aprobación de la Agenda 21 en la Cumbre de Río de 1992
se ha profundizado en la definición del concepto y se han desarrollado pautas para su
aplicación en las políticas de gestión alcanzando gran repercusión en las decisiones a
nivel global. Sin embargo la popularidad del concepto no implicó necesariamente un
consenso en cuanto a su definición ya que se han generado diversas interpretaciones de
acuerdo a la base teórica a partir de la cual se aborda la temática.

Por su parte Bertoni (2008) hace referencia a tal circunstancia haciendo hincapié en la
incapacidad para alcanzar un único sentido conceptual y práctico en la aplicación
concreta del concepto de sostenibilidad, advirtiendo de este modo, la falta de
unificación en las vías de transición a la sostenibilidad y destacando la existencia de
diferentes formas de apropiación según los intereses predominantes.

Con el propósito de sistematizar las diferentes posturas a partir de las cuales se aborda
la sostenibilidad y el desarrollo sostenible, Gallopín (2003) identifica tres puntos de
vista alternativos susceptibles de ser caracterizados según su tendencia a privilegiar
determinados aspectos o dimensiones, a saber: la sostenibilidad del sistema humano
únicamente, la sostenibilidad del sistema ecológico principalmente y finalmente la
sostenibilidad del sistema socio-ecológico total.

La primera de las perspectivas pone en primer plano la dimensión económica y plantea


a la naturaleza íntegramente a su servicio como proveedora de recurso y servicio
naturales y como sumidero de los desechos producidos. En segundo término, en la
sostenibilidad del sistema ecológico principalmente la naturaleza adquiere un valor
supremo desplazando al resto de las dimensiones. Por último la sostenibilidad del
sistema socioecológico establece una propuesta conciliadora e implica principalmente

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la existencia de un vínculo estrecho entre la sociedad y la naturaleza, configurándose de
esta forma, como la única opción que tiene sentido procurar alcanzar.

Estos enfoques resultan relacionables con los tipos de sostenibilidad planteados por
Pearce y Turner (1993) en los que de acuerdo a la valoración de los distintos tipos de
capital, la sostenibilidad adquiere el calificativo de débil o fuerte. Así, en el primero de
los casos, el ambiente se constituye solo como otra de las formas de capital junto con el
capital humano y el capital hecho por el hombre (Chavarro y Quintero, 2005). Aquí la
sostenibilidad implica dejar a las generaciones futuras un capital no menor al actual
siendo el capital natural sustituible por cualquiera de los otros.

En el caso de la sostenibilidad fuerte se establece que el stock de capital natural


aumente o al menos se mantenga constante, en este enfoque el capital natural resulta
insustituible por otros tipos de capital. “En consecuencia, que la sostenibilidad sea
fuerte significa que hay que mantener el agregado total del capital natural
esencialmente en sus niveles actuales. De acuerdo con este concepto, toda trayectoria
de desarrollo que conduzca a una reducción general del acervo de capital humano (o,
en especial, a una disminución por debajo del mínimo) deja de ser sostenible aunque
aumenten otras formas de capital” (Gallopín, 2003:16).

Ahora bien, al relacionar estos conceptos con los tipos de sostenibilidad previamente
establecidos es preciso indicar que la sostenibilidad del sistema humano únicamente, es
considerada débil ya que relega al capital natural a un segundo plano incorporándolo
como un factor sustituible. Sin embargo la sostenibilidad del sistema ecológico
principalmente y la sostenibilidad del sistema socio-ecológico total pueden asumirse
como fuertes debido a que en ambos casos se establece la necesidad de mantener o
apreciar los niveles de capital natural existentes.

Por su parte, la literatura que se aproxima a esta cuestión en relación al turismo se


gesta en la década de 1990. En el año 1995, la Organización Mundial del Turismo
(OMT), publicó la “Carta de Turismo Sostenible” en la cual se establece que la
importancia de generar un desarrollo turístico basado en los criterios de la sostenibilidad
en sus dimensiones ecológica, económica y social. Además, indica la necesidad de
considerar los efectos negativos del turismo sobre el patrimonio y la identidad cultural

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de las comunidades locales, promoviendo el estímulo a las relaciones y la cooperación
entre los actores locales públicos y privados, y promulgando un reparto más equitativo
de los beneficios y costes producidos por la actividad.

En este sentido, la OMT define al turismo sostenible como aquel que: “satisface las
necesidades de los turistas actuales y las regiones de destino, al mismo tiempo que
protege y garantiza la actividad de cara al futuro. Se concibe como una forma de
gestión de todos los recursos de forma que las necesidades de económicas sociales y
estéticas puedan ser satisfechas al mismo tiempo que se conservan la integridad
cultura, los procesos ecológicos esenciales, la diversidad biológica y los sistemas que
soportan la vida” (OMT, 1999: 18).

Bertoni (2008) afirma que los principios de la sostenibilidad aplicados al turismo son,
en la actualidad, un referente esencial en los procesos de desarrollo y promoción de
destinos potenciales y de reestructuración de destinos actuales o maduros. Chávez y
Osorio (2006) refuerzan esta idea argumentando a propósito de la importancia que
conlleva la adopción de tales lineamientos tanto en destinos de ecoturismo o de
prácticas alternativas como en aquellos en los que se desarrolla un turismo de carácter
masivo.

Ahora bien, la existencia de aceptación y consenso sobre la sostenibilidad en el discurso


de los gestores no se corresponde necesariamente con las prácticas adoptadas en el
desarrollo turístico de los destinos, dando lugar a la adopción de lineamientos que poco
tienen que ver con los ideales para la construcción de un desarrollo turístico sostenible.

Existen pues diversas interpretaciones del turismo sostenible establecidas a partir de las
diferentes concepciones y lógicas a través de las cuales se abordó la temática. Coccosis
(1996) expone cuatro enfoques: la sostenibilidad económica del turismo, el turismo
ecológicamente sostenible, el desarrollo del turismo sostenible a largo plazo de la
actividad y el turismo como parte de una estrategia de desarrollo sostenible.

La primera de las posturas se refiere a la conservación de los recursos naturales con el


objetivo de aumentar la satisfacción del visitante y asegurar la continuidad del negocio
turístico. En este sentido, el turismo sostenible es un medio que permite corregir los

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efectos causados por el turismo sobre el medio natural y que se resumen en la pérdida
de rentabilidad de algunos destinos. Esta última cuestión evidencia el carácter regresivo
de este enfoque, en tanto los recursos turísticos naturales son concebidos en términos de
su utilidad para el sector privado.

En cuanto a la interpretación del turismo ecológicamente sostenible, la misma sólo


reconoce como alternativa al ecoturismo, caracterizado por concebir al recurso natural
como el principal atractivo de las prácticas turístico-recreativas, con bajo o nulo
impacto ambiental y considerando la necesidad de la gestión local del desarrollo
turístico. Se caracteriza por adoptar una posición conservacionista fuertemente crítica
del turismo de masas y considerar al turismo alternativo como la única modalidad
posible, siendo el turismo alternativo sinónimo de turismo sostenible. El ecoturismo se
incluye dentro de las manifestaciones de turismo alternativo, contraponiéndose al
turismo de masas, al cual se le atribuyen todos los impactos negativos generados por el
desarrollo industrial al medio ambiente.

Sin embargo, es importante aclarar que el turismo alternativo no implica necesariamente


la solución a los impactos atribuidos al turismo de masas, ya que muchas veces genera
incompatibilidades con respecto a la conservación de áreas protegidas.

La visión del desarrollo del turismo sostenible a largo plazo de la actividad, considera al
turismo sostenible como un proceso de cambio desde las demandas de turismo masivo
hacia formas más sostenibles. Este proceso de cambio implica la participación de los
actores implicados y la aplicación de planes de gestión para reducir impactos negativos.
Finalmente la interpretación del turismo como parte de una estrategia de desarrollo
sostenible, postula que el turismo sostenible es una meta de todos los tipos de turismo y
que el turismo sostenible aún no ha establecido la forma de alcanzar la sostenibilidad.

V. La concepción del desarrollo local y su incidencia en el turismo

En el marco de las visiones alternativas del desarrollo, anteriormente planteadas,


también surge la concepción del desarrollo local, cobrando importancia la endogeneidad
de las iniciativas de desarrollo y la participación, organización y gestión de las
comunidades locales.

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A mediados de la década del ´70, la crisis del petróleo marcó el final del crecimiento
ilimitado, y en Europa se comenzó a hablar del “desarrollo de los países
industrializados”. La crisis generó una disminución del poder adquisitivo de la
población y de su capacidad de consumo, además de generar crecientes procesos de
exclusión social (Arocena, 1995)

Esta situación generó la necesidad de buscar alternativas para superar la crisis,


momento a partir del cual el término desarrollo local comienza a escucharse con mayor
frecuencia. No obstante, a pesar de la identificación en el último cuarto del siglo XX de
la cuestión local, es recién durante la década del ´90 que el concepto se consolida y
comienza a ser visible, con la intención de apuntar hacia una mejora en la calidad de
vida de las comunidades locales.

Según Madoery (2001:201) “Estamos transitando el paso de una concepción del


desarrollo asistido de manera exógena al territorio, por políticas de los gobiernos
centrales e influjos externos, hacia otra visión del desarrollo generado endógenamente;
(…) el desarrollo como algo adquirido, al desarrollo como algo construido a partir de
capacidades relacionales de los actores personales e institucionales locales, de la
proximidad no sólo geográfica, sino fundamentalmente organizativa e institución”.

No obstante, en el hecho de pensar lo local como nueva alternativa hacia el desarrollo


de las] naciones, es posible identificar diversas posiciones donde para algunos autores lo
global es aquel factor que determina o condiciona lo local, dando lugar a procesos de
desterritorialización, considerando que las acciones o cambios a nivel local carecen de
peso suficiente frente a la influencia global.

Otros, sitúan lo local como una opción o intento de dar respuesta a los efectos
negativos que provoca la globalización tales como la pobreza y la exclusión, causados
por la decadencia industrial y el fracaso relativo de los proyectos organizados y
aplicados desde el ámbito nacional (Cuervo, 1998), (Boisier, 2001).

Una tercera propuesta, quizás de un tinte mediador, es aquella que considera que pensar
en la articulación del binomio global-local es necesario para comprender a la sociedad

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contemporánea como fenómeno complejo. De ello dan cuenta algunos autores como
García Canclini (1998 citado por Madoery, 2001) y Mantero (2004), entre otros, para
quienes el desarrollo local es una estrategia susceptible de ser llevada a cabo en
múltiples territorios, en donde los actores locales consolidan su identidad sociocultural
y, a su puedan generar estrategias de interrelación local/global en busca de beneficios
recíprocos.

Las definiciones propuestas por estos autores manifiestan la importancia de los cambios
que los actores de una determinada comunidad pueden generar a partir de sus propios
intereses, dando como resultado una modificación del territorio, término utilizado en
sentido amplio (Roldán, 2011:15).

Por lo que, pensar en desarrollo local implica considerar al territorio local como una
construcción social que abarca no solo el espacio físico, sino también a los actores
locales que lo habitan y por ende los procesos de acumulación de recursos y de los
intercambios, materiales y simbólicos que ellos realizan tendiendo a lograr el bienestar
común con el fin de guiar su propio desarrollo productivo, como así también socio-
institucional.

Ante esta visión del desarrollo local, es posible pensar que el turismo, como actividad
socio-productiva, pueda llegar a generarse a partir de acciones endógenas tendientes a
generar un desarrollo integral de aquellos territorios en donde hasta el momento; no se
lo piensa como una opción desde la comunidad local en su conjunto, ya sea por contar
con la presencia de otras actividades económicas principales, la falta de identificación
de recursos que podrían llegar a motivar desplazamiento, la existencia de recursos
conviviendo con el desinterés de dar a conocerlos, entre otras.

En concordancia con la idea de desarrollo local y en relación al turismo, Barbini (2008),


plantea que la construcción de nuevos espacios turísticos, debe realizarse desde una
perspectiva endógena, que implica capacidad de transformar el sistema socioeconómico,
habilidad para reaccionar a nuevos desafíos y capacidad para innovar e introducir
formas de regulación en el ámbito local.

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Considerado lo planteado por Boisier (1993), la autora plantea que para dejar huellas
reales en los territorios locales, el desarrollo turístico deberá contener condiciones de
endogeneidad en diferentes planos interrelacionados:

• En el plano económico, mediante la apropiación y reinversión de parte del


excedente a fin de diversificar la económica regional-local,

• En el plano cultural presentándose como una matriz o tejido generador de


identidad y dinámica socio-territorial,

• En el plano político, por la capacidad para tomar las decisiones relevantes con
relación a diferentes opciones de desarrollo, la capacidad de diseñar y ejecutar
políticas de desarrollo y la capacidad de negociar.

VI. Nuevas modalidades de turismo alternativo

Así como la visión de un desarrollo local fue clave en la década de los 90, a principios
del siglo XXI producto de la consolidación de la globalización y de las consecuencias
negativas que esta acarreó, siguen profundizándose las visiones alternativas a las
modalidades clásicas del desarrollo, en un marco mundial de crecimiento de la pobreza
y el desempleo donde se observa que la pérdida de las identidades territoriales comienza
a ser un resultado visible como consecuencia de la homogeneización cultural a la que
tiende la globalización.

En este contexto, en el año 2004, la OMT reformuló el concepto de Desarrollo


Sostenible del Turismo, definiéndolo como aquel “turismo que tenga plenamente en
cuenta sus impactos económicos, sociales y ambientales actuales y futuros, las
necesidades de los visitantes, la industria, el medio ambiente y las comunidades de
acogida".

Esta definición enfatiza la necesidad de que exista un equilibrio entre las dimensiones
ambiental, social y económica del turismo, haciendo referencia a la necesidad de
contribuir al cumplimiento de objetivos mundiales propuestos para el desarrollo del
milenio. Dicha adhesión se manifiesta en la declaración “El turismo al servicio de los

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objetivos de desarrollo del milenio”1, donde se expresa que si bien el turismo aun no
cuenta con un reconocimiento destacado por parte de varios gobiernos y organismos
internacionales de asistencia al desarrollo; es latente la convicción de que el turismo
puede contribuir sustancialmente a la reducción de la pobreza, al crecimiento
económico, al desarrollo sostenible, a la protección del medio ambiente, al
entendimiento intercultural y a la paz entre las naciones”.

De esta manera, el turismo paso a ser pensado desde otra óptica, lo que indujo el
surgimiento de nuevas modalidades, basadas en principios sociales como la solidaridad,
la justicia y la responsabilidad de los turistas respecto de las comunidades receptoras,
pensadas en sentido integral, considerando su cultura y economía.

Esta cuestión de la identificación y realización de nuevas prácticas por parte los turistas
durante su tiempo libre ha sido denominada de múltiples maneras: turismo solidario,
turismo responsable, turismo justo y turismo comunitario, por mencionar aquellas que
se detectan con mayor frecuencia en la escasa bibliografía referida a este tema.

Pingel (2007), realiza un aporte al conocimiento de estas nuevas modalidades turísticas,


logrando no solo diferenciarlas, caracterizarlas y dilucidar el por qué del surgimiento de
las mismas.

Según Pingel (2007:46) “el turismo responsable no se refiere a un tipo o modelo


específico de turismo sino que se constituye como un movimiento social, como una
forma de acción colectiva que apela a la solidaridad y se conforma en torno a una
demanda puntual; el camino hacia un turismo “más inteligente y menos ciego”, hacia un
turismo diferente del modelo de masas y basado en criterios de desarrollo sustentable de
las comunidades de acogida.”

El turismo responsable, como movimiento social es impulsado por ONGs y


organizaciones del sector turístico, con la intensión de generar cambios positivos dentro
la actividad turística, aportando a los sectores menos favorecidos y, a su vez,
contribuyendo al desarrollo sustentable de los destinos.

1
OMT (2005). http://sdt.unwto.org/en/content/about-us-5

16
En base a su análisis la autora logra identificar al turismo responsable como marco que
engloba, contiene y precede al fenómeno del turismo solidario, definiendo a este último
como una “respuesta concreta a una realidad social, económica, política, ambiental y
cultural mundial determinada y se inscribe dentro de los conceptos generales de
desarrollo sustentable”. El turismo solidario se caracteriza por su especificidad y,
principalmente, por su carácter solidario, el cual consiste en beneficiar principalmente a
las comunidades de destino a través de prácticas o actividades concretas que realizan
los visitantes de manera conjunta con la población local.

Así como se puede caracterizar al turismo solidario, sucede algo similar con el llamado
turismo comunitario, si bien comparten los mismos cimientos en “lo responsable”,
generando similares beneficios en las comunidades indígenas y/o rurales de pequeña
escala. El turismo comunitario se concibe como una actividad económica que puede ser
compatible y a la vez complementaria con otras actividades económicas que desarrolla
una comunidad local; destacándose el rol activo que desempeñan sus integrantes a la
hora de gestionar e implementar el turismo.

En suma, tal como afirma Pingel (2007:8) “el movimiento de turismo responsable y la
modalidad de turismo solidario se configuran como fenómenos que buscan dar
respuesta a las problemáticas mundiales, de forma tal de transformar carencias en
potencias y aportar a aquellos sectores menos favorecidos; proponiendo desarrollos
turísticos que complementen las economías locales, ayuden a reforzar y valorar las
identidades y culturas locales, fortalezcan la participación local, inciten al
entendimiento y mutuo aprendizaje entre turistas y residentes promuevan actividades
solidarias tanto en los visitantes como en las comunidades locales y fomenten la paz en
el mundo”.

VII. Conclusiones

Concebir al turismo como hecho social, implica investigar separadamente las causas
que lo producen y las funciones que desempeña en cada momento histórico. En este
sentido, es posible afirmar que la singularidad de los modelos turísticos observada en
cada época, se inscribe en una realidad estructural que la supera, a la que pertenece y

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cuyas lógicas de funcionamiento están presentes en ella. Así, es posible analizar el
desarrollo turístico como una realidad singular inscripta en regularidades sociales de
tipo estructural.

Es a partir de reconocer la necesidad de analizar el fenómeno turístico en su contexto


más amplio, indagando aquellos factores que influyen y son influidos por éste, a fin de
realizar aportes en su comprensión; que en la presente ponencia se planteó como
objetivo dar cuenta de las relaciones existentes entre modelos de desarrollo y
modalidades turísticas surgidas a través del tiempo.

Bajo esta perspectiva, se observó que desde la posguerra hasta la actualidad, el turismo
fue presentando diferentes modalidades acordes a las concepciones de desarrollo
imperantes en cada momento histórico, distinguiendo una primera etapa de desarrollo y
expansión del turismo masivo de sol y playa, en correspondencia con un modelo
modernizador de desarrollo que provocó que el turismo fuera incorporado a la economía
de estos países como panacea.

Por otra parte, se analizó cómo la teoría de la dependencia, que sucedió a la teoría de la
modernización, consideraba que los efectos positivos impulsados por la modernización
de las economías habían sido sobrevalorados, lo que en relación al turismo implicó una
crítica hacia los impactos negativos provocados por el modelo masivo.

Asimismo, se explicó que con el correr del tiempo tales teorías, más allá de sus
diferencias, se vincularon a una visión clásica del desarrollo, surgiendo críticas y un
cambio de perspectiva a partir de la incorporación al concepto de nuevos aspectos de
tipo cualitativo relacionados con la cultura, la sociedad y el medioambiente.

De este modo se conformaron las visiones alternativas del desarrollo y hacia fines del
siglo XX las modalidades alternativas de turismo, entre las que se destaca el turismo
sostenible, así como la importancia otorgada a la endogeneidad de las iniciativas de
desarrollo turístico y la participación de los actores locales.

Bajo esta misma perspectiva, se planteó la relevancia que en la actualidad adquieren


nuevas modalidades turísticas basadas en la participación, organización y gestión de las

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comunidades locales, y en la responsabilidad que hacia ellas tienen los turistas, bajo la
denominación de turismo solidario y turismo comunitario.

A la luz del análisis realizado puede concluirse que la evolución del pensamiento sobre
el desarrollo se ha producido un traspaso de las nociones básicas de crecimiento hacia
una perspectiva más abarcadora que involucra las dimensiones social y ambiental
constituyendo un nuevo paradigma que implica una comprensión más profunda de las
sociedades, los territorios, y sus capacidades en términos de desarrollo.

En lo que respecta a las visiones sobre el turismo y sus formas de desarrollo, en


concordancia con la evolución del pensamiento sobre desarrollo, se observa la
búsqueda de una visión cada vez más holística a partir de enfoques que privilegian la
sostenibilidad, endogeneidad, participación de las comunidades locales y
responsabilidad de los turistas.

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