EP3 - Tarea 6
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Aunque Marx está muy presente en las visiones contemporáneas del cambio tecnológico,
ninguna de estas rescata globalmente su enfoque, y menos aún la conexión que
estableció entre el cambio tecnológico y las leyes del capitalismo. Frecuentemente los
autores toman solo aquellos rasgos de su pensamiento, que sirven de argumento contra
las escuelas rivales. Por eso restringen exclusivamente a ciertos escritos de Marx, una
teoría de la innovación que en realidad ha sido desarrollada intensamente por los
marxistas en los últimos 100 años. El análisis de estos textos está completamente
ausente entre los estudiosos académicos más recientes. Incluso en obras abarcativas,
que intentan contrastar distintas visiones contemporáneas de la innovación16 se ignora
cuál es la contribución de los marxistas a la teoría del cambio tecnológico. Estos aportes
son los que utilizamos reiteradamente en los capítulos siguientes, para destacar que la
interpretación marxista es la explicación más satisfactoria de la innovación.
El marxismo subraya el carácter social del cambio tecnológico contra las dos variantes
ahistóricas y formalistas de los neoclásicos. El progreso técnico exógeno, generado en el
universo cerrado de la ciencia y transferido sin ningún costo a la economía; y el progreso
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técnico endógeno, incorporado a la producción dentro del factor trabajo y/o el factor
capital. En la primera noción la innovación resulta directamente incomprensible. Suponer
que el cambio tecnológico se gesta fuera de la órbita económica, y luego queda a
disposición de cualquier empresa que quiera utilizarlo es una visión tan irreal, que
actualmente cuenta solo con contados adeptos en la ortodoxia marginalista.
La acepción marxista del carácter social del cambio tecnológico es también diferente a la
predominante entre los regulacionistas e institucionalistas, que asignan particular
importancia a los condicionamientos políticos que recibe el proceso innovador en los
distintos regímenes de acumulación. El marxismo acepta y estudia esta influencia, pero
desde un enfoque diferente. Le asigna en primer término un papel subordinado al ejercido
por las leyes de acumulación. Pero además en lugar de estudiar impactos institucionales,
indaga la incidencia de la lucha de clases sobre la innovación. El cambio tecnológico
recrea permanentemente choques entre los empresarios que introducen innovaciones
para incrementar su beneficio, y trabajadores que buscan evitar el impacto negativo de
esta transformación sobre el empleo, el salario, y las condiciones laborales. Esta
confrontación social de intereses entre los «actores» del cambio tecnológico es el foco de
atención del marxismo.
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Es imposible estudiar el cambio tecnológico con modelos universales de competencia
perfecta, partiendo de las condiciones antihistóricas de transparencia, competitividad, o
atomicidad de los agentes. Esta descontextualización de la innovación no se resuelve con
el reconocimiento keynesiano de la existencia de monopolios, o intervenciones estatales.
No basta modificar un supuesto totalmente fantasioso, por otro más cercano a la realidad
económica. Reconocer el impacto de los monopolios o de la política estatal es apenas un
nuevo dato del problema. Para analizar históricamente el cambio tecnológico hay que
comprender, cómo se modificar las leyes de acumulación en cada etapa del capitalismo.
Para Marx el cambio tecnológico vehiculiza la acción de la ley del valor-trabajo, que rige el
funcionamiento del capitalismo. A través de la innovación se alteran las proporciones de
trabajo contenidas en las mercancías, y esta transformación modifica los precios relativos
que orientan la producción. La ley del valor determina cómo se distribuye el trabajo social
entre las distintas empresas, ramas y negocios, de acuerdo a los parámetros del costo y
el beneficio. Establece cual es la plusganancia receptada por las compañías que reducen
el tiempo socialmente necesario de fabricación, y como ocurre la desaparición de las
firmas que derrochan trabajo social.
El aporte de Marx radica en afirmar que los capitalistas innovan para mejorar su beneficio,
y en clarificar de dónde proviene ese lucro. Lo que está en disputa es la porción del
trabajo abstracto, que le corresponde a cada capitalista. Esta finalidad explotadora
transforma a la innovación en un instrumento de opresión social.
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La relación interna que existe entre la plusvalía y el cambio tecnológico es también
ignorada por los autores neoricardianos, que, en lugar de presentar a la innovación como
un vehículo de apropiación del trabajo no remunerado, estiman que solo constituye un
mecanismo político-social de reforzamiento del poder patronal. Desconocen de qué forma
las innovaciones modifican objetivamente las relaciones entre el salario y el beneficio,
alterando el valor de la fuerza de trabajo. Este enfoque des jerarquiza el plano de la
producción en el análisis, concibiendo a la explotación solo como una deducción de los
ingresos de los trabajadores perpetrada en la esfera distributiva. Este error conduce a
presentar al cambio tecnológico como un elemento dado. La innovación es vista
exteriormente, como una respuesta al comportamiento de los salarios y las ganancias, y
se desconoce que el cambio tecnológico opera previamente en la formación interna de
ambas variables.
La asimilación corriente del capital con la innovación diluye la diferencia entre las
relaciones sociales y técnicas, y atribuye a las máquinas la propiedad de crear valores y
gestar beneficios, desconociendo que esta facultad es exclusiva de los hombres que
actúan en el proceso de trabajo. Se le otorga al capital la capacidad de organizar la
fabricación de productos, cuando esta actividad corresponde a los obreros, técnicos e
ingenieros. El fetichismo tecnológico, que cosifica las relaciones sociales, se origina en
esta confusión. Para evitarlo, se requiere separar el proceso interno de la innovación de
su entorno capitalista.
El cambio tecnológico guiado por la acumulación del capital conduce a la crisis. Esta es la
principal conclusión del enfoque marxista. Las innovaciones que potencian inicialmente la
valorización del capital, redistribuyendo las ganancias en favor de las empresas más
innovadoras, generan caídas periódicas de la tasa de beneficio, que producen
desocupación, quebrantos, y pobreza.
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En el capitalismo, la competencia por innovar impone la fabricación de una masa de
bienes muy superior a la capacidad de absorción de los mercados. Por ello, el cambio
tecnológico precipita la sobreproducción, y bloquea la realización del valor mercantil de
los bienes.
Las crisis de valorización y realización demuestran que las fuerzas productivas están
encerradas por las relaciones de producción. La generación ilimitada de valores de uso
enfrenta las restricciones del mercado y del beneficio. En el capitalismo, la condición para
el progreso tecnológico es la consumación de ciclos desvalorizadores del capital sobrante.
Este requisito impone una norma irracional a la innovación que se reitera periódicamente.
Como la magnitud de las crisis es proporcional al desenvolvimiento alcanzado, si una
nueva etapa de pujanza innovadora sucede a la depresión, otra crisis coronará este
renovado desenvolvimiento.